Capítulo 1
El descubrimiento

 

Kent Bowker respiró hondo. Sabía que estaba frente a una oportunidad única. Quería mostrarle al mundo que Estados Unidos podía volver a autoabastecerse de energía. Todo gracias al gas y al petróleo escondidos en las burbujas microscópicas de la roca Barnett, hundida 2.300 metros bajo el suelo del norte de Texas.
Bowker no había transitado nunca los pasillos del Capitolio, donde el presidente Bill Clinton acababa de zafar de la destitución por el escándalo Lewinsky. Tampoco estaba demasiado al tanto de la invasión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a los Balcanes, que mantenía ocupado a mediados de 1999 al establishment político estadounidense. Era un geólogo texano simplón, campechano y con sobrepeso, que acababa de renunciar a Chevron desencantado por el desmantelamiento de su equipo de «gas no convencional», al que algunos de sus ejecutivos se referían con sorna como «gas no comercial». Faltaba apenas una década y media para que la misma multinacional desembarcara en Argentina como la principal socia de YPF (51% estatal) en Vaca Muerta, el mayor reservorio de hidrocarburos no convencionales en explotación fuera de Norteamérica.
La empresa a la cual Bowker recién entraba a trabajar, Mitchell Energy, había apostado sin éxito desde principios de los 80 a extraer gas de formaciones shale como la Barnett. Aunque acababa de conseguir resultados sorprendentes en un par de pozos experimentales gracias a un cambio accidental en el fluido que usaba para fracturar la roca, sus acciones caían en picada en Wall Street. Los inversores empezaban a impacientarse ante sus masivas adquisiciones de campos que permanecían improductivos porque costaba perforar tan profundo, destruir las miniburbujas y extraer el gas que tanto necesitaba la superpotencia, al borde de otra crisis. El barril de crudo tomaba carrera para su salto más pronunciado de la era de los combustibles fósiles, mayor incluso que el posterior a la crisis del petróleo de 1973. Pero todavía cotizaba por debajo de los 20 dólares. Ninguneados durante décadas, los especialistas que advertían sobre el inminente agotamiento de la savia del capitalismo empezaban a aparecer en los diarios y la televisión.
Bowker, un rubio alto y simpático, de vestir tradicional y lentes redondos sin marco, cumplidor con el trabajo pero amante del descanso, no tenía mucho margen de error. Sabía que para convencer al país y al mundo de que ahí había un tesoro, antes tenía que persuadir a la plana mayor de Mitchell de doblar su apuesta por esa roca. Si no, lo iban a congelar como en Chevron. La mayoría del directorio no compartía el entusiasmo del viejo George Mitchell, un magnate obsesionado con volver a sacar de las entrañas de Texas la energía que el Tío Sam ahora tenía que ir a buscar a tierras lejanas y hostiles como las de Medio Oriente. Kent ya se había ganado enemigos poderosos en el directorio, incluido al nuevo CEO de la compañía, por haberles dicho que estaban equivocados, que la Barnett tenía más gas de lo que ellos mismos creían, y que él podía contarles lo que había aprendido en Chevron.
El geólogo rememora el momento más importante de su vida unos 15 años después, en su modesta oficina en The Woodlands, una ciudad en miniatura, arbolada como Cariló pero con asfalto y edificios modernos bajos, una urbe que desarrolló el mismo Mitchell en las afueras de Houston en la década del 70. Es el mismo lugar donde tenía su sede Mitchell Energy, la empresa que encabezó la revolución del shale.
—Aquí hay cientos de años de gas. Ya nunca más el gas va a ser caro. Si baja mucho el precio, bajará la perforación, pero después volverá a subir el precio por esa eventual baja. El autoabastecimiento de petróleo es más difícil, pero el de gas está garantizado —se jacta sin exagerar este geólogo pionero del shale de 59 años.
Sabe que Estados Unidos se reinventó en el último lustro y se siente en parte responsable del giro, con esa mezcla de orgullo y prepotencia tan propia de muchos petroleros.
Aquel día de la primavera boreal de 1999, tras un año de cuentas y mediciones, Bowker subió al salón de conferencias del quinto piso del cuartel general de la compañía para enfrentar al directorio, encabezado por el propio Mitchell y su hijo Todd. Sintió la mirada hostil del CEO, Bill Stevens, que venía de ExxonMobil y pasaba sus horas buscando la forma de sacar a Mitchell de su obstinación por las profundidades de Texas y convencerlo de ir a perforar a África, como hacían las majors. Empezó a exponer sus cálculos en lenguaje técnico hasta que Mitchell lo interrumpió para preguntarle cuánto gas realmente había debajo de los miles de acres que había alquilado durante años y que se había comprometido a alquilar por muchos más. Entonces el geólogo pidió una calculadora y tras un minuto que duró una eternidad dijo:
—185.000 millones de metros cúbicos de gas en cada milla cuadrada del área.
Era más de cuatro veces lo calculado hasta entonces por la empresa. El veterano Mitchell le respondió con una gran sonrisa y ordenó que alquilaran más acres —medida usada en la industria petrolera equivalente a 0,4 hectáreas— en Barnett. El mapeo de Bowker fue la chispa que encendió la revolución del shale en Texas.
El mismo efecto tendría para Vaca Muerta, 12 años después, en 2011, el informe de la Administración de Información sobre Energía (EIA, según sus siglas en inglés) de Estados Unidos que estimó que Argentina era el tercer país con más recursos de gas no convencional del mundo, solo por detrás de China y la superpotencia. Vaca Muerta es una roca hundida entre 1.000 y 3.000 metros debajo de la superficie de la provincia de Neuquén, y parte de Mendoza y Río Negro. En algunas zonas llega a aflorar en el suelo neuquino. Tiene una extensión de 30.000 kilómetros cuadrados, similar a la de Bélgica. En 2013, la EIA recalculó y determinó que Argentina superaba a Estados Unidos y que además tenía el cuarto reservorio de recursos de petróleo no convencional del planeta.
Las cuentas de aquel gordito republicano y enemigo de los ecologistas eran lo que venía a complementar el perfeccionamiento del fracking que había logrado por casualidad un ingeniero de la misma empresa al intentar abaratar el fluido que históricamente se usaba para rascar el fondo de la olla de los pozos convencionales.Mitchell Energy ganó aquel año casi 100 millones de dólares, tras haber perdido 50 millones en 1998. La reunión en la que Bowker expuso sus cuentas lanzó a la empresa a una desenfrenada carrera de alquileres de campos y perforaciones de pozos como no se veía desde los 70 en el estado que por entonces todavía gobernaba George W. Bush, cuyo PBI sería el 14º del mundo si se independizara de Washington. En 2001, cuando el joven Bush ya había llegado a la Casa Blanca, Mitchell vendió su compañía por 3.100 millones de dólares a Devon Energy y se coló en el panteón de los megamillonarios norteamericanos del crudo junto a David Rockefeller y J. Paul Getty.
Por sus servicios, Bowker recibió en 1999 solo 120.000 dólares y otros 20.000 en opciones sobre acciones. Menos de lo que gana un gerente en cualquier petrolera argentina.
—No estoy mal por los 20.000. Hay un montón de geólogos que estarían felices de haber hecho algo que iba a cambiar Estados Unidos, y no sé si el mundo —aclara. Cuando Mitchell Energy se vendió, Kent simplemente renunció porque sintió que Devon no estaba interesada en él.
