CAPÍTULO III
EL PROFETA DE LA NUEVA REVELACIÓN
Andrés Jackson Davis fue uno de los hombres más notables que conocemos. Nació en 1826, a orillas del Hudson. Su madre fue una mujer sin instrucción, con tendencias visionarias sinónimas de la más vulgar superstición. Su padre era un obrero curtidor borrachín. El mismo escribió los detalles de su infancia en un curioso libro, «La varita mágica», el cual nos familiariza con la primitiva y dura vida de las provincias americanas en la primera mitad del siglo pasado y nos hace ver que aquel pueblo era rudo e ignorante, pero que, en cambio, espiritualmente, estaba pronto para asimilarse todo lo nuevo. En aquellos distritos rurales de Nueva York se desarrollaron en el espacio de pocos años el Mormonismo y el Espiritismo. Jamás hubo un muchacho con menos favorables disposiciones que Davis. Fue muy lento el desarrollo de su cuerpo y su inteligencia. Hasta la edad de diez y seis años difícilmente podía recordar los libros que leía en la escuela primaria. Y a pesar de ello, en aquel ente desmirriado había en acecho tales fuerzas, que antes de cumplir los veinte años pudo escribir uno de los más profundos y originales libros de filosofía. ¿Se puede pedir una prueba más clara de que nada salió de él, siendo únicamente un mero conducto del conocimiento emanado de ese vasto manantial cuyas manifestaciones son tan inexplicables? El valor de una Juana de Arco, la santidad de una Teresa, la sabiduría de un Jackson Davis, las fuerzas supernormales de un Daniel Home, todo procede del mismo manantial.
En los últimos años de su infancia comenzaron a desarrollarse las fuerzas psíquicas latentes en Davis. Como Juan, oyó voces en los campos, voces agradables que le llenaron de júbilo. La clarividencia siguió a la clariaudiencia. En el momento de la muerte de su madre tuvo una clara visión de una apacible casita en un lugar radiante, que supuso ser el punto adonde su madre había ido. Sus facultades fueron reveladas al pasar por aquel lugar un feriante que exhibía las maravillas del mesmerismo, haciendo experimentos delante de Davis y de cuantos jóvenes rústicos quisieron someterse a ellos. En seguida se echó de ver que Davis tenía muy notables poderes clarividentes.
Estos fueron desarrollados no por el peripatético mesmerista, sino por un sastre local llamado Levingston, el cual parece haber sido un pensador de vanguardia. Se quedó tan intrigado por los maravillosos dones de aquel hombre, que abandonó su próspero negocio y se dedicó a trabajar con Davis usando su poder clarividente para diagnosticar las enfermedades. Davis tenía muy desarrollada esa fuerza, común entre los psíquicos, de ver sin los ojos, incluso objetos que era imposible distinguir por medio de la visión humana. Al principio ese don fue usado como una especie de divertimiento para leer con los ojos vendados cartas o relojes del público rústico allí reunido. En esos casos todas las partes del cuerpo asumen la función de la vista, probablemente porque el cuerpo etéreo o espiritual, que posee los mismos órganos que el físico, está desprendido total o parcialmente, siendo él quien registra la impresión. Como podía adoptar todas las posiciones y dar la vuelta completa, le era posible ver desde cualquier ángulo. Tal es la explicación que se da de tales casos, a uno de los cuales asistió el autor, en el norte de Inglaterra, donde Tom Tyrrell, el famoso médium, admiró los cuadros colgados de las paredes situadas detrás de su cabeza. Que sean los ojos etéreos los que vean el cuadro, o que vean la duplicación etérea de dichos cuadros, es éste uno de los varios problemas cuya solución dejamos a nuestros descendientes.
