Capítulo 6
Todo el mundo corrió hacia la segunda base. Adam llegó el primero. Aquel sonido había sido muy inquietante. De un empujón, retiró al jugador que había caído sobre Cara.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado. Alargó las manos hacia ella, pero evitó tocarla por miedo a hacerle daño. Quizá aquel crujido había sido por la rotura de algún hueso—. ¿Estás herida?
Cara se giró y se puso boca abajo. Estaba cubierta de polvo. Había perdido la visera y algunos mechones de pelo se habían salido de la coleta. Sin poder esperar durante más tiempo una respuesta, Adam recorrió con sus manos la cabeza de Cara en busca de sangre o de cualquier otra señal que indicara que estaba herida.
—¿Estás bien? —preguntó.
Cara hizo un gesto de dolor y sacó la mitad del bate de debajo de su cuerpo. Adam sonrió aliviado al ver que aquel sonido seco que había oído, había sido el bate al romperse, y no algún hueso de Cara. Al convencerse que estaba bien, tomó el rostro de la muchacha entre las manos y la miró a los ojos. La alegría que sintió de ver que se encontraba bien fue inmensa.
Cara lo miró y escupió una mata de césped que tenía en la boca.
—¿He llegado?
—¿Cómo dices?
—¿He llegado a la base antes que la pelota?
Adam levantó la mirada y vio que el jugador contrario no tenía la pelota entre sus manos.
—Ni siquiera la agarré —intervino.
Adam acarició la mejilla de Cara, limpiándole un poco de barro.
—Llegaste a la base. Pero ahora estás hecha un desastre.
Ella se encogió de hombros.
—No me importa. Alguien estaba dispuesto a pagarme la manicura.
—Eres una mujer sorprendente, señorita Marlowe.
Cara lo miró sonriente. Sus dientes blancos destacaban sobre su rostro sucio por el barro.
—Así soy yo.
Después del tercer juego, hicieron un descanso para comer. Se había colocado en una mesa un bufé de embutidos y ensaladas. Cara se hizo un gran bocadillo de jamón y se sentó en el césped, bajo la sombra de un árbol.
—¿Te importa si te acompaño?
Cara levantó el rostro y se encontró con el de Adam.
—Por supuesto que no.
Cara se hizo a un lado para dejarle sitio a la sombra. Además, no quería que se sentara muy próximo a ella. Desde que la había sorprendido mirándolo, se sentía incómoda con él.
—¿Lo estás pasando bien? —le preguntó.
Adam tomó otro bocado de su bocadillo.
—Sí —dijo afirmando con la cabeza.
—Muchas gracias por traerme. El equipo también lo está pasando bien. La idea de pasar el día al aire libre es más tentadora que estar encerrado entre cuatro paredes mirando la televisión —añadió Cara pero Adam no dijo nada—. No entiendo una cosa. Has sido elegido el empresario australiano del año, el hombre que puede hacer cambiar a cualquier persona de opinión y que seduce a las mujeres con tan sólo pronunciar unas palabras. Tu habilidad para conversar es conocida, pero yo apenas te he oído decir dos palabras seguidas.
Adam continuó masticando.
—Tenía la boca llena —dijo él después de tragar.
Cara lo miró con los ojos entrecerrados, pero ya había vuelto a dar un bocado al bocadillo. Ella hizo lo mismo.
—Pero en otras ocasiones no estabas comiendo —insistió Cara.
—Si quieres hacerme preguntas, asegúrate de que la respuesta pueda ser un simple sí o no. ¿De qué quieres que hablemos? dijo. Cara abrió la boca, pero no supo qué decir—. Venga, pregúntame. Ésta es tu oportunidad para comprobar mis habilidades oratorias.
Cara seguía sin saber de qué hablar. Cada segundo que pasaba, la sonrisa de Adam crecía. De pronto, comenzó a llevarse el bocadillo nuevamente a la boca.
—¿Por qué te dedicas a las telecomunicaciones? —dijo Cara finalmente.
Adam bajó las manos.
—Fue idea de Chris. Fuimos juntos a la universidad. Él era el estudioso y yo el que siempre estaba metido en fiestas. Mis mayores preocupaciones eran las chicas y la cerveza —dijo Adam.
Cara sintió un nudo en el estómago. Era como si se sintiera celosa, lo cual no tenía sentido alguno. Continuó comiendo por si acaso la sensación que tenía era de hambre.
