Capítulo dieciocho
Agosto y septiembre han pasado como una exhalación. En este tiempo, ha habido cinco incendios más que sospechan que han sido provocados, y mi pesadilla se ha convertido en un sueño recurrente, aunque con una ligera variación: yo no paro de gritarle a Julio «a tu derecha, vete a la derecha».
Es horrible. El fuego nos rodea, pero en realidad yo sé que no estoy allí, porque no siento el calor de las llamas. Julio suda, paralizado, sin saber qué hacer, hacia dónde ir. Mira desesperado a su alrededor, y por mucho que yo le grite que vaya hacia la derecha porque sé que es en esa dirección que está la salvación, él no me oye.
Me despierto gritando, creo, aunque quizá en realidad de mi garganta no sale sonido alguno porque ninguna de mis amigas vienen a ver qué me pasa.
Lo curioso es que la pesadilla no se repite cuando duermo con él a mi lado. Esas son las únicas noches en que duermo de un tirón, tranquila y sin despertarme.
Dormir mal ha hecho mella en mí. Mis ojos están cercados permanentemente por unas ojeras monstruosas que a duras penas puedo disimular con el maquillaje, y estoy cansada todo el día, lo que me pone de un humor terrible.
Sé que todos están preocupados, sobre todo Julio, que no para de preguntarme qué me pasa, pero yo no sé qué decirles. Todavía no les he contado a los demás que soy médium, y en momentos de rebeldía me pregunto por qué tengo que decírselo, como si fuese un secreto reprobable que tuviese que confesar. Si les hablo de mi pesadilla lo achacarán al miedo que tengo a que le pase algo malo a Julio, y sería normal, después del accidente que tuvo por culpa de la tal Carla.
Pero no es eso. Lo sé.
Creo que alguien está intentando advertirme de algo, y lo hace a través del sueño porque es el momento en que nuestra alma está más cerca del más allá. Aunque yo no he tenido nunca sueños premonitorios, ¡gracias a Dios!, creo que es eso lo que me está pasando.
Y he ahí el problema.
¿Cómo se lo hago entender a Julio, que desprecia totalmente este tipo de cosas?
He conseguido con él un justo equilibrio. Yo no hablo de estas cosas, y él ha dejado de burlarse de mi tienda. No me pregunta a dónde voy cada domingo por la tarde, y yo no intento convertirlo en creyente. Nos respetamos mutuamente.
Así que, ¿cómo le hablo de mi pesadilla? ¿Cómo le hago entender que no es casualidad? ¿Que es importante?
No tengo ni idea.
Pero con cada día que pasa, la pesadilla se repite más a menudo, con más fuerza, por lo que tengo la impresión de que el momento clave cada vez está más cerca.
***
—No te va a gustar mi opinión sobre estos incendios —dice Alonso.
Está sentado al lado de Julio, en el salón de casa, esperando que Daniela y yo nos arreglemos para salir a cenar los cuatro juntos. Yo estoy en el pasillo, yendo hacia ellos, pero me quedo quieta junto a la puerta cuando lo oigo hablar porque sé que en el mismo momento en que entre, cambiarán de conversación.
—Puede que te sorprendas —contesta él.
—Creo que es uno de los nuestros.
Ambos se quedan callados, y yo ahogo una exclamación. ¿El que provoca los incendios, puede ser un bombero? Jamás se me hubiera ocurrido. ¿Cómo alguien que ha decidido dedicar su vida a apagarlos, puede hacer algo así?
—Yo estaba pensando lo mismo —contesta Julio en un susurro.
Sé que para ambos, admitir esto ha de ser muy difícil. Esquelles es pequeño, en realidad, y la posibilidad de que sea uno de sus propios compañeros el que esté desatando el caos, ha de ser muy duro.
—¿Sabes algo de la investigación?
—No. De momento, lo mantienen todo en secreto.
—Tú tienes amigos en los Mossos. ¿No podrías preguntar?
—Podría, pero tampoco me dirían nada, si es que supieran algo.
