18
Nicole siguió al profesor, a punta de pistola, hasta una zona oscura del estacionamiento. Estaba casi desierto y Nicole supo que esa era la última posibilidad de escapar.
Intentó tranquilizarse y pensar algún plan inteligente, pero al fin hizo lo único que se le ocurrió: darse vuelta por sorpresa y darle un rodillazo en los testículos. No supo si le había hecho daño o no pues en ese mismo instante se puso a correr como si la persiguiese el diablo.
El corazón le latía con violencia y los pulmones estaban a punto de estallarle, pero sabía que si se detenía estaría atrapada. Oyó pasos apresurados a la espalda, pero no se atrevió a mirar cuán cerca estaba de ella.
De repente sintió un dolor repentino, agudo y aterrador en la base del cráneo. Algo la estaba golpeando. Después de eso hubo una profunda oscuridad en su cabeza y dejó de pensar.
Cuando Nicole se despertó le dolían todos los músculos del cuerpo. Estaba tendida y con las manos atadas en un espacio estrecho. Intentaba entender cómo demonios había ido a parar allí.
El ruido del motor le dio la respuesta. Estaba en un coche. Por la oscuridad y el poco espacio del que disponía dedujo que estaba en el interior del baúl.
De momento, no podía hacer nada para arreglar tan precaria situación, solo acomodarse lo mejor que pudiera. Entonces el auto pasó por un bache y la fuerte sacudida la arrojó encima de algo duro y pesado. Estiró la mano hasta tocar el objeto y descubrió que era una pequeña caja de herramientas.
La abrió despacio pues intentaba hacer el menor ruido posible. No quería que el profesor supiese que ya se había despertado. Palpó cada uno de los objetos del interior y se quedó con uno que tenía un borde cortante. Intentó romper la cuerda que le ataba las muñecas, pero no le resultó nada fácil, pues el instrumento que utilizaba no parecía tener bastante filo. Cuando por fin lo logró, tenía la muñeca llena de cortes y la sangre caliente manaba con fluidez a través de las heridas. Comprobó que todas las heridas fuesen superficiales y después volvió a sujetar el afilado objeto. Lo empuñó en la mano y se preparó para cuando el profesor parase el coche y abriese el baúl.
Tuvo la impresión de que habían pasado varias horas antes de que el coche se detuviese pero, cuando lo hizo, el corazón de Nicole empezó a latir con violencia. La única posibilidad que tenía era atacarlo por sorpresa. Si él conseguía empuñar la pistola, entonces ella estaría perdida.
El profesor abrió el baúl con sumo cuidado. Pensaba que, con el golpe que le había dado, la prisionera debía de estar durmiendo y prefería no despertarla hasta que estuviese bien atada en el sótano del escondite. Solo esperaba no haberle pegado demasiado fuerte. La necesitaba viva, por lo menos hasta conseguir el tesoro.
Cuando Nicole se abalanzó sobre él lo tomó por completo desprevenido. Ella le clavó el objeto punzante en el vientre, le dio una fuerte patada para apartarlo y salió corriendo sin mirar atrás ni una sola vez.
Estaba en una zona boscosa del todo desconocida para ella. No había ninguna casa a la vista, salvo la que parecía ser el escondite del profesor. El camino por el que había subido el coche no era más que un poco de tierra prensada.
Tenía que salir del camino. Si no había conseguido matar al profesor, sería el primer sitio donde la buscaría. Corrió entre la maleza y las ramas se le clavaron en los brazos y la cara pero siguió adelante e intentó olvidar el dolor que eso le producía.
No había ninguna luz, salvo la de la luna, así que lo único que podía hacer era seguir hacia delante y rezar para no perder pie por los múltiples obstáculos que la rodeaban.
La única ventaja con la que contaba en esa situación era que así como ella no podía ver nada, el profesor tampoco podría verla a ella.
Después de correr media hora, sin descanso, tuvo que parar a descansar un poco. Se recostó contra un árbol y apoyó la espalda en la corteza, mientras recuperaba el resuello.
Miró hacia atrás y vio una pequeña luz que se movía en zigzag mientras bajaba la montaña por el mismo camino que ella había seguido. Sabía lo que eso significaba. El profesor la estaba buscando y contaba con la ventaja de tener una linterna. Sacó fuerzas de donde no las tenía y se puso de nuevo en marcha, intentando no resbalar con las piedras del camino, cosa bastante difícil por culpa de las sandalias de cinco centímetros de tacón que llevaba. Caminar con ellas la retrasaba y no podía permitírselo. Se sacó las sandalias y las ató a una trabilla del pantalón. No quería dejarlas por miedo a que él las viese y le diese más pistas sobre el camino que llevaba.
