Capítulo 6

Ya habían hecho poco más de la mitad del camino de vuelta cuando empezó a llover. Steve tomó a Robin de la mano y echaron a correr por la playa hasta llegar al sendero que subía hasta la casa. Nada más ponerse a refugio dentro, descubrieron que estaban completamente empapados.

Robin miró a Steve, todavía aturdida por el hecho de que hubiera hecho el amor con él. Tenía el pelo pegado a la cabeza y el agua le corría a chorros por la cara. Sabía que ella debía de tener un aspecto igual de deplorable. Riendo a carcajadas, se lanzó a sus brazos.

Steve la levantó en vilo y se dirigió por el pasillo hasta la puerta que se abría al final. Robin la abrió y entraron. Apenas pudo ver el dormitorio, de proporciones gigantescas, porque la llevó directamente al cuarto de baño contiguo. La ducha era igual de enorme. Steve se desnudó primero y se dedicó luego a quitarle la camisa y a despojarla del bikini. Una vez desnudos, abrió los grifos, ajustando a la temperatura exacta, y se volvió hacia ella con una esplendorosa sonrisa.

Robin había soñado con aquella sonrisa. Verdaderamente no estaba segura de dónde terminaban sus sueños y dónde empezaba la realidad; porque aquella realidad parecía superar todas sus fantasías. Entró en la ducha. Bien provisto de gel y de una esponja, Steve la miró con expresión maliciosa y comenzó a enjabonarle suavemente el cuerpo: primero los hombros, luego los senos, la espalda, haciéndola estremecerse de placer.

Luego la sorprendió al arrodillarse frente a ella, pasándole la esponja por el vientre y las nalgas. Acto seguido inclinó la cabeza y besó la mata de vello de su sexo. Sobresaltada, lo miró con expresión de asombro.

—Steve, ¿qué estás. .? Oh, Steve, yo. . —de pronto se quedó sin habla.

Solo podía sentir, y las sensaciones que estaba empezando a provocarle eran algo que jamás antes había experimentado. La acarició con la lengua y los dedos, hasta que su cuerpo pareció explotar de placer. Cuando le flaquearon las rodillas, se levantó a tiempo de sostenerla.

—¿Estás bien? —le susurró al oído.

Robin solo pudo asentir. Cuando Steve se apartó para frotarse el musculoso pecho con la esponja, ella se la quitó y empezó a enjabonarle cuidadosamente el cuerpo, por delante y por detrás, prestando particular atención a cierta zona. En el momento en que ya se estaban aclarando, Steve no podía estar más excitado.

Robin nunca había imaginado que un cuerpo masculino pudiera ser algo tan magnífico en aquel estado de pura excitación. Lo tocó, deleitada al percibir su inmediata respuesta y oír su gemido de placer. Steve la guió de vuelta al dormitorio hasta que la tumbó sobre la cama.

A partir de entonces perdió toda noción del tiempo: su mundo se redujo entonces a Steve y a todo lo que él le enseñó. Ni una sola parte de su cuerpo dejó sin explorar y acariciar. La hacía sentirse sexy y atractiva, y la animaba a que lo tocara con toda libertad, a hacer lo que siempre había soñado. Estuvieron acariciándose hasta que la pasión ya no pudo ser ignorada y acabaron haciendo el , amor. Luego descansaron, dormitando, hasta que nuevamente volvieron a excitarse.

En cierto momento Steve le confesó divertido que había logrado agotarlo por completo, de manera que solo tenía fuerzas para quedarse tumbado para que ella hiciera lo que quisiera con su persona. Fue entonces cuando le enseñó a sentarse a horcajadas sobre él y a controlar la simultaneidad de sus orgasmos. Añadió riendo que tenía la sensación de que había creado un monstruo que ya no podía dominar. .

Robin no podía sentirse más feliz. En el momento en que se quedó dormida en sus brazos, comprendió que aquel hombre la había marcado con un fuego que jamás olvidaría.

