Capítulo 12

—¿Steve Antonelli es tu hermano? —inquirió Robin con voz chillona, sin poder evitarlo. Se había quedado literalmente de piedra.

Tricia asintió con lentitud, obviamente sorprendida por su reacción.

—¡No tenía ni idea!

—Bueno, voy a decirte algo, aunque probablemente no debería hacerlo, y tampoco quiero que se entere de que te lo he dicho yo. Hace un par de años Steve se llevó un fuerte desengaño, y desde entonces dejó prácticamente de salir con chicas. Esa es otra razón por la que Paul insistió en que lo acompañara yo esta noche. Nos alegró saber que al menos tenía ganas de salir y divertirse un poco.

Robin no sabía qué decir. La cabeza le daba vueltas.

—Nunca me enteré de los detalles —añadió Tricia—, pero al parecer Steve conoció a una mujer mientras estuvo de vacaciones y se enamoró perdidamente de ella. Corre el rumor de que incluso estuvo dispuesto a dejar su trabajo y trasladarse a donde la chica vivía. Pero ella debió de rechazarlo. Fue una pena, porque creo que Steve habría sido un marido y un padre maravilloso.

Con Danny es encantador. Sea lo que sea que sucedió, a partir de entonces cambió, ya no fue el mismo. Por supuesto, papá piensa que el cambio fue para mejor. Ya no está tan obsesionado con su trabajo y pasa mucho más tiempo con su familia —rió—. Incluso se ha puesto a jugar al golf. Pero siempre que le pregunto si está saliendo con alguien, se encoge de hombros y me dice que aún no ha encontrado a nadie que lo interese. Y eso me desgarra el corazón.

—Sí —pronunció Robin—. Es desgarrador.

—Bueno, los chicos se estarán preguntando qué es lo que nos ha pasado —se levantó.

Volvieron a la mesa, y Steve le acarició una mano a Tricia con evidente afecto. «Su hermana».

«Oh, Steve, odio que estés sufriendo. Ojalá pudieras dejarme ayudarte», se dijo Robin para sus adentros. Una vez fuera del local, las parejas se despidieron mientras esperaban a que los empleados les trajeran sus coches.

—Me ha encantado volver a verte, Robin —le dijo Steve sin mirarla a los ojos—. Saluda a tu familia de mi parte.

Ray la tomó del brazo, se despidió de Steve y de Tricia y la ayudó a subir a su coche.

—Estás terriblemente callada —le comentó cuando se dirigían a su hotel.

—Solo estoy cansada.

—Oye, sobre lo de mañana. . —Ray se interrumpió, mirándola expectante.

—Probablemente me pase la mitad del día durmiendo.

—Hablaba en serio acerca de lo de hacer de guía tuyo mientras estés en la ciudad, Robin. De verdad que me gustaría conocerte mejor.

—Eres muy amable, Ray, pero no quiero que te hagas expectativas.

—Hay otro hombre —pronunció Ray con un teatral tono lastimero. Al ver que asentía, agregó

—: Claro que sí. Tenía que haberlo.

—Me he divertido mucho esta noche. Gracias, de verdad.

—Hey, el placer ha sido mío. Y si quieres un guía, todavía estoy disponible. Y sin compromisos.

—Gracias otra vez —repuso, a modo de despedida.

Una vez en su hotel, subió a su habitación. Tenía que decidir sobre lo que iba a hacer. No le había mentido a Ray; realmente estaba cansada, pero también demasiado inquieta para conciliar el sueño. No sabía cuánto tardaría Steve en llevar a su hermana a casa, pero después de pasear nerviosa durante varios minutos, se cambió de ropa, poniéndose unos cómodos vaqueros y un suéter, y volvió a salir.

Subió a su coche alquilado y puso rumbo a la casa de Steve; no necesitó leer la dirección en la tarjeta, ya que se la sabía de memoria. Cuando llegó, el edificio de apartamentos estaba a oscuras. Aparcó al otro lado de la calle y decidió esperar. Eso era mejor que dar vueltas y vueltas incansablemente en la cama. Cerca de un cuarto de hora después un vehículo apareció al principio de la calle, redujo la velocidad y se metió en el garaje individual correspondiente al apartamento de Steve.