—Por lo menos, nadie ha resultado herido ni muerto, hasta ahora.
—Tú resultaste herido, Julio. Y no se me olvida.
—Fue un accidente, y logré salir con ayuda de Carla.
—Carla te metió en el lío, así que no te sientas agradecido por eso —masculló Alonso—. Espero que la echen definitivamente. Es un peligro para todos. Menos mal que sigue suspendida.
—Yo decidí seguirla, Alonso. No la culpes a ella.
—¡No me jodas, tío! —Alonso parece enfadado, y yo estoy con él. ¿A qué viene el intentar justificarla? —Carla no debería haber entrado allí. Es impulsiva e irracional, actúa sin medir las consecuencias, ni para ella, ni para los demás. Tiene complejo de héroe, y no parará hasta que le cueste la vida a alguien.
—No exageres, tío. Carla es una novata todavía. Ya aprenderá.
—¿A costa de qué? ¿De más accidentes?
—Mira, dejemos hablar de esto porque no nos pondremos de acuerdo.
Julio parece molesto, y yo me pregunto por qué. Alonso tiene razón en lo que dice, y no comprendo por qué Julio la defiende. Pero si siguen hablando de este tema acabarán discutiendo y fastidiándonos la noche, así que me decido a entrar para cortar la discusión antes que se ponga peor.
—Yo ya estoy lista, chicos.
—Voy a ver cuánto le falta a Daniela —Alonso se levanta del sofá y desaparece por el pasillo.
—Estás preciosa —dice Julio, levantándose también y mirándome con un brillo apreciativo en los ojos. Por una noche he abandonado mi aspecto tan hippie y me he puesto un vestido negro entallado. Es sencillo, pero muy sexy y elegante. Se acerca a mí y me da un suave beso en los labios—. ¿Te joderé el maquillaje si te doy un beso como Dios manda?
—No. El labial es de…
No me deja terminar. Se apodera de mi boca y me besa como si no hubiera un mañana. Me invade con la lengua, aprieta mi cuerpo contra el suyo, y noto, sin ningún lugar a dudas, cómo crece su masculinidad. Este Julio, siempre preparado para la guerra…
—Vale ya —digo entre jadeos, intentando apartarlo. Ha abandonado mi boca pero me mordisquea el cuello—, o no iremos a ninguna parte.
—El único lugar al que quiero ir, es a la cama. Contigo —me susurra en la oreja.
—Inténtalo, si quieres que te corte los huevos. —La voz de Daniela rompe toda la magia y la seducción. Julio suspira y sonríe con tristeza, dándose por vencido antes siquiera de que la batalla empiece—. ¿Sabes lo que me ha costado conseguir estas invitaciones para la cena de gala del Festival de Sitges?
—Ni me lo imagino —suspira Julio.
—Pues solo me ha faltado hacerle una mamada a mi jefe.
—¡Daniela! —exclama Alonso, furioso, detrás de ella.
—Es un decir, cariño. No te me pongas tonto ahora —lo aplaca con una sonrisa y un beso en los labios—. Sabes que yo nunca haría algo así, ni siquiera por estas entradas.
—No estoy yo muy seguro —masculla él, pero se deja tranquilizar.
Sé que ese «no estoy seguro» no significa que Alonso crea que Daniela es capaz de engañarle, sino que sabe perfectamente la pasión que siente por el cine. Aunque su sueño es dedicarse a la publicidad, todo lo que tiene que ver con cámaras, planos y sets de rodaje, la apasiona.
***
La noche se me hace muy larga. Sé que para la mayoría de mujeres, estar aquí, rodeadas de estrellas y glamour, sería un sueño cumplido. Para mí es como una tortura. Veo muchas sonrisas falsas, y oigo muchas adulaciones que suenan vacías. Hay mucha gente conocida, algunas incluso a nivel internacional. Risas, brindis, joyas caras y ropa de prestado.
Me siento completamente fuera de lugar. Todo me parece tan… falso y decadente, en todas sus acepciones negativas.