Cuando a la mañana siguiente se despertó temprano, Robin creyó por un segundo que todo lo sucedido no había sido más que un sueño, hasta que volvió la cabeza y vio a Steve a su lado. Sonrió al contemplar su ancha espalda, evocando la textura de su piel bajo sus dedos. El día anterior había sido tan perfecto, desde el instante en que abrió los ojos en la playa y lo vio allí, hasta el momento en que se durmió hacía tan solo algunas horas. . No se podía imaginar a sí misma compartiendo esa intimidad con ningún otro hombre. Además, se alegraba de no haber tenido esas relaciones con nadie antes y, de ese modo, haber esperado a que llegara la oportunidad perfecta.

Como se sentía un tanto dolorida debido a aquella inacostumbrada actividad, decidió levantarse para tomar un buen baño. No queriendo despertar a Steve, volvió a su habitación, y en el cuarto de baño contiguo llenó la bañera con agua caliente perfumada con sales. Suspirando de placer, se metió en ella, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Qué vacaciones tan maravillosas estaba viviendo. Estaba tan contenta de que Steve hubiera ido a buscarla el día anterior a la playa, tan agradecida de que le hubiera confesado el interés que sentía por ella. . Se hallaba sumida en un estado de soñolienta satisfacción cuando de repente escuchó su voz:

—¿Robin? ¡Robin! ¿Dónde te has metido? ¡Será mejor que vengas aquí, maldita sea! No quiero que te vayas sin que. .

—¡Steve, estoy aquí! —gritó varias veces hasta que él abrió la puerta y asomó la cabeza—.

Buenos días —sonrió al ver su aspecto. Con el pelo convertido en una maraña de rizos, solo iba vestido con unos pantalones cortos.

—¿Estás bien?

—Bueno, si quieres saberlo, estoy un poquito dolorida, pero no es nada que un buen baño caliente no pueda arreglar. Creo que ayer tuvimos una jornada un tanto. . entusiasta.

—Oh, corazón —Steve se arrodilló junto a la bañera—. Lo siento tanto. . No se me ocurrió pensar que. . por supuesto que no estás acostumbrada a. . —sacudió la cabeza—. ¿En qué estaría yo pensando?

—No creo que ninguno de los dos estuviera pensando mucho.

—Lo sé —se sentó sobre los talones—. Cuando me desperté y no te vi, me asusté muchísimo.

Tendremos que salir dentro de un par de horas para que puedas llegar a St. Thomas con tiempo suficiente para que tomes el barco. Mientras tanto. . —se interrumpió, vacilando.

—Mientras tanto. . necesito recuperar mi ropa, que si no recuerdo mal debe de estar amontonada en tu cuarto de baño, y secarla para que me la pueda llevar.

—No quiero que te vayas —le dijo Steve, extendiendo una mano para acariciarle la punta de un seno—. No hago más que pensar en los primeros días que estuviste aquí. . ¡fíjate cuánto tiempo desperdiciamos!

—Y cuánto dinero pude haberte ganado jugando al póquer y al billar. . —bromeó ella—.

Suficiente para pagarme un billete de avión de vuelta.

—¿Te das cuenta de que no sé cómo localizarte en Texas? Necesito que me des un número de teléfono, una dirección, algo que. .

De repente Robin se sentó en la bañera.

—¿Steve? ¿Pretendes que sigamos en contacto una vez que nos marchemos de la isla?

—¿No lo dabas tú por hecho? —frunció el ceño—. No hay forma de que podamos ignorar lo que hemos descubierto aquí —se levantó lentamente, sin dejar de mirarla—. A no ser que esto no haya sido para ti más que una aventura de vacaciones. .

—¡Claro que no! —salió de la bañera y se envolvió en una toalla. No podía recordar ningún momento de su vida en que se hubiera sentido tan vulnerable. Se secó rápidamente y se puso el caftán que le había llevado Carmela el primer día.

—¿Entonces cuál es el problema? —le preguntó Steve, siguiéndola al dormitorio.

—Bueno, ¿es que no ves lo violento que puede llegar a ser esto? —se acercó a la ventana, pensativa—. Yo no quiero que mi familia se entere de que he estado en esta isla. Así que no puedo volver y contarles cómo te he conocido, en qué circunstancias y todo eso. .

Podía sentir su mirada clavada en su espalda. Cuando se volvió, Steve le comentó:

—Jamás te he considerado una cobarde.

—Yo tampoco me consideraba a mí misma una cobarde, pero han sucedido muchas cosas y no sé qué hacer al respecto.

