Capítulo 4
La
resistencia
La YPF privatizada daba sus primeros pasos,
mientras el multimillonario Mitchell se tropezaba con las primeras
piedras en su deseo de explotar la roca madre. En realidad no se
llamaba Mitchell sino Paraksevopoulos, pero a su padre, un
inmigrante griego, se lo había cambiado un capataz de origen
irlandés del ferrocarril de Arkansas que se había cansado de
escribir su largo apellido en las planillas y había decidido
reemplazarlo por el suyo. En 1996, un tribunal del condado de Wise
—donde había perforado su primer pozo no convencional 15 años
antes— falló contra Mitchell en una demanda por 204 millones de
dólares por daño ambiental que habían presentado ocho grupos de
vecinos. Los litigantes acusaban al patriarca de los frackers de contaminar sus pozos de agua con las
operaciones de gas natural.
Mitchell pagó aquella multa a regañadientes.
Sentía que el condado de Wise era desagradecido con él, ya que
había construido en Bridgeport su primera planta de separación de
gas y petróleo a fines de los años 50. Los rancheros que una década
después de aquella multa por daño ambiental se convertirían en los
primeros shalellionaires —como bautizó la
prensa estadounidense a la clase de millonarios nacida al calor del
shale— le daban la espalda a una
industria que invertía y generaba empleos en la zona. Muchos de
esos mismos rancheros, cuando se desató la fiebre por Barnett en
los 2000, simplemente vendieron su ganado y sus estancias y se
fueron a vivir a la Florida de la renta que súbitamente había
empezado a generar el subsuelo de sus tierras. Los shalellionaires son hombres y mujeres de campo que
mantienen sus fortunas ocultas en los bancos que se multiplican en
los pequeños pueblos de Texas. Reciben como regalías el 25% de lo
producido por las petroleras y en 2012 embolsaron en total más de
16.000 millones de dólares. El problema para las entidades
financieras radica en que en esas sucursales pocos piden dinero
prestado, con lo que queda trunca una parte de su negocio. Los
rancheros que habitan sobre el subsuelo rico en hidrocarburos no
pasean su riqueza por las calles con ropa o autos llamativos.
Alguna vez la cadena norteamericana de televisión CBS quiso hacer
un informe sobre ellos, pero ninguno aceptó hablar. De por sí es
difícil acercárseles para consultarlos si aceptan una entrevista.
En los campos de Texas nadie cruza una tranquera sin permiso. No es
cuestión de dirigirse al casco de estancia y palmear para que
salgan los dueños. El que pisa la sacrosanta propiedad privada en
Estados Unidos puede terminar con un tiro.
Mitchell se creía un incomprendido. Según su
óptica, y la de muchos en la industria, sacar gas de pozos y usarlo
para generar la electricidad que consumen vorazmente las casas y
empresas estadounidenses es una forma de reducir la emisión de
dióxido de carbono, porque ayuda a dejar de generarla con carbón,
que escupe seis veces más de esa sustancia tóxica que el gas
natural para la misma cantidad de kilovatios producida. Buena parte
de los 400 millones de dólares que repartió desde que precisamente
en 1996 abrió sus puertas la Fundación Cinthia y George Mitchell
fueron destinados a proyectos de investigación sobre agua, energías
renovables, contaminación del aire y desarrollos con gas
natural.
La idea de que el fracking y la mayor producción de gas pueden
reducir las emisiones de dióxido de carbono y mitigar el efecto
invernadero es discutida por especialistas en medio ambiente pero
también por economistas que sostienen que el carbón que Estados
Unidos deja de quemar se exporta a China, que lo termina
utilizando. En términos globales, y empujado también por el
abandono de las plantas nucleares en países como Alemania tras el
accidente japonés de Fukushima, el viejo y sucio carbón mineral
(distinto al que se usa para hacer asado) se está usando más, y no
menos, para alimentar los enchufes de todo el planeta.
Un año después del fallo contra Mitchell, un
ingeniero boliviano que tiene cuatro décadas de experiencia en
petróleo, Guimar Vaca Coca, comenzó ensayos en el shale argentino. Era el presidente de la filial de
la petrolera norteamericana Pioneer.
—Probablemente haya habido intentos
anteriores en Vaca Muerta por parte de YPF —supone con algo de
falsa modestia quien ahora preside la subsidiaria local de la
pequeña compañía canadiense Americas Petrogas, con activos solo en
Argentina y Colombia (en Pionner permaneció entre 1997 y 2005)—
pero no había tecnología para sacar en forma económica el petróleo
o el gas de lutitas. No existía el equipo para la fractura
hidráulica que hay hoy, con alta potencia.
La Pioneer que dirigía este ingeniero
boliviano llegó a perforar la roca Vaca Muerta, le practicó
ensayos, pero desistió de hacer pozos para extraer crudo o gas con
ella. Entonces se conformó con los hidrocarburos que había a 1.200
metros de profundidad.
—Nosotros en Pioneer fuimos muy pioneros en
Neuquén. Compramos áreas viejas, desechadas, y redescubrimos
petróleo donde otros lo abandonaban. Subimos la producción en forma
sorprendente. Se hacía fractura convencional, pero no resultaba
económicamente —recuerda con tono pausado y solemne Vaca Coca en
sus oficinas del edificio República, otro de los que diseñó Pelli y
que pertenece a la familia Moneta.
Pioneer acabó vendiendo sus activos
argentinos en 2006 a Apache, que había entrado al país en plena
crisis de 2001. Poco antes de la venta, en junio de 2005, Vaca Coca
regresó a su país para asesorar al gobierno interino de Eduardo
Rodríguez, que duró 6 meses hasta que Evo Morales logró su primera
victoria en una elección presidencial.
—Preparé planes de desarrollo
socioeconómico, pero los políticos y el presidente Rodríguez no los
llevaron adelante. Yo no dejaba que me pagaran ni mi pasaje de
avión. Lo hice sin interés en el beneficio personal —lamenta.
En 2006, el líder cocalero Morales asumió la
jefatura de Estado y de inmediato refundó Yacimientos Petrolíferos
Fiscales Bolivianos (YPFB) y lo convirtió en accionista mayoritario
de todos los yacimientos, para disgusto de Repsol, Petrobras, PAE y
Shell. Su compatriota Vaca Coca regresó entonces a Argentina para
sumarse a Americas Petrogas.
—Empezamos desde cero. En el primer año
tuvimos éxito en un ensayo con gas de esquisto. Pensé que había una
posibilidad de explotarlo, pero Americas Petrogas tenía una
mentalidad más parroquiana —acusa el empresario boliviano (se
refiere a los accionistas radicados en Toronto, Carlos Lau y
Barclay Hambrook)—. Yo pensaba en una compañía diferente y entonces
fui a buscar áreas en Vaca Muerta porque veía que las arcillas
tenían potencial. Abrimos los ojos antes que otros. Compramos acres
baratos a compañías argentinas que no tenían conocimiento de la
técnica. Armamos un buen portfolio, uno de los mejores del país.
Nosotros hoy tenemos 1,2 millones de acres en la cuenca neuquina,
de los cuales 900.000 son con potencial de Vaca Muerta.
Dice que entre 2006 y 2008 le compró áreas a
la pequeña firma estadounidense Alpha Engeneering, la desconocida
EnergyCom y la petrolera de los Moneta, Raiser. Y cuenta que pagó
30 dólares por acre, mucho menos que los 5.000 u 11.000 a los que
se cotizaba en diversas zonas neuquinas en marzo de 2014. Pero
admite:
—No es una cuenca pareja. Va a haber zonas
de Vaca Muerta y Los Molles mejores que otras. El que tenga el
mejor bloque ganará.