Levingston empleó primero a Davis para las diagnosis médicas. Describe cómo el cuerpo humano se vuelve transparente para los ojos espiritistas. Cada órgano se presenta con toda claridad y con una radiación especial propia, la cual se obscurece en caso de enfermedad. Para una inteligencia médica ortodoxa, que al autor le merece toda clase de respetos, aquellas fuerzas son sospechosas, porque abren la puerta a la superchería; pero no tiene más remedio que admitir que todo lo dicho por Davis ha sido corroborado por la propia experiencia de M. Bloomfield, de Melbourne, quien me describió la admiración que sintió cuando aquellas fuerzas se le revelaron en la calle poniéndole al descubierto la anatomía de dos personas que andaban delante de él. Tales fuerzas han sido corroboradas hasta el extremo de utilizar comunmente los médicos a los clarividentes como auxiliares en las diagnosis. Hipócrates dice: «Las afecciones sufridas por el cuerpo el alma las ve con los ojos cerrados». Al parecer, los antiguos conocían ya algo de tales métodos. Los servicios de Davis no se circunscribían a quienes le rodeaban, sino que su alma o cuerpo etéreo podía ser liberado por la manipulación magnética de la persona que le empleaba, y enviado fuera cual una paloma mensajera, con la certeza de que volvería trayendo los informes deseados. Aparte de la humanitaria misión que realizaba, podía en ocasiones vagar a voluntad, habiendo él mismo descrito en magníficos pasajes de qué manera podía ver la tierra translúcida abajo, con los grandes filones de mineral brillando a través de la masa, como metal fundido, cada uno de los cuales tenía su especial radiación.
Es notable que en aquellos primeros tiempos de los experimentos psíquicos de Davis perdiera al salir del trance el recuerdo de las impresiones que había tenido. Sin embargo, quedaban registradas en su inteligencia subconsciente, y años más tarde las recordó con toda claridad. De momento eran sólo una fuente de conocimientos para los demás, mientras él las ignoraba.
Hasta aquel momento el desarrollo de sus facultades se había producido de una manera nada original, puesto que éstas tenían semejanza con los experimentos de todos los dedicados a la psíquica. Pero ocurrió un caso completamente nuevo y que fue descrito con todo detalle en su autobiografía. Brevemente expuestos, los hechos fueron los siguientes: en la mañana del día 6 de marzo de 1844, Davis se sintió súbitamente poseído por tal poder, que le permitió volar desde la pequeña localidad de Poughkeepsie, donde vivía, y hacer en un estado de semi-trance un rápido viaje. Cuando recobró su poder perceptivo, se encontró en medio de abruptas montañas en las cuales halló a dos hombres venerables con quienes entró en íntima y elevada comunión, sobre medicina con el uno y sobre moral con el otro. Toda la noche estuvo fuera, y cuando a la mañana siguiente preguntó dónde se hallaba, dijéronle que en las montañas de Catskill, a cuarenta millas de su casa. Toda la narración tiene las trazas de un experimento subjetivo, un sueño o una visión, y no podía menos que creerlo así, si no haber sido por los detalles de su recepción y por la comida que tomó a su regreso. También cabe un término medio, o sea, que el vuelo hasta las montañas fuera una realidad y las conversaciones un sueño. Pretende que más tarde identificó en sus mentores a Galeno y Swedenborg, cosa interesante por ser el primer contacto con muertos a quienes pudo reconocerse. Todo el episodio parece visionario y nada tiene que ver con los notables sucesos futuros de aquel hombre.
Sintió fuerzas aún superiores que se agitaban en su interior y se observó que cuando le dirigían preguntas importantes durante el trance mesmérico, contestaba siempre: «Contestaré a eso en mi libro.» A los diez y nueve años sintió que había llegado la hora de escribir ese libro. La influencia mesmérica de Levingston no sirvió por una razón u otra, para el caso, por lo que se escogió al Dr. Lyon como nuevo mesmerista. Lyon abandonó su clientela y se fue con su protegido a Nueva York, presentándose en casa del Rev. Guillermo Fishbough para que actuara como amanuense. Tal selección intuitiva parece que estaba justificada, pues también el pastor abandonó su labor y aceptó la misión. Lyon sometió al joven día tras día a los trances magnéticos cuyas manifestaciones eran fielmente registradas por el secretario. El asunto no era cuestión de dinero ni de reclamo, de manera que el crítico más escéptico no podía menos que reconocer que la ocupación y el objeto de aquellos tres hombres formaban extraordinario contraste con el mundo material metalizado que les rodeaba: buscaban algo más allá, cosa que no podía ser más noble.