—En vez de enfrentarte a lo que ha sucedido. . ¿lo que quieres es esconderlo? ¿Es que estás avergonzada?

—No estoy avergonzada —desvió la mirada—. No exactamente. Quizá algo sorprendida de mi propio comportamiento. Pero no lamento haberte conocido, o que nosotros, bueno. .

—Ya lo entiendo, Robin —la interrumpió, dirigiéndose bruscamente hacia la puerta—. Lamento haber tardado tanto en comprenderlo. Esto es todo lo que querías: una aventura de vacaciones, y yo estaba perfectamente disponible, ¿no? Bueno, por mí está muy bien. Ciertamente también a mí me has alegrado las vacaciones —se volvió para marcharse—. Le avisaré a Romano de que te vas. Y

comeremos antes de irnos.

Una vez que Steve hubo abandonado la habitación, Robin se quedó mirando la puerta cerrada, estupefacta. Lo había complicado todo. No había dicho lo que tenía intención de decirle, ni le había explicado lo que sentía por él. Y en parte se debía a que estaba verdaderamente confundida acerca de sus propios sentimientos.

Lo de las aventuras de vacaciones, ¿no era un gigantesco tópico? Todas aquellas promesas acerca de mantener el contacto, de escribirse y de verse eventualmente cuando cada uno se reincorporara a su vida rutinaria. . Comunicarle a su familia la noticia de que había vivido una romántica aventura durante sus vacaciones era un trago difícil, pero lo aceptaría encantada si realmente pudiera mantener una relación duradera con Steve. Aparentemente le había dolido mucho la sospecha de que ella lo había estado utilizando. Tenía que asegurarse de que comprendiera que sus sentimientos por él eran muchísimo más profundos.

Volvió al cuarto de baño de la habitación de Steve y recogió la ropa húmeda y las toallas que habían usado, y se dirigió luego al otro extremo de la casa. Steve se hallaba en la cocina, tomando un café.

—No me has comprendido bien —se apresuró, a decirle Robin antes de entrar en el cuarto de lavado y meter la ropa en la lavadora. Cuando salió, se sirvió una taza de café y se sentó frente a él—. Para mí tú eres mucho más que una aventura de vacaciones.

Steve la observó en silencio por encima del borde de su taza.

—Me alegro de saberlo —pronunció al fin.

—El problema es el siguiente, tal y como lo veo yo. Llevamos varios días aquí solos, y hemos intimado mucho. Pero ninguno de los dos sabe nada sobre la verdadera vida del otro. Necesitamos tiempo para vernos en nuestros respectivos ambientes, para decidir. .

—Lo cual es exactamente lo que te estaba diciendo yo. Todavía no hemos tenido tiempo de intercambiar nuestras direcciones y números de teléfono. Sé que estás ocupada con tus estudios, pero quizá por primavera podrías ir a visitarme unos días a Los Angeles. Podríamos ir a Santa Barbara. .

—Oh, Steve —rió Robin—. ¡Si supieras cómo es mi familia! Se molestaron mucho cuando les anuncié mi decisión de hacer el crucero. Si intentase visitarte en Los Ángeles, tendría que hacerlo con tres escoltas. .

—¿Me estás diciendo que también te acompañarían en tu luna de miel? —le preguntó, recostándose en su silla.

—Bueno, no —pronunció, ruborizada—, pero como ahora mismo no estamos hablando de eso. .

—Tal vez sí —repuso él con tono suave—. No quiero que desaparezcas de mi vida, Robin. Y si para ello tengo que casarme primero contigo y conocerte mejor después, estoy dispuesto a hacerlo. Robin luchó contra el pánico que le despertaron sus palabras.

—¿Casarnos? ¿Tú y yo?

Steve la contempló en silencio durante unos minutos, con lo cual no aligeró lo más mínimo la tensión del ambiente.

—Robin, me doy cuenta de que no me conoces muy bien, pero no soy el tipo de hombre que le gusten las relaciones frívolas. Nunca me han gustado, y ciertamente no decidí relacionarme contigo simplemente porque estaba de vacaciones. Sé que nos conocemos lo suficiente para entablar una relación profunda, pero necesitamos explorar más adelante esa opción, y no desecharla. Eres la primera mujer que he conocido con quien estoy dispuesto a comprometerme, y eso a pesar de que hace menos de una semana que te conozco. ¿Me estás diciendo que nunca te has planteado el matrimonio como una opción?