En las áreas adquiridas, Americas Petrogas
se dedicó a hacer estudios sísmicos 3D y a chequear el potencial
geológico.
—Probamos a los inversores que se podía
sacar dinero —cuenta Vaca Coca—. Lideramos el proceso, pero somos
una compañía chica, con poco capital. Repsol sí tenía el capital
necesario y por eso hizo los primeros pozos en Vaca Muerta.
La YPF de Repsol hizo aquellos primeros
ensayos productivos en 2010.
—Luego los hicimos nosotros y Apache
—reivindica el presidente de Americas Petrogras Argentina, que
emplea a 38 personas en Buenos Aires y a ocho en Neuquén.
Por una cuestión económica, la petrolera
canadiense optó por los pozos convencionales. En 2012 ganó la
licitación de un área en La Pampa y siguió la misma estrategia.
También se asoció con ExxonMobil para operar tres pozos y con
Apache para operar otro.
—Nos podemos convertir en una de las cinco
empresas más grandes de Argentina en un tiempo no muy largo, en
cuanto las condiciones de Argentina permitan traer capital —se
ufana el jefe local de Americas Petrogas—. Habíamos empezado a
levantar mucha plata en Canadá hasta que se estatizó YPF.
Finalmente la terminaron pagando. Eso, junto con otras medidas
impuestas por el gobierno, como el control de importaciones y la
dificultad para repatriar ganancias o pagar obligaciones
financieras, hacen imposible traer capitales importantes. Solo los
que tienen capital propio lo traen, como Shell, Exxon, Total (la
alemana) Wintershall, pero no hacen compromisos grandes, salvo
Chevron.
El teléfono de la hermana Elizabeth
Riebschlaeger, una monja de la ciudad texana de San Antonio, sonó
insistente un día de 2010. Era un desconocido que decía ser
broker inmobiliario. Le informó que ella,
su hermana y ocho sobrinos habían heredado 360 acres (145
hectáreas) cerca de Cotulla, a pocos kilómetros de la frontera
texana con México, y que quería firmar con todos ellos un
lease para trabajar esa tierra con
equipos de petróleo no convencional, en la formación Eagle Ford.
Solo tenían los derechos minerales sobre el subsuelo y no la
propiedad de la superficie. Pero como a los dueños de la superficie
en esos casos solo les correspondía una compensación, a ella y los
demás herederos les tocaría la parte del león en el contrato.
Con 74 años por entonces y desconfiada de
los negocios fáciles, la monja dudó. Le pidió al broker que le diera tiempo para informarse y luego
responderle, y se puso a investigar.
—Entonces vi Gasland, el documental de Josh Fox, y mientras más
me informaba sobre el fracking, menos me
gustaba —rememora desde un Honda blanco y mediano que conduce con
agilidad esquivando otros autos por rutas y autopistas en la salida
de la metrópolis donde Manu Ginóbili brilla con los Spurs.
Sin reparos para presionarla pese a su edad
y a su condición de religiosa, el broker
le advirtió que el desarrollo de pozos no convencionales se iba a
hacer de todos modos en toda la región y que si ella no firmaba, él
tenía posibilidades de cerrar trato con el resto de los herederos.
Al igual que en Argentina, en Estados Unidos las tierras encima de
los recursos hidrocarburíferos son de utilidad pública y hay poco
margen para la resistencia. Elizabeth siguió investigando: consultó
con especialistas de la universidad de su orden, la del Verbo
Encarnado, leyó sobre los nuevos shalellionaires que en los últimos años habían
firmado contratos como el que le proponían, se enteró de las
polémicas surgidas en distintos estados y conoció también a los
pocos texanos que se oponían al fracking.
Los demás herederos le avisaron que iban a
firmar. La plata era tentadora. El broker
le envió un contrato tipo, del cual se desprendía que todos los
costos de producción de los pozos salían de las regalías que le
iban a pagar a ellos, incluyendo el sueldo de los camioneros y los
petroleros y todo el combustible que fueran a utilizar durante la
explotación. Los herederos del campo terminaban poniendo la plata,
pero las decisiones las tomaba la empresa que iba a operar el
pozo.
La monja citó a su hermana y a sus sobrinos
y les habló con calma pero firmeza.
—Si voy a ser parte de esto, voy a
asegurarme de que se haga en forma responsable con el medio
ambiente. Si voy a sacar ganancias del fracking, tengo la obligación moral de que se haga
bien —les dijo.
Le reenvió el correo del broker a su abogado para ver qué cláusulas de
control le podía agregar, y él le respondió: «Lo que vamos a hacer
es tirar ese contrato a la basura y hacer otro nuevo».
—Así que firmé, porque eso me permitía poner
condiciones sobre cómo se explotaría ese terreno. Le anuncié a mis
hermanas (monjas) que todos los ingresos que obtuviera de ese
contrato irían a nuestra comunidad. Y desde que lo firmé, siento la
obligación moral de advertirle a la comunidad los riesgos de la
actividad y el impacto sobre la gente —explica la religiosa, ahora
de 78 años y que no viste hábito sino blusa floreada azul, pantalón
del mismo color y zapatillas blancas de tenis Nike.
En un país en el que está permitido usar el
celular mientras se maneja, ella conduce por los pueblos ubicados
sobre la roca Eagle Ford y a cada rato llama con su iPhone para
denunciar presuntas irregularidades que observa. Por ejemplo, al
pasar por aquellas piletas desbordadas y con olor a podrido de
Smiley.
—Ahora mismo llamo a la agencia… Hay un
tanque con derrame de petróleo. Huele a ácido sulfhídrico. También
vimos instalaciones con llamaradas negras —le explica a un
funcionario antes de detenerse en el restaurante mexicano
Margarita’s, en el pueblo de Yorktown, de 2.092 habitantes, para
zamparse unos tacos—. Acá se ve el beneficio del fracking porque están haciendo escuelas.
La mayoría del sur de Texas es católica,
como Elizabeth. En el resto del estado predominan los bautistas y
metodistas. Al igual que muchos otros pueblos cercanos a la
frontera, Yorktown está lleno de camiones, galpones con
maquinarias, casas bajas, algunas de ladrillo y otras de madera
como las del Lejano Oeste, lodges
precarios y RV parks, parques donde se
alquila casa rodante o lugar para estacionar la propia. Los
RV parks son grandes descampados donde
quienes no tienen techo, ni propio ni alquilado, encuentran o
estacionan su vivienda precaria. A cambio de una tarifa, la mayoría
ofrece electricidad y agua, que se conectan mediante cables y
mangueras al sistema de iluminación, al baño y a la cocina de las
casas rodantes. Algunos también brindan servicio de wifi y TV
satelital. Son las villas de emergencia de Texas y de muchas otras
regiones de Estados Unidos, como denuncia el rapero Eminem en uno
de sus hits, donde narra su infancia en esos tráilers. Pese a que
la sigla RV significa recreational vehicle, casi nadie llega a esos
parques con fines recreativos.
Así como Gasland
inició a la hermana en la lucha, no contra el fracking en sí, sino contra la contaminación que
puede generar, otra película le había cambiado la vida a Elizabeth
en 1996: Mientras estés conmigo, con Sean
Penn y Susan Sarandon, que cuenta la historia de una monja que
asiste a condenados a muerte. Ese mismo año, ella decidió trasladar
su tarea evangelizadora a las cárceles, donde atiende a latinos
católicos presos y también a deshauciados protestantes que van a
buscar sosiego espiritual en ella pese a las diferencias de
doctrina.
