13

Pat se paseaba nerviosa por la galería, dando vueltas en círculos, cuando una sombra se abalanzó sobre ella y le dio un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza con el que consiguió tirarla al suelo, encogida de dolor.

Jared estaba soltando la cuerda mientras miraba con fijeza el negro abismo que se abría delante de él. Oyó un golpe seco y giró con brusquedad, justo a tiempo para ver cómo el profesor Martin golpeaba en forma brutal a la doctora Cornwell.

—¡Suelta la cuerda! —El tono de la orden del profesor y el arma con que lo apuntaba dio a entender a Jared que no bromeaba—. ¡Ponte al lado de ella y mantén las manos donde yo pueda verlas!

—¡Estás loco! Deja de apuntarnos con esa pistola antes de que hagas daño a alguien. —Pat empezaba a recuperarse del golpe y apenas podía creer lo que estaba pasando. Siempre había sospechado que ese viejo colaborador no era trigo limpio, pero jamás había imaginado que fuese capaz de llegar a esos extremos.

—¿Dónde están el señor McKinley y la señorita Wade?

Jared miró alrededor y no vio ni rastro de nada que pudiese utilizar como arma. Su oponente estaba apuntando una pistola en forma directa al corazón y una vocecita interior le decía que le siguiera el juego mientras no consiguiera desarmarle. Así que eso era lo que iba a hacer. Por lo menos, hasta que tuviese la oportunidad de arrancarle el arma a ese gusano cobarde. Entonces, el viejo profesor Martin iba a desear no haber nacido.

—Han descendido por la pared. —La situación era demasiado obvia y, tarde o temprano, él mismo se habría dado cuenta por sí solo, así que no perdía nada por darle esa información.

El profesor Martin se quedó mirando con fijeza la cuerda durante unos instantes, mientras decidía cuál iba a ser el siguiente paso. Sacó una navaja multiusos del bolsillo y se acercó a la cuerda con actitud peligrosa. Jared, que intuyó qué iba a pasar a continuación, se abalanzó sobre él, mientras la doctora Cornwell permanecía petrificada observando la aterradora escena.

El arma se disparó antes de que Jared consiguiese alcanzarlo. Un ruido ensordecedor rebotó por la caverna y se mezcló con unos gritos cuya procedencia Pat no logró identificar, a pesar de que tenía la sospecha de que provenían de sí misma.

Jared notó un fuerte dolor en la zona de abdomen. A pesar de todo, intentó no perder impulso y propinar un golpe bastante fuerte como para desarmar al adversario. Sin embargo, se derrumbó como una piedra antes de llegar a tocarlo siquiera.

—¡Es culpa suya! ¡Le dije que no se moviera! —El profesor estaba alterado en forma notoria por haber tenido que disparar a un hombre a sangre fría y trataba de justificar sus actos, mientras pensaba cuál iba a ser el siguiente paso. Se agachó frente al cuerpo inerte en busca de las constantes vitales. Con gran alivio comprobó que aún seguía respirando. De momento, lo necesitaba vivo para manejar a la asustada doctora.

—Aún está vivo, pero si no recibe ayuda pronto morirá.

—¿Qué es lo que quieres? Sea lo que sea, déjame llevarlo a un hospital. Cualquier cosa que hayas hecho hasta ahora no puede ser tan grave como un asesinato, y si Jared muere nadie te va a salvar de la inyección letal —rogó Pat entre sollozos.

—¡Cállate, maldita zorra! —Gotas de sudor empezaban a surcarle la frente. Nada estaba saliendo como él había planeado. Quería quedarse con el tesoro y para ello debía matar a todos los que sabían de la existencia. No había contado con que, cuando consiguiese llegar hasta ellos, se habrían separado, pero ese pequeño inconveniente no iba a hacer que se rindiese—. ¡Aléjate de la cuerda!

Pat sabía que la vida de Devlin y Nicole dependía en forma exclusiva de esa cuerda, por lo que tenía que hacer algo, y tenía que hacerlo rápido. Se esforzó por tranquilizarse y pensar. Miró alrededor en busca de cualquier cosa que le sirviese de arma. Con disimulo asió una pesada piedra e intentó acercarse al profesor sin hacer ningún ruido en lo posible.