Nick Steinsberger, el ingeniero que descubrió el líquido de fractura, no corrió mejor suerte. Bowker dice que no guarda rencor hacia el viejo Mitchell. Le agrada el anonimato y le siguen brillando los ojos cuando exhibe un tarrito con petróleo de otra formación shale del sur de Texas, Eagle Ford.
—Huele a dinero —sonríe, aunque el aroma se parece más a nafta y acetona.
Se apresura entonces a mostrar un trozo de la roca Barnett, algo gris, algo negra, ligeramente aceitosa al tacto, más liviana que un trozo de mármol del mismo tamaño pero más pesada que una piedra pómez o porosa.
Para convertir una piedra así en el petróleo que llena ese tarrito o en el gas que podría suplir el que Argentina importa de Bolivia o por barcos que vienen de Trinidad y Tobago o Qatar, hay que transitar un camino que incluye grandes cantidades de perforación, fracking, inversión, reparto de la renta, negocios, puestos de trabajo, trastornos sociales, pelea por la tierra y conflictos por el impacto en el medio ambiente. La diferencia entre la roca y el líquido del frasquito es similar a la que existe entre lo que la industria petrolera llama recursos y lo que denomina reservas. Los recursos, los que tiene Argentina en abundancia según los informes de Estados Unidos, son el petróleo y el gas técnicamente recuperables. Pero las reservas son los recursos económicamente explotables. Y eso depende de que el precio —libre o subsidiado— pague los costos de la extracción.
Estados Unidos inició su revolución del shale que lo convirtió en 2014 en el primer productor mundial de todos los hidrocarburos, por encima de Rusia, y que le ha permitido conseguir el autoabastecimiento de gas y soñar con el de petróleo, porque transformó esos recursos conocidos desde hace décadas en reservas. Por un lado, bajó los costos para extraer el crudo y el gas de esquistos bituminosos, que son esas rocas arcillosas como las que exhibe Bowker, el geólogo que mensuró Barnett. Básicamente se combinaron dos técnicas ya conocidas en la industria: el fracking y los pozos horizontales, que se diferencian de los tradicionales que se perforan en forma vertical. Por otra parte, el precio interno del gas en Estados Unidos y la cotización internacional del petróleo subieron tanto en los años 2000 que se justificaron las inversiones en hidrocarburos no convencionales, que son de dos a cinco veces mayores a las requeridas en pozos convencionales.
En plena discusión sobre la conveniencia o no del acuerdo de YPF con Chevron para explotar la principal formación shale de Argentina, un ex economista jefe de la petrolera argentina durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) comparó recursos con reservas y llegó a decir que «lo que hay en Vaca Muerta equivale en barriles de petróleo a la mitad de las reservas de hidrocarburos de Arabia Saudita». El autor de la frase fue el diputado de Propuesta Republicana (PRO) Federico Sturzenegger, secretario de Política Económica en el gobierno de Fernando de la Rúa (1999-2001) y uno de los principales asesores de la candidatura presidencial de Mauricio Macri en 2015. Sturzenegger la publicó en un artículo del diario La Nación en junio de 2013.
Más de un año después de aquel artículo, el 22 de septiembre de 2014, quedó claro que no solo el conservadurismo criollo se ilusionaba con la utopía saudita. La presidenta Cristina Kirchner se reunió ese día en Nueva York con el estadounidense de origen húngaro George Soros, quien por su patrimonio de 24.000 millones de dólares es el 20º hombre más rico del mundo, y compró en la bolsa el 3,5% de YPF entre 2013 y 2014. Horas después, en un encuentro con líderes sindicales de todo el mundo, la jefa de Estado se entusiasmó con Vaca Muerta: «Se habla ya de Argentina como la nueva Arabia Saudita», dijo. La Presidenta, que había viajado por la asamblea anual de la ONU y había aprovechado para concretar otras reuniones, les comentó a los gremialistas que la comparación con el país de Medio Oriente poseedor de un quinto de las reservas probadas de petróleo, solo superadas por Venezuela, había sido formulada por un funcionario norteamericano a un par argentino. Cristina Fernández de Kirchner aclaró que había una diferencia con Arabia: «No estamos en medio de guerras, no hay enfrentamiento religioso ni diferencias étnicas».
Aquellas declaraciones ocurrieron antes de que los sauditas emprendieran una ofensiva en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para sobreabastecer el mercado y bajar el precio del barril, lo que numerosos analistas internacionales interpretaron como un intento de dejar fuera de combate a nuevos competidores, como los frackers de Estados Unidos. Este cartel clave para la definición del precio del barril está integrado por 12 países. Además de Arabia Saudita, lo forman Argelia, Angola, el Ecuador de Rafael Correa, Irán, Irak, Kuwait, Libia, Nigeria, Qatar, los Emiratos Árabes donde trabaja Diego Maradona como embajador deportivo y la Venezuela de Nicolás Maduro. También hay quienes sostienen que la propia superpotencia estuvo detrás de esa rebaja del 46% en 2014, desde los 98 dólares por barril a los 53. Era un bajón dañino para su revival petrolero, pero aún más para países que la enfrentan en la arena diplomática, como Rusia o Venezuela. Dentro de la OPEP, los intentos venezolanos por concertar un recorte de la producción para sostener la cotización resultaron vanos frente al poder de Arabia Saudita, aliada de Estados Unidos (aunque también acusada de ser fuente de financiamiento del terrorismo islámico fuera de sus fronteras).
Si el shale de Estados Unidos quedaba herido por el abaratamiento del petróleo, ¿qué sería de Vaca Muerta? Por un lado, el gobierno de Cristina Kirchner impuso un precio interno del barril que a principios de 2015 costaba 77 dólares en Neuquén, casi un 60% más que en el mercado internacional, con el fin de incentivar la inversión. Solo aceptó una rebaja del 5% para aliviar el precio de los combustibles en medio de una inflación anual del 37,3% en 2014, según las agencias provinciales de estadística. Por otro lado, el precio del gas, que no fluctúa como el del petróleo pero compite con él en el mercado de combustibles, también fue fijado por el gobierno argentino a un valor considerado alto por las petroleras. Esa cotización está además subsidiada por el Estado.
Pero todos estos estímulos de precios enfrentan dos problemas. Por un lado, en el mundo, las multinacionales de los hidrocarburos están llenando menos sus billeteras que antes por la rebaja del crudo y, por lo tanto, tienen menos dinero para invertir en Vaca Muerta o en cualquier otro lado. Por otra parte, la exportación de crudo excedente de Argentina se retribuye al precio internacional, y no con el precio interno sostén, aunque el Gobierno anunció en enero de 2015 que subsidiará con 2 o 3 dólares por barril a cada empresa que la mantenga o aumente respecto de 2014. También subvencionará con 3 dólares el sostenimiento de la producción.
