Intermezzo

 

 

No sé qué demonios me ha poseído. No he sido celoso en mi puta vida. Y ahora, de repente, oigo a Nuria pronunciar el nombre de otro tío, y el ataque de cuernos que he tenido ha sido fulminante.

Me han entrado ganas de romper cosas, de estrellar los puños contra algo. Joder, me he sentido como el puto doctor Jeckyll cuando el abominable mister Hyde toma el mando.

Por suerte, Nuria sabe cortarme el rollo bien rápido, de una manera tajante, y sin dar ni un solo grito. Me ha puesto en mi sitio y yo me he calmado como un corderito.

Claro que sus besos siempre tienen ese efecto en mí. Y sus palabras me hacen pensar. Aunque lo más raro, es que eso me gusta.

Salgo de allí excitado y alterado. Joder, he estado a punto de tirar a Nuria sobre el mostrador y follármela allí mismo, con tal de marcar mi territorio para que ningún otro tío tenga ganas de acercársele.

Siempre he sido un tío seguro de mí mismo y de mi atractivo. Supongo que muchas veces rozo la arrogancia porque no ha habido mujer que se me resistiera si ponía mis ojos en ella. Pero Nuria se me ha resistido con ganas, y para conseguir que me diera una oportunidad, he tenido que hacer una concesión que jamás creía que iba a otorgar, y he tenido que ir detrás de ella, suplicando.

¿Cosa del karma?

Seguro que Nuria cree que sí. Yo jamás he creído en el destino, ni en nada sobrenatural. Siempre he pensado que la gente que se escuda en el karma para justificar o explicar las cosas que les pasan, son idiotas. El azar gobierna nuestras vidas, y no hay un plan cósmico para cada uno de nosotros.

Pero ahora…

Ahora me pregunto si estaba equivocado.

Está claro para mí que Nuria tiene todo lo que he buscado en una mujer, durante toda mi vida. A veces, me sorprendo pensando que la he estado esperando siempre, y que todos mis escarceos eran para rellenar un vacío en mi vida que ni siquiera sabía que tenía. Estaba solo, pero me negaba a aceptarlo. ¿Solo, yo? ¿Con la cantidad de amigos y amantes que he tenido? Es un pensamiento aterrador, y sin embargo, con cada día que paso junto a Nuria, la certeza de que era así, de que mi vida había estado vacía, es apabullante.

Miro el reloj, y veo es temprano. Decido acercarme al cuartel y aprovechar el tiempo para hacer un poco de ejercicio en el gimnasio de allí. Lo montamos entre todos, haciendo hucha poco a poco para ir comprando aparatos y así tener algo que hacer durante las largas horas que duran nuestros turnos; aunque este verano no lo hemos aprovechado mucho, con tanto incendio como ha habido.

Aparco el coche en la parte de atrás y entro. Manuel está revisando las mangueras y me saluda con la mano.

—Ey, tío. ¿Qué haces por aquí?

—Vengo a darle caña al remo un rato.

—Vaya, y yo que pensaba que venías a echarme un cable con esto.

—Sí, al cuello —le replico, riéndome.

Subo las escaleras y paso por delante del vestidor de las chicas. Solo son cinco, de cuarenta y ocho que somos en total. Veo la puerta cerrada, y oigo ruidos dentro, así que supongo que alguna de ellas está de servicio.

Me voy a mi taquilla y saco la ropa de deporte. Me cambio con rapidez y vuelvo a salir. En la puerta, me encuentro con Carla.

Hay que joderse.

—Vaya, tío bueno, qué haces por aquí —me pregunta, melosa, sonriendo como un gato.

—Vengo a quemar calorías. ¿Y tú? ¿No estás suspendida?

Bufa, molesta.

—Indefinidamente. ¿Tú crees que es justo? Yo sé que oí a alguien gritar, ¿y me castigan por ello?

—Nadie más oyó nada, ni siquiera yo, que estaba a tu lado. Te lo debiste imaginar.

—Ya, claro, soy una histérica, ¿no?

—No es eso, Carla. La cuestión es que no debiste entrar como un torbellino, sin informar ni esperar órdenes. Tomaste la decisión equivocada, y te pusiste en peligro, y a mí también. Podíamos haber muerto allí dentro.

—Pero no fue así, ¿no? Te saqué. Te salvo la vida y me lo pagan suspendiéndome indefinidamente.

—No habrías tenido que salvarme si hubieses actuado como un profesional.

—No esperaba que tú también te pusieras de su lado, Julio —me replica, dolida.

—Aquí no hay lados, y es mejor que lo tengas claro. —Ahora el que se está cabreando soy yo. Carla puede llegar a ser una gran compañera, si deja de lado su ansia de protagonismo—. Somos un equipo. Cada uno de nosotros forma parte de un engranaje, y si una de sus piezas va a su puta bola, nos pone al resto en peligro. Métetelo en la cabeza de una puta vez.

Me voy dejándola con la boca abierta, sin darle oportunidad de replicar. Bajo las escaleras de dos en dos y me meto en el gimnasio. Necesito quemar energía y desahogarme, porque esta conversación me ha puesto de muy mala hostia.

Desde el primer momento, he excusado la actuación de Carla delante de los demás, pero eso no implica que esté de acuerdo con ella. Es una novata, tiene que aprender, y no quiero que se pongan más en su contra de lo que ya están porque cuando regrese se encontrará con un muro de piedra. Ahora mismo, nadie la quiere en su turno, y va a tener que trabajar muy duro para demostrarles que es de confianza.

Pero antes tiene que darse cuenta del error que cometió, y ser consciente de que no debe volver a hacer algo así nunca más.