Capítulo 16
Los efectos colaterales

 

Roberto, el jefe de crupiers del único casino oficial de Añelo, quisiera que el Banco Central se decidiera a imprimir billetes de 200 o 500 pesos. Por más que los apriete, en los depósitos de las máquinas de ruleta electrónica solo entran 56 billetes de cien, y por eso los tiene que vaciar varias veces cada noche. Algunas veces debe sacarlos frente a los apostadores, para que puedan seguir usando las máquinas o para pagarle a algún afortunado, y le da vergüenza mostrarles todo el dinero que acaban de dejar ahí. Además casi no ve billetes de otra denominación, porque dice que el petrolero es de apostar fuerte. Le divertiría clasificar billetes distintos, como hacía hasta hace unos años, cuando todavía jugaban los de 50 con la cara de Sarmiento e incluso alguno de 20 con la efigie de Rosas.
El casino de Añelo se llama Marbella. Solo se identifica así en su página de Facebook y en su interior. No tiene página web ni un cartel con su nombre a la entrada. Le basta una gigantesca marquesina luminosa que dice «casino», acaso la más visible del pueblo para quien pasa raudamente por la ruta 7 antes de la bifurcación que sube al cluster shale de YPF y Chevron en Loma Campana. En ese sitio estratégico funciona la pequeña sala de juegos desde el anterior boom de Añelo, allá por 2001, cuando Repsol empezó a exprimir lo último de Loma La Lata y trajo un aluvión de petroleros con sus sueldos jugosos y sus largos tiempos muertos.
La ley neuquina permite los casinos, a diferencia de la texana, pero los obliga a funcionar en complejos que incluyan hoteles. Por eso los casinos Magic de la capital neuquina y de San Martín de los Andes tienen los suyos. El Marbella, sin embargo, obvió esa obligación durante 13 años, según el intendente Díaz. Recién en julio de 2014 se inauguró al lado suyo el Hotel Austral, de 16 habitaciones, que tampoco anuncia su nombre en la entrada pese a que la cadena también está en Viedma, Bahía Blanca, Neuquén y Buenos Aires. Está bien pintado, impecable, pero le faltan detalles de obra, como la parte eléctrica. Tampoco se esmera mucho en atender al público: uno llega en plena tarde y no hay nadie en recepción, por lo que lo termina atendiendo un huésped.
El huésped, Marcelo Ferreyra, es un mendocino que llevaba 14 años manejando un taxi en Plottier y que un día escuchó algo en la radio sobre la necesidad de mano de obra en el sector petrolero en Añelo. Decidió alquilar su taxi, activó sus contactos y en mayo de 2014 consiguió trabajo en la Empresa de Logística Patagónica, para la cual ahora maneja una de las camionetas que traslada a los pozos a tres petroleros, en general jerárquicos. Pasó a ganar un básico que era de $ 17.000 en septiembre de 2014 (unos u$s 2.150) y, aunque solo ve a su mujer y a sus dos hijos una semana por mes, dice que su familia lo ve mejor y que pudo cubrir gastos como los viajes de egresados de primaria de Gonzalo y de secundaria de Maxi, que no hubiera podido afrontar antes.
Marcelo pernocta en el Austral a la espera de que su empresa lo llame para algún viaje. Prefiere mirar la tele antes que bajar el casino de al lado, donde el joven Roberto trabaja al menos 12 horas por día. La sala de juegos está abierta de 14 a 4 los días de semana y hasta las 5 de la mañana los viernes y sábados, cuando también se improvisa un cantobar para los audaces borrachines que se le animan al micrófono. No suele haber incidentes; nadie quiere lío con el guardia armado que no se mueve de la puerta.
El Marbella tiene 85 máquinas y espera instalar otras 15, aunque no se lo ve desbordado de clientela. A la medianoche de un viernes a fines de noviembre de 2014, en lo que podría considerarse su hora pico, alberga a unos 30 jugadores. Entre ellos, solo dos mujeres. Roberto cuenta que la mayoría son petroleros, aunque también se ve otra gente del pueblo. Todos apuestan mucho, pero el encargado protesta porque ese mes no cumplirá con la meta que se habían fijado los dueños: ganar un millón de pesos (u$s 117.000). «Ya es 28 y llevo ganados $ 490.000 (u$s 53.000). Así me van a terminar rajando», se reía.
Sin el riesgo que suponen las mesas de póquer, las de blackjack o las ruletas físicas, donde la banca puede terminar una noche con pérdidas, el Casino Marbella siempre sale ganando. Algunos días de noviembre, sin embargo, solo terminaba 3.000 o 4.000 pesos (350 o 460 dólares) arriba. Quizá para animar a sus interlocutores a meter algún billete, Roberto decía que esas máquinas pagaban demasiado para su gusto.
Sea o no verdad que el Marbella ahora retribuye más que otros casinos, lo seguro es que no siempre lo hizo. Cuando solo tenía diez máquinas, allá por los primeros años 2000, su entonces fichera Silvana se ocupaba de que solo dos entregaran premios. Después se peleó con Roberto y renunció, tras lo cual se encargó de contarle a todo Añelo cómo se trampeaban sus tragamonedas.
Si algún jugador desconfiado o nostálgico desea apostar a algo que no incluya mecanismos electrónicos, en Añelo solo puede acudir a las casas particulares o a algún bar donde se organizan mesas clandestinas de dados. No es para exigentes ni experimentados: se limitan a tirar seis dados y si sale un par, se paga la apuesta multiplicada por el número del par.
A la vera de la ruta 7, un cartel de tránsito parece una rendición incondicional de las autoridades frente a su propia impotencia: «Ruta en mal estado», avisa, como si advirtiera sobre un desastre natural o una fatalidad del destino. A fines de 2013, el propio gobernador Sapag se jactaba por el hecho de que esa ruta estuviera «completamente colapsada» por el ir y venir de vehículos entre Añelo y Neuquén capital, que obliga a reducir la marcha a paso de hombre en varios tramos, especialmente los días de semana de 7 a 9 y de 17 a 20.
El viaje de la ciudad de Neuquén a Añelo empieza bucólico. Apenas al salir de la ciudad se ven álamos, perales y manzanos en espalderas. Los campos verdes a la vera de la ruta 51 se intercalan con carteles que invitan a degustar productos regionales, hasta que se llega a una encrucijada con una parrilla en Vista Alegre. Desde allí, todo es aridez y arbustos achaparrados. A partir de ahí, el automovilista debe ir en fila india por una cinta de apenas dos manos con decenas de camiones, pick-ups y combis cargados de petroleros. En esas combis, los empleados ya enfundados en los mamelucos del color de su empresa van leyendo el diario o mirando sus celulares. De tanto en tanto, un convoy de camiones transporta despacio una pieza pesada de equipo, como un arbolito o una cañería gigante. Les abre paso un patrullero o un camión de bomberos con la sirena encendida, al estilo de los que escoltan a las grandes embarcaciones cuando son transportadas por tierra de un puerto a otro.
A las 7.30 de la mañana es plena hora pico y no hay ningún vehículo volviendo de Añelo hacia Neuquén. Las camionetas intentan rebasarse entre sí todo el tiempo, como si quisieran ocupar los dos carriles de la ruta angosta y poceada. Al lado del camino corre la línea de alta tensión eléctrica que lleva energía a los pozos y los pueblos.
