Capítulo 1
El
descubrimiento
Kent Bowker respiró hondo. Sabía que estaba
frente a una oportunidad única. Quería mostrarle al mundo que
Estados Unidos podía volver a autoabastecerse de energía. Todo
gracias al gas y al petróleo escondidos en las burbujas
microscópicas de la roca Barnett, hundida 2.300 metros bajo el
suelo del norte de Texas.
Bowker no había transitado nunca los
pasillos del Capitolio, donde el presidente Bill Clinton acababa de
zafar de la destitución por el escándalo Lewinsky. Tampoco estaba
demasiado al tanto de la invasión de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN) a los Balcanes, que mantenía ocupado a
mediados de 1999 al establishment político estadounidense. Era un
geólogo texano simplón, campechano y con sobrepeso, que acababa de
renunciar a Chevron desencantado por el desmantelamiento de su
equipo de «gas no convencional», al que algunos de sus ejecutivos
se referían con sorna como «gas no comercial». Faltaba apenas una
década y media para que la misma multinacional desembarcara en
Argentina como la principal socia de YPF (51% estatal) en Vaca
Muerta, el mayor reservorio de hidrocarburos no convencionales en
explotación fuera de Norteamérica.
La empresa a la cual Bowker recién entraba a
trabajar, Mitchell Energy, había apostado sin éxito desde
principios de los 80 a extraer gas de formaciones shale como la Barnett. Aunque acababa de conseguir
resultados sorprendentes en un par de pozos experimentales gracias
a un cambio accidental en el fluido que usaba para fracturar la
roca, sus acciones caían en picada en Wall Street. Los inversores
empezaban a impacientarse ante sus masivas adquisiciones de campos
que permanecían improductivos porque costaba perforar tan profundo,
destruir las miniburbujas y extraer el gas que tanto necesitaba la
superpotencia, al borde de otra crisis. El barril de crudo tomaba
carrera para su salto más pronunciado de la era de los combustibles
fósiles, mayor incluso que el posterior a la crisis del petróleo de
1973. Pero todavía cotizaba por debajo de los 20 dólares.
Ninguneados durante décadas, los especialistas que advertían sobre
el inminente agotamiento de la savia del capitalismo empezaban a
aparecer en los diarios y la televisión.
Bowker, un rubio alto y simpático, de vestir
tradicional y lentes redondos sin marco, cumplidor con el trabajo
pero amante del descanso, no tenía mucho margen de error. Sabía que
para convencer al país y al mundo de que ahí había un tesoro, antes
tenía que persuadir a la plana mayor de Mitchell de doblar su
apuesta por esa roca. Si no, lo iban a congelar como en Chevron. La
mayoría del directorio no compartía el entusiasmo del viejo George
Mitchell, un magnate obsesionado con volver a sacar de las entrañas
de Texas la energía que el Tío Sam ahora tenía que ir a buscar a
tierras lejanas y hostiles como las de Medio Oriente. Kent ya se
había ganado enemigos poderosos en el directorio, incluido al nuevo
CEO de la compañía, por haberles dicho que estaban equivocados, que
la Barnett tenía más gas de lo que ellos mismos creían, y que él
podía contarles lo que había aprendido en Chevron.
El geólogo rememora el momento más
importante de su vida unos 15 años después, en su modesta oficina
en The Woodlands, una ciudad en miniatura, arbolada como Cariló
pero con asfalto y edificios modernos bajos, una urbe que
desarrolló el mismo Mitchell en las afueras de Houston en la década
del 70. Es el mismo lugar donde tenía su sede Mitchell Energy, la
empresa que encabezó la revolución del shale.
—Aquí hay cientos de años de gas. Ya nunca
más el gas va a ser caro. Si baja mucho el precio, bajará la
perforación, pero después volverá a subir el precio por esa
eventual baja. El autoabastecimiento de petróleo es más difícil,
pero el de gas está garantizado —se jacta sin exagerar este geólogo
pionero del shale de 59 años.
Sabe que Estados Unidos se reinventó en el
último lustro y se siente en parte responsable del giro, con esa
mezcla de orgullo y prepotencia tan propia de muchos
petroleros.
Aquel día de la primavera boreal de 1999,
tras un año de cuentas y mediciones, Bowker subió al salón de
conferencias del quinto piso del cuartel general de la compañía
para enfrentar al directorio, encabezado por el propio Mitchell y
su hijo Todd. Sintió la mirada hostil del CEO, Bill Stevens, que
venía de ExxonMobil y pasaba sus horas buscando la forma de sacar a
Mitchell de su obstinación por las profundidades de Texas y
convencerlo de ir a perforar a África, como hacían las majors. Empezó a exponer sus cálculos en lenguaje
técnico hasta que Mitchell lo interrumpió para preguntarle cuánto
gas realmente había debajo de los miles de acres que había
alquilado durante años y que se había comprometido a alquilar por
muchos más. Entonces el geólogo pidió una calculadora y tras un
minuto que duró una eternidad dijo:
—185.000 millones de metros cúbicos de gas
en cada milla cuadrada del área.
Era más de cuatro veces lo calculado hasta
entonces por la empresa. El veterano Mitchell le respondió con una
gran sonrisa y ordenó que alquilaran más acres —medida usada en la
industria petrolera equivalente a 0,4 hectáreas— en Barnett. El
mapeo de Bowker fue la chispa que encendió la revolución del
shale en Texas.
El mismo efecto tendría para Vaca Muerta, 12
años después, en 2011, el informe de la Administración de
Información sobre Energía (EIA, según sus siglas en inglés) de
Estados Unidos que estimó que Argentina era el tercer país con más
recursos de gas no convencional del mundo, solo por detrás de China
y la superpotencia. Vaca Muerta es una roca hundida entre 1.000 y
3.000 metros debajo de la superficie de la provincia de Neuquén, y
parte de Mendoza y Río Negro. En algunas zonas llega a aflorar en
el suelo neuquino. Tiene una extensión de 30.000 kilómetros
cuadrados, similar a la de Bélgica. En 2013, la EIA recalculó y
determinó que Argentina superaba a Estados Unidos y que además
tenía el cuarto reservorio de recursos de petróleo no convencional
del planeta.
Las cuentas de aquel gordito republicano y
enemigo de los ecologistas eran lo que venía a complementar el
perfeccionamiento del fracking que había
logrado por casualidad un ingeniero de la misma empresa al intentar
abaratar el fluido que históricamente se usaba para rascar el fondo
de la olla de los pozos convencionales.Mitchell Energy ganó aquel
año casi 100 millones de dólares, tras haber perdido 50 millones en
1998. La reunión en la que Bowker expuso sus cuentas lanzó a la
empresa a una desenfrenada carrera de alquileres de campos y
perforaciones de pozos como no se veía desde los 70 en el estado
que por entonces todavía gobernaba George W. Bush, cuyo PBI sería
el 14º del mundo si se independizara de Washington. En 2001, cuando
el joven Bush ya había llegado a la Casa Blanca, Mitchell vendió su
compañía por 3.100 millones de dólares a Devon Energy y se coló en
el panteón de los megamillonarios norteamericanos del crudo junto a
David Rockefeller y J. Paul Getty.
Por sus servicios, Bowker recibió en 1999
solo 120.000 dólares y otros 20.000 en opciones sobre acciones.
Menos de lo que gana un gerente en cualquier petrolera
argentina.
—No estoy mal por los 20.000. Hay un montón
de geólogos que estarían felices de haber hecho algo que iba a
cambiar Estados Unidos, y no sé si el mundo —aclara. Cuando
Mitchell Energy se vendió, Kent simplemente renunció porque sintió
que Devon no estaba interesada en él.
