Capítulo 9

Steve caminaba por el campus de la Universidad de Texas, admirando los edificios, las estatuas, la torre y el estadio. Se quedó un poco sorprendido del calor que hacía en aquella época del año. Llevaba cuarenta minutos recorriendo todos sus rincones y ya estaba empezando a resentirse de la alta temperatura. Miró su reloj. Según Josh, faltaban unos diez minutos para que Robin saliera de su última clase de la mañana.

No conocía bien a la gente de Texas, pero sí estaba seguro de una cosa: siempre estaban decididos a salirse con la suya. De hecho, si en aquel momento estaba allí, en Texas, se debía precisamente al compromiso al que había llegado con los hermanos de Robin. Habían convenido en que no volverían a insistir en que se casara con Robin si aceptara regresar a Texas con ellos, entrevistarse con ella, descubrir por qué le había mentido y, si era posible, descubrir también a qué se debía el cambio de comportamiento que tanto había preocupado a Cindi. Si ella le dejaba claro que no quería saber nada de él, entonces los hermanos le dejarían en paz. Una oferta bastante generosa, teniendo en cuenta las circunstancias.

No les importó que no dispusiera de tiempo para hacer todo eso, ni tampoco el estado de su cuenta bancaria, poco propicio para más viajes. Pero lo cierto fue que a Steve tampoco le importó.

Tan pronto como se enteró de que la mejor amiga de Robin, así como sus hermanos, estaba tremendamente preocupada por ella, comprendió que nunca sería capaz de olvidarse de aquel asunto si no lo enfrentaba cara a cara. Esto es, si no mantenía un final, y seguramente humillante, encuentro con Robin McAlister.

El hecho de que a esas alturas todavía estuviera tan deseoso de verla era la parte más humillante: lo suficiente como para que le hubiera mentido a su capitán, diciéndole que tenía un problema familiar grave. Por culpa de aquella escapada, muy bien podría llegar a perder su trabajo. . Mientras esperaba a que apareciera Robin, su nerviosismo no hacía más que aumentar.

Finalmente la vio, distinguiéndola de inmediato entre la multitud de jóvenes por su manera de andar, de moverse, por la gloriosa melena rojiza que caía sobre sus hombros. Oh, sí, era ella. La habría reconocido en cualquier parte, en cualquier circunstancia. Steve se había puesto un traje informal para aquel encuentro, sin corbata. Llevaba abierto el cuello de la camisa, y la chaqueta colgando despreocupadamente de un hombro. Nada más verla se había incrementado dramáticamente su temperatura corporal.

Ella no lo vio, pero tampoco había razón para que estuviese buscándolo. Sus hermanos le habían sugerido que la sorprendiera. Incluso habían decidido que cuanto menos supiera Robin de su papel en su súbita aparición, más probabilidades habría de conservar la armonía en la familia.

Dado el carácter de Robin, Steve podía entender que estuvieran preocupados por su reacción cuando se enterara de lo ocurrido, y él estaba decidido a decírselo. Seguro que merecería la pena ver cómo les arrancaba el pellejo. No podía sentir lástima por ellos. Necesitaban aprender a dejar de meterse en los asuntos de los demás, por mucho que quisieran a la gente.

Esperó hasta estar cerca antes de llamarla por su nombre. Robin dio un respingo como si hubiera recibido una descarga eléctrica, y se giró en redondo con una expresión de animal herido en los ojos. Y en aquel momento Steve pudo entender por qué tanto su amiga como su familia habían estado tan preocupados por ella. Había perdido peso, y a juzgar por sus ojeras, también más de unas cuantas noches de sueño. Lo miraba con los ojos muy abiertos, pálida. Steve dio un paso hacia delante y la tomó del brazo, temeroso de que pudiera desmayarse, pero ella lo rechazó.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le espetó, mirando a su alrededor como recelando de que la vieran hablando con él.

Su actitud le confirmó a Steve lo que ya sabía: que él era la última persona a la que deseaba ver. Pero allí estaba, lo quisiera o no, y además dispuesto a resolver la situación. Nadie podría acusarlo de ser un cobarde.

—Me estaba preguntando si podríamos ir a algún lugar a tomar algo y charlar un poco.

Nunca habría creído que pudiera llegar a palidecer más todavía, pero así fue.

—No entiendo a qué has venido —repuso, terca.

—Ya lo sé, por eso te estoy sugiriendo que vayamos a un lugar tranquilo donde pueda explicártelo —miró a su alrededor, como señalando la corriente de estudiantes que los rodeaba.