En la industria petrolera prefieren evitar las comparaciones con Arabia Saudita. En la campaña argentina a favor del fracking que las empresas encargaron al Instituto Argentino del Petróleo y el Gas (IAPG), el presidente de esta entidad integrada por empresas públicas y privadas y sus proveedoras, el ingeniero Ernesto López Anadón, descartó una y otra vez en charlas con periodistas en los últimos 2 años que los recursos de gas de Vaca Muerta fueran a transformarse todos en reservas o que pudieran equivaler a la mitad de los del reino autoritario de Salmán bin Abdelaziz. No es técnica ni económicamente fácil hacer esos recursos explotables comercialmente. En la sede del IAPG en pleno centro porteño, en la calle Maipú, con la presentación de Power Point que repite y actualiza para mostrar también a políticos de diversas ideologías, López Anadón prefiere comparar Vaca Muerta con Loma La Lata, el yacimiento de gas convencional de la provincia de Neuquén que llegó a contar con la mitad de las reservas de Argentina. A partir de su desarrollo en los 70, Loma La Lata permitió una mayor oferta de gas en la matriz energética argentina, con la que se reemplazaron combustibles líquidos como insumo para centrales eléctricas, se expandió el polo petroquímico de Bahía Blanca —donde están las plantas de la belga Solvay Indupa, de la norteamericana Dow, Mega (de YPF, Dow y la estatal brasileña Petrobras) y Profertil (de YPF y la canadiense Agrium)— y se creó uno de los mayores parques automotores a gas natural comprimido (GNC) del mundo. Aún hoy, y aunque el gas ya no abunde como hasta fines de los 90, dos de los trece millones de vehículos que circulan en el país lo hacen a GNC.
Vaca Muerta tiene recursos por 308 billones de pies cúbicos (TCF, por sus siglas en inglés) en una superficie 100 veces mayor a Loma La Lata. López Anadón especula con que si un décimo de esos recursos se transforma en reservas, significará que Argentina contará con el triple del gas que le proveyó Loma La Lata, cuya producción está en declive. Tres veces Loma La Lata sería mucho, suficiente para recuperar el autoabastecimiento y hasta para volver a exportar —si así lo decidieran los gobernantes de turno— pero no llegaría a la mitad de Arabia Saudita.
Tampoco el ministro de Economía e ideólogo de la nacionalización del 51% de YPF en 2012, Axel Kicillof, se ilusiona con que Argentina nade en crudo.
—Lo que buscamos es el autoabastecimiento. No tenemos el objetivo de convertirnos en un emirato árabe. No estamos para nada detrás de eso. Nosotros importamos el 10% de nuestra energía. Estados Unidos importaba el 60% y ahora consiguió bajar al 40%. Lo que queremos hacer nosotros es 100 veces menos que lo que hicieron ellos —aclara Kicillof en una mesa redonda de su amplio despacho del Palacio de Hacienda, delante de su escritorio y de su biblioteca, que sirve como vitrina para souvernirs de la larga marcha estatizadora del kirchnerismo: un par de azulejos con el viejo logo de Yacimientos Petrolíferos Fiscales que le envió un matrimonio de Bariloche después de que Cristina Kirchner anunciara la expropiación contra Repsol, una copia del certificado de tenencia de las acciones nacionalizadas, un avioncito de Aerolíneas Argentinas y una miniatura de uno de los simuladores de vuelo de la línea aérea de bandera.
De formación marxista y autodefenido como seguidor de Keynes, sobre quien escribió su tesis doctoral en economía, Kicillof militó como estudiante de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la agrupación Tontos pero No Tanto (TNT) y era profesor allí cuando en 2009, tras el enfrentamiento de los Kirchner con las patronales agrarias, se sumó como director financiero a la recién reestatizada Aerolíneas. Todos aquellos souvenirs compiten por el espacio con fotos de Néstor y Cristina Kirchner y con un casco del programa social Más Cerca, que subsidia el empleo en municipios para pequeñas obras de infraestructura. Kicillof fue subgerente general de Aerolíneas hasta el 10 de diciembre de 2011, cuando dejó ese puesto y cerró su Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (CENDA), crítico de las estadísticas públicas manipuladas por el kirchnerismo desde 2007. Aquel día pasó a cumplir el rol de viceministro de Economía, paso previo a ser ministro.
En diciembre de 2011 ya se cocinaba la idea de la expropiación de YPF. Eran los tiempos del primer déficit comercial energético en 28 años, es decir, la pérdida del autoabastecimiento ante crecientes y monstruosas importaciones de gas y fuel oil para generar la energía que demandaba una economía aún en crecimiento y con tarifas eléctricas y gasíferas fuertemente subsidiadas, al menos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano. También eran tiempos de fuga de capitales, instauración del cepo cambiario y presión a las multinacionales para que no distribuyeran dividendos a sus casas matrices. Solo una compañía desodebecía la orden: la YPF de Repsol (58%) y los Eskenazi (25%).
—¡El problema es que Repsol se sigue comportando como la gasolinera que era antes de quedarse con YPF!
En la quinta presidencial de Olivos, en uno de los encuentros que comenzó a tener con Cristina Kirchner y su hijo Máximo para convencerlos de la idea de echar a los españoles, Kicillof les recordó a ambos que hasta 1999, Repsol concentraba su actividad en la refinación y despacho de combustible. El viceministro, por entonces de 40 años, quería que el Estado asumiera el control de la petrolera y recuperara su producción de crudo y gas. Kicillof ya había sumado a Máximo Kirchner —de 34 por entonces— como aliado clave en el plan que tejía tras bambalinas. Faltaba persuadir a la jefa de Estado. El fundador y mentor de La Cámpora había promovido al economista simpatizante (aunque no dirigente) de la agrupación juvenil kirchnerista en la función pública. Encumbrado por su madre a un rol informal de consejero presidencial mucho más relevante que el que había ocupado durante el gobierno de su padre (2003-2007), Máximo fue quien le abrió a Kicillof las puertas de Olivos. También le granjeó el permiso de la Presidenta para intervenir en la política energética que hasta entonces dominaba el ministro de Planificación Federal, Julio De Vido. El ex arquitecto de la desaparecida telefónica estatal Entel, que solo en los papeles sigue controlando la Secretaría de Energía, veía cómo se desvanecía su poder hacía un año, desde de la muerte de su amigo Néstor Kirchner.
«Desde que se descubrió Vaca Muerta, Repsol está recorriendo el mundo ofreciéndose como carrier, que es lo mismo que decir comisionista. Quiere jugar un rol parasitario», Kicillof seguía argumentando ante Cristina y Máximo Kirchner, en la noche de la quinta presidencial. Quería persuadirlos de que el grupo español no invertiría en la formación neuquina sino que buscaría asociarse con grandes operadores internacionales y quedarse con una renta como intermediario. Se refería a hallazgos que la YPF privada había ido anunciando desde diciembre de 2010. En realidad, no se trataba de descubrimientos propiamente dichos, sino que a partir de la perforación de unos primeros pozos y la fractura de la roca subterránea de Vaca Muerta estaba comprobándose que eran recuperables recursos cuya existencia se había ido conociendo desde los años 20 hasta los 70.
¿Por qué no se había explotado antes Vaca Muerta?
Porque no es lo mismo un pozo convencional que uno no convencional. Lo que se obtiene de uno u otro es el mismo petróleo, más o menos pesado, o el mismo gas, pero la diferencia radica en el tipo de reservorio donde se encuentran y la técnica con la que se los obtiene. Los hidrocarburos se formaron hace cientos de millones de años a partir de restos de microorganismos, y no de dinosaurios, como suele repetirse. Algunos petroleros reflexionan que el hidrocarburo tardó millones de años en generarse y ellos lo extraen en segundos una vez que el pozo está en marcha. En la estepa árida, soleada y ventosa donde hoy se extiende buena parte de Neuquén había mar. «Las aguas eran cálidas y en ese mar vivía una extraordinaria fauna de reptiles marinos, tortugas, los famosos amonites (moluscos extintos) y muchísimos otros invertebrados», explicó el doctor en Ciencias Geológicas e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Ténicas (CONICET) Ricardo Alonso en un artículo que publicó en el diario El Tribuno, de Salta, en 2012.
