Capítulo 16
Los efectos
colaterales
Roberto, el jefe de crupiers del único
casino oficial de Añelo, quisiera que el Banco Central se decidiera
a imprimir billetes de 200 o 500 pesos. Por más que los apriete, en
los depósitos de las máquinas de ruleta electrónica solo entran 56
billetes de cien, y por eso los tiene que vaciar varias veces cada
noche. Algunas veces debe sacarlos frente a los apostadores, para
que puedan seguir usando las máquinas o para pagarle a algún
afortunado, y le da vergüenza mostrarles todo el dinero que acaban
de dejar ahí. Además casi no ve billetes de otra denominación,
porque dice que el petrolero es de apostar fuerte. Le divertiría
clasificar billetes distintos, como hacía hasta hace unos años,
cuando todavía jugaban los de 50 con la cara de Sarmiento e incluso
alguno de 20 con la efigie de Rosas.
El casino de Añelo se llama Marbella. Solo
se identifica así en su página de Facebook y en su interior. No
tiene página web ni un cartel con su nombre a la entrada. Le basta
una gigantesca marquesina luminosa que dice «casino», acaso la más
visible del pueblo para quien pasa raudamente por la ruta 7 antes
de la bifurcación que sube al cluster
shale de YPF y Chevron en Loma Campana. En ese sitio
estratégico funciona la pequeña sala de juegos desde el anterior
boom de Añelo, allá por 2001, cuando
Repsol empezó a exprimir lo último de Loma La Lata y trajo un
aluvión de petroleros con sus sueldos jugosos y sus largos tiempos
muertos.
La ley neuquina permite los casinos, a
diferencia de la texana, pero los obliga a funcionar en complejos
que incluyan hoteles. Por eso los casinos Magic de la capital
neuquina y de San Martín de los Andes tienen los suyos. El
Marbella, sin embargo, obvió esa obligación durante 13 años, según
el intendente Díaz. Recién en julio de 2014 se inauguró al lado
suyo el Hotel Austral, de 16 habitaciones, que tampoco anuncia su
nombre en la entrada pese a que la cadena también está en Viedma,
Bahía Blanca, Neuquén y Buenos Aires. Está bien pintado, impecable,
pero le faltan detalles de obra, como la parte eléctrica. Tampoco
se esmera mucho en atender al público: uno llega en plena tarde y
no hay nadie en recepción, por lo que lo termina atendiendo un
huésped.
El huésped, Marcelo Ferreyra, es un
mendocino que llevaba 14 años manejando un taxi en Plottier y que
un día escuchó algo en la radio sobre la necesidad de mano de obra
en el sector petrolero en Añelo. Decidió alquilar su taxi, activó
sus contactos y en mayo de 2014 consiguió trabajo en la Empresa de
Logística Patagónica, para la cual ahora maneja una de las
camionetas que traslada a los pozos a tres petroleros, en general
jerárquicos. Pasó a ganar un básico que era de $ 17.000 en
septiembre de 2014 (unos u$s 2.150) y, aunque solo ve a su mujer y
a sus dos hijos una semana por mes, dice que su familia lo ve mejor
y que pudo cubrir gastos como los viajes de egresados de primaria
de Gonzalo y de secundaria de Maxi, que no hubiera podido afrontar
antes.
Marcelo pernocta en el Austral a la espera
de que su empresa lo llame para algún viaje. Prefiere mirar la tele
antes que bajar el casino de al lado, donde el joven Roberto
trabaja al menos 12 horas por día. La sala de juegos está abierta
de 14 a 4 los días de semana y hasta las 5 de la mañana los viernes
y sábados, cuando también se improvisa un cantobar para los audaces
borrachines que se le animan al micrófono. No suele haber
incidentes; nadie quiere lío con el guardia armado que no se mueve
de la puerta.
El Marbella tiene 85 máquinas y espera
instalar otras 15, aunque no se lo ve desbordado de clientela. A la
medianoche de un viernes a fines de noviembre de 2014, en lo que
podría considerarse su hora pico, alberga a unos 30 jugadores.
Entre ellos, solo dos mujeres. Roberto cuenta que la mayoría son
petroleros, aunque también se ve otra gente del pueblo. Todos
apuestan mucho, pero el encargado protesta porque ese mes no
cumplirá con la meta que se habían fijado los dueños: ganar un
millón de pesos (u$s 117.000). «Ya es 28 y llevo ganados $ 490.000
(u$s 53.000). Así me van a terminar rajando», se reía.
Sin el riesgo que suponen las mesas de
póquer, las de blackjack o las ruletas físicas, donde la banca
puede terminar una noche con pérdidas, el Casino Marbella siempre
sale ganando. Algunos días de noviembre, sin embargo, solo
terminaba 3.000 o 4.000 pesos (350 o 460 dólares) arriba. Quizá
para animar a sus interlocutores a meter algún billete, Roberto
decía que esas máquinas pagaban demasiado para su gusto.
Sea o no verdad que el Marbella ahora
retribuye más que otros casinos, lo seguro es que no siempre lo
hizo. Cuando solo tenía diez máquinas, allá por los primeros años
2000, su entonces fichera Silvana se ocupaba de que solo dos
entregaran premios. Después se peleó con Roberto y renunció, tras
lo cual se encargó de contarle a todo Añelo cómo se trampeaban sus
tragamonedas.
Si algún jugador desconfiado o nostálgico
desea apostar a algo que no incluya mecanismos electrónicos, en
Añelo solo puede acudir a las casas particulares o a algún bar
donde se organizan mesas clandestinas de dados. No es para
exigentes ni experimentados: se limitan a tirar seis dados y si
sale un par, se paga la apuesta multiplicada por el número del
par.
A la vera de la ruta 7, un cartel de
tránsito parece una rendición incondicional de las autoridades
frente a su propia impotencia: «Ruta en mal estado», avisa, como si
advirtiera sobre un desastre natural o una fatalidad del destino. A
fines de 2013, el propio gobernador Sapag se jactaba por el hecho
de que esa ruta estuviera «completamente colapsada» por el ir y
venir de vehículos entre Añelo y Neuquén capital, que obliga a
reducir la marcha a paso de hombre en varios tramos, especialmente
los días de semana de 7 a 9 y de 17 a 20.
El viaje de la ciudad de Neuquén a Añelo
empieza bucólico. Apenas al salir de la ciudad se ven álamos,
perales y manzanos en espalderas. Los campos verdes a la vera de la
ruta 51 se intercalan con carteles que invitan a degustar productos
regionales, hasta que se llega a una encrucijada con una parrilla
en Vista Alegre. Desde allí, todo es aridez y arbustos
achaparrados. A partir de ahí, el automovilista debe ir en fila
india por una cinta de apenas dos manos con decenas de camiones,
pick-ups y combis cargados de petroleros.
En esas combis, los empleados ya enfundados en los mamelucos del
color de su empresa van leyendo el diario o mirando sus celulares.
De tanto en tanto, un convoy de camiones transporta despacio una
pieza pesada de equipo, como un arbolito o una cañería gigante. Les
abre paso un patrullero o un camión de bomberos con la sirena
encendida, al estilo de los que escoltan a las grandes
embarcaciones cuando son transportadas por tierra de un puerto a
otro.
A las 7.30 de la mañana es plena hora pico y
no hay ningún vehículo volviendo de Añelo hacia Neuquén. Las
camionetas intentan rebasarse entre sí todo el tiempo, como si
quisieran ocupar los dos carriles de la ruta angosta y poceada. Al
lado del camino corre la línea de alta tensión eléctrica que lleva
energía a los pozos y los pueblos.