Pat intentó distraerlo mientras pensaba una solución. Sabía que debía ganar tiempo y tenía la sensación de que la mejor forma de conseguirlo era recurrir al ego del profesor.

—¿Cómo descubriste lo del tesoro?

—Fue fácil. Tengo cámaras de vigilancia instaladas en el despacho y otros lugares estratégicos del yacimiento. —Una sonrisa gatuna asomó a los rechonchos labios—. ¿No pensaríais que os iba a dejar a vosotros todo el mérito de estos descubrimientos?

—¿Todo esto solo por el mérito? —Una expresión entre decepcionada y escéptica asomó a la cara de Pat—. No sé por qué, pero no me lo creo.

—Al principio fue así, pero ahora creo que renunciaré a los honores, a cambio de toda esta riqueza. Sí, creo que esa será la justa recompensa por todos mis años de esfuerzo y dedicación.

Pat observó que la mochila estaba abierta y lo bastante cerca como para alcanzarla con el brazo, sin apenas moverse. En ella guardaba una navaja multiusos y, aunque no era el arma definitiva, tampoco tenía nada mejor.

Sabía que tenía que entretenerlo un poco más hasta que estuviese bastante confiado y entonces hacer un movimiento rápido y alcanzar el arma, pero estaba tan nerviosa que no conseguía que le saliesen las palabras.

—Aunque nos mates a todos no te saldrás con la tuya, alguien se dará cuenta de nuestra desaparición.

—Para entonces será demasiado tarde y yo estaré muy lejos disfrutando de todos los privilegios que la vida me ha negado hasta ahora.

Todos los esfuerzos de Pat por mantenerlo entretenido resultaron vanos pues, un instante antes de que alcanzase la navaja, el profesor Martin volvió a la realidad y la amenazó de nuevo con la pistola.

—Aléjate de esa bolsa o te dispararé. ¿Me crees tan tonto como para no darme cuenta de tus estúpidos esfuerzos para distraerme? —Sonrió, mientras se acercaba para cortar la cuerda.

El terror paralizó por completo a Pat. Si no hacía nada para impedirlo sus amigos iban a morir. Sabía que tenía que actuar y tenía que hacerlo rápido. Pat tomó aire e intentó acordarse de lo que había aprendido en las cases de kárate para mayores de cuarenta años. Pensó que eso no le serviría para nada y recurrió a los trucos que toda mujer que vive en una ciudad americana debe conocer: se lanzó sobre él, le arañó en la cara y le clavó las uñas en un intento por hacer el mayor daño posible.

Ambos cayeron rodando por el suelo de lava. Forcejearon durante un par de minutos, hasta que Pat sintió un fuerte puñetazo en la cara, después del cual perdió la consciencia por completo. El profesor la apartó con una brusca una patada, ante la atónita mirada de Jared que estaba sangrando en forma abundante en el suelo.

—Será mejor que te quedes donde estás y no hagas ningún movimiento, si no quieres acabar con otra bala en el cuerpo. ¿Quién sabe? Quizás la próxima sea la definitiva —dijo mientras recuperaba la pistola que había perdido en el forcejeo.

—Vas a acabar conmigo de todas formas.

—No quiero matar a más gente, a menos que no tenga otra opción. —El tono de voz era frío, carente de toda emoción, a pesar de que le costaba respirar a causa del forcejeo—. Solo necesito dejaros aquí el tiempo suficiente para garantizar mi huida.

—Ya te has salido con la tuya, así que puedes confesar. —Jared rezó en silencio para que los amigos ya hubiesen llegado abajo. En el estado en que estaba no podía hacer nada más por ellos. Nada, salvo intentar averiguar la verdad—. ¿Tuviste algo que ver con la muerte de Rachel?

La risa malévola del profesor inundó la galería. La mirada perdida y vidriosa cobró de nuevo intensidad mientras recordaba.

