CAPITULO VII
EL DESPERTAR EN INGLATERRA
Los primeros espiritistas han sido comparados frecuentemente con los primeros cristianos, y en verdad hay entre ellos anchos puntos de contacto, aunque, en cierto aspecto, los espiritistas les lleven ventaja. Las mujeres cristianas de los primeros tiempos tomaron parte noblemente en la lucha, viviendo como santas y muriendo como mártires, pero no figuraron como predicadoras ni como misioneras. En cambio, siendo el poder y el conocimiento psíquicos tan grandes en uno como en otro sexo, fueron mujeres los mejores paladines de la revelación espiritista. Ello puede decirse especialmente de Emma Hardinge Britten, cuyo nombre gana en fama a medida que los años pasan. Pero no fué la única. Otras mujeres misioneras hubo de gran relieve, siendo la más importante de ellas, desde el punto de vista británico, la señora Hayden, por ser la que en el año 1852 trajo por vez primera los nuevos fenómenos a nuestras costas. Teníamos nosotros la fe religiosa de los antiguos apóstoles; pero entonces se presentaba aquí el apóstol.
La señora Hayden fué mujer muy notable y una medium excelente. Era esposa de un respetable periodista de Nueva Inglaterra, que la acompañó en su misión, organizada por un señor Stone, que había experimentado sus facultades en América. En el momento de su arribo, se la describe «joven e inteligente, a la par que sencilla y cándida». Un biógrafo inglés, añade: «Desvanecía toda sospecha con la natural ingenuidad de sus palabras, y muchos que venían a pasar el rato a su costa quedaban avergonzados, acabando por tratarla con respeto y aun con cordialidad ante la mansedumbre y el buen carácter de que daba muestra. La impresión que dejaba invariablemente una entrevista con ella era que si los fenómenos que se manifestaban por su intervención podían atribuirse a una superchería, resultaba entonces —según observó Mr. Dickens— la más perfecta artista que pudiera imaginarse.»
La ignorante prensa británica trató a la señora Hayden como a una vulgar aventurera americana. Pero de su capacidad mental júzguese por el hecho de que algunos años más tarde, a su regreso a los Estados Unidos, se doctoró en medicina y ejerció esta profesión durante quince años. El doctor Jaimes Kodes Buchanan, el famoso precursor de la psicometría, habla de ella como de «uno de los médicos más familiarizados con el éxito y más hábiles que he conocido». Tuvo a su cargo una cátedra de medicina en un Colegio americano, y la Compañía de Seguros «The Clobe» la empleó en evitación de las pérdidas que venía experimentando en los seguros de vida. Un aspecto de su personalidad según Buchanan, fué su genio psicométrico.
Y el mismo Buchanan rinde tributo solemne a su nombre diciendo que casi lo había olvidado la Junta de Sanidad porque durante varios años no tuvo que dar parte de una sola muerte.
Todo esto era, sin embargo, desconocido por los escépticos de 1842, si bien no hay que vituperarles demasiado sus dudas, ya que, lo repetimos una vez más, las manifestaciones del Mas Allá deben contrastarse con el mayor rigor antes de ser aceptadas. Nadie puede oponerse a esa actitud crítica. Pero lo que parece excesivo es que un postulado que, de ser verdadero, supone tan buenas nuevas como la comunicación con los santos y la filtración de los muertos por las paredes, provoque no una crítica serena, sino una tempestad de denuestos y ultrajes, siempre indisculpables, pero mucho más cuando se dirigen contra una dama que nos visita para curar nuestra ceguera. La señora Hardinge Britten dice que en cuanto la señora Hayden se exhibió en la escena, levantó en periódicos, púlpitos y centros de todas clases una nube de injurias, de persecuciones y de insultos, tan violentos como humillantes para el pretendido liberalismo y suficiencia científica de la época. Añade que su bondadoso espíritu femenino sufrió hondamente, y que la armonía intelectual indispensable para la producción de buenos resultados psíquicos quedó desequilibrada por el cruel e insultante trato recibido por parte de aquellos que se las echaban de investigadores, y en realidad ardían en el deseo de anularla, armándole lazos y artimañas para falsear la verdad de la que la señora Hayden se decía instrumento. Profundamente sensible a violencia de sus detractores sufrió, en efecto, grandes torturas bajo la fuerza aplastante de aquel feroz antagonismo que gravitaba sobre sus hombros, sin que —por lo menos en aquellos días— supiera cómo rechazarlo o resistirlo.