Tras el lago compensador del dique y la
represa que administra Duke Energy, el paisaje vuelve a reverdecer
por unos pocos kilómetros. Es la zona de San Patricio del Chañar,
con olivares y frutales y la Bodega del Fin del Mundo. Después el
camino vuelve a deteriorarse, con badenes sin anunciar, pozos
profundos y desniveles notorios. Durante varios tramos no hay
siquiera banquinas de ripio. Aunque el acuerdo con Chevron
establecía que la petrolera estadounidense se haría cargo de
ampliar y mejorar esas rutas, en 2014 brillaban por su ausencia las
máquinas viales que sí se ven en Texas, trabajando a toda hora en
los caminos entre los pueblitos que volvieron a vivir al calor de
la revolución fracker.
Por la ruta 97 entre Jourdanton y Charlotte,
por ejemplo, el tráfico es más pesado y copioso que entre Neuquén y
Añelo. Ningún auto se aventura a esas rutas tomadas por la
industria petrolera. Pero el proverbial pragmatismo yanqui movió a
las autoridades de esos condados a instalar carteles que convocan a
las empresas a costear el mantenimiento de los caminos, como muchas
en efecto hacen. «Adopte una ruta», rezan esos anuncios metálicos.
Las «adoptadas» están impecables y solo los caminos rurales, aunque
asfaltados, están deteriorados en algunos tramos.
No solo las rutas de Vaca Muerta son malas,
el transporte público también deja mucho que desear. Solo dos
empresas de ómnibus, Transporte Rincón y Petrobus, unen la ciudad
de Neuquén con Añelo, con una frecuencia de 11 viajes diarios. A
fines de 2013, el boleto de ida de los micros de dos pisos de
Petrobus valía $ 55 (u$s 8,80). Un año después, cotizaba a $ 85
(u$s 9,90). Quizá con ese aumento se financió la ampliacion de su
parada, en la que improvisó una confitería, con cinco mesas y un
LCD gigante que los pasajeros miran absortos mientras beben cerveza
y esperan su colectivo. Dos veces por día los de El Petróleo
enlanzan a Añelo con Cutral Có y una vez por semana los de Andesmar
comunican con Mendoza. Muchos docentes viven fuera del pueblo y no
puede ncostearse el boleto. Se ponen el delantal para hacer dedo en
la ruta y los levantan petroleros y chacareros. Los empleados del
crudo tienen prohibido subirlos por cuestiones del seguro, pero
muchos incumplen esa norma.
En 2014 Añelo no se convirtió en un pueblo
rico como muchos de los de Texas. Los servicios públicos avanzaron
poco, pero algunos inversores privados, sin llegar a constituirse
en malón, pusieron pie en aquel antiguo fortín de la Campaña del
Desierto. Garbarino se apuró para ganarle de mano a su archirrival
Frávega y alquiló un local chico, de 80 metros cuadrados, donde
antes funcionaba un restaurant y tiempo atrás un prostíbulo. Está
sobre la colectora de la ruta 7, al inicio de la travesía urbana de
Añelo viniendo desde Neuquén. Cuando se inauguró, en octubre de
2014, los pobladores iban solo a pasear, sorprendidos de que una
cadena nacional abriera un negocio allí, y les agradecían a Sergio
y a Samuel, los dos empleados que llegan de la capital todos los
días de la semana en sus propios autos para despachar
electrodomésticos de todo tamaño.
Sergio ya reconoce a los petroleros entre
sus clientes porque compran sin mirar el precio y prefieren siempre
lo más grande y ostentoso. A uno le vendió artefactos por $ 36.000
(u$s 4.200) y su tarjeta de crédito «pasó sin chistar», cuenta
sorprendido.
—Claro, después me mostró el recibo de
sueldo para sacar una tarjeta de crédito del local y el tipo ganaba
$ 80.000 (u$s 9.300) por mes.
También les vende cocinas, equipos de aire
acondicionado y lavarropas a los que preparan departamentos o casas
para alquilar a empresas. A los del pueblo que no trabajan con el
petróleo, por mucho que agradezcan, apenas les alcanza para cambiar
su celular o para llevarse alguna batidora.
La cadena planea mudarse de ese localcito a
uno mayor, para competir con la cordobesa Saturno, que ya arribó, y
con Frávega, que pactó un alquiler para abrir en 2015 su propio
local en el epicentro de Vaca Muerta. Pero Sergio confía en que
para entonces habrá fidelizado a una buena clientela. Lo único que
le molesta son los frecuentes cortes de luz, que se producen cuando
la instalación no aguanta todo ese aparataje junto, y de la línea
telefónica, que provee la cooperativa local. Estos últimos le
impiden facturar con tarjeta porque la terminal de cobranza usa esa
línea.
Uno de los dos gigantes del negocio mundial
de suministrar trabajadores temporarios a las empresas, la
holandesa Randstad, abrió en septiembre de 2014 una oficina en
Añelo sobre la ruta 7, al lado del Garbarino. Es la 40º sucursal en
Argentina. Ya estaba en la ciudad de Neuquén y Rincón de los
Sauces, pero quería hacer un «seguimiento de las empresas radicadas
acá», cuenta el único empleado de la oficina, Héctor Hernández, que
un mes antes de la apertura consiguió este empleo y se mudó de
Rosario a la ciudad de Neuquén. Ahí recibe entre seis y siete
curricula por día. Son migrantes que llegan de Comodoro Rivadavia,
Mendoza o San Juan, pero también maestras, enfermeras y empleados
de comercio del pueblo. Muchos quieren hacerse petroleros, «pero no
todo el mundo se banca ir a poner ductos en el campo», aclara
Hernández, cuyo hijo se trasladó antes que él tentado por los $
40.000 (u$s 4.600) mensuales que cobra como supervisor. Los
docentes de allí ganan desde $ 6.000 (u$s 700) hasta $ 12.000 (u$s
1.400), según el cargo y la antigüedad.
En la escuela secundaria, la directora
Carolina Díaz no conoce casos de profesores que se vayan al pozo,
pero sí advierte que muchos faltan porque las pocas horas que dan
allí no compensan los costos de traslado desde sus pueblos. Díaz
recuerda que cuando asumió el cargo, en 2011, el intendente le
prometió una casa, pero sigue despertándose a las 5 para salir
desde Cinco Saltos hacia Añelo.
Los niños de otros pueblos llegan por otros
medios. La Nación envía fondos a la escuela para pagar una
camioneta. También para distribuir zapatillas y camperas. Aguada
San Roque pone su propio vehículo a disposición y lo financia la
provincia. Pero hay algunos estudiantes con 18 años cumplidos que
dejan la secundaria atraídos por los sueldos petroleros. Y otros
que vuelven solo para los cursos de soldador y electricista que en
2014 la Fundación YPF empezó a ofrecer en ese edificio.
La secundaria recibió donaciones de Total:
fotocopiadora, heladeras y becas para alumnos a través de la
Fundación Cimientos. Pero la directora reclama que faltan aulas
porque en 2014 subió 10% la matrícula, espacio para educación
física, libros, borradores y tizas. Una de sus profesoras, la de
contabilidad, Andrea Falcone, oriunda de Pehuajó, analiza vender su
casa de Añelo, pero no solo por negocio sino por el nivel educativo
que recibirán sus hijos de 3 y 10 años y porque quiere que la mayor
sume a sus clases de danza y patín otras de inglés, algo que en el
pueblo no se consigue.
Al lado del campo de deportes de Añelo, lo
que se presenta como un portón abierto y con un cartel de
«cooperativa de trabajo» es lo que llaman «El Gran Hermano», una
especie de vecindad como la del Chavo con un descampado en el medio
y 18 casas de material alrededor, con habitaciones de chapa
improvisadas que vinieron a cubrir caóticamente las necesidades
insatisfechas de sus pobladores. Algunos baños dan directamente a
ese patio central, donde vaga una jauría de galgos. En 2013 no
había allí ningún auto, pero sí motos. Al año siguiente aparecieron
las camionetas de los que habían conseguido empleo petrolero. Cerca
de un corral de gallinas yace un perro muerto lleno de moscas. Por
el acento llega a notarse que algunas de las casas están ocupadas
por dominicanas.
