Capítulo 4

A la mañana siguiente, Cara se levantó pronto y bajó a desayunar, consciente de que sería lo único que podría hacer con tranquilidad durante las dos semanas siguientes. Por supuesto que no tenía nada que ver con el hecho de que quisiera evitar a una persona en particular. En realidad, no quería ver a nadie después de lo que había pasado durante su llegada al hotel la tarde antes. De regreso a su habitación, pasó junto a una mujer joven vestida con atuendo deportivo que no podía abrir la puerta de su habitación.

—¿Necesitas ayuda? —se ofreció.

—No consigo que la llave magnética funcione —dijo mirándola con sus brillantes ojos azules—. He llegado esta mañana y un empleado del hotel me abrió la puerta, pero ahora no puedo hacerlo.

—Déjame intentarlo.

La mujer le tendió la llave y Cara la tomó.

—Por favor. No quisiera tener que pasar el resto del día vestida así.

—Te entiendo. Si estuviera en tu caso, a mí tampoco me gustaría —dijo Cara deslizando la llave y abriendo la puerta sin problemas.

—Estoy quedando en ridículo. Es evidente que no he usado nunca este tipo de llaves, ¿verdad? —dijo la joven sonriendo, con un pronunciado acento provinciano—. ¿Qué hace una chica como yo en la gran ciudad? En mi pueblo, ni siquiera cerramos las puertas de las casas.

—No te preocupes —dijo Cara con una sonrisa—. Yo llegué anoche e hice el ridículo más espantoso nada más llegar. Me llamo Cara.

—Gracias por tu ayuda, Cara. Yo soy Maggie. Será mejor que me dé prisa y me vista. Hasta luego.

Cara se cruzó con Jeff antes de entrar a su habitación. Acababa de deslizar la llave en la ranura de la puerta cuando se paró junto a ella y empezó a relatarle las actividades del día.

—¿Te importa que pase al cuarto de baño yo sola?

—Por supuesto —dijo él entrando en la habitación detrás de ella—. Tú simplemente sigue escuchándome.

Jeff se sentó en la cama y Cara se alegró de tener todas sus cosas recogidas.

Se lavó los dientes y se maquilló, mientras Jeff continuaba hablándole.

—Hoy vas a conocer a Chris. Asegúrate de que esté guapo. Esta noche conocerá a las chicas.

Cara asomó la cabeza por la puerta del baño y lo vio ojeando el libro que tenía en la mesilla.

—¿Está bien? —preguntó Jeff señalando el libro.

Cara asintió con la cabeza.

—¿Quiere eso decir que el programa empieza esta noche?

—Sí —respondió Jeff—. Será mejor que te des prisa. Chris te espera en la suite 44. Recoge la tarjeta de crédito y llévatelo de compras. Nos veremos a mediodía para que pase por peluquería y maquillaje.

Jeff se fue tan rápido como había llegado y Cara se fue a buscar a Chris al piso de arriba. Llamó a la puerta y un mayordomo la condujo a través de la suite hasta un gran salón. Había una enorme cristalera desde el suelo hasta el techo y en un rincón había varios aparatos de gimnasia. Al caminar sentía la alfombra tan mullida que deseó agacharse y tocarla con la mano. Aquél habría sido el sitio perfecto para la sesión de fotos de lencería de la revista Fresh. Lo recordaría para la próxima vez.

—¿Hola? ¿Hay alguien? —dijo mirando a su alrededor.

De pronto vio a Adam Tyler impecablemente vestido aparecer por una de las puertas que había a su derecha. Se sonrojó al verlo allí.

—Lo siento. Me he debido de equivocar de habitación.

—¿Estás buscando a Chris? —preguntó con su sensual y masculina voz.

—Sí.

Él se acercó hasta ella que se había quedado inmóvil sin saber qué hacer. Se preguntó si Chris sería tan atractivo como su amigo.

—Tardará un momento. ¿Por qué no te sientas y tomas un café?

Cara negó con la cabeza. Bastante esfuerzo le costaba mantenerse tranquila al lado de aquel hombre como para echarlo a perder todo por un poco de cafeína.

