16

Nicole estaba nerviosa. Cuando se fue a vivir a San Francisco, perdió todos los lazos que tenía con el pasado y eso implicaba perder también las pocas amigas que había tenido en la juventud, así que nunca había estado en una despedida de soltera. Y dentro de un escaso par de horas iba a empezar la suya.

Rogaba a Dios que Pat no la avergonzase ni trajera a un chico musculoso para hacer un strip-tease aunque, conociéndola, le parecía muy probable fuera eso lo que pensaba hacer. Se moría de vergüenza solo de pensarlo. La única opción que le quedaba era confiar en que Kai refrenase un poco los locos impulsos de Pat, de lo contrario ya podía darse por perdida.

Empezó a arreglarse pero no tenía ni idea de qué demonios ponerse para semejante acontecimiento. ¿Cómo se vestía una para la noche más embarazosa de la vida? No quería ponerse nada demasiado provocativo y dar así rienda suelta a las fantasías de Pat para esa noche, pero tampoco quería parecer una santurrona recién salida de un convento.

Después de probarse medio armario tres o cuatro veces, por fin se decidió por unos vaqueros estrechos de Citizens of Humanity y una camisa negra ajustada de Christian Audigier. Se aplicó un poco de maquillaje y se recogió la melena rubia en un moño alto. Se miró al espejo y le devolvió una imagen demasiado formal, así que se soltó algunos mechones para que cayesen con gracia sobre la cara. Se volvió a mirar y ahora sí se encontró perfecta.

—Estás preciosa. —Devlin acababa de salir de la ducha. Todavía estaba mojado y a Nicole se le ocurrieron formas mucho más interesantes de pasar esa noche que la dichosa despedida de soltera. Por desgracia para ella, tendría que dejarlas para más tarde.

—¿No me ves demasiado normal?

—Tú nunca podrías estar normal. Siempre estás perfecta, cariño, y esta vez tampoco es una excepción. —Devlin se acercó a ella por detrás y le mordisqueó el cuello con suavidad.

—Dices eso porque te vas a casar conmigo mañana y quieres que esté de buen humor. —Nicole estiró el cuello facilitándole así el acceso al punto débil.

—Cariño, por muchas ganas que tenga de hacerte el amor, no vas a conseguir distraerme y evitar tu despedida de soltera.

—Tenía que intentarlo —contestó Nicole, resignada.

—Debería darte vergüenza —bromeo él—. Pat y Kai se han tomado muchas molestias organizándolo todo.

Devlin se preparaba para la despedida que le estaba organizando Jared, y Nicole esperaba que pasase tanta vergüenza como ella. Después de todo, él tenía la culpa de todo lo que iba a pasar. Si hubiese organizado una boda como Dios manda, habría podido evitar esa horrible situación. Habría tenido tiempo de buscar alguna excusa tonta, cualquier cosa antes de enfrentarse al ridículo.

—Deja de fruncir el ceño, Nikki —dijo él y la acarició el brazo de una forma muy sugerente mientras hablaba—. Ya verás que no es para tanto. Si le pones un poco de ganas e imaginación, puede que hasta te sorprendas y te diviertas.

—Eso lo dices tú que no tienes a la loca de Pat intentando volver tu vida del revés en una sola noche.

—Si la cosa se desmadra mucho, llámame. Llevaré mi celular conectado todo el tiempo.

Lo decía en serio y eso consiguió alertar todavía más los ya de por sí destrozados nervios de Nicole.

Cuando Pat fue a recogerla, le dijo a Devlin que no esperase a Nicole de vuelta esa noche, que traía mala suerte que el novio viese a la novia antes de la boda, así que, para respetar la tradición, Nicole y Kai dormirían esa noche en la casa de Pat.

Devlin, en un principio, se negó y refunfuñó, pero como Nicole estuvo por completo de acuerdo en seguir esa estúpida tradición, al final tuvo que darse por vencido.

Antes de dejarlas marchar, le dio a Nicole una tarjeta con el teléfono del chofer. Si bebían debían llamarlo para volver a casa y, en ningún caso, ponerse al volante del coche después de haber tomado la primera gota de alcohol. Nicole se sintió como cuando tenía quince años y su madre le inculcaba las normas que debía seguir si quería salir por la noche.

Subieron en el destartalado Chevrolet de Pat y tardaron diez minutos exactos en conseguir que arrancase el motor.

—Lo siento, pero es lo único que le pude sacar a mi primer marido después del divorcio. Tendría que haberlo cambiado hace tiempo, pero por alguna extraña razón me he encariñado con él.

—Una vez que consigues arrancarlo, parece bastante seguro.

Pat empezó a reírse como si hubiese contado el chiste más gracioso del mundo.

