12

A la mañana siguiente Nicole se despertó temprano y redactó la entrevista que le había hecho a Devlin, con algunos adornos para que consiguiese captar el interés de los ávidos lectores. Se la dejó leer y cuando él dio el visto bueno se la mandó al editor por correo electrónico. A los pocos minutos, él la llamó al teléfono celular.

—Buenos días, Clark.

—Lo serán para ti, que estás en una isla paradisíaca, disfrutando de unas vacaciones que aún no te has ganado.

—¡Venga ya! ¿Vas a decirme que no somos el único periódico que tiene una entrevista en exclusiva con Devlin tras la muerte de la mujer?

—¿Devlin? ¿Ya no es el señor McKinley? No sabía que vuestra relación fuese tan cercana.

—Somos viejos amigos y eso es todo —se enfadó Nicole. No le gustaba que se metiesen en su vida privada y menos aún otro periodista. Apreciaba mucho a su jefe, pero nunca había permitido que la relación fuese más allá de lo estrictamente laboral. Eran compañeros de trabajo, no amigos. Ella no quería saber nada de la vida de él y, a cambio, pretendía no rendir cuentas de la suya—. Aún no te he oído valorar mi trabajo.

—Sabía que la conseguirías. Es extraordinaria. —La voz del jefe sonaba alegre, a pesar del ligero matiz impaciente que dejaba entrever—. Pero el trabajo se acumula en la redacción. Tengo a Dunsley de baja, así que te necesito aquí. ¿Cuándo vas a volver?

—No lo sé. Estoy detrás de algo grande. Aún no puedo adelantarte mucho, pero créeme que cuando te mande mi próximo artículo vas a agradecerme cada segundo que pase aquí.

—¿Tiene algo que ver con McKinley?

—Sí y eso es todo lo que puedo decirte por el momento.

—Espero que sea algo fuera de serie. —Se puso serio—. Quiero que me traigas algo antes de un par de días o vas a tener que volver con las manos vacías. El periódico no está dispuesto a pagarte unas vacaciones por una entrevista que podrías haber conseguido vía correo electrónico.

—No te preocupes, lo tendrás. —Colgó el teléfono antes de que él repitiese el tan manido discurso acerca de cómo los periodistas de verdad se las ingenian para sacar noticias de debajo de las piedras sin costo alguno para el periódico.

Cuando llegaron al yacimiento, Pat estaba haciendo café en el despacho. Sirvió una taza humeante para cada uno y se sentaron en la mesa de trabajo mientras la ponían al día de los últimos acontecimientos.

—¿Dónde está el profesor Martin?

—Creo que en los túneles, pero cualquiera sabe. En los últimos días no da demasiadas explicaciones de cómo trabaja. Se limita a ir de un lado a otro de forma misteriosa entre refunfuños.

—¿Te fías de él? —preguntó Jared a Devlin.

—No, pero por el momento lo necesitamos.

—No le va a gustar nada no haber sido informado de que vienen hoy los obreros a abrir paso en la caverna y mucho menos aún no haber sido informado del hallazgo de la caverna y con semejante contenido. —Pat parecía disfrutar con la idea de fastidiar al colega.

—Pues, tendrá que aguantarse, si quiere seguir trabajando aquí. ¿Qué tal son los becarios nuevos?

—Dos de ellos pueden llegar lejos. El sobrino del profesor Martin, en cambio, no se lo toma demasiado en serio. Creo que solo está aquí por orden de los padres y el único objetivo que tiene es fastidiar lo suficiente al tío como para que acabe echándolo.

Cuando llegaron los operarios, Devlin y los demás los acompañaron a la galería para supervisar el trabajo. El profesor Martin no tardó en aparecer por allí atraído por semejante revuelo.

—¿Se puede saber qué demonios está pasando aquí?

Parecía en verdad enfadado y Devlin se acercó a él en tono conciliador. No le gustaban las peleas en público y mucho menos delante de todos esos desconocidos.

—Profesor, que alegría verle. En los últimos días es un raro placer. Ayer por la tarde descubrimos por casualidad una galería subterránea y he contratado a un equipo para que preparen una entrada adecuada y así poder explorarla sin riesgos.