Nick Steinsberger, el ingeniero que
descubrió el líquido de fractura, no corrió mejor suerte. Bowker
dice que no guarda rencor hacia el viejo Mitchell. Le agrada el
anonimato y le siguen brillando los ojos cuando exhibe un tarrito
con petróleo de otra formación shale del
sur de Texas, Eagle Ford.
—Huele a dinero —sonríe, aunque el aroma se
parece más a nafta y acetona.
Se apresura entonces a mostrar un trozo de
la roca Barnett, algo gris, algo negra, ligeramente aceitosa al
tacto, más liviana que un trozo de mármol del mismo tamaño pero más
pesada que una piedra pómez o porosa.
Para convertir una piedra así en el petróleo
que llena ese tarrito o en el gas que podría suplir el que
Argentina importa de Bolivia o por barcos que vienen de Trinidad y
Tobago o Qatar, hay que transitar un camino que incluye grandes
cantidades de perforación, fracking,
inversión, reparto de la renta, negocios, puestos de trabajo,
trastornos sociales, pelea por la tierra y conflictos por el
impacto en el medio ambiente. La diferencia entre la roca y el
líquido del frasquito es similar a la que existe entre lo que la
industria petrolera llama recursos y lo que denomina reservas. Los
recursos, los que tiene Argentina en abundancia según los informes
de Estados Unidos, son el petróleo y el gas técnicamente
recuperables. Pero las reservas son los recursos económicamente
explotables. Y eso depende de que el precio —libre o subsidiado—
pague los costos de la extracción.
Estados Unidos inició su revolución del
shale que lo convirtió en 2014 en el
primer productor mundial de todos los hidrocarburos, por encima de
Rusia, y que le ha permitido conseguir el autoabastecimiento de gas
y soñar con el de petróleo, porque transformó esos recursos
conocidos desde hace décadas en reservas. Por un lado, bajó los
costos para extraer el crudo y el gas de esquistos bituminosos, que
son esas rocas arcillosas como las que exhibe Bowker, el geólogo
que mensuró Barnett. Básicamente se combinaron dos técnicas ya
conocidas en la industria: el fracking y
los pozos horizontales, que se diferencian de los tradicionales que
se perforan en forma vertical. Por otra parte, el precio interno
del gas en Estados Unidos y la cotización internacional del
petróleo subieron tanto en los años 2000 que se justificaron las
inversiones en hidrocarburos no convencionales, que son de dos a
cinco veces mayores a las requeridas en pozos convencionales.
En plena discusión sobre la conveniencia o
no del acuerdo de YPF con Chevron para explotar la principal
formación shale de Argentina, un ex
economista jefe de la petrolera argentina durante el gobierno de
Carlos Menem (1989-1999) comparó recursos con reservas y llegó a
decir que «lo que hay en Vaca Muerta equivale en barriles de
petróleo a la mitad de las reservas de hidrocarburos de Arabia
Saudita». El autor de la frase fue el diputado de Propuesta
Republicana (PRO) Federico Sturzenegger, secretario de Política
Económica en el gobierno de Fernando de la Rúa (1999-2001) y uno de
los principales asesores de la candidatura presidencial de Mauricio
Macri en 2015. Sturzenegger la publicó en un artículo del diario
La Nación en junio de 2013.
Más de un año después de aquel artículo, el
22 de septiembre de 2014, quedó claro que no solo el
conservadurismo criollo se ilusionaba con la utopía saudita. La
presidenta Cristina Kirchner se reunió ese día en Nueva York con el
estadounidense de origen húngaro George Soros, quien por su
patrimonio de 24.000 millones de dólares es el 20º hombre más rico
del mundo, y compró en la bolsa el 3,5% de YPF entre 2013 y 2014.
Horas después, en un encuentro con líderes sindicales de todo el
mundo, la jefa de Estado se entusiasmó con Vaca Muerta: «Se habla
ya de Argentina como la nueva Arabia Saudita», dijo. La Presidenta,
que había viajado por la asamblea anual de la ONU y había
aprovechado para concretar otras reuniones, les comentó a los
gremialistas que la comparación con el país de Medio Oriente
poseedor de un quinto de las reservas probadas de petróleo, solo
superadas por Venezuela, había sido formulada por un funcionario
norteamericano a un par argentino. Cristina Fernández de Kirchner
aclaró que había una diferencia con Arabia: «No estamos en medio de
guerras, no hay enfrentamiento religioso ni diferencias
étnicas».
Aquellas declaraciones ocurrieron antes de
que los sauditas emprendieran una ofensiva en la Organización de
Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para sobreabastecer el
mercado y bajar el precio del barril, lo que numerosos analistas
internacionales interpretaron como un intento de dejar fuera de
combate a nuevos competidores, como los frackers de Estados Unidos. Este cartel clave para
la definición del precio del barril está integrado por 12 países.
Además de Arabia Saudita, lo forman Argelia, Angola, el Ecuador de
Rafael Correa, Irán, Irak, Kuwait, Libia, Nigeria, Qatar, los
Emiratos Árabes donde trabaja Diego Maradona como embajador
deportivo y la Venezuela de Nicolás Maduro. También hay quienes
sostienen que la propia superpotencia estuvo detrás de esa rebaja
del 46% en 2014, desde los 98 dólares por barril a los 53. Era un
bajón dañino para su revival petrolero,
pero aún más para países que la enfrentan en la arena diplomática,
como Rusia o Venezuela. Dentro de la OPEP, los intentos venezolanos
por concertar un recorte de la producción para sostener la
cotización resultaron vanos frente al poder de Arabia Saudita,
aliada de Estados Unidos (aunque también acusada de ser fuente de
financiamiento del terrorismo islámico fuera de sus
fronteras).
Si el shale de
Estados Unidos quedaba herido por el abaratamiento del petróleo,
¿qué sería de Vaca Muerta? Por un lado, el gobierno de Cristina
Kirchner impuso un precio interno del barril que a principios de
2015 costaba 77 dólares en Neuquén, casi un 60% más que en el
mercado internacional, con el fin de incentivar la inversión. Solo
aceptó una rebaja del 5% para aliviar el precio de los combustibles
en medio de una inflación anual del 37,3% en 2014, según las
agencias provinciales de estadística. Por otro lado, el precio del
gas, que no fluctúa como el del petróleo pero compite con él en el
mercado de combustibles, también fue fijado por el gobierno
argentino a un valor considerado alto por las petroleras. Esa
cotización está además subsidiada por el Estado.
Pero todos estos estímulos de precios
enfrentan dos problemas. Por un lado, en el mundo, las
multinacionales de los hidrocarburos están llenando menos sus
billeteras que antes por la rebaja del crudo y, por lo tanto,
tienen menos dinero para invertir en Vaca Muerta o en cualquier
otro lado. Por otra parte, la exportación de crudo excedente de
Argentina se retribuye al precio internacional, y no con el precio
interno sostén, aunque el Gobierno anunció en enero de 2015 que
subsidiará con 2 o 3 dólares por barril a cada empresa que la
mantenga o aumente respecto de 2014. También subvencionará con 3
dólares el sostenimiento de la producción.