—De acuerdo —cedió, demostrando muy poco entusiasmo.

Una cosa era segura, pensó Steve: aquel encuentro nunca sería calificado de sonoro éxito. No se le había ocurrido imaginar que el simple hecho de verlo hubiera podido molestarla tanto. O

disgustarla. Después de todo, Robin le había enviado un mensaje muy claro, tanto al darle un número de teléfono equivocado como el recado que le dejó en su contestador: que ya lo había desterrado de su vida.

Algo que él aceptaba. Diablos, había estado muy ocupado continuando con su propia vida, ¿no?

Si no hubiera sido por aquellos malditos hermanos suyos. . Una vez más la tomó del brazo y se dirigió hacia la zona de aparcamiento.

—¿A dónde vamos? —le preguntó, incómoda.

—No te estoy secuestrando, si es eso lo que te preocupa. Había pensado que podríamos salir del campus. Por cierto, ¿qué te pasa? Te estás comportando de una manera muy infantil. Creo que es importante que hablemos. Si no pensara eso, no habría venido hasta aquí.

Robin desvió la mirada, aparentemente, incluso el hecho de verlo la molestaba. Aquello no le gustaba nada en absoluto a Steve. Algo raro le sucedía, y no se marcharía de Texas sin descubrir antes el motivo.

Cuando llegaron ante el coche que había alquilado, Steve le abrió la puerta. Una vez sentado al volante, se volvió hacia ella.

—¿Y bien? ¿Conoces algún sitio?

Robin lo guió fuera del campus, hasta un restaurante situado en las afueras, con una terraza a la sombra de unos árboles. Aparcaron y encontraron una mesa. Pidieron unas bebidas y permanecieron sentados en silencio, mirándose con cierto recelo.

—No parece que hayas estado durmiendo demasiado —le comentó Steve.

—He tenido que estudiar mucho —respondió, encogiéndose de hombros—. A ti, en cambio, parece que te han sentado bien las vacaciones.

—Sí. Sobre todo los momentos que compartí contigo.

—Por favor, dejemos eso, ¿vale? No quiero hablar de ello.

La observó durante un buen rato antes de recostarse en su silla, deprimido por lo que estaba viendo. ¿Qué diablos le había hecho para que apenas se dignara a mirarlo, para que no quisiera hablar con él?

—Lo siento —pronunció al fin Steve, después de que les sirvieran sus refrescos.

—¿Por qué? —le preguntó ella, mirándolo con expresión de sospecha.

—Por lo que sea que haya hecho para disgustarte tanto.

Robin abrió mucho los ojos y empezó a reír, pero Steve no encontró nada divertido ese sonido.

—Bueno, déjame empezar entonces. . ¿por haberme hecho que me sintiera como una estúpida ingenua, quizás? ¿Por haberme montado esa estupenda escena la mañana que me marché de la isla, con todas esas cosas que me dijiste acerca de lo especial que era para ti, de lo mucho que te importaba, cuando en realidad todo era una gran mentira? Incluso me hablaste de matrimonio, y todo era falso. ¿Y tú me acusas a mí de ser una cobarde? Al menos fui sincera contigo cuando te dije que me sentía confundida por la rapidez con que había sucedido todo. Quería tomármelo con tranquilidad, dejar que entre nosotros las cosas se desarrollaran naturalmente. . ¡y tú me hiciste sentir como si fuera yo la que te estaba utilizando a ti!

—¿Cómo. . si es que no te importa explicármelo. . cómo pudiste esperar que nuestra relación se desarrollara naturalmente cuando me diste a propósito un número de teléfono que no era el tuyo?

Oh, y eso para no hablar del mensaje de despedida que me encontré en el contestador cuando llegué a casa.

—No tengo la menor idea de lo que estás hablando. Te di mi número, no el de otra persona. Y

mi mensaje no tenía nada que ver con una despedida. Era un mensaje con las palabras muy bien escogidas para decirte que no estaba embarazada y que no tenías nada de qué preocuparte —

replicó, cada vez más ruborizada.

Steve estaba acostumbrado a manejarse con todo tipo de gente en todo tipo de situaciones.

Se le daba bien interpretar los gestos de los interlocutores. Y por eso resultaba obvio que Robin creía apasionadamente en lo que le estaba diciendo. Reflexionó sobre sus palabras. Quizá su mensaje no había tenido el tono de despedida que él le había encontrado. La primera vez que lo oyó le había parecido perfectamente cortés y educado: recordaba bien la alegría que sintió de que le hubiera llamado.