La luz cada vez estaba más cerca. Si seguía recto no tardaría en alcanzarla. Se desvió un poco hacia la derecha, no mucho por no perder del todo el rumbo inicial. Si quería salir del bosque debía recordar bien por donde había venido para no dar vueltas en círculo.
Apenas había recorrido un par de metros cuando un pie se trabó con algo duro y cayó al suelo. El dolor que sintió en el pie la dejó por completo paralizada. Intentó moverlo pero le dolía demasiado. Estaba casi segura de que se lo había torcido o, en el peor de los casos, roto. De cualquier modo ya no podía seguir corriendo.
Buscó con la mirada algún lugar para esconderse. Se arrastró hasta un árbol podrido e intentó meterse en el pequeño hueco interior. El lugar era aún más claustrofóbico que el baúl del coche y lo peor era que sospechaba que no estaba sola.
Empezó a sentir unas pequeñas cosquillas por la pierna izquierda al tiempo que algo viscoso se deslizaba por la espalda. Quería gritar y salir de allí pero no sabía si el profesor estaba bastante cerca como para verla. Metió la mano bajo la ropa en la zona de la espalda y encontró una pequeña culebra que se deslizaba con lentitud. Sabía que debía quedarse quieta y dejar que se fuese, porque cualquier movimiento podía alterarla y hacer que la mordiese, pero la repulsión por el bicho venció al sentido común. La agarró fuerte y la tiró lo más lejos que pudo.
¿Era Devlin el sabelotodo que le había dicho que no había serpientes en Hawaii? Tendría que hablar con él largo y tendido sobre ese tema cuando volviese a verlo. Si es que volvía a verlo, se corrigió en forma mental.
Después de eso esperó y esperó, y rogó a Dios que Devlin la encontrase, hasta que se quedó dormida.
Se despertó cuando las luces de la mañana empezaron a filtrarse entre los huecos de la corteza. Se arrastró como pudo para salir del árbol. Tenía hambre y sed pero no podía hacer nada al respecto. Se arrepintió de haber huido y, por unos breves momentos, deseó que el profesor la encontrase. Ninguna situación podía ser peor que la que estaba viviendo en esos momentos.
Cuando ya pensaba que iba a morir allí oyó unas voces que la llamaban a gritos a lo lejos. Intentó volver a esconderse dentro del árbol por si acaso era el profesor, pero el tobillo le dolía demasiado. Se le había hinchado como una pelota de fútbol.
Se quedó muy quieta, alerta hasta al más mínimo ruido, mientras el corazón amenazaba con salírsele del pecho. Solo quería que lo que tuviese que pasar, pasase ya. No soportaba esa tensión por más tiempo.
—¡Nikki, cariño! ¿Puedes oírnos?
La voz de Devlin llegó hasta los oídos tan clara como un día de primavera. ¡Estaba salvada! Ahora que Devlin la había encontrado ya nada malo podía pasarle.
—Estoy aquí —gritó con todas las fuerzas que pudo.
—Sigue hablando, Nikki. Estamos cerca, pero aún no podemos verte.
Cuando vio a Devlin, Nicole supo, sin duda alguna, que era el momento más feliz de toda la vida. Devlin tenía un aspecto feroz y parecía no haber dormido en varias noches, pero aun así fue la visión más maravillosa de la vida.
Cuando él la vio entre la maleza, fue corriendo hacia ella, se agachó al lado y la abrazó como si la vida le fuera en ello.
—¡Me has dado un susto de muerte! Juro que después de la boda te voy a encerrar en casa y tiraré la llave.
—¿Cómo me has encontrado?
—La única propiedad que el profesor tenía en Oahu era una casa aislada, a nombre de la madre. Cuando supimos que él te había secuestrado intentamos dar con ella.
—Habéis tardado mucho —lo regañó, enfadada—. No te imaginas por todo lo que he tenido que pasar esta noche. Ha sido la más larga de mi vida.
—Shh, no te preocupes por nada, mi amor, ahora estás a salvo.
Devlin no podía dejar de besarla al tiempo que le hacía una pregunta tras otra.
—¿Te encuentras bien? ¿Estás herida? —mientras preguntaba la palpaba por todo el cuerpo para comprobar de dónde salía la sangre que le empapaba las manos.
