Capítulo 8

Los Ángeles, California.

Finales de marzo.

Volvemos ahora al inesperado encuentro de Steve con los airados hermanos de Robin. .

Steve observó a los tres hombres alineados frente a él, buscando alguna semejanza con Robin.

Aparte de la evidente dureza de su aspecto, reconoció el mismo tono verde de sus ojos en alguno, el brillo cobrizo de su pelo en otro. Esos debían de ser los hermanos de los que ella le había hablado: los que la habían enseñado a jugar tan bien al póquer y al billar. Le costaba algún esfuerzo imaginarse a Robin en compañía de esos tipos, pero. . ¿acaso no se había dado cuenta de que en realidad no la había conocido en absoluto?

—¿Os ha enviado Robin? —preguntó al fin, llevado por la curiosidad.

Durante varios segundos nadie dijo nada. Luego el mayor de los tres sacó una tarjeta de un bolsillo y se la tendió a Steve.

—Tú le diste esto, ¿no?

Era la misma tarjeta que le había entregado en la isla.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Sabe ella que estáis aquí? —como ninguno dijo nada, añadió, cruzándose de brazos—: Creo que estoy empezando a comprenderlo. Robin me habló de vosotros. .

de lo que os gusta meteros en su vida, seguirla a todas partes como una manada de lobos, intimidar a cualquiera que demuestre algún interés por ella. . Así que ahora habéis decidido emplearos a fondo. Dado que no estuvisteis pegados a Robin durante sus vacaciones, estáis convencidos de que cualquier hombre con quien se vio se aprovechó automáticamente de ella.

Aquel al que llamaban Jim le preguntó:

—¿Estás diciendo que tú no te aprovechaste de ella?

—Exactamente —le sostuvo la mirada—. No es que sea asunto vuestro, pero el motivo por el que le entregué esa tarjeta no fue para que vosotros pudierais darme caza y arrastrarme a Texas. . para convertir en una mujer honesta a vuestra hermana. De hecho, había esperado que ella quisiera seguir en contacto conmigo, quizá incluso que nos diera a los dos la oportunidad de llegar a conocernos mejor. Sin embargo, ella misma me dejó claro que no estaba en absoluto interesada en mantener una relación de cualquier tipo conmigo.

—¿Oh? ¿Y se puede saber cómo hizo eso? —inquirió el mayor de los hermanos.

—Muy convenientemente me dio un número equivocado de teléfono. Así que cuando llamé, me respondió un tipo que no la conocía ni de oídas. Y como su número no aparecía en el listín, finalmente deduje que no había querido decirme a la cara que no deseaba volver a saber nada de mí.

—Cindi comentó algo acerca de que Robin no quería hablar con él, ¿os acordáis? —murmuró uno de los hermanos a los demás, entre dientes.

—¿Cindi? ¿Su compañera de apartamento en la universidad? —inquirió Steve.

—¿La conoces? —preguntó a su vez el líder del grupo.

—No personalmente. Robin y ella era amigas desde el colegio.

—Mira —le dijo el líder, adelantándose hacia él—, quizá no lo hayamos hecho muy bien. ¿Te importaría que empezáramos desde el principio? —antes de que Steve pudiera protestar, el hombre continuó—: Soy Jason McAlister, Jr. Estos son mis hermanos, Jim y Josh. Mucho me temo que Robin te haya dado una impresión equivocada sobre nosotros.

—Oh, no lo creo. Entrar a la fuerza en una propiedad es un delito. Y el detalle de que eso se lo hayáis hecho a un detective de policía de Los Ángeles es el colmo de la arrogancia. No tengo ninguna duda en creer que los tres habéis convertido la vida de Robin en un infierno. De hecho, después de conoceros puedo entender perfectamente por qué no quiera saber nada con ningún hombre.

—No, espera un momento. . —dijo Josh, rojo de indignación—. ¿Sabes una cosa? ¡Me da igual que seas policía o no!

Steve miró a Jason.

—El irascible temperamento de tu hermano acabará por traerle problemas uno de estos días.

El asentimiento de Jason fue casi imperceptible. Miró a Josh:

—Tranquilízate. Ya sabemos todos lo duro que eres.

Steve casi sonrió al ver el rubor, esa vez de indignación, que tiñó las mejillas de Josh.

—Evidentemente necesitamos hablar —afirmó—. No os conozco, pero podría invitaros a café

¿no? Bajemos abajo y os prepararé uno —mientras hablaba se dirigió hacia la puerta, como si los dos hermanos menores no siguieran bloqueándola.

Josh continuaba mostrándose reacio a moverse, pero Jim esbozó una sonrisa, muy parecida a la de Robin, y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

Una vez en el piso de abajo, Steve les invitó a sentarse.

—Por cierto, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?

—Jase nos trajo en su avión —respondió Jim—. En el aeropuerto alquilamos un coche.

Decidimos que cuanta menos gente supiera de nuestro viaje, mejor.

—¿Sois conscientes de que ahora mismo podría deteneros a los tres, verdad? Tendríais suficientes cargos para pasar una buena temporada entre rejas.