En la industria petrolera prefieren evitar
las comparaciones con Arabia Saudita. En la campaña argentina a
favor del fracking que las empresas
encargaron al Instituto Argentino del Petróleo y el Gas (IAPG), el
presidente de esta entidad integrada por empresas públicas y
privadas y sus proveedoras, el ingeniero Ernesto López Anadón,
descartó una y otra vez en charlas con periodistas en los últimos 2
años que los recursos de gas de Vaca Muerta fueran a transformarse
todos en reservas o que pudieran equivaler a la mitad de los del
reino autoritario de Salmán bin Abdelaziz. No es técnica ni
económicamente fácil hacer esos recursos explotables
comercialmente. En la sede del IAPG en pleno centro porteño, en la
calle Maipú, con la presentación de Power Point que repite y
actualiza para mostrar también a políticos de diversas ideologías,
López Anadón prefiere comparar Vaca Muerta con Loma La Lata, el
yacimiento de gas convencional de la provincia de Neuquén que llegó
a contar con la mitad de las reservas de Argentina. A partir de su
desarrollo en los 70, Loma La Lata permitió una mayor oferta de gas
en la matriz energética argentina, con la que se reemplazaron
combustibles líquidos como insumo para centrales eléctricas, se
expandió el polo petroquímico de Bahía Blanca —donde están las
plantas de la belga Solvay Indupa, de la norteamericana Dow, Mega
(de YPF, Dow y la estatal brasileña Petrobras) y Profertil (de YPF
y la canadiense Agrium)— y se creó uno de los mayores parques
automotores a gas natural comprimido (GNC) del mundo. Aún hoy, y
aunque el gas ya no abunde como hasta fines de los 90, dos de los
trece millones de vehículos que circulan en el país lo hacen a
GNC.
Vaca Muerta tiene recursos por 308 billones
de pies cúbicos (TCF, por sus siglas en inglés) en una superficie
100 veces mayor a Loma La Lata. López Anadón especula con que si un
décimo de esos recursos se transforma en reservas, significará que
Argentina contará con el triple del gas que le proveyó Loma La
Lata, cuya producción está en declive. Tres veces Loma La Lata
sería mucho, suficiente para recuperar el autoabastecimiento y
hasta para volver a exportar —si así lo decidieran los gobernantes
de turno— pero no llegaría a la mitad de Arabia Saudita.
Tampoco el ministro de Economía e ideólogo
de la nacionalización del 51% de YPF en 2012, Axel Kicillof, se
ilusiona con que Argentina nade en crudo.
—Lo que buscamos es el autoabastecimiento.
No tenemos el objetivo de convertirnos en un emirato árabe. No
estamos para nada detrás de eso. Nosotros importamos el 10% de
nuestra energía. Estados Unidos importaba el 60% y ahora consiguió
bajar al 40%. Lo que queremos hacer nosotros es 100 veces menos que
lo que hicieron ellos —aclara Kicillof en una mesa redonda de su
amplio despacho del Palacio de Hacienda, delante de su escritorio y
de su biblioteca, que sirve como vitrina para souvernirs de la larga marcha estatizadora del
kirchnerismo: un par de azulejos con el viejo logo de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales que le envió un matrimonio de Bariloche
después de que Cristina Kirchner anunciara la expropiación contra
Repsol, una copia del certificado de tenencia de las acciones
nacionalizadas, un avioncito de Aerolíneas Argentinas y una
miniatura de uno de los simuladores de vuelo de la línea aérea de
bandera.
De formación marxista y autodefenido como
seguidor de Keynes, sobre quien escribió su tesis doctoral en
economía, Kicillof militó como estudiante de la Universidad de
Buenos Aires (UBA) en la agrupación Tontos pero No Tanto (TNT) y
era profesor allí cuando en 2009, tras el enfrentamiento de los
Kirchner con las patronales agrarias, se sumó como director
financiero a la recién reestatizada Aerolíneas. Todos aquellos
souvenirs compiten por el espacio con
fotos de Néstor y Cristina Kirchner y con un casco del programa
social Más Cerca, que subsidia el empleo en municipios para
pequeñas obras de infraestructura. Kicillof fue subgerente general
de Aerolíneas hasta el 10 de diciembre de 2011, cuando dejó ese
puesto y cerró su Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino
(CENDA), crítico de las estadísticas públicas manipuladas por el
kirchnerismo desde 2007. Aquel día pasó a cumplir el rol de
viceministro de Economía, paso previo a ser ministro.
En diciembre de 2011 ya se cocinaba la idea
de la expropiación de YPF. Eran los tiempos del primer déficit
comercial energético en 28 años, es decir, la pérdida del
autoabastecimiento ante crecientes y monstruosas importaciones de
gas y fuel oil para generar la energía que demandaba una economía
aún en crecimiento y con tarifas eléctricas y gasíferas fuertemente
subsidiadas, al menos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el
conurbano. También eran tiempos de fuga de capitales, instauración
del cepo cambiario y presión a las multinacionales para que no
distribuyeran dividendos a sus casas matrices. Solo una compañía
desodebecía la orden: la YPF de Repsol (58%) y los Eskenazi
(25%).
—¡El problema es que Repsol se sigue
comportando como la gasolinera que era antes de quedarse con
YPF!
En la quinta presidencial de Olivos, en uno
de los encuentros que comenzó a tener con Cristina Kirchner y su
hijo Máximo para convencerlos de la idea de echar a los españoles,
Kicillof les recordó a ambos que hasta 1999, Repsol concentraba su
actividad en la refinación y despacho de combustible. El
viceministro, por entonces de 40 años, quería que el Estado
asumiera el control de la petrolera y recuperara su producción de
crudo y gas. Kicillof ya había sumado a Máximo Kirchner —de 34 por
entonces— como aliado clave en el plan que tejía tras bambalinas.
Faltaba persuadir a la jefa de Estado. El fundador y mentor de La
Cámpora había promovido al economista simpatizante (aunque no
dirigente) de la agrupación juvenil kirchnerista en la función
pública. Encumbrado por su madre a un rol informal de consejero
presidencial mucho más relevante que el que había ocupado durante
el gobierno de su padre (2003-2007), Máximo fue quien le abrió a
Kicillof las puertas de Olivos. También le granjeó el permiso de la
Presidenta para intervenir en la política energética que hasta
entonces dominaba el ministro de Planificación Federal, Julio De
Vido. El ex arquitecto de la desaparecida telefónica estatal Entel,
que solo en los papeles sigue controlando la Secretaría de Energía,
veía cómo se desvanecía su poder hacía un año, desde de la muerte
de su amigo Néstor Kirchner.
«Desde que se descubrió Vaca Muerta, Repsol
está recorriendo el mundo ofreciéndose como carrier, que es lo mismo que decir comisionista.
Quiere jugar un rol parasitario», Kicillof seguía argumentando ante
Cristina y Máximo Kirchner, en la noche de la quinta presidencial.
Quería persuadirlos de que el grupo español no invertiría en la
formación neuquina sino que buscaría asociarse con grandes
operadores internacionales y quedarse con una renta como
intermediario. Se refería a hallazgos que la YPF privada había ido
anunciando desde diciembre de 2010. En realidad, no se trataba de
descubrimientos propiamente dichos, sino que a partir de la
perforación de unos primeros pozos y la fractura de la roca
subterránea de Vaca Muerta estaba comprobándose que eran
recuperables recursos cuya existencia se había ido conociendo desde
los años 20 hasta los 70.
¿Por qué no se había explotado antes Vaca
Muerta?
Porque no es lo mismo un pozo convencional
que uno no convencional. Lo que se obtiene de uno u otro es el
mismo petróleo, más o menos pesado, o el mismo gas, pero la
diferencia radica en el tipo de reservorio donde se encuentran y la
técnica con la que se los obtiene. Los hidrocarburos se formaron
hace cientos de millones de años a partir de restos de
microorganismos, y no de dinosaurios, como suele repetirse. Algunos
petroleros reflexionan que el hidrocarburo tardó millones de años
en generarse y ellos lo extraen en segundos una vez que el pozo
está en marcha. En la estepa árida, soleada y ventosa donde hoy se
extiende buena parte de Neuquén había mar. «Las aguas eran cálidas
y en ese mar vivía una extraordinaria fauna de reptiles marinos,
tortugas, los famosos amonites (moluscos extintos) y muchísimos
otros invertebrados», explicó el doctor en Ciencias Geológicas e
investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Ténicas (CONICET) Ricardo Alonso en un artículo que publicó en el
diario El Tribuno, de Salta, en
2012.