Al instante, apareció un hombre justo detrás de Adam. Aquél tenía que ser Chris. Cara comprobó rápidamente que su presencia no la intimidaba tanto. La saludó con la mano y le hizo un gesto para que no dijera nada. Cara se mordió el labio y dirigió su sorprendida mirada hacia Adam.

Aquel gesto de complicidad, la tranquilizó. Se acercó hasta Adam, orgullosa de atraer su atención y distraerlo de la presencia de su amigo.

—Ahora que sé que estoy en la habitación correcta, ¿puedo saber qué estás haciendo aquí? ¿No tienes otro sitio donde ir o alguna campaña de publicidad que supervisar? —preguntó Cara. Adam estaba a punto de darse la vuelta y descubrir a Chris, así que para evitarlo Cara añadió—. ¿O alguna despampanante rubia a la que romper el corazón?

Aquello detuvo a Adam y se quedó mirándola fijamente.

—¿De dónde has sacado esa idea?

—No sé —dijo Cara mirando hacia Chris que le hizo un gesto de aprobación—. No me negarás que tienes fama de ser todo un seductor.

Tras unos instantes, Adam se encogió de hombros.

—No hay ninguna rubia en mi vida así que por eso estoy aquí.

—Pues no tienes por qué quedarte aquí. Estoy segura de que tu amigo sabrá arreglárselas él solo sin ti.

—Yo no estoy tan seguro.

—Deberías darle una oportunidad —dijo Cara.

—Lo mejor que podría hacer mi amigo es concentrarse en los negocios.

—Quizá tu amigo piense que hay cosas más importantes en la vida que el dinero.

—Creo que lo que te molesta es tenerme cerca y que tu trabajo se vea afectado. Creo que a la única que le preocupa el dinero es a ti.

La tensión iba en aumento en aquella habitación. Cara trató de controlarse. Aquella conversación había empezado como una broma y estaba yendo muy lejos. Todo lo que había pretendido era distraerlo de su amigo.

Ella siempre había sido una persona conciliadora y con grandes dotes diplomáticas. Era la que ponía fin a las discusiones. Pero había algo en él que hacía que perdiera el control y la incitara a no ceder.

—Creo que debería dejaros solos —intervino por fin Chris. Adam se giró para mirarlo—. No podía dejar que siguierais discutiendo —dijo acercándose y dando una palmada a Adam en la espalda—. Tú debes ser Cara. Soy Chris Geyer.

—Encantada —dijo estrechando su mano—. Voy a ser tu estilista en el programa.

—Estupendo. Soy un desastre con la ropa así que estoy en tus manos. Aunque he de decirte que he disfrutado mucho viendo cómo ponías en su sitio a Adam, mi intrépido guardaespaldas. Ahora, bromas aparte, me has salvado de la panda de monstruos que hay en la otra habitación. Querían depilarme con cera el pecho, para asegurarse de que nada interfiera con el micrófono. No creí que la tortura formara parte del concurso.

Adam se había sentado en el respaldo del sofá y parecía haberse tranquilizado.

A Cara le cayó bien Chris nada más conocerlo. Parecía una persona adorable. Era corpulento, con el pelo castaño y las mejillas ligeramente sonrojadas. No iba a tener ningún problema trabajando con él.

Todo lo contrario que con Adam, que con toda seguridad no habría dejado de protestar aunque estaba convencida de que él nunca hubiera hecho lo mismo que Chris. Él era tan orgulloso como ella. Quizá fuera por eso por lo que eran tan incompatibles entre sí.

—Bueno, Chris —dijo Cara dando una palmada—. Vámonos de tiendas.

—De acuerdo —respondió Chris—. Espera que coja mi llave —añadió. Adam les mostró que ya la tenía en la mano—. ¡Perfecto! Vamos.

—¿Él también viene? —preguntó Cara.

—Eso parece.

—¿No hay manera de que puedas deshacerte de él? —dijo Cara susurrándole a Chris.