—Eso sí que ha sido bueno, Nikki. Me encanta tu sentido del humor.

Diez minutos más tarde llegaron a un bar con un descomunal cartel en la puerta cuyas enormes letras rosas de neón dejaban leer el nombre: «El demonio azul». Como el nombre indicaba, era un antro de mala muerte, lleno de humo, ruido y chicas ya muy borrachas y descontroladas que gritaban todo tipo de obscenidades. Todas ellas estaban mirando a un musculoso joven que se acariciaba una y otra vez todo el cuerpo, vestido solo con un mini tanga rojo y negro, que apenas lograba ocultar ningún detalle de la portentosa anatomía. Mientras, dos chicas por completo entregadas lo embadurnaban con un líquido pringoso y gelatinoso de un sospechoso color rosa fucsia.

—Esto es peor de lo que me había imaginado —dijo Nicole quien, apenas había puesto un pie dentro del local, ya tenía unas enormes ganas de salir corriendo a cualquier parte.

—No seas aguafiestas, Nikki. Tienes que pasártelo bien. Es tu obligación, después de todo es tu despedida de soltera y, si todo sale bien, será la única. Así que será mejor que la aproveches. —Pat le guiñó un ojo con descaro.

Nicole se comprometió a cambiar de actitud. Después de todas las molestias que se había tomado Pat por organizarlo todo, era lo menos que podía hacer.

—Prometo ser la chica más divertida de la fiesta, pero no puedo quedarme hasta muy tarde. Mañana me caso y no quiero salir en las fotos con unas ojeras que me lleguen hasta el suelo.

—Uff. —Pat la miró como si fuera un caso perdido y, sin mediar palabra, la empujó con firmeza para que siguiese avanzando hacia la mesa que les correspondía.

Pat había reservado una mesa en la primera fila, junto al escenario, y en ella estaba esperando Kai, que parecía tan fuera de lugar allí como ella misma, junto con unas cuantas amigas que Pat había invitado para animar la noche.

Nicole no conseguía apartar los ojos del pobre bailarín y se imaginaba cómo se sentiría al ser considerado por las mujeres del local como un simple trozo de carne para divertirse. Se ordenó con la mente, por milésima vez, desterrar de la cabeza esos absurdos pensamientos si no quería estropear por completo la velada.

Pidieron una ronda de caipiriñas y un chupito de tequila para empezar a calentar la noche.

—Será mejor que cierres la boca, Nicole —bromeó una de las chicas—. Ya estás empezando a babear con el bailarín.

El camarero les trajo las bebidas y unos entrantes variados que no tenían demasiada buena pinta. A pesar de eso, fueron devorados casi al instante.

—No sé de qué son, pero están buenísimos, sobre todo esa especie de rebozado con forma de falo —dijo Kai con inocencia, mostrándolo antes de comerlo.

—Si quieres seguir tomándolos es mejor que vivas en la ignorancia y sigas sin conocer los ingredientes. La fama de este sitio no se debe a la calidad de los platos.

—¿En verdad el arroz es de color azul o ya se me han subido las caipiriñas a la cabeza? —preguntó una de las chicas mientras daba vueltas al plato de arroz con un tenedor.

—Sí, es azul —reconoció Nicole mientras miraba con ojos desorbitados un plato de comida con formas que iban desde un pene hasta unos pechos talla XXL—. Nunca me imaginé que hubiese tanta variedad de cocina erótica.

—Pues espera a ver los postres, son la especialidad de la casa. Los hay de todas formas, colores y sabores.

Nicole tembló solo de pensarlo.

A la cuarta ronda, Nicole ya estaba integrada en pleno en el variado grupo. Después de todo, una despedida de soltera no resultaba tan mala idea.

La cabeza comenzaba a darle vueltas cuando Pat sacó con gran ceremonia una pequeña bolsa plateada de debajo de la silla.

—Tenemos que hacer un brindis. —Pat se levantó con la copa en la mano y al hacerlo casi volcó todo el contenido de la mesa. Por fortuna, todo lo que estaba encima de la mesa volvió en forma misteriosa al lugar que correspondía sin mayores contratiempos.

—Por la chica con más suerte que conozco, que ha atrapado al soltero más excitante y rico que yo haya visto nunca en este asqueroso planeta.

Nicole se sorprendió por el vocabulario subido de tono que Pat estaba mostrando esa noche, pero las amigas no se dejaron impresionar y corearon el brindis entre risas y bromas.

—Y ahora, Nikki, te vamos a hacer entrega de unas cosas que toda mujer debe poseer antes de casarse. —El tono de Pat era por completo solemne, como si fuese el mismísimo presidente de los Estados Unidos y estuviese a punto de hacerle entrega de una medalla en la Casa Blanca.