«En el fondo marino y en condiciones
anóxicas (sin oxígeno) se iba acumulando la materia orgánica
proveniente del plancton marino y toda la demás masa muerta, que
con el tiempo y el enterramiento comenzaría a convertirse en un
bitumen. Esto ocurría unos 140 millones de años atrás y esos
sedimentos negros son lo que hoy se llama formación Vaca Muerta,
que según los lugares alcanza un gran espesor y es lo que
constituye una roca madre», completó Alonso, profesor adjunto de
las universidades de Salta y Arizona (Estados Unidos).
Esa roca madre, como la que muestra el
geólogo Bowker, es de baja porosidad y escasa permeabilidad y
contiene el petróleo y el gas encerrados en millones de poros
microscópicos separados entre sí por arcillas compactas. Por el
movimiento de la corteza terrestre, la roca, también llamada
generadora, se ha ido fisurando y
liberando los hidrocarburos hacia la superficie. Parte de ellos
quedaron retenidos en las denominadas trampas, entre rocas porosas y permeables. Los
pozos convencionales son los que buscan el petróleo en esas
trampas. Los petroleros cuentan que en Arabia Saudita es solo
cuestión de perforar esas trampas y salta el chorro de crudo. En
otros casos se necesita la cigüeña o aparato individual de bombeo
(AIB) para que suba el combustible.
Pero no todas esas rocas son tan permeables.
Por eso desde los años 40 se practica el fracking en yacimientos convencionales. La novedad
que en Estados Unidos empezó a estudiarse en los 70, por iniciativa
del Departamento de Energía, ante el alza del precio del petróleo y
para la búsqueda de fuentes alternativas de energía, fue que la
fractura hidráulica se comenzara a utilizar para explotar recursos
no convencionales. Esa técnica se convirtió en una revolución en
los 2000.
¿Por qué los geólogos llaman
alternativamente roca madre o roca generadora al shale?
Porque es allí donde los restos de
microorganismos atrapados en la roca se «cocinaron» a altísimas
presiones durante millones de años para luego migrar a los
reservorios convencionales. La idea de ir por la gallina de los
huevos de oro siempre estuvo latente, pero se desechaba
sistemáticamente por sus costos mientras seguían siendo abundantes
los recursos más fáciles (y más baratos) de extraer. Si la corteza
terrestre fuese una lasaña, el shale
sería la masa que le sirve de base. A nadie se le ocurriría
entrarle al plato comenzando por ella.
Ante la caída de producción de los pozos
maduros en la superpotencia, casi tan antiguos como los de
Argentina, también se comenzó a buscar hidrocarburos en arenas
compactas, es decir, menos permeables y porosas que las trampas,
pero más que las rocas madres. A ese petróleo o gas se le llama
tight, que es distinto al shale, pero que también se extrae con fracking masivo y se considera no convencional. Se
calcula que solo un quinto de los hidrocarburos en el mundo ha
fluido hacia las trampas. La gran mayoría está en arcillas y arenas
compactas, pero cuesta mucho más extraerlo.
Para abrir fisuras en las arenas compactas
—el tight— o para reabrirlas en las rocas
madres —el shale— se inyecta una mezcla
compuesta por más de 90% de agua y también arena y una variedad de
químicos, entre tres y ocho variedades por pozo, según López
Anadón, el presidente del IAPG. En ambos casos, es como martillar
la masa de roca para romperla en un montón de pedacitos. La presión
del agua produce la fractura, mientras la arena y los químicos
cumplen la función de sostén de esas fisuras para que se libere y
fluya el hidrocarburo.
—A la roca de abajo hay que hacerla mierda
—reconoce crudamente el subsecretario de Combustibles de Neuquén,
Gabriel López, cuarentón, con barba candado, de camisa arremangada
y sin corbata en el piso 13 de un hacinado y céntrico edificio
público de la capital neuquina.
Cordobés pero radicado en esa tierra de
migrantes hace más de 20 años, López pronuncia mierda con la característica tonada de sus pagos,
en un despacho decorado con un mapa de la provincia dividida por
áreas de concesión hidrocarburífera y con un casco de petrolero
igual al que tiene Kicillof tras su escritorio en el Palacio de
Hacienda.
López Anadón, preocupado por que los
periodistas llamen estimulación
hidráulica al fracking o fractura,
disiente con el subsecretario:
—Si la hacés mierda, no vas a conseguir
petróleo ni gas.
Se refiere a que la fractura debe permitir
que se unan poros de la roca madre que contienen hidrocarburos y
que no tenían conectividad entre sí. El instituto que dirige, el
IAPG, fue creado en 1957 por empresas y profesionales relacionados
con la industria de los hidrocarburos para elaborar estudios,
publicaciones, cursos, congresos y actividades de difusión. Ahora
está en campaña a favor del fracking,
para contrarrestar las críticas ecologistas. Lo forman más de 150
empresas, no solo petroleras, incluida YPF, y gasíferas sino que la
mayoría son proveedoras de ellas, tan variadas como 3M (inventora
de la cinta scotch o los anotadores post-it, además de productos
químicos), la consultora Accenture, la constructora brasileña
Odebrecht, la tecnológica alemana Siemens, Fainser (la metalúrgica
del ex presidente de la Unión Industrial Argentina Juan Carlos
Lascurain) o Siderca (fábrica argentina de tubos de acero para
pozos petroleros del grupo Techint).
Para «hacerla mierda» o martillarla, a la
roca se le mete arena, agua y químicos a la fuerza. En una fractura
no convencional se inyecta la mezcla a una presión de 12.000 PSI,
la sigla en inglés de pulgada por libra cuadrada, mientras que en
la convencional se aplican 1.000 o 2.000. En otros términos, la
presión que se ejerce sobre un pozo de shale equivale a la que uno sentiría si estuviese
7.700 metros bajo el agua.
Carolina García es ingeniera en recursos
naturales y militante antifracking. Como
cuatro de cada diez ocupados en edad activa de Neuquén, trabaja
para el Estado. Tiene 36 años y nació en Tres Lomas, cerca de la
localidad bonaerense de Trenque Lauquen. Migró a la Patagonia a
poco de recibirse de ingeniera, a los 25, siguiendo a un ex novio
neuquino oriundo de Cutral Có. Entró en 2004 a la Administración de
Áreas Naturales Protegidas, donde a fines de 2013 ganaba $ 6.700
(unos u$s 1.120) como profesional nivel 2. En 2012, luego de
iniciada la fiebre del fracking en
Argentina, el director general de Recursos Faunísticos y Áreas
Naturales Protegidas, Marcelo Haag, inició un sumario
administrativo contra ella y otros tres empleados de su sector. El
cargo era un simple pretexto para deshacerse de ellos: los acusaban
de trabajar para la ONG Wildlife Conservation Society (WCS). El
proceso se montó a partir de la negativa de los cuatro técnicos a
firmar la autorización para las petroleras que querían perforar en
el área protegida Auca Mahuida.