Tras el lago compensador del dique y la represa que administra Duke Energy, el paisaje vuelve a reverdecer por unos pocos kilómetros. Es la zona de San Patricio del Chañar, con olivares y frutales y la Bodega del Fin del Mundo. Después el camino vuelve a deteriorarse, con badenes sin anunciar, pozos profundos y desniveles notorios. Durante varios tramos no hay siquiera banquinas de ripio. Aunque el acuerdo con Chevron establecía que la petrolera estadounidense se haría cargo de ampliar y mejorar esas rutas, en 2014 brillaban por su ausencia las máquinas viales que sí se ven en Texas, trabajando a toda hora en los caminos entre los pueblitos que volvieron a vivir al calor de la revolución fracker.
Por la ruta 97 entre Jourdanton y Charlotte, por ejemplo, el tráfico es más pesado y copioso que entre Neuquén y Añelo. Ningún auto se aventura a esas rutas tomadas por la industria petrolera. Pero el proverbial pragmatismo yanqui movió a las autoridades de esos condados a instalar carteles que convocan a las empresas a costear el mantenimiento de los caminos, como muchas en efecto hacen. «Adopte una ruta», rezan esos anuncios metálicos. Las «adoptadas» están impecables y solo los caminos rurales, aunque asfaltados, están deteriorados en algunos tramos.
No solo las rutas de Vaca Muerta son malas, el transporte público también deja mucho que desear. Solo dos empresas de ómnibus, Transporte Rincón y Petrobus, unen la ciudad de Neuquén con Añelo, con una frecuencia de 11 viajes diarios. A fines de 2013, el boleto de ida de los micros de dos pisos de Petrobus valía $ 55 (u$s 8,80). Un año después, cotizaba a $ 85 (u$s 9,90). Quizá con ese aumento se financió la ampliacion de su parada, en la que improvisó una confitería, con cinco mesas y un LCD gigante que los pasajeros miran absortos mientras beben cerveza y esperan su colectivo. Dos veces por día los de El Petróleo enlanzan a Añelo con Cutral Có y una vez por semana los de Andesmar comunican con Mendoza. Muchos docentes viven fuera del pueblo y no puede ncostearse el boleto. Se ponen el delantal para hacer dedo en la ruta y los levantan petroleros y chacareros. Los empleados del crudo tienen prohibido subirlos por cuestiones del seguro, pero muchos incumplen esa norma.
En 2014 Añelo no se convirtió en un pueblo rico como muchos de los de Texas. Los servicios públicos avanzaron poco, pero algunos inversores privados, sin llegar a constituirse en malón, pusieron pie en aquel antiguo fortín de la Campaña del Desierto. Garbarino se apuró para ganarle de mano a su archirrival Frávega y alquiló un local chico, de 80 metros cuadrados, donde antes funcionaba un restaurant y tiempo atrás un prostíbulo. Está sobre la colectora de la ruta 7, al inicio de la travesía urbana de Añelo viniendo desde Neuquén. Cuando se inauguró, en octubre de 2014, los pobladores iban solo a pasear, sorprendidos de que una cadena nacional abriera un negocio allí, y les agradecían a Sergio y a Samuel, los dos empleados que llegan de la capital todos los días de la semana en sus propios autos para despachar electrodomésticos de todo tamaño.
Sergio ya reconoce a los petroleros entre sus clientes porque compran sin mirar el precio y prefieren siempre lo más grande y ostentoso. A uno le vendió artefactos por $ 36.000 (u$s 4.200) y su tarjeta de crédito «pasó sin chistar», cuenta sorprendido.
—Claro, después me mostró el recibo de sueldo para sacar una tarjeta de crédito del local y el tipo ganaba $ 80.000 (u$s 9.300) por mes.
También les vende cocinas, equipos de aire acondicionado y lavarropas a los que preparan departamentos o casas para alquilar a empresas. A los del pueblo que no trabajan con el petróleo, por mucho que agradezcan, apenas les alcanza para cambiar su celular o para llevarse alguna batidora.
La cadena planea mudarse de ese localcito a uno mayor, para competir con la cordobesa Saturno, que ya arribó, y con Frávega, que pactó un alquiler para abrir en 2015 su propio local en el epicentro de Vaca Muerta. Pero Sergio confía en que para entonces habrá fidelizado a una buena clientela. Lo único que le molesta son los frecuentes cortes de luz, que se producen cuando la instalación no aguanta todo ese aparataje junto, y de la línea telefónica, que provee la cooperativa local. Estos últimos le impiden facturar con tarjeta porque la terminal de cobranza usa esa línea.
Uno de los dos gigantes del negocio mundial de suministrar trabajadores temporarios a las empresas, la holandesa Randstad, abrió en septiembre de 2014 una oficina en Añelo sobre la ruta 7, al lado del Garbarino. Es la 40º sucursal en Argentina. Ya estaba en la ciudad de Neuquén y Rincón de los Sauces, pero quería hacer un «seguimiento de las empresas radicadas acá», cuenta el único empleado de la oficina, Héctor Hernández, que un mes antes de la apertura consiguió este empleo y se mudó de Rosario a la ciudad de Neuquén. Ahí recibe entre seis y siete curricula por día. Son migrantes que llegan de Comodoro Rivadavia, Mendoza o San Juan, pero también maestras, enfermeras y empleados de comercio del pueblo. Muchos quieren hacerse petroleros, «pero no todo el mundo se banca ir a poner ductos en el campo», aclara Hernández, cuyo hijo se trasladó antes que él tentado por los $ 40.000 (u$s 4.600) mensuales que cobra como supervisor. Los docentes de allí ganan desde $ 6.000 (u$s 700) hasta $ 12.000 (u$s 1.400), según el cargo y la antigüedad.
En la escuela secundaria, la directora Carolina Díaz no conoce casos de profesores que se vayan al pozo, pero sí advierte que muchos faltan porque las pocas horas que dan allí no compensan los costos de traslado desde sus pueblos. Díaz recuerda que cuando asumió el cargo, en 2011, el intendente le prometió una casa, pero sigue despertándose a las 5 para salir desde Cinco Saltos hacia Añelo.
Los niños de otros pueblos llegan por otros medios. La Nación envía fondos a la escuela para pagar una camioneta. También para distribuir zapatillas y camperas. Aguada San Roque pone su propio vehículo a disposición y lo financia la provincia. Pero hay algunos estudiantes con 18 años cumplidos que dejan la secundaria atraídos por los sueldos petroleros. Y otros que vuelven solo para los cursos de soldador y electricista que en 2014 la Fundación YPF empezó a ofrecer en ese edificio.
La secundaria recibió donaciones de Total: fotocopiadora, heladeras y becas para alumnos a través de la Fundación Cimientos. Pero la directora reclama que faltan aulas porque en 2014 subió 10% la matrícula, espacio para educación física, libros, borradores y tizas. Una de sus profesoras, la de contabilidad, Andrea Falcone, oriunda de Pehuajó, analiza vender su casa de Añelo, pero no solo por negocio sino por el nivel educativo que recibirán sus hijos de 3 y 10 años y porque quiere que la mayor sume a sus clases de danza y patín otras de inglés, algo que en el pueblo no se consigue.
Al lado del campo de deportes de Añelo, lo que se presenta como un portón abierto y con un cartel de «cooperativa de trabajo» es lo que llaman «El Gran Hermano», una especie de vecindad como la del Chavo con un descampado en el medio y 18 casas de material alrededor, con habitaciones de chapa improvisadas que vinieron a cubrir caóticamente las necesidades insatisfechas de sus pobladores. Algunos baños dan directamente a ese patio central, donde vaga una jauría de galgos. En 2013 no había allí ningún auto, pero sí motos. Al año siguiente aparecieron las camionetas de los que habían conseguido empleo petrolero. Cerca de un corral de gallinas yace un perro muerto lleno de moscas. Por el acento llega a notarse que algunas de las casas están ocupadas por dominicanas.