Robin apoyó los codos sobre la mesa, abatida.

—Puedo ver cómo te aterra la perspectiva —musitó Steve, sirviéndose otra taza de café.

—No es eso.

—¿Entonces?

—Al menos, no es eso exactamente. Lo que quiero decir es que. . no podemos apresurarnos a empezar nada sobre la base de. .

—¿De qué? Por mucho cuidado que tuvimos ayer y anoche, ya sabes que esas cosas no son cien por cien fiables. Y lo cierto es que, si ahora mismo me dijeras que estás embarazada, no me importaría. Me gustaría pasar algún tiempo a solas contigo antes de fundar una familia, pero. .

—¿No estarás hablando en serio, verdad? —susurró Robin, temblando como si fuera a sufrir un shock de un momento a otro. Aquello era lo último que había imaginado que podría suceder.

—Sí.

—Yo necesito más tiempo —pronunció al fin, con voz débil.

—Te daré todo el tiempo que necesites —se levantó de la mesa—. Vamos a ver cómo está la ropa, para que puedas ponértela para volver a casa, ¿te parece?

Fue al cuarto de lavado, y ella lo oyó meter la ropa en la máquina secadora y encenderla. Steve no añadió nada más. Ni Robin tampoco. Sus pensamientos se atropellaban unos con otros, girando como un remolino. Informarle a su familia de que había conocido a Steve era una cosa. Pero decirle que la había pedido en matrimonio. . era algo muy diferente. Pensarían que. . Bueno, pensarían exactamente lo que había tenido lugar. Y no les gustaría nada. Robin no quería tener que soportar ninguna escena dramática, y tampoco quería que su familia atacara a Steve por algo de lo que solamente ella era responsable. Robin era consciente de que en todo momento lo había estimulado, en todo momento había querido que le hiciera el amor. Había querido que le enseñara todos los placeres que un nombre y una mujer podían compartir.

Y Steve la había satisfecho. Oh, desde luego que la había satisfecho. De alguna manera, había pensado que sería capaz de guardar bajo llave todas aquellas experiencias y regresar a la vida que había dejado antes de conocerlo. Si hubiera pensado sobre ello, probablemente se le habría ocurrido que podrían intercambiar sus direcciones, para enviarse tarjetas de Navidad, por ejemplo. En todo caso, Steve habría dejado de ser una persona de carne y hueso para convertirse en un maravilloso recuerdo que siempre llevaría en su corazón.

Pero aquello no era lo que había esperado. No lo era en absoluto. Y a nadie tenía que culpar de ello más que a sí misma. En los pocos días que había llegado a conocer a Steve, había descubierto que era un hombre de absoluta integridad moral, que amaba incondicionalmente a su familia. Era cierto que ninguno de los dos había expresado su respectiva actitud hacia el matrimonio, pero Steve le había comentado lo dura que resultaba su profesión para los compañeros suyos que estaban casados. Por sus conversaciones había sacado la impresión de que prefería quedarse soltero a arriesgarse a destrozar una familia con las exigencias de su empleo. En ningún momento le había sugerido que pretendía cambiar de actitud. Por eso no había esperado que se planteara tener con ella una relación seria, y además en un plazo tan corto de tiempo.

Robin oyó la puerta cerrarse a su espalda. Steve se había marchado, probablemente para ver a Romano. Necesitaba recoger las pocas cosas que había traído consigo.

Cuando Steve volvió, ya lo tenía todo metido en su bolsa y estaba sacando la ropa de la secadora.

—Nos marcharemos tan pronto como estés lista —le dijo.

—¿Irás con nosotros?

—Puede que te parezca extraño, pero no tengo ninguna prisa por decirte adiós. ¿Tienes alguna objeción a eso?

—Claro que no —sonrió, y se acercó a él para deslizar los brazos por su cintura—. Eres lo mejor que me ha sucedido en mi vida, Steve. Solo ten un poquito de paciencia conmigo, ¿vale?

—¿Quieres saber la terrible y vergonzosa verdad? —le preguntó él, abrazándola con fuerza—.