Haag, un funcionario sin formación
universitaria pero con peso en el gobernante Movimiento Popular
Neuquino (MPN), convocó aquel año a una reunión entre los empleados
de su sector y los de la empresa francesa Total. Los técnicos de la
provincia explicaron que no permitirían que se realizaran trabajos
de hidrofractura en el área protegida. Y que si necesitaban más
información sobre la fauna amenazada que habitaba en la zona,
podían acudir a los archivos de la WCS. Un par de meses más tarde,
un periodista del diario Río Negro llamó
a Carolina para preguntarle sobre el sumario, del que no la habían
informado. Haag había ordenado investigar si los díscolos en
realidad procuraban que las petroleras pagaran por una
investigación de la WCS, la cual —según la denuncia que radicó el
funcionario— había sido presentada por ellos como la llave para
destrabar la explotación allí. Al poco tiempo, Haag debió levantar
el sumario: los empleados demostraron que militaban en otra ONG
llamada Conservación Patagónica y que la WCS jamás había hecho un
trabajo rentado para una petrolera ni para consultoras del
sector.
Por su empleo, Carolina tiene acceso a los
estudios de impacto ambiental que presentan las petroleras antes de
perforar un pozo en esas áreas. Y dice que uno convencional jamás
usa más de un millón de litros de agua, mientras que los no
convencionales utilizan entre 8 y 18 millones de litros. Como si
siguieran un guión unificado, los petroleros suelen replicar que
esos 18 millones de litros equivalen a 6 o 7 segundos del caudal
del río Neuquén. El nombre del afluente viene del mapuche
newenken, que significa, precisamente,
«correntoso».
En pozos convencionales agotados o de baja
presión se puede aplicar la llamada recuperación secundaria, que
consiste en aumentar la presión mediante la inyección de agua. En
esos casos se usa entre el 30% y el 35% del agua que en el
shale. También se puede recurrir a la
recuperación terciaria, en la que se estimula con polímeros y se
llega a emplear un 45% o 50% del agua usada en los pozos no
convencionales. Pero solo en un tercio de los pozos convencionales
suelen hacerse esas recuperaciones.
El fracking no
convencional también usa más arena. En cada fractura convencional
se usan entre 600 y 800 bolsas de arena, pero en las de esquisto,
hasta 9.000 o 10.000. En yacimientos de shale se pueden hacer pozos verticales, con entre
dos y cinco fracturas o etapas, u horizontales, con hasta diez. En
cada fractura promedio se usan 5.000 sacos de arena de 45 kilos
cada una, es decir, un total de 225 toneladas. Por lo tanto, un
pozo de shale puede necesitar entre 450 y
2.250 toneladas de arena, que no es la común, la que se encuentra
en Pinamar o Las Toninas, sino una resistente a la presión. Es la
arena cerámica o bauxita.
El 4 de mayo de 2012, cuando Cristina
Kirchner encabezó el acto de promulgación de la ley de
reestatización de YPF y anunció el nombramiento del ingeniero
Miguel Galuccio como su presidente, se quejó de que los anteriores
controladores de la petrolera, los españoles de Repsol, hubieran
importado esa arena del exterior. La YPF de Galuccio demoró 2 años,
pero consiguió encontrar esta arena especial en la provincia de
Chubut, cerca de Gaiman, el pueblito del té galés. No es un ahorro
menor; la arena que se importa para completar un solo pozo cuesta
más de un millón de dólares. Es el segundo mayor costo después de
lo que cobran las contratistas como Schlumberger por el servicio de
fracking.
En la fractura de la roca madre también se
usan más químicos. El IAPG publicó una lista de 15 de ellos y
explicó que suelen utilizarse en la vida cotidiana como
desinfectantes, detergentes, en cosmética o incluso en alimentos.
En ese listado figuran el ácido clorhídrico, que también se utiliza
para destapar cañerías; glutaraldehído, que sirve como
antibacteriano y para esterilizar equipamiento médico; y también la
lavandina, la soda cáustica, el carbonato de sodio, el bicarbonato
de sodio, el vinagre, el cloruro de potasio, la goma guar, las
sales de borato, la enzima hemicelulósica y otras, sustancias
surfactantes, arena y resina acrílica. Pero los ecologistas
consultados en Neuquén y Texas se quejan una y otra vez de que las
petroleras no revelan todo el contenido de la mezcla. La ONG
estadounidense FracFocus, que recopila datos públicos y privados,
identificó entre 600 y 900 productos químicos usados en la fractura
hidráulica no convencional, según cita el libro 20 mitos y realidades del fracking, que en 2014
publicó un equipo de trabajo integrado por el ingeniero Pablo
Bertinat, director del Observatorio de Energía y Sustentabilidad de
la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Rosario; su colega
Eduardo D’Elía, docente de la Universidad Nacional de la Patagonia
Austral; el licenciado en geografía Roberto Ochandio, de
trayectoria en la industria petrolera; el Observatorio Petrolero
Sur (OPSur); la socióloga e investigadora del CONICET Maristella
Svampa, una de los baluartes de la lucha antifracking, y el abogado ambientalista Enrique
Viale.
El mayor uso de agua, arena y químicos en
pozos no convencionales lleva también a una utilización más
intensiva de equipos y camiones. Además, en la actividad
tradicional las perforaciones se hacen separadas entre sí, pues
cada una absorbe los hidrocarburos que fluyen por las trampas
permeables y porosas. En cambio, en el shale y el tight se
construye un pozo al lado del otro. Si se tiene la certeza de que
hay petróleo o gas en un lugar, hay que hacerlo gruyer para
extraerlo de arcillas o arenas poco permeables y porosas. Las
petroleras arman las locaciones, donde limpian toda la vegetación
de un terreno de una hectárea y media y en ella hacen entre uno y
ocho pozos. Allí despliegan en las etapas de perforación y fractura
todos sus camiones, maquinarias y plantas de tratamiento de los
hidrocarburos, del agua contaminada y de los sólidos que también
fluyen desde las profundidades de la tierra.
A Estados Unidos le sucedió en los años 80 y
90 lo que a Argentina en los 2000: sus pozos convencionales
comenzaron a tornarse maduros y la producción comenzó a declinar.
Por eso es que primero uno y después otra han apostado al
fracking no convencional. Hay otros
países ricos en gas de esquisto, pero que aún cuentan con el de las
trampas, por lo que no necesitan todavía echarse a frackear. Son los casos de Argelia (3º en recursos,
según el EIA); México (6º), que tiene interés en la nueva
tecnología, pero primero espera agotar los pozos convencionales con
la apertura a la inversión privada tras más de 70 años de monopolio
estatal; Rusia (9º) o Brasil (10ª), que se ha enfocado en la
producción en el mar. Lo mismo sucede con ciertos países ricos en
petróleo de esquisto, como Rusia (1º), Libia (5º), Venezuela (6º) o
México (7º), aunque el abaratamiento del crudo puede que ralentice
los planes de inversión mexicanos y brasileños tanto como los de
Vaca Muerta.
El 27 de agosto de 1859, la Pennsylvania
Rock Oil Company perforó el primer pozo en tierra estadounidense.
No existía el automóvil y el combustible se usaba para las lámparas
de kerosene. Pero Texas, el estado más petrolero de la primera
economía del mundo, solo descubrió su primer yacimiento en 1901,
apenas 6 años antes que Argentina y 16 después de la invención del
primer coche a gasolina. El ingeniero Anthony Lucas, nacido en
Croacia bajo el nombre de Antun Lučić, y su equipo perforaron en
busca de crudo unos 347 metros en Sindletop, cerca de Houston, un
10 de enero de aquel año y de repente «se les vino», como dicen los
petroleros de aquí y allá, un chorro de «oro negro» de 50 metros de
altura. Tardaron 9 días en controlar el desparramo.