Sacó su billetera y extrajo la evidencia de que lo había engañado. Como buen policía que era, había conservado la prueba, incluso después de que no hubiera tenido ninguna utilidad una vez descubierta la verdad. Sin decir una palabra, le tendió el pedazo de papel y esperó, cruzado de brazos.

Robin miró la nota y luego a él, extrañada.

—¿Se supone que esto tiene sentido? Porque si lo tiene, yo no se lo encuentro.

—Ese es el número que tú me diste, y pertenece a un tipo llamado Greg Hanson.

—No es verdad. Marcarías otro número.

—Tal vez pude haberme equivocado una vez. Pero llamé tantas que este tipo acabó mandándome al diablo.

—¿Marcaste el 555 2813? —inquirió, asombrada.

—Querrás decir el 2873.

—No. Mi número es el 2813, que es el que escribí. Mira —señaló con el dedo la cifra.

—Eso no es un uno. Es un siete.

—Disculpa, pero creo que me sé de memoria mi número de teléfono.

—Bueno, pues yo marqué un siete.

—Peor para ti.

Se miraron el uno al otro con una mezcla de furia y frustración. Steve bajó la mirada a la nota, la tomó y la examinó más de cerca.

—Pues a mí me sigue pareciendo un siete.

—Y dale.

Steve terminó su bebida y pidió otra al camarero. Estaba empezando a sentirse mucho mejor.

Muchísimo mejor. Tal vez incluso tuviera alguna razón para estar agradecido a los hermanos de Robin.

—Así que me diste el número de teléfono correcto —pronunció con tono suave—. Esperabas que yo te llamara.

—Creías tú que lo haría. . —lo miró disgustada—.. Creías que después de lo que habíamos vivido juntos, yo. . —algo cambió en su expresión, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo. Y al instante esbozó una deliciosa y conmovedora sonrisa—. Entonces estuviste intentando llamarme —pronunció, maravillada.

—¿No te dejé antes claro que insistí hasta la saciedad en llamarte? ¿Y que por eso molesté al pobre Greg?

Robin bajó la cabeza y se puso a jugar distraídamente con su vaso.

—Yo creía que te habías desentendido de mí después de que yo dejara la isla.

—¿Qué?

—Bueno —se encogió de hombros—, como no volví a saber más de ti, pensé que. . —dejó la frase sin terminar.

—Que todo lo que te había dicho en la isla era una mentira —terminó Steve por ella. Al ver que asentía, añadió—: Bueno, gracias por toda la confianza que depositaste en mí.

—¿Me estás diciendo que tú sí confiaste en mí? ¿Acusándome de haberte dado un número equivocado con la esperanza de perderte de vista?

Durante un rato se miraron fijamente, sin decir nada.

—¿Les apetece cenar ya? ¿Quieren que les entregue la carta? —les preguntó en aquel momento el camarero, apareciendo de pronto.

Steve alzó la mirada, atónito, y luego miró a su alrededor. Desde que llegaron, ya había oscurecido. Ahora había varias lámparas encendidas en la terraza. La mayor parte de las mesas ya estaban ocupadas.

—Oh, concédanos un minuto, por favor —dijo al fin.

El camarero asintió con la cabeza y se retiró.

Steve miró a Robin.

—No sé tú, pero yo me muero de hambre. ¿Quieres que cenemos aquí?

También Robin acababa de descubrir la actividad del restaurante a aquella hora. Tuvo que fruncir los labios para disimular una sonrisa.

—Si tú quieres. . —respondió con toda la dignidad de que fue capaz, pero estropeó el efecto al reírse entre dientes—. Vaya, es un tanto absurdo que queramos dilucidar quién de los dos es la parte ofendida, ¿no te parece?

—Tengo que admitir que la situación es bastante confusa. .

De repente Robin le tomó una mano por encima de la mesa.

—Gracias por haberte tragado tu dignidad para venir a verme —le dijo con tono suave—. Te he echado tanto de menos. . pero estaba decidida a no salir detrás de ti. Tenía la sensación de que era yo quien había hecho el primer movimiento al dejarte un mensaje.

Steve sonrió, llevándose su mano a los labios para depositar un beso en su palma.

—Es una pena que no me repitieras en ese mensaje tu número de teléfono. Si no había podido leerlo bien, al menos lo habría oído.

—¿Realmente piensas que mis unos parecen sietes?

Steve se echó a reír.

—Olvidémoslo, ¿vale? Y ahora será mejor que pidamos algo antes de que nos echen de aquí.