Elizabeth no trabaja en una iglesia sino en
un barrio pobre de San Antonio pegado al Fort Sam Houston. No se la
ve persignarse al pasar por templos ni se la escucha mencionar a
Dios aunque uno pase un día entero con ella. Tiene el aspecto de
una tía anciana, pero la vivacidad y la energía de una adolescente.
Cruza de alemanes, polacos y moravos, luce pelo corto entrecano y
unos lentes para sol con marco marrón de plástico para protegerse
del potente sol de la frontera. Su congregación, nacida en Francia
en 1866 para dar atención médica a las víctimas del cólera y la
fiebre amarilla, cuenta con unas 200 hermanas en todo el mundo. Así
como ella reparte sus días entre la lucha por el medio ambiente y
la asistencia a presos y condenados, otras religiosas de su orden
enseñan en la universidad o ayudan a refugiados en Medio Oriente.
En San Antonio tienen un hospital, una universidad y un sistema de
salud que administran laicos contratados por ellas. El campus de la
universidad está junto a una capilla grande y bellísima, restaurada
a nuevo.
La monja está acostumbrada a manejar varias
veces por semana los 140 kilómetros que separan San Antonio de
Cotulla, donde están sus campos de fracking. Pero no lo hace para visitar esas tierras
sino a los presos de la cárcel federal de Three Rivers, donde hay
más de 1.200 convictos, algunos de los cuales esperan su inyección
letal porque fueron condenados a muerte por tribunales texanos.
También suele reunirse allí con vecinos perjudicados por la
actividad petrolera que por lo menos hasta 2014, año del
abaratamiento del petróleo, era febril e incesante sobre toda Eagle
Ford. Aquel año, esta formación fue la segunda zona petrolera más
productiva de Estados Unidos, solo superada por Bakken, en Dakota
del Norte.
Cotulla es a Eagle Ford lo que Añelo a Vaca
Muerta. Desde el año 2000 duplicó su población y asistió a la
construcción de nuevos hoteles, paradores, restaurantes,
supermercados y refinerías. Fue el pueblo donde se inició en 2009
la revolución del petróleo de esquisto en Estados Unidos, que fue
posterior a la del shale gas que comenzó
en la formación Barnett en el 2000. Con 6.800 habitantes en 2014,
el pequeño municipio aumentó su recaudación de 445.000 dólares en
2009 a más de 3 millones de dólares en 2013. Hay una clínica
médica, una escuela primaria y otra secundaria. Pero no hay rastros
de una plaza central, de juegos para niños ni de arboledas que den
cuenta de una población permanente con ganas de quedarse a
vivir.
El déficit más notable es el de vivienda.
Por eso junto al cementerio, en una especie de hondonada, se divisa
el más grande de los RV Parks de la zona,
que son muchísimos. Antes de entrar a Cotulla, Justin Wilson, de
acento texano profundo, casi inentendible para el porteño, atiende
uno de ellos en ojotas, bermudas, remera gris con el dibujo de un
águila y anteojos espejados.
—Acá viene lento (el negocio) —cuenta quien
trabajó 14 años en pozos petroleros y lleva 2 en el parque de casas
rodantes. Allí alquilar una RV cuesta 250
dólares por semana, con televisor incluido. El que viene con su
propia casa y solo renta el espacio y las conexiones eléctrica y de
agua paga 397 por mes. El parque de Justin tiene espacio para 70
casas rodantes, pero ahora lo ocupan solo 30 o 40, todas con
petroleros. Además ofrece una «pelopincho» gigante. Un cartel
aclara las reglas de convivencia en ella.
Uno de los locales con más movimiento en
Cotulla es un comercio que vende artículos para el petrolero,
llamado sin demasiada creatividad Safety Supplies (Suministros de
Seguridad).
—Hace 2 o 3 años estábamos mejor —cuenta el
encargado del local, José Vargas, de 63 años, separado y con siete
hijos grandes que están regados por todo Estados Unidos y México.
Vive solo y cruzó la frontera a los 17 años, desde el estado de
Michoacán, ahora sumido en la violencia de la guerra entre el
narcotráfico, el Ejército y los civiles que armaron sus
patrullas.
El local abrió a principios de 2013. Vargas
atiende la caja mientras una empleada sentada al lado arregla un
jean en una máquina de coser. Se llama
Judith Ayala, de 34 años, separada, una hija, también de Michoacán,
tierra que dejó hace 10 años para migrar a Estados Unidos. Primero
fue al estado de Lousiana, donde tuvo un pequeño restaurante,
después recaló como cocinera en Baytown (una ciudad vecina a
Houston de 71.000 habitantes, sobre la costa del Golfo de México) y
a mediados de 2013 llegó a Cotulla, donde se resignó a
quedarse.
—Está horrible allá de donde yo vengo (por
Michoacán). Antes había mucha paz, caminabas a las 11 de la noche
sin temor a nada. Ahora, si te encuentra un malo, te secuestra o te
hace pedacitos. Te extorsionan diciendo que van a matar a tu
familia. Yo me fui mucho antes de todo eso. No pienso volver allá,
no hay futuro. Aquí tengo mi rincón como madre soltera. Tengo que
ser fuerte para subsistir —dice Judith.
Tampoco es que Cotulla los maraville. Judith
lo tacha de «rancho muy feo». Pero tanto ella como su jefe destacan
que allí hay trabajo. Era lo que los dos buscaban. En 2009, Vargas
comenzó en el rubro de artículos para los petroleros en Baytown.
Antes había vivido en California vendiendo frutas y verduras,
haciendo tortillas y otras changas.
—Acá no me va mejor, pero es más tranquilo,
duermo la noche completa. Allá en California dormía 4 horas por
día, tenía que ir a Los Ángeles a abastecerme. Tuve tres infartos
—explica.
Las ventas del local son variables.
—Ahora llevamos 2 meses lentos —cuenta
Vargas—. La mayoría vive en tráilers (casas rodantes). En los
tráilers se vive bien, aunque no hay mucho espacio.
—A mí no me alcanza (el salario) —lo
interrumpe Judith, y hace el gesto de que quiere cortarse el
cuello.
—No te alcanza para vivir —ratifica Vargas—.
Hay personas que ganan 50 o 60 dólares por hora. Cada semana se
llevan 2.000 o 3.000. En el comercio, el salario mínimo es 725
dólares por mes.
—Es muy caro todo, las carnes, los
vegetales, toda la canasta básica. Acá cuesta 10 dólares lo que en
Walmart está a 6 o 7 —se queja Judith.
De fondo, un viejo televisor de 14’’ pasa
una telenovela mexicana a todo volumen. Nadie lo mira.
Judith añora Baytown, su anterior
ciudad.
—En Baytown encuentras todo: hay más
actividades para los niños, diversión, los servicios son más
accesibles, hay más competencia —dice Judith, embebida ya en la
lógica del capitalismo estadounidense—. Hay mejor educación. Aquí
el nivel académico está muy por debajo. Allá hay centros
comerciales, balnearios, parques. Aquí mi hija vive viendo
televisión e Internet. En la escuela, el estado de Texas les provee
de un iPad y están todo el día con eso.
—Después vas a estar toda miope —le advierte
Judith a su hija, que efectivamente está mirando absorta su tablet.