Un 13 de diciembre de 1907, el ingeniero
Julio Krause perforó 545 metros en el entonces pueblo de Comodoro
Rivadavia —en lo que en 1955 se convertiría en la provincia de
Chubut— y envió rápidamente un telegrama a la oficina de Minas de
Buenos Aires para anunciar el primer hallazgo de petróleo en
Argentina. El crudo era privado en aquel tiempo, como hasta ahora
sigue siéndolo en Estados Unidos. En 1913, Ford anunció la
instalación en Argentina de su primera fábrica de autos fuera de
Estados Unidos. Y en 1918 se halló crudo por primera vez en
Neuquén, la provincia que también se fundó en 1955. En aquel tiempo
todas estas provincias patagónicas eran territorio nacional
administrado directamente desde Buenos Aires.
El equipo de perforación Patria, que dirigía
el ingeniero Enrique Cánepa, buscaba petróleo en la polvorienta
estepa neuquina allá por 1918, en parajes estudiados tres años
antes por el geólogo alemán Hans Keidel. Pasaron meses y no
encontraron nada. El dinero de la inversión se acababa. Algunos
trabajadores se cansaron de sudar por tan poco y fueron
reemplazados por presos de la cárcel de la ciudad de Neuquén
(fundada en 1904). Los presidiarios dormían en las alcantarillas
del tren. Pasaba el ferrocarril por allí y sin detenerse les
arrojaban una bolsa con los billetes de su salario. En agosto,
cuando ya no había ni para pagarles a los presos, los inversores
ordenaron que se frenara la exploración, pero Cánepa y su tropa
persistieron y el 29 de octubre a 605 metros de profundidad en lo
que ahora se llama Plaza Huincul hallaron petróleo. Faltaban cuatro
años para que el gobierno del radical Marcelo T. de Alvear le
encargara al general Enrique Mosconi la dirección de la primera
petrolera estatal del mundo, Yacimientos Petrolíferos Fiscales
(YPF), que monopolizaría por décadas la producción en Argentina.
Restaban 92 años para que en 2010 la YPF controlada por la española
Repsol y gestionada por los Eskenazi, entonces amigos de los
Kirchner, perforara 2.000 metros más profundo que Cánepa e hiciera
el primer pozo de shale de Sudamérica.
Las de 2010 eran las primeras pruebas en hidrocarburos no
convencionales de la YPF privada, muy acotadas en comparación con
el desarrollo mucho más intensivo, aunque aún lejos del potencial,
que está desarrollando la petrolera renacionalizada.
El mismo año en que el equipo Patria hallaba
petróleo en Plaza Huincul, a 73 kilómetros de allí se instalaron
cerca del nuevo pueblo de Añelo, recién fundado en 1915, algunos
mapuches sobrevivientes de la llamada Conquista del Desierto
(1878-1885). Aquella avanzada militar del gobierno de la Argentina
nacida en 1810 tomó el control de la Patagonia y el sur de la
región pampeana a fuerza de cobrarse hasta 20.000 vidas y 10.000
prisioneros. En aquel 1918, año del descubrimiento del petróleo
neuquino, llegó a Añelo la abuela del actual logko (se pronuncia ‘lonko’ y significa jefe) de la
lof (comunidad) Campo Maripe, Albino
Campo, de 57 años, el mismo que ahora batalla por las tierras donde
YPF y Chevron han emplazado el primer cluster
shale (conglomerado productivo de hidrocarburos de esquisto)
fuera de Estados Unidos. Aquella señora se casó en los años 40 en
Añelo con Pedro Campo, un mapuche llegado de Chile, como tantos
otros corridos de sus tierras del otro lado de los Andes. Juntos
engendraron a Felisario, el padre del logqo y sus seis hermanas mujeres. Una de ellas,
Mabel Campo, de 47 años, ocupa el cargo de inal logko (vicejefa) de la comunidad y conserva la
libreta de matrimonio de sus abuelos que, según ella, es la más
antigua expedida por el municipio de Añelo. Eran tiempos en los que
la industria petrolera ni se había acercado a estos pagos y el
pueblo vivía de la ganadería caprina, ovina y vacuna, según lo que
pudiera sobrevivir entre el angosto vergel de 2 kilómetros entre el
río Neuquén y la aridez de la meseta con su monte de jarillas,
zampas, chañares, alpatacos, molles, uñas de gato, coirones,
matasebos —que se usa para prender el fuego— y otros arbustos
verdes pálidos. Aunque algunos petroleros repitan que se trata de
un desierto, hay vegetación, animales y pequeños ganaderos. No es
el Sahara. De ahí que su conquista suponga conflictos por los
derechos a la propiedad y al medio ambiente.
Los Campo Maripe ya tenían por entonces sus
animales y ocupaban sus tierras, aunque sin título de propiedad,
como la mayoría de la comunidades indígenas y de puesteros o
crianceros, como se les llama a los pequeños campesinos criollos de
aquellos pagos.
—Tenemos documentación de los recibos de
pago de impuestos que venían de Buenos Aires —cuenta una sobrina de
Albino y Mabel Campo, Lorena Bravo, de 35 años, una kona (joven guerrera) de la comunidad en una visita
al territorio minado de torres de perforación y equipos de
fracking del cluster
shale Loma Campana, de YPF y Chevron. Allí están las 15.000
hectáreas que ellos reclaman.
El gobierno nacional cobraba aquellos
impuestos en concepto de pastaje de los animales en tierras
fiscales. Allá por los años 30 la abuela de Albino y Mabel Campo
llegó a tener 15.000 ovejas. Hoy los 110 integrantes de la
comunidad Campo Maripe cuentan con 600 chivas, 35 vacas y 20
caballos, 15 de ellos mansos.
Albino Campo renunció en 2014 a su trabajo
como agente de seguridad privada de la empresa CBS en instalaciones
petroleras. Se había desempeñado en esa compañía durante 24 años.
En los últimos tiempos custodiaba la base de operaciones en Añelo
de Oil M&S, la petrolera y proveedora de servicios para la
industria del empresario Cristóbal López, que ya era rico antes de
los Kirchner pero que con ellos en el poder se ha convertido en uno
de los más poderosos del país. Albino ganó su dinero como empleado
de la industria petrolera, pero el año pasado optó por dimitir para
dedicarse de lleno a la lucha por el reconocimiento oficial de su
comunidad como indígena, objetivo que finalmente consiguió, y la
legalización de sus tierras, asunto que aún está en disputa. Su
hermana Mabel es ama de casa, pero ahora también está dedicada a la
pelea por el territorio. Ambos están casados con criollos.
—Hay matrimonios mixtos de mapuches y
criollos, pero se conserva la cultura —aclara Mabel, cuyo marido
trabaja en la Dirección Provincial de Vialidad.
Los dos y sus respectivas hermanas nacieron
en el campo que reivindican, en el paraje Fortín Vanguardia, según
consta en sus partidas de nacimiento. En una de las tranqueras de
entrada al yacimiento Loma Campana, al que siguen ingresando
mientras dura el conflicto, la voz suave de Albino Campo no solo
desafía al habitual viento patagónico sino también a los que ponen
en duda sus derechos propietarios: el gobierno neuquino, que los
reconoció como comunidad pero aún no sus hectáreas, e YPF, que
deberá pagarles la llamada servidumbre el
día en que cuenten con el título de las tierras.
—Que le hagan juicio al Registro Civil
—dice.
Su sobrina Lorena es otra de los tantos
integrantes de la familia que se desempeña en el mundo petrolero:
atiende en la única estación de servicio de Añelo, una YPF. La
industria hidrocarburífera está instalada en la zona desde los años
70, pero entonces había llegado para explotar el gas convencional
de Loma La Lata, fuera del territorio reclamado por los Campo
Maripe. Hasta la primera década del siglo actual ningún ingeniero
había considerado explotar Vaca Muerta.