—Siempre nos llevamos bien. Gracias a él conseguí mi primer trabajo vendiendo teléfonos móviles en la tienda de su tío por las tardes.
Cara se lo imaginó en un centro comercial intentando convencer a los compradores de las maravillas de los aparatos. Aunque estaba convencida de que no le debía costar ningún esfuerzo. Cualquier mujer haría lo que él quisiera sólo con mantener la mirada de aquellos ojos azules. Sintió que el nudo de su estómago se estrechaba.
—No necesitaba el trabajo para pagar mis estudios universitarios —continuó Adam—. Pero Chris insistió en que me vendría bien y tenía razón. No era por los casi diez dólares que ganaba a la hora. Me vino bien tratar con el público para descubrir cuáles eran las necesidades que había en el mercado de las telecomunicaciones. De esa manera, puedes crear productos que realmente se vendan.
—Tu vida siempre fue fácil, ¿verdad? —preguntó Cara. Aunque sabía la respuesta, quería oírselo decir de su boca.
—Sí —reconoció con una tímida sonrisa—. ¿Y tú?
—No tanto como me hubiera gustado.
Adam parpadeó y de pronto se puso serio.
—¿Quién es tu proveedor de telefonía móvil?
—Has dado en el clavo. Revolution Wireless.
—Lo sabía —dijo Adam con una sonrisa seductora. De aquella manera, Adam había dejado claro que él era rico gracias a personas como ella que utilizaban teléfonos de su compañía. Su sonrisa estaba provocando que su estómago diera un vuelco.
Cara trató de controlarse. No necesitaba que Adam le recordara lo maravillosos que eran sus teléfonos puesto que ella ya tenía uno de su compañía. Él era rico y ella no. De eso no había ninguna duda. Ella más que nadie tenía que recordar ese detalle.
—Para que lo sepas, gano más de diez dólares la hora.
—Y estoy seguro de que te mereces cada centavo que ganas —dijo Adam y provocó una sonrisa en Cara—. Un día, después de trabajar, Chris me habló de una idea que tenía y que sólo juntos podríamos llevar a cabo. Y ahí empezó todo.
—¿Qué idea era ésa?
Adam sonrió.
—Comenzó a explicármela. Reconozco que no le presté demasiada atención hasta que mencionó la idea de convertirnos en millonarios antes de cumplir los veinticinco. Eso fue lo que me convenció.
Ya lo había imaginado. Todo se reducía al dinero. Pero, ¿quién era ella para decir lo contrario? Ella misma soñaba con vivir rodeada de toda clase de comodidades. Así que era lógico que Adam pudiera desear lo mismo. Su padre siempre le decía que el dinero era el motor del mundo y tenía razón.
Cara dio un bocado a su bocadillo en un intento de dar por terminada aquella conversación. Sentía que Adam la miraba. Ya había oído demasiado y se arrepintió de haberle hecho hablar tanto. Continuaron en silencio durante unos segundos que se hicieron eternos. Cara evitó mirarlo y mantuvo su vista fija en la lejanía.
—¿Era eso lo que querías saber? —dijo finalmente Adam. Cara le lanzó una rápida mirada e hizo un gesto de indiferencia—. O a lo mejor, lo que querías es que te sedujera.
Aquello provocó que ella se atragantara y comenzara a toser. Se puso de pie de un salto y buscó la manera de salir de allí.
—Parece que el juego se va a reanudar. Nos vemos en el campo —fue lo primero que se le ocurrió decir y salió corriendo lo más rápido que pudo.
El resto del partido continuó como había empezado y el equipo de televisión se hizo con la victoria: diez carreras a tres. Todos regresaron al hotel relajados.
Cara fue la última en subirse al autobús y el único asiento que encontró libre fue junto a Adam. Le dirigió una breve sonrisa y se sentó. A pesar de que era consciente de cada movimiento que hacía, de pronto la sorprendió poniendo la mano sobre su rodilla.
—Estás sangrando —dijo Adam.
Cara miró su pierna y comprobó que había una mancha de sangre seca. Para su sorpresa, Adam se inclinó y le subió el pantalón hasta la rodilla, donde tenía una herida. A Cara no le importó. Estaba más preocupada por el roce de las manos de Adam sobre su piel.
—¿No sabías que te habías hecho una herida? —preguntó él, arqueando las cejas preocupado.
Cara se encogió de hombros. Le dolía todo el cuerpo y no le había dado importancia al dolor que había sentido. Era uno más de los golpes que se había dado aquel día y que con toda probabilidad tendrían peor aspecto al día siguiente.