Lucas, de 35 años y con 16 en Añelo, estaciona ahí su Hilux. En 2012 consiguió empleo en Real Work, la empresa de las mantas de plumas de pollo. No paga alquiler por habitar en El Gran Hermano, que es propiedad del municipio. Solo abona los servicios de electricidad y de alumbrado, barrido y limpieza. Sus amigos tocan la guitarra, otros juegan al truco. Ninguno le entra a la bolsa de boxeo que cuelga por ahí. Vestido con camiseta de River y pantalón de jogging, Lucas está satisfecho con los $ 25.000 (u$s 2.900) que cobra por mes, pero lamenta que no todos los añelenses hayan logrado dejar sus puestos de peones en chacras, como él.
—Mi vida mejoró mucho. Ahorro. Algunos se la gastan en falopa y putas —dice.
A fines de 2014, arriba de la barda, en el Añelo II ya vivían unas diez familias. Díaz sueña con que allí residan 20.000 personas y por eso planifica la preparación de 5.000 lotes. Por ahora, con el contrato de Ingeniería Sima y fondos del Instituto Provincial de la Vivienda ya están listos 700. En 240 de ellos el gobierno nacional levantará casas y en los demás, los vecinos que compren terrenos. Solo pueden adquirirlos aquellos que acrediten al menos 2 años de residencia en Añelo. La municipalidad se los vende a $ 9.000 (u$s 1.050), pero financiados en 36 cuotas mensuales de $ 300 (u$s 35). Son lotes en los que entra una vivienda modesta con dos dormitorios.
Sin agua corriente, cloacas ni gas natural, dos albañiles están felices de haber dejado las casas precarias de las tomas en el valle y haberse construido ya las propias de ladrillo allá arriba. «Son viviendas sociales, pero siempre está la avivada criolla», reconoce uno de ellos, que viaja en colectivo a Cipolletti a comprar carne más barata. Otro albañil, Manuel Hernández, de 46 años, que llegó en septiembre de 2014 de Las Grutas, en la costa atlántica rionegrina, vive ahí cerca en una casa rodante mientras le construye la casa a un empresario añelense. «Tiene varios negocios allá abajo», comenta quien por aquellos días juntaba hasta $ 12.000 (u$s 1.400) mensuales.
Camino a Añelo II, quien quiera puede comerse una hamburguesa del tamaño de una pizza en una casita rodante devenida panchería que se instaló ahí en 2014. Un cartel dice que su nombre es L&T, pero en realidad se llama El Paso, aclara su empleada, Norma Huaiquillán, que a sus 30 años dejó a sus dos hijos adolescentes a cargo de su madre en Cutral Có y se fue a Añelo con la ilusión de ahorrar para levantar su propia casa.
—¿Volvió? ¿Le gustan los panchos? Eran las siete de la mañana ayer y estaba comiendo panchos… —le comenta Norma, de origen mapuche, a un cliente que no conoce por su nombre, Maximiliano Yáñez, de su misma edad, pero porteño, casado y con cuatro hijos. Aquella mañana de domingo bajó de su Fiat Siena con dos empleados. Yáñez no contestó.
—¿Andaba solo ayer? —lo provocó Norma.
—No, estaba con dos chicas… —recuerda Maximiliano—. Dos hamburguesas queremos hoy.
«Me vine a hacer plata a Neuquén, no a trabajar», explica Yáñez en septiembre de 2014. «Allá en Buenos Aires trabajás y no hacés plata.» Llegó al pueblo en 2012 para arreglar un baño, pero con el correr del tiempo fue sumando obras más grandes, como galpones enteros, y ahora tiene 35 empleados ahí y en la ciudad de Neuquén, adonde se trasladó su familia. «Un día podés ganar 5.000 pesos (u$s 580) y otro, 20.000 (u$s 2.300). No hay límite, ¿entendés? Hay mucho efectivo. Y esto ni explotó. Hay un trabajo infernal», describe Yáñez, en bermudas y zapatillas Nike.
Si los dueños de la cadena Austral se ilusionaban en julio de 2014 con su hotel casino en Añelo, quizá era mejor no arruinarles la fiesta contándoles que el precio del barril de crudo comenzaría ese mes un descenso que está llevando a que las petroleras recorten inversiones en todo el mundo, sobre todo en los pozos más costosos, como los no convencionales o los offshore. La industria también ajusta sus tarifas a los proveedores. En Estados Unidos a principios de 2015 no se había parado la actividad, aunque las empresas comenzaban a analizar mejor los costos de cada formación, cerraban algunas locaciones, despedían personal y descartaban acelerar un desembarco masivo en México.
En Vaca Muerta y las demás formaciones no convencionales neuquinas también ocurría la renegociación entre petroleras, contratistas y sindicatos. No se preveía un cierre generalizado de proyectos, pero ciertas compañías evaluaban ajustes de personal y se descartaba un aluvión como el que soñaban candidatos presidenciales opositores para después de las elecciones de octubre de 2015. Los precios subsidiados del crudo y el gas que había establecido el gobierno nacional resultaban un aliciente paras las billeteras más flacas de las petroleras.
En el negocio de los no convencionales, según Nicolás Gadano, la volatilidad del precio internacional del crudo es una variable mucho más crítica que en los viejos yacimientos tradicionales.
—Cuando cae, hay muy poco margen para seguir siendo productivos en shale. Vaca Muerta es como una planta de soja en la Antártida. Las explotaciones de shale serían muy ineficientes si hubiese otros pozos en producción. Galuccio siempre dice que Vaca Muerta es como un Coto, y lo contrario a una joyería. Es un negocio de bajos márgenes y mucho volumen, una explotación que solo tiene sentido en gran escala. Por la baja del barril también bajan los costos. No es que no vas a producir —cita el asesor de YPF, cuya acción se desmoronó a la par del barril y de otras competidoras como Petrobras.
Petroleros y bancos entablaron largas discursiones para definir a qué valor del crudo dejarían de ser rentables las diversas formaciones shale, como las de Estados Unidos y Vaca Muerta. Los hechos dirán si esos cálculos eran acertados.
La débil demanda de una economía mundial de bajo crecimiento y la oferta creciente de crudo a partir de la masificación del fracking en Estados Unidos empujaron en 2014 hacia abajo el valor del oro negro. A eso se sumó la revalorización del dólar disparada por la tapering (reducción) del programa de estímulo monetario que la Reserva Federal había puesto en marcha como respuesta al crac de 2008. A 6 años del estallido de la burbuja de las hipotecas basura, y con el mundo entero todavía pagando sus consecuencias, el banco central de Estados Unidos empezó a apagar la maquinita de imprimir billetes. Y a los pocos meses, con la misma cantidad de esos billetes se podía comprar más de cualquier commodity: más aceite, más granos, más acero y, por supuesto, más petróleo.
—El plan A que tenía Kicillof se cayó: la idea de que el ingreso de capitales para explotar Vaca Muerta iba a resolver la crisis del balance de pagos ya quedó perimida —observa Gadano—. Por más ley petrolera que pongas, los precios del petróleo y la política económica arruinan la entrada de dólares a Vaca Muerta.