Afortunadamente, no toda la nación sentía aquella hostilidad irracional de la que aún tenemos diarios ejemplos. Hombres animosos surgían para compartir sin temor al descrédito de una causa impopular guiados tan sólo por el móvil de su amor hacia la verdad, y por su caballerosidad indignada ante el espectáculo de una mujer perseguida. El Dr. Ashburner, médico de la Real Academia, y Sir Carlos Isham, figuraron entre ellos defendiendo a la medium públicamente, en la prensa.
La mediunidad de la señora Hayden parece juzgada a la luz de los últimos descubrimientos, que estaba limitada a ciertos modos modos solamente. Aparte los ruidos, poco conocemos de los fenómenos físicos por ella provocados, quedando totalmente excluidos de su mediunidad los casos de luces, de materialización y de voces directas. En cambio, las contestaciones que obtenía por medio de golpes eran exactísimas y convincentes.
Como todos los mediums verdaderos era tan sensible que afectábanle las gentes que estaban a su alrededor, hasta convertirse en víctima propiciatoria de cuantos iban a visitarla con el solo fin de divertirse con sus experiencias en vez de estudiarlas seriamente. Pero el engaño es pagado con el engaño y el imbécil era correspondido según su imbecilidad, sin que el ente que inspiraba las palabras de la medium se preocupase de que el instrumento pasivo empleado para la transmisión resultara responsable o no de sus contestaciones. Aquellos seudo investigadores llevaron a la prensa sus humorísticos relatos, pretendiendo haber burlado a los espíritus cuando eran ellos los burlados.
Jorge Enrique Lewes, marido más tarde de George Elliot, fué uno de aquellos cínicos investigadores. Cuenta con ironía cómo habiendo preguntado por escrito: «¿Es la señora Hayden una impostora?», había obtenido por medio de golpes la respuesta «Sí». Lewes aducía ese hecho a título de confesión de culpabilidad por parte de la señora Hayden, en lugar de deducir que los golpes eran absolutamente independientes de ella y que las preguntas frívolas no podían merecer de ningún espíritu una contestación seria.
Pero materias como ésta deben juzgarse positiva y no negativamente, debiendo al efecto reproducir el autor con mayor extensión que la acostumbrada, algunos testimonios, para que el lector vea cómo se sembraron en Inglaterra las primeras semillas destinadas a producir árboles vigorosos. Ya se ha aludido a la defensa del Dr. Ashburner, el médico famoso, pero no estará demás añadir aquí algunas de sus palabra. Así, en The Leader de 14 de marzo de 1853, decía:
«El sexo debe ser protegido contra toda clase de ultrajes, y más si ustedes, señores de la prensa, poseen los debidos sentimientos de hospitalidad y compañerismo respecto de uno de sus colegas, pues la señora Hayden es esposa del antiguo director y propietario de un diario de Boston de gran circulación en toda la Nueva Inglaterra. Yo declaro que la señora Hayden no es una embaucadora, y el que se atreva a afirmar lo contrario, lo hace faltando a la verdad.»
Por otra parte, en una carta dirigida a The Reasoner (junio de 1853), después de reconocer que visitó a la medium con gran escepticismo, esperando sorprender en ella «la misma clase de imposibilidades» que había ya sorprendido en otros pretendido mediums, Ashburner escribe: «Por lo que se refiere a la señora Hayden, tengo la firme convicción de su perfecta honradez, tanto, que me asombra pueda haber quien la acuse seriamente de engaño». Y a continuación relata algunas de las verídicas comunicaciones por él recibidas.
Entre los investigadores figuraba el célebre matemático y filósofo, profesor De Morgan, el cual da noticia de algunos experimentos y conclusiones en extenso y luminoso prefacio, escrito para el libro de su esposa, «De la materia al espíritu» (1863), siguiente manera:
«Hace diez años la famosa medium americana señora Hayden vino a mi casa sola. La sesión comenzó inmediatamente después de su llegada. Había presentes ocho o nueve personas en mayor o menor grado creían que en los hechos había engaño, indudablemente. Los golpes empezaron a producirse de la manera usual: limpios, claros, distintos, como si fueran llamadas de un timbre eléctrico. Los comparé entonces al ruido que producirían unas agujas de hacer calceta cayendo de punta desde poca altura sobre un mármol grueso, y que fueran instantáneamente sofocados por una especie de extintor acústico adecuado; y, en efecto, una prueba que luego hicimos demostró que mi comparación no era errónea... A última hora la noche, después de cerca de tres horas de experimentación, señora Hayden se levantó y se sentó a otra mesa, hablando con nosotros mientras tomaba un refresco. Un niño preguntó subitamente: «¿Querrían golpear juntos todos los espíritus que aquí esta noche?» Y apenas pronunciadas tales palabras, oyó como una granizada «de agujas de hacer calceta» por espacio de un par de segundos, ruidos fuertes los de los hombres y más débiles los de las mujeres y los niños, claramente perceptibles dentro de su desorden.»