—Espera —dijo marchándose a por el botiquín de primeros auxilios del autobús que estaba junto al conductor.
Cuando volvió Cara intentó que se lo diera, pero él la ignoró.
—No, no hace falta —insistió Cara, tratando de enderezarse en su asiento—. Puedo hacerlo yo sola.
Adam la miró con severidad para hacerla callar. Cara sintió un escalofrío.
—No voy a dejarte tocar esta herida con esas manos tan sucias.
Era cierto. Cara no se había dado cuenta de lo sucia que estaba. Tenía barro por todo el cuerpo, incluso en la boca. Debía tener un aspecto horroroso.
Adam comenzó a aplicar antiséptico con una gasa y Cara sintió un fuerte dolor en la herida que le hizo olvidarse de su aspecto.
—¡Ay! —gritó.
Adam la miró y puso una mano sobre el muslo de Cara.
—¿Te estoy haciendo daño? —preguntó enarcando las cejas.
Tuvo que tragar saliva. El calor de su mano sobre su muslo la reconfortaba y le hacía olvidarse del dolor.
—No. Está bien —dijo ella negando con la cabeza. Adam la miró a los ojos. No la había creído y quería asegurarse de que no le hacía daño—. De verdad, Adam, es sólo que me escuece.
Él continuó limpiándole la herida, pasándole suavemente un algodón por la rodilla. Era extraño verlo moverse tan delicadamente y mostrarse tan atento. Se sentía turbada por el cálido roce de sus dedos, que le habían hecho olvidarse del dolor de la herida.
Pero aquello no estaba bien. Lo último que necesitaba era distraerse con aquellos pensamientos cuando tenía que concentrarse en su trabajo, tal y como le había aconsejado Maya.
Observó el rostro de Adam. Estaba totalmente concentrado en lo que estaba haciendo. Parecía no haber nada más en el mundo para él que su rodilla. Nunca antes había conocido a nadie que pudiera concentrarse tanto en lo que hacía. Sin embargo, ella siempre estaba pensando en varias cosas a la vez.
A continuación, Adam sacó una venda y la colocó con mucho cuidado sobre la herida. Su mirada se encontró con la suya. Tenía una expresión de orgullo por la tarea llevada a cabo. No le quedaba más remedio que sonreírle.
—Gracias, Adam. Ha sido muy amable por tu parte, aunque no hacía falta.
—Ninguno de los dos quiere que te quede una cicatriz, ¿verdad?
Cara levantó una ceja, tratando de disimular la sensación que le producía tenerlo tan cerca.
—¿No estarás tratando de seducirme, verdad? —preguntó en tono jocoso.
La sonrisa de Adam se hizo más amplia.
—¿Y qué si lo estoy haciendo?
Aquella pregunta la desconcertó. Ella misma la había provocado y tenía que hacer algo cuanto antes para que la situación no se le fuera de las manos.
—Pues será mejor que dejes de hacerlo.
Adam se quedó sonriendo y sus manos empezaron a recorrer las piernas de Cara.
—¿No te gusta divertirte? —preguntó él, deteniendo el movimiento de sus manos.
Sus ojos se encontraron y mantuvieron la mirada. Cara deseaba retirarla, pero sabía que no debía hacerlo. No podía mostrarse intimidada y menos por aquel hombre, por muy atractivo que fuera. Ese trabajo lo era todo para ella y, nada ni nadie, iba a ponerlo en peligro.
De repente el autobús aminoró la velocidad.
—Ya hemos llegado —anunció Jeff—. Ahora nos espera una ducha caliente y una buena cena.
Cara y Adam continuaron mirándose hasta que él parpadeó. Lo hizo lentamente, pero fue suficiente para romper la tensión del momento. Retiró sus manos de las piernas de Cara. Mientras los demás salan del autobús, ella se quedó dudando si los momentos previos habían sido fruto de su imaginación. Sentía frío y calor al mismo tiempo y le costaba respirar.
Decidió que disfrutaría de la ducha caliente y de la cena en la soledad de su habitación.
Al día siguiente, Cara pasó la mañana siguiendo a Chris y a las chicas a través del zoo de Melbourne, tratando de que las concursantes no se desperdigaran. Así que por la tarde, decidió ponerse un biquini y pasar un rato de tranquilidad en la piscina.