Lucas, de 35 años y con 16 en Añelo,
estaciona ahí su Hilux. En 2012 consiguió empleo en Real Work, la
empresa de las mantas de plumas de pollo. No paga alquiler por
habitar en El Gran Hermano, que es propiedad del municipio. Solo
abona los servicios de electricidad y de alumbrado, barrido y
limpieza. Sus amigos tocan la guitarra, otros juegan al truco.
Ninguno le entra a la bolsa de boxeo que cuelga por ahí. Vestido
con camiseta de River y pantalón de jogging, Lucas está satisfecho con los $ 25.000
(u$s 2.900) que cobra por mes, pero lamenta que no todos los
añelenses hayan logrado dejar sus puestos de peones en chacras,
como él.
—Mi vida mejoró mucho. Ahorro. Algunos se la
gastan en falopa y putas —dice.
A fines de 2014, arriba de la barda, en el
Añelo II ya vivían unas diez familias. Díaz sueña con que allí
residan 20.000 personas y por eso planifica la preparación de 5.000
lotes. Por ahora, con el contrato de Ingeniería Sima y fondos del
Instituto Provincial de la Vivienda ya están listos 700. En 240 de
ellos el gobierno nacional levantará casas y en los demás, los
vecinos que compren terrenos. Solo pueden adquirirlos aquellos que
acrediten al menos 2 años de residencia en Añelo. La municipalidad
se los vende a $ 9.000 (u$s 1.050), pero financiados en 36 cuotas
mensuales de $ 300 (u$s 35). Son lotes en los que entra una
vivienda modesta con dos dormitorios.
Sin agua corriente, cloacas ni gas natural,
dos albañiles están felices de haber dejado las casas precarias de
las tomas en el valle y haberse construido ya las propias de
ladrillo allá arriba. «Son viviendas sociales, pero siempre está la
avivada criolla», reconoce uno de ellos, que viaja en colectivo a
Cipolletti a comprar carne más barata. Otro albañil, Manuel
Hernández, de 46 años, que llegó en septiembre de 2014 de Las
Grutas, en la costa atlántica rionegrina, vive ahí cerca en una
casa rodante mientras le construye la casa a un empresario
añelense. «Tiene varios negocios allá abajo», comenta quien por
aquellos días juntaba hasta $ 12.000 (u$s 1.400) mensuales.
Camino a Añelo II, quien quiera puede
comerse una hamburguesa del tamaño de una pizza en una casita
rodante devenida panchería que se instaló ahí en 2014. Un cartel
dice que su nombre es L&T, pero en realidad se llama El Paso,
aclara su empleada, Norma Huaiquillán, que a sus 30 años dejó a sus
dos hijos adolescentes a cargo de su madre en Cutral Có y se fue a
Añelo con la ilusión de ahorrar para levantar su propia casa.
—¿Volvió? ¿Le gustan los panchos? Eran las
siete de la mañana ayer y estaba comiendo panchos… —le comenta
Norma, de origen mapuche, a un cliente que no conoce por su nombre,
Maximiliano Yáñez, de su misma edad, pero porteño, casado y con
cuatro hijos. Aquella mañana de domingo bajó de su Fiat Siena con
dos empleados. Yáñez no contestó.
—¿Andaba solo ayer? —lo provocó Norma.
—No, estaba con dos chicas… —recuerda
Maximiliano—. Dos hamburguesas queremos hoy.
«Me vine a hacer plata a Neuquén, no a
trabajar», explica Yáñez en septiembre de 2014. «Allá en Buenos
Aires trabajás y no hacés plata.» Llegó al pueblo en 2012 para
arreglar un baño, pero con el correr del tiempo fue sumando obras
más grandes, como galpones enteros, y ahora tiene 35 empleados ahí
y en la ciudad de Neuquén, adonde se trasladó su familia. «Un día
podés ganar 5.000 pesos (u$s 580) y otro, 20.000 (u$s 2.300). No
hay límite, ¿entendés? Hay mucho efectivo. Y esto ni explotó. Hay
un trabajo infernal», describe Yáñez, en bermudas y zapatillas
Nike.
Si los dueños de la cadena Austral se
ilusionaban en julio de 2014 con su hotel casino en Añelo, quizá
era mejor no arruinarles la fiesta contándoles que el precio del
barril de crudo comenzaría ese mes un descenso que está llevando a
que las petroleras recorten inversiones en todo el mundo, sobre
todo en los pozos más costosos, como los no convencionales o los
offshore. La industria también ajusta sus
tarifas a los proveedores. En Estados Unidos a principios de 2015
no se había parado la actividad, aunque las empresas comenzaban a
analizar mejor los costos de cada formación, cerraban algunas
locaciones, despedían personal y descartaban acelerar un desembarco
masivo en México.
En Vaca Muerta y las demás formaciones no
convencionales neuquinas también ocurría la renegociación entre
petroleras, contratistas y sindicatos. No se preveía un cierre
generalizado de proyectos, pero ciertas compañías evaluaban ajustes
de personal y se descartaba un aluvión como el que soñaban
candidatos presidenciales opositores para después de las elecciones
de octubre de 2015. Los precios subsidiados del crudo y el gas que
había establecido el gobierno nacional resultaban un aliciente
paras las billeteras más flacas de las petroleras.
En el negocio de los no convencionales,
según Nicolás Gadano, la volatilidad del precio internacional del
crudo es una variable mucho más crítica que en los viejos
yacimientos tradicionales.
—Cuando cae, hay muy poco margen para seguir
siendo productivos en shale. Vaca Muerta
es como una planta de soja en la Antártida. Las explotaciones de
shale serían muy ineficientes si hubiese
otros pozos en producción. Galuccio siempre dice que Vaca Muerta es
como un Coto, y lo contrario a una joyería. Es un negocio de bajos
márgenes y mucho volumen, una explotación que solo tiene sentido en
gran escala. Por la baja del barril también bajan los costos. No es
que no vas a producir —cita el asesor de YPF, cuya acción se
desmoronó a la par del barril y de otras competidoras como
Petrobras.
Petroleros y bancos entablaron largas
discursiones para definir a qué valor del crudo dejarían de ser
rentables las diversas formaciones shale,
como las de Estados Unidos y Vaca Muerta. Los hechos dirán si esos
cálculos eran acertados.
La débil demanda de una economía mundial de
bajo crecimiento y la oferta creciente de crudo a partir de la
masificación del fracking en Estados
Unidos empujaron en 2014 hacia abajo el valor del oro negro. A eso
se sumó la revalorización del dólar disparada por la tapering (reducción) del programa de estímulo
monetario que la Reserva Federal había puesto en marcha como
respuesta al crac de 2008. A 6 años del estallido de la burbuja de
las hipotecas basura, y con el mundo entero todavía pagando sus
consecuencias, el banco central de Estados Unidos empezó a apagar
la maquinita de imprimir billetes. Y a los pocos meses, con la
misma cantidad de esos billetes se podía comprar más de cualquier
commodity: más aceite, más granos, más
acero y, por supuesto, más petróleo.
—El plan A que tenía Kicillof se cayó: la
idea de que el ingreso de capitales para explotar Vaca Muerta iba a
resolver la crisis del balance de pagos ya quedó perimida —observa
Gadano—. Por más ley petrolera que pongas, los precios del petróleo
y la política económica arruinan la entrada de dólares a Vaca
Muerta.