La cara de Nicole se puso roja como un tomate cuando la doctora sacó un enorme vibrador plateado con imitaciones de brillantes incrustados y lo puso encima de la mesa, sin ningún disimulo.

—Esto te ayudará a superar las largas noches de insomnio cuando tu queridísimo Devlin esté trabajando. A mí me regalaron uno cuando me casé y me duró más que mi primer marido. —Todas se pusieron a reír en forma estrepitosa y atrajeron sobre ellas las miradas de las chicas que ocupaban las mesas más cercanas.

También le regalaron un conjunto de lencería comestible con sabor a fresa que destacaba por la poca tela que habían empleado en confeccionarlo. Nicole pensó que, si algún día se lo ponía, a Devlin le daría un infarto.

Cuando ya creyó que todo había acabado, Kai sacó otra bolsa idéntica a la anterior de debajo de la silla. En ella había: unas esposas forradas en tela con estampado de tigre, un látigo al más puro estilo Indiana Jones y un pequeño pene que saltaba de un lado a otro, sin parar, cuando se le daba cuerda.

—El bailarín no te saca el ojo de encima. Si quieres podemos llamarlo para que se acerque aquí y nos haga un pasecito privado.

Nicole sintió unos enormes escalofríos recorriéndole la espalda solo de pensar en que se acercase a ella con la cantidad de bacterias que debía de tener en todo cuerpo, después de que numerosas féminas le chupasen los restos de nata y gelatina que se había puesto minutos atrás.

—Creo que tú deberías lanzarte primero para dar ejemplo, Pat —la desafió Nicole en un intento por desviar la atención de sí misma.

—De acuerdo —aceptó Pat—, pero tienes que prometerme que tú serás la siguiente.

Antes de que Nicole pudiese responder, Pat se levantó y llamó a uno de los bailarines que estaban dispersos por el salón con un gesto sensual de la mano.

Él se acercó con una sonrisa y permitió que Pat le pusiera un par de billetes en el abultado tanga mientras lo manoseaba en forma ostentosa.

A cambio de tan generosa propina, la premió con un pequeño baile erótico consistente en restregar todo el cuerpo contra el de ella. A Nicole le recordó a la gata de su madre cuando estaba en celo. La seria doctora resultaba una auténtica caja de sorpresas.

Después de bailar con Pat, el joven, envalentonado por la desmedida reacción, pasó por todas las chicas de la mesa, quienes fueron metiéndole billetes en el tanga mientras él repetía los mismos movimientos una y otra vez con cada una de ellas. Hasta Nicole tuvo que reconocer que, después de unas cuantas copas, todo ese ajetreo resultaba por demás divertido.

—¿Después de aquí a dónde iremos?

—Directas a casa de Pat. Por si lo has olvidado Kai, me caso mañana y no quiero acostarme muy tarde.

—Por eso mismo debes aprovechar al máximo esta noche —la recriminó—. Mi gente nunca hace estas cosas tan divertidas. Ojalá me hubiese escapado antes.

—¿Escapado? ¿De dónde te has escapado tú? —preguntó Pat con el entrecejo arrugado pues intentaba desenmarañar la tela de araña en que se le había convertido la mente después de tantas copas de alcohol.

Kai miró nerviosa a Nicole pues no sabía qué contestar y ella acudió en ayuda de Kai con rapidez.

—De su novio. Están peleados y ambas creímos que lo mejor era que se alejase un poco para descubrir qué quería hacer en realidad con la relación. —Se sintió como una serpiente rastrera por mentir a la doctora, después de todo lo que había hecho por ella, pero se justificó a sí misma pues sabía que lo hacía por una buena causa. Devlin, Jared, Kai y ella misma habían decidido que lo mejor era mantener el secreto de la vida de Kai tanto tiempo como fuese posible.

—No me extraña, Kai. Todos los hombres son unos cerdos. No sé qué te ha hecho a ti el tuyo, pero seguro que fue una decisión correcta venir a pasar unos días con Nicole. —La doctora volvió a levantar la copa y esta vez tiró la mayor parte del contenido en el intento—. Un brindis por Kai y por el valor de dejar atrás a ese hombre para caer en nuestras maternales manos. No te preocupes por nada, preciosa, nosotras vamos a cuidarte muy bien.

Todas se sumaron al brindis con entusiasmo y pidieron una nueva ronda de caipiriñas y otro chupito de tequila.

Nicole empezó a encontrarse un tanto mareada, a pesar de que había bebido bastante menos que las compañeras de mesa. Así, decidió salir un momento a la terraza para respirar aire fresco. Kai insistió en acompañarla, pero ella se negó con vehemencia. Sabía que Kai se estaba divirtiendo mucho y no quería aguarle la fiesta.