Hay que tener en cuenta que un conducto no puede dejar pasar más líquido que el permitido por su diámetro. El diámetro de Davis era muy distinto del de Swedenborg. Ambos poseían el conocimiento cuando se hallaban en estado de iluminación. Pero Swedenborg era el hombre mas ilustrado de Europa, mientras Davis era un muchacho tan ignorante como el que más en el Estado de Nueva York. Las revelaciones de Swedenborg eran tal vez más grandes, pero también es probable que estuvieran influidas por su propio cerebro. La revelación de Davis era un milagro incomparablemente mayor.
El Dr. Jorge Bush, profesor de hebreo en la Universidad de Nueva York, uno de los que siempre estuvieron presentes hasta que se pronunciaban las fórmulas para la cesación del trance, escribe:
«Afirmo solemnemente que he oído hablar a Davis correctamente la lengua hebrea en sus sesiones, y hacer gala de tal cúmulo de conocimientos de geología, que es asombroso en una persona de su edad, aunque se hubiera dedicado varios años a esos estudios. Discutió, con la misma señalada habilidad, las más profundas cuestiones de arqueología histórica y bíblica, de mitología, del origen y afinidades del lenguaje, y del progreso de la civilización en las diferentes naciones del globo, lo cual honraría a cualquier erudito de su edad, aunque para conseguir tal resultado hubiese tenido que pasar por todas las bibliotecas de la Cristiandad. Por lo demás, aunque hubiera adquirido todos los conocimientos puestos de relieve en sus sesiones, no en los dos años transcurridos desde que abandonó los bancos de la escuela, sino en toda su vida, con los más asiduos estudios, ningún prodigio intelectual de cuantos el mundo tiene noticia podría compararse con él ni un solo momento, puesto que jamás leyó ni un volumen ni una página.»
Bush nos hace una descripción notable de Davis tal como era entonces: «La circunferencia de su cabeza es pobre», dice. «Si el tamaño es la medida del poder, la capacidad mental de aquel joven era muy limitada. Sus pulmones eran débiles y poco desarrollados. No vivió bajo influencias refinadas, pues sus maneras eran rústicas y vulgares. No conoce la gramática ni las reglas del lenguaje, ni tenía idea de los hombres científicos o literarios». Tal era el joven de diez y nueve años del cual fluía ahora una magnífica catarata de palabras y de ideas abiertas a la crítica no por lo sencillas, sino por lo sumamente complejas y expuestas en términos doctos con una fuerte fibra de raciocinio y método.
Está bien hablar de la inteligencia subconsciente, pero ello habíase tomado hasta entonces como una apariencia de ideas recibidas y como dormidas. Cuando, por ejemplo, el mismo Davis recordaba, a través de su evolución, lo ocurrido en sus trances, parecía como si saliera de un mundo de impresiones muertas. Parece un abuso de palabras hablar de inteligencia subconsciente, cuando tratamos de algo a lo cual jamás llegará por medios normales la más desarrollada inteligencia, consciente o no.
Tal fue el comienzo de la gran revelación psíquica de Davis objeto de varios libros por él escritos y a lo que puso el título de «Filosofía armónica». Más tarde trataremos de su naturaleza y lugar en la enseñanza psíquica.
En esa fase de su vida, Davis pretende haber estado bajo el influjo directo de la persona que más tarde resultó ser Swedenborg, nombre que entonces le era perfectamente desconocido. De tiempo en tiempo recibía las llamadas clariaudientes de «venid a la montaña». Esa montaña era una eminencia en la margen más apartada del Hudson, al otro lado de Poughkeepsie. Pretende que en aquella montaña encontró y conversó con una figura venerable. Parece que en el hecho no hubo detalle alguno de materialización; el incidente no tiene caso análogo en nuestra experiencia psíquica, salvo —y lo decimos con todo respeto—. El episodio de Cristo hablando en la montaña con las formas de Moisés y Elías.
Davis no parece haber sido de ningún modo un hombre religioso en el sentido usual y corriente, aunque estuviera empapado del verdadero poder espiritual. Sus ideas, según lo que de ellas se conoce, tendían francamente a la crítica de la revelación bíblica, y, poniendo las cosas en lo peor, no creía en la interpretación literal. Pero era honrado, serio, incorruptible, amante de la verdad y consciente de su responsabilidad en proclamarla.