Entre los proveedores que sufrirán el
recorte de tarifas figuran también aquellos que no están tanto con
los fierros sino con la alta tecnología. Una de ellas es la texana
Gyrodata. Su tecnología evita que dos o más pozos en una misma
locación, como los no convencionales, choquen al ser perforados y
provoquen así una explosión. Además, calcula a qué profundidad
llega el pozo, lo que permite definir mejor las características del
reservorio. En los primeros 4 meses de 2014 había sextuplicado su
trabajo en Neuquén por Vaca Muerta y planeaba ampliar su personal
de siete a diez empleados. No le era fácil, porque sus ejecutivos
juzgaban que los egresados de ingeniería cada vez se reciben con
peor formación y además suelen cambiar rápido de empleo pese a que
empresas como Gyrodata invierten en su capacitación.
La alemana Siemens aumentó en 2014 un 60% su
facturación en pesos en la filial Neuquén de venta de productos
industriales, que allí se dedica casi en exclusiva a la actividad
petrolera. Fue un incremento mucho mayor que la inflación y que
cualquier otra unidad de negocios de la compañía en Argentina. Solo
las trabas a la importación, que frenaron 8 meses maquinarias
venidas de Alemania, Brasil y China, evitaron que el año fuese aún
mejor.
—Tampoco es el boom que la gente cree —se ataja el responsable de
aquella filial, Sandro Durand, técnico electrónico bahiense de 50
años, en la confitería de un lavadero de autos en Cipolletti.
Él se mudó a Neuquén en 1996 y tiene ahí un
compañero de trabajo desde 2007. Siemens planea abrir una base
allí, pero solo según la evolución de la economía argentina y de
Vaca Muerta. Ingenieros de Siemens viajan todos los meses a Neuquén
a presentar productos a sus clientes petroleros. Por ahora venden
sistemas de medición para una planta de venta de crudo de
YPF-Chevron en Loma Campana, además de motores, distribuidores de
energía en baja y media tensión, entre otras máquinas que no se
fabrican en Argentina. Ciertos equipos se produjeron alguna vez en
INVAP, que dejó de hacerlos por falta de volumen de venta, o en la
planta de Siemenes de Villa Adelina, que cerró en la crisis de
2001. La alemana compite por Vaca Muerta contra la francesa
Schneider, la suiza ABB y la brasileña Weg.
También hay empresas argentinas que producen
y desarrollan sus patentes. Es el caso de Global Technologies, la
empresa que el ingeniero químico Pablo Invierno, porteño de 44 años
graduado en el ITBA, y otro socio fundaron en 2004. En subsuelos de
alta viscosidad o con elevada concentración de parafina, que es el
material con el que se hacen las velas, el petróleo sube por los
pozos, pero en el camino se endurece, se precipita y tapa las
cañerías. Los petroleros dicen que la parafina es el colesterol de
los ductos. La tecnología que Global Technologies fabrica en El
Palomar y patentó en Argentina, Estados Unidos, China y varios
países latinoamericanos calienta los pozos para evitar que se
obstruyan. La empresa comenzó a vender su solución a los
yacimientos viscosos del golfo San Jorge, pero solo irrumpió por la
cuenca neuquina cuando las perforaciones no convencionales se
toparon en el subsuelo más profundo con la parafina. Global
Technologies hizo en octubre de 2010 las primeras pruebas para la
YPF de Repsol, que antes había probado productos químicos para
«desparafinar». Entonces la empresa de Invierno instaló 30 equipos.
Con la nacionalización de 2012 cambió el plantel al mando del
shale de YPF y el ingeniero químico debió
volver a convencer a los nuevos mandamases técnicos. Desde junio de
2014 logró venderles otras 20 soluciones. Invierno espera que
cuando venga el tiempo frío de 2015 los negocios con la YPF estatal
superen a los hilvanados con Repsol. Chevron y Exxon están probando
el calentador. En 2014, el no convencional argentino ya le reportó
el 30% de su facturación. El otro 70% de las ventas de esta empresa
de 15 empleados proviene de pozos convencionales del golfo San
Jorge y de envíos a China, Brasil, Perú y Colombia.
—La exportación es lo que sostiene la
empresa —reconoce Invierno pasadas las 21 en el chalet-oficina de
su empresa en el centro de Cipolletti.
Si en algún momento la inversión anual en
Vaca Muerta se eleva de los 2.000 millones de dólares de 2014 a un
ritmo de 5.000 millones o 10.000 millones, habrá un verdadero
boom. Seguramente eso no ocurrirá en
2015, pero quizá más adelante. Hay quienes se ilusionan en
Argentina con que, al igual que en su pasado o en el Estados Unidos
de los últimos años, la generación de petróleo y gas aliente un
desarrollo industrial, tanto entre los proveedores del sector como
entre sus clientes, las fábricas químicas o de uso intensivo de
energía.
—Esperamos un reverdecer de las industrias
energointensivas, al estilo del que se produjo en los últimos años
en Lousiana y otros estados del sur estadounidense, cercanos a los
primeros yacimientos exitosos de shale
—se entusiasman en el equipo de Kicillof.
Del otro lado del ring ideológico,
Aranguren, el presidente de Shell y crítico activo del
kirchnerismo, piensa lo mismo:
—Acá también va a pasar como en Estados
Unidos. Se van a instalar empresas. Primero se reemplazarán
importaciones, después se logrará el abastecimiento del polo
petroquímico. Para 2025 vamos a tener más inversiones
petroquímicas. Hay países que se vuelven menos atractivos, como
Irak y Nigeria.
Claro que los países petroleros también
suelen sufrir desindustrialización. Le ocurrió hasta a la ejemplar
Noruega. Como consiguen abundantes divisas con sus exportaciones de
crudo, termina apreciándose su moneda y eso resta competitividad a
la producción de manufacturas y servicios locales. Es lo que le
ocurrió a Holanda con el gas en los 60 y por eso se habla de
«enfermedad holandesa».
—No veo riesgos de «enfermedad holandesa» a
nivel nacional a causa de Vaca Muerta. Pensar eso es una pavada
—opina Gadano, que también es profesor de la Di Tella—. Puede pasar
que el próximo gobierno tenga estabilidad macro, disminuya la
salida de capitales y entren dólares al país para financiar Vaca
Muerta, pero no va a pasar a ser exportador. Sí hay «enfermedad
holandesa» en Neuquén y Comodoro Rivadavia, pero no en todo el
país. Con supuestos optimistas, en varios años Argentina recuperará
el nivel de producción de hace 10 años, cuando no tenías
«enfermedad holandesa».
Sin embargo, un colega de Gadano, Daniel
Heymann, doctor de la Universidad de California y docente en las de
San Andrés, La Plata y Buenos Aires, advierte en un estudio que la
industria argentina ya padece problemas de productividad por la
apreciación cambiaria que provocan las exportaciones del campo y si
a eso se sumase un boom de las mineras y
las petroleras, la situación manufacturera se complicaría.
—Olvidate de la industria infantil que
tenemos en textiles tipo CAME —descalifica Gadano a la Cámara
Argentina de la Mediana Empresa, la que dirige desde hace décadas
Osvaldo Cornide.
Su desprecio seguramente no sea compartido
por miles de operarios en un país que, a diferencia del resto de
Latinoamérica, logró mantener su PIB industrial intacto en la
primera década de los 2000, cuando la bonanza de las materias
primas sobrevaluó la mayoría de las monedas de la región.
No solo el desarrollo industrial constituye
un desafío. También lo es la infraestructura. Por un lado, está la
básica que requieren los ciudadanos y que es responsabilidad del
Estado, más allá de que el gobierno de Neuquén e YPF suelen echarse
culpas de quién hace más y quién menos por Añelo y sus alrededores.
Por otro, está la infraestructura que debería acompañar a la
industria petrolera: desde las rutas que son responsabilidad
estatal hasta el desarrollo de plantas, ductos y proveedores que
dependen de la inversión privada. Neuquén cuenta con la ventaja de
una historia petrolera en la que se construyeron caños por ahora
ociosos y se radicaron empresas contratistas, algunas diezmadas o
desaparecidas por años de desinversión. La escasez de personal,
desde ingenieros hasta operarios calificados, constituye otro
desafío. No por nada colombianos, mexicanos, ecuatorianos y
venezolanos se suman a norteamericanos y europeos en los equipos de
trabajo en Vaca Muerta. En YPF confían en que en la medida en que
otras petroleras inviertan tanto como ella, bajen los costos y haya
más presión para ampliar la infraestructura.