Entre los proveedores que sufrirán el recorte de tarifas figuran también aquellos que no están tanto con los fierros sino con la alta tecnología. Una de ellas es la texana Gyrodata. Su tecnología evita que dos o más pozos en una misma locación, como los no convencionales, choquen al ser perforados y provoquen así una explosión. Además, calcula a qué profundidad llega el pozo, lo que permite definir mejor las características del reservorio. En los primeros 4 meses de 2014 había sextuplicado su trabajo en Neuquén por Vaca Muerta y planeaba ampliar su personal de siete a diez empleados. No le era fácil, porque sus ejecutivos juzgaban que los egresados de ingeniería cada vez se reciben con peor formación y además suelen cambiar rápido de empleo pese a que empresas como Gyrodata invierten en su capacitación.
La alemana Siemens aumentó en 2014 un 60% su facturación en pesos en la filial Neuquén de venta de productos industriales, que allí se dedica casi en exclusiva a la actividad petrolera. Fue un incremento mucho mayor que la inflación y que cualquier otra unidad de negocios de la compañía en Argentina. Solo las trabas a la importación, que frenaron 8 meses maquinarias venidas de Alemania, Brasil y China, evitaron que el año fuese aún mejor.
—Tampoco es el boom que la gente cree —se ataja el responsable de aquella filial, Sandro Durand, técnico electrónico bahiense de 50 años, en la confitería de un lavadero de autos en Cipolletti.
Él se mudó a Neuquén en 1996 y tiene ahí un compañero de trabajo desde 2007. Siemens planea abrir una base allí, pero solo según la evolución de la economía argentina y de Vaca Muerta. Ingenieros de Siemens viajan todos los meses a Neuquén a presentar productos a sus clientes petroleros. Por ahora venden sistemas de medición para una planta de venta de crudo de YPF-Chevron en Loma Campana, además de motores, distribuidores de energía en baja y media tensión, entre otras máquinas que no se fabrican en Argentina. Ciertos equipos se produjeron alguna vez en INVAP, que dejó de hacerlos por falta de volumen de venta, o en la planta de Siemenes de Villa Adelina, que cerró en la crisis de 2001. La alemana compite por Vaca Muerta contra la francesa Schneider, la suiza ABB y la brasileña Weg.
También hay empresas argentinas que producen y desarrollan sus patentes. Es el caso de Global Technologies, la empresa que el ingeniero químico Pablo Invierno, porteño de 44 años graduado en el ITBA, y otro socio fundaron en 2004. En subsuelos de alta viscosidad o con elevada concentración de parafina, que es el material con el que se hacen las velas, el petróleo sube por los pozos, pero en el camino se endurece, se precipita y tapa las cañerías. Los petroleros dicen que la parafina es el colesterol de los ductos. La tecnología que Global Technologies fabrica en El Palomar y patentó en Argentina, Estados Unidos, China y varios países latinoamericanos calienta los pozos para evitar que se obstruyan. La empresa comenzó a vender su solución a los yacimientos viscosos del golfo San Jorge, pero solo irrumpió por la cuenca neuquina cuando las perforaciones no convencionales se toparon en el subsuelo más profundo con la parafina. Global Technologies hizo en octubre de 2010 las primeras pruebas para la YPF de Repsol, que antes había probado productos químicos para «desparafinar». Entonces la empresa de Invierno instaló 30 equipos. Con la nacionalización de 2012 cambió el plantel al mando del shale de YPF y el ingeniero químico debió volver a convencer a los nuevos mandamases técnicos. Desde junio de 2014 logró venderles otras 20 soluciones. Invierno espera que cuando venga el tiempo frío de 2015 los negocios con la YPF estatal superen a los hilvanados con Repsol. Chevron y Exxon están probando el calentador. En 2014, el no convencional argentino ya le reportó el 30% de su facturación. El otro 70% de las ventas de esta empresa de 15 empleados proviene de pozos convencionales del golfo San Jorge y de envíos a China, Brasil, Perú y Colombia.
—La exportación es lo que sostiene la empresa —reconoce Invierno pasadas las 21 en el chalet-oficina de su empresa en el centro de Cipolletti.
Si en algún momento la inversión anual en Vaca Muerta se eleva de los 2.000 millones de dólares de 2014 a un ritmo de 5.000 millones o 10.000 millones, habrá un verdadero boom. Seguramente eso no ocurrirá en 2015, pero quizá más adelante. Hay quienes se ilusionan en Argentina con que, al igual que en su pasado o en el Estados Unidos de los últimos años, la generación de petróleo y gas aliente un desarrollo industrial, tanto entre los proveedores del sector como entre sus clientes, las fábricas químicas o de uso intensivo de energía.
—Esperamos un reverdecer de las industrias energointensivas, al estilo del que se produjo en los últimos años en Lousiana y otros estados del sur estadounidense, cercanos a los primeros yacimientos exitosos de shale —se entusiasman en el equipo de Kicillof.
Del otro lado del ring ideológico, Aranguren, el presidente de Shell y crítico activo del kirchnerismo, piensa lo mismo:
—Acá también va a pasar como en Estados Unidos. Se van a instalar empresas. Primero se reemplazarán importaciones, después se logrará el abastecimiento del polo petroquímico. Para 2025 vamos a tener más inversiones petroquímicas. Hay países que se vuelven menos atractivos, como Irak y Nigeria.
Claro que los países petroleros también suelen sufrir desindustrialización. Le ocurrió hasta a la ejemplar Noruega. Como consiguen abundantes divisas con sus exportaciones de crudo, termina apreciándose su moneda y eso resta competitividad a la producción de manufacturas y servicios locales. Es lo que le ocurrió a Holanda con el gas en los 60 y por eso se habla de «enfermedad holandesa».
—No veo riesgos de «enfermedad holandesa» a nivel nacional a causa de Vaca Muerta. Pensar eso es una pavada —opina Gadano, que también es profesor de la Di Tella—. Puede pasar que el próximo gobierno tenga estabilidad macro, disminuya la salida de capitales y entren dólares al país para financiar Vaca Muerta, pero no va a pasar a ser exportador. Sí hay «enfermedad holandesa» en Neuquén y Comodoro Rivadavia, pero no en todo el país. Con supuestos optimistas, en varios años Argentina recuperará el nivel de producción de hace 10 años, cuando no tenías «enfermedad holandesa».
Sin embargo, un colega de Gadano, Daniel Heymann, doctor de la Universidad de California y docente en las de San Andrés, La Plata y Buenos Aires, advierte en un estudio que la industria argentina ya padece problemas de productividad por la apreciación cambiaria que provocan las exportaciones del campo y si a eso se sumase un boom de las mineras y las petroleras, la situación manufacturera se complicaría.
—Olvidate de la industria infantil que tenemos en textiles tipo CAME —descalifica Gadano a la Cámara Argentina de la Mediana Empresa, la que dirige desde hace décadas Osvaldo Cornide.
Su desprecio seguramente no sea compartido por miles de operarios en un país que, a diferencia del resto de Latinoamérica, logró mantener su PIB industrial intacto en la primera década de los 2000, cuando la bonanza de las materias primas sobrevaluó la mayoría de las monedas de la región.
No solo el desarrollo industrial constituye un desafío. También lo es la infraestructura. Por un lado, está la básica que requieren los ciudadanos y que es responsabilidad del Estado, más allá de que el gobierno de Neuquén e YPF suelen echarse culpas de quién hace más y quién menos por Añelo y sus alrededores. Por otro, está la infraestructura que debería acompañar a la industria petrolera: desde las rutas que son responsabilidad estatal hasta el desarrollo de plantas, ductos y proveedores que dependen de la inversión privada. Neuquén cuenta con la ventaja de una historia petrolera en la que se construyeron caños por ahora ociosos y se radicaron empresas contratistas, algunas diezmadas o desaparecidas por años de desinversión. La escasez de personal, desde ingenieros hasta operarios calificados, constituye otro desafío. No por nada colombianos, mexicanos, ecuatorianos y venezolanos se suman a norteamericanos y europeos en los equipos de trabajo en Vaca Muerta. En YPF confían en que en la medida en que otras petroleras inviertan tanto como ella, bajen los costos y haya más presión para ampliar la infraestructura.
