9

A la mañana siguiente, cuando Nicole se despertó, vio a Devlin trabajando con la computadora portátil en el escritorio que estaba junto al balcón de la habitación. No hizo ningún movimiento, quería aprovechar ese preciado instante para observarlo a su antojo. Estaba recién duchado, con pelo todavía estaba húmedo, y eso le hizo recordar el maratón de sexo que habían tenido la noche anterior.

—¿Vas a quedarte toda la mañana mirándome, perezosa? —Devlin dijo esto sin levantar la vista de la pantalla y Nicole no pudo entender cómo había logrado saber que ella estaba despierta. Estaba segura de no haber hecho ningún ruido.

—¿Cómo has sabido que ya estaba despierta?

—Porque hace dos minutos que has dejado de hacer ese maravilloso ruidito que haces al dormir.

—¿Maravilloso ruidito? —comentó mientras se incorporaba en la cama, sin dar crédito a lo que oía—. Espero que esa no haya sido una manera educada de decirme que ronco, porque sé con absoluta certeza que no lo hago.

—¿No hay un beso de buenos días? —se quejó él—. Después de todo, me he levantado temprano para solucionar tus problemas.

—¿Has hablado ya con los chicos?

Él no pudo contener una sonrisa al oír esa forma de referirse a sus socios. Puede que en los años de estudiantes la palabra «chicos» los definiese bien, pero en el presente quedaba bastante fuera de lugar para describirlos.

—Si te oyen llamarlos así, no volverán a hablarte nunca más. Y sí, ya he hablado con ellos y vendrán mañana por la noche. Puede que Jared llegue antes. Con él nunca se sabe. Le gustan las sorpresas.

—Entonces, no se parece demasiado a ti.

Devlin dejó la frase sin contestar. Ya había hablado suficiente de sus socios. No le gustaba que ella perdiese el tiempo pensando en otros hombres, ni siquiera por motivos de trabajo. Empezaba a comportarse como un hombre celoso. Eso no le gustaba demasiado, le hacía sentir que no tenía el control de la situación y a él le gustaba controlar todo.

—¿Qué te parece si te duchas y nos vamos a la cueva? Ayer dejamos a Pat abandonada sin avisar. Con lo meticulosa que es ella, puede que aún nos esté buscando.

Nicole se puso roja como la grana al escuchar semejante posibilidad.

—¿Crees que se habrá dado cuenta de por qué desaparecimos? —Estaba por completo mortificada, como una escolar a la que hubiesen descubierto escabulléndose de las clases.

—Solo estaba bromeando, cariño. No le pago para que piense sobre lo que hago o dejo de hacer.

Nicole saltó de la cama y se fue a la ducha. Cuando volvió a entrar en la habitación él bebía una taza de café mientras leía el periódico.

—¿Quieres desayunar? Como no sabía qué te apetecía he pedido un poco de todo. Tenemos café, exprimidos, tostadas y bizcochos.

—Con el café y un bizcocho será suficiente, gracias.

Nicole comenzó a desayunar mientras revisaba la ropa que él le había comprado. Por fin se decidió por las bermudas verdes de Marc Jacobs y una camisa negra de DiVillain. Cuando giró hacia él, vio que estaba de pie, mirándola sin ningún tipo de disimulo.

—Estás fabulosa.

—Gracias por el cumplido y por la ropa. Me encanta la camisa.

—En cuanto la vi, supe que te gustaría.

Cuando llegaron al yacimiento, no vieron a nadie por los alrededores. Nicole siguió a Devlin hasta una de las casetas prefabricadas.

Fuera hacía bastante calor, así que notó una gran diferencia de temperatura cuando entraron. La habitación estaba vacía, pero el aire acondicionado estaba funcionando al máximo. Nicole sintió un escalofrío involuntario y se frotó los brazos mientras recorría la habitación con la mirada.

Por dentro era más grande de lo que aparentaba por fuera. Tenía dos puertas que debían de dar a otras habitaciones. Ellos estaban en una acogedora habitación en la que reinaba el desorden. Había tres mesas con idéntico número de sillas y computadoras. Además, había un mostrador donde descansaban algunos hallazgos arqueológicos y Nicole supuso que habían sido encontrados en la excavación. Las paredes estaban dominadas por unas estanterías llenas de libros y de multitud de cachivaches que ella fue incapaz de identificar.