Después de cenar, volvieron al coche. Tan pronto como Steve cerró la puerta, se volvió hacia ella. Y Robin se lanzó en seguida a sus brazos. Aquel primer beso despertó toda la pasión y la excitación que habían acumulado durante los últimos meses.

Cuando finalmente se apartó, Steve le pidió al tiempo que le acariciaba una mejilla:

—Ven a mi hotel. ¿Querrás?

—Quiero hacerlo, pero no puedo —respondió ella—. Necesito volver al apartamento. A estas horas probablemente Cindi habrá llamado a la policía para que me busque. Últimamente se ha convertido en una especie de hada madrina para mí.

—Llámala. Dile que te encuentras bien. Y que la verás por la mañana.

Robin parpadeó varias veces y esbozó luego una lenta sonrisa.

—De acuerdo.

Su aceptación lo sorprendió. Eso también quería decir que decididamente estaba madurando, tomando decisiones por sí misma.

Steve había reservado habitación en uno de los hoteles de camino al nuevo aeropuerto. Una vez allí, nada más abrir la puerta, le indicó dónde estaba el teléfono para que llamara. Robin marcó un número y esperó.

—Hola, Cindi, soy yo —pronunció al cabo de un momento—. Estoy bien. Ya, sabía que estarías empezando a preocuparte, es por eso por lo que te llamo. Mira, estoy con una amistad. Solo quería avisarte de que estoy bien. Ya hablaremos mañana —colgó, y se volvió para mirarlo.

—Dijiste que necesitábamos hablar.

—Creo que ya lo hemos hecho —repuso él.

—Sí, supongo que sí. Parece que hemos descubierto ciertas. . carencias de confianza recíproca.

—Tengo una solución para eso.

—¿Cuál es?

—Casémonos —contestó con tono ligero—. Con esa clase de compromiso entre nosotros, sé que podremos solucionar cualquier problema que pueda surgir de cuando en cuando.

—¿Quieres que me case contigo porque. .?

—Porque te amo —admitió, acercándose a ella—. Creo que me enamoré de ti aquel primer día que apareciste en la isla. Desde entonces nunca he sido capaz de quitarte de mi cabeza. Estabas conmigo de noche o de día, despierto o dormido, en el trabajo o en casa. Me destrozaba pensar que tú no sentías lo mismo.

—Nunca habría hecho el amor contigo de no haber sabido lo mucho que te amo.

—Contaba con eso —suspiró aliviado—. Eso era lo único que me dio la confianza suficiente para acercarme a ti allí, en la isla. Sabía que el hecho de que conservaras tu virginidad no era solamente el efecto de tener unos hermanos como los que tienes. Tú habías escogido no mantener ninguna relación íntima por una razón específica, propia. El hecho de que conmigo cambiaras de idea fue lo que me dio ánimos, lo que me decidió.

—Por favor, no me menciones a mis hermanos. Cuando volví a casa, finalmente me enfrenté a ellos y les dije, a cada uno, lo que pensaba de su comportamiento y que ya estaba harta. Con términos nada inequívocos les dejé saber que si querían mantener alguna relación conmigo, ahora o en el futuro, tendrían que dejar de entrometerse en mi vida.

Steve intentó permanecer inmutable. Evidentemente el sermón de Robin no había hecho cambiar a sus hermanos de actitud, ya que en seguida habían decidido localizarlo a él. Y lo cierto era que no los culpaba en absoluto por ello. Les estaría eternamente agradecido por haber ido a buscarlo. .

—Entonces, ¿quiere eso decir que te casarás conmigo?

—Puedes apostar a que sí —rió, lanzándose a sus brazos—. Pero ya trataremos los detalles más tarde —lo besó—. No sé cuánto tiempo más podrás quedarte. .

—Necesito volver mañana. Mis superiores pusieron mala cara cuando les pedí más días libres.

—No hay necesidad de apresurarnos. Quiero que dispongamos tiempo para planificarlo todo bien. Como mis padres tuvieron que fugarse para casarse, quieren que yo lo haga en una gran iglesia, por todo lo alto. Y eso se tarda en preparar.

—Junto con los preparativos del traslado de mi familia de California a Texas. Tienes razón —

de repente la levantó en brazos—. Ya nos ocuparemos de esos detalles. Mientras tanto. .

Más que decirle lo que tenía en la mente, decidió mostrárselo de la manera más directa posible. La tumbó sobre la cama y le desabrochó cuidadosamente la camisa para después despojarla de los vaqueros. Quería tomarse su tiempo y disfrutar a plenitud de aquel encuentro.