Después de una observación sobre sus deseos de conocer si los golpes eran obra directa de los espíritus, el profesor De Morgan continúa:
«Solicitado para que dirigiera una pregunta al primer espíritu, le rogué que me permitiera interrogarle mentalmente, es decir, sin hablar, sin escribir, sin indicar yo mismo las letras en el alfabeto, y que la señora Hayden tuviera ambas manos extendidas mientras yo formulaba mi pregunta. Mis deseos fueron inmediatamente satisfechos por medio de un par de golpes. Hice mi pregunta, deseando que se me contestara con una sola palabra, que yo mismo indiqué, todo ello mentalmente. Cogí luego el alfabeto impreso, coloqué detrás de él un libro y fui indicando con mi vista las letras del modo corriente. La contestación fué la palabra «ajedrez» en que yo había pensado, indica da por un golpe para cada una de sus letras. Desde aquel momento no había más que dos explicaciones del enigma: o la existencia de una inteligencia lectora de carácter completamente inexplicable, o de una percepción sobrehumana por parte de la señora Hayden, que le permitía conocer la letra en que yo pensaba, aunque ella, estando como estaba sentada a dos metros del libro que ocultaba mi alfabeto, no podía ver ni mis ojos ni mis manos, ni darse cuenta de la velocidad con que yo indicaba las letras.
»Antes de que la sesión terminase, no tuve más remedio que desechar la segunda suposición.»
Otro episodio relata Morgan con detalle en una carta escrita diez años antes al Rev. W. Heald, y que figura en la obra de su esposa «Memorias de Augusto De Morgan» (págs. 221 − 2):
«Ahora estaba presente mi padre (fallecido en 1816), y nuestra conversación se desarrolló en la forma siguiente:
«¿Recuerdas la revista que tenía en proyecto?» «Sí». «¿Recuerdas los títulos que para ella me propusiste?» «Si». «¿puedes darme sus iniciales?» «Sí». Y comencé las indicaciones recorriendo con la vista el alfabeto, oculto por un libro, a los ojos de la señora H., la cual estaba en el extremo opuesto de la mesa, que era redonda, grande, con una lámpara interpuesta entre ambos. Recorrí con el pensamiento letra por letra, hasta que llegué a la F, la cual creí que era la primera inicial de dichos títulos. No se oyó golpe alguno. Las personas que me rodeaban, dijéronme: «Se ha pasado usted, pues hubo un golpe al comenzar». Retrocedí entonces y oí muy distintamente el golpe en la letra C. Esto me desorientó un tanto, pero pronto me di cuenta de que era yo el equivocado. Luego indicaron los golpes las letras D T F O C, iniciales de las palabras consecutivas que recuerdo facilité a mi padre para epígrafes de una revista proyectada en 1817, de la que sólo yo había oído hablar entre cuantos estábamos en la habitación. Las letras C D T F O C, eran exactas, por lo que quedé muy satisfecho, viendo que algo, alguien, algún espíritu, podía leer mis pensamientos. Esta y otras cosas parecidas se sucedieron por espacio de cerca de tres horas, mientras la señora H. leía atentamente «La Llave de la Cabaña de Tom», que jamás había visto antes, pudiendo aseguraros que devoraba la lectura con toda la avidez que es de suponer en una americana que no la conocía, mientras nosotros estábamos entretenidos con los ruidos. Declaro que todo esto es literalmente exacto. Después de tales sucesos, tuve ocasión de volverlos a presenciar en mi casa en unión de varias personas. Las contestaciones eran casi siempre dadas en la mesa, posando en ella suavemente una o las dos manos para indicar las letras. A veces hay confusión en las contestaciones, pero siempre se ofrece algo que os sorprende. No tengo aún teoría alguna formada acerca del particular, pero acaso pronto pueda levantarse el velo de este misterio.