Un trabajo del IAPG y la Universidad del
Comahue pronosticó en septiembre de 2014 que si se perforaran 1.000
pozos por año se duplicaría la fuerza laboral de Neuquén. La
provincia perforó en 2010, cuando se fracturó por primera vez Vaca
Muerta, unos 231 pozos. Fue aumentando año a año hasta alcanzar los
548 en 2014. De ese total, más de la mitad son no convencionales.
Los de esquisto pasaron de dos en 2010 a 191. Los de arcillas
compactas, de 25 a 89.
Algunos analistas de la política neuquina
dicen que Guillermo Pereyra ilusionó a la población con que todos
serían petroleros y eso no ocurrió. Es así como pasó de ganar las
elecciones de 2013 a perder la interna por la presidencia del MPN
el 24 de agosto de 2014. El ministro de Economía de Sapag, Omar
Gutiérrez, lo vencía ese día por 59% contra 39%. El sueño del
sindicalista de candidatearse a gobernador en 2015 quedaba así más
enterrado que desperdicio en un pozo sumidero.
Al Caballo no le bastó con organizar 2 días
antes del comicio un paro de 24 horas en Halliburton para reclamar
que dejara de contratar «empleados extranjeros sin calificación».
«Eso se va a replicar en otras empresas si no se soluciona»,
prometía Díaz, el intendente de Añelo y aliado del petrolero.
—El paro en Halliburton fue muy xenófobo
—critica Godoy, el dirigente del FIT, desde la sala de serigrafía
de Zanon, donde yugan 430 obreros—. Su lema era «basta de
extranjeros acá». Van contra los bolivianos y los chilenos. De los
extranjeros en el nivel gerencial no dicen nada.
El clima se recelantó aún más en septiembre.
En Añelo son usuales las protestas de desocupados, pero ese mes
bloquearon el campamento de la perforadora Nabors y obligaron a
cerrar varios pozos de YPF-Chevron. Días después, otros 40
desempleados tomaron la sede del sindicato petrolero en Cutral Có
para reclamar que dirigentes gremiales cumplieran promesas de
empleo. «Vamos a salir a la calle, quemar cubiertas, sonar los
bombos y hacer quilombo porque la gente está cansada», dijo uno de
los manifestantes.
Los mapuches también se levantaban. En
agosto de 2014, seis de los Campo Maripe se pusieron a alambrar una
parte de las tierras que reclaman en Loma Campana para resguardar
áreas de pastoreo para sus animales ante el intenso movimiento de
operarios con sus camiones y camionetas. Pero cayeron 200 agentes
de la Policía neuquina y se llevaron todo el alambre, recuerda la
kona Lorena Bravo.
La madrugada del 2 de septiembre de 2014,
Añelo se sacudió por un estruendo inusual proveniente de Loma
Campana. Eran las 2.30. Había explotado el pozo 843 de YPF dentro
de las tierras que reclaman los Campo Maripe, mientras el trépano
atravesaba la formación Quintuco, a 2.200 metros de profundidad, y
todavía le faltaban 600 para tocar Vaca Muerta. Una gran nube se
elevó sobre la locación y empezó a avanzar sobre el pueblo. El gas
fluía sin control. El comando del pozo ordenó evacuar a los 20
operarios que trabajaban allí y dio aviso a los bomberos, mientras
activaba todas las alarmas. Era el primer «incidente con descontrol
de pozo», como se llama en la jerga, en una explotación no
convencional argentina.
Los bomberos llegaron rápido, pero las
camionetas de la Secretaría de Ambiente que montan guardia durante
día y noche brillaban por su ausencia. Llegaron recién 7 horas
después de iniciada la fuga de gas. Eso sí, las dos recién pintadas
con el lema «Guardianes del Medio Ambiente». La demora le valió
críticas al secretario Esquivel, quien se limitó a asegurar a la
tarde, una vez que la situación estuvo controlada, que no había
habido daños al terreno ni al personal. Lo mismo declaró YPF en un
comunicado.
Para bloquear esa fuga sin dañar
irremediablemente el pozo, los ingenieros de YPF inyectaron unos
80.000 litros de una mezcla de lodo con agua y gasoil. Así ahogaron
el pozo, equilibraron la presión y lograron bajar un tapón de
cemento líquido que frenó el gas. Las autoridades dijeron que las
tareas de remediación durarían entre 3 y 7 días e implicarían una
inversión de un millón de dólares. 2 meses después, la tierra de
aquella locación todavía lucía aceitosa y olía a diesel.
A mediados de ese mismo septiembre, en
nombre de la Multisectorial, el periodista y militante Cipo viajó a
Estados Unidos para participar de la Marcha de los Pueblos,
organizada por ONGs de todo el mundo para exigir a la ONU políticas
concretas para mitigar el cambio climático. La movilización
coincide todos los años con la reunión anual de Presidentes para la
Asamblea General de Naciones Unidas. «En 2015 supuestamente habría
que llegar a acuerdos sobre reducción de emisiones, pero Estados
Unidos no va a adherir. Lo que hacemos es presión política para
denunciarlo, pero no tenemos ninguna expectativa sobre lo que
puedan discutir ahí los Presidentes», explicaba Cipo en una breve
escala en Buenos Aires antes de volar a Nueva York.
El activista viajaba con el sindicalista
petrolero José Rigane, de la CTA, el diputado provincial neuquino
Dobrusin y varios dirigentes más. En el aeropuerto John F. Kennedy
esperó al líder qom Félix Díaz, que también iba invitado a aquella
manifestación ecologista en la Gran Manzana. Grande fue su sorpresa
cuando, marchando por la Quinta Avenida, se cruzaron con el
secretario general de La Cámpora, Andrés Larroque, y otros
dirigentes oficialistas que habían acompañado a la Asamblea de la
ONU a Cristina Kirchner. La delegación no pudo continuar con su
paseo hasta que pasó toda la manifestación. La miraban satisfechos
de que también en Estados Unidos hubiese rebeldía social. La
camporista Victoria Montenegro, ex candidata a diputada en la
ciudad de Buenos Aires, lo vio a Cipo con algún distintivo
argentino y se quiso fotografiar con él. El periodista no la
reconoció al principio y se sacaron la placa. Pero a los pocos
segundos comenzaron a hablar y se trenzaron por la política
extractivista de Cristina Kirchner. Por esas cosas del destino
Larroque no llegó a cruzarse con el cacique qom, a quien él y otros
militantes de su agrupación habían corrido de un acampe que hacía
su comunidad con reclamos a la Presidenta en la Avenida 9 de Julio
apenas 3 años antes.
The Wall Street
Journal publicó a principios de octubre de 2014 que Estados
Unidos había superado 3 meses antes a Rusia como principal
productor mundial de hidrocarburos. Gracias a la revolución del
shale, en 2013 le ganó la carrera por qué
país producía más gas, por primera vez desde 1982. No es extraño
que Estados Unidos haya comenzado a exportar el gas que antes debía
importar de Canadá o México. Más incierto es si podrá lograr el
autoabastecimiento petrolero. El consumo norteamericano parece
insaciable.