Todos en la tienda hablan castellano, salvo una pareja de blancos
todos tatuados que le pide al encargado otro talle de un jardinero
que quieren llevar. También hay cascos, máscaras de soldadura,
arneses de trabajo y todo tipo de elementos de seguridad de los que
exigen las empresas para entrar a sus locaciones. Sobre el
escritorio de Vargas, una imagen de Jesús bendice el negocio. Tiene
pegado un billete de 2 dólares, bastante poco comunes en un país
que se maneja con tarjeta.
Las rutas de acceso a Cotulla y las que
conectan un pueblo con otro en Eagle Ford, en el peor de los casos,
tienen un carril para cada lado y una banquina asfaltada. Ninguna
es tan precaria como la que une Neuquén capital con Añelo. La mayor
parte del trayecto se cubre en rutas que tienen dos carriles para
cada lado, y que por tramos tienen una franja de pasto que separa
ambas manos. Lucen suficientes para absorber el intenso tráfico
asociado al fracking. Hasta 2014 se veían
por todos lados galpones con carteles que anunciaban: «Ahora
contratamos». En general buscaban camioneros. A los principiantes
les abonaban 50.000 dólares anuales. En 2015, el nuevo valor del
crudo puso todo aquello en pausa.
En la puerta de un supermercado Family
Dollar, también en Cotulla, bajan apuradas de una camioneta 4x4 dos
jóvenes latinas, lindas, una con una beba en brazos.
—No nos gustan los camiones, el ruido, hay
moteles por todas partes y no hay escuelas —se queja una de ellas—.
Más empleo es la única cosa buena que trajo el petróleo.
Al lado de la puerta, un cartel escrito a
mano ofrece habitaciones en alquiler.
Otra clienta del Family Dollar, Juanita
Rodríguez, una empleada de correo jubilada, de 64 años, es más
indulgente con la actividad petrolera. Mientras hace cola para
pagar en la caja, opina:
—Todo está bien. Hay un montón de gente.
Ahora somos una ciudad. La gente está ganando más dinero.
Juanita vive desde chica en Cotulla y dice
que el cambio empezó en 2010.
—Todos estos edificios no existían —se
refiere maravillada a los hoteles y las casas aledañas—. Antes
éramos un pueblo normal. Era una localidad sucia, ahora cambió.
Antes no estaba pavimentada —cuenta la señora de vestido color
crema. Y se enorgullece: —Antes nos dedicábamos a plantar sandías y
maíz. Ahora somos petroleros.
En el estacionamiento del supermercado,
Derek, un operario afroamericano de la petrolera Pioneer, exhibe
sus cuatro dientes de oro al reírse mirando su iPhone mientras
espera a un compañero con la puerta abierta de su camioneta Ford
cero kilómetro. Llegó desde Victoria, también en el sur de Texas,
donde vive su familia.
—Con el petróleo podés crecer —dice Derek,
que trabaja en el área productiva, acumula mucha experiencia en
fracking y rota 16 días en un campamento
de hombres y 5 en su casa—. Los campos de petróleo generan muchos
negocios, y así alimento a mi familia. Es una gran oportunidad para
ciudadanos de clase baja como yo para hacer dinero.
Derek tiene 30 años y pasó los últimos 6
como petrolero. Su sueño es abrir su propio negocio de camiones.
Antes había trabajado en la construcción en Lousiana, su tierra
natal. Lo único que lamenta de su presente laboral es que pasa
mucho tiempo lejos de su familia.
—Vos y tu mujer necesitan tener una relación
fuerte para sobrevivir a esto —comenta—. Muchas veces perdés a tu
familia por el petróleo. Por eso no quiero hacer esto durante toda
mi vida y tengo el plan de hacer mi propio negocio.
Para concretarlo, Derek trata de ahorrar
parte de los 120.000 dólares al año que cobra. Cualquier operario
sin calificación que comienza a trabajar en los pozos
hidrocarburíferos de Texas cobra 80.000 cada 12 meses.
La hermana Elizabeth nació y creció en
Cuero, otro pueblo del sur de Texas de 7.000 habitantes y cabecera
del condado de DeWitt. Allí sigue estando la farmacia que era de su
familia, Lifecheck Drug, de ladrillos negros. La plaza central fue
restaurada y tiene una placa en honor a George Mitchell. Detrás del
cementerio, junto a esa plaza, se juntaba el Ku Klux Klan.
Elizabeth lo recuerda nítidamente porque de chica se asustaba al
ver a los klaners con sus fogatas y
antorchas. Su padre farmacéutico y el cura les decían a los niños
que esa era gente mala y que no había que escudarse en Dios para
hacer maldades.
El movimiento en el centro de Cuero es
incesante. Hay casas de madera —algunas gastadas—, complejos de
viviendas nuevas, viejos silos oxidados que aún sirven para guardar
maíz y muchos comercios recién instalados. Una multitud de obreros
levanta una estación de servicio a todo trapo. En el parque
municipal, los juegos para niños también están a estrenar. Al lado,
un salón de fiestas del municipio, el edificio Roosevelt, se
prepara para una graduación de secundaria como las que se ven en
las comedias de adolescentes. Al final del pueblo hay una cancha de
vóley, el campo de golf municipal y un pequeño estadio de fútbol
americano. Se destaca un lujoso restaurante llamado Eagle Ford,
enfrente de unas oficinas de la petrolera y minera angloaustraliana
BHP Billiton. El hospital, también nuevo, recibió donaciones de la
industria en boga.
El boom se nota en
el tráfico. En la esquina más transitada del pueblo, frente a la
plaza, hay un McDonald’s en plena expansión y un radar de velocidad
con contador electrónico. Por ahí pasaban en 2009 12.000 autos por
día. A mediados de 2014, cruzaban 36.000. Aquel McDonald’s tuvo que
subir el salario que pagaba, de 8 a 12 dólares la hora, porque
corría riesgo de quedarse sin un solo empleado a causa del imán
petrolero. Lo mismo le pasó a la alcaldía, que pagaba 9 dólares por
hora a los contratados que cortan el pasto de las plazas. Debió
aumentarles a 13 para que no abandonaran la tarea.
Raymie Zella es el mánager de la ciudad de
Cuero, una especie de CEO que hay en algunas localidades
estadounidenses para gestionar lo público. Es un cargo
administrativo, paralelo al del alcalde y que, a diferencia de él,
no es elegido por el pueblo sino por el Concejo Municipal. El
alcalde y el Concejo establecen las políticas, y el mánager las
ejecuta. En Cuero es un cargo que dura 5 años. Zella tiene 62.
Atiende en el despacho de la alcaldía, que está adornado por dos
cabezas de ciervos que él mismo cazó. En un estante de su
biblioteca, casi sin libros, hay una gorra de Pioneer. Se define
como «conservador» y es republicano como el gobernador texano, Rick
Perry, quien sucedió en ese cargo a Bush en 2000.
—¿Que cómo cambió Cuero con el shale? ¡Se hizo más rico! La recaudación mensual
del impuesto a las ventas (una especie de Ingresos Brutos) pasó de
80.000 dólares en 2009 a más de 300.000 en 2014. Todos los
comercios venden más. Entre el 25% y el 100% más que antes de 2009,
según el rubro. Los restaurantes son los que más han crecido. Pero
hay un lado malo: antes un alquiler valía 400 y ahora vale 800.
Estamos trabajando para corregir eso y también hay muchos
desarrolladores de casas económicas que vieron el negocio y están
construyendo rápido, por lo cual esperamos que ese fenómeno se
revierta en el mediano plazo. El Estado está a punto de comprar 80
viviendas que se van a alquilar a familias de bajos ingresos. El
gobierno federal y el estatal dan financiamiento a bajo interés
para eso.