«En el fondo marino y en condiciones anóxicas (sin oxígeno) se iba acumulando la materia orgánica proveniente del plancton marino y toda la demás masa muerta, que con el tiempo y el enterramiento comenzaría a convertirse en un bitumen. Esto ocurría unos 140 millones de años atrás y esos sedimentos negros son lo que hoy se llama formación Vaca Muerta, que según los lugares alcanza un gran espesor y es lo que constituye una roca madre», completó Alonso, profesor adjunto de las universidades de Salta y Arizona (Estados Unidos).
Esa roca madre, como la que muestra el geólogo Bowker, es de baja porosidad y escasa permeabilidad y contiene el petróleo y el gas encerrados en millones de poros microscópicos separados entre sí por arcillas compactas. Por el movimiento de la corteza terrestre, la roca, también llamada generadora, se ha ido fisurando y liberando los hidrocarburos hacia la superficie. Parte de ellos quedaron retenidos en las denominadas trampas, entre rocas porosas y permeables. Los pozos convencionales son los que buscan el petróleo en esas trampas. Los petroleros cuentan que en Arabia Saudita es solo cuestión de perforar esas trampas y salta el chorro de crudo. En otros casos se necesita la cigüeña o aparato individual de bombeo (AIB) para que suba el combustible.
Pero no todas esas rocas son tan permeables. Por eso desde los años 40 se practica el fracking en yacimientos convencionales. La novedad que en Estados Unidos empezó a estudiarse en los 70, por iniciativa del Departamento de Energía, ante el alza del precio del petróleo y para la búsqueda de fuentes alternativas de energía, fue que la fractura hidráulica se comenzara a utilizar para explotar recursos no convencionales. Esa técnica se convirtió en una revolución en los 2000.
¿Por qué los geólogos llaman alternativamente roca madre o roca generadora al shale?
Porque es allí donde los restos de microorganismos atrapados en la roca se «cocinaron» a altísimas presiones durante millones de años para luego migrar a los reservorios convencionales. La idea de ir por la gallina de los huevos de oro siempre estuvo latente, pero se desechaba sistemáticamente por sus costos mientras seguían siendo abundantes los recursos más fáciles (y más baratos) de extraer. Si la corteza terrestre fuese una lasaña, el shale sería la masa que le sirve de base. A nadie se le ocurriría entrarle al plato comenzando por ella.
Ante la caída de producción de los pozos maduros en la superpotencia, casi tan antiguos como los de Argentina, también se comenzó a buscar hidrocarburos en arenas compactas, es decir, menos permeables y porosas que las trampas, pero más que las rocas madres. A ese petróleo o gas se le llama tight, que es distinto al shale, pero que también se extrae con fracking masivo y se considera no convencional. Se calcula que solo un quinto de los hidrocarburos en el mundo ha fluido hacia las trampas. La gran mayoría está en arcillas y arenas compactas, pero cuesta mucho más extraerlo.
Para abrir fisuras en las arenas compactas —el tight— o para reabrirlas en las rocas madres —el shale— se inyecta una mezcla compuesta por más de 90% de agua y también arena y una variedad de químicos, entre tres y ocho variedades por pozo, según López Anadón, el presidente del IAPG. En ambos casos, es como martillar la masa de roca para romperla en un montón de pedacitos. La presión del agua produce la fractura, mientras la arena y los químicos cumplen la función de sostén de esas fisuras para que se libere y fluya el hidrocarburo.
—A la roca de abajo hay que hacerla mierda —reconoce crudamente el subsecretario de Combustibles de Neuquén, Gabriel López, cuarentón, con barba candado, de camisa arremangada y sin corbata en el piso 13 de un hacinado y céntrico edificio público de la capital neuquina.
Cordobés pero radicado en esa tierra de migrantes hace más de 20 años, López pronuncia mierda con la característica tonada de sus pagos, en un despacho decorado con un mapa de la provincia dividida por áreas de concesión hidrocarburífera y con un casco de petrolero igual al que tiene Kicillof tras su escritorio en el Palacio de Hacienda.
López Anadón, preocupado por que los periodistas llamen estimulación hidráulica al fracking o fractura, disiente con el subsecretario:
—Si la hacés mierda, no vas a conseguir petróleo ni gas.
Se refiere a que la fractura debe permitir que se unan poros de la roca madre que contienen hidrocarburos y que no tenían conectividad entre sí. El instituto que dirige, el IAPG, fue creado en 1957 por empresas y profesionales relacionados con la industria de los hidrocarburos para elaborar estudios, publicaciones, cursos, congresos y actividades de difusión. Ahora está en campaña a favor del fracking, para contrarrestar las críticas ecologistas. Lo forman más de 150 empresas, no solo petroleras, incluida YPF, y gasíferas sino que la mayoría son proveedoras de ellas, tan variadas como 3M (inventora de la cinta scotch o los anotadores post-it, además de productos químicos), la consultora Accenture, la constructora brasileña Odebrecht, la tecnológica alemana Siemens, Fainser (la metalúrgica del ex presidente de la Unión Industrial Argentina Juan Carlos Lascurain) o Siderca (fábrica argentina de tubos de acero para pozos petroleros del grupo Techint).
Para «hacerla mierda» o martillarla, a la roca se le mete arena, agua y químicos a la fuerza. En una fractura no convencional se inyecta la mezcla a una presión de 12.000 PSI, la sigla en inglés de pulgada por libra cuadrada, mientras que en la convencional se aplican 1.000 o 2.000. En otros términos, la presión que se ejerce sobre un pozo de shale equivale a la que uno sentiría si estuviese 7.700 metros bajo el agua.
Carolina García es ingeniera en recursos naturales y militante antifracking. Como cuatro de cada diez ocupados en edad activa de Neuquén, trabaja para el Estado. Tiene 36 años y nació en Tres Lomas, cerca de la localidad bonaerense de Trenque Lauquen. Migró a la Patagonia a poco de recibirse de ingeniera, a los 25, siguiendo a un ex novio neuquino oriundo de Cutral Có. Entró en 2004 a la Administración de Áreas Naturales Protegidas, donde a fines de 2013 ganaba $ 6.700 (unos u$s 1.120) como profesional nivel 2. En 2012, luego de iniciada la fiebre del fracking en Argentina, el director general de Recursos Faunísticos y Áreas Naturales Protegidas, Marcelo Haag, inició un sumario administrativo contra ella y otros tres empleados de su sector. El cargo era un simple pretexto para deshacerse de ellos: los acusaban de trabajar para la ONG Wildlife Conservation Society (WCS). El proceso se montó a partir de la negativa de los cuatro técnicos a firmar la autorización para las petroleras que querían perforar en el área protegida Auca Mahuida.