—No entiendo cómo alguien puede trabajar con este frío.

—Créeme, si te pasas la mayor parte del día sudando la gota gorda en una cueva oscura y con poco aire, agradeces cualquier tipo de corriente, aunque sea del aire acondicionado.

—Supongo que tú eres el experto.

Nicole no pareció muy convencida, pero Devlin lo dejó pasar. Después de unas cuantas horas trabajando en la excavación lo comprobaría por sí misma.

—Tengo una pequeña cámara en el bolso. ¿Te importa si saco unas fotos para mi artículo? Esta habitación es bien pintoresca.

Devlin la miró como si se hubiera vuelto loca; tan solo era una habitación a la que él no lograba encontrarle ningún interés.

—De acuerdo, pero no quiero ver nada publicado hasta que te dé mi autorización.

—Ok, pero mañana debo mandarle algo a mi editor o me pondrá de patitas en la calle. Si te parece bien, esta noche puedo hacerte algunas preguntas y escribiré algo. Podrás leerlo antes de que lo envíe y... —Nicole se puso la mano en el corazón de forma solemne— ...prometo no nombrar ningunos huesos regios.

—Él no te pondría de patitas en la calle, eres demasiado buena en tu trabajo. Si tiene un mínimo de sentido común ya debería saberlo.

Nicole sacó algunas fotos, mientras Devlin se sentaba en uno de los escritorios a revisar unos papeles. Lo miró y empezó a disparar con la cámara dejando en completa libertad el instinto periodístico.

—No te muevas.

Cuando acabó de decir la frase supo que había sido una mala idea. Devlin se puso tenso de inmediato y en la cara se formó una mueca que distaba mucho de parecerse a una sonrisa.

—¿Quieres borrar esa sonrisa forzada de tu cara? Parece que estuvieras posando para un reportaje de quinceañeras excitadas.

—Algunos dirían que eso se parece bastante a lo que estoy haciendo.

Eso todavía lo tensó más y Nicole se dio al fin por vencida. Ya lo tomaría desprevenido más tarde.

La entrada del profesor Martin en ese momento evitó una nueva disputa. Nicole no entendía por qué no podían hablar más de cinco minutos sin entablar una discusión. Lo peor era que empezaba a gustarle. De hecho, se había descubierto varias veces disfrutando con los duelos verbales que tan a menudo se producían entre ellos.

—Señor McKinley. —El profesor pareció por completo sorprendido y no muy contento de encontrarles allí—. No sabía que iba a venir tan temprano. Si me hubiese avisado, habría estado aquí para recibirle.

—No se preocupe. He estado mirando sus archivos.

Devlin dejó la frase a medias y lanzó una mirada penetrante a la espera de la reacción del profesor.

—De haberlo sabido, los hubiese puesto al día. Llevo un par de días muy ocupado y apenas he tenido tiempo de ponerme con el trabajo de oficina.

—Lo sé. Por lo que dice aquí, ya ha empezado a excavar en el túnel 2C.

—Sí.

El profesor Martin parecía nervioso y Nicole notó que el sudor empezaba a brillarle en la frente, algo que no se podía atribuir al calor dado el tremendo frío que hacía en la habitación.

—Recuerdo que habíamos establecido que no empezaríamos con esa zona hasta haber acabado con la galería principal.

—Así es —logró balbucear—. Pero la doctora Cornwell demuestra tener ese sector bien controlado, así que creí que era mejor que yo empezase por otro. De todas formas, creo que estaba equivocado, porque de momento no he encontrado nada de interés.

Nicole, como buena periodista, estaba acostumbrada a leer el lenguaje corporal de la gente, y el profesor Martin proclamaba a gritos que estaba mintiendo. Devlin, sin embargo, pareció darse por satisfecho con la explicación porque no le hizo más preguntas.

—Supongo que ya se va.

—Supone mal, Martin. En verdad, he decidido tomarme unas pequeñas vacaciones de mis negocios para participar en la excavación en forma más activa, y espero que usted ponga los archivos al día. Mañana vienen mis socios y me gustaría poder informarles acerca de nuestros avances con todo lujo de detalles.

Lo dijo de forma amistosa, pero el tono no dejaba lugar a dudas de que era una orden, y el profesor debía obedecer tanto si le gustaba como si no.

