Epílogo

 

 

Por fin le han dado el alta a Julio. Estos días se me han hecho muy largos, y las noches, eternas.

No le he contado todavía lo de Carlos. Cuando lo haga, tendré que explicarle también la relación que mantuvimos cuando yo estaba más vulnerable, y quiero que estemos tranquilos, en la cama y, si es posible, que esté agotado después de practicar sexo del bueno. Se pondrá celoso y furioso, querrá ir a matarlo, montar una escena… y se enfadará cuando le diga que ya lo ha hecho Luke por él.

Con los celos que le tiene, solo me faltará eso.

Pero entre besitos y arrumacos, lo tranquilizaré. Al fin y al cabo, Julio es un trozo de pan y arcilla entre mis manos.

Le hemos preparado una fiesta sorpresa de bienvenida. Están todos en casa, esperando nuestra llegada. Incluso han venido todos sus compañeros que no están trabajando.

Habrá ruido, alboroto, música, y los vecinos se enfadarán.

Me da absolutamente igual.

Julio ha sobrevivido y vuelve a casa. Estuve a punto de perderlo por culpa de una loca de atar que, espero, pase muchos años en la cárcel. O peor aún, en un psiquiátrico. Me estremezco solo de pensarlo.

—Estás muy callada —me dice.

Vamos en el coche, él en el asiento del copiloto.

—Estaba pensando.

—Te pones muy sexy cuando lo haces —me susurra cerca del oído. El muy canalla se ha acercado tanto que me hace cosquillas con su aliento.

—No me distraigas —lo riño, pero no puedo evitar estremecerme. Por un momento, maldigo la idea de la fiesta sorpresa porque hará que tarde más en tenerlo para mí sola. Desde hace días tengo la imperiosa necesidad de tocarlo por todo el cuerpo para asegurarme de que está realmente aquí, y con su madre siempre delante, no he podido hacerlo.

—Tengo ganas de estar a solas contigo —musita sin apartarse. Parece que me ha leído el pensamiento—. Quiero hacerte el amor durante horas.

—No seas loco. No estás en condiciones.

Sonríe con picardía, lo veo por el rabillo del ojo, y su mano se desliza bajo mi falda para tocarme la piel desnuda.

—¡Julio! —exclamo, riendo—. Vas a hacer que tengamos un accidente.

—Uf, no. Más hospitales no, gracias.

Se aparta aunque a regañadientes. Tira del cinturón de seguridad y se pone cómodo en el asiento.

—Por suerte, mi madre se ha ido ya, y no la tenemos revoloteando a nuestro alrededor.

—Pobrecita, no seas así. Te quiere mucho.

—Lo sé. Y yo a ella.

—¿La has perdonado por fin?

—Digamos que… estoy en ello. Ahora que te he conocido, puedo ponerme en su lugar y comprender lo que le pasó. Yo también me volvería loco si te perdiera. Lo que me lleva al asunto de tu acosador. He de hacer algo al respecto.

Me da un ataque de tos, porque no quiero hablar todavía de este tema.

—No te preocupes por eso. Yo no lo hago. Y lo que tú tienes que hacer, es descansar hasta recuperarte del todo. Que te hayan dado el alta hospitalaria, no significa que estés en condiciones de hacer el tonto.

—He de hacer reposo, ya lo sé. —Curva los labios en esa sonrisa de granuja que tanto me gusta—. Esta noche me quedaré quietecito mientras tú haces todo el trabajo. Mmmm —gime, el muy canalla, y pone ojos soñadores—. Fantaseo con esa boquita traviesa, y contigo, cabalgándome.

Me pongo tan colorada que casi no se distingue la piel de mi pelo rojizo, y cuando lo ve, se echa a reír.

—Ay, mi brujilla modosita. ¿Te he dicho hoy que te quiero con locura?

—No, hoy todavía no me lo has dicho.

—Pues te quiero con locura.

Sonrío, y el corazón se me ensancha porque soy absolutamente feliz.

La mujer más feliz del mundo y nada, ni nadie, va a cambiar eso. Nunca.