Nicole siguió la mirada y vio la sangre seca.
—Esta sangre no es mía. Es del profesor, le clavé algo afilado en el estómago.
—¡Tienes las muñecas heridas!
—No es nada, me lastimé cuando corté las cuerdas que me ataban. La mayor parte de la sangre es del profesor. —Nicole intentaba tranquilizarlo al tiempo que se tranquilizaba ella—. ¿Está muerto? —A pesar de todo el daño que le había hecho, Nicole esperaba no haberlo matado. No quería cargar con una muerte sobre la conciencia el resto de la vida.
—No. La policía lo ha detenido y llevado a un hospital. Está herido, pero creo que se pondrá bien.
Eso no era del todo cierto, pero Devlin sabía que era lo que Nicole quería oír. El profesor estaba bastante grave y, aunque la herida no había sido mortal en un principio, había perdido demasiada sangre mientras buscaba a Nicole.
—Cariño. —Devlin puso la mano bajo la barbilla de ella y le levantó la cara hasta que las miradas se encontraron frente a frente—. Me alegro de que lo hayas herido y, si lo hubieses matado, solo él y la loca avaricia que lo devoraba habrían tenido la culpa. Te quiero.
—Yo también te quiero, Dev.
Devlin la atrajo hacia él y la beso en los labios con intensidad. El beso empezó suave, casi como una caricia, pero el ansia de los dos lo volvió duro y salvaje.
Las voces de Jared y Derek interrumpieron el romántico momento.
—¿Está bien? ¿Está herida? —Derek y Jared empezaron a disparar cientos de preguntas en forma atropellada. Devlin hizo un gesto con la cara indicándoles que ya contestaría a todas las preguntas más tarde. Cargó a Nicole en brazos como si no pesase más que una pluma y se la llevó a un hospital.
Después de curar los innumerables rasguños que se había hecho y de mirarle la torcedura de tobillo, la subieron a una habitación para que descansase un par de horas antes de darle el alta.
La primera visita que tuvo, pues Devlin no la había abandonado en ningún momento, fue la de su madre. Entró como un cohete en la habitación y la cubrió de besos mientras despotricaba sobre lo cerca que había estado de perder a su pequeña.
—Mamá, ¿qué haces aquí?
—Devlin me mandó el avión para que pudiese llegar a la boda. —Miró al futuro yerno con desaprobación—. Pero no me dijo nada de lo que te había pasado esta mañana.
—No quise preocuparte y, como puedes ver, solucioné la situación a la perfección. —Devlin le regaló una maravillosa sonrisa y, como siempre, consiguió ablandar el corazón de la madre de Nicole.
—Me alegro de que estés aquí, mamá. —Nicole la abrazó con fuerza, como si no quisiera soltarla nunca más—. Me has hecho mucha falta estos días.
—Y yo también, Nikki. Ahora que vamos a retrasar la boda tendré tiempo de organizarlo todo. Tengo que confeccionar las listas de invitados, arreglar las flores y escoger el sitio. Preferiría que fuese en San Francisco o en Nueva York. —La madre de Nicole empezó a disparar todo tipo de ideas locas sobre cómo quería organizar la boda.
Devlin la interrumpió, asustado.
—No se va a retrasar el tiempo suficiente para que organices nada. No hemos podido casarnos esta mañana, pero el cura ya está avisado y ha accedido a venir esta tarde a casa, para darnos la bendición.
La madre de Nicole lo miró como si estuviese loco o de repente le hubiesen salido tres cabezas.
—Mi hija no va a casarse con la cara llena de arañazos como si fuese una vulgar ratera de barrio.
—Por supuesto que lo hará.
Ambos se quedaron mirando a Nicole a la espera de que diese la razón a cada uno, pero ella se puso a reír a mandíbula batiente.
—Nikki, dile a tu madre que nos vamos a casar hoy y que no va a poder hacer nada para impedirlo —ordenó Devlin.
—La estás coaccionando —lo acusó la madre de Nicole con los ojos entrecerrados—. Eso es trampa.
—No la estoy coaccionando. Me limito a informarle lo que va a suceder hoy.
—Devlin, bienvenido a la familia. —Sonrió Nicole mientras le acariciaba el brazo para tranquilizarlo—. Por supuesto que nos casaremos esta tarde. Lo siento, mamá, pero esta vez no voy a dejarlo escapar.