Robin esperó varios minutos mientras diversas luces se encendían en el apartamento, salió del coche, se acercó al portal y llamó a su puerta. Steve abrió en seguida.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —fue lo primero que le preguntó.

—Esperaba hablar contigo.

—¿Ahora? —se apartó para dejarla pasar. Se había quitado la chaqueta y los zapatos, y llevaba abierto el cuello de la camisa. La guió al salón—. Toma asiento.

Robin se sentó en el sofá, mientras él atravesaba la habitación para hacerlo en un sillón, lejos de ella.

—Una vez me llamaste cobarde —empezó.

—¿Ah, sí? No me acuerdo.

—Y tenías razón.

—¿Es eso lo que has venido a decirme?

—En parte, sí. Porque si escogí pasar las vacaciones aquí fue para verte, para hablar contigo y decirte algunas cosas. El problema es que una vez que me presenté en Los Angeles, no tuve ya coraje para seguir adelante. Ya había tomado la decisión de no buscarte cuando casualmente te encontré.

—Casualmente, ¿eh?

Robin detestaba el tono de su voz, su aburrida e indiferente expresión. Pero lo comprendía mucho mejor que antes. Había sufrido mucho. Su actitud distante era una forma de defenderse.

—Es difícil de explicar; hay tantas cosas que quiero decirte. . Pero lo más importante es que lo siento. Lo lamento mucho.

—¿Por qué?

—Por no haber reconocido lo que sentía por ti. Y por haberme tomado tus sentimientos a la ligera. Todo sucedió tan rápido. . No estaba en absoluto preparada.

—Creo que ya hemos tenido esta conversación, Robin. Es muy tarde, y estoy cansado.

Robin se sentía agradecida de que no hubiera encendido ninguna luz en el salón, que solamente estaba iluminado por la del vestíbulo. Si conservaba un tono de voz lo suficientemente firme, esperaba que Steve no pudiera ver las lágrimas que ya estaban corriendo por sus mejillas.

—Necesitaba tiempo para madurar —continuó, como si él no hubiera hablado—. Para establecer mis prioridades en la vida. Para decidir lo que quería hacer y quién quería ser en el mundo —vio que Steve permanecía inmóvil, como si se hubiera quedado congelado—. Conseguí el trabajo que quería. Gané la libertad que deseaba obtener de mi familia. De hecho, logré todo lo que había esperado tener desde que me gradué. Tuve suerte. Fue entonces cuando me di cuenta de que nada de todo eso podía ser importante en mi vida. . si no te tenía a ti.

—¿A qué has venido realmente? —le preguntó él con expresión sombría.

—Quería decirte que jamás he dejado de amarte, desde la primera vez que te vi. En aquel tiempo no estaba preparada para la impresión que me produjo encontrar al amor de mi vida, y no me las arreglé muy bien. La intensidad de mis sentimientos por ti me aterraba. Nunca antes me había sentido tan vulnerable, ni tan mal dispuesta para una situación emocional semejante. Por eso no pude evitar decirte lo que te dije, no pude evitar la crueldad de mis acciones. Realmente no podía imaginarme que tu pudieras amarme de la misma manera —se interrumpió por un instante—.

Vine aquí porque quería saber si habías encontrado la felicidad desde la última vez que te vi.

Porque era eso lo que deseaba para ti: todo el amor, el gozo y la felicidad que te mereces.

Steve seguía sentado sin mover un músculo. Robin esperó, pero él seguía sin pronunciar una sola palabra. El silencio creció y creció hasta inundar toda la habitación. No había más que decir.

No quería que él percibiera lo cerca que estaba de perder el control. Sabía que estallaría en sollozos si esperaba un poco más, así que salió sin decir nada del apartamento. Subió a su coche y se marchó.

Había esperado que aún pudiera albergar algún sentimiento por ella. Algún sentimiento positivo, por supuesto. Había esperado que fuera capaz de perdonarla por su falta de madurez.

Hasta ese instante, no se había dado cuenta de las expectativas que había tenido de que pudiera aceptar sus disculpas, quizá porque su familia lo había hecho desde el primer momento.