Haag, un funcionario sin formación universitaria pero con peso en el gobernante Movimiento Popular Neuquino (MPN), convocó aquel año a una reunión entre los empleados de su sector y los de la empresa francesa Total. Los técnicos de la provincia explicaron que no permitirían que se realizaran trabajos de hidrofractura en el área protegida. Y que si necesitaban más información sobre la fauna amenazada que habitaba en la zona, podían acudir a los archivos de la WCS. Un par de meses más tarde, un periodista del diario Río Negro llamó a Carolina para preguntarle sobre el sumario, del que no la habían informado. Haag había ordenado investigar si los díscolos en realidad procuraban que las petroleras pagaran por una investigación de la WCS, la cual —según la denuncia que radicó el funcionario— había sido presentada por ellos como la llave para destrabar la explotación allí. Al poco tiempo, Haag debió levantar el sumario: los empleados demostraron que militaban en otra ONG llamada Conservación Patagónica y que la WCS jamás había hecho un trabajo rentado para una petrolera ni para consultoras del sector.
Por su empleo, Carolina tiene acceso a los estudios de impacto ambiental que presentan las petroleras antes de perforar un pozo en esas áreas. Y dice que uno convencional jamás usa más de un millón de litros de agua, mientras que los no convencionales utilizan entre 8 y 18 millones de litros. Como si siguieran un guión unificado, los petroleros suelen replicar que esos 18 millones de litros equivalen a 6 o 7 segundos del caudal del río Neuquén. El nombre del afluente viene del mapuche newenken, que significa, precisamente, «correntoso».
En pozos convencionales agotados o de baja presión se puede aplicar la llamada recuperación secundaria, que consiste en aumentar la presión mediante la inyección de agua. En esos casos se usa entre el 30% y el 35% del agua que en el shale. También se puede recurrir a la recuperación terciaria, en la que se estimula con polímeros y se llega a emplear un 45% o 50% del agua usada en los pozos no convencionales. Pero solo en un tercio de los pozos convencionales suelen hacerse esas recuperaciones.
El fracking no convencional también usa más arena. En cada fractura convencional se usan entre 600 y 800 bolsas de arena, pero en las de esquisto, hasta 9.000 o 10.000. En yacimientos de shale se pueden hacer pozos verticales, con entre dos y cinco fracturas o etapas, u horizontales, con hasta diez. En cada fractura promedio se usan 5.000 sacos de arena de 45 kilos cada una, es decir, un total de 225 toneladas. Por lo tanto, un pozo de shale puede necesitar entre 450 y 2.250 toneladas de arena, que no es la común, la que se encuentra en Pinamar o Las Toninas, sino una resistente a la presión. Es la arena cerámica o bauxita.
El 4 de mayo de 2012, cuando Cristina Kirchner encabezó el acto de promulgación de la ley de reestatización de YPF y anunció el nombramiento del ingeniero Miguel Galuccio como su presidente, se quejó de que los anteriores controladores de la petrolera, los españoles de Repsol, hubieran importado esa arena del exterior. La YPF de Galuccio demoró 2 años, pero consiguió encontrar esta arena especial en la provincia de Chubut, cerca de Gaiman, el pueblito del té galés. No es un ahorro menor; la arena que se importa para completar un solo pozo cuesta más de un millón de dólares. Es el segundo mayor costo después de lo que cobran las contratistas como Schlumberger por el servicio de fracking.
En la fractura de la roca madre también se usan más químicos. El IAPG publicó una lista de 15 de ellos y explicó que suelen utilizarse en la vida cotidiana como desinfectantes, detergentes, en cosmética o incluso en alimentos. En ese listado figuran el ácido clorhídrico, que también se utiliza para destapar cañerías; glutaraldehído, que sirve como antibacteriano y para esterilizar equipamiento médico; y también la lavandina, la soda cáustica, el carbonato de sodio, el bicarbonato de sodio, el vinagre, el cloruro de potasio, la goma guar, las sales de borato, la enzima hemicelulósica y otras, sustancias surfactantes, arena y resina acrílica. Pero los ecologistas consultados en Neuquén y Texas se quejan una y otra vez de que las petroleras no revelan todo el contenido de la mezcla. La ONG estadounidense FracFocus, que recopila datos públicos y privados, identificó entre 600 y 900 productos químicos usados en la fractura hidráulica no convencional, según cita el libro 20 mitos y realidades del fracking, que en 2014 publicó un equipo de trabajo integrado por el ingeniero Pablo Bertinat, director del Observatorio de Energía y Sustentabilidad de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Rosario; su colega Eduardo D’Elía, docente de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral; el licenciado en geografía Roberto Ochandio, de trayectoria en la industria petrolera; el Observatorio Petrolero Sur (OPSur); la socióloga e investigadora del CONICET Maristella Svampa, una de los baluartes de la lucha antifracking, y el abogado ambientalista Enrique Viale.
El mayor uso de agua, arena y químicos en pozos no convencionales lleva también a una utilización más intensiva de equipos y camiones. Además, en la actividad tradicional las perforaciones se hacen separadas entre sí, pues cada una absorbe los hidrocarburos que fluyen por las trampas permeables y porosas. En cambio, en el shale y el tight se construye un pozo al lado del otro. Si se tiene la certeza de que hay petróleo o gas en un lugar, hay que hacerlo gruyer para extraerlo de arcillas o arenas poco permeables y porosas. Las petroleras arman las locaciones, donde limpian toda la vegetación de un terreno de una hectárea y media y en ella hacen entre uno y ocho pozos. Allí despliegan en las etapas de perforación y fractura todos sus camiones, maquinarias y plantas de tratamiento de los hidrocarburos, del agua contaminada y de los sólidos que también fluyen desde las profundidades de la tierra.
A Estados Unidos le sucedió en los años 80 y 90 lo que a Argentina en los 2000: sus pozos convencionales comenzaron a tornarse maduros y la producción comenzó a declinar. Por eso es que primero uno y después otra han apostado al fracking no convencional. Hay otros países ricos en gas de esquisto, pero que aún cuentan con el de las trampas, por lo que no necesitan todavía echarse a frackear. Son los casos de Argelia (3º en recursos, según el EIA); México (6º), que tiene interés en la nueva tecnología, pero primero espera agotar los pozos convencionales con la apertura a la inversión privada tras más de 70 años de monopolio estatal; Rusia (9º) o Brasil (10ª), que se ha enfocado en la producción en el mar. Lo mismo sucede con ciertos países ricos en petróleo de esquisto, como Rusia (1º), Libia (5º), Venezuela (6º) o México (7º), aunque el abaratamiento del crudo puede que ralentice los planes de inversión mexicanos y brasileños tanto como los de Vaca Muerta.
El 27 de agosto de 1859, la Pennsylvania Rock Oil Company perforó el primer pozo en tierra estadounidense. No existía el automóvil y el combustible se usaba para las lámparas de kerosene. Pero Texas, el estado más petrolero de la primera economía del mundo, solo descubrió su primer yacimiento en 1901, apenas 6 años antes que Argentina y 16 después de la invención del primer coche a gasolina. El ingeniero Anthony Lucas, nacido en Croacia bajo el nombre de Antun Lučić, y su equipo perforaron en busca de crudo unos 347 metros en Sindletop, cerca de Houston, un 10 de enero de aquel año y de repente «se les vino», como dicen los petroleros de aquí y allá, un chorro de «oro negro» de 50 metros de altura. Tardaron 9 días en controlar el desparramo.