Daniela ha desaparecido y se ha llevado arrastrando a Alonso. Seguro que está haciendo contactos, y la veo como pez en el agua. Jamás me hubiera imaginado que alguien como ella estaría bien en un lugar así.
—¿Te aburres? —me pregunta Julio, sentado a mi lado. Somos los únicos que permanecemos sentados a la mesa. El resto del grupo con el que nos pusieron, han hecho como Daniela.
—Mucho.
—Yo también —confiesa él.
—Pues no me lo parecía hace un rato.
A Julio se le han acercado varios caza talentos. Creían que era actor o modelo, y no me extraña, porque es lo bastante guapo y tiene más que el suficiente sexappeal para serlo. Ha «jugado» con ellos un rato haciéndoles creer que no se habían equivocado. También se le han acercado algunas mosconas y he tenido que morderme la lengua para no convertirme en la peor versión de Daniela. He conseguido aguantar estoicamente hasta que Julio se las ha quitado de encima.
—Ha sido divertido durante cinco minutos —confiesa—, pero después se ha convertido en… agobiante. Ven, —me dice de repente, levantándose y ofreciéndome su mano—, salgamos de aquí.
Paseamos a lo largo del puerto, alejándonos del bullicio. El aire huele a mar y a libertad. Los veleros se balancean levemente y los cabos crujen.
Julio y yo vamos cogidos de la mano. La suya es grande, fuerte y cálida. Le han quedado algunas cicatrices leves del accidente, pero a mí no me importan.
No decimos nada, pero no hace falta. Estamos juntos, y parece que es más que suficiente para nosotros. El silencio no es pesado, ni sentimos la necesidad de llenarlo diciendo lo que sea. Solo paseamos cogidos de la mano, llenándonos los pulmones con el aire marino, relajándonos con el leve susurro del agua, y admirando el cielo estrellado.
—Jamás me habría imaginado que podría disfrutar haciendo algo como esto.
La voz de Julio suena entre sorprendida e indecisa, como si expresara un pensamiento en voz alta sin darse cuenta.
—¿Te refieres a la fiesta?
—No. Me refiero a estar paseando contigo, sin hacer nada más. Solo caminar el uno al lado del otro. —Se queda un momento callado, mirando hacia adelante—. Hasta conocerte, cuando ponía juntas las palabras «mujer» y «disfrutar» siempre iban en un solo sentido: hacia el sexo. Pero contigo todo es diferente. Me sorprendo disfrutando al cogerte la mano, al oír tu risa, o en momentos como este, simplemente paseando. Disfruto cuando te quedas dormida entre mis brazos, y puedo emborracharme con tu imagen sin correr el riesgo de que me tires una almohada. Incluso disfruto hablando contigo, de lo que sea. Me importa lo que tengas que decir, y me gusta que a ti te importe mi opinión. Es… una sensación extraña que se ha quedado aquí pegada. —Se pone la mano sobre el pecho y detiene el paseo. Tira de mí hacia él para poder mirarme fijamente a los ojos—. Una sensación que, a veces, parece que va a hacerme explotar de felicidad; aunque otras me da un miedo terrible —termina diciendo, en un susurro—. Pero a pesar de estar aterrorizado, no la cambiaría por nada.
—Yo me siento igual —le confieso a media voz—. Esto es amor, Julio.
—Lo sé. Pero no por saberlo deja de ser sorprendente. Y aterrador.
Me abrazo a su cintura y apoyo la cabeza en el pecho. Su corazón palpita muy rápido y cierro los ojos para perderme en ese sonido tranquilizador. Él me rodea con los brazos y apoya el rostro sobre mi pelo. Estamos viviendo un momento mágico y especial y quiero dejarme llevar por la sensación de plenitud que sé que debería llenarme el pecho. Pero no es así; no del todo, al menos. Porque una de las cosas que Julio ha dicho, no es cierta del todo: no podemos hablar de lo que sea. Hay un tema que sigue siendo tabú, y que ambos evitamos constantemente.
Quizá es el momento de hacerlo.
Quizá es el momento de correr el riesgo de hablarle de mi sueño recurrente.