Un trabajo del IAPG y la Universidad del Comahue pronosticó en septiembre de 2014 que si se perforaran 1.000 pozos por año se duplicaría la fuerza laboral de Neuquén. La provincia perforó en 2010, cuando se fracturó por primera vez Vaca Muerta, unos 231 pozos. Fue aumentando año a año hasta alcanzar los 548 en 2014. De ese total, más de la mitad son no convencionales. Los de esquisto pasaron de dos en 2010 a 191. Los de arcillas compactas, de 25 a 89.
Algunos analistas de la política neuquina dicen que Guillermo Pereyra ilusionó a la población con que todos serían petroleros y eso no ocurrió. Es así como pasó de ganar las elecciones de 2013 a perder la interna por la presidencia del MPN el 24 de agosto de 2014. El ministro de Economía de Sapag, Omar Gutiérrez, lo vencía ese día por 59% contra 39%. El sueño del sindicalista de candidatearse a gobernador en 2015 quedaba así más enterrado que desperdicio en un pozo sumidero.
Al Caballo no le bastó con organizar 2 días antes del comicio un paro de 24 horas en Halliburton para reclamar que dejara de contratar «empleados extranjeros sin calificación». «Eso se va a replicar en otras empresas si no se soluciona», prometía Díaz, el intendente de Añelo y aliado del petrolero.
—El paro en Halliburton fue muy xenófobo —critica Godoy, el dirigente del FIT, desde la sala de serigrafía de Zanon, donde yugan 430 obreros—. Su lema era «basta de extranjeros acá». Van contra los bolivianos y los chilenos. De los extranjeros en el nivel gerencial no dicen nada.
El clima se recelantó aún más en septiembre. En Añelo son usuales las protestas de desocupados, pero ese mes bloquearon el campamento de la perforadora Nabors y obligaron a cerrar varios pozos de YPF-Chevron. Días después, otros 40 desempleados tomaron la sede del sindicato petrolero en Cutral Có para reclamar que dirigentes gremiales cumplieran promesas de empleo. «Vamos a salir a la calle, quemar cubiertas, sonar los bombos y hacer quilombo porque la gente está cansada», dijo uno de los manifestantes.
Los mapuches también se levantaban. En agosto de 2014, seis de los Campo Maripe se pusieron a alambrar una parte de las tierras que reclaman en Loma Campana para resguardar áreas de pastoreo para sus animales ante el intenso movimiento de operarios con sus camiones y camionetas. Pero cayeron 200 agentes de la Policía neuquina y se llevaron todo el alambre, recuerda la kona Lorena Bravo.
La madrugada del 2 de septiembre de 2014, Añelo se sacudió por un estruendo inusual proveniente de Loma Campana. Eran las 2.30. Había explotado el pozo 843 de YPF dentro de las tierras que reclaman los Campo Maripe, mientras el trépano atravesaba la formación Quintuco, a 2.200 metros de profundidad, y todavía le faltaban 600 para tocar Vaca Muerta. Una gran nube se elevó sobre la locación y empezó a avanzar sobre el pueblo. El gas fluía sin control. El comando del pozo ordenó evacuar a los 20 operarios que trabajaban allí y dio aviso a los bomberos, mientras activaba todas las alarmas. Era el primer «incidente con descontrol de pozo», como se llama en la jerga, en una explotación no convencional argentina.
Los bomberos llegaron rápido, pero las camionetas de la Secretaría de Ambiente que montan guardia durante día y noche brillaban por su ausencia. Llegaron recién 7 horas después de iniciada la fuga de gas. Eso sí, las dos recién pintadas con el lema «Guardianes del Medio Ambiente». La demora le valió críticas al secretario Esquivel, quien se limitó a asegurar a la tarde, una vez que la situación estuvo controlada, que no había habido daños al terreno ni al personal. Lo mismo declaró YPF en un comunicado.
Para bloquear esa fuga sin dañar irremediablemente el pozo, los ingenieros de YPF inyectaron unos 80.000 litros de una mezcla de lodo con agua y gasoil. Así ahogaron el pozo, equilibraron la presión y lograron bajar un tapón de cemento líquido que frenó el gas. Las autoridades dijeron que las tareas de remediación durarían entre 3 y 7 días e implicarían una inversión de un millón de dólares. 2 meses después, la tierra de aquella locación todavía lucía aceitosa y olía a diesel.
A mediados de ese mismo septiembre, en nombre de la Multisectorial, el periodista y militante Cipo viajó a Estados Unidos para participar de la Marcha de los Pueblos, organizada por ONGs de todo el mundo para exigir a la ONU políticas concretas para mitigar el cambio climático. La movilización coincide todos los años con la reunión anual de Presidentes para la Asamblea General de Naciones Unidas. «En 2015 supuestamente habría que llegar a acuerdos sobre reducción de emisiones, pero Estados Unidos no va a adherir. Lo que hacemos es presión política para denunciarlo, pero no tenemos ninguna expectativa sobre lo que puedan discutir ahí los Presidentes», explicaba Cipo en una breve escala en Buenos Aires antes de volar a Nueva York.
El activista viajaba con el sindicalista petrolero José Rigane, de la CTA, el diputado provincial neuquino Dobrusin y varios dirigentes más. En el aeropuerto John F. Kennedy esperó al líder qom Félix Díaz, que también iba invitado a aquella manifestación ecologista en la Gran Manzana. Grande fue su sorpresa cuando, marchando por la Quinta Avenida, se cruzaron con el secretario general de La Cámpora, Andrés Larroque, y otros dirigentes oficialistas que habían acompañado a la Asamblea de la ONU a Cristina Kirchner. La delegación no pudo continuar con su paseo hasta que pasó toda la manifestación. La miraban satisfechos de que también en Estados Unidos hubiese rebeldía social. La camporista Victoria Montenegro, ex candidata a diputada en la ciudad de Buenos Aires, lo vio a Cipo con algún distintivo argentino y se quiso fotografiar con él. El periodista no la reconoció al principio y se sacaron la placa. Pero a los pocos segundos comenzaron a hablar y se trenzaron por la política extractivista de Cristina Kirchner. Por esas cosas del destino Larroque no llegó a cruzarse con el cacique qom, a quien él y otros militantes de su agrupación habían corrido de un acampe que hacía su comunidad con reclamos a la Presidenta en la Avenida 9 de Julio apenas 3 años antes.
The Wall Street Journal publicó a principios de octubre de 2014 que Estados Unidos había superado 3 meses antes a Rusia como principal productor mundial de hidrocarburos. Gracias a la revolución del shale, en 2013 le ganó la carrera por qué país producía más gas, por primera vez desde 1982. No es extraño que Estados Unidos haya comenzado a exportar el gas que antes debía importar de Canadá o México. Más incierto es si podrá lograr el autoabastecimiento petrolero. El consumo norteamericano parece insaciable.
