6
A medida que se aproximaban al aeropuerto de Kona, Nicole pegaba más y más la cara a la ventana del jet privado de Devlin. Estaba disfrutando de ese viaje como no lo había hecho en mucho tiempo y no quería perderse nada de lo que siempre había pensado que debía de ser un paraíso.
—Me parece increíble estar en la Big Island. —Una mueca de felicidad se dibujó en el rostro mientras hablaba—. Siempre he soñado con tomarme unas pequeñas vacaciones y venir, pero nunca pude encontrar el momento oportuno. En fin, ya sabes cómo es el trabajo de absorbente.
—Ahora ya estás aquí. —La enigmática sonrisa de Devlin hizo pensar a Nicole que iba a añadir algo más, pero al final no lo hizo.
—¿Crees que tendremos tiempo de ir a ver el tubo de lava de Thurston? Me han dicho que es increíble. —El entusiasmo casi infantil de Nicole rememoró a Devlin los viejos tiempos, cuando ella era aún una joven idealista y soñadora y él la amaba por encima de todas las cosas.
—Claro que sí. Está cerca del cráter del Kilauea, que es el cráter que más tiempo lleva activo en el mundo. Te va a encantar. Tengo que pasar cerca de allí, para ver un yacimiento en el que mi empresa está trabajando. Pero no te preocupes, no tardaré mucho, y después prometo enseñarte las playas de arena negra, una carretera cortada por la lava y todas esas cosas que hacen furor entre los turistas.
—¿Qué tipo de trabajo hacéis en ese yacimiento?
—Nada extraño, te lo puedo asegurar. —Devlin pareció incómodo durante unos segundos, mientras sopesaba lo que debía decirle—. Hemos encontrado unos restos arqueológicos que datan del siglo XIX, pero aún estamos evaluando qué importancia tienen.
Después de esa frase nada aclaratoria, Devlin cortó el tema con brusquedad y Nicole intuyó que tenía que investigar más a fondo ese misterioso yacimiento.
—Dedicas una buena parte del dinero que ganas con tus empresas a la recuperación y conservación del patrimonio hawaiano. ¿Habéis descubierto algo importante?
—Sí, de hecho, cuando volvamos a Oahu, te llevaré a ver el Museo Bishop donde podrás comprobarlo por ti misma.
—¿Qué opinan tus socios de tu labor filantrópica?
—Veo que te has metido de lleno en tu papel de periodista —le recriminó él, malhumorado. Era un hombre demasiado reservado y no le gustaba que invadiesen su intimidad, ni siquiera ella.
—Sabías que ese era el motivo principal de mi visita —se defendió Nicole, un tanto avergonzada—, y este es un momento tan bueno como cualquier otro para comenzar nuestra entrevista. Si dependiese de ti, la pospondrías una y otra vez hasta la eternidad.
—De acuerdo —se resignó él. Si esta era la única forma de mantenerla cerca podía aceptarlo, por lo menos de momento—. A mis socios no les molesta mi labor social, ya que la mayor parte de los fondos que dedico a esto pertenecen a mi capital privado. La pequeña parte que aporta la empresa es una forma tan buena como cualquier otra de desgravar impuestos. Y esto último, Nikki, te agradecería que no lo publicases, podría destrozar mi imagen filantrópica. —Añadió esto último en tono de burla, en un intento por relajar el tenso ambiente que parecía surgir entre ellos en cada conversación.
—¿Participaba Rachel en forma activa en tus negocios?
—No. —Los ojos de Devlin brillaron divertidos—. Ella solo se preocupaba por tener las mejores joyas y los mejores diseños en cada evento, y créeme, eso consumía la totalidad de su tiempo.
—Haces que parezca muy superficial.
—Era una mujer por completo superficial y frívola, y yo la aceptaba tal y como era. —Por un momento, la mirada de Devlin se tornó glacial—. La gente no cambia, Nikki, por lo menos no la mayoría de la gente.
Nicole no supo que decir, pues era una afirmación demasiado personal, así que se dio por vencida, cerró la boca y siguió mirando por la ventana. Quería descansar unos minutos y recobrar el tono impersonal de la entrevista, pero se le estaba haciendo por completo imposible.