El país euroasiático sigue siendo el líder
mundial en extracción de crudo, seguido por Arabia Saudita, Estados
Unidos, China, Canadá, Irán, Irak, Emiratos Árabes, Venezuela y
México. Brasil está 12º, por encima del 26º puesto argentino. En
términos de reservas, Venezuela encabeza la lista, escoltada por
Arabia Saudita, Canadá, Irán, Irak, Kuwait, Emiratos Árabes, Rusia,
Libia y Nigeria. Estados Unidos se ubica 11º; Brasil, 15º; Bolivia,
16º; México, 18º y Argentina, 50º. En producción de gas, detrás de
Estados Unidos y Rusia figuran Irán, Canadá, Qatar, Noruega, China,
Arabia Saudita, Argelia y Holanda. México es 16º; Bolivia, 18º y
Argentina, con el 24º, aparece tercera en Latinoamérica. Pero en
reservas lidera Rusia, seguido por Irán, Qatar, Turkmenistán,
Estados Unidos, Arabia Saudita, Irak, Venezuela, Nigeria y Argelia.
Entre los de más reservas en América Latina aparecen Bolivia (11º
en el mundo) y Argentina (34º).
—En 2009 la producción de shale era mínima. Ahora Estados Unidos es el mayor
productor de gas y petróleo del mundo. Es extraordinario —destaca
en el patio de un bar de Austin, la ciudad más universitaria de
Texas, el economista James Kenneth Galbraith, hijo de una eminencia
de la ciencia económica, John Kenneth Galbraith. James se ha
destacado ahora como asesor de Grecia en las negociaciones del
gobierno del izquierdista Alexis Tsipras con la Unión Europea y es
amigo personal de su ministro de Economía, Yanis Varoufakis.
Sin el renombre de su padre, pero también
con prestigio como economista crítico y especializado en el estudio
de la desigualdad social, Jamie es de los profesores más
reverenciados de la Lyndon Johnson School of Public Affairs de la
Universidad de Texas en Austin. «Para hacer justicia, para servir
al hombre», reza en la entrada de la escuela un cartel con una
frase del demócrata Johnson, quien fuera presidente entre 1963
—tras el asesinato del también demócrata John F. Kennedy— y
1969.
—Ha cambiado la relación de costos. Antes se
hablaba de deslocalización de manufacturas a Asia y ahora vuelven.
Apple vuelve a fabricar en Estados Unidos. ¿Eso está relacionado
con los precios de la energía? No sé. Pero Estados Unidos está
estabilizándose, frente a la Unión Europea que sigue en crisis.
También hay otros motivos. Es interesante, aunque tampoco estamos
en las antípodas de la crisis de hace 5 años —se explaya bajo la
música intensa de un bar cool, JP’s Java,
lleno de estudiantes universitarios con sus notebooks encendidas. Galbraith va con sombrero y
camisa amarilla a cuadros.
Austin es una ciudad distinta de las
petroleras Dallas o Houston. No es la clásica urbe norteamericana
de grandes autopistas con un centro de rascacielos de oficinas,
mucho auto, pocos transeúntes y periferias de viviendas bajas.
Austin es más europea, más similar a Nueva York o San Francisco. Es
una ciudad con onda, la capital de Texas y también la segunda mayor
capital estadual de Estados Unidos, un país donde las capitales no
suelen ser las principales ciudades de los estados. Tiene 885.000
habitantes, frente a los 2,1 millones de Houston y 1,1 millones de
Dallas.
—Lo malo del fracking es que perderán apoyo las energías
renovables. Los bajos precios del petróleo y el gas las
desalientan. Hace tres años la gente hablaba mucho de la energía
eólica, que con subsidios tenía buenas perspectivas, pero ahora
nadie habla del tema. Fue parte de un paquete de estímulo de Obama
—matiza Galbraith su inicial entusiasmo— ¿Cuánto va a durar el
boom del shale?
Nadie lo sabe. Por ahora se va a exportar GNL. También se reducen
las facturas de energía en los hogares y las fábricas existentes.
El aumento de puestos de trabajo ha sido sustancial, no sé si para
la economía, pero sí para la actividad.
Galbraith desestima que su país, que imprime
dólares sin la necesidad de respaldarlos con reservas, pueda sufrir
«enfermedad holandesa»:
—Eso se produce con la apreciación de la
moneda por las exportaciones de materias primas, pero eso no ocurre
en Estados Unidos. Texas tampoco sufre la «enfermedad holandesa»
porque es parte de una unión monetaria.
En cambio, le inquietan los asuntos
vinculados a la desigualdad:
—Por el petróleo hay más dinero en el estado
de Texas, pero podría haber más servicios públicos. Un problema es
a quién pertenecen los proyectos petroleros, cómo se reparte la
renta y qué se hace con el dinero. Hay ejemplos como Noruega, con
poca gente y extraordinariamente honesta, pero también hay países
normales, como Holanda y Canadá. (Rafael) Correa ha dicho que ahora
las petroleras podrán sacar el petróleo de la reserva natural
Yasuní y usarlo. Brasil también reduce la pobreza con el dinero del
petróleo. La propiedad estatal del petróleo no es buena ni mala,
depende de la capacidad del Estado, la integridad de la estructura
estatal, que es diferente según el país y la época. Veremos qué
pasa en México con la introducción del sector privado. El caso de
Venezuela es claro: el hecho de que el petróleo sea del Estado hace
una gran diferencia, porque hace posible el progreso social.
—Galbraith pondera, y mientras apura el café, agrega en chiste:
—Quizá la CIA esté escuchando estas palabras.
—Las sociedades petroleras tienden a ser
desiguales. La excepción es Noruega. Si los activos son públicos,
se puede evitar esa desigualdad. Hay que controlar las dinastías,
como las que hay en Texas. Acá se permite que la gente acumule
demasiado —sonríe Galbraith, quien dirige el University of Texas
Inequality Project (UTIP), descrito por el historiador de la
economía Robert Skidelsky como un esfuerzo pionero en la medición
de la desigualdad.
—La intervención en los precios es una
política de distribución. No hay una sola estrategia válida. Hay
que apoyar las condiciones de vida y diversificar las fuentes de
riqueza de la economía. Si uno quiere los beneficios petroleros,
también hay que mejorar la infraestructura para la exportación. Hay
que ver si el Estado quiere exportar GNL y usar ese dinero o usar
el gas internamente para hacer manufacturas. No tengo una respuesta
de cuál es el mejor modelo. El problema es cómo manejar el recurso,
hay que ver cómo funciona la administración pública, si es corrupta
o decrépita. Tiene que ver con la cultura organizacional
—concluye.
Muchos analistas políticos se pasaron los
últimos años hablando de cómo el shale
cambiaría la geopolítica mundial en el sentido de que quizá Estados
Unidos ya no precise más meterse a guerrear en Medio Oriente para
dominar países petroleros. Pero el abaratamiento del crudo puede
llegar a poner en jaque la producción norteamericana y el sueño del
autoabastecimiento.
—Es interesante el cambio geopolítico que
genera el shale, pero no creo que deje de
haber guerras en Medio Oriente. No sé si las guerras son por el
control de los recursos petroleros. Las últimas guerras fueron muy
costosas. Pero el shale cambió todos
estos cálculos dramáticamente. Estados Unidos necesitará
interesarse menos por quién controla los recursos en el Golfo
Pérsico. No digo que no le vaya a interesar, porque tiene interés
por la estabilidad de Europa y Japón, pero es una relación más
indirecta —razona Galbraith.
Manejar hacia al sur desde San Antonio,
Texas, camino a México, era a mediados de 2014 como conducir el
DeLorean de Volver al futuro hacia la
Añelo de 2025 si se cumplieran los planes de Galuccio y compañía.
Ahí latía el corazón de Eagle Ford, la roca sobre la que se
condensó la fiebre fracker durante 2014.
Un territorio en ebullición y en disputa entre las petroleras, al
menos hasta el derrumbe del precio del barril de crudo que puso las
inversiones millonarias de la nueva industria en stand-by. Una tierra a la que por entonces llegaban
permanentemente «oileros» —como se dice por ahí en espanglish— de
todo Estados Unidos, como otros aventureros enfilaban para
California durante la conquista del Lejano Oeste.