Los ojos del profesor se achicaron y dieron paso a una expresión calculadora que a Nicole le recordó a una comadreja.

—Debería haberme informado de ello en cuanto hizo el descubrimiento. Yo soy el principal responsable de este yacimiento.

—Sí, supongo que podría haberlo hecho —respondió Devlin en un tono que no dejaba ninguna duda de que él y solo él era el único que mandaba allí—, pero sé que ha estado muy ocupado en los últimos días y no he querido molestarlo. De hecho, creo que debería volver a sus quehaceres. De momento, con la doctora Cornwell aquí tenemos más que suficiente.

Al doctor no le gustó nada ser despedido de esa manera y menos aún frente a testigos, pero sabía en qué momento las batallas estaban perdidas. Refunfuñó algo ininteligible por lo bajo y desapareció tan rápido como había venido.

—Ha sido demasiado fácil —dijo Nicole acercándose a Devlin.

—Lo sé, y no te preocupes, lo mantendré vigilado. Hasta que no me entere de lo que está tramando ese viejo zorro no pienso dejar que se acerque a nuestro descubrimiento.

En ese momento uno de los operarios se acercó a ellos. Parecía nervioso y unas enormes gotas de sudor salpicaban el uniforme.

—Señor McKinley, esta roca es en extremo dura. Hemos ensanchado un poco el pasadizo, lo suficiente para que quepa un hombre robusto, pero necesitamos una perforadora de mayor capacidad si queremos abrirlo más.

—¿Es seguro entrar en la galería?

—Sí, no hay peligro de derrumbamientos. Le hemos puesto unos refuerzos y la hemos apuntalado.

—¿Cuánto tardará en tener aquí esa perforadora?

—Si está dispuesto a pagar lo suficiente puede estar aquí mañana por la mañana.

—De acuerdo. Vengan a primera hora.

—Supongo que nada nos impide echar un vistazo ahora —comentó Jared—. No sé vosotros, pero yo, desde luego no puedo esperar hasta mañana.

—Supongo que no —contestó Devlin con una sonrisa diabólica.

Devlin, Nicole, Jared y Pat armaron en las oficinas unas mochilas con el equipo básico y algo de comida. Después, se adentraron en el pasadizo para explorar la galería del tesoro. Cuando llegaron, no pudieron creer lo que tenían ante los ojos.

—Esto es extraordinario, increíble.

Pat parecía haber encontrado un paraíso particular y miraba a todos lados en un intento por absorber toda la grandeza que los rodeaba. Llevaba muchos años trabajando en yacimientos y había encontrado muchas cosas importantes, pero nada parecido a aquello.

Nicole, que ya había visto la galería, se dedicó a observar las expresiones de admiración de sus compañeros ante semejante tesoro.

Devlin se fue a uno de los lados de la sala y los demás lo siguieron silenciosos, mientras observaban con una mezcla de adoración y misticismo todos esos tesoros que les habían sido revelados. Devlin pasó la mano con suavidad sobre las estatuas de los ídolos Ki’i akua.

—Estos son los guardianes del refugio que están pintados en la tablilla de la diosa Pele —explicó mientras miraba a Nicole—. Tiene que haber un pasadizo en algún lugar que nos lleve al palacio de la diosa.

—Tal vez no exista ningún palacio y sea solo una leyenda. ¿Quién querría construir algo aquí abajo? —aventuró Jared apesadumbrado pues, al igual que los demás, tenía una enorme sed de aventuras y necesitaba creer que en el mundo aún quedaban muchos secretos por descubrir.

—Pero si existiese, y tú fueses un gran rey que conociese la ubicación, ¿no querrías que te enterrasen cerca de ese lugar sagrado para descansar por toda la eternidad? —sugirió Pat.

—Hay cuatro guardianes —dijo Devlin después de revisar la galería—. Poneos cada uno enfrente de un guardián y miremos las diferencias que hay entre ellos. Tal vez alguno tenga algún tipo de resorte o palanca que abra la entrada del pasadizo que va al palacio.

Fueron repasando con extremo cuidado las cuatro estatuas, pero todas ellas parecían idénticas y no tenían nada ni de lejos parecido a una palanca.