»A pesar de ello, estoy satisfecho de la realidad de los fenómenos. Otras muchas personas están tan convencidas de ellos como yo mismo, por haberlos presenciado también en sus casas. Pensad de ello lo que queráis si sois filósofo.»
Cuando el profesor De Morgan dice que algún espíritu leía sus pensamientos, omite notar que el incidente de la primera letra era una revelación de algo que no estaba en su mente. Asimismo, de la actitud de la señora Hayden en el curso de la sesión, se deduce claramente que era su aura lo que estaba en juego antes que su personalidad consciente. Otras pruebas importantes aducidas por De Morgan, se han reservado para el Apéndice de esta obra.
La señora Fitzgerald, figura relevante de los primeros días del espiritismo en Londres, describe en El Espiritista del 22 de noviembre de 1878, la siguiente asombrosa experiencia hecha con la señora Hayden:
«Mi ingreso en el Espiritismo comenzó con ocasión de una visita a la conocida medium señora Hayden, venida a este país hace cerca de treinta años. Fuí invitada a verla en una sesión organizada por un amigo en Wimpole Street (Londres). Por tener una cita anterior para aquella misma noche, llegué tarde a la reunión, encontrándome con una escena extraordinaria en la cual todos hablaban con gran animación. Echaron de ver mi extrañeza y la señora Hayden, a quien veía por vez primera, salió a mi encuentro amablemente, invitándome a sentarme a una mesa, separada de los demás asistentes, en tanto preguntaba a los espíritus si querían comunicar conmigo. Todo ello me parecía tan nuevo y sorprendente que apenas comprendí lo que me decía ni lo que yo tenía que hacer. Me puso delante un alfabeto impreso, un lápiz y una hoja de papel. Mientras esto hacía, sentí golpes extraordinarios en la mesa, cuyas vibraciones repercutían en la planta de mis pies colocados sobre las patas de la mesa. Sugirióme luego que anotara cada letra a la cual correspondiera un golpe distinto, y con tan breve explicación, me dejó abandonada a mí misma. Indiqué algunas letras, respondiéndome un golpe a la E, y así sucesivamente con otras que fuí indicando, hasta aparecer un nombre para mí muy conocido. De la misma manera fué transmitida la fecha del fallecimiento de la persona a que el nombre se refería, junto con un mensaje que venía a recordarme sus últimas palabras en el momento de expirar: «Velaré por ti». Toda la escena se me representó vivamente. Confieso que quedé estupefacta y ligeramente aterrada.
»Me llevé el papel en el cual figuraba cuanto había dictado el espíritu de mi amigo y se lo mostré al que había sido su abogado, asegurándome éste que nombre y fecha eran exactos. Yo no la recordaba ya.»
La señora Fitzgerald asegura que a aquella sesión con la señora Hayden, en Inglaterra, asistieron Lady Combermere, su hijo el comandante Cotton y Mr. Enrique Thompson, de York.
En el mismo volumen de El Espiritista (pág. 264), aparece el relato de otra sesión con la señora Hayden, en vida de Carlos Young, el célebre trágico, escrito por su hijo el Rev. Julián Young:
«1853, abril 19. Vine a Londres hoy con objeto de visitar a mis abogados sobre un asunto de importancia para mí, y habiendo oído hablar de la señera Hayden, de América, como medium espiritista, decidí ver lo que había de cierto en sus facultades como tal, juzgando de ello por mí mismo. Encontré por casualidad a un amigo mío, Mr. H., a quien pregunté si sabía la dirección de la vidente, enterándome entonces de que vivía en el número 22 de la calle de la Reina Ana. Tenía también mi amigo verdaderos deseos de conocerla, pero no estaba dispuesto a pagar la guinea de la consulta, por lo que le invité a acompañarme. Aceptó con sumo gusto. Los golpes tiptológicos y otros dados en diversos sitios invisiblemente eran cosa tan corriente en 1853, que no creo sea necesario describir este modo usual de comunicación entre vivos y muertos. Desde la fecha arriba apuntada he visto mucho de cuanto se relaciona con esos ruidos, pero a pesar de mi flaco por todo lo místico y sobrenatural, no había presenciado fenómeno alguno espiritista que en realidad no fuera explicable por medios naturales, con excepción del caso que voy a relatar, en que toda suposición de farsa debía excluirse, puesto que el amigo que me acompañaba jamás había visto a la señora Hayden ni la conocía más que de nombre. He aquí el diálogo que tuvo lugar entre la señora H. y yo:
«Señora H.: ¿Desea usted comunicar con el espíritu de algún amigo ausente?