—Puedes intentarlo diciéndole que el precio de nuestras acciones ha logrado su máximo histórico —contestó en voz baja.

—El precio de tus acciones ha logrado un máximo histórico —repitió Cara, pero Adam ni se movió de donde estaba. Antes de seguir hablando, suspiró—. Está bien. Puedes venir. Pero no te metas en mi trabajo. Soy la mejor haciendo lo que hago así que si quieres que tu amigo esté impecable, mantente al margen.

Adam se quedó quieto, mirándola fijamente. Cara evitó morderse el labio, una mala costumbre que tenía cada vez que se ponía nerviosa.

—No voy a discutir tus decisiones. Tú eres la encargada de vestir a nuestro hombre. Pero ve acostumbrándote a que no me separe de Chris.

Adam advirtió que Cara hacía un esfuerzo por no responderle, a pesar de que su comentario no le había gustado. Pudo ver la furia en sus ojos verdes y cómo cerraba los puños. Aquella mujer tenía un gran temperamento y había algo en él que conseguía sacarla de sus casillas aún sin pretenderlo.

Cara trató de tranquilizarse y relajar los músculos que habían comenzado a tensarse. Apretó los labios y se dirigió a la puerta. Chris la siguió con una gran sonrisa. Adam salió el último de la habitación y se guardó la llave magnética en un bolsillo.

 

Cuando Adam se dio cuenta de que iba a ser un día de peluqueros, maquilladores y tiendas, todo bajo la atenta mirada de la cámara, estuvo tentado de no continuar junto a Chris. El único motivo por el que no lo hizo fue por Cara, ya que sabía que ella estaba esperando esa reacción por su parte.

Mientras le hacían la manicura a Chris, Cara lo invitó a que acompañara a su amigo. Estuvo a punto de aceptar sólo para borrar aquella estúpida sonrisa de su cara. Sin embargo, cuando le dijo que no, ella se encogió de hombros y se sentó para que se la hicieran a ella.

Ninguna mujer lo había desconcertado tanto como aquélla. Era una caja de sorpresas. Era imposible adivinar lo que iba a hacer a continuación.

Más tarde, cuando Cara estaba eligiendo la ropa interior que Chris debía ponerse bajo los pantalones que habían elegido, uno de los miembros del equipo hizo un comentario acerca de su gusto por la ropa interior blanca de algodón. Era evidente que la escena de la tarde anterior en la entrada del hotel había corrido como la pólvora. Todos los que estaban en la habitación en aquel momento se quedaron en silencio esperando ver la reacción de Cara. Sin embargo, en lugar de avergonzarse o empezar a dar órdenes como una jefa histérica se giró tranquilamente y puso los brazos en jarras.

 

—Ahora que lo dices —dijo mirando al joven que había hecho el comentario—. Ya que tú has visto mi ropa interior, creo que es justo que yo vea la tuya —añadió y se dirigió hacia él

El muchacho sonrió avergonzado sin saber qué hacer y se quedó plantado en el sitio mirándola asustado. En aquel momento, todos los presentes rompieron en sonoras carcajadas y ahí terminó la escena, que fue recordada el resto del día. Desde ese momento, Cara fue una más en el equipo.

Adam la observó trabajar durante todo el día y disfrutó haciéndolo. No podía olvidar que el motivo para estar allí era mantener alejado a Chris de las garras de cualquier desconocida que se pusiera en su camino. Así que lo peor que podía hacer era mostrarse interesado por una mujer y que su amigo se diera cuenta.

Había algo especial en ella. Algo que conseguía que cinco personas obedecieran sus instrucciones sin necesidad de subir el tono de su voz. Algo en el modo en que trataba a Chris, que hacía que estuviera todo el día feliz. Algo en sus ojos verdes que lo observaban cuando pensaba que él no se estaba dando cuenta.

Con su sonrisa, sus bromas y su alegre actitud, el día pasó rápida y apaciblemente. Todos regresaron en la limusina unas horas más tarde de muy buen humor.

—¿Qué tal lo llevas? —preguntó Chris a Adam—. Nunca te he visto tan apagado. Parece como si alguien hubiera muerto.