Durante dos años el Davis inconsciente continuó dictando sus libros sobre los secretos de la Naturaleza, mientras el Davis consciente se instruía en Nueva York con vistas a nuevas visitas a Poughkeepsie. Había comenzado a llamar la atención de algunas personas muy serias, siendo uno de sus visitantes Edgard Allan Poe. Su desarrollo psíquico continuó progresando, y antes de cumplir los veintiún años su estado era tal, que no necesitaba de nadie para entrar en trance, sino que se bastaba a sí mismo para ello. Su memoria subconsciente se despertó al fin y pudo abarcar toda la vasta perspectiva de sus experiencias anteriores. Por ese tiempo veló a una mujer moribunda, y observó todos los detalles de la partida de su alma, cuya admirable descripción nos da en el primer volumen de la «Filosofía armónica». Aunque su descripción ha aparecido en un folleto aparte, no se ha divulgado todo lo que debiera, por lo que puede interesar al lector conocerlo abreviadamente.
Comienza con la consoladora reflexión de que los propios vuelos de su alma le mostraron que el paso a la otra vida era «interesante y agradable, y que aquellos síntomas que parecen ser señales de dolor son realmente movimientos reflejos inconscientes del cuerpo. Luego explica cómo habiéndose sumido en lo que él llama «superior condición», observó las distintas gradaciones del fenómeno desde el aspecto espiritual. «Los ojos materiales sólo pueden ver lo que es material, y los espirituales lo que es espiritual», pero como resulta que todo tiene una contrapartida espiritual, el resultado es el mismo. Así, cuando el espíritu viene a nosotros, no somos nosotros quienes lo percibimos, sino nuestros cuerpos etéreos, que son, no obstante, duplicaciones de nosotros mismos.
Ese cuerpo etéreo de la moribunda fue el que vio Davis surgir de la pobre envoltura externa de protoplasma, que finalmente quedó vacía sobre la cama, como la arrugada crisálida cuando queda libre la mariposa. El proceso comenzó en la mujer con una extraordinaria concentración cerebral, que se hizo cada vez más luminosa a medida que las extremidades se obscurecían. Es probable que el hombre nunca piense con tanta claridad o sea tan intensamente consciente, como cuando se ve libre de todos los medios indicadores de sus pensamientos. Entonces comenzó a separarse el nuevo cuerpo, liberándose ante todo la cabeza. Pronto quedó completamente libre, formando ángulo recto con el cuerpo, con sus pies cerca de la cabeza, y con cierto hilo luminoso vital correspondiente al cordón umbilical. Roto el hilo, una pequeña parte volvió al cuerpo muerto para preservarle de una putrefacción inmediata. En cuanto al cuerpo etéreo, tardó algún tiempo en adaptarse al nuevo medio, hasta que al fin pasó a través de la puerta abierta. «La vi pasar a través de la habitación contigua, salir por la puerta y subir por el aire... En cuanto salió de la casa, se le unieron dos espíritus amigos venidos de la región espiritual, y, después de reconocerse y de entrar los tres en comunicación de la más graciosa manera, comenzaron a subir oblícuamente a través de la envoltura etérea de nuestro globo. Andaban juntos tan natural y paternalmente, que difícilmente podía convencerme de que pisaban el aire-parecía que andaban sobre la falda de una gloriosa montaña que les fuera familiar. Continué mirándoles hasta que la distancia les alejó de mi vista».
Tal es la visión de la muerte, según A. J. Davis, muy diferente de ese tremebundo horror que durante tan largo tiempo ha obsesionado a la imaginación humana. Si eso es verdad, simpatizamos con el Dr. Hodgson cuando exclama: «Se me hace pesado esperar tanto tiempo». ¿Será ello cierto? Lo único que podemos decir es que está corroborado por muchos hechos evidentes.