J. C. Y.: Sí.
Señora H.: Haga entonces sus preguntas del modo que le he indicado y obtendrá contestaciones satisfactorias.
J. C. Y.: (Dirigiéndome al ser invisible, que supuse presente): Dime el nombre de la persona con quien quiero comunicar.
Las letras escritas al dictado de los golpes, puestas unas al lado de otras, decían: «Jorge Guillermo Young».
J. C. Y.: ¿En quién están ahora fijos mis pensamientos?
E.: En Jorge Guillermo Young.
J. C. Y.: ¿De qué sufre?
E.: De un tic nervioso.
J. C. Y.: ¿Puede usted prescribirle algo?
E.: Mesmerismo enérgico.
J. C. Y.: ¿Quién debe administrárselo?
E.: Alguien que sienta una poderosa simpatía por el paciente.
J. C. Y.: ¿Podría hacerlo yo con éxito?
E.: No.
J. C. Y.: ¿Quién entonces?
E.: José Ries. (Era un caballero muy querido de mi tío).
J. C. Y.: ¿He perdido últimamente a alguna persona querida?
E.: Sí.
J. C. Y.: ¿Quién es? (Pensaba en mi prima lejana Cristiana Lane).
E.: Cristiana Lane.
J. C. Y.: ¿Puede usted decirme en dónde dormí anoche?
E.: En casa de Jaime B., calle de Clarges, 9.
J. C. Y.: ¿Y dónde dormiré mañana?
E.: En casa del coronel Weymouth, calle Alta de Crosvenor.
Estaba tan asombrado por la exactitud de las contestaciones que quise intentar nuevas pruebas y comuniqué al caballero que estaba conmigo que iba a hacer una pregunta cuya naturaleza deseaba ocultarle, rogándole pasara a la habitación contigua durante unos minutos. Hecho esto reanudé mi diálogo con la señora Hayden.
J. C. Y.: He dicho a mi amigo que se retirara porque no quiero que oiga la pregunta que voy a formular, pero deseo igualmente que tampoco usted la conozca, aunque si no estoy mal enterado, la contestación sólo se me puede transmitir por mediación de usted. ¿Qué debo hacer para lograr mi deseo?
Señora H.: Haga la pregunta de tal suerte que la contestación represente por medio de una letra la idea fundamental en su mente.
J. C. Y.: Voy a probar. ¿Ocurrirá lo que estoy temiendo?
E.: No.
J. C. Y.: Esto no me satisface. Es muy fácil decir sí o no, pero el valor de la afirmación o de la negación sólo puede depender de la convicción que yo tenga de que usted sabe lo que pienso. Deme una palabra que me demuestre que posee usted el secreto de mis pensamientos.
E.: Voluntad.
Ahora bien, era cierto que mi voluntad corría peligro de flaquear bajo el deseo de saber si mis temores se realizarían. Por consiguiente la contestación fué satisfactoria.
Hay que añadir que M. Young no creyó ni antes ni después de aquella sesión en los espíritus, lo cual, después de semejante experimento hablaba muy poco en favor de su inteligencia y su capacidad para aprovechar nuevos conocimientos. La siguiente carta publicada en El Espiritista por el doctor n Malcom de Clifton, menciona a personas muy conocidas como concurrentes a sesiones medianímicas. Discutíase por entonces el punto donde se había celebrado la primera sesión en Inglaterra y quiénes fueron los testigos de ella:
«No recuerdo la fecha; pero visitando a mi amiga la señora Crowe, autora de la obra «El lado obscuro de la Naturaleza», invitó a que la acompañara a una sesión espiritista con la señora Hayden, que vivía en la calla de la Reina Ana. Me comunicó que esta señora acababa de llegar de América con objeto de evidenciar los fenómenos del espiritismo al pueblo de Inglaterra, e interesarle a favor de ellos. Estaban presentes las señoras Crowe y Milner Gibson, y los señores Colley Grattan (autor de la obra «Caminos reales y sendas recónditas»), Roberto Chambers, doctores Daniels y Samuel Dickson, y varios otros cuyos nombres no recuerdo. En aquella ocasión ocurrieron manifestaciones muy notables. Más tarde tuve varias ocasiones de visitar a la señora Hayden, y aunque al principio era propenso a dudar de la veracidad de los fenómenos, me infundió al fin tal convencimiento, que me convertí en un ferviente creyente de la comunicación espiritista.»