Cuando la abuela de los Campo arribó a
Añelo, Vaca Muerta era solo el nombre con el que se conocía a una
sierra cercana a Zapala a 125 kilómetros de allí.
Por la Sierra de la Vaca Muerta andaba
explorando en 1923 el geólogo y paleontólogo norteamericano Charles
E. Weaver (1880-1958) y cuatro de sus mejores alumnos. Este
profesor de la Universidad de Washington había sido contratado por
la petrolera Standard Oil de California, que en 1984 se fusionaría
con Gulf Oil para crear nada menos que Chevron. Weaver, al igual
que muchos otros geólogos extranjeros, merodeaban por Argentina en
los años 20 para lo que técnicamente se llama caracterizar el subsuelo, paso previo para perforar
y descubrir o no petróleo.
«Año 1923. En algún lugar del departamento
Picunches y a unos 30 kilómetros al noroeste de Zapala, pequeñas
figuras humanas se recortan contra las sierras roijzas, hurgando
aquí y allá en el tórrido verano neuquino. Piquetas en mano, de
tanto en tanto alguien revela extraños fósiles», cuentan en su
libro Yeil. Las nuevas reservas el
ingeniero civil Rubén Etcheverry, uno de los pioneros en el
desarrollo de Vaca Muerta y fundador en 2008 de la estatal neuquina
Gas y Petróleo (GyP), y el fallecido periodista Miguel Toledo. «Los
hombres que deambulaban por los faldeos de la Sierra de Vaca Muerta
estaban investigando una formación geológica que hoy puede
inaugurar en la provincia una nueva era en la producción de
hidrocarburos. En 1923 Weaver comenzó un extenso trabajo de campo
en la cuenca neuquina, elaboró mapas de grandes áreas, tomó
valiosos datos estratigráficos y formó una colección de
invertebrados fósiles de miles de piezas que revelaban el alto
contenido orgánico de la formación y por ende su actual condición
de productora de hidrocarburos. Lo que Weaver estudió fue la
sucesión de sedimentos del Jurásico y Cretácico que se acumularon
en el llamado Engolfamiento Neuquino, es
decir, el océano Pacífico que por entonces irrumpía en la cuenca
hasta más allá de donde hoy está la ciudad de Neuquén»,
reconstruyen Etcheverry y Toledo los tiempos pasados hace millones
de años, cuando existían los dinosaurios. Weaver vio el
afloramiento de la formación Vaca Muerta en la superficie, pero
desconocía que aquella roca madre se extendía por el subsuelo a lo
largo y ancho de 30.000 kilómetros cuadrados, entre 1.000 y 3.000
metros de profundidad.
Aquel libro, Yeil,
fue publicado en 2012 cuando Etcheverry aún era presidente de GyP
y, por lo tanto, funcionario del gobierno de Jorge Sapag. Todavía
no había expresado sus sospechas de presuntos negociados en la
licitación de áreas de Vaca Muerta. Jorge Sapag, que gobierna desde
2007, es sobrino del cinco veces gobernador neuquino Felipe Sapag
(1917-2010), fundador del Movimiento Popular Neuquino (MPN). Los
que no quieren al MPN dicen que es como el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) de México, que gobernó 71 años ininterrumpidos,
o el Partido Colorado de Paraguay, que permaneció 61 años en el
poder, incluidos los del régimen militar. El MPN es un partido que
fundaron intendentes peronistas en 1961 ante la proscripción que 6
años antes había sido impuesta contra la fuerza política fundada
por Juan Domingo Perón. Felipe Sapag fue uno de sus creadores y su
familia, de origen árabe, ha dominado el partido hasta ahora,
aunque también ha enfrentado y a veces perdido con una línea
opositora interna encarnada por Jorge Sobisch, el dos veces
gobernador que fue absuelto en el juicio por la represión policial
que acabó con la vida del maestro Carlos Fuentealba en 2007. El MPN
ha ganado todas las elecciones a jefe provincial desde su
fundación: en 1963, 1973, 1983, 1987, 1991, 1995, 1999, 2003, 2007
y 2011. Incluso gobernó entre 1970 y 1973, en el final de la
dictadura cívico-militar autodenominada Revolución Argentina.
Etcheverry rompió en junio de 2013 con el
MPN para aliarse al intendente radical de Neuquén Horacio
Pechi Quiroga. Pero poco antes, el 1º de
agosto de 2012, le dedicó así su libro a Jorge Sapag: «Jorge,
muchas gracias por la oportunidad y todo el apoyo, para poder
brindar un granito de arena más en este gran proyecto que
compartimos: “Neuquén”. Afectuosamente, Rubén».
En la Residencia de la Costa, la casa de los
gobernadores neuquinos que tiene un parque tan bien cuidado como la
quinta de Olivos, Jorge Sapag, vestido con un traje color crema
como los que usaba Carlos Menem, recomienda la lectura de
Yeil, pero descalifica a
Etcheverry:
—Para mí es un tipo que se desdibujó. Fue
senador suplente de Frente para la Victoria (FpV) de Nancy Parrilli
y Marcelo Fuentes, funcionario mío y después se largó (candidateó)
a diputado provincial por Quiroga, entonces… un tipo con tanta
dispersión algún problema psicológico tiene, ¿no? Lo respeto porque
hizo muchas cosas, pero bueno…
Etcheverry, ingeniero neuquino por la
Universidad de La Plata y con un posgrado en administración de
empresas de la ultraortodoxa Universidad del Centro de Estudios
Macroeconómicos de Argentina (UCEMA), fue subsecretario de Energía
del gobierno de Felipe Sapag entre 1995 y 1999. El gobierno de
Néstor Kirchner lo nombró gerente de operaciones y nuevos negocios
de la petrolera estatal que fundó en 2004, Energía Argentina SA
(Enarsa), y también presidente de la sociedad Enarsa Servicios.
Enarsa, invento de De Vido, se quedó con todas las áreas marítimas
de Argentina con la idea de conseguir socios privados que
invirtieran en ellas, pero al final de cuentas ha concentrado su
operatoria en la importación de combustibles.
En 2007, Etcheverry fue candidato a senador
suplente por el kirchnerismo, en tiempos en que Pechi Quiroga era
uno de los radicales K. Al año siguiente, cuando Neuquén se lanzó a
promover Vaca Muerta y a su vez buscaba captar parte de la renta
que pudiera generar, Sapag encargó a Etcheverry la fundación de
GyP. Con un modelo similar a Enarsa, esta petrolera provincial se
hizo con todas las áreas no concesionadas de Neuquén para asociarse
con otras empresas que las explorasen y desarrollasen, aunque
algunas de las ganadoras de las licitaciones de esos bloques
acabaron haciendo un negocio inmobiliario porque solamente
vendieron sus partes a inversores con capacidad real de explotar el
shale. En junio de 2013, Etcheverry dejó
la presidencia de GyP con el argumento de que se oponía al acuerdo
que YPF iba a cerrar con Chevron. «Salió el decreto de soberanía
hidrocarburífera y el gobierno provincial lo aceptó porque quería
alinearse al kirchnerismo. Peleamos 50 años para que el recurso
fuera de la provincia y con un decreto Cristina se lo quitó a
Neuquén y se lo dio a Chevron», explicó Etcheverry su renuncia al
diario La Nación.
Pero del debate que plantea este ingeniero
sobre la conveniencia o no del acuerdo de YPF con Chevron nos
ocuparemos más adelante. También abordaremos la responsabilidad o
no del ex presidente de GyP en las polémicas licitaciones que
organizó y después criticó.