Había estado tan equivocada. . ¿Qué le había hecho a aquel hombre fuerte e independiente, pero también bueno y cariñoso, cuando terminó negándose a casarse con él? ¿Cómo podía haber dado la espalda al amor que tan generosamente le había ofrecido? ¿Había estado tan obsesionada en sus problemas que había sido incapaz de ver nada más allá de su propio dolor. Nunca se había detenido a pensar en lo que su rechazo podría haber supuesto para Steve.

Y ahora tendría que vivir con lo que le había hecho. . con lo que les había hecho a ambos.

Indudablemente le habría resultado mucho más fácil perdonarse de haber contado con su perdón.

Mientras se dirigía hacia su hotel, era consciente de que se había llevado su merecido: ni más ni menos. De alguna forma, como fuera, tendría que vivir con el conocimiento de que había destruido lo que pudo haber sido una maravillosa relación. Y con un hombre al que siempre amaría.

Para cuando llegó al garaje del hotel, se sintió agradecida de no tener que atravesar el vestíbulo de entrada. Sacó un pañuelo del bolso, se enjugó las lágrimas y se sonó la nariz, antes de subir una vez más a su habitación.

Eran casi las tres de la madrugada. Permaneció sumida en un profundo y estremecedor silencio, demasiado agotada emocionalmente para pensar en lo que sería el resto de su vida sin que Steve formara parte de ella.

El zumbido que sentía en su cerebro se negaba a desaparecer. Gruñó y se dio la vuelta en la cama.

Se obligó a abrir los ojos y miró el reloj: las seis. Apenas había dormido tres horas.

El zumbido continuaba. Solo entonces se dio cuenta de que alguien estaba llamando a la puerta sin parar. Se puso la bata y corrió abrir, teniendo antes la precaución de mirar por la mirilla. Era Steve. Se apresuró a descorrer la cadena.

Tenía un aspecto terrible; sin afeitar, despeinado, con la camisa arrugada y una feroz expresión ceñuda. En silencio Robin se apartó para dejarlo pasar, y se apoyó luego en la puerta cerrada, observándolo, esperando no sabía qué.

Steve se tambaleó ligeramente; si era por el efecto del alcohol o por el cansancio, Robin no sabría decirlo. Pero había ido a buscarla. Estaba allí. . y era como si su corazón luchara por salírsele del pecho.

—¡Maldita seas! —pronunció de repente, furioso, y la abrazó con fuerza, como si nunca más quisiera separarse de ella.

Robin cerró los ojos y enterró la cara en su hombro. Permanecieron así durante lo que les pareció una eternidad. Ansiaba tocarlo por todas partes, amarlo de todas las formas que sabía y borrar el daño que involuntariamente le había hecho. Nunca había amado a nadie con tanta intensidad.

—Llegué a superarlo —añadió Steve con voz gutural—. Superé la peor etapa. Con el tiempo llegué a dar gracias por vivir tan lejos de ti, para que ni siquiera pudiéramos vernos por accidente.

Y de repente apareciste, como si fueras un producto encarnado de mi imaginación.

—Te amo, Steve. Te amo tanto —susurraba Robin.

—Me has hecho vivir un infierno.

—No quería hacerlo. Nunca quise herirte. Por favor, créeme.

—Me prometí que nunca más te pediría que te casaras conmigo. ¡Nunca! Jamás volveré a pasar por eso.

—Está bien —murmuró ella, con los ojos cerrados—. Todo va a salir bien, te lo aseguro. .

Sintió que le flaqueaban las rodillas mientras lo llevaba hacia la cama. Se dejaron caer en ella, todavía abrazados.

—Estoy tan cansado —le confesó Steve—. Cansado de luchar contra lo que siento. Cansado de negarme a mí mismo. Cansado de fingir que todo está bien en mi vida. .

—Todo será diferente, te lo prometo. Me trasladaré aquí. Nos veremos tan a menudo como quieras. Conseguiré un trabajo: Los Ángeles es la meca de las relaciones públicas. Tardaremos lo que sea, pero recuperaremos la confianza que teníamos. Te amo. Siempre te amaré.

En cuestión de segundos se quedó dormido, aferrado a ella. Robin se fue relajando y también se dejó vencer por el sueño, ya que estaba tan exhausta como él. No tenía ni idea de cuánto tiempo estuvo dormida, pero cuando se despertó estaba sola.