—Por supuesto —balbuceó.

—Si me necesita, estaré en la galería central. ¿La doctora Cornwell ya está allí?

—Sí.

Por un momento, Nicole pensó que el buen hombre parecía por demás irritado, pero cambió de expresión con tanta rapidez que no estuvo segura de haber visto algo o habérselo imaginado.

Salieron de la oficina sin decir ni una sola palabra y a Nicole le costó horrores esperar para intercambiar impresiones hasta haber llegado a una distancia prudencial.

—Ese hombre no me gusta. Oculta algo. Hasta un niño podría ver que no es de fiar.

Devlin se rió y Nicole supo, antes de que hablase, que él también pensaba lo mismo.

—Lo sé, mi pequeña observadora. Pero a los enemigos, una vez que se han metido en casa, es mejor mantenerlos cerca, por lo menos hasta saber qué se traen entre manos.

—No me extraña que triunfes en los negocios. Tienes una sangre fría impresionante. —Nicole expresó admiración con toda franqueza—. Yo le hubiese pateado el trasero hasta la puerta sin pensar en las consecuencias.

Esta vez fue el turno de Devlin de mirarla con una mezcla de sorpresa y diversión.

—Me encanta cuando dices cosas sucias.

—Eres un pervertido —replicó Nicole.

—Y tú, mi fuente de perversión.

Nicole decidió que era más sabio callarse la boca. Sabía que, si seguían por ese camino, acabaría desnuda en cualquier lugar de la maldita caverna y, después del desahogo del día anterior, eso no le apetecía demasiado. Ya no tenía diecisiete años como para andar revolcándose en cualquier sitio, como una adolescente excitada, y le había quedado la espalda dolorida a causa de las rocas que se le habían clavado la tarde anterior.

Cuando llegaron a la galería principal, vieron a Pat por completo enfrascada en el trabajo.

—Hola —dijo con alegría, sin levantar la vista de lo que estaba haciendo—. No estaba segura de si vendríais hoy.

Devlin contestó enseguida para adelantarse a que Nicole contase alguna absurda explicación que todavía los pondría más en evidencia. Era una mujer fantástica, pero no sabía mentir.

—Hola. ¿Has encontrado algo interesante?

—Sí. —Y ahora sí que los miró en forma directa, y con una sonrisa radiante en la cara—. Después de que veas esto no vas a tener más remedio que subirme el sueldo.

—Ya te pago demasiado, pero enséñame lo que has encontrado y tal vez logres convencerme.

Devlin se acercó a la zanja en la que estaba Pat, y Nicole le siguió a una distancia prudencial, fijándose bien dónde pisaba. No quería llevarse por delante ninguna de las múltiples cuerdas que delimitaban el terreno y provocar una catástrofe monumental.

Pat sostenía los sucios restos de lo que parecía una especie de casco hawaiano. A Nicole le llamó la atención el parecido que tenía con los cascos que usaban los conquistadores españoles en el siglo XVI.

—Vaya, se parece a los cascos que llevaban los guerreros españoles.

A Devlin le debió de gustar esa pequeña observación porque le obsequió una amplia sonrisa.

—Buena observación. Algunos historiadores defienden la teoría de que los españoles pudieron haber llegado a Hawaii incluso doscientos años antes que el capitán Cook, por lo que cabe la posibilidad de que tu observación no ande muy desencaminada.

—Es en extremo fantástico. El casco está bastante bien conservado. —Por la expresión de Pat parecía que estuviese hablando del hombre de sus sueños y no de un viejo casco sucio—. Supongo que se conservó así gracias a las condiciones ambientales de la cueva. Si te fijas, lleva algunas incrustaciones de marfil y una pequeña perla negra en el centro, cosa que no había visto antes. Supongo que debió de ser de alguien muy importante. Por lo general, la ornamentación de los cascos de guerra era mucho más sencilla.

Devlin se acercó al casco para verlo mejor. La expresión de Pat debía de ser contagiosa, porque en cuanto él tomó el casco en las manos puso la misma cara de satisfacción que ella. Nicole se preguntó si tendría también esa expresión de placer supremo cuando hacían el amor y anotó en forma mental fijarse la próxima vez. La relación no podía ser muy estable si él prestaba más atención a una vieja antigualla que a ella.