Un 13 de diciembre de 1907, el ingeniero Julio Krause perforó 545 metros en el entonces pueblo de Comodoro Rivadavia —en lo que en 1955 se convertiría en la provincia de Chubut— y envió rápidamente un telegrama a la oficina de Minas de Buenos Aires para anunciar el primer hallazgo de petróleo en Argentina. El crudo era privado en aquel tiempo, como hasta ahora sigue siéndolo en Estados Unidos. En 1913, Ford anunció la instalación en Argentina de su primera fábrica de autos fuera de Estados Unidos. Y en 1918 se halló crudo por primera vez en Neuquén, la provincia que también se fundó en 1955. En aquel tiempo todas estas provincias patagónicas eran territorio nacional administrado directamente desde Buenos Aires.
El equipo de perforación Patria, que dirigía el ingeniero Enrique Cánepa, buscaba petróleo en la polvorienta estepa neuquina allá por 1918, en parajes estudiados tres años antes por el geólogo alemán Hans Keidel. Pasaron meses y no encontraron nada. El dinero de la inversión se acababa. Algunos trabajadores se cansaron de sudar por tan poco y fueron reemplazados por presos de la cárcel de la ciudad de Neuquén (fundada en 1904). Los presidiarios dormían en las alcantarillas del tren. Pasaba el ferrocarril por allí y sin detenerse les arrojaban una bolsa con los billetes de su salario. En agosto, cuando ya no había ni para pagarles a los presos, los inversores ordenaron que se frenara la exploración, pero Cánepa y su tropa persistieron y el 29 de octubre a 605 metros de profundidad en lo que ahora se llama Plaza Huincul hallaron petróleo. Faltaban cuatro años para que el gobierno del radical Marcelo T. de Alvear le encargara al general Enrique Mosconi la dirección de la primera petrolera estatal del mundo, Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), que monopolizaría por décadas la producción en Argentina. Restaban 92 años para que en 2010 la YPF controlada por la española Repsol y gestionada por los Eskenazi, entonces amigos de los Kirchner, perforara 2.000 metros más profundo que Cánepa e hiciera el primer pozo de shale de Sudamérica. Las de 2010 eran las primeras pruebas en hidrocarburos no convencionales de la YPF privada, muy acotadas en comparación con el desarrollo mucho más intensivo, aunque aún lejos del potencial, que está desarrollando la petrolera renacionalizada.
El mismo año en que el equipo Patria hallaba petróleo en Plaza Huincul, a 73 kilómetros de allí se instalaron cerca del nuevo pueblo de Añelo, recién fundado en 1915, algunos mapuches sobrevivientes de la llamada Conquista del Desierto (1878-1885). Aquella avanzada militar del gobierno de la Argentina nacida en 1810 tomó el control de la Patagonia y el sur de la región pampeana a fuerza de cobrarse hasta 20.000 vidas y 10.000 prisioneros. En aquel 1918, año del descubrimiento del petróleo neuquino, llegó a Añelo la abuela del actual logko (se pronuncia ‘lonko’ y significa jefe) de la lof (comunidad) Campo Maripe, Albino Campo, de 57 años, el mismo que ahora batalla por las tierras donde YPF y Chevron han emplazado el primer cluster shale (conglomerado productivo de hidrocarburos de esquisto) fuera de Estados Unidos. Aquella señora se casó en los años 40 en Añelo con Pedro Campo, un mapuche llegado de Chile, como tantos otros corridos de sus tierras del otro lado de los Andes. Juntos engendraron a Felisario, el padre del logqo y sus seis hermanas mujeres. Una de ellas, Mabel Campo, de 47 años, ocupa el cargo de inal logko (vicejefa) de la comunidad y conserva la libreta de matrimonio de sus abuelos que, según ella, es la más antigua expedida por el municipio de Añelo. Eran tiempos en los que la industria petrolera ni se había acercado a estos pagos y el pueblo vivía de la ganadería caprina, ovina y vacuna, según lo que pudiera sobrevivir entre el angosto vergel de 2 kilómetros entre el río Neuquén y la aridez de la meseta con su monte de jarillas, zampas, chañares, alpatacos, molles, uñas de gato, coirones, matasebos —que se usa para prender el fuego— y otros arbustos verdes pálidos. Aunque algunos petroleros repitan que se trata de un desierto, hay vegetación, animales y pequeños ganaderos. No es el Sahara. De ahí que su conquista suponga conflictos por los derechos a la propiedad y al medio ambiente.
Los Campo Maripe ya tenían por entonces sus animales y ocupaban sus tierras, aunque sin título de propiedad, como la mayoría de la comunidades indígenas y de puesteros o crianceros, como se les llama a los pequeños campesinos criollos de aquellos pagos.
—Tenemos documentación de los recibos de pago de impuestos que venían de Buenos Aires —cuenta una sobrina de Albino y Mabel Campo, Lorena Bravo, de 35 años, una kona (joven guerrera) de la comunidad en una visita al territorio minado de torres de perforación y equipos de fracking del cluster shale Loma Campana, de YPF y Chevron. Allí están las 15.000 hectáreas que ellos reclaman.
El gobierno nacional cobraba aquellos impuestos en concepto de pastaje de los animales en tierras fiscales. Allá por los años 30 la abuela de Albino y Mabel Campo llegó a tener 15.000 ovejas. Hoy los 110 integrantes de la comunidad Campo Maripe cuentan con 600 chivas, 35 vacas y 20 caballos, 15 de ellos mansos.
Albino Campo renunció en 2014 a su trabajo como agente de seguridad privada de la empresa CBS en instalaciones petroleras. Se había desempeñado en esa compañía durante 24 años. En los últimos tiempos custodiaba la base de operaciones en Añelo de Oil M&S, la petrolera y proveedora de servicios para la industria del empresario Cristóbal López, que ya era rico antes de los Kirchner pero que con ellos en el poder se ha convertido en uno de los más poderosos del país. Albino ganó su dinero como empleado de la industria petrolera, pero el año pasado optó por dimitir para dedicarse de lleno a la lucha por el reconocimiento oficial de su comunidad como indígena, objetivo que finalmente consiguió, y la legalización de sus tierras, asunto que aún está en disputa. Su hermana Mabel es ama de casa, pero ahora también está dedicada a la pelea por el territorio. Ambos están casados con criollos.
—Hay matrimonios mixtos de mapuches y criollos, pero se conserva la cultura —aclara Mabel, cuyo marido trabaja en la Dirección Provincial de Vialidad.
Los dos y sus respectivas hermanas nacieron en el campo que reivindican, en el paraje Fortín Vanguardia, según consta en sus partidas de nacimiento. En una de las tranqueras de entrada al yacimiento Loma Campana, al que siguen ingresando mientras dura el conflicto, la voz suave de Albino Campo no solo desafía al habitual viento patagónico sino también a los que ponen en duda sus derechos propietarios: el gobierno neuquino, que los reconoció como comunidad pero aún no sus hectáreas, e YPF, que deberá pagarles la llamada servidumbre el día en que cuenten con el título de las tierras.
—Que le hagan juicio al Registro Civil —dice.
Su sobrina Lorena es otra de los tantos integrantes de la familia que se desempeña en el mundo petrolero: atiende en la única estación de servicio de Añelo, una YPF. La industria hidrocarburífera está instalada en la zona desde los años 70, pero entonces había llegado para explotar el gas convencional de Loma La Lata, fuera del territorio reclamado por los Campo Maripe. Hasta la primera década del siglo actual ningún ingeniero había considerado explotar Vaca Muerta.