—¿Qué hacen con la plata que recaudan de
más?
—Mejoramiento de calles, infraestructura,
edificios como esta municipalidad, una escuela nueva y el campo de
golf municipal. Vamos haciendo las obras de a una por vez por si se
cierran los campos petroleros, como pasó en otras partes, y nos
quedamos sin dinero.
—¿Cuántos RV Parks
hay?
—Pasamos de 50 a 500 vacantes en los
RV Parks entre 2010 y 2011 y se mantuvo
ahí. Bastante alto.
—¿No hay una política hacia quienes viven
ahí?
—Son clasificados como homeless (sin techo), pero en realidad viven acá y
no viven acá al mismo tiempo. Los censos no los incluyen, los
definen como «temporarios». No votan. Algunos viven ahí con sus
familias —responde solícito.
Clasificada como lo esté, la proporción de
gente que vive marginada en casas rodantes es muy elevada y
contrasta con la opulencia del pequeño centro de Cuero. Raymie
cuenta que hay entre 2.500 y 3.000 casas y departamentos en el
pueblo, y que a eso se suman las 500 casas rodantes y unas 900
camas en los albergues para estudiantes de secundaria. La demanda
supera por mucho la oferta. Atraídos por el géiser de empleos en
que se convirtió Eagle Ford, cada día llegaban hasta 2014
trabajadores de toda Texas y de otros estados como Oklahoma,
Louisiana o Minnesotta. El desempleo en el condado bajó
abruptamente, del 7,5% al 3,9% en solo 4 años.
—Si estás desempleado en DeWitt es porque
querés —opina Zella, porque en todo el condado hay registrados 395
desocupados y se ofrecen más puestos de trabajo que esos.
Sobre la prostitución, el mánager dice que
amenazó con expandirse en dos oportunidades desde el inicio del
auge de los hidrocarburos no convencionales, pero que la policía
local desbarató ambos amagues. Tuvo que contratar dos policías
municipales más para controlar que los bares no se convirtieran en
cabarets. El uso de drogas, a su juicio,
no aumentó, debido a que las petroleras analizan permanentemente a
sus empleados.
Respecto del agua que se usa para el
fracking, Zella dice que no hay
problema.
—Fuimos bendecidos con un acuífero muy
abundante. No solo no tuvimos problemas con el agua sino que
también pudimos vender parte de nuestra agua a las petroleras y
hacer un dinero extra de ello —cuenta sin sonrojarse.
Muy cerca de Cuero hay pueblos que se mueren
de sed, foros de Internet donde los vecinos protestan por el agua
que sale de sus pozos con olor a gasoil y color marrón, y campos
donde el ganado no tiene qué beber porque las petroleras usan toda
el agua disponible para sus fracturas. Él dice no temerle a la
contaminación ni a la sequía, aunque se ataja: —Nunca digas
nunca.
Al salir de la entrevista con Zella,
Elizabeth cuenta la historia de una familia entera de ganaderos que
cayó enferma en Victoria, Texas, por beber agua contaminada en
2012. El hombre llamó para protestar a la Comisión de Ríos del
estado, pero cuando le pidieron que dejara una queja escrita,
prefirió no hacerlo. Razonó que si hacía una denuncia pública,
nadie le compraría un solo animal más. En 2013 ocurrió una
inundación en otro pueblo aledaño, Colorado, que afectó plantas
petroleras y se contaminó el agua de todos los pozos. Aquella vez,
la propia Elizabeth llamó a la Comisión de Ríos para preguntar por
qué en su estado permitían plantas petroleras en llanuras
inundables. «No tomamos eso en consideración cuando las
habilitamos», le respondió un funcionario.
En 1998, Argentina era La Meca de la
desregulación económica y las privatizaciones. El Fondo Monetario
Internacional (FMI) ponía al gobierno de Menem como ejemplo
mundial. El país alcanzaba su pico de producción petrolera pese al
bajo precio del barril. A partir de entonces la extracción comenzó
a decaer hasta ahora, a pesar de que la YPF 51% estatal recuperó su
producción desde 2013. Los pozos de gas, en cambio, siguieron dando
más de sí hasta batir un récord en 2008 y desde entonces no dejaron
de declinar. Tampoco fue suficiente que la YPF de Galuccio
revirtiera la caída desde hace 2 años. La petrolera de bandera
produce en la actualidad el 41% de los hidrocarburos del
país.
Otro hito ocurrió en aquel 1998. Las dos
comunidades mapuches que ocupan casi 10.000 de las 34.000 hectáreas
que desde los 70 se convirtieron en el yacimiento de Loma La Lata
presentaron una denuncia judicial por contaminación ambiental y
cultural. Lo hicieron junto con la Confederación Mapuche del
Neuquén. Unos eran los Paynemil, unas 30 familias que en 1964
lograron su reconocimiento como comunidad y en 1990 el de 4.300
hectáreas. Entonces empezaron a cobrar de la concesionaria, YPF,
hasta 900 dólares por mes en concepto de servidumbre, como se
denomina la indemnización por el uso de las tierras que están
encima del subsuelo hidrocarburífero, de propiedad estatal y
concesionada a empresas. La servidumbre se establece a partir de lo
que negocian la petrolera y el superficiario, como se llama al
dueño del terreno. Los otros mapuches eran los Kaxipayiñ, unas 25
familias que solo en 1997 lograron el reconocimiento como comunidad
y al año siguiente el de sus 4.700 hectáreas y la correspondiente
servidumbre. El piquete fue uno de los métodos que usaron para
protestar por sus derechos. Pero además reclamaron ante la justicia
por la contaminación del agua con metales pesados a partir de un
estudio que elaboró la consultora alemana Umweltschutz Nord entre
niños y ancianos. El werken (portavoz) de
los Kaxipayiñ, Gabriel Cherqui, denuncia que su mujer sufrió un
aborto espontáneo y su madre murió de cáncer por esa polución. De
hecho, la petrolera de bandera provee de agua embotellada a los
Kaxipayiñ y a los Paynemil. En 2000, la YPF de Repsol firmó un
acuerdo con las partes demandantes para evaluar los daños y
proceder a remediarlos, pero jamás se cumplió. Sí aumentaron los
pagos por servidumbre. En 2005, los mapuches reactivaron su demanda
judicial. En 2013 llegó hasta la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, que la devolvió a un juzgado federal neuquino.
La explotación de Vaca Muerta y de las otras
formaciones no convencionales no llegó aún a las tierras de los
Kaxipayiñ y los Paynemil, que incluso rechazaron que allí se
instalaran oficinas para tal efecto. Pero la revolución del
shale arribó a las tierras de sus vecinos
Campo Maripe, que antes habían permanecido fuera del alcance del
mundo petrolero.
—Estamos contra el fracking porque con el convencional ya hubo
contaminación —explica Jorge Nahuel, werken de la Confederación Mapuche del Neuquén,
cuya sede está en el oeste pobre de la capital provincial.
Es un edificio de tres pisos decorado con
pinturas de mapuches. Allí también funciona el lof Newen Mapu. Nahuel, de baja estatura, pelo
negrísimo en melena veteado por algunas canas y camisa arremangada
a rayas finitas celestes y blancas hace mate antes de sentarse a
charlar en un salón enorme decorado con arcos, flechas y otras
artesanías donde tiene un escritorio y su laptop Dell.
