Capítulo 7

—¡Oh, Dios mío! ¡Has vuelto! Nadie me advirtió de que ibas a reincorporarte al crucero. ¡Yo creía que habías tomado un avión de regreso a casa! ¡Oh, Robin, me alegro tanto de verte. .!

Robin se sentó en la litera, aturdida. Había vuelto a su camarote decidida a echarse una siesta. Y en aquel instante estaba contemplando, entre soñolienta y asombrada, a su vehemente amiga, que acababa de sentarse en su cama hablando sin parar.

—¿No ha sido una experiencia horrible que te quedaras abandonada en una isla? ¡No pude dar crédito cuando decidieron marcharse sin ti! Le dije al capitán lo que pensaba al respecto, puedes estar segura de ello. Por supuesto, él me recordó las ordenanzas de a bordo, pero aun así —en un impulso Cindi la abrazó, apartándose en seguida para mirarla—. ¿Te encuentras bien?

—Bueno —se echó a reír—, creía que lo estaba hasta que un huracán entró en mi habitación —

se apartó el cabello del rostro—. Yo también me alegro de verte —todavía riendo, añadió—:

¿Realmente le recriminaste al capitán que se hubieran marchado sin mí?

—¡Pues claro! Tú habrías hecho lo mismo. Estaba tan preocupada de que algo malo te hubiera sucedido. . Al menos me aseguraron que habías llamado para decir que estabas bien. ¿Cómo diablos lograste encontrar un teléfono?

—¿Recuerdas que nos dijeron que la isla tenía un propietario? —al ver que Cindi asentía, agregó—: Bueno, pues resulta que conocí a un hombre que estaba pasando allí las vacaciones, con permiso del dueño, en compañía de una pareja de ancianos que cuidaba de la propiedad. Fue él quien me encontró en la playa y me invitó a ir a su casa. Se mostró muy amable conmigo. Llamó a la línea de cruceros y consiguió el número del barco para que yo pudiera ponerme en contacto. Una vez que se enteró de que el barco no volvería a pasar por la zona hasta cinco días después, insistió en que me quedara en su casa. Fue encantador conmigo.

—¿Un «hombre»? —inquirió Cindi, asombrada—. ¿Conociste a un hombre mientras estuviste abandonada en esa isla? ¡Vaya suerte que tuviste! —exclamó, entusiasmada—. ¡Vamos, háblame de él!

—Ya lo he hecho. Era un hombre muy amable.

—También lo es mi abuelo. ¡Ya sabes a lo que me refiero! ¿Es joven? ¿Soltero? ¿Guapo?

—Pues sí.

—¿Cómo es? Descríbelo.

Robin cerró los ojos mientras evocaba una vez más lo que sabía permanecería grabado en su memoria durante el resto de su vida. Luego se encogió de hombros con un falso gesto de despreocupación.

—Oh, ya sabes, el tipo de hombre al que encontrarías viviendo solo en una isla desierta. . alto, moreno, muy guapo, con un cuerpo de dios griego, extremadamente inteligente, un gran sentido del humor y. .

—Ya, claro. En realidad era gordo, calvo y tenía setenta años, ¿verdad?

—No —suspiró Robin—, en realidad es un bombón sacado de una revista de moda, Cindi. La primera vez que lo vi, creí estar en el paraíso. La encarnación de la fantasía de cualquier mujer.

—¿Seguro que no te estás burlando?

—Te lo prometo por lo más sagrado.

—¡Guau! —exclamó Cindi, impresionada—. Yo aquí, sintiéndome tan mal porque habías perdido el crucero. . ¡y tú viviendo ese maravilloso sueño! ¡Tienes que contármelo todo! Y todo es. . «todo».