—Rachel, esa pobre estúpida. La conocí en una de las fiestas benéficas de Devlin e intenté hacerme amigo para sacarle algo de información, pero no tardé en darme cuenta de que ella no sabía nada.

—¿Y por eso la mataste? —preguntó Jared incrédulo.

—No, la maté porque estaba loca —suspiró, y por un momento Jared pensó que iba a callar los verdaderos motivos del asesinato, pero después de una pequeña pausa siguió hablando—. Por alguna extraña razón, se le había metido en la cabeza que Devlin había matado a alguien. No sabía en quién podía confiar, pues todos los amigos lo eran también del marido y, como sabía mis diferencias con él, vino a mí en busca de ayuda. Esa pequeña perra iba a echarlo todo a perder. Quería llamar a la policía, y yo no podía permitirme que la policía empezase a husmear por aquí. Eso atraería demasiado la atención.

—Nadie que conociese bien a Devlin le hubiese creído.

—Eso ya nunca lo sabremos.

En la cara de Jared se formó una mueca de dolor, apenas podía respirar y mucho menos moverse. Intentó seguir hablando para que el profesor no cortase la cuerda, pero le fue por completo imposible. Mientras intentaba recuperar el ritmo normal de la respiración, observó horrorizado cómo el profesor cortaba la cuerda que sostenía a Devlin y Nicole.

Después el profesor revisó las mochilas que llevaban, sin dejar de apuntarle en ningún momento. Cuando encontró un trozo de cuerda ató a Jared y a Pat con fuerza, primero entre ellos y después a una de las múltiples rocas que formaban la caverna.

Devlin se despertó abajo con un fuerte dolor de cabeza y por completo desorientado, mientras Nicole le sostenía la cabeza y le susurraba palabras cariñosas al oído. Volvió a cerrar los ojos en un intento por entender qué había pasado y los recuerdos empezaron a desfilar uno tras otro en la mente como si de un tráiler de cine se tratase.

Intentó levantarse y se apoyó en el brazo izquierdo, pero le quemaba como si le hubiesen vertido ácido. Se encogió de dolor y miró el hombro dolorido para evaluar los daños. Sangraba un poco y la herida no se veía del todo mal, pero el brazo parecía pesar el triple de lo normal y se negaba en rotundo a cooperar en la más mínima actividad.

—¿Estás bien, Dev? —La cara de Nicole estaba bañada en lágrimas de desesperación—. Cuando estaba llegando al suelo te vi caer y por un momento pensé que habías muerto. Fue el peor momento de mi vida. No vuelvas a darme un susto así jamás.

Devlin sonrío, si Nicole tenía fuerzas para reñirle significaba que a ella no le había pasado nada.

—Te lo prometo.

—¿Puedes andar? Muévete para ver si tienes algo roto.

Después de comprobar que no tenía ningún hueso roto, aparte de la herida del brazo, intentó levantarse esta vez con ayuda de Nicole y lo consiguió al tercer intento.

Miró alrededor e intentó calcular las escasas opciones que tenían. Volver a subir estaba por completo descartado, después de que alguien hubiese cortado la cuerda. Pensó en llamar por el walkie-talkie a los amigos, pero descartó la idea. No sabía quién estaba arriba con ellos, pero si los creía muertos tenían una pequeña ventaja a favor, la única con la que contaban en ese momento. Además, no le cabía ninguna duda de que, si sus amigos se pudiesen comunicar con él para ayudarlos, ya lo habrían hecho.

Observó un estrecho pasillo. Como no tenían ninguna alternativa, decidió aventurarse a lo desconocido. Todavía llevaba la mochila a cuestas, así que la abrió y sacó una pequeña brújula para orientarse y la cámara de Nicole para ver el mapa. No era mucho, pero era lo único que tenían.

Las fotos de la cámara no tenían demasiada calidad pero, de todas formas, estaba seguro de que estaban siguiendo el camino correcto para ir al palacio de la diosa Pele.

El único problema era que ahora ya no quería ir al palacio, sino salir de allí y reencontrarse con los amigos, pero algo en su interior le decía que no podría hacer una cosa sin hacer la otra primero.

—Lo único que podemos hacer es avanzar. —Devlin parecía estar pidiendo disculpas con la mirada.