La lucha en la prensa británica fué ruda. Enrique Spicer (autor de «Visiones y ruidos»), combatió a los detractores del espiritismo en el periódico londinense Crítica. El mismo periódico publicó también un largo trabajo escrito por un sacerdote de Cambridge, firmado con las iniciales «M. A.» y que se supuso era del Rev. A. W. Hobson, de St. Jhon's College.
El artículo de este señor es muy expresivo y enérgico, y demasiado extenso para que lo transcribamos por completo. Sin embargo, resulta de suma importancia por ser su autor el primer sacerdote británico que se ocupa de aquellas cuestiones. Raro y tal vez característico de los tiempos, es el hecho de lo poco que han preocupado a los concurrentes a las sesiones espiritistas el aspecto religioso, habiéndoles interesado mucho más preguntar el nombre de sus abuelos o el número de sus tíos. Hasta los más sesudos mostráronse siempre fútiles en sus preguntas, sin comprender la transcendencia espiritual de las comunicaciones con el Más Allá y la sólida base religiosa de las mismas. Aquel sacerdote entrevió luminosamente este aspecto del espiritismo. Su artículo termina con el párrafo siguiente:
«Pocas palabras más he de dirigir a los numerosos clérigos lectores de Critica. Siendo yo también sacerdote de la iglesia de Inglaterra, considero que la cuestión es de aquellas que mis hermanos deberían tomar con interés por muchos que sean los escrúpulos que tengan para hacerlo. Y mis razones para creerlo así son las siguientes: Si el movimiento se generaliza en este país como en los Estados Unidos —¿y por qué no ha de ocurrir?— el clero del reino será instado de todas partes y deberá dar su opinión con la obligación, dimanante de sus deberes, de intervenir en ese movimiento con el objeto de evitarlos engaños a que se presta este «misterio». Uno de los más notables escritores con que cuenta el espiritismo en América, Adin Ballou, ha puesto en guardia a sus lectores para que no se fíen de todos los espíritus comunicantes ni abdiquen de sus propias opiniones y de sus credos religiosos (como han hecho miles de adeptos). Todavía no hemos llegado a eso en Inglaterra, pero en las pocas semanas que lleva aquí el matrimonio Hayden, el movimiento se ha extendido rápidamente como un incendio en pleno campo, y tengo buenas razones para creer que sólo estamos en los comienzos. Personas que al principio consideraban el espiritismo con el desprecio que merecen todos los engaños y las charlatanerías, al presenciar sus extraños fenómenos quedan atónitas, llegando a las más locas conclusiones: unos, por ejemplo, dicen que todo es obra del demonio; otros, por el contrario, que se trata de una revelación del cielo. He visto a muchos hombres cultos e inteligentes convertidos por los fenómenos. Por mi parte confieso que yo también estoy bajo su influjo. No se trata de una farsa; estoy perfecta y plenamente convencido de ello. Además de las pruebas y experimentos que antes he descrito, tuve largas conversaciones por separado con el señor y la señora Hayden, y aseguro que todo cuanto me han dicho se distingue por la sinceridad y buena fe. Esto no serán pruebas para los demás, pero lo son para mí. Si hay engaño, tan engañados están ellos como cualesquiera de nosotros.»
No fué el clero sino los librepensadores quienes supieron darse cuenta de la significación verdadera de los mensajes, y de que debían luchar contra esa prueba de la vida eterna, o confesar honradamente, como han hecho muchos desde entonces, que su filosofía se derrumbaba y eran vencidos en su propio terreno. El más noble de todos los que así lo declararon, fué Roberto Owen, tan famoso por sus obras humanitarias como por su inflexible independencia en materia religiosa. Aquel hombre honrado y valiente confesó públicamente su deslumbramiento ente los primeros rayos del sol que nacía. He aquí sus palabras:
«He referido minuciosamente la historia de esas manifestaciones, investigando los hechos a ellas relativos (atestiguados en casos numerosos por personas de gran significación). Tuve, catorce sesiones con la medium señora Hayden, durante las cuales dióme cuantas facilidades quise para comprobar si existía engaño por su parte.