Tras darse un chapuzón en el agua, volvió a su hamaca y se extendió loción solar por todo el cuerpo. A continuación, se colocó un gran sombrero y se tumbó al sol boca arriba, observando la forma de las nubes. Las ramas de las palmeras se agitaban con la brisa.
La noche anterior había sido la primera vez que no pasaba la noche del sábado con sus amigas. Se había convertido en una tradición para ellas. Durante el tiempo en que su amiga Kelly había estado de luna de miel, Gracie y ella se habían reunido en su casa para tomar unas copas y hablar. Si hubiera podido hacerlo la noche anterior, habría pedido consejo a sus amigas. Había pasado la noche en vela dando vueltas en la cama. Aunque conociendo a Gracie, era mejor no hablar con ella hasta que el programa se grabara.
¿Cómo habría podido hablarle de lo que le preocupaba? «He conocido a un hombre. No sé mucho sobre él, sólo que es rico, que le gusta salir con modelos, que tiene unos impresionantes ojos azules que me atraviesan cada vez que me observan y unas manos que hacen que me sonroje sólo de pensar en ellas. Me mira bastante y se mostró muy preocupado cuando creyó que me había herido».
Si contaba todo eso a Gracie no dejaría de hacerle preguntas durante días. Era mejor que esa semana no se hubieran visto. En su lugar, había pasado la tarde leyendo un libro que había tomado prestado de la biblioteca del hotel.
—¿Está ocupada esta hamaca? —dijo una voz profunda y familiar, haciéndola regresar de sus pensamientos.
Abrió un ojo y vio a Adam mirándola por encima de sus oscuras gafas de sol.
—¿Qué pasaría si así fuera?
—Imagino que alguien habría dejado una toalla para que los demás supiéramos que estaba ocupada.
Al ver la pícara sonrisa del rostro de Adam, Cara sintió deseos de cubrirse con una toalla. Incómoda bajo su mirada, le hizo un gesto para que se sentara.
—Es toda tuya. Yo ya me iba.
Cara se incorporó y comenzó a recoger sus cosas. Adam puso una mano sobre su hombro para detenerla.
—No, no te ibas. Quédate. Te prometo que no te molestaré.
Tras unos segundos, Cara volvió a tumbarse, para deshacerse así del roce de su mano. Adam tomó la toalla que llevaba al hombro y la extendió sobre la hamaca. En ese momento, ella se percató de que llevaba un pequeño bañador. Haciendo un esfuerzo desvió la mirada de aquella visión. Pero cuando él se levantó para darse un baño en la piscina, Cara volvió a mirarlo. Era todo un hombre: alto, musculoso, fuerte y bronceado. Impresionante. No era de extrañar que saliera con modelos. Cualquier otra mujer a su lado, habría parecido insignificante.
Adam se tiró de cabeza a la piscina y comenzó a nadar de un extremo a otro. Cara dejó de mirarlo y decidió ponerse a leer su libro.
—No puedo creerlo —dijo Adam media hora más tarde.
Cara cerró su libro y lo miró. Estaba de pie junto a ella, mojado, con el pelo hacia atrás. Sus ojos azules brillaban con intensidad. De pronto Cara se dio cuenta de que le había dicho algo y no lo había escuchado.
—¿Cómo dices?
—Ese libro que estás leyendo —dijo Adam señalándolo—. ¿De dónde lo has sacado?
—¡Ah! —exclamó Cara y se quedó unos instantes mirando la portada del libro antes de continuar. Se titulaba Tres generaciones de Tyler—. De la librería del hotel.
—Apuesto algo a que ese libro se lo dejó algún huésped olvidado.
—Puede ser —dijo ella sonriendo.
Adam agitó la cabeza para sacudirse el exceso de agua del pelo.
—¿Por qué estás leyendo esa basura? —preguntó él. Tomó la toalla y comenzó a secarse.
Cara se sintió incómoda al verlo, pero a la vez deseó que no terminara nunca.
—No sé. Tan sólo me apetecía leer un rato en mi tarde libre.
Adam dejó de secarse, extendió la toalla sobre la hamaca y se tumbó. Giró la cabeza y la miró.
—¿Y qué tal está el libro?
—El tema es interesante y además es ligero de leer.
—Eso me han dicho.
—Siendo la historia de tu familia, imagino que lo habrás leído.
—Por supuesto que no.