—Hay otras estatuas parecidas diseminadas por la isla. En la época de Kamehameha eran muy comunes. Tal vez no sean estas las referidas en la tablilla.

—Tienen que ser estas. —Devlin estaba por completo convencido y no pensaba rendirse—. Lo sé.

—¿Y si la palanca estuviese en otra parte? —Jared se acercó al tesoro. Lo miró todo con detenimiento, sin tocar nada, para no alterar el estado original.

Los demás fueron hacia él y empezaron a buscar cada uno por un lado diferente. Dos horas después los ánimos empezaron a decaer. Se sentían en extremo frustrados, sobre todo Devlin, que intuía que estaba cerca del descubrimiento más importante de toda la vida.

Nicole se acercó a él para darle unas palabras de aliento, cuando algo le llamó la atención en forma poderosa. El busto de mujer de donde había tomado el collar estaba tallado en madera en forma muy bella, mientras que la peana que lo sostenía era de una piedra volcánica más bien tosca, muy similar a la de la galería. Desde luego no armonizaban juntos.

Asió el busto e intentó levantarlo, pero no se movió ni un centímetro, ya que pesaba demasiado para ella.

Devlin, que se había fijado en el repentino interés de Nicole por el busto, comprendió lo que pretendía hacer sin necesidad de palabras. Levantó el busto con facilidad y lo apoyó en el suelo, después de comprobar que no ocultaba ningún tipo de palanca secreta.

Sin muchas esperanzas, agarró la peana e intentó levantarla para verla mejor, pero le fue imposible. Parecía adherida al suelo de la galería.

—Jared, ayúdame a mover esto.

Ambos concentraron toda la fuerza de que disponían pero aun así les fue imposible moverla ni un milímetro.

—Hay una pequeña hendidura en la base que rodea la peana. Apenas se ve, pero la estoy tocando y puedo notarla a la perfección —comento Jared, mientras acercaba la linterna para intentar verla mejor.

—Vamos a intentar girarla en el sentido de la hendidura.

Juntos, Jared y Devlin empezaron a girar la peana sobre sí misma ante los ojos atónitos de Nicole y Pat. Al principio tampoco se movió pero, poco a poco, empezó a desplazarse con pesadez sobre sí misma.

Un ruido ensordecedor dominó la estancia por completo y una enorme piedra que había a un lado de la galería se movió por un sencillo mecanismo de poleas y dejó al descubierto un oscuro túnel de lava.

En silencio y de uno en uno penetraron en el estrecho túnel. Llevaban recorridos unos siete kilómetros cuando se encontraron con la primera bifurcación.

El túnel se dividía en otros tres, y a primera vista todos parecían iguales. Se miraron durante unos segundos, frustrados, sin saber que debían hacer, hasta que Jared se decidió a pronunciar la fatídica pregunta que todos estaban pensando.

—¿Cuál escogemos?

Devlin, que había tomado el papel de jefe de la expedición, tomó la decisión con rapidez, pues no quería que los compañeros le viesen dudar y se echasen para atrás en la loca aventura.

—Maldición, tendría que haber traído la tablilla. Está bien, podemos tomar el de la izquierda y haremos lo mismo cada vez que se presenten varias opciones. No podemos arriesgarnos a perdernos y sin la tablilla es imposible saber cuál es la opción correcta.

Nicole se acordó en ese momento de la cámara de fotos y la sacó de la mochila.

—Eso no hará falta. —Miró a los demás con cara de suficiencia—. Chicos, dad gracias por vivir en la era digital. Ayer le saqué unas fotos a la tablilla. Tal vez haciendo zoom logremos descifrar el camino.

Todos se pusieron alrededor de Nicole y observaron los grabados que se veían en las fotos de la tablilla. Devlin tomó la cámara para observar las fotos más de cerca y elegir la que le pareció más nítida para guiarlos.

—Parece que mi instinto no estaba equivocado, hay que ir por la izquierda. —Devlin miró a Nicole y le dio un rápido beso en los labios—. De todas formas, gracias por traer las fotos.

La pendiente de ese corredor era bastante pronunciada y a eso le tenían que sumar los numerosos tramos en los que tenían que agacharse para no darse golpes en la cabeza con las estalactitas del techo, por lo que el avance se hacía cada vez más lento y trabajoso.