»Estoy no sólo convencido de que no hay mentira en los mediums, sino que están destinados a realizar la más grande revolución moral en el modo de ser y condición de la raza humana.»
La señora Emma Hardinge Britten comenta el asombro que produjo la conversión de Roberto Owen, cuyas creencias materialistas ejercían los más perniciosos efectos en la religión. Añade que uno de los más eminentes estadistas de aquel tiempo, declaró que «la señora Hayden merecía un monumento, aunque sólo fuese por la conseguida conversión de Roberto Owena.»
Poco después, el famoso Dr. Elliotson, presidente de la Sociedad Secular, se convertía también al espiritismo, después de haberlo combatido obstinadamente. El y el Dr. Ashburner habían sido los dos más eminentes defensores del mesmerismo en los días en que aquel fenómeno tan evidente luchaba también por su existencia, tanto que el médico que se atrevía a afirmarlo, corría peligro de pasar por un charlatán. Unidos desde entonces, resultó penoso para ambos que en tanto el doctor Ashburner se entregaba en cuerpo y alma al espiritismo, su amigo no sólo se consideró obligado a repudiarlo, sino a atacarlo vigorosamente. Mas pronto cesó la divergencia con la completa conversión de Elliotson, y la señora Hardinge Britten relata cómo en sus últimos años fué a verle, y cómo le encontró convertido en «partidario acérrimo de aquello que el venerable personaje ahora consideraba como la más excelsa revelación que se había dignado iluminarle; la que dulcificaba el sombrío paso a la vida del Más Allá, y hacía de esa transición un acto de fe triunfante y de seguras bienaventuranzas».
Como era de esperar, no pasó mucho tiempo sin que la rápida difusión de los fenómenos obligara a los escépticos de la ciencia a reconocer su realidad o al menos a tomar medidas para hacer ver el engaño de aquellos que atribuían los movimientos de las mesas a una causa exterior. Braid, Carpenter y Faraday, manifestaron públicamente que esos movimientos debíanse sencillamente a la acción muscular inconsciente. Faraday ideó ingeniosos aparatos con los que creía poder demostrar definitivamente sus asertos. Pero lo que ocurrió a Faraday, como a otros muchos críticos, es que no dispuso de un buen medium, y el hecho, perfectamente demostrado del movimiento de las mesas, sin contacto alguno, es suficiente para destruir sus menguadas teorías. La persona que sin haber manejado jamás un telescopio contradijera con desdén las afirmaciones de los astrónomos, estaría en el mismo caso que los que se han atrevido a criticar las cuestiones psíquicas sin haber jamás tenido la menor comprobación de ellas.
Sir David Brewster fué quien mejor reflejó el estado de los ánimos en aquel tiempo. Hablando de la invitación de Monekton Milnes para visitar a Mr. Galla, el explorador africano, «que le aseguraba que la señora Hayden le había citado nombres de personas y lugares de África, que nadie más que él conocía», Sir David contestó con el siguiente parecer: «Indudablemente el mundo se está volviendo loco».
La señora Hayden permaneció en Inglaterra aproximadamente un año, regresando a América hacia fines de 1853. Algún día, cuando los temas psíquicos tomen las proporciones debidas en la conciencia pública, su visita será considerada como un acontecimiento histórico. Otras dos mediums americanas estuvieron en Inglaterra por la misma época, la señora Roberts y la señorita Jay, pero, según parece, ejercieron poca influencia en el movimiento y poseyeron fuerzas psíquicas muy inferiores.
Acertadamente pinta el cuadro de la época el siguiente extracto de un artículo sobre espiritismo publicado en The Yorkshireman de 25 de octubre de 1856, periódico no espiritista.
«Los fenómenos de movimientos de mesas eran familiares entre nosotros. Hace dos o tres años apenas si había velada en que no se intentara reproducir el milagro espiritista... En aquellos días se invitaba al «Té y a la Mesa movediza», como un nuevo pasatiempo, y los invitados revolvían en las casas, como locos, queriendo probar con todos los muebles.»
Después de declarar que el ataque de Faraday tuvo por efecto «alejar a los espíritus», de tal modo que por cierto tiempo ya no volvió a hablarse de ellos, el periódico continúa:
«Tenemos, sin embargo, sobradas pruebas de que el espiri-ismo, como creencia vital y activa, no está confinado en los Estados Unidos, sino que también obtiene el favor y la aceptación de una considerable masa de entusiastas en nuestro propio país.»