—No te preocupes por mí, Dev, tú fuiste el que se llevó el porrazo.

—Tengo la cabeza muy dura, Nikki. Hace falta algo más que una mísera caída para acabar conmigo. A estas alturas ya deberías saberlo.

Nicole se abrazó a él y lo besó en los labios antes de continuar.

Devlin tomó la linterna, que por suerte no se había roto, y se metieron dentro del túnel. Después de una media hora de caminata, el calor empezaba a ser insoportable.

Se sacó la camisa. Ofreció un poco de agua a Nicole y después bebió él un pequeño sorbo. Procuraron no beber mucho pues solo quedaban un par de pequeñas botellas y no sabían durante cuánto tiempo iban a estar en esa situación.

Ya casi no les quedaban fuerzas para continuar, cuando empezaron a oír un rumor lejano. Devlin agudizó el oído y pensó que podía ser una corriente de agua subterránea.

Según el mapa, ya debían de estar cerca del palacio, si es que no se habían perdido en alguno de los múltiples giros que habían dado.

Siguieron caminando hasta encontrarse frente a la visión más gloriosa que ninguno de los dos había visto jamás. Frente a ellos, y a varios kilómetros bajo tierra, estaban viendo algo que jamás hubiesen creído posible.

Imposible decir cuánto tiempo pasaron en completo silencio, embobados, contemplando aquella maravilla, cuando al fin Devlin consiguió moverse. Cerró los ojos y los apretó con fuerza para volver a abrirlos apenas unos instantes después. Entonces no le quedó más remedio que pensar que en verdad los ojos no lo engañaban y que lo que allí veía era real.

—Es extraordinario, maravilloso. —Nicole fue la primera en abrir la boca para decir una frase coherente.

El estrecho pasadizo, que tanto les había costado atravesar, había terminado en forma brusca y había dado paso a una gran sala cuyas dimensiones no lograban abarcar con la mirada. Una pequeña cascada que bajaba por las rocas provocaba el sonido que antes habían oído. La cascada moría con gracia en un pequeño mar de aguas oscuras y tranquilas. Al borde de ese lago subterráneo había un pequeño puerto natural que dejaba paso a un grandioso palacio de piedra oculto en forma parcial por un bosque de helechos petrificados. La piedra con la que estaba construido era una mezcla de roca volcánica y un mineral negro muy brillante que ninguno de los dos supo clasificar.

—¡Dios mío! —Nicole apenas podía pensar con claridad—. ¿Crees que ese es el palacio de la diosa?

—Bueno, no creo que haya muchas construcciones por aquí abajo, así que supongo que sí.

—Ponte ahí, voy a sacarte una foto —dijo Nicole, mientras le hacía un gesto para que le devolviese la cámara de fotos.

—¿Ahora? —Devlin la miraba como si estuviera por completo loca, pero aun así hizo lo que ella le pedía—. No entiendo cómo puedes pensar en hacer fotos en un momento como este.

—¿Estás de broma? Este momento tengo que inmortalizarlo cueste lo que cueste, si no mi jefe me mata.

Después de sacar varias fotos, desde todos los ángulos posibles y algunos imposibles, Nicole empezó a andar despacio hacia el palacio, sin apenas darse cuenta, y Devlin la siguió en completo silencio.

Cuando llegaron a la enorme arcada que presidia la entrada al palacio, dudaron un instante. Devlin se volvió a poner al frente para hacerse cargo otra vez de la expedición y después siguieron adelante.

Al pasar la arcada accedieron a un estrecho pasillo iluminado por una especie de antorchas. Se miraron en silencio mientras sacaban cada uno sus propias conclusiones sobre los hallazgos. Siguieron adelante hasta llegar a una gran cámara central.

La cámara se encontraba presidida por un estrado con una mesa del mismo extraño metal negro al frente de la estancia y muchas mesas de menor tamaño desperdigadas por fuera del estrado. En todas las mesas había fuentes con distintos alimentos que Devlin y Nicole jamás habían visto. La primera en romper el silencio fue Nicole, que se acercó a una de las mesas y tomó una especie de plátano negro y con espinas.