—¿Por qué no? Hay capítulos muy interesantes. Por ejemplo éste: «El hijo y heredero». Ése eres tú —dijo Cara y Adam sonrió. Ella continuó leyendo—: Marcado por los numerosos matrimonios y relaciones extraconyugales de su padre, el joven Adam Tyler enseguida quiso diferenciarse de su padre. Prefirió no casarse y mantener su fortuna intacta. Aun así, ha tenido numerosos romances con atractivas mujeres —Cara bajó el libro y lo miró—. ¿Ves? No soy la única que piensa que sientes devoción por las rubias explosivas.
Adam había fijado su mirada en algún punto del cielo y apretaba la mandíbula. Ahora entendía por qué era tan protector con Chris. Y con él mismo. ¿Tendrían los numerosos matrimonios de su padre algo que ver con el hecho de que nunca se hubiera comprometido con una mujer?
—Dámelo —dijo Adam en tono autoritario, tratando de arrancar el libro de las manos de Cara.
Pero ella fue más rápida y lo evitó.
Adam se levantó de un salto y Cara hizo lo mismo rápidamente, a la vez que se le caía el sombrero y sus rizos quedaban sueltos. Se quedaron de pie, uno frente a otro y Cara apretó el libro contra sí. Una hamaca los separaba.
—Dámelo —le ordenó Adam.
—Y si no, ¿qué harás? ¿Me tirarás a la piscina?
Adam lanzó una rápida mirada hacia la piscina y volvió a mirarla con una sonrisa traviesa, que le habría provocado un vuelco en el estómago, de no haber sido porque se le había disparado la adrenalina.
—No me tientes —dijo con voz seductora—. Dame ese libro y te dejaré en paz.
—¡No! —exclamó Cara.
Su pulso se estaba acelerando.
—Está bien.
Su cuerpo temblaba por el exceso de adrenalina. Estaba de pie, con el pelo revuelto y los brazos cruzados sujetando fuertemente el libro contra su pecho. No tenía ni idea de lo que se le estaría pasando por la cabeza, pero aun así, decidió permanecer quieta. La mirada de Adam siguió bajando y de pronto se detuvo a la altura de la herida, que el día anterior tan cuidadosamente le había curado. Un poco más arriba, había aparecido un hematoma. Se puso serio y comenzó a rodear la hamaca que los separaba. Ella apretó con más fuerza el libro, mientras él se acercaba a ella.
—Cara, no seas ridícula. No voy a tirarte a la piscina. Tan sólo deja que te eche un vistazo. Ese hematoma tiene mal aspecto. ¿Te lo ha visto un médico? —dijo Adam. Ella negó con la cabeza. Adam alargó la mano para tocar su pierna y ella dio un paso atrás para evitar que sus dedos recorrieran su piel y la hicieran estremecer—. No me dirás que Jeff no te permite visitar a un médico —gruñó—. Si no viene inmediatamente un médico, voy a tener que hacer algo.
—Adam, por favor —dijo Cara tomándolo por el brazo—. Estoy bien. Es sólo un cardenal. Es lógico después de las caídas del partido de ayer. Aunque tenga mal aspecto, no te preocupes, no me duele.
Adam se quedó unos instantes mirando su muslo. Su mirada escrutadora la hizo sentir incómoda. Cara deseaba tener algo con lo que cubrir sus piernas desnudas. Adam estaba totalmente concentrado en analizar el aspecto de su hematoma. Cara lo tomó por la barbilla y lo obligó a mirarla a los ojos.
—Adam, estoy bien, ¿de acuerdo?
Después de unos segundos que se hicieron interminables, él negó con la cabeza y Cara sintió en sus dedos el cosquilleo de su incipiente barba. Deseó acariciar sus mejillas y retiró su mano. Adam la agarró por la muñeca antes de que la quitara y la atrajo hacia sí. Sus caderas se aproximaron. Cara sentía la firmeza de su pecho contra el suyo. Sus respiraciones se acompasaron.
Aquel hombre tan atractivo estaba aproximándose a ella. Pero cuando estaba a punto de besarla, agarró el libro y se lo quitó de las manos. Rápidamente, él dio un paso atrás y se puso al otro lado de la hamaca, lejos de su alcance. Tomó su toalla y se la echó al hombro.
—Has tenido suerte, Cara. La próxima vez no habrá nada que me detenga.
Contrariada, ella se quedó observando cómo se alejaba. No sabía lo que había querido decir con su comentario. No sabía si se había referido al beso que no se habían llegado a dar o a que al final no la había tirado a la piscina. Fuera lo que fuese lo que había querido decir, por esta vez se había librado.