Sin embargo, no estaba seguro de poder contar con la paciencia suficiente. .

—No esperaba que volviéramos a hacer el amor —admitió mientras le sembraba de pequeños besos el cuello y los hombros, descendiendo hasta sus senos. Le desabrochó el sostén, tirándolo a un lado. Le acarició un pezón con la lengua, y sonrió al percibir su estremecimiento.

—Todavía estás vestido —se quejó ella, tirándole de la camisa—. No puedo acostumbrarme a verte con tanta ropa. Cuando te imagino, siempre te veo con el pecho desnudo.

Steve se sentó y se desnudó rápidamente antes de tenderse a su lado una vez más. Robin inmediatamente deslizó los dedos por su pecho, haciéndole estremecerse. Impaciente, le hizo tumbarse de espaldas y se sentó a horcajadas sobre él, para de inmediato empezar a besarlo y a lamerlo, utilizando la lengua para seducirlo y provocarlo. Con una risa ahogada, Steve pronunció:

—Tómame. Soy tuyo.

—Eso espero —susurró, excitándolo hasta un nivel insoportable antes de ponerle un preservativo y arrastrarlo a un impetuoso clímax que los dejó a ambos agotados y temblando.

Se quedaron dormidos. Steve se despertó poco después, cuando oyó un ruido en la habitación.

Abrió los ojos y descubrió que Robin se había levantado de la cama. Estaba de pie ante la ventana, contemplando la oscuridad, vestida con una camisa suya, que le llegaba hasta medio muslo. Parecía pensativa.

—¿Qué pasa? —le preguntó él.

Robin se volvió para mirarlo. Habían dejado encendida la lámpara de la mesilla, pero el resto de la habitación estaba a oscuras. No podía ver su expresión, pero sí percibir su humor sombrío, taciturno.

—No quiero que nos apresuremos a hacer algo de lo que tengamos que arrepentimos después

—le confesó con tono suave—. Todo esto ha sucedido tan rápido. . Me asusta. Pienso mucho en mis padres. Mi madre conocía a mi padre desde siempre, desde que eran niños. Vivía en el rancho vecino. Ella me dijo una vez que no podía recordar una sola ocasión en que no lo hubiera amado.

Jamás dudó de sus propios sentimientos.

—¿Y tú dudas de los tuyos?

—Ahora no. No. Solo me pregunto si esos sentimientos durarán. Hace solamente un par de meses que nos conocemos.

—Lo sé. De hecho, mis padres también eran vecinos, como los tuyos. Pero eso no nos sucedió a nosotros. Tendremos que aceptarlo.

—Aparte de algún que otro empleo de verano, yo nunca he trabajado —le confesó Robin, sentándose al pie de la cama—. Hay muchas cosas que no he hecho y que quiero hacer.

—¿Temes que yo te impida hacerlas?

—Quizá. Supongo que temo más que llegue a estar tan comprometida contigo. . que ya no me importe desarrollarme como persona.

—Cariño —se sentó también, tomándole una mano—, estar casada conmigo supondrá una gran diferencia con tu vida anterior. Te obligará a madurar, estés o no preparada para ello. No estoy intentando hacer que te conviertas en algo que no eres o que no quieres ser. Solo te estoy pidiendo que enfrentemos la vida juntos, que tomemos nuestras decisiones juntos. .

—Viviremos en Los Angeles, ¿no?

—Eso me temo. Trabajo allí.

—¿Considerarías la posibilidad de conseguir un trabajo semejante en Texas?

Steve se echó a reír, hasta que finalmente respondió:

—No me opondría a ello. Siempre he vivido en California, pero si no crees que podrás ser feliz allí, me lo replantearé.

—Podríamos intentarlo. Lo que pasa es que no sé cómo voy a sobrellevar lo de estar tan lejos de mi familia. .

—¿Te refieres a que vas a echar de menos a esos hermanos que tienes? —le preguntó Steve, sonriendo.

—Probablemente —rió ella—. Sé que me echarán en cara el no haberme casado con un texano.

—No empecemos a preocuparnos por las cosas que aún no han tenido lugar, ¿vale? —la llevó de nuevo a la cama—. Suceda lo que suceda, haremos que funcione. Tienes mi promesa.

Y la abrazó con ternura, preguntándose cómo podría decirle que sus hermanos, lejos de molestarse, iban a estar encantados de que acabara casándose con él.