—¡Qué comida más rara! —Las preguntas aparecían en la mente a la velocidad del rayo—. Todavía está fresca. ¿Crees que alguien puede vivir aquí?

—Supongo que todo esto debe de ser de alguien. Pero no entiendo cómo alguien puede sobrevivir aquí abajo, sin ver la luz del sol.

—Puede que sea un refugio secreto del gobierno.

Devlin miró a Nicole escéptico.

—Cariño, creo que no deberías de ver tanto «Expediente X» o acabarás como Mulder, viendo conspiraciones en todas partes. Me parece que, si esto fuese del gobierno, la tecnología sería un poco más de avanzada.

—No te pongas sarcástico y no se te ocurra meterte con Mulder, fue mi héroe de juventud durante nueve largos años.

—No sé por qué, Nikki, pero sabía que dirías eso. —Devlin la miró como si fuese un caso perdido mientras una sonora carcajada se formaba en la garganta.

—Es solo que me cuesta asimilar que en verdad pueda haber alguien viviendo aquí abajo y que, con los adelantos de hoy en día, nadie se haya dado cuenta hasta ahora.

—Tal vez es alguien a quien no le gusta la compañía y sube a la superficie solo cuando lo necesita.

—Entonces no creo que le haga mucha ilusión encontrarnos aquí cuando vuelva.

—Supongo que no.

Sin previo aviso todos los instintos de Devlin se pusieron alerta. Un rumor de voces lejanas se aproximaba con asombrosa rapidez. Miró alrededor en busca de un lugar donde esconderse hasta descubrir si esas voces eran amigas o enemigas.

Nicole miró hacia atrás y descubrió unas escaleras de piedra que parecían subir. Hizo una señal a Devlin y se dirigieron hacia allí lo más rápido posible. Se quedaron ocultos en la parte baja de la escalera, mientras observaban con asombro cómo el salón iba llenándose poco a poco de gente que, por los sonidos que hacían, parecían estar celebrando algo.

—Entonces, está decidido, el sacrificio se celebrará dentro de dos días, coincidiendo con la celebración del día de la diosa Pele. —Una atronadora voz muy profunda y masculina pareció alzarse sobre las demás, aunque después del anuncio volvió a quedar tapada por los vítores de alegría de la ruidosa multitud.

Solo una joven permanecía ajena a toda esa alegría. Devlin y Nicole se fijaron en ella casi al mismo tiempo. Era de escasa estatura y muy hermosa. El cabello negro y largo caía como una cascada sobre los hombros, pero lo que más les impresionó fueron los enormes ojos verdes, que la hacían parecer un cervatillo asustado.

La joven miraba alrededor y parecía estudiar todo con enorme curiosidad. Por un momento los ojos de ella se encontraron con los de Devlin y Nicole, quienes pensaron que iba a delatarlos, pero la joven se limitó a esbozar una sonrisa tímida, que logró borrar durante unos breves instantes la tristeza de la cara. Después, antes de que nadie más se diera cuenta de ese breve intercambio de miradas, giró la cabeza hacia otro lado y siguió observando todo con grandes ojos curiosos.

—¡Dios mío! ¿Crees que están pensando matar a alguien?

—Shh. No tengo ni idea, pero de momento no me parecen en exceso amistosos, así que será mejor no delatar nuestra presencia. No creo que nuestros anfitriones se muestren demasiado amables frente a nuestra pequeña intromisión.

La gente empezó a dispersarse por el salón mientras comían y bebían a su antojo.

Nicole intentó localizar otra vez a la joven, pero le fue del todo imposible. Se dio cuenta de que esa mirada suplicante había conseguido llegarle al alma y no conseguía sacársela de adentro.

—Creo que esa pobre chica necesita ayuda.

—Y si nos descubren, nosotros también. Lo mejor será largarnos cuanto antes. Esto parece una secta.

—No podemos volver por donde vinimos sin que nos vean —Nicole se estremeció mientras le dirigía una significativa mirada a Devlin. Estaban metidos en un buen lío y ambos eran conscientes de ello en forma cabal.