A medida que uno se alejaba de San Antonio,
el tráfico de autos y SUVs dejaba paso al de camiones tanque,
containers y pick-ups. Cerca de Laredo, el paisaje ganadero de
Texas también cambiaba por uno más arbustivo. Empezaban a divisarse
los primeros cactus que preanunciaban la cercanía de la frontera y
sus coyotes. Se intercalaban con oasis de flores amarillas, rojas y
azules entre los cuales se distinguían sedes corporativas de Baker
Hughes y Weatherford, dos de las grandes contratistas de servicios
que crecieron como hongos al calor de la revolución del shale.
En Pleasanton, un pueblo de 8.900
habitantes, estaban levantando un hospital. Había restaurantes
mexicanos, como en todo Texas, pero uno al lado del otro. Era la
típica posta de paso, donde paraban los camioneros, pero también
repleta de bancos para que los rancheros depositaran el dinero
cobrado a cambio de sus derechos minerales. En Jourdanton, un
pueblo algo menor, de 3.800 pobladores, en el condado de Atascosa,
el ritmo de construcción también era febril. Como en Añelo en aquel
mismo momento. Con una diferencia: además de construirse hoteles,
casas y galpones y de perforarse pozos por doquier, se ensanchaban
las autopistas y se estrenaba un moderno centro médico, la mayor
edificación de allí.
En otros pueblos de la zona como Charlotte
había más galpones de empresas de servicios petroleros que
domicilios particulares. La Lone Star Rentals ofrecía ahí grúas de
brazos mecánicos en alquiler. La Safe Shelters,
contenedores-dormitorio. La Trojan Vac exhibía camiones cisterna,
chupadores y otros utilitarios específicos. Gigantescas
concesionarias de camiones y pick-ups
mostraban sus modelos en playas de estacionamiento tan grandes que
no parecían terminar nunca. Entremezclados en ese ruidoso mundo
industrial, los cascos de los viejos ranchos ganaderos resistían
con sus típicas tranqueras coronadas por el cráneo de algún
animal.
En Tilden, un pueblito de 261 habitantes en
el condado de McMullen, solo se oían los pájaros. En unos dormis
colgaba el cartel de «disponible». Enfrente, un parque de casas
rodantes. Había movimiento pero menos que en los demás pueblos. El
mozo de la taquería Vallarta, el mexicano Alejandro, explicaba que
el malón de ingenieros y operarios con sus máquinas se había mudado
recientemente a Cotulla, cerca de ahí. Las mudanzas permanentes son
típicas del mundo petrolero, pero más todavía de la nueva técnica
para exprimir la roca madre: al caer rápido la producción de los
pozos y requerirse todo el tiempo nuevas perforaciones, los
petroleros corren continuamente detrás de los taladros y las
piletas de fractura.
En el momento de auge de Tilden, la taquería
Vallarta explotaba a la hora del amuerzo. Aquel abril de 2014 había
apenas cinco o siete clientes que no llegaban a cubrir la mitad del
comedor. Algo parecido a lo que pasaría después, con el desplome
del crudo, en toda aquella región. No es que se haya desvanecido el
furor de la noche a la mañana. Simplemente aminoró su marcha, a la
expectativa de lo que vaya a ocurrir con los precios de la energía
en los próximos años.
El propio camarero de la taquería había
abandonado la industria del oro negro porque todo el tiempo lo
obligaba a mudarse entre Carrizo Springs (5.300 habitantes, al lado
de la frontera con México) y Gonzáles, el pueblo de la
independencia texana a mitad de camino entre San Antonio y Houston.
Se quedó a vivir en Tilden con su mujer e hijo en una casa rodante
con dos cuartos. Y vio fluctuar los precios al calor de la oferta y
la demanda: desde que en el pueblo solo se podía comer en la
Vallarta o una estación de servicio, cuando el taco más básico
costaba u$s 2,79, hasta cuando varios otros vinieron a competir por
darle de comer a los «oileros», y el mismo plato típico mexicano
bajó a u$s 1,79.
En el camino entre Yorktown y Cuero, por la
ruta 72, se erige una megaplanta de separación de gas y petróleo
que el conglomerado Black Hawk Kinder Morgan construyó en 2011. Al
acercarse a ella se podía oír en 2014 el sonido de máquinas que
excavaban para instalar unos gasoductos para EOG y ConocoPhillips y
que hacían un sonido muy similar al de las turbinas de los aviones,
con la misma intensidad pero de manera permanente. Es decir, algo
ensordecedor. Se veían en el fondo tres tanques con techo móvil,
que se usaban para hacer variar la presión interna.
Pero más que el ruido, a la hermana
Elizabeth le preocupaban el indescifrable impacto a largo plazo de
la contaminación que queda en el fondo de los pozos, los derrames
de flowback de las piletas de tratamiento
y la polución del aire por escapes de ácido sulfhídrico o
flares que queman petróleo.
—Quien hace la disposición de residuos
debería estar a 1.500 pies (450 metros) de la comunidad, pero es
gente pobre que se enfrenta a grandes máquinas que terminan
instalándose cerca de escuelas… —se compadecía la incansable monja
al pasar en su auto frente a las casas rodantes.
—Tengo miedo por México. Estados Unidos va a
ir ahí. Los mexicanos dicen que el petróleo pertenece al pueblo,
pero están privatizándolo —advirtió Elizabeth, antes de aclarar que
en lo moral sí es conservadora.
—Nunca estuvimos en contra del petróleo. Yo
trabajé en el petróleo. Lo que no queremos es que rompan el campo
ni que manden en nuestro territorio. Estamos en contra del
fracking por la contaminación del agua
—proclama el logko de los Campo Maripe,
Albino Campo.
Muchos jóvenes de su comunidad trabajan en
las contratistas petroleras en Loma Campana y dicen que, además de
ganarse así el sustento, también pueden denunciar los daños
ambientales que ven al paso.
—Hay derrames todos los días —se queja la
hermana de Albino y vicejefa de la comunidad, Mabel Campo, en un
yacimiento donde en 2013 no se veía ninguna de las 13 torres de
perforación ni las dos grúas que un año después se apreciaban a
simple vista.
—Los camiones rompen las plantas, que es la
vida para los animales y que a nosotros nos sirven como remedios
—añade la inal logko, que tiene dos hijos
trabajando en contratistas petroleras, uno de ellos en la
perforadora DLS—. Acá van a hacer una nueva locación.
Mabel llega hasta ahí con otros miembros de
la comunidad en dos autos, un Renault Fluence y un Peugeot 207. Uno
de sus parientes comenta que el ruido de la fractura provoca la
huida de los animales.
—Ellos tienen que pagar por lo que rompen.
El intendente dice que queremos plata, pero no es así. Tiene que
haber plata y trabajo para los pobres, pero no a costa de los
pobres —complementa antes de retirarse del yacimiento.
Al salir, del otro lado de la ruta 17 se
construye un «barrio residencial abierto», según un cartel. Se
llamará La Forestada. Al lado, una tranquera señala que allí es el
lof Campo Maripe.
Albino Campo y su gente habían recibido la
promesa de YPF de convertir en productivas 42 hectáreas detrás de
esa tranquera. Fue el día de julio de 2013 en que la petrolera
firmaba el acuerdo con Chevron, pero eso les resultaba
insuficiente. Seguían batallando primero por que los reconocieran
como comunidad y, a partir de eso, que registraran sus tierras. El
Instituto Nacional de Asuntos Indígenas les había enviado una nota
en diciembre de 2013 que decía que la provincia era la encargada de
definir su situación legal.