—¿La echas de menos? —Nicole no pudo evitar hacer la pregunta, a pesar de que ella era la primera interesada en que la conversación se alejase lo máximo posible del terreno personal.
—No. —La respuesta fue escueta—. ¿Esa pregunta es también para tu artículo?
—Lo siento, es una pregunta personal y ha estado fuera de lugar. No he debido preguntártelo.
—Ya vamos a aterrizar, así que será mejor que te abroches el cinturón —dijo Devlin mientras él hacía lo propio.
En el aeropuerto los esperaba un asistente personal. Le dio a Devlin las llaves de un coche y le indicó el sitio donde se encontraba. Cuando llegaron a la plaza de estacionamiento indicada, Nicole se quedó asombrada al ver un Ford Thunderbird rojo fuego.
—Es igual al que tenía cuando era estudiante. —Nicole no pudo añadir nada más. El coche le traía demasiados recuerdos y el hecho de que Devlin se hubiese acordado de ese pequeño detalle despertaba en ella unas emociones que no sabía cómo manejar.
Siempre había adorado su Thunderbird. Había sido el primer coche que había tenido y, para comprárselo, había tenido que trabajar por una paga miserable, haciendo numerosas horas extras en una cafetería donde la explotaban, pero siempre había pensado que había merecido la pena.
—Sabía que te traería buenos recuerdos. —Devlin le echó una sonrisa capaz de derretir un témpano mientras le tendía las llaves—. ¿Quieres conducir tú?
—¿Necesitas preguntarlo?
Nicole tomó las llaves de las manos de Devlin antes de que cambiase de opinión y subió al coche con rapidez. Puso las llaves en el contacto y lo descapotó.
—Bueno, tú dirás a dónde vamos.
—Tomaremos la carretera que va hacia el sur. Iremos hacia el Kilauea pero, si no te importa, me gustaría primero acabar con el trabajo y dejar para después la diversión. Así que pasaremos primero por el yacimiento del que te hablé ayer.
—Por mí, no hay ningún problema, así tendré la oportunidad de ver en directo cómo te manejas en tus negocios.
—Nikki, deberías aprender a relajarte. Dejar de lado por unos momentos tu faceta periodística no va a matarte, ¿sabes? —Devlin pretendía que sonase como una reprimenda, pero dejó traslucir un poco de admiración por la perseverancia que demostraba Nicole. Además, ¿quién era él para criticarla? Cuando quería algo, también lo perseguía, sin dar tregua hasta conseguirlo.
Cuando llegaron al yacimiento, Nicole se llevó una gran sorpresa. Por alguna razón que no lograba comprender, había intuido un extraño misterio alrededor de ese yacimiento. Quizás hubiese sido por lo que Rachel había dicho sobre unos huesos o quizás había dejado volar la imaginación una vez más, el caso es que esperaba encontrar un recinto cerrado con una alta verja de espino, custodiado por dos enormes guardias de seguridad armados y, por supuesto, rodeado de un férreo secreto. En cambio, lo que encontró fue una vasta extensión de terreno, rodeada por una pequeña valla que hasta un niño de cinco años sería capaz de atravesar con un mínimo esfuerzo.
Siguieron en el coche hasta lo que Devlin denominó el campamento base, aunque a Nicole ese nombre le pareció una descripción demasiado optimista del lugar.
El campamento constaba de cuatro pequeñas casas prefabricadas y unos cuantos jeeps. Alrededor apenas había ningún tipo de actividad, así que Nicole intuyó en forma errónea que estaba deshabitado.
—¿Este es el campamento? —Nicole no pudo disimular un tono de decepción en la voz.
—Sí. —Los ojos de Devlin tenían ahora un brillo entre malicioso y divertido—. ¿No es lo que imaginabas? ¿Quizás esperabas algún tesoro con enormes guardias en custodia?
Nicole sabía que se estaba burlando de ella y que tenía toda la razón. Había dejado que la imaginación fuese demasiado lejos y eso no era lo apropiado en una periodista cuyo lema principal era la objetividad.