El país euroasiático sigue siendo el líder mundial en extracción de crudo, seguido por Arabia Saudita, Estados Unidos, China, Canadá, Irán, Irak, Emiratos Árabes, Venezuela y México. Brasil está 12º, por encima del 26º puesto argentino. En términos de reservas, Venezuela encabeza la lista, escoltada por Arabia Saudita, Canadá, Irán, Irak, Kuwait, Emiratos Árabes, Rusia, Libia y Nigeria. Estados Unidos se ubica 11º; Brasil, 15º; Bolivia, 16º; México, 18º y Argentina, 50º. En producción de gas, detrás de Estados Unidos y Rusia figuran Irán, Canadá, Qatar, Noruega, China, Arabia Saudita, Argelia y Holanda. México es 16º; Bolivia, 18º y Argentina, con el 24º, aparece tercera en Latinoamérica. Pero en reservas lidera Rusia, seguido por Irán, Qatar, Turkmenistán, Estados Unidos, Arabia Saudita, Irak, Venezuela, Nigeria y Argelia. Entre los de más reservas en América Latina aparecen Bolivia (11º en el mundo) y Argentina (34º).
—En 2009 la producción de shale era mínima. Ahora Estados Unidos es el mayor productor de gas y petróleo del mundo. Es extraordinario —destaca en el patio de un bar de Austin, la ciudad más universitaria de Texas, el economista James Kenneth Galbraith, hijo de una eminencia de la ciencia económica, John Kenneth Galbraith. James se ha destacado ahora como asesor de Grecia en las negociaciones del gobierno del izquierdista Alexis Tsipras con la Unión Europea y es amigo personal de su ministro de Economía, Yanis Varoufakis.
Sin el renombre de su padre, pero también con prestigio como economista crítico y especializado en el estudio de la desigualdad social, Jamie es de los profesores más reverenciados de la Lyndon Johnson School of Public Affairs de la Universidad de Texas en Austin. «Para hacer justicia, para servir al hombre», reza en la entrada de la escuela un cartel con una frase del demócrata Johnson, quien fuera presidente entre 1963 —tras el asesinato del también demócrata John F. Kennedy— y 1969.
—Ha cambiado la relación de costos. Antes se hablaba de deslocalización de manufacturas a Asia y ahora vuelven. Apple vuelve a fabricar en Estados Unidos. ¿Eso está relacionado con los precios de la energía? No sé. Pero Estados Unidos está estabilizándose, frente a la Unión Europea que sigue en crisis. También hay otros motivos. Es interesante, aunque tampoco estamos en las antípodas de la crisis de hace 5 años —se explaya bajo la música intensa de un bar cool, JP’s Java, lleno de estudiantes universitarios con sus notebooks encendidas. Galbraith va con sombrero y camisa amarilla a cuadros.
Austin es una ciudad distinta de las petroleras Dallas o Houston. No es la clásica urbe norteamericana de grandes autopistas con un centro de rascacielos de oficinas, mucho auto, pocos transeúntes y periferias de viviendas bajas. Austin es más europea, más similar a Nueva York o San Francisco. Es una ciudad con onda, la capital de Texas y también la segunda mayor capital estadual de Estados Unidos, un país donde las capitales no suelen ser las principales ciudades de los estados. Tiene 885.000 habitantes, frente a los 2,1 millones de Houston y 1,1 millones de Dallas.
—Lo malo del fracking es que perderán apoyo las energías renovables. Los bajos precios del petróleo y el gas las desalientan. Hace tres años la gente hablaba mucho de la energía eólica, que con subsidios tenía buenas perspectivas, pero ahora nadie habla del tema. Fue parte de un paquete de estímulo de Obama —matiza Galbraith su inicial entusiasmo— ¿Cuánto va a durar el boom del shale? Nadie lo sabe. Por ahora se va a exportar GNL. También se reducen las facturas de energía en los hogares y las fábricas existentes. El aumento de puestos de trabajo ha sido sustancial, no sé si para la economía, pero sí para la actividad.
Galbraith desestima que su país, que imprime dólares sin la necesidad de respaldarlos con reservas, pueda sufrir «enfermedad holandesa»:
—Eso se produce con la apreciación de la moneda por las exportaciones de materias primas, pero eso no ocurre en Estados Unidos. Texas tampoco sufre la «enfermedad holandesa» porque es parte de una unión monetaria.
En cambio, le inquietan los asuntos vinculados a la desigualdad:
—Por el petróleo hay más dinero en el estado de Texas, pero podría haber más servicios públicos. Un problema es a quién pertenecen los proyectos petroleros, cómo se reparte la renta y qué se hace con el dinero. Hay ejemplos como Noruega, con poca gente y extraordinariamente honesta, pero también hay países normales, como Holanda y Canadá. (Rafael) Correa ha dicho que ahora las petroleras podrán sacar el petróleo de la reserva natural Yasuní y usarlo. Brasil también reduce la pobreza con el dinero del petróleo. La propiedad estatal del petróleo no es buena ni mala, depende de la capacidad del Estado, la integridad de la estructura estatal, que es diferente según el país y la época. Veremos qué pasa en México con la introducción del sector privado. El caso de Venezuela es claro: el hecho de que el petróleo sea del Estado hace una gran diferencia, porque hace posible el progreso social. —Galbraith pondera, y mientras apura el café, agrega en chiste: —Quizá la CIA esté escuchando estas palabras.
—Las sociedades petroleras tienden a ser desiguales. La excepción es Noruega. Si los activos son públicos, se puede evitar esa desigualdad. Hay que controlar las dinastías, como las que hay en Texas. Acá se permite que la gente acumule demasiado —sonríe Galbraith, quien dirige el University of Texas Inequality Project (UTIP), descrito por el historiador de la economía Robert Skidelsky como un esfuerzo pionero en la medición de la desigualdad.
—La intervención en los precios es una política de distribución. No hay una sola estrategia válida. Hay que apoyar las condiciones de vida y diversificar las fuentes de riqueza de la economía. Si uno quiere los beneficios petroleros, también hay que mejorar la infraestructura para la exportación. Hay que ver si el Estado quiere exportar GNL y usar ese dinero o usar el gas internamente para hacer manufacturas. No tengo una respuesta de cuál es el mejor modelo. El problema es cómo manejar el recurso, hay que ver cómo funciona la administración pública, si es corrupta o decrépita. Tiene que ver con la cultura organizacional —concluye.
Muchos analistas políticos se pasaron los últimos años hablando de cómo el shale cambiaría la geopolítica mundial en el sentido de que quizá Estados Unidos ya no precise más meterse a guerrear en Medio Oriente para dominar países petroleros. Pero el abaratamiento del crudo puede llegar a poner en jaque la producción norteamericana y el sueño del autoabastecimiento.
—Es interesante el cambio geopolítico que genera el shale, pero no creo que deje de haber guerras en Medio Oriente. No sé si las guerras son por el control de los recursos petroleros. Las últimas guerras fueron muy costosas. Pero el shale cambió todos estos cálculos dramáticamente. Estados Unidos necesitará interesarse menos por quién controla los recursos en el Golfo Pérsico. No digo que no le vaya a interesar, porque tiene interés por la estabilidad de Europa y Japón, pero es una relación más indirecta —razona Galbraith.
Manejar hacia al sur desde San Antonio, Texas, camino a México, era a mediados de 2014 como conducir el DeLorean de Volver al futuro hacia la Añelo de 2025 si se cumplieran los planes de Galuccio y compañía. Ahí latía el corazón de Eagle Ford, la roca sobre la que se condensó la fiebre fracker durante 2014. Un territorio en ebullición y en disputa entre las petroleras, al menos hasta el derrumbe del precio del barril de crudo que puso las inversiones millonarias de la nueva industria en stand-by. Una tierra a la que por entonces llegaban permanentemente «oileros» —como se dice por ahí en espanglish— de todo Estados Unidos, como otros aventureros enfilaban para California durante la conquista del Lejano Oeste.