Se sentó rápidamente en la cama. ¿Acaso había soñado que Steve había ido a buscarla? Miró el reloj. Eran más de las tres y estaba lloviendo. Solo entonces se dio cuenta de que el sol entraba a raudales por las cortinas abiertas, y que el sonido que oía no era la lluvia, sino el agua de la ducha.

Se levantó apresurada y abrió la puerta del cuarto de baño. La habitación estaba llena de vapor. Robin se quitó el camisón y entró en la ducha, abrazándose al hombre desnudo que estaba bajo el chorro de agua.

—Hola —lo saludó, besándole en la barbilla.

—Hola —Steve bajó la mirada, maravillado. Extendió una mano para apartarle el cabello de los ojos—. Eres real. No dejaba de pensar que todo esto había sido un sueño.

—Te entiendo perfectamente —hizo que se diera la vuelta parta empezar a enjabonarle la espalda, disfrutando de la sensación de sus músculos bajo los dedos. Y aquel duro trasero suyo, la única zona de su cuerpo que no estaba bronceada, también tentaba sus caricias. .

Cuando de nuevo se volvió hacia ella, no podía estar más excitado.

—Vaya, hola —pronunció, acariciando su miembro. La reacción fue inmediata.

Steve le enjabonó rápidamente el cuerpo, eficientemente y sin ninguna intención de prolongar el proceso. Una vez aclarados, Robin salió y agarró una toalla mientras él cerraba el grifo. Pero no tuvo tiempo de secarse bien, porque la arrastró de inmediato a la cama.

Su acto amoroso fue violento, desgarrado, agotador. No hablaron, pero su recíproco amor se manifestó de múltiples maneras. Una vez saciados, Steve le suplicó, abrazándola:

—No me dejes. No podría soportarlo.

—Yo tampoco —susurró ella.

Perdieron la noción del tiempo. Lo siguiente de lo que Robin tuvo conciencia fue de un juramento musitado por Steve.

—¿Qué pasa?

—Hace una hora que se suponía que tenía que estar trabajando.

—Oh, no. ¿Qué vas a hacer?

Steve se sentó y tomó el teléfono.

—Tendré que decirles que he tenido un problema familiar grave —le tomó una mano—. Les diré que se ha presentado una emergencia. . y que una amistad me está ayudando a solventarla.

—¿Una amistad?

—Una amistad muy íntima.

Robin escuchó mientras hablaba con su superior. Cuando colgó, se volvió hacia ella para besarla y acariciarla hasta que nuevamente hicieron el amor.

—Te he echado de menos —le confesó mientras se hundía en ella rítmica, lentamente—. Y he echado tanto de menos hacer el amor de esta manera. .

—Puede que no sea esta la mejor ocasión para decirte algo. . —repuso Robin, gimiendo de placer.

—¿Qué?

—Que tal vez necesite elegir mejor el momento y el lugar.

—¿De qué se trata?

—Steve, amor mío, ¿quieres casarte conmigo?

Steve se quedó muy quieto, mirándola fijamente.

—¿Qué has dicho?

—Tú dijiste que nunca volverías a pedirme que me casara contigo. Lo entiendo perfectamente.

Pero dado que no nos hemos preocupado de utilizar método anticonceptivo alguno, me parece a mí que tendremos que contemplar las posibles consecuencias. Sé que estoy siendo un poco descarada, pero. .

Steve la interrumpió con un beso, y Robin dejó ya de pensar. Tampoco era algo que la preocupara. Tal vez no hubiera sido esa la respuesta que había esperado, pero si todo lo demás fallaba, siempre podría llamar a sus hermanos.

Se les daba muy bien olfatear presas matrimoniales.

Epílogo

Octubre del mismo año.

Ray le dio un golpecito en el hombro a Robin. Cuando ella se volvió, la levantó en brazos y la besó.

—¿Te gusta vivir peligrosamente? —le preguntó Steve a su amigo. No estaba sonriendo.

Ray lo ignoró hasta que hubo terminado de besarla. Luego la bajó lentamente al suelo y sonrió con una candidez conmovedora.