—Al ser ahora nacional, entre comillas, YPF
hizo un compromiso en 2012 con la remediación. Hubo una experiencia
en Kaxipayiñ, pero fue una broma de mal gusto: decían que
zarandeaban tierras y la contaminación se evaporaba. Era un negocio
de un contratista vinculado al gobierno neuquino. Desde octubre de
2013 empezamos con un mecanismo de saneamiento más moderno
—reconoce con su hablar sereno.
Lejos de las preocupaciones mapuches, al
geólogo texano Bowker le inquietaba en aquel 1998 convencer a su
empleador de entonces, Chevron, del potencial del shale en Estados Unidos. Pero la compañía ahora
aliada de Galuccio le ofrecía a Kent irse al extranjero a buscar
petróleo convencional, mientras desarmaba el equipo que
experimentaba con hidrocarburos de esquisto. Ni Bowker ni su esposa
querían migrar, ni siquiera de estado. Para ellos, nada como Texas.
El geólogo rechazó la oferta. Ahora tampoco le gustaría irse a
México, pese a las ofertas que recibió por la privatzación del
sector:
—Prefiero ir a Afganistán que a México. Es
más seguro. En Afganistán puedes contratar mercenarios para
proteger tus máquinas y si tenés ametralladoras más grandes que los
terroristas, trabajás seguro. En México no se puede tener
marines ni mercenarios, pero los narcos
tienen tanques igual que los terroristas en Medio Oriente.
Tampoco iría a Brasil:
—Si trabajo ahí puedo terminar preso
—advierte sobre un país en el que la justicia penal procesó en 2014
a 11 ejecutivos de Chevron por un derrame petrolero ocurrido 3 años
antes en la costa de Río de Janeiro.
Bowker seguramente preferiría gozar de una
inmunidad petrolera, como la que protege a los diplomáticos. Pero
como no la hay, acabó en 1998 golpeando la puerta de una petrolera
que, a contramano de todo, seguía apostando por el subsuelo
norteamericano y por los hidrocarburos atrapados en las rocas
madre: la audaz Mitchell Energy.
En la entrevista de trabajo, un jefe de
Mitchell le preguntó si tenía alguna duda sobre las políticas de la
compañía. Él no sabía qué decir y dijo lo que en una pyme nunca
debería haber dicho: «¿Tiene Mitchell jornadas laborales fijas o
hay horarios flexibles como en Chevron?». El entrevistador levantó
las cejas: «No tenemos nada de esas cosas flexibles. Este es el
tipo de trabajo donde se espera que vengas cuando hay que hacer el
trabajo». Bowker aclaró que él podía ir temprano o quedarse hasta
tarde, según cuenta Zuckerman en The
Frackers. El entrevistador recomendó no contratarlo, pero en
Mitchell lo conocían y pidieron que lo tomaran igual. Era su
trabajo soñado: siempre había admirado a George Mitchell y además
él y su esposa respirarían tranquilos el aire caliente de Texas. A
la que no le gustó el cambio fue a su madre, quien no había oído
hablar de Mitchell, pero sí de Chevron. Un año después, Bowker
mapearía la roca Barnett y multiplicaría la riqueza del
magnate.
«Me acuerdo de aquella laguna que estaba
cerca de mi casa en Entre Ríos. Cuando iba a nadar, mi gran desafío
era llegar a esa plataforma que parecía tan lejana», relataba un
joven Galuccio en 1999 en un aviso televisivo que difundió Repsol
en Argentina para convencer a sus ciudadanos de que la compra de la
empresa emblema del país iba a resultar algo positivo para todos.
En la imagen se veían niños corriendo, tirándose al agua, nadando.
«Y creo que fue el día que llegué cuando supe que podría ir todavía
más lejos», agregaba Galuccio con entonación épica. Después
aparecía bajando de un helicóperto en una plataforma marina de la
nueva Repsol YPF, porque la petrolera española incorporó entonces
ese segundo nombre dado que eran empresas similares en términos de
ganancias. «Ahora soy ingeniero de petróleo y trabajo en una
plataforma de extracción de Repsol YPF en el Atlántico Norte»,
concluía quien 13 años más tarde se convertiría en el presidente de
la YPF renacionalizada y se enfrentaría sin cuartel con Brufau por
sus reclamos de indemnización para el grupo español. Después
hablaba un locutor en off: «Miguel
Galuccio es uno de los tantos argentinos que trabajan para Repsol
YPF, una fusión entre dos grandes empresas que se unen para ser
todavía más grandes, una compañía que opera en los cinco
continentes, que produce más de un millón de barriles de petróleo
por día y con reservas para abastecer de combustible a la Argentina
por 30 años. Porque para ser grandes hay que estar en el lugar que
sea necesario. Y eso, lo supimos siempre: Repsol YPF, una de las
compañías petroleras más grandes del mundo».
Al final, las reservas de gas no alcanzaron
para tanto: Argentina debió empezar a importarlo de Bolivia en 2004
y por barco desde otros países a partir de 2008.
En 1998, el entonces rey de España, Juan
Carlos, el mismo que defendió la democracia de su país frente al
golpe de Estado de 1981 y que en 2014 acabó abdicando por sus
cacerías de elefantes en África y por su hija acusada de
corrupción, fue quien pidió a su amigo Menem que le facilitara a
Repsol la compra de YPF. El grupo español quería el 20% que tenía
el Estado argentino para controlar así la empresa como el
accionista con más participación, pero el estatuto de YPF
establecía que para adquirir el 15% o más había que ofertar por el
100%. A Menem le interesaba la venta por «razones de caja», según
reconocía su ministro de Economía, Roque Fernández. Repsol ofreció
casi un 50% más de lo que pagaba el mercado por las acciones de la
empresa argentina. En febrero de 1999 le compró al Estado argentino
un 14,99% de la petrolera ya de por sí controlada por inversores de
la bolsa en un 46%. Después, en mayo de aquel año, ofertó por el
restante 85,01%, incluido lo que le quedaba al Estado y lo que
pertenecía a los trabajadores, las provincias y los inversores
privados, entre los que figuraban las administradoras de fondos de
jubilación y pensión (AFJP). Repsol acabó quedándose con el 97,81%
de YPF por más de 15.000 millones de dólares.
La publicidad de Galuccio salió en diciembre
de 1999. Él llevaba para entonces 4 años trabajando en la petrolera
argentina. Después del nacimiento de su hijo Matías en Paraná, su
esposa Verónica se mudó a Rada Tilly, la localidad a 15 kilómetros
al sur de Comodoro Rivadavia donde viven los ejecutivos petroleros
y otros adinerados de la zona. Allí tiene su mansión Cristóbal
López. Pero Galuccio trabajaba en la inhóspita Las Heras, a 206
kilómetros de ruta. Allí conoció la dura vida del petrolero alejado
de todo y por eso ahora manifiesta preocupación por que la capital
del fracking, Añelo, se convierta en un
lugar donde la gente desee radicarse, con buena educación y vida
social. Así pasaron 2 años en los que el joven ingeniero sumó
responsabilidades. En 1997, YPF lo había mandado a Dallas para
colaborar en la reestructuración de la petrolera norteamericanana
Maxus, a la que había comprado por 740 millones en marzo de 1995.
Un mes después de aquella compra había muerto en un accidente de
helicóptero el entonces presidente de YPF, José Estenssoro, que
pretendía la internacionalización de la compañía. No fue casual que
como parte de ese plan Galuccio se hubiera mudado rápidamente de
Estados Unidos a Venezuela: su mujer y su hijo vivían en Caracas y
él trabajaba en Maturín, a 516 kilómetros por ruta. En 1998 terminó
en Indonesia, pero la rebelión que depuso al dictador Suharto
después de 31 años en el poder provocó que su familia se mudara a
la disciplinada Singapur, donde hasta mascar chicle está prohibido.