—Ríete todo lo que quieras, esta vez me lo merezco.
—No seas tan dura contigo misma, Nikki, recuerda que eres de la generación que creció viendo a Indiana Jones.
Devlin se acercó y le dio un rápido beso en la punta de la nariz. Nicole lo miró a los ojos y se dio cuenta de que él estaba tan sorprendido como ella por un gesto del todo espontáneo, así que decidió restarle importancia para que ninguno de los dos se sintiera más incómodo de lo que ya estaban.
La puerta de una de las casas se abrió y de ella salió un hombre. Nicole lo observó con atención. Más que una persona parecía una caricatura recién salida de una tira cómica. Era muy bajo y delgado. Llevaba el pelo tan alborotado y revuelto que abultaba de una forma tan exagerada que Nicole calificó como un milagro de la ciencia. La cara estaba dominada por una nariz ganchuda, para mayor desgracia acompañada por unos diminutos ojos marrones que no hacían más que enfatizar el desproporcionado tamaño de la nariz.
—Señor McKinley, estamos encantados con la visita. —La sonrisa poco sincera echó a perder la cordialidad del saludo de bienvenida. Devlin, divertido, decidió pasarlo por alto.
—Me gustaría poder decir lo mismo pero, como ya sabe, profesor Martin, mi visita no es de carácter social. —Devlin habló en un tono frío, para dejar en claro el descontento que sentía por esa pequeña incomodidad.
—Si no le importa, me gustaría hablar con usted a solas. —El profesor miró a Nicole un breve instante y luego otra vez a Devlin, con el temor de haberlo ofendido y, a la vez, odiándolo por hablarle así frente a una total desconocida.
—Por supuesto. Vaya a la oficina y dentro de un momento me reuniré con usted.
No dijo nada más hasta que el profesor desapareció de nuevo dentro de la casa.
—Es como una pequeña comadreja, ¿verdad? —Devlin rara vez bromeaba y por ello Nicole disfrutó el doble el agradable momento.
—Mucho genio para un recipiente tan pequeño.
—Sigues siendo muy observadora.
—Créeme, no me hizo falta usar mi sexto sentido para saber que, si él pudiera, te patearía el trasero. Creo que en verdad te odia.
—Si no fuese un genio en lo suyo y una de las personas que más saben sobre la historia hawaiana, hace tiempo que lo habría despedido. Tiene el ego demasiado elevado como para trabajar en equipo y da problemas en forma continua.
—Vete a hablar con él —respondió Nicole con despreocupación—. Yo esperaré curioseando un poco por aquí. ¿Quién sabe? Quizás encuentre material para escribir otro artículo.
—De acuerdo, prometo no tardar mucho.
Devlin entró en la oficina y Nicole decidió echar un vistazo por los alrededores. Comenzó a pasear y se alejó caminando, sin apenas darse cuenta del rumbo que tomaba.
Oyó un débil martilleo y decidió dirigirse hacia el sonido. Se adentró un poco más en la espesura hasta que encontró la entrada a una cueva. Estaba medio oculta en la roca y, de no ser por el ruido que salía de la abertura, jamás la hubiese descubierto.
Dudó por un momento si debía entrar o volver hacia el campamento, pero el constante martilleo seguía atormentándola y otra vez la curiosidad pudo más. Se adentró en la cueva pero, apenas había andado unos pocos pasos hacia el interior, el camino sufrió una bifurcación y dio lugar a dos pasillos. El ruido parecía provenir del más estrecho y, después de unos instantes de duda, decidió seguir el sonido del martilleo.
A medida que se iba adentrando en la cueva la luz iba siendo más escasa y estuvo tentada a abandonar varias veces, pues no le gustaban demasiado los lugares pequeños y cerrados, pero como ya oía bastante fuerte el martilleo decidió seguir adelante.
La cueva dio un giro brusco estrechándose todavía más, lo que le provocó una enorme sensación de claustrofobia. Ya estaba arrepintiéndose de haber llegado hasta allí, cuando observó una tenue luz al fondo del túnel. Eso la animó a avanzar más deprisa. Cuando llegó a la luz vio una gran sala que se bifurcaba en otros cuatro caminos. Al inicio de una de las bifurcaciones se encontraba trabajando una mujer pequeña y regordeta. La mujer no dio señales de percatarse de la nueva presencia y Nicole decidió adentrarse en la sala y presentarse.