A medida que uno se alejaba de San Antonio, el tráfico de autos y SUVs dejaba paso al de camiones tanque, containers y pick-ups. Cerca de Laredo, el paisaje ganadero de Texas también cambiaba por uno más arbustivo. Empezaban a divisarse los primeros cactus que preanunciaban la cercanía de la frontera y sus coyotes. Se intercalaban con oasis de flores amarillas, rojas y azules entre los cuales se distinguían sedes corporativas de Baker Hughes y Weatherford, dos de las grandes contratistas de servicios que crecieron como hongos al calor de la revolución del shale.
En Pleasanton, un pueblo de 8.900 habitantes, estaban levantando un hospital. Había restaurantes mexicanos, como en todo Texas, pero uno al lado del otro. Era la típica posta de paso, donde paraban los camioneros, pero también repleta de bancos para que los rancheros depositaran el dinero cobrado a cambio de sus derechos minerales. En Jourdanton, un pueblo algo menor, de 3.800 pobladores, en el condado de Atascosa, el ritmo de construcción también era febril. Como en Añelo en aquel mismo momento. Con una diferencia: además de construirse hoteles, casas y galpones y de perforarse pozos por doquier, se ensanchaban las autopistas y se estrenaba un moderno centro médico, la mayor edificación de allí.
En otros pueblos de la zona como Charlotte había más galpones de empresas de servicios petroleros que domicilios particulares. La Lone Star Rentals ofrecía ahí grúas de brazos mecánicos en alquiler. La Safe Shelters, contenedores-dormitorio. La Trojan Vac exhibía camiones cisterna, chupadores y otros utilitarios específicos. Gigantescas concesionarias de camiones y pick-ups mostraban sus modelos en playas de estacionamiento tan grandes que no parecían terminar nunca. Entremezclados en ese ruidoso mundo industrial, los cascos de los viejos ranchos ganaderos resistían con sus típicas tranqueras coronadas por el cráneo de algún animal.
En Tilden, un pueblito de 261 habitantes en el condado de McMullen, solo se oían los pájaros. En unos dormis colgaba el cartel de «disponible». Enfrente, un parque de casas rodantes. Había movimiento pero menos que en los demás pueblos. El mozo de la taquería Vallarta, el mexicano Alejandro, explicaba que el malón de ingenieros y operarios con sus máquinas se había mudado recientemente a Cotulla, cerca de ahí. Las mudanzas permanentes son típicas del mundo petrolero, pero más todavía de la nueva técnica para exprimir la roca madre: al caer rápido la producción de los pozos y requerirse todo el tiempo nuevas perforaciones, los petroleros corren continuamente detrás de los taladros y las piletas de fractura.
En el momento de auge de Tilden, la taquería Vallarta explotaba a la hora del amuerzo. Aquel abril de 2014 había apenas cinco o siete clientes que no llegaban a cubrir la mitad del comedor. Algo parecido a lo que pasaría después, con el desplome del crudo, en toda aquella región. No es que se haya desvanecido el furor de la noche a la mañana. Simplemente aminoró su marcha, a la expectativa de lo que vaya a ocurrir con los precios de la energía en los próximos años.
El propio camarero de la taquería había abandonado la industria del oro negro porque todo el tiempo lo obligaba a mudarse entre Carrizo Springs (5.300 habitantes, al lado de la frontera con México) y Gonzáles, el pueblo de la independencia texana a mitad de camino entre San Antonio y Houston. Se quedó a vivir en Tilden con su mujer e hijo en una casa rodante con dos cuartos. Y vio fluctuar los precios al calor de la oferta y la demanda: desde que en el pueblo solo se podía comer en la Vallarta o una estación de servicio, cuando el taco más básico costaba u$s 2,79, hasta cuando varios otros vinieron a competir por darle de comer a los «oileros», y el mismo plato típico mexicano bajó a u$s 1,79.
En el camino entre Yorktown y Cuero, por la ruta 72, se erige una megaplanta de separación de gas y petróleo que el conglomerado Black Hawk Kinder Morgan construyó en 2011. Al acercarse a ella se podía oír en 2014 el sonido de máquinas que excavaban para instalar unos gasoductos para EOG y ConocoPhillips y que hacían un sonido muy similar al de las turbinas de los aviones, con la misma intensidad pero de manera permanente. Es decir, algo ensordecedor. Se veían en el fondo tres tanques con techo móvil, que se usaban para hacer variar la presión interna.
Pero más que el ruido, a la hermana Elizabeth le preocupaban el indescifrable impacto a largo plazo de la contaminación que queda en el fondo de los pozos, los derrames de flowback de las piletas de tratamiento y la polución del aire por escapes de ácido sulfhídrico o flares que queman petróleo.
—Quien hace la disposición de residuos debería estar a 1.500 pies (450 metros) de la comunidad, pero es gente pobre que se enfrenta a grandes máquinas que terminan instalándose cerca de escuelas… —se compadecía la incansable monja al pasar en su auto frente a las casas rodantes.
—Tengo miedo por México. Estados Unidos va a ir ahí. Los mexicanos dicen que el petróleo pertenece al pueblo, pero están privatizándolo —advirtió Elizabeth, antes de aclarar que en lo moral sí es conservadora.
—Nunca estuvimos en contra del petróleo. Yo trabajé en el petróleo. Lo que no queremos es que rompan el campo ni que manden en nuestro territorio. Estamos en contra del fracking por la contaminación del agua —proclama el logko de los Campo Maripe, Albino Campo.
Muchos jóvenes de su comunidad trabajan en las contratistas petroleras en Loma Campana y dicen que, además de ganarse así el sustento, también pueden denunciar los daños ambientales que ven al paso.
—Hay derrames todos los días —se queja la hermana de Albino y vicejefa de la comunidad, Mabel Campo, en un yacimiento donde en 2013 no se veía ninguna de las 13 torres de perforación ni las dos grúas que un año después se apreciaban a simple vista.
—Los camiones rompen las plantas, que es la vida para los animales y que a nosotros nos sirven como remedios —añade la inal logko, que tiene dos hijos trabajando en contratistas petroleras, uno de ellos en la perforadora DLS—. Acá van a hacer una nueva locación.
Mabel llega hasta ahí con otros miembros de la comunidad en dos autos, un Renault Fluence y un Peugeot 207. Uno de sus parientes comenta que el ruido de la fractura provoca la huida de los animales.
—Ellos tienen que pagar por lo que rompen. El intendente dice que queremos plata, pero no es así. Tiene que haber plata y trabajo para los pobres, pero no a costa de los pobres —complementa antes de retirarse del yacimiento.
Al salir, del otro lado de la ruta 17 se construye un «barrio residencial abierto», según un cartel. Se llamará La Forestada. Al lado, una tranquera señala que allí es el lof Campo Maripe.
Albino Campo y su gente habían recibido la promesa de YPF de convertir en productivas 42 hectáreas detrás de esa tranquera. Fue el día de julio de 2013 en que la petrolera firmaba el acuerdo con Chevron, pero eso les resultaba insuficiente. Seguían batallando primero por que los reconocieran como comunidad y, a partir de eso, que registraran sus tierras. El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas les había enviado una nota en diciembre de 2013 que decía que la provincia era la encargada de definir su situación legal.