En esa ciudad-estado asiática nació su segunda y última hija,
Malena.
Desde Yakarta, Galuccio se enteró de que su
empresa quedaba en manos de Repsol. Los ejecutivos españoles lo
llevaron junto a otros colegas de YPF a conocer las operaciones en
el Mar del Norte y en España. Querían convencerlos de que ellos, la
petrolera argentina y el upstream
(exploración y producción de crudo) eran importantes para Repsol.
Hasta la compra de YPF, el grupo español, es decir, proveniente de
un país importador de petróleo, se basaba en el downstream (refinación y distribución de
combustible). Galuccio duraría poco en la YPF de Repsol, aunque no
porque repudiara por patriotismo la privatización de la empresa ni
porque avizorara que con los españoles caerían la exploración y la
perforación de pozos, las reservas y la producción, incluso de
forma más pronunciada que como ocurriría con el promedio de las
petroleras en Argentina.
Lo que no veía Galuccio eran posibilidades
de ascender. En YPF podía soñar con alcanzar algún día la
presidencia, como lo terminó logrando a su regreso. «Creo que fue
ese día que llegué cuando supe que podría ir todavía más lejos»,
decía el entrerriano en su aviso para Repsol. Pero en el grupo
español vio que no había extranjeros al frente. Tampoco palpó la
cultura que Roberto Monti le había impreso a YPF bajo su conducción
entre 1997 y la venta a Repsol. Monti venía de trabajar 32 años en
Schlumberger y había llegado a escalar casi tan lejos, pero no
tanto como después lo haría Galuccio en ese gigante de los
servicios petroleros. Monti había intentado en 2 años inocularle a
YPF algunos principios de Schlumberger, como el empowerment (empoderamiento, dar poder a los
empleados), el trabajo orientado a resultados, que conlleva un
espíritu agresivo en los negocios, y la diversidad de orígenes de
su personal, incluida la cúpula directiva. A Galuccio le disgustó
ver que los mandamases de Repsol estaban más apoltronados en sus
despachos que en los yacimientos, como le gustaba a él.
En 2000, renunció a YPF. No tuvo que salir a
buscar empleo. Schlumberger lo fue a buscar. El entonces presidente
ejecutivo del grupo, Andrew Gould, lo entrevistó y lo aceptó.
Galuccio y su familia se mudaron a Londres y a partir de ahí
comenzó a vivir otro de los principios de su nueva empresa,
think or swim (pensá o nadá). Se tiró al
agua y avanzó. Así fue como empezó a viajar por todo el mundo desde
el primer día, cuando le tocó acompañar a Gould de París a
Grenoble, en el sudeste de Francia, donde Schlumberger había
comprado una empresa de investigación y desarrollo. Al grupo
siempre le interesó liderar en innovación tecnológica.
De Londres se mudó a México. Primero
aprendió a hacer estudios sísmicos. Pronto los dominó y llegó a
gerente general de la filial mexicana. Galuccio no se ruboriza al
confesar que dio vuelta el negocio de Schlumberger en México.
Recuperaba pozos que se daban por viejos. En esa tierra de tacos y
tequila se granjeó el apodo de Mago, que lo acompaña hasta hoy. No
es un mote que le guste demasiado, porque dice que prefiere el
esfuerzo a la magia.
—¿Por qué lo llaman Mago? —preguntó Kicillof
con cierto recelo cuando Galuccio asumió como presidente de YPF, en
medio de los elogios de la industria petrolera a su trayectoria, en
mayo de 2012, un mes después de la nacionalización y la breve
intervención del ministro en la empresa.
El geólogo Bowker descree de la magia de
Galuccio en la tierra de la mordida:
—La mitad del dinero de Schlumberger viene
de México. Y la única razón que se me ocurre para una expansión tan
grande como la que tuvo allí es que haya pagado coimas. No me
consta, pero no se explica sin eso.
En el México que conoció Galuccio, la
estatal Petróleos Mexicanos (Pemex) tenía el monopolio del sector y
contraba proveedores con el mismo régimen que el Estado usaba para
la obra pública. Schlumberger le había dado al Mago la misión de
limpiar la subsidiaria mexicana. A quien le pregunta si no pagaba
sobornos en un país donde es tan fácil corromper a un policía como
en Argentina, Galuccio le responde que no lo hizo y que igualmente
logró contratos con Pemex porque su compañía ofrecía una tecnología
más avanzada que la de Halliburton o Baker Hughes. También suele
mencionar que Schlumberger cuenta con una ethic line (línea ética) telefónica para que todos
los días del año las 24 horas se denuncie a empleados de la firma
en forma anónima y en unos 40 idiomas.
Kicillof puso a dos de sus hombres a
controlar a Galuccio: el vicepresidente de administración y
finanzas, Nicolás Arceo, y el de asesoría jurídica, Rodrigo Cuesta.
Vigilan que los criterios de management
empresario del Mago se orienten en el mismo sentido que la política
pública del ministro. Arceo, que antes había sido economista de la
rama kirchnerista para la Central de Trabajadores de la Argentina
(CTA), controla en qué se gasta el dinero de la compañía y se
preocupa por criterios como la eficiencia, aunque suene raro para
quienes intuyen que el equipo de Kicillof está poblado de marxistas
amantes del despilfarro del dinero estatal. También vigila que se
cumpla con el objetivo de duplicar la inversión previa a la
expropiación para recuperar la producción. En el equipo del
ministro están satisfechos con que Galuccio comparta esas metas,
aunque también les atribuyen méritos a las líneas gerenciales de
YPF que llevan años y décadas en la empresa. A su vez, en el
entorno del presidente de la petrolera opinan que con el tiempo
Kicillof y su gente fueron aprendiendo sobre energía.
En el Palacio de Hacienda tampoco tienen
críticas sobre la ética de Galuccio. Kicillof y parte de La Cámpora
hacen de la austeridad un dogma, más allá de que algunos de sus
dirigentes lo incumplan, ganen sueldos altos, defiendan a otros
funcionarios corruptos o estén ellos mismos imputados por fiscales
en causas penales, como el presidente de Aerolíneas, Mariano
Recalde, o el secretario de Comunicaciones, Norberto Berner. El
equipo de Kicillof no objeta el salario VIP del mandamás de la YPF
51% estatal, cuyo monto jamás se ha revelado, ni tampoco sospechan
de que sea corrupto, por ejemplo, en contrataciones de
proveedores.
—Hay niveles elevados de control, más
significativos que en el Estado. Hay mucho control en la empresa
privada, son más eficientes. Si hay acciones turbias, no se van a
tolerar —afirman en el plantel que dirige el ministro y ex profesor
de Macro, Micro y Economía Marxista de la UBA.
Muchos otros políticos argentinos aprecian a
Galuccio. A mediados de 2014, con el ultrakirchnerismo iniciando su
retirada, él empezó a reunirse con los candidatos favoritos para
suceder a Cristina Kirchner. Sorprendió la primera de esas citas,
con el conservador Mauricio Macri, que fue generosamente
amplificada por el propio aparato de propaganda de la petrolera.