Dos meses después de que la policía neuquina
doblegara a los seis mapuches que querían alambrar una zona del
yacimiento, el 10 de octubre de 2014 se organizaron mejor y se
juntaron 150. Los Campo Maripe reunieron a mapuches de otras
comunidades y militantes de la Multisectorial. Cortaron varias
picadas, con lo que frenó la circulación de los camiones que
llevaban agua, arena y químicos para la fractura de pozos. Los
operarios les abrieron paso sin ofrecer resistencia. Los Campo
Maripe dicen que ellos los apoyan en su reclamo. Un juez desembarcó
el 12 de octubre con la policía neuquina para notificarlos de que
en una hora, a las 18, los desalojaría. Entonces dos ñañas (ancianas) se encadenaron a un container de control de una torre. Los indígenas
advirtieron que si los echaban por la fuerza usarían unos bidones
de combustible para incendiar la plataforma.
El poderoso secretario de Coordinación
Interior neuquino, Jorge Lara, optó entonces por negociar y
prometió a Albino Campo que en 7 días hábiles le concedería el
reconocimiento de su comunidad. Faltaba un mes y medio para las
elecciones internas del MPN para designar el candidato a
gobernador. En Neuquén, las primarias del partido siempre
gobernante hasta ahora suelen ser más cruciales que las
generales.
Los mapuches decidieron mantenerse acampando
al lado de los pozos hasta recibir la personería jurídica. El 24 de
octubre a las 10 esperaban al supersecretario Lara. No apareció. A
las 17 el logko propuso a su comunidad
volver a bloquear las torres y así lo hicieron. Albino Campo se
marchó a la ciudad de Neuquén para negociar. Lo acompañaban su
hermana Mabel, sus sobrinas Natalia y Lorena, un referente zonal
mapuche de la comunidad Kaxipayiñ y una abogada. Lara estaba en el
interior provincial y manejaba la negociación por teléfono. Les
pidió que firmaran un acuerdo con dos condiciones. «Quería que
apoyáramos la ley de hidrocarburos y una paz social», recuerda
Gilberto Huilipan, mapuche con boina blanca con rayas, werken (vocero) de la zonal Xawunko. «Aceptar la
ley implicaba que la explotación siguiera y dijimos que no.
Aceptamos la paz social, pero de acuerdo con las constituciones
nacional y provincial y los tratados internacionales», añade
Gilberto, uno de los más radicales en su discurso que distingue
entre «los mapuches» y «los argentinos». A las 23.30 unos y otros
estamparon sus firmas en el pacto por el que los Campo Maripe
aceptaban la «paz social» a cambio de su reconocimiento como
comunidad.
A partir de entonces debía formarse un
equipo técnico que relevaría el territorio considerado ancestral
para después determinar qué parte de la provincia terminará
reconociéndole a la comunidad. Allí trabajarán agrimensores, pero
también sociólogos y antropólogos. En total, diez personas elegidas
por ambas partes. Ellas deberán confirmar si realmente hubo
posesión mapuche de las 15.000 hectáreas reclamadas: si hay
espacios ceremoniales, taperas, corrales viejos, aguadas usadas por
sus animales, pircas (muros), restos de fogones, picaderos o
cáscaras de huevos de choique que prueben que ahí se alimentó
alguien décadas atrás. Por ejemplo, en la subida al yacimiento está
el llamado Rincón del Gato, donde sus antepasados llevaban como
ellos a parir a sus chivas, porque hay una especie de cueva que
protege a los chivitos de las lluvias.
A partir del reconocimiento de los Campo
Maripe como comunidad, los mapuches empezaron a participar en dos
mesas de diálogo con funcionarios, petroleros y empresarios
vinculados. Una es oficial, auspiciada por la Secretaría de
Coordinación Interior, donde se sientan la Confederación Mapuche,
las comunidades afectadas, representantes de YPF y el gobierno
neuquino. Si bien celebran que la provincia haya aceptado
finalmente sentarse a negociar con ellos de manera formal, las
comunidades desconfían de lo que allí se pacte. Por eso el jefe de
la Confederación, Jorge Nahuel, pidió que oficiaran de garantes
Pérez Esquivel, el obispo Bressanelli y la presidenta de la
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos provincial, Noemí
Labruna.
La otra mesa es informal, Nahuel la llama
«interracial» y la impulsó el joven politólogo porteño Pablo
Lumerman, especialista en diálogo y negociación y consultor del
PNUD. Lumernan volvió en noviembre de 2013 a la Neuquén donde se
había criado para dictar una capacitación en prevención y
resolución de conflictos sociales auspiciada por el Tribunal
Superior de Justicia y así conoció a Nahuel, con quien trabó una
relación de respeto mutuo. Decidió quedarse a vivir y orientar la
Fundación Cambio Democrático (que preside) a la mediación en
conflictos etnosociales. Ayudó a evitar la guerra total entre los
mapuches y el Estado cuando la provincia le vendió a un empresario
agrícola unas tierras pegadas a Añelo que justo eran las que
ocupaban Albino Campo y los suyos. Después empezó a colaborar con
los reclamos que le hacían los mapu a
YPF. Por eso cuando la petrolera salió a buscar un facilitador para
encauzar aquel conflicto, la Confederación lo propuso a él. Así
empezó a cobrar un sueldo de YPF por hacer lo que ya venía
haciendo: intentar que la sangre no llegue al río.
Lumerman toma como ejemplo para su trabajo
los acuerdos firmados por Petrobras con las comunidades de la
Amazonía peruana, donde inicialmente hubo choques que se llevaron
40 vidas entre represiones y atentados, y donde la petrolera
estatal brasileña terminó adoptando una política de derechos
humanos que mantiene hasta la actualidad. También destaca lo
logrado por Repsol en Bolivia, aunque lo adjudica al liderazgo de
Evo Morales, él mismo un indígena, y lo contrasta con la «lógica
prepotente» que rigió a los españoles durante sus años con la YPF
privatizada en la Patagonia.
—Acá las empresas siempre tienen la idea de
que la solución es poner plata, y muchas veces plata por debajo de
la mesa, y no es así —argumenta el mediador.
Su mesa informal, donde además de Nahuel y
otros referentes mapuches se sientan empresarios como Diego Manfio,
religiosos y funcionarios «a título personal», llevaba ocho
encuentros a fines de 2014 y todas las partes pretendían
mantenerlos.
—Nosotros queremos que se apliquen la ley y
la Constitución, porque hemos conquistado tantos avances normativos
en estos últimos 20 años que somos los primeros interesados en que
se apliquen —dice Nahuel en su ruca, en
el oeste de la capital neuquina.
En la provincia, las comunidades mapuches
pasaron de 40 a 60 en solo 10 años.
—Eso pasa porque la Campaña del Desierto
generó una dispersión muy grande, que continúa hasta hoy y que se
va remediando con el tiempo —comenta el dirigente.
Para que se reconozca a una comunidad, sus
miembros deben contar con el aval de la Confederación. Y no siempre
lo presta. En Añelo, por ejemplo, cuando empezó a moverse el
proyecto Vaca Muerta, la Confederación recibió seis pedidos de
apoyo de familias con algún ascendente mapuche que querían
constituirse como comunidad. Los seguidores de Jorge Nahuel solo
acompañaron el reclamo de los Campo Maripe, porque vivían ahí y
descendían de habitantes mapuches de varias generaciones.
—Los demás eran rejuntados de familias
criollas con algún mapuche que solo buscaban sacarle una tajada a
las petroleras. Lo que menos queremos nosotros es andar inventando
comunidades, porque daña nuestras propias reivindicaciones —explica
Nahuel, mate de por medio.
Como el abogado Zúñiga, Nahuel reconoce que
las nuevas generaciones de mapuches le imprimen su propia impronta
a las tratativas con las petroleras. Por ejemplo, presionan a los
más viejos para que los pliegos de reclamos de sus comunidades
incluyan puestos de trabajo para ellos en las petroleras o sus
contratistas. No los culpa, pero lo lamenta.
—Nosotros defendemos el buen vivir, la vida
con lo que nos da la tierra, y no el consumismo desenfrenado ni el
modo de vida dispendioso que nos proponen las petroleras
—reivindica.