Dos meses después de que la policía neuquina doblegara a los seis mapuches que querían alambrar una zona del yacimiento, el 10 de octubre de 2014 se organizaron mejor y se juntaron 150. Los Campo Maripe reunieron a mapuches de otras comunidades y militantes de la Multisectorial. Cortaron varias picadas, con lo que frenó la circulación de los camiones que llevaban agua, arena y químicos para la fractura de pozos. Los operarios les abrieron paso sin ofrecer resistencia. Los Campo Maripe dicen que ellos los apoyan en su reclamo. Un juez desembarcó el 12 de octubre con la policía neuquina para notificarlos de que en una hora, a las 18, los desalojaría. Entonces dos ñañas (ancianas) se encadenaron a un container de control de una torre. Los indígenas advirtieron que si los echaban por la fuerza usarían unos bidones de combustible para incendiar la plataforma.
El poderoso secretario de Coordinación Interior neuquino, Jorge Lara, optó entonces por negociar y prometió a Albino Campo que en 7 días hábiles le concedería el reconocimiento de su comunidad. Faltaba un mes y medio para las elecciones internas del MPN para designar el candidato a gobernador. En Neuquén, las primarias del partido siempre gobernante hasta ahora suelen ser más cruciales que las generales.
Los mapuches decidieron mantenerse acampando al lado de los pozos hasta recibir la personería jurídica. El 24 de octubre a las 10 esperaban al supersecretario Lara. No apareció. A las 17 el logko propuso a su comunidad volver a bloquear las torres y así lo hicieron. Albino Campo se marchó a la ciudad de Neuquén para negociar. Lo acompañaban su hermana Mabel, sus sobrinas Natalia y Lorena, un referente zonal mapuche de la comunidad Kaxipayiñ y una abogada. Lara estaba en el interior provincial y manejaba la negociación por teléfono. Les pidió que firmaran un acuerdo con dos condiciones. «Quería que apoyáramos la ley de hidrocarburos y una paz social», recuerda Gilberto Huilipan, mapuche con boina blanca con rayas, werken (vocero) de la zonal Xawunko. «Aceptar la ley implicaba que la explotación siguiera y dijimos que no. Aceptamos la paz social, pero de acuerdo con las constituciones nacional y provincial y los tratados internacionales», añade Gilberto, uno de los más radicales en su discurso que distingue entre «los mapuches» y «los argentinos». A las 23.30 unos y otros estamparon sus firmas en el pacto por el que los Campo Maripe aceptaban la «paz social» a cambio de su reconocimiento como comunidad.
A partir de entonces debía formarse un equipo técnico que relevaría el territorio considerado ancestral para después determinar qué parte de la provincia terminará reconociéndole a la comunidad. Allí trabajarán agrimensores, pero también sociólogos y antropólogos. En total, diez personas elegidas por ambas partes. Ellas deberán confirmar si realmente hubo posesión mapuche de las 15.000 hectáreas reclamadas: si hay espacios ceremoniales, taperas, corrales viejos, aguadas usadas por sus animales, pircas (muros), restos de fogones, picaderos o cáscaras de huevos de choique que prueben que ahí se alimentó alguien décadas atrás. Por ejemplo, en la subida al yacimiento está el llamado Rincón del Gato, donde sus antepasados llevaban como ellos a parir a sus chivas, porque hay una especie de cueva que protege a los chivitos de las lluvias.
A partir del reconocimiento de los Campo Maripe como comunidad, los mapuches empezaron a participar en dos mesas de diálogo con funcionarios, petroleros y empresarios vinculados. Una es oficial, auspiciada por la Secretaría de Coordinación Interior, donde se sientan la Confederación Mapuche, las comunidades afectadas, representantes de YPF y el gobierno neuquino. Si bien celebran que la provincia haya aceptado finalmente sentarse a negociar con ellos de manera formal, las comunidades desconfían de lo que allí se pacte. Por eso el jefe de la Confederación, Jorge Nahuel, pidió que oficiaran de garantes Pérez Esquivel, el obispo Bressanelli y la presidenta de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos provincial, Noemí Labruna.
La otra mesa es informal, Nahuel la llama «interracial» y la impulsó el joven politólogo porteño Pablo Lumerman, especialista en diálogo y negociación y consultor del PNUD. Lumernan volvió en noviembre de 2013 a la Neuquén donde se había criado para dictar una capacitación en prevención y resolución de conflictos sociales auspiciada por el Tribunal Superior de Justicia y así conoció a Nahuel, con quien trabó una relación de respeto mutuo. Decidió quedarse a vivir y orientar la Fundación Cambio Democrático (que preside) a la mediación en conflictos etnosociales. Ayudó a evitar la guerra total entre los mapuches y el Estado cuando la provincia le vendió a un empresario agrícola unas tierras pegadas a Añelo que justo eran las que ocupaban Albino Campo y los suyos. Después empezó a colaborar con los reclamos que le hacían los mapu a YPF. Por eso cuando la petrolera salió a buscar un facilitador para encauzar aquel conflicto, la Confederación lo propuso a él. Así empezó a cobrar un sueldo de YPF por hacer lo que ya venía haciendo: intentar que la sangre no llegue al río.
Lumerman toma como ejemplo para su trabajo los acuerdos firmados por Petrobras con las comunidades de la Amazonía peruana, donde inicialmente hubo choques que se llevaron 40 vidas entre represiones y atentados, y donde la petrolera estatal brasileña terminó adoptando una política de derechos humanos que mantiene hasta la actualidad. También destaca lo logrado por Repsol en Bolivia, aunque lo adjudica al liderazgo de Evo Morales, él mismo un indígena, y lo contrasta con la «lógica prepotente» que rigió a los españoles durante sus años con la YPF privatizada en la Patagonia.
—Acá las empresas siempre tienen la idea de que la solución es poner plata, y muchas veces plata por debajo de la mesa, y no es así —argumenta el mediador.
Su mesa informal, donde además de Nahuel y otros referentes mapuches se sientan empresarios como Diego Manfio, religiosos y funcionarios «a título personal», llevaba ocho encuentros a fines de 2014 y todas las partes pretendían mantenerlos.
—Nosotros queremos que se apliquen la ley y la Constitución, porque hemos conquistado tantos avances normativos en estos últimos 20 años que somos los primeros interesados en que se apliquen —dice Nahuel en su ruca, en el oeste de la capital neuquina.
En la provincia, las comunidades mapuches pasaron de 40 a 60 en solo 10 años.
—Eso pasa porque la Campaña del Desierto generó una dispersión muy grande, que continúa hasta hoy y que se va remediando con el tiempo —comenta el dirigente.
Para que se reconozca a una comunidad, sus miembros deben contar con el aval de la Confederación. Y no siempre lo presta. En Añelo, por ejemplo, cuando empezó a moverse el proyecto Vaca Muerta, la Confederación recibió seis pedidos de apoyo de familias con algún ascendente mapuche que querían constituirse como comunidad. Los seguidores de Jorge Nahuel solo acompañaron el reclamo de los Campo Maripe, porque vivían ahí y descendían de habitantes mapuches de varias generaciones.
—Los demás eran rejuntados de familias criollas con algún mapuche que solo buscaban sacarle una tajada a las petroleras. Lo que menos queremos nosotros es andar inventando comunidades, porque daña nuestras propias reivindicaciones —explica Nahuel, mate de por medio.
Como el abogado Zúñiga, Nahuel reconoce que las nuevas generaciones de mapuches le imprimen su propia impronta a las tratativas con las petroleras. Por ejemplo, presionan a los más viejos para que los pliegos de reclamos de sus comunidades incluyan puestos de trabajo para ellos en las petroleras o sus contratistas. No los culpa, pero lo lamenta.
—Nosotros defendemos el buen vivir, la vida con lo que nos da la tierra, y no el consumismo desenfrenado ni el modo de vida dispendioso que nos proponen las petroleras —reivindica.