Capítulo 8
Negocios y negociados

 

No solo Repsol se había lanzado a meter el cuchillo en Vaca Muerta. La segunda y la tercera licitación de áreas de GyP en 2010 también eran muestras de un mayor interés por hincarle el diente.
—En 2010 todo cambió. Vinieron las grandes a poner la bandera para tener por lo menos una presencia mínima —explica Gabriel López, el subsecretario de Hidrocarburos neuquino.
El segundo concurso de bloques abrió los sobres en enero de 2010. Había diez áreas en juego y dos quedaron desiertas. Tres fueron a parar a Rovella Carranza, la constructora que preside Mario Rovella y que ya había ganado un bloque el año anterior. Otra fue para Raiser, la novata petrolera de los Moneta. Y Repsol, que había aprendido a torear la Vaca Muerta, consiguió cuatro para su YPF. En una de ellas, La Amarga Chica, se presentó en sociedad con una empresa curiosamente sin experiencia en upstream y sin los recursos financieros para invertir en el área. Era la llamada Petrolera Argentina, de Miguel Schvartzbaum.
Guillermo Coco, entonces ministro de Energía neuquino, buscó con intensidad más inversores en un viaje a Nueva York. Se reunió con ejecutivos de Exxon y les dejó una carpeta.
—Me quedan dos áreas desiertas, fíjense si tienen interés —aludió a la segunda licitación de bloques de GyP.
A las 48 horas lo llamaron porque estaban interesados en dos de los cinco yacimientos que habían quedado sin asignar en los dos primeros concursos. A los 10 días confirmaron que los querían y consiguieron la adjudicación directa.
«Nos impresionamos. Sapag, recontento», le contó Coco al diario Río Negro. «Al mes me invitan a un congreso con los diez principales geólogos del mundo, organizado por Exxon. Me invitan. Hay una cena. Cuando llego, me ubican en la mesa número 1. Yo pensé que me iban a dar la 40. Me sentaron con el vice (presidente) internacional de Exxon. Ahí pienso: “Lo que le dimos a esta gente vale mucho”. Lo llamé a