—Hola. Soy Nicole Wade.
La mujer dejó de martillear y miró hacia ella a través de unas enormes y horribles gafas de pasta negra, que le recordaron de inmediato las que lleva Woody Allen en las apariciones públicas.
—Hola. ¿Puedo preguntarte qué estás haciendo aquí? —La mujer la miraba con suspicacia, interesada por la respuesta.
—He venido con Devlin McKinley. Está hablando con el profesor... —Se quedó unos momentos pensando en el nombre del siniestro hombrecillo—. Martin, creo que es. Y me ha dicho que podía curiosear un poco por aquí mientras están en reunión.
La mujer se puso de pie mientras se sacudía la tierra que tenía pegada en la ropa y obsequió a Nicole con una profunda sonrisa.
—Supongo que si Devlin te trajo aquí es porque eres de fiar. Siento haber estado un poco brusca cuando entraste, pero ya sabes que en el mundillo de la arqueología hay que tener mucho cuidado con la competencia, por norma es desleal y sin escrúpulos—. Le tendió la mano a Nicole pero, cuando se dio cuenta de que estaba llena de tierra, la llevó a un costado y la restregó con fuerza contra el pantalón antes de ofrecerla de nuevo—. Soy la doctora Cornwell, pero puedes llamarme Pat. Todos mis amigos lo hacen y los amigos de Devlin también son mis amigos.
—¡Vaya! —Nicole se quedó sin palabras ante tal despliegue de elocuencia, el primero del que era testigo desde que había aterrizado en Hawaii.
—¿Vaya?
—Quiero decir, encantada de conocerte, Pat —logró balbucear Nicole mientras le estrechaba la mano con cordialidad.
—¿Y yo cómo debo llamarte? —La doctora Cornwell la miró de una forma tan esperanzada, como un cachorro mira un primer juguete, que Nicole supo que estaba perdida.
—Supongo que si voy a llamarte Pat es justo que me llames Nikki, así es como me llaman mis amigos.
La respuesta hizo que Nicole se ganase otra de las luminosas sonrisas de la doctora.
—¿Puedo preguntar en que estás trabajando, o es alto secreto?
—Bueno, como estamos en un yacimiento ya te habrás imaginado que hemos encontrado unos restos antiguos. —La doctora pareció divertida por la simpleza de la explicación.
—Oh. —Nicole observó a su contrincante. Esa mujer era dura de pelar. A pesar de la amabilidad de la que había hecho gala, no parecía dispuesta a dar mucha información, pero para Nicole eso no suponía ningún problema. Más bien era un reto y a ella siempre le habían gustado los retos—. ¿Algo importante?
—Puede ser. Aún es demasiado pronto para decirlo. —Volvió a agacharse y empezó a limpiar con un pincel un pequeño trozo de tierra que estaba en el suelo, cerca de donde había estado antes.
Nicole se acercó a ella y la observó trabajar sin decir nada, esperando que el silencio incómodo le soltase la lengua. Después de dos minutos, la buena mujer parecía estar de nuevo concentrada por completo en el trabajo mientras que Nicole estaba a punto de explotar por la falta de respuestas. Debía cambiar de táctica, era evidente que Pat no era una de esas personas que se incomodan con los largos silencios.
—¿Qué haces? —Decidió que con Pat un ataque directo sería más efectivo.
—Limpio este objeto.
—¿Objeto? A mí me parece un simple trozo de tierra.
—De momento, sí, pero, con un poco de limpieza y mucho cuidado, espero que esto se convierta en un bonito collar.
—¿Me lo dices en serio? —Nicole no pretendía mostrarse escéptica con la nueva amiga, pero por más que miraba el objeto no podía imaginarse que ese montón de tierra acabase pareciéndose ni de lejos a algo ornamental.
—Ten paciencia. —Pat sonrió y siguió limpiando el collar con suma delicadeza hasta que consiguió dejar reconocible una pequeña zona. Entonces se lo mostró a Nicole—. Fíjate aquí, ¿qué ves?