Los que han llegado al estado cataléptico o entraron en el coma, han conservado impresiones que corroboran las explicaciones de Davis, si bien otros recobraron sus sentidos sin recordar impresión alguna. El autor, estando en Cincinati en 1923, entró en relación con la señora Monk, dada por muerta por los médicos, y que durante una hora aproximadamente experimentó la existencia post-mortem hasta que un capricho de la suerte la devolvió la vida. Esa señora escribió un breve relato de su experiencia, en el cual dice recordaba su salida de la habitación en la misma forma relatada por Davis, así como el hilo plateado que continuaba uniendo su alma viviente con su cuerpo comatoso. El periódico Luz (25 de marzo de 1922), refiere un caso notable de cinco hijas de una mujer moribunda, todas ellas clarividentes, que vieron y relataron el proceso de la muerte de la madre. También en ese caso el proceso descríbese de una manera parecida, y las diferencias que pueda haber demuestran solamente que el encadenamiento de los hechos no siempre está regulado por las mismas leyes. Otro caso de extraordinario interés lo hallamos en un dibujo ejecutado por una médium infantil, el cual representa el alma abandonando el cuerpo. Véase la descripción en la obra de la señora De Morgan, «De la Materia al Espíritu» (pág. 121). Ese libro, con su substancioso prefacio escrito por el célebre matemático profesor De Morgan, es una de las obras de vanguardia del movimiento espiritista en la Gran Bretaña. Cuando se piensa que fue publicado en 1863, se deplora el éxito de esas fuerzas de obstrucción, reflejadas tan intensamente en la prensa, la cual ha conseguido interponerse durante varios años como una barrera entre el mensaje de Dios y la raza humana.
El poder profético de Davis solamente puede ser pasado por alto por los escépticos que ignoren la realidad de los hechos. Antes de 1856 profetizó detalladamente la aparición de los automóviles y de las máquinas de escribir. En su libro «La Panetralia», se lee lo siguiente:
«Pregunta: ¿Podrá hacer el utilitarismo otros descubrimientos en el campo de la locomoción?»
—Sí; se verán coches y salones para viajar por las carreteras, sin caballos, sin vapor, sin ninguna fuerza motriz visible, moviéndose con mucha mayor velocidad y con más seguridad que ahora. Los vehículos serán impulsados por una extraña, sencilla y agradable mezcla de gases acuoso y atmosférico, tan fácilmente condensados, tan sencillamente encendidos y de tal manera acarreados a la máquina, más o menos parecida a las nuestras, que quedarán completamente ocultos, manipulándose entre las dos ruedas delanteras. Tales vehículos pondrán fin a las molestias de todo género que hoy dificultan la vida de las personas residentes en territorios poco poblados. Lo primero que exigirán esas locomotoras sin carriles de hierro, es magníficas carreteras, en las cuales las máquinas desprovistas de caballos puedan viajar con gran rapidez. Esos vehículos se me aparecen de construcción poco complicada.
Luego se le preguntó:
«¿Percibe usted algún plan por el cual se haga más expedito el arte de escribir?»
—Sí; me siento casi inclinado a inventar un psicógrafo automático, es decir, un alma escritora artificial. Puede construirse como un piano, con una escala de llaves que representen los sonidos fundamentales; otra más baja representará una combinación, y una tercera una rápida recombinación; de suerte que la persona en vez de tocar una pieza musical, escribirá un sermón o un poema.
De la misma manera, aquel vidente, contestando a una pregunta relativa a lo que se llamaba entonces «navegación atmosférica», sintió, «profundamente impresionado», que «el necesario mecanismo —para pasar a través de las adversas corrientes de aire de modo que podamos bogar tan fácil, segura y agradablemente como las aves— depende de una nueva fuerza motriz. Esa fuerza existirá un día, y no solamente impulsará a la locomotora sobre los rieles y al coche en las carreteras, sino también a los vehículos aéreos, que atravesarán los cielos de un país a otro».
Predijo el Espiritismo en sus «Principios de la Naturaleza», publicados en 1847, donde dice:
«Es una verdad que los espíritus se comunican entre sí mientras uno se halla en el cuerpo y el otro en las esferas elevadas, y ello aunque la persona corporal sea inconsciente de tal influjo y, por consiguiente, no pueda ser convencida por los hechos. Antes de mucho tiempo esta verdad será revelada en forma de demostración viviente. El mundo saludará con alegría la venida de esa era en que se establecerá la comunicación espiritual como ya lo está entre los habitantes de Marte, Júpiter y Saturno.»