A medida que avanzaban, la temperatura dentro del túnel iba aumentando de manera alarmante, lo que hizo suponer a Devlin que iban avanzando en dirección a la caldera del Kilauea. No lo expresó en voz alta, para no alarmar sin remedio a los demás, pero la expresión cavilante de Pat le hizo saber que ella también estaba pensando en esa posibilidad.

Nicole tenía la piel de gallina a pesar del calor. Los espacios cerrados y pequeños la ponían nerviosa, pero la compañía lo hacía más llevadero.

—Tal vez deberíamos volver al hotel y tomar la tablilla —se aventuró a decir, a pesar de que no quería ser la aguafiestas del grupo—. En las fotos no se distinguen muy bien las bifurcaciones y podemos perdernos.

—Supongo que eso sería lo más inteligente. —Devlin miró a los demás para saber la opinión. Todos sabían lo que tenían que hacer, pero nadie, ni tan siquiera Nicole, quería dar marcha atrás. Consultó el reloj. Llevaban andando casi cuatro horas—. Podemos seguir avanzando un poco más y, si no encontramos nada, volveremos mañana con la tablilla.

—Me parece bien, pero yo necesito comer algo y descansar cinco minutos. —Pat se paró en seco, se sentó y los demás la imitaron. Sacó unos sándwiches de la mochila y los repartió entre los compañeros.

—Sí que vienes preparada, Pat. Si tengo que perderme con alguien me alegraría que fuese contigo. —Nicole tomó uno de atún y una botella de agua mineral que le dio Devlin.

—Si algo aprendí con mi profesión es que hay que estar siempre preparada para cualquier eventualidad. Uno sabe a qué hora empieza a trabajar, pero nunca cuando va a acabar.

Terminaron de comer y siguieron la marcha con las fuerzas renovadas. Después de andar un par de horas más, estaban a punto de dar la vuelta cuando llegaron a una gran sala redonda. En principio, parecía que no tenía salida, pero después de revisarla bien descubrieron una pequeña abertura en una de las paredes de lava que llevaba en forma directa hacia un enorme precipicio. Parecía ser muy profundo y ni con sus potentes linternas conseguían ver el fondo.

—Tenemos cuerdas, arneses, poleas y mosquetones. Si me esperáis aquí podría descender un poco para ver qué hay ahí abajo.

—¡Estás loco, Dev! Es una bajada en vertical. —La piel de Nicole se erizó por el miedo—. Podrías matarte.

—He escalado paredes como esta millones de veces, cariño. Te aseguro que no me pasará nada. —Devlin le acarició la mejilla con suavidad y le dio un cálido beso en la boca, pero Nicole se separó en forma brusca.

—Ni se te ocurra intentar distraerme con eso de los besos. No vas a bajar por ahí y es mi última palabra.

—Te prometo que solo bajaré un par de metros y, si no veo nada, volveré a subir, nos iremos y volveremos mañana con el equipo necesario. Después de todos los kilómetros que hemos recorrido hoy, es absurdo dar la vuelta sin echar ni tan siquiera un pequeño vistazo.

—De acuerdo, pero yo bajaré contigo.

—Ni hablar, puede ser peligroso.

—Bajaremos los dos. —Nicole no iba a ceder esta vez y Devlin entendió que ahora era el turno de ella de salirse con la suya—. O no bajará nadie.

—Está bien, bajaremos los dos y si vemos que no hay peligro os haremos una señal para que bajéis vosotros después. Jared, una vez abajo exploraremos un poco la cueva antes de que bajéis para ver si merece la pena —sentenció Devlin para dar por zanjado el tema. No quería perder tiempo discutiendo cuando intuía estar tan cerca de alcanzar el objetivo. —Nos mantendremos en contacto por los walkie-talkies que tenemos en las mochilas.

Devlin recogió la mochila y preparó las cuerdas atándolas por un extremo alrededor de una pesada roca que sobresalía del suelo y por el otro enganchándola a su arnés y al de Nicole.

—Creo que esto aguantará.

Tensó las cuerdas varias veces y luego se dirigió a Nicole.