—Tienes toda la razón, Pat, esto merece un aumento —dijo Devlin mientras le daba un fuerte abrazo que los sorprendió a ambos por igual.

Pat no supo qué contestar, el abrazo del jefe la había dejado por completo obnubilada. No todos los días podía estar tan cerca de un espécimen tan impresionante. Por unos momentos, deseó tener unos años menos o que él tuviera unos años más. La ocurrencia le hizo reír para sus adentros, pues era evidente que ni aun así él se hubiese fijado en ella; por lo menos no en un mundo donde existiese Nicole. El jefe tenía ojos nada más que para ella, y no era de extrañar, ya que, además de guapa, era inteligente y simpática. Pat, en cambio, solo poseía dos de esas cualidades y, desde luego, no las dos que ella hubiese elegido para cazar a un marido tan impresionante.

—Me quedaré un rato más por aquí y después iré a la oficina —contestó Pat y volvió a tomar el casco entre las manos con delicadeza—, a adelantar el papeleo.

—Ok, nosotros vamos a trabajar en la islita, pero antes le echaremos un vistazo al túnel 2C.

—El profesor Martin ha estado ayer trabajando allí.

—Lo sé.

—No me gusta ser una soplona, pero eres un gran jefe y no me gustaría que nadie te tomase el pelo.

Devlin esperó con paciencia a que continuara.

—Me parece que se trae algo entre manos. Siempre había sido muy metódico con los archivos, pero en los últimos días no se ha molestado en actualizarlos. Sí, ya sé que esta excavación es muy importante y el trabajo de campo a veces nos hace olvidar nuestros deberes de oficina, pero eso no es normal en él.

—Lo tendré en cuenta, gracias por el aviso.

—Recuérdalo mañana cuando me subas el sueldo.

—Lo haré.

Avanzaron por el mismo camino que el día anterior. Cuando Devlin dijo a Nicole que se subiera en la barca para ir a la islita, ella lo miró como si de repente le hubiesen salido tres cabezas.

—¿Crees que es segura?

Devlin la miró y vio que en la cara le había empezado a surgir un tono algo verdoso.

—Cielo, no solo es la única forma de llegar a la isla, a menos que pretendas hacerlo nadando, sino que además nunca ha habido ningún accidente.

Nicole lo miró con recelo.

—¿Lo juras?

—Palabra de boy scout.

—Tú nunca has sido boy scout —contestó Nicole con una mirada acusadora.

—No, pero fui tan buen chico que mi abuela siempre decía que tendría que haberlo sido.

—No sé, tal vez sea mejor que yo te espere aquí, o incluso podría ir a ayudar a Pat.

—Cobarde.

—No soy cobarde —se defendió ella, aunque sin mucha convicción—. Solo precavida.

—Está bien, puedes quedarte aquí. No sé cuánto tiempo tardaré, pero espero que encontremos otro momento para que me hagas la entrevista y que se la puedas mandar a tu editor a tiempo.

—Eres una rata traicionera.

—¿Eso quiere decir que vas a subir?

Nicole no se molestó en contestarle. Hizo acopio de todo el valor disponible y subió a la barca, se acurrucó en un extremo e intentó quedarse lo más quieta posible.

Devlin subió detrás de ella y tomó un remo. Con lentitud empezó a conducir la barca hacia la islita disfrutando el pequeño triunfo. Nicole, sin embargo, no podía apartar la vista del agua. Intentó mirar hacia la islita pero le pareció tan lejana que tuvo que volver a clavar la vista en las aguas oscuras.

—Nunca he visto un agua tan negra. ¡Seguro que habrá todo tipo de bichos!

—No te preocupes, cariño, los tiburones solo salen por la noche y no atacan a menos que tengan hambre.

—¿Tiburones?

—Sí, esta cueva tiene una salida a mar abierto y los tiburones blancos vienen aquí a resguardarse.

Nicole se puso lívida por un momento, hasta que vio una sonrisa asomar entre los labios de Devlin.

—Muy gracioso.

—Lo siento, Nikki, pero tendrías que ver la cara que has puesto, por un momento pensé que ibas a llegar a la isla de un salto.

Nicole no contestó, pero empezó a maquinar la forma de vengarse. Nadie que se hubiese burlado de ella había salido impune jamás y Devlin McKinley no iba a ser el primero. Si pensaba que iba a quedar exento, estaba muy equivocado.