—Parece una concha.
—Eres bastante buena —dijo con admiración—. Si algún día necesitas trabajo tal vez pueda contratarte como ayudante.
—Si lo necesito, lo recordaré.
—Es un collar de conchas. Ya se pueden apreciar los contornos. Parece que las conchas están labradas con mucho trabajo, eso indica que es probable que haya pertenecido a alguien muy importante.
Ambas se giraron en forma repentina al oír un sonido proveniente de la entrada de la cueva.
—Sabía que te encontraría aquí —dijo Devlin mientras se acercaba a ellas con paso firme.
—Oí un martilleo y la curiosidad pudo conmigo —Nicole se sintió un poco insegura por unos momentos. Es cierto que él le había dado permiso para curiosear por los alrededores, pero en ningún momento le había dicho que podía entrar en el lugar de trabajo. Tal vez a él no le gustase que ella curioseara por el campamento con libertad.
—He encontrado otro collar. Creo que nos estamos acercando.
—Déjame ver. —Devlin lo tomó con suavidad entre sus manos y se quedó observándolo durante unos instantes—. ¿Dónde lo has encontrado con exactitud?
—Ahí. —Pat señaló con el dedo el lugar donde había estado excavando antes de la llegada de Nicole.
—Bien, es una buena señal. Creo que estamos en el buen camino. Mañana vendré temprano y seguiremos excavando por ahí hasta llegar al lago subterráneo. Tenemos que ir más rápido, sé que estamos cerca.
—¿Cerca de qué?—preguntó Nikki, exasperada por tanto secretismo.
—Eso es algo que aún tenemos que descubrir.
Devlin y Pat parecían cortados por el mismo patrón y Nicole empezó a irritarse ante la excesiva discreción.
—Si crees que haciéndote el misterioso vas a hacer que olvide el tema, te está saliendo el tiro por la culata. Cada vez estoy más convencida de que habéis descubierto algo importante y cuando se me mete algo en la cabeza no paro hasta averiguar la verdad.
—Parece que te has encontrado con la horma de tu zapato, jefe. —Pat estaba en extremo sorprendida por la relación entre el jefe y esa bella desconocida. Desde que lo conocía jamás había sabido de nadie que le hablase en ese tono tan insolente y despreocupado y que después viviese lo suficiente como para contarlo—. Desde luego, esta chica tiene agallas.
—Por eso me gusta tanto —dijo Devlin mirando a Nicole directo a los ojos—. Ahora debemos irnos, si queremos hacer un poco de turismo y ver todo lo que te he prometido.
—Pasadlo bien. —Pat soltó una sonrisilla. Su jefe le caía bien y se alegraba de verlo feliz. En los últimos tiempos se lo veía demasiado estresado. De hecho, si lo pensaba bien, desde que lo conocía se había comportado como una persona agobiada por el estrés. No recordaba otra conversación en que lo hubiese visto bromear de esa manera.
—Dev, no sé qué hay enterrado aquí, pero sé que es importante para ti descubrirlo y que no vas a disfrutar paseando conmigo mientras tienes la cabeza en otra parte. ¿Por qué no dejamos el turismo para mañana, o cualquier otro momento, y os ponéis a trabajar? Yo puedo ayudaros.
—Me parece una buena idea. —A Devlin se le iluminaron los ojos—. ¿Estás segura de que no te aburrirás?
—No, si me dejáis ayudar y me dais algo de material para mi artículo.
—¿Artículo? —Ahora era el turno de Pat de estar sorprendida.
—Sí —contestó Nicole con rapidez—. Soy periodista.
—Qué pena, en verdad habías empezado a caerme bien —contestó Pat con cara de fastidio.
—Puedo seguir cayéndote bien. No me invento las noticias ni me dedico a la prensa sensacionalista. —Nicole intentó volver a distender el ambiente y recuperar a la reciente amiga— y solo traiciono a mis amigos por grandes cantidades de dinero.
Pat se rió y demostró que, además de ser muy buena científica, tenía un gran sentido del humor.