Cuando la abuela de los Campo arribó a Añelo, Vaca Muerta era solo el nombre con el que se conocía a una sierra cercana a Zapala a 125 kilómetros de allí.
Por la Sierra de la Vaca Muerta andaba explorando en 1923 el geólogo y paleontólogo norteamericano Charles E. Weaver (1880-1958) y cuatro de sus mejores alumnos. Este profesor de la Universidad de Washington había sido contratado por la petrolera Standard Oil de California, que en 1984 se fusionaría con Gulf Oil para crear nada menos que Chevron. Weaver, al igual que muchos otros geólogos extranjeros, merodeaban por Argentina en los años 20 para lo que técnicamente se llama caracterizar el subsuelo, paso previo para perforar y descubrir o no petróleo.
«Año 1923. En algún lugar del departamento Picunches y a unos 30 kilómetros al noroeste de Zapala, pequeñas figuras humanas se recortan contra las sierras roijzas, hurgando aquí y allá en el tórrido verano neuquino. Piquetas en mano, de tanto en tanto alguien revela extraños fósiles», cuentan en su libro Yeil. Las nuevas reservas el ingeniero civil Rubén Etcheverry, uno de los pioneros en el desarrollo de Vaca Muerta y fundador en 2008 de la estatal neuquina Gas y Petróleo (GyP), y el fallecido periodista Miguel Toledo. «Los hombres que deambulaban por los faldeos de la Sierra de Vaca Muerta estaban investigando una formación geológica que hoy puede inaugurar en la provincia una nueva era en la producción de hidrocarburos. En 1923 Weaver comenzó un extenso trabajo de campo en la cuenca neuquina, elaboró mapas de grandes áreas, tomó valiosos datos estratigráficos y formó una colección de invertebrados fósiles de miles de piezas que revelaban el alto contenido orgánico de la formación y por ende su actual condición de productora de hidrocarburos. Lo que Weaver estudió fue la sucesión de sedimentos del Jurásico y Cretácico que se acumularon en el llamado Engolfamiento Neuquino, es decir, el océano Pacífico que por entonces irrumpía en la cuenca hasta más allá de donde hoy está la ciudad de Neuquén», reconstruyen Etcheverry y Toledo los tiempos pasados hace millones de años, cuando existían los dinosaurios. Weaver vio el afloramiento de la formación Vaca Muerta en la superficie, pero desconocía que aquella roca madre se extendía por el subsuelo a lo largo y ancho de 30.000 kilómetros cuadrados, entre 1.000 y 3.000 metros de profundidad.
Aquel libro, Yeil, fue publicado en 2012 cuando Etcheverry aún era presidente de GyP y, por lo tanto, funcionario del gobierno de Jorge Sapag. Todavía no había expresado sus sospechas de presuntos negociados en la licitación de áreas de Vaca Muerta. Jorge Sapag, que gobierna desde 2007, es sobrino del cinco veces gobernador neuquino Felipe Sapag (1917-2010), fundador del Movimiento Popular Neuquino (MPN). Los que no quieren al MPN dicen que es como el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México, que gobernó 71 años ininterrumpidos, o el Partido Colorado de Paraguay, que permaneció 61 años en el poder, incluidos los del régimen militar. El MPN es un partido que fundaron intendentes peronistas en 1961 ante la proscripción que 6 años antes había sido impuesta contra la fuerza política fundada por Juan Domingo Perón. Felipe Sapag fue uno de sus creadores y su familia, de origen árabe, ha dominado el partido hasta ahora, aunque también ha enfrentado y a veces perdido con una línea opositora interna encarnada por Jorge Sobisch, el dos veces gobernador que fue absuelto en el juicio por la represión policial que acabó con la vida del maestro Carlos Fuentealba en 2007. El MPN ha ganado todas las elecciones a jefe provincial desde su fundación: en 1963, 1973, 1983, 1987, 1991, 1995, 1999, 2003, 2007 y 2011. Incluso gobernó entre 1970 y 1973, en el final de la dictadura cívico-militar autodenominada Revolución Argentina.
Etcheverry rompió en junio de 2013 con el MPN para aliarse al intendente radical de Neuquén Horacio Pechi Quiroga. Pero poco antes, el 1º de agosto de 2012, le dedicó así su libro a Jorge Sapag: «Jorge, muchas gracias por la oportunidad y todo el apoyo, para poder brindar un granito de arena más en este gran proyecto que compartimos: “Neuquén”. Afectuosamente, Rubén».
En la Residencia de la Costa, la casa de los gobernadores neuquinos que tiene un parque tan bien cuidado como la quinta de Olivos, Jorge Sapag, vestido con un traje color crema como los que usaba Carlos Menem, recomienda la lectura de Yeil, pero descalifica a Etcheverry:
—Para mí es un tipo que se desdibujó. Fue senador suplente de Frente para la Victoria (FpV) de Nancy Parrilli y Marcelo Fuentes, funcionario mío y después se largó (candidateó) a diputado provincial por Quiroga, entonces… un tipo con tanta dispersión algún problema psicológico tiene, ¿no? Lo respeto porque hizo muchas cosas, pero bueno…
Etcheverry, ingeniero neuquino por la Universidad de La Plata y con un posgrado en administración de empresas de la ultraortodoxa Universidad del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (UCEMA), fue subsecretario de Energía del gobierno de Felipe Sapag entre 1995 y 1999. El gobierno de Néstor Kirchner lo nombró gerente de operaciones y nuevos negocios de la petrolera estatal que fundó en 2004, Energía Argentina SA (Enarsa), y también presidente de la sociedad Enarsa Servicios. Enarsa, invento de De Vido, se quedó con todas las áreas marítimas de Argentina con la idea de conseguir socios privados que invirtieran en ellas, pero al final de cuentas ha concentrado su operatoria en la importación de combustibles.
En 2007, Etcheverry fue candidato a senador suplente por el kirchnerismo, en tiempos en que Pechi Quiroga era uno de los radicales K. Al año siguiente, cuando Neuquén se lanzó a promover Vaca Muerta y a su vez buscaba captar parte de la renta que pudiera generar, Sapag encargó a Etcheverry la fundación de GyP. Con un modelo similar a Enarsa, esta petrolera provincial se hizo con todas las áreas no concesionadas de Neuquén para asociarse con otras empresas que las explorasen y desarrollasen, aunque algunas de las ganadoras de las licitaciones de esos bloques acabaron haciendo un negocio inmobiliario porque solamente vendieron sus partes a inversores con capacidad real de explotar el shale. En junio de 2013, Etcheverry dejó la presidencia de GyP con el argumento de que se oponía al acuerdo que YPF iba a cerrar con Chevron. «Salió el decreto de soberanía hidrocarburífera y el gobierno provincial lo aceptó porque quería alinearse al kirchnerismo. Peleamos 50 años para que el recurso fuera de la provincia y con un decreto Cristina se lo quitó a Neuquén y se lo dio a Chevron», explicó Etcheverry su renuncia al diario La Nación.
Pero del debate que plantea este ingeniero sobre la conveniencia o no del acuerdo de YPF con Chevron nos ocuparemos más adelante. También abordaremos la responsabilidad o no del ex presidente de GyP en las polémicas licitaciones que organizó y después criticó.