Lo concreto es que por el convenio
YPF-Chevron, la roca madre Vaca Muerta ya está produciendo. Pero no
es la única formación no convencional de la cuenca neuquina que
están poniendo a prueba. Arriba de Vaca Muerta, más cerca de la
superficie, están las formaciones Agrio, de shale, y Mulichinco, de tight. Debajo están Las Lajas, de arcillas
compactas, y Los Molles, de esquisto.
En todas esas formaciones, que atraviesan el
subsuelo de numerosos yacimientos a lo largo de Neuquén y partes de
Mendoza y Río Negro, ya están haciendo pruebas o produciendo
diversas compañías, pero ninguna con la intensidad de la petrolera
nacionalizada y Chevron, que también cuenta con áreas propias.
Otras compañías están haciendo sus tanteos también en Vaca Muerta y
las otras formaciones no convencionales: Pluspetrol, propiedad de
las familias Rey y Poli, de muy bajo perfil; la angloholandesa
Shell; Petrobras; Medanito, de las familias Grimaldi y Carosio; la
francesa Total; Pan American Energy (PAE) cuyo 60% pertenece a la
británica BP, 20% a la estatal China National Offshore Oil
Corporation, CNOOC, y el otro 20% a Bridas, la empresa de los
mayores millonarios de Argentina, los hermanos Carlos y Alejandro
Bulgheroni más ricos incluso que Paolo Rocca, dueño de Techint; la
pequeña canadiense Americas Petrogas; Roch, que lleva las siglas de
su principal accionista, Ricardo Omar Chacra; y la estadounidense
ExxonMobil, que en 2012 vendió sus estaciones de servicio Esso a
Axion Energy, propiedad de CNOOC y Bridas.
Si se excluye Estados Unidos, que le sacó
una gran ventaja en hidrocarburos no convencionales al resto, la
mitad de las perforaciones de pozos de shale en el resto del planeta en 2014 ocurrió en
Argentina, según la consultora británica especializada en energía
Wood Mackenzie. Aunque debería resultar inconcebible, el
Departamento de Energía de Estados Unidos es la única fuente para
conocer los recursos de los que dispone Argentina. En petróleo son
4.400 millones de barriles de convencional y 27.000 millones de
barriles no convencionales, cifra solo superada por Rusia (75.000
millones), Estados Unidos (58.000 millones) y China (32.000
millones). En gas son 29 billones de pies cúbicos de convencional y
802 billones de no convencional, solo inferiores a los de China
(1,1 trillones) y por encima de Argelia (707 billones) y Estados
Unidos (665 billones). Claro que hablamos de recursos y no de
reservas.
Solo Estados Unidos logró cuantificar 462
billones de pies cúbicos de reservas de gas no convencional. Por el
contrario, China se topó con dificultades para explotar sus
hidrocarburos de esquisto por la falta de agua y la complejidad
para transportarla a las montañas donde se encuentran. De todos
modos, ya está produciendo.
En Neuquén, en cambio, hay disponibilidad de
agua. Antes del desarrollo no convencional, la provincia usaba el
5% de sus recursos hídricos para consumo humano, agrícola e
industrial y el restante 95% seguía rumbo al mar. Ahora, la
industria petrolera dice que usará un 1% adicional para el
fracking. El gobierno neuquino prohibió
además usar agua de los acuíferos para la fractura. La discusión
radica en si se utilizará realmente solo aquel 1% y en el impacto
ambiental, que puesto así puede parecer poco, pero quizá no lo sea.
Las petroleras pagan 1 peso (0,11 dólares a fines de 2014) por cada
1.000 litros, frente a los 15 pesos (1,74 dólares) que abonan en
Chubut y los 2,70 dólares promedio que desembolsan en Estados
Unidos. Si pudieran hacer pozos en la ciudad de Buenos Aires o en
alguno de los 18 partidos del conurbano donde AySA presta el
servicio de agua de red, pagarían 9 pesos (1,06 dólares) cada 1.000
litros.
También en Chubut hay hidrocarburos no
convencionales. Aunque los ojos están centrados en la cuenca
neuquina, en la del golfo San Jorge está la roca D-129, donde se
practicaron pruebas satisfactorias de recuperación de petróleo y
gas. Además hay hidrocarburos en una cuenca prácticamente
inexplorada por la industria petrolera y en la que por un tiempo
largo tampoco habrá inversiones, la chaco-paranaense, en la
provincia de Chaco. Las petroleras apuestan por cuencas donde ya
desarrollaron petróleo o gas convencional y cuentan con la
infraestructura y los proveedores necesarios para trabajar.
En términos geológicos, la formación Vaca
Muerta presenta buenos parámetros para producir, según comprobó ya
YPF. Por ejemplo, en cantidad de carbono orgánico, muestra una
relación de 3/10, superior a la mejor formación de Estados Unidos
en este aspecto, Marcellus, que se encuentra en los estados de
Virginia Occidental, Pensilvania y Nueva York. El espesor de Vaca
Muerta es de unos 30 a 450 metros, es decir, no es uniforme en sus
30.000 metros cuadrados de extensión, por lo que tampoco es igual
de productiva en todos lados. Por eso las empresas codician ciertas
áreas, como la que Chevron pactó con YPF. Una de las formaciones de
mayor espesor de Estados Unidos es Wolfcamp, en Texas, y varía de
200 a 300 metros. La presión del reservorio de Vaca Muerta es de
4.500 a 9.000 PSI. En Eagle Ford, la roca mimada —o minada— en los
últimos años en la superpotencia porque revolucionó la producción
de petróleo, la presión es de 4.500 a 8.000 PSI.
El club de países desarrollados —y algunos
colados, como Chile, México y Turquía— que forma la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) calcula que en
2023 casi la mitad de la producción de hidrocarburos de Argentina
será no convencional. En Estados Unidos, el 70%. En la industria
petrolera argentina confían en que Vaca Muerta podrá atraer
inversiones por 10.000 millones de dólares anuales, recuperar el
autobastecimiento gasífero e impulsar la industria petroquímica.
Pero también señalan que a la caída del precio del barril de
petróleo, mientras el de gas se mantiene alto, se suman otros
escollos como la crisis de deuda que sufrió el país en 2014, la
falta de financiamiento externo o las trabas para que las
multinacionales giren utilidades a sus casas matrices. La discusión
sobre quién y por qué se invierte o no en Vaca Muerta quedará
también para más adelante.
Durante la década del 30, la infame, la que
comenzó con el primer golpe de Estado contra la democracia
argentina, se derribó el segundo gobierno del radical Hipólito
Yrigoyen y se impuso el conservadurismo y la corrupción sobre la
base del fraude electoral, la YPF estatal contrataba empresas de
servicios petroleros para el perfilaje de pozos. Mediante esta
técnica se pueden medir las características petrofísicas de las
formaciones geológicas y de los fluidos que en ellas residen y
cuantificar su potencial. Así fue como cerró trato con
Schlumberger, la mayor proveedora de servicios petroleros del mundo
fundada en 1926 por los hermanos franceses Conrad y Marcel
Schlumberger, que ahora tiene su sede en Houston y en la que
trabajó y escaló durante 12 años el ingeniero entrerriano Galuccio
hasta que Cristina Kirchner lo designó para presidir la YPF recién
expropiada. Es la misma Schlumberger que ahora lidera en el negocio
de la fractura en Vaca Muerta y multiplica sus contratos con YPF.
Fue también la primera que perfiló pozos que llegaban hasta esta
formación en los años 30. Para la década del 70 casi toda Vaca
Muerta estaba mapeada, aunque aún faltaba mucho tiempo e inversión
para que en Estados Unidos se desarrollara la técnica necesaria
para explotarla.