—Lo sé, pero algo me dice que debemos buscar otra salida y que lo mejor es que lo hagamos cuanto antes.

Devlin tomó a Nicole de la mano con firmeza mientras tiraba de ella hacia arriba para que lo siguiera, pero apenas habían subido un par de escalones cuando una voz irritada sonó a las espaldas.

—¡Vaya, vaya! Mira lo que tenemos por aquí. Liholiho, creo que esta vez la diosa ha sido generosa contigo y te ha traído un buen regalo.

Sin ninguna otra advertencia, se vieron rodeados de por lo menos una veintena de feroces guerreros con las espadas desenvainadas dirigidas hacia ellos.

—¿Crees que hemos retrocedido en el tiempo? —Nicole sabía de antemano que la pregunta era una tontería, pero aun así no pudo evitar formularla.

—No lo creo, pero me encantaría que esto fuese un sueño y poder despertar.

—Esta es nuestra tierra, regalo de la diosa Pele a nuestros valientes antepasados —gritó el que había hablado antes—, y los intrusos no sois bienvenidos aquí.

La furia que transmitía la mirada tomó a Nicole por sorpresa. Entonces, tomó conciencia de que la mayoría de los soldados centraban la atención en ella y no en Devlin. Intentó esconder el miedo en su interior y poner una expresión enfadada. No quería darle ventaja al enemigo ni demostrar cuán preocupada estaba por la nueva situación.

Devlin se apresuró a colocarse entre Nicole y los hostiles desconocidos. Sabía que las posibilidades que tenían de escapar los dos eran casi del todo nulas, pero lucharía hasta el último aliento para salvar la vida de Nicole.

—Nikki, sigue subiendo, vete arriba y busca una salida, yo los entretendré cuanto pueda.

—No voy a dejarte aquí.

—Ninguno de los dos va a irse de aquí hasta que yo lo diga. —La voz cavernosa salió de uno de los hombres más altos y feroces que Nicole había visto jamás, y eso que era una fiel admiradora de las películas de Conan—. Traedlos al salón; mi padre, sin duda, querrá conocerlos. Sobre todo a esta preciosidad —dijo mientras lanzaba una mirada apreciativa sobre Nicole.

—Si te atreves a tocarla te mato. —Devlin sabía que la amenaza carecía de sentido en semejante condición de desventaja numérica, pero, aun así, sabía que si alguien pretendía tocarle un solo pelo a Nicole iba a tener que matarlo primero y no se lo iba a poner fácil.

Varios hombres se lanzaron sobre ellos a la velocidad del rayo. Devlin intentó reducirlos y consiguió dejar a unos cuantos inconscientes en el suelo, pero todo fue en vano. Por cada agresor que conseguía reducir, aparecían dos más dispuestos a reemplazarlo.

Los llevaron a empujones al salón donde habían estado antes. Solo que ahora, en vez de estar vacío, estaba lleno de gente que hablaba y comía con los modales propios de unos cerdos, o eso pensó Nicole cuando vio la manera de comportarse de esos salvajes. Agarraban puñados de comida de las fuentes y se los llevaban directo a la boca, sin respetar ninguna norma de educación.

En el ambiente se percibía el aroma de la carne asada y una oleada de náuseas tomó desprevenida a Nicole. Devlin la miró con preocupación, mientras veía cómo la cara de ella se volvía de un color blanco amarillento. Le hizo un gesto con la cabeza para que confiase en él y mantuviese la boca cerrada. Cuanto menos reparasen los hombres en ella, mejor. Ya tenían suficientes problemas en la situación actual sin necesidad de vérselas con un atajo de hombres enfermos de lujuria.

Los condujeron a la mesa que estaba en el estrado y presidía a las demás. En ella un grupo de cuatro hombres y una mujer comían carne, también sin la menor muestra de educación.

Siguieron comiendo y bebiendo ignorándolos por completo, hasta que uno de ellos se dio por saciado y los miró de arriba abajo. Después, sin mediar palabra, echó otra mirada al hombre que parecía llevar la voz cantante cuando los apresaron y le pidió una explicación. Este dio un paso al frente y, después de dedicar una larga mirada de satisfacción a los prisioneros, decidió acercarse todavía más a Nicole.