Lo concreto es que por el convenio YPF-Chevron, la roca madre Vaca Muerta ya está produciendo. Pero no es la única formación no convencional de la cuenca neuquina que están poniendo a prueba. Arriba de Vaca Muerta, más cerca de la superficie, están las formaciones Agrio, de shale, y Mulichinco, de tight. Debajo están Las Lajas, de arcillas compactas, y Los Molles, de esquisto.
En todas esas formaciones, que atraviesan el subsuelo de numerosos yacimientos a lo largo de Neuquén y partes de Mendoza y Río Negro, ya están haciendo pruebas o produciendo diversas compañías, pero ninguna con la intensidad de la petrolera nacionalizada y Chevron, que también cuenta con áreas propias. Otras compañías están haciendo sus tanteos también en Vaca Muerta y las otras formaciones no convencionales: Pluspetrol, propiedad de las familias Rey y Poli, de muy bajo perfil; la angloholandesa Shell; Petrobras; Medanito, de las familias Grimaldi y Carosio; la francesa Total; Pan American Energy (PAE) cuyo 60% pertenece a la británica BP, 20% a la estatal China National Offshore Oil Corporation, CNOOC, y el otro 20% a Bridas, la empresa de los mayores millonarios de Argentina, los hermanos Carlos y Alejandro Bulgheroni más ricos incluso que Paolo Rocca, dueño de Techint; la pequeña canadiense Americas Petrogas; Roch, que lleva las siglas de su principal accionista, Ricardo Omar Chacra; y la estadounidense ExxonMobil, que en 2012 vendió sus estaciones de servicio Esso a Axion Energy, propiedad de CNOOC y Bridas.
Si se excluye Estados Unidos, que le sacó una gran ventaja en hidrocarburos no convencionales al resto, la mitad de las perforaciones de pozos de shale en el resto del planeta en 2014 ocurrió en Argentina, según la consultora británica especializada en energía Wood Mackenzie. Aunque debería resultar inconcebible, el Departamento de Energía de Estados Unidos es la única fuente para conocer los recursos de los que dispone Argentina. En petróleo son 4.400 millones de barriles de convencional y 27.000 millones de barriles no convencionales, cifra solo superada por Rusia (75.000 millones), Estados Unidos (58.000 millones) y China (32.000 millones). En gas son 29 billones de pies cúbicos de convencional y 802 billones de no convencional, solo inferiores a los de China (1,1 trillones) y por encima de Argelia (707 billones) y Estados Unidos (665 billones). Claro que hablamos de recursos y no de reservas.
Solo Estados Unidos logró cuantificar 462 billones de pies cúbicos de reservas de gas no convencional. Por el contrario, China se topó con dificultades para explotar sus hidrocarburos de esquisto por la falta de agua y la complejidad para transportarla a las montañas donde se encuentran. De todos modos, ya está produciendo.
En Neuquén, en cambio, hay disponibilidad de agua. Antes del desarrollo no convencional, la provincia usaba el 5% de sus recursos hídricos para consumo humano, agrícola e industrial y el restante 95% seguía rumbo al mar. Ahora, la industria petrolera dice que usará un 1% adicional para el fracking. El gobierno neuquino prohibió además usar agua de los acuíferos para la fractura. La discusión radica en si se utilizará realmente solo aquel 1% y en el impacto ambiental, que puesto así puede parecer poco, pero quizá no lo sea. Las petroleras pagan 1 peso (0,11 dólares a fines de 2014) por cada 1.000 litros, frente a los 15 pesos (1,74 dólares) que abonan en Chubut y los 2,70 dólares promedio que desembolsan en Estados Unidos. Si pudieran hacer pozos en la ciudad de Buenos Aires o en alguno de los 18 partidos del conurbano donde AySA presta el servicio de agua de red, pagarían 9 pesos (1,06 dólares) cada 1.000 litros.
También en Chubut hay hidrocarburos no convencionales. Aunque los ojos están centrados en la cuenca neuquina, en la del golfo San Jorge está la roca D-129, donde se practicaron pruebas satisfactorias de recuperación de petróleo y gas. Además hay hidrocarburos en una cuenca prácticamente inexplorada por la industria petrolera y en la que por un tiempo largo tampoco habrá inversiones, la chaco-paranaense, en la provincia de Chaco. Las petroleras apuestan por cuencas donde ya desarrollaron petróleo o gas convencional y cuentan con la infraestructura y los proveedores necesarios para trabajar.
En términos geológicos, la formación Vaca Muerta presenta buenos parámetros para producir, según comprobó ya YPF. Por ejemplo, en cantidad de carbono orgánico, muestra una relación de 3/10, superior a la mejor formación de Estados Unidos en este aspecto, Marcellus, que se encuentra en los estados de Virginia Occidental, Pensilvania y Nueva York. El espesor de Vaca Muerta es de unos 30 a 450 metros, es decir, no es uniforme en sus 30.000 metros cuadrados de extensión, por lo que tampoco es igual de productiva en todos lados. Por eso las empresas codician ciertas áreas, como la que Chevron pactó con YPF. Una de las formaciones de mayor espesor de Estados Unidos es Wolfcamp, en Texas, y varía de 200 a 300 metros. La presión del reservorio de Vaca Muerta es de 4.500 a 9.000 PSI. En Eagle Ford, la roca mimada —o minada— en los últimos años en la superpotencia porque revolucionó la producción de petróleo, la presión es de 4.500 a 8.000 PSI.
El club de países desarrollados —y algunos colados, como Chile, México y Turquía— que forma la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) calcula que en 2023 casi la mitad de la producción de hidrocarburos de Argentina será no convencional. En Estados Unidos, el 70%. En la industria petrolera argentina confían en que Vaca Muerta podrá atraer inversiones por 10.000 millones de dólares anuales, recuperar el autobastecimiento gasífero e impulsar la industria petroquímica. Pero también señalan que a la caída del precio del barril de petróleo, mientras el de gas se mantiene alto, se suman otros escollos como la crisis de deuda que sufrió el país en 2014, la falta de financiamiento externo o las trabas para que las multinacionales giren utilidades a sus casas matrices. La discusión sobre quién y por qué se invierte o no en Vaca Muerta quedará también para más adelante.
Durante la década del 30, la infame, la que comenzó con el primer golpe de Estado contra la democracia argentina, se derribó el segundo gobierno del radical Hipólito Yrigoyen y se impuso el conservadurismo y la corrupción sobre la base del fraude electoral, la YPF estatal contrataba empresas de servicios petroleros para el perfilaje de pozos. Mediante esta técnica se pueden medir las características petrofísicas de las formaciones geológicas y de los fluidos que en ellas residen y cuantificar su potencial. Así fue como cerró trato con Schlumberger, la mayor proveedora de servicios petroleros del mundo fundada en 1926 por los hermanos franceses Conrad y Marcel Schlumberger, que ahora tiene su sede en Houston y en la que trabajó y escaló durante 12 años el ingeniero entrerriano Galuccio hasta que Cristina Kirchner lo designó para presidir la YPF recién expropiada. Es la misma Schlumberger que ahora lidera en el negocio de la fractura en Vaca Muerta y multiplica sus contratos con YPF. Fue también la primera que perfiló pozos que llegaban hasta esta formación en los años 30. Para la década del 70 casi toda Vaca Muerta estaba mapeada, aunque aún faltaba mucho tiempo e inversión para que en Estados Unidos se desarrollara la técnica necesaria para explotarla.