Pero la actitud de la prensa más influyente fué, en general, casi la misma que la de ahora, es decir, consistió en ridiculizar y negar los hechos, o si los aceptaba, en preguntar qué servicio podían prestar. The Times, por ejemplo (periódico tan mal informado, como reaccionario en materias psíquicas), en un artículo de fecha posterior, dijo:
«Esto es algo así como si el sombrero viniera a nuestras manos desde el perchero por un acto de nuestra voluntad, sin precisión de irlo a buscar ni de molestar a los criados.
»Si la fuerza que hace mover una mesa pudiera también dar vueltas a un molinillo de café, eso saldríamos ganando.
»Sería mejor que nuestros mediums y clarividentes, en vez de indagar quién murió hace cincuenta años, averiguasen la cotización de la Bolsa dentro de tres meses.»
Leyendo tales enormidades en un gran periódico, cabe reflexionar si el movimiento no era prematuro, y si en una época tan vasta y materialista era posible que arraigara la idea de la comunicación con el Más Allá. Sea como quiera, hay un hecho cierto y es que tal actitud debióse en gran parte a la frivolidad de los investigadores que no comprendían el verdadero significado de las señales de ultratumba, y las tomaron, según indicaba el Times, como una especie de recreo y un nuevo aliciente para los hombres ya cansados de otras diversiones de salón.
Sin embargo, mientras a los ojos de la prensa se había dado un golpe de muerte al desacreditado movimiento, la investigación proseguía tranquilamente en muchas partes. Personas de buen sentido como Howitt indica, «ponían a prueba a los ángeles hasta convencerse de su realidad», ya que «los mediums públicos no habían hecho más que inaugurar el movimiento y abrir el camino que habían de seguir los demás».
Si juzgamos por los públicos testimonios de la época la influencia de la señora Hayden, resultó limitada en extensión. Sembró a los cuatro vientos la semilla que paulatinamente había de germinar. Inició el tema y la gente, dando los primeros pasos por la senda trazada, empezó a experimentar y a descubrir la verdad por sí misma, aunque con precaución, hija de la experiencia, guardó casi siempre para sí la mayor parte de sus descubrimientos. Era indudable que la señora Hayden había llenado por completo su cometido.
La historia del movimiento puede ser comparada a un mar que avanza en sucesivas ondas, las primeras más crecidas que las que siguen. Entre una y otra el espectador podía creer que el movimiento había acabado, hasta que una nueva ola le convencía de lo contrario. El tiempo transcurrido desde la partida de la señora Hayden en 1853 hasta la aparición de D. D. Home en 1855, representa el primer período de calma en Inglaterra. Los críticos superficiales creyeron que todo había ya terminado. Pero en mil hogares esparcidos por todo el país los experimentos continuaban; muchos que habían perdido la fe en las cosas del espíritu, comenzaron a examinar las pruebas y a darse cuenta con complacencia o zozobra que la edad de esa fe desaparecía, pero en su lugar llegaba la edad del conocimiento, que San Pedro dijo ser mejor. Los devotos de las Escrituras recordaban las palabras del Maestro: «Tengo aún muchas cosas deciros, pero no podéis todavía comprenderlas», y se preguntaban si aquella extraña agitación de las fuerzas exteriores formaba parte del nuevo conocimiento prometido. Mientras la señora Hayden sembraba sus primeras semillas en Londres, una serie parecida de acontecimientos ocurría en el Yorkshire, debidos al señor David Richmond, americano llegado a la ciudad de Keighley, en donde se entrevistó con Míster David Weatherhead para interesarle en la nueva revelación. Hubo manifestaciones por medio de mesas, y se descubrieron mediums locales, con lo cual nació un centro floreciente, que aun hoy existe. Desde el Yorkshire el movimiento se propagó al Lancashire, donde, en una de las primeras sesiones, Mr. Wolstenholme (fallecido en 1925 a edad avanzada), siendo a la sazón un niño, consiguió esconderse debajo de una mesa, y presenciar todos los fenómenos, sin tener intervención en ellos. El periódico Yorkshire Spiritual Telegraph, nació por entonces en Keighley, fundado por David Weatherhead, cuyo nombre merece ser honrado como uno de los primeros que de todo corazón ingresaron en el movimiento. Keighley continúa siendo un activo centro de enseñanzas y trabajos psíquicos.