—Padre, hemos encontrado a estos intrusos merodeando por las escaleras que suben a las habitaciones. —La gente había hecho un corrillo rodeándolos y el hombre parecía disfrutar mucho de ser el centro de tanta atención—. Creo que estarás contento con el regalo que te ofrezco.

Mientras decía esto agarró a Nicole para atraparla entre los brazos peludos, pero ella le propinó un fuerte rodillazo por sorpresa en la entrepierna.

El golpe debió dolerle, a juzgar por la mueca de dolor que durante unos instantes mostró en la cara, pero no logró apartarlo del objetivo que tenía. Tomó a Nicole por la cintura y Devlin dejó escapar un rugido de furia ante semejante atrevimiento y se abalanzó sobre él sin medir las consecuencias. Le dio un fuerte puñetazo en la mandíbula y, a pesar del enorme tamaño del contrincante, consiguió derribarlo. Sin embargo, el golpe pareció no afectarlo demasiado, solo en el orgullo herido, ya que no tardó en levantarse. Devlin intentó derribarlo otra vez, pero, antes de que pudiera alcanzarlo, cinco soldados se echaron sobre él y lo redujeron en apenas unos instantes. Nicole miró a Devlin y rogó que esos brutos no le hubiesen hecho demasiado daño.

—Suficiente. —El que parecía el jefe habló de nuevo. A Devlin le sorprendió ver la mueca divertida, ya que el hombre al que había derribado lo había llamado padre.

La sala, ahora, estaba en completo silencio y, por algún motivo, eso a Nicole le pareció todavía más siniestro.

—¿Qué hacéis aquí?

Devlin sopesó bien la respuesta antes de contestar, ya que de ella dependía en gran medida su futuro y el de Nicole.

—No buscamos problemas. Encontramos este sitio por casualidad y no sabíamos que nadie viviese aquí. Si nos dejáis marchar nunca más volveréis a vernos.

—Hemos vivido durante muchos años ocultos de los conquistadores que han venido a robarnos nuestra tierra y a exterminar a nuestra raza. La diosa Pele reveló a nuestros antepasados la localización de este paraíso y nos dio todo lo necesario para sobrevivir en él. Nadie, jamás, ha salido vivo del reino de Mana. Dime, forastero, ¿por qué debería dejaros marchar a vosotros?

—Tenemos amigos que saben que estamos aquí. Si no nos dejáis ir vendrán a buscarnos y entonces tu secreto ya nunca estará a salvo.

Devlin y el jefe se miraban con igual fiereza, midiendo cada uno las fuerzas del oponente, sin ceder terreno.

—Si los mato a ellos también mi secreto seguirá a salvo. —El jefe hablaba en un tono despreocupado, como si matar un puñado de hombres inocentes fuese algo que hiciese a diario.

—Créeme, soy un hombre muy rico. Allá arriba tengo mucha influencia, si desaparezco vendrán a buscarme y no lo harán solos y desarmados como lo hicimos nosotros. —Devlin rogó en voz baja que el jefe creyera esas palabras. No sabía si sus amigos aún seguían con vida y mucho menos si lograrían llegar hasta allí para rescatarles a tiempo—. Si no nos dejas marchar, tu mundo tal y como lo conoces desaparecerá.

El jefe lo miró ahora con pesar. Sabía que lo que estaba diciendo podía ser cierto, pero también sabía que no podía fiarse de los haole, y nada le garantizaba que, si los dejaba marchar, no volviesen con más gente para someterlos. Debía meditar la decisión y reunir al consejo para que la aprobasen.

—¡Llevadlos abajo y encerradlos hasta que haya tomado una decisión con respecto a ellos! —Observó la mirada libidinosa del hijo sobre la mujer de piel blanca—. ¡Kuhio, no te acerques a ella hasta que yo te dé permiso!

—¡Pero, padre! —Intentó protestar el joven.

—Ya he hablado —lo despidió el padre sin ninguna importancia.