—Es una antigua tradición que el padrino siempre bese a la novia, Steve —le hizo un guiño a Robin—. Y estoy seguro de que tu novia es bien consciente de que yo soy el mejor de los dos. Tú eres el premio de consolación. Me temo que solo se ha casado contigo para abrir el juego.

Robin se echó a reír mientras Steve deslizaba un brazo por su cintura para atraerla hacia sí.

—De acuerdo. Un solo beso. No creas que vas a poder conseguir ninguno más.

El banquete en el rancho se encontraba en todo su apogeo. El lugar estaba lleno a rebosar de parientes y amigos de ambas familias. El contingente de California había llegado la semana anterior, y los padres de Steve se habían presentado con tiempo suficiente para conocer bien a la familia de la novia. Por supuesto, Robin ya los había conocido en junio, durante sus vacaciones de verano. Siempre atesoraría en su memoria el recuerdo de aquella última semana que había pasado con Steve. Se había trasladado a su casa de Los Angeles durante la semana restante de sus vacaciones. Él había conseguido dos días libres más y la había llevado a Santa Barbara para presentarle a Tony y a Susan. Y Robin inmediatamente se había enamorado de los padres de Steve.

Pero el recuerdo favorito de sus vacaciones había tenido lugar precisamente el último día. Por la mañana la había despertado una carcajada de asombro de Steve, seguida de un juramento. Y

cuando abrió los ojos, Robin no pudo dar crédito a lo que estaba viendo: sus tres hermanos estaban alineados hombro con hombro al pie de la cama, con los brazos cruzados y un aspecto muy peligroso. . hasta que les vio las caras. Sonreían de oreja a oreja por la reacción de Steve ante su inesperada presencia.

—¡Os dije que me arreglarais esa alarma para que nadie más pudiera burlarla! —se quejó Steve.

—Excepto nosotros, claro —respondió uno de los hermanos.

—Si no os importa, amigos. . —pronunció, disimulando una sonrisa—. Ni mi prometida ni yo estamos adecuadamente vestidos para recibir visitas, al menos por ahora. Así que si nos disculpáis. .

Jason asintió con expresión aprobadora.

—Tu prometida, ¿eh? Muy bien. ¿Cuándo os casáis?

—Hace solo unas noches que me pidió matrimonio. Todavía no hemos abordado los detalles.

—¡Que «ella» te pidió matrimonio! Realmente eres un tipo testarudo, tú. . —protestó Jim, sacudiendo la cabeza.

Robin voló a Texas en compañía de sus hermanos. Habían sabido por sus padres que se había quedado en casa de Steve, ya que ella les había llamado cuando abandonó el hotel, por si deseaban localizarla para cualquier cosa.

Durante el banquete nupcial, Steve y los hermanos de Robin tuvieron oportunidad de comentar divertidos aquel incidente. Robin también suponía que era divertido, aunque se había llevado un buen susto al descubrirlos en su dormitorio.

—Espero que nadie se haya enterado del lugar de nuestra luna de miel —le comentó Robin en aquel instante—. No me gustaría ver a mis hermanos allí.

—Lo sabe la menor cantidad de gente posible. Carmela ya está haciendo planes para prepararnos todas nuestras comidas favoritas durante las dos próximas semanas. Ed seguramente se lo habrá comentado a mis padres, pero por lo que se refiere a nuestra familia, el secreto está asegurado.

—Menos mal.

Cindi se acercó a ella en aquel momento y la abrazó.

—Estás preciosa, Robin. Gracias por haberme invitado a la boda.

—¿Estás de broma? ¿Quién más habría podido hacer de madrina? Eres más que una hermana para mí.

—Estoy tan contenta de que volváis a estar juntos —sonrió—. Cuando me comprometí, nunca imaginé que acabarías casándote antes que yo.

Cindi se había presentado con Roger, que estaba locamente enamorado de ella.

—¿Robin? —la llamó su madre—. Creo que ya es hora de que cortéis el pastel.

—¿Listo? —inquirió Robin, mirando a Steve.

—Vamos. Cuanto antes acabemos mejor. Tenemos una isla tropical esperándonos.

—Tienes razón. Un par de horas se nos pasarán volando.

No habían preparado mucho equipaje para la luna de miel en la isla. Con aquel clima no necesitaba mucha ropa. Y pretendía conservar a Steve en un permanente estado de desnudez. .