—Es que mi viejo amigo Chris ha desaparecido, dejando paso al nuevo Chris.

—Todo gracias a mi, querida Cara —dijo pellizcando cariñosamente la mejilla de Cara—. Es imposible negarle algo a esta mujer tan encantadora. Deberíamos contratarla.

—¿Deberíamos qué? —preguntó alarmado Adam, mirándola.

Cara dibujó una sonrisa cómplice.

—No te alarmes, Adam. Tengo muchas cosas de las que ocuparme ahora mismo —intervino ella.

—¿Has trabajado con Jeff antes?

—No, es la primera vez. Creo que nos entendemos bien y espero que así siga siendo.

—¿A qué te refieres?

—Confía en mí y en mi trabajo. Aunque eso no quiere decir que prescindirían de mí si quisieran.

—Eso es duro.

—Según me han dicho, el mundo de la televisión es muy duro. Así que será mejor que seas bueno —dijo señalando a Chris—. No me causes ningún problema.

Adam encontraba muy atractiva a Cara, no podía negarlo. ¿A quién estaba engañando? Su piel de porcelana, sus largas piernas, su pelo castaño, su mirada felina, sus labios sensuales... Era una mujer muy sensual y no parecía ser consciente de ello.

—Cuando lleguemos al hotel, tenemos que prepararte para esta noche —anunció Cara—. ¿No estás nervioso?

—Un poco.

Adam advirtió el tono de inseguridad de su amigo y recordó que él era el motivo para estar allí.

—Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión. Podemos dar la vuelta, devolver toda esa ropa, pagar la factura del hotel y largarnos.

—¿Y por qué habría de hacer eso? —preguntó Cara alarmada.

—Adam cree que estoy cometiendo un tremendo error.

—¿Y tú qué piensas, Chris? ¿Estás dispuesto a continuar?

—Como si te importara —dijo Adam.

Cara le dirigió una severa mirada. En un momento, el ambiente en el interior del coche se había vuelto tenso. El sentimiento de protección que había sentido todo el día, había desaparecido en cuestión de segundos.

—Me importa lo que tu amigo quiere —dijo mirando gravemente a Adam—. No me has contestado, Chris.

Chris sacudió la cabeza.

—No puedo negar que estoy nervioso, pero estoy seguro de que lo quiero hacer.

Cara se giró hacia Adam.

—Chris quiere presentarse al programa y no vas a impedírselo.

Adam apretó con fuerza los labios antes de hablar.

—Está bien. Tienes razón —admitió.

—Bien, ahora que ha quedado todo claro, vamos a esforzarnos para que esto salga lo mejor posible.

Una vez llegaron al hotel, Cara preparó la ropa que Chris se pondría esa noche. Por el modo en que trataba de ignorarlo, era evidente que seguía enfadada con él.

—¿Qué vas a ponerte esta noche? —preguntó Cara fríamente.

Aunque no lo miraba, Adam sabía por el tono de su voz que le hablaba a él.

—Supongo que esto.

Cara le dirigió una rápida mirada de arriba abajo. Él se sintió incómodo bajo su mirada profesional.

—Creo que esto te quedará bien —dijo ella, dejando escapar un suspiro.

Cara sacó uno de los porta trajes y se lo dio a Adam. Tenía una nota pegada que decía «el esmoquin de Adam».

—¿Me has comprado esto a mí? —preguntó asombrado.

—Sí —contestó—. He oído que todo el equipo se va a poner sus mejores galas para la presentación de esta noche, así que pensé que te haría falta algo. Aunque si te soy sincera, después de lo que ha pasado en el coche, no sabía si dártelo —añadió y se giró para mirarlo—. Confío en que a partir de ahora, respetes mi trabajo.

Aquello lo dejó sin palabras. No sabía qué decir y eso nunca antes le había pasado. Siempre tenía un tema de conversación al que recurrir, pero esta vez no. Aquellas palabras parecían una forma sutil de pedirle que la dejara. Así que sin más, tomó el esmoquin y se fue a su suite para cambiarse de ropa.