—Ah, pero tú no querrías hacer algo así —rió Jim—. Encerrar a tus cuñados en una prisión no sería la mejor manera de empezar tu nueva vida de casado.

Steve cerró los ojos por un instante.

—Mirad, chicos, no sé de dónde habéis sacado la idea de que voy a casarme con Robin, pero estáis muy equivocados —recordó el cortés y formal mensaje de Robin que había estado esperándolo en el contestador cuando regresó a casa. Definitivamente había sonado a despedida.

El problema era que no lo había reconocido desde el principio—. Tengo mucha curiosidad por saber por qué pensáis vosotros que debería hacerlo.

Jason y Jim miraron a Josh.

—Vamos. . díselo —le dijo Jason.

Steve tuvo que disimular una sonrisa al ver la horrorizada expresión de Josh.

—No puedo. Ya os lo dije. Le prometí a Cindi que no soltaría una sola palabra.

—Ya rompiste esa promesa cuando nos lo dijiste a nosotros. Así que ahora díselo a él.

Josh suspiró, mirando disgustado a sus hermanos.

—Oh, de acuerdo, pero Cindi me matará por esto.

—Tengo el presentimiento de que Cindi tendrá que aguardar cola, detrás de la propia Robin —

repuso Steve. Después de servir café a todos, se sentó y esperó.

—Bueno —pronunció Josh, rascándose la oreja—, el caso es que el otro día vi a Cindi en la universidad y me preguntó dónde estaba Robin. Fue entonces cuando me confesó lo preocupada que estaba por ella.

Steve se irguió en su silla. ¿Acaso había sucedido algo trascendental de lo que no estuviera enterado? El mensaje que le dejó Robin había contenido la velada referencia de que no estaba embarazada. ¿También le habría mentido sobre ello?

—¿Te contó por qué? —le preguntó, ya que Josh no parecía nada deseoso de continuar con su relato.

—Sí, de hecho, me dijo que Robin no había sido la misma desde que volvieron de su crucero.

También me contó que se había quedado tirada en una isla a mitad de viaje, un detalle que nuestra querida hermana omitió decirnos en su momento. Así que empecé a hacerle todo tipo de preguntas. Fue entonces cuando Cindi me dio esa tarjeta. Al parecer la había encontrado en el cesto de los papeles y reconoció tu nombre. Robin le había mencionado que te había conocido en aquella isla, y que no había vuelto a hablar de ti desde que regresó. Cindi piensa que en aquella isla sucedió algo de lo que no quiere hablar. Sea lo que sea, ese algo ha cambiado a Robin. Cindi dice que es como si hubiera envejecido. .

—O quizá simplemente ha crecido —lo interrumpió Steve con un leve sarcasmo.

—Yo pienso lo mismo —opinó Jason, recostándose en su silla—. Y no he hecho más que preguntarme cómo es que una chica joven, extremadamente atractiva e inocente, de pronto crece y madura de esa forma pocos días después de pasar un tiempo a solas con un hombre que. . bueno, al que Cindi gusta de referirse como «el semental italiano».

—¿Qué? —a punto estuvo Steve de derramar su taza de café—. ¿Cómo diablos. .?

—Bueno, así es como te califica Cindi cuando habla de ti. Yo creía que era tu apodo, o algo parecido —explicó Josh, un tanto a la defensiva—. Por todo lo que sabemos, lo mismo podías haberte dedicado profesionalmente al streap tease.

Steve se echó a reír. Porque o se reía o le estampaba el puño en la cara a ese tipo. Aquella situación se estaba volviendo cada vez más absurda.

—A ver si lo entiendo. ¿Lo que os preocupa es que vuestra hermana haya madurado en estos últimos días? ¿Es eso?

Jason apoyó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia Steve, clavándole su fría mirada.

—Estamos aquí, Sherlock Holmes, porque tengo la fuerte sospecha de que en esa isla le sucedió algo a Robin que «no tenía que» haberle sucedido. Eso es lo que pienso. Es la única explicación para su extraño comportamiento. No quiero andarme por las ramas contigo, pero tampoco quiero lanzarte una andanada de preguntas directas a las que puedas contestar con un montón de mentiras. Digamos que conozco la naturaleza humana. Tal como yo lo veo: coloca a dos tipos jóvenes y atractivos en una isla desierta durante unos días y una cosa llevará a la otra.

Añade a eso el hecho de que Cindi dice que Robin no ha sabido nada de ti desde que volvió y. .

—¡Por supuesto que no ha sabido nada de mí! ¡Ya os lo he dicho, me dejó un número de teléfono que no era el suyo porque era «ella» la que no quería saber nada de mí!

Jason continuó como si Steve no hubiera pronunciado una sola palabra.

—En ese caso, tu estancia en esa isla acabará en boda antes de que pase un mes.

—No podéis obligarnos a casarnos —replicó Steve, consciente de que había pasado a adoptar un tono beligerante. Ya no le importaba. Ya estaba harto. Ojalá no volviera a ver a un McAlister durante el resto de su vida. .

—¿Eso crees? —inquirió Jason, arrastrando las palabras—. Bueno, pues espera y verás.