Estoy aterrado de perderte. Es como si hubiera esperado toda mi vida a que aparecieras. Y tengo la deprimente impresión de que tan pronto como te marches de esta isla. . desaparecerás y nunca más volveré a verte.

—Eso nunca sucederá.

—Confío en que tengas razón. Y será mejor que te vistas, si no quieres que te lleve de vuelta a la cama —deslizó las manos por sus nalgas y la atrajo hacia sí, para que comprobara lo muy excitado que estaba.

Robin se apartó de él, terminó de recoger la ropa de la secadora y se dirigió apresurada al dormitorio. Cuando salió, vio que Steve también se había cambiado de ropa: iba con unos pantalones largos caqui, una camiseta de polo y sus habituales zapatos marineros. Sacándose algo del bolsillo, le dijo:

—Toma mi tarjeta, con mi dirección y número de teléfono de casa y del trabajo, para que puedas llamarme donde quieras. No la pierdas. Mi número no figura en la guía telefónica.

A su vez, Robin le entregó un pedazo de papel.

—Y aquí están mis señas.

Steve lo dobló cuidadosamente y se lo guardó en su billetera.

—Gracias —repuso, como si acabara de recibir un regalo de inestimable valor—. Bueno, tenemos que irnos.

Salieron de la casa y llegaron a un pequeño muelle avanzado sobre el agua. Romano los saludó sonriente, antes de ayudar a Robin a abordar el bote. Steve la siguió. Se instalaron en la parte de atrás mientras, en la cabina del piloto, el anciano maniobraba para salir a mar abierto.

Steve le rodeó los hombros con un brazo y ella apoyó la cabeza sobre su pecho. La isla estaba desapareciendo rápidamente de su vista. Podía escuchar el firme latido de su corazón bajo su oreja. Resultaba difícil de creer que aquellos cinco días con él estuvieran a punto de terminar.

Habían hablado mucho de sus respectivas vidas, pero en ningún momento habían tratado el tema de su futuro. . hasta aquella misma mañana.

Robin admitió que se sentía asustada. No se sentía preparada para aquello. Necesitaba tiempo para distanciarse de la magnética personalidad de Steve, para examinar con mayor objetividad lo que había sucedido entre ellos. Tenía demasiadas cosas en perspectiva: aceptar el empleo de la agencia, alquilarse un apartamento, independizarse de su familia. . Si se casaba con Steve, pasaría a formar parte de la vida de otra persona, con todos los compromisos y expectativas que ello entrañaba. . Y sin embargo, el pensamiento de no volver a verlo la aterraba aún más.

—Gracias por esta semana —dijo al fin.

—El placer ha sido mío. Créeme.

—¿Te quedarás mucho más tiempo en la isla?

—No lo sé —Steve se encogió de hombros—. Quizá una semana. Aún no lo he decidido. No va a ser lo mismo sin ti.

El resto del viaje transcurrió entre largos silencios y banales comentarios. Robin se quedó sorprendida al descubrir una gran isla en el horizonte, que se acercaba cada vez más.

—Ya casi hemos llegado —pronunció. Sintió una inmensa oleada de alivio cuando se acercaron al puerto y distinguió el crucero atracado. Steve le pidió a Romano que enfilara el bote directamente hacia el barco. Cuando se situaron a su costado, uno de los marineros de la tripulación ayudó a Robin a abordar.

—Llámame cuando regreses a Los Ángeles —le dijo a Steve, levantándose e intentando conservar el equilibrio en el bote.

—Cuenta con ello —repuso. Y le dio un ávido, desgarrador y posesivo beso que la dejó temblando de emoción y deseo—. Cuídate. Hazlo aunque sea por mí, ¿vale? —añadió cuando al fin la soltó, apartándose.

Robin sonrió, aunque tenía los ojos inundados de lágrimas.

—Haz tú lo mismo —subió por la escala y observó alejarse el bote. Saludó con la mano a Steve y le lanzó un beso.

Su sueño de vacaciones acababa de terminar. ¿Seguirían sintiendo lo mismo el uno por el otro durante las semanas y meses venideros? Temía descubrirlo. En cualquier caso, su vida nunca volvería a ser la misma.