—¿Estás segura de que quieres bajar? No tienes por qué hacerlo. Podemos ir Jared y yo y tú puedes esperar aquí arriba con Pat.

La expresión tierna de Devlin hubiese desarmado a Nicole en cualquier otra ocasión, pero no ahora. Nunca había sido una cobarde y no iba a empezar a esas alturas de la vida. Si la bajada era lo suficiente segura para Devlin, también lo era para ella.

—Voy a ir.

Devlin se acercó a ella y le dio un beso ardiente, mientras Jared y Pat desviaban la vista por educación, con un repentino interés por las rocas que cubrían las paredes de la cueva.

—Baja con cuidado. Sobre todo hazlo despacio y no tengas miedo, si pasa cualquier cosa recuerda que yo estaré cerca.

Devlin dio de nuevo instrucciones a Jared para que fuese soltando la cuerda poco a poco, a medida que él y Nicole bajaban por la pendiente vertical.

Después, sin mirar atrás ni una sola vez, Devlin y Nicole empezaron a bajar con lentitud por el precipicio, bajo la atenta mirada de los otros dos compañeros.

Bajaron durante quince minutos en completo silencio, guardando fuerzas para el esfuerzo que supondría la subida y temiendo a cada instante que la cuerda tensa indicase que no era lo bastante larga como para llegar al final del pozo.

La dificultad principal consistía en no deslizarse con demasiada rapidez por la pared vertical. Por fortuna, dicha pared estaba llena de hendiduras y erosiones en la porosa lava que ambos usaban a modo de peldaños, lo cual facilitaba en forma notable la ya de por sí difícil labor.

—Lo estás haciendo muy bien, Nikki. Si estás cansada podemos parar y descansar un ratito.

—No te preocupes por mí, estoy bien. Lo único que siento es que no pueda verme mi profesor de pilates, no se lo va a creer cuando se lo cuente.

—Prometo corroborar tu historia, pequeña.

Nicole siguió bajando sin mirar hacia abajo hasta que vio que Devlin se paraba y enfocaba el fondo del precipicio con la linterna.

—Está muy oscuro, pero me parece que ya se acerca el final; calculo que faltaran unos tres o cuatro metros más o menos —transmitió por el walkie mientras intentaba recuperar el aliento.

Tomó fuerzas, miró a Nicole para comprobar que estaba preparada para continuar, y cuando ella asintió con un leve movimiento de cabeza siguieron bajando, mientras los compañeros soltaban cuerda con lentitud.

De pronto, los amigos pararon de soltar cuerda sin previo aviso. Nicole y Devlin se miraron con estupor cuando oyeron un murmullo de voces procedentes de lo alto del precipicio. No lograban entender lo que decían o quién hablaba, pero cada vez sonaban más altas y agresivas.

Instantes después sonó un disparo que rebotó en las paredes de la caverna, seguido de más gritos y confusión. Parecía como si una batalla campal se hubiese desatado ahí arriba.

—¿Qué está pasando ahí arriba? ¿Estáis bien? Contestadme, por favor. —El corazón de Devlin empezó a latir a mil por hora. Temía lo peor y se culpaba por la imprudente aventura.

Silencio absoluto. Nadie contestó, y todos los sentidos de Devlin se pusieron en alerta máxima.

El instinto le decía que algo muy malo estaba pasando allá arriba. Intentó pensar qué opciones tenían pero, por desgracia, colgados en ese precipicio, no eran demasiadas.

Se guardó el walkie-talkie en uno de los múltiples bolsillos del pantalón e indicó a Nicole que siguiese bajando mientras él empezaba a subir con lentitud, pero sabía que sin la ayuda de los compañeros nunca podría llegar hasta arriba.

Enfocó la linterna hacia la parte superior del precipicio con la esperanza de ver a alguno de los amigos y que le explicase lo que estaba pasando.

Le pareció ver una sombra que se asomaba y se agachaba y, cuando iba a abrir la boca para hablar y preguntar otra vez qué estaba pasando, la cuerda se soltó y él cayó sin remedio. De manera casi instantánea se encogió y adoptó una postura capaz de minimizar el golpe que sentiría en forma inexorable.