En esta materia las enseñanzas de Davis eran definitivas, pero hay que declarar que gran parte de su obra es difícil de leer a causa de las palabras que usa y hasta del vocabulario propio que ocasionalmente inventa. Sin embargo, siempre se mantiene en un nivel moral e intelectual muy alto, y con una ética cual la de Cristo aplicada a los modernos problemas y completamente libre de todo rastro de dogma. La «Religión Documental», como Davis llama a la de hoy, no es de ningún modo religión según él. Este nombre sólo puede aplicarse al producto personal de la razón y de la espiritualidad. Tales son las líneas generales de su enseñanza mezclada con varias revelaciones de la Naturaleza, según se desprende de los sucesivos libros de la «Filosofía Armónica», que siguieron a las «Revelaciones de la Naturaleza Divina» y ocuparon los siguientes años de su vida. Muchas de sus enseñanzas aparecen en un extraño periódico titulado El Univercoelum, o fueron difundidas en las conferencias que dio para que conociera el público los resultados de sus revelaciones.
En su visión del Más Allá, Davis vio una disposición del universo que corresponde muy aproximadamente a la de Swedenborg, y a lo que más tarde dijeron los espíritus y fue aceptado por los espiritistas. Vio una vida que se parecía a la de la tierra, una vida que puede llamarse semi-material, con placeres y objetivos adaptados a nuestras naturalezas, que la muerte no modifica en manera alguna. Vio estudio para los estudiosos, labor genial para los enérgicos, arte para los artistas, belleza para los amantes de la Naturaleza, reposo para los cansados. Vio fases graduales en la vida espiritual, a través de las cuales se asciende a lo sublime y a lo celestial. Llevó su magnífica visión hasta más allá del universo presente y vio éste cómo se disolvería una vez más volviendo a la forma de nube incandescente de la cual salió, y que, consolidándose de nuevo, habrá de formar una esfera superior en la cual tendrá lugar una evolución más elevada, con una clase más alta procedente de la inferior que antes existía. Tal proceso se renovaría innumerables veces cubriendo trillones de años, en un trabajo continuo de refinamiento y purificación. Describió esas esferas como círculos concéntricos alrededor del globo, pero como declara que ni el espacio ni el tiempo están claramente definidos en sus visiones, no podemos tomar su geografía en un sentido demasiado literal. El objeto de la vida es merecer una calificación superior y el medio más adecuado para el mejoramiento humano consiste en no caer en el pecado, no sólo en los pecados actualmente reconocidos, sino en los pecados de superstición y estrechez de miras, tan despreciables así en relación con la carne efímera como con el espíritu eterno. Para conseguir ese fin, es esencial volver a la vida sencilla, a las creencias simples y a la fraternidad primitiva. El dinero, el alcohol, la lujuria, la violencia y el sacerdocio —en su sentido estrecho— son las rémoras del progreso de la raza humana.
Debemos admitir, por lo que conocemos de la vida de Davis, que éste vivió de sus propias profesiones. Era de la materia de donde salen los santos. Su autobiografía llega sólo hasta 1857, de manera que tenía poco más de treinta años cuando la publicó, a pesar de lo cual, da una muy completa y a veces involuntaria descripción de su ser íntimo.
Era muy pobre, pero fue justo y caritativo. Era de carácter serio, pero al mismo tiempo tranquilo en la argumentación y considerado en la contradicción. Se le dirigieron graves cargos, los cuales él mismo recoge con tolerante ánimo. Describe en detalle sus dos primeros matrimonios, raros como todo cuanto le ocurría, hablando ambos muy alto en su favor. Desde la fecha en que terminó su obra «La varita mágica», toda la vida la pasó leyendo y escribiendo y haciendo prosélitos hasta que murió en 1910, a la edad de ochenta y cuatro años. Durante los últimos de su vida regentó una pequeña librería en Boston. El hecho de que su «Filosofía Armónica» ha tenido más de cuarenta ediciones en Norte América, demuestra que la semilla que arrojó con tanta asiduidad, no cayó en tierras baldías.