Por la torre de Puerto Madero pasaron después el aún kirchnerista
Daniel Scioli y el socialista Hermes Binner. Empezó a hacerse más
nítida la intención del entrerriano de quedarse en su silla más
allá del 10 de diciembre de 2015. Quien no aceptó visitar a
Galuccio fue el ex kirchnerista Sergio Massa, otro de los favoritos
en la carrera presidencial. El diputado había esbozado algunos
gestos de hostilidad hacia el ingeniero, pero nunca con la
virulencia con la que lo hizo mientras esperaba para disertar en un
seminario organizado por el diario Clarín
en el Museo de Arte Latinoamericano (MALBA), el 12 de agosto de
2014.
—Yo no lo voy a ir a visitar a Galuccio.
Conmigo no dura ni un minuto en el cargo —soltó aquel día ante uno
de los autores de este libro mirando de reojo a Binner, quien
departía amablemente con un empresario en el mismo salón.
—¿No le parece bien cómo está manejando
YPF?
—A mí no me gusta que me manipulen. Y cuando
fui de gira a Estados Unidos, él mandó a los de Mason Capital a que
me preguntaran tres veces seguidas en público si lo mantendría en
el cargo en caso de llegar a presidente.
Mason Capital Management es un fondo de
inversión que duplicó su participación en YPF entre septiembre y
noviembre de 2012, se alzó con más del 3% de las acciones. El fondo
compraba mientras la acción de YPF se derrumbaba un 70% por el
impacto de la expropiación en los mercados. Y lo hizo tras una
reunión con Galuccio en septiembre en Buenos Aires. Menos de 2 años
después había triplicado lo invertido. De ahí que Massa infiriera
que esos financistas que lo increparon en Nueva York hablaban por
él cuando le preguntaban si lo mantendría en el puesto. La
posterior debacle del barril de crudo también recortó el valor de
YPF y, por ende, de las ganancias de Mason.
—Galuccio se vende como un técnico sin más
aspiraciones que mantenerse en YPF, pero es parte de lo peor de la
política —prosiguió Massa, cuya candidatura ya había recibido por
entonces importantes aportes de campaña de los hermanos Bulgheroni,
devenidos archienemigos del Mago.
—¿Lo peor de la política? ¿Qué, la
tecnocracia?
—No. La corrupción. Él se cree que es el
único vivo acá, pero está equivocado.
—¿Corrupción? ¿Cuándo, en su gestión en
México?
—¡No, acá! ¿Cómo se explica si no que
Schlumberger maneje el 90% de las obras de perforación nuevas?
Cuando yo sea presidente no solo vuela de inmediato sino que su
gestión va a ser muy investigada. YPF es una empresa privada pero
la mayoría estatal tiene que servir para controlarla. ¡Si no, esto
es una joda! —se enojó Massa sin datos muy precisos sobre las
contrataciones de la petrolera.
Massa es el mismo que fue jefe de Gabinete
de Cristina Kirchner entre 2008 y 2009. En esos tiempos no tenía
complejos por trabajar con ministros como De Vido, Aníbal Fernández
en Justicia, Florencio Randazzo en Interior o Débora Giorgi en
Industria, o secretarios como Ricardo Jaime en Transporte,
Guillermo Moreno en Comercio Interior o José Granero en Lucha
contra el Narcotráfico, todos políticos sobre quienes en algún
momento de sus carreras pesaron denuncias por presunta
corrupción.
En rigor, Schlumberger creció mucho en las
últimas tres décadas en todo el mundo. En 1990 tenía el mismo
tamaño que Halliburton y en la actualidad la duplica en
capitalización bursátil. Tomando ese criterio es una de las 50
empresas más grandes del mundo, apenas por encima de PepsiCo,
Unilever o Volkswagen.
—Es cierto que Galuccio ayuda a crecer en
Argentina a Schlumberger, pero no creo que sea por corrupción
—opina el presidente de la filial de la perforadora DLS, Carlos
Etcheverry, hermano de Rubén, el fundador de la petrolera neuquina
GyP.
Así como en el negocio de la fractura
dominan las norteamericanas Schlumberger, Weatherford, Halliburton
y Baker Hughes —estas dos últimas anunciaron su fusión en noviembre
de 2014—, en el de la perforación compiten en Argentina DLS,
Sinopec, las estadounidenses Nabors, San Antonio Pride y Helmerich
& Payne (H&P), la canadiense Calfrac —que también hace
fracking— y las locales Ven ver, Quintana
y Estrella. No es un negocio para cualquiera: cada equipo de
perforación cuesta 15 millones de dólares.
—Empresas como Schlumberger tienen
estándares muy altos de control interno y externo. Si Galuccio la
contrata es porque es buena, mejor que las demás. Y eso que es un
20% más cara que otras prestadoras del mismo servicio —comenta en
su despacho de la porteña torre Bouchard el ingeniero Carlos
Etcheverry, que antes había trabajado en la ciudad de Neuquén,
Rincón de los Sauces, Brasil y Estados Unidos y en empresas como
Halliburton y San Antonio.
Aquel Mago argentino chiquito de altura,
como Kicillof, mandamás en México y encima de una empresa
gringa, no cayó muy bien al aterrizar en
la tierra de Moctezuma a principios de los 2000. Años antes, en
1986, la mayoría de los hinchas mexicanos había alentado por
Alemania Federal en la final que perdió 3-2 con la Argentina de
Maradona en el Estadio Azteca. Pero con el tiempo Galuccio
conquistó el corazón de los ejecutivos de Pemex, los mismos que lo
ayudaron en la negociación para indemnizar a Repsol. La petrolera
mexicana era la segunda mayor accionista del grupo español, con el
9,4% de las acciones, hasta que las vendió en 2014, después de
resolver el conflicto con YPF.
Mientras vivió en México, Galuccio se ocupó
de cultivar sus amistades. Un día recibió un llamado del entonces
presidente de Pemex, Carlos Morales Gil, pidiéndole ayuda porque un
gerente suyo había muerto en un hotel de Viena. La esposa del
fallecido lo acompañaba y estaba deseperada porque no sabía qué
hacer. No entendía alemán ni inglés. El Mago le envió entonces un
company man, como llaman a los
responsables de las petroleras en las operaciones en el campo. El
jefecito hablaba castellano y le entregó un sobre con 3.000 dólares
para que ella hiciera los trámites de repatriación del cuerpo y
pudiera regresar a México sin problemas. Morales Gil le escribió
una carta de agradecimiento a Galuccio, quien aún la
conserva.
Del D.F. volvió a Londres en 2005 para
dirigir la división Integrated Project Management (IPM), que
integraba todos los servicios de la compañía. De viajar por todo
México pasó a volar por todo el mundo. En IPM comenzó a trabajar
con pozos no convencionales. En 2009, la YPF de Repsol y los
Eskenazi intentó sin éxito contratar a Galuccio. En plena polémica
por la nacionalización de 2012, el diario español El País publicó que el ingeniero entrerriano había
pedido aquella vez 2 millones de dólares anuales de sueldo y que le
trasladaran su cuadrilla de caballos de polo desde la cara capital
británica hasta Buenos Aires. Galuccio negó lo de los animales,
aunque de vez en cuando sigue taqueando por estos pagos. Ahora su
deporte favorito es el boxeo. En 2011 convenció a la cúpula de su
grupo para crear y dirigir Schlumberger Production Management
(SPM), unidad que gestionaría los contratos de servicios de
producción. En la industria petrolera circula el rumor de que
Galuccio fue candidato a presidir Schlumberger, pero acabó
perdiendo la interna con el noruego Paal Kibsgaard aquel año, uno
antes de regresar a Argentina para presidir YPF.