—No te preocupes, volveré enseguida. —Le puso una mano en el hombro y la empujó para que se sentase de nuevo—. Solo necesito que me dé un poco el aire y enseguida estaré como nueva. Esta última ronda de tequilas ha sido mortal.

Se levantó con dificultad y fue hacia la salida haciendo eses. La terraza estaba del todo vacía y Nicole agradeció el silencio y la tranquilidad que le ofrecía. No se había dado cuenta de lo molesta que era la música tan alta hasta que dejó de oírla.

Se sentó en el muro del bar y miró hacia el mar, pero giró sobresaltada cuando una sombra salió sin previo aviso de alguna parte detrás de ella.

—Lo siento, ¿te he asustado? —Uno de los bailarines se sentó al lado. Demasiado cerca de ella para su gusto. Los muslos desnudos y aceitosos de él rozaban los de Nicole. Se separó unos centímetros con discreción para que él no lo notara.

—No, no te preocupes. Solo estoy descansando un poco de tanto ajetreo y por un momento me he quedado ida pensando en mi mundo.

Él puso cara de entenderla bien.

—Lo sé, yo tampoco aguantaba más tanto jaleo. Por lo general no hay tanta gente los días de semana, pero hoy parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para venir a celebrar aquí la despedida de soltera.

—¿Hace mucho que trabajas aquí? —A Nicole le pareció por completo inofensivo, así que pensó que un poco de conversación no haría ningún daño.

—Un par de meses. Durante el día tengo que ir a la universidad así que no me quedan demasiadas opciones para encontrar un trabajo con el que pagarme los estudios.

—Sé lo duro que es estudiar de día y trabajar por la noche. Yo me pagué mi primer coche trabajando en una cafetería por las noches, al salir de clase. —Nicole sonrió al recordarlo.

—Lo es.

—¿Qué estudias?

—Medicina. Me gustaría especializarme en ginecología, me gusta mucho tratar con mujeres.

Nicole miró la expresión divertida con que dijo esto y supo que estaba bromeando.

—No, en serio. ¿Qué especialidad te gustaría escoger?

—Aún no lo sé. Me gusta mucho la cirugía, pero necesito mantener la media muy alta y no sé si seré capaz.

—Si de verdad es lo que te gusta y estudias lo suficiente, seguro que lo conseguirás.

Se quedaron unos minutos en completo silencio, contemplando el mar, cada uno absorto en sus propios pensamientos, hasta que él habló de nuevo.

—¿Y tú qué haces aquí? ¿Has venido a la despedida de alguna amiga?

—Es la mía.

—Debí imaginar que una chica tan bonita como tú debía de estar comprometida. —Puso una expresión contrariada—. Si quieres, puedo llevarte arriba y hacerte pasar una noche inolvidable. Tal vez, después, puedas enseñarle algo a tu futuro marido.

A Nicole le hizo mucha gracia la proposición pues venía de un joven al que debía de llevarle más de diez años, pero no lo demostró por miedo a que él se ofendiera.

—Eres muy amable, pero no creo que a mi futuro marido le parezca una buena idea.

Él la miró en forma directa a los ojos y supo que no iba a conseguir nada con ella, así que se despidió con cortesía y se alejó con una actitud que intentaba salvaguardar el orgullo que aún le quedaba.

Nicole se quedó sentada un rato más para disfrutar la tranquilidad. Ya iba a meterse dentro del bar cuando algo duro se le clavó en la espalda.

—Gírate muy despacio y no se te ocurra hacer ninguna tontería.

Nicole tembló al oír la conocida voz del profesor en la espalda. Giró con lentitud y se encontró con el cañón de una pistola que le apuntaba directo al corazón.

—¿Qué haces aquí?

—Devlin no me ha dejado otra opción. Todo el mundo me está buscando, no puedo ni asomar la cabeza fuera de mi escondite sin temer que alguien vaya a reconocerme y delatarme. Además, no estoy dispuesto a largarme sin el tesoro. Es mío, me lo he ganado.

—Así no vas a conseguir nada —dijo Nicole y señaló la pistola con la cabeza—. Es mejor que te entregues antes de que hagas más daño.

—Voy a llevarte como rehén. —Él parecía muy seguro de sí mismo, aunque Nicole sabía que ese plan estaba abocado al fracaso. Toda la policía de Hawaii estaba tras de él y tarde o temprano lo iban a atrapar. Solo esperaba que no fuese tarde para ella.

—¿Y si me niego a ir contigo?

—Entonces tendré que matarte aquí mismo, o tal vez entre dentro del bar y mate a alguna de las zorras con las que te estás divirtiendo.

Los ojos del profesor la observaban vidriosos. Tenía la expresión de un loco salvaje y Nicole no dudó ni por un instante que sería capaz de cumplir esas amenazas en cualquier momento.