Lo importante para nosotros es la parte representada por Davis al comenzar la nueva revelación espiritual. Él preparó el terreno a esa revelación con la cual estaba destinado a asociarse, habiendo conocido la demostración material de Hydesville desde el primer día. En sus notas aparece la siguiente frase, bajo la fecha memorable de 31 de marzo de 1848: «Esta mañana, hacia el amanecer, un hálito fresco pasó por mi rostro, y oí una voz, tierna y segura, que me decía: —Hermano, ha comenzado la buena labor; contempla la demostración viviente que se inicia—. Me quedé divagando acerca del significado de tal mensaje». Era el comienzo del poderoso movimiento en el cual debía actuar como profeta. Sus fuerzas eran supernormales en el sentido mental, así como las señales físicas lo son en el sentido material. Unas eran complemento de las otras. Era, hasta los límites de su capacidad, el alma del movimiento, el cerebro dotado de la clara visión del mensaje anunciado por tan nueva y extraña vía. Ningún hombre podía hacerse cargo de aquella misiva por lo infinita y por pasar de los límites que podemos alcanzar con los medios humanos corrientes; pero Davis la interpretó tan exactamente en su tiempo y en su generación, que aun hoy poco puede añadirse a su obra.
Había ido más allá que Swedenborg, aunque no tenía los dones mentales de éste. Swedenborg había visto un cielo y un infierno, tal como Davis los vio y describió con todo detalle. Swedenborg, sin embargo, no pudo tener una clara visión de la situación del muerto y de la verdadera naturaleza del mundo espiritista con la posibilidad, por parte de aquél, de volver a la tierra, según le fue revelado al vidente americano. Ese conocimiento lo obtuvo Davis de una manera paulatina. Sus extrañas conversaciones con los que llama «espíritus materializados» eran cosas excepcionales, de las cuales al pronto no dedujo conclusiones importantes. Sólo más tarde, cuando se puso en contacto con fenómenos espiritistas efectivos, llegó a colegir su verdadera significación. Davis hizo inteligentes recomendaciones a los espiritistas. «El Espiritismo es útil como demostración viviente de una existencia futura», dice. «Los espíritus me han ayudado durante mucho tiempo, pero no han dominado ni mi persona ni mi razón. Pueden y deben realizar los mejores servicios en provecho de quienes están en la tierra, pero tales beneficios sólo pueden procurárselos aquellos que consientan a los espíritus ser sus maestros y no sus dueños, es decir, compañeros y no dioses a quienes deba adorarse».
Sabias palabras y confirmación moderna de la observación vital de San Pablo, según la cual el profeta no debe estar sujeto a sus propios dones.
Para explicarse adecuadamente la vida de Davis hay que tener muy en cuenta sus condiciones supernormales, y aun así pueden obtenerse distintas explicaciones, cuando se consideran los siguientes hechos innegables:
1. ° Que afirma haber visto y oído a la forma materializada de Swedenborg antes de conocer ninguna de sus enseñanzas.
2. ° Que en su ignorante infancia poseía algo que le infundió gran perspicacia y saber.
3. ° Que ese conocimiento alcanzó los amplios límites universales arrolladores característicos de Swedenborg.
4. ° Pero que él fué una etapa más allá, habiendo aportado precisamente ese conocimiento del poder espiritista que Swedenborg sólo pudo conseguir después de la muerte.
Considerando esos cuatro puntos, ¿no es una hipótesis admisible que el poder que Davis poseía fuera efectivamente Swedenborg? Sería conveniente que la estimable, pero estrecha y limitada Nueva Iglesia, tuviera en cuenta esas posibilidades. Pero tanto si Davis obró aisladamente, como si fue el reflejo de otro más grande que él, queda el hecho de haber sido un hombre milagroso, el inspirado e inteligente apóstol de una nueva ley. Tan fuerte fue su influencia que el conocido artista y crítico Mr. E. Wake Cook, en su notable libro «Regresión en Arte», califica las enseñanzas de Davis como una influencia que podía reorganizar el mundo.
Davis dejó su profunda huella en el Espiritismo. Como ha observado Mr. Baseden Butt, «incluso en nuestros días es muy difícil, si no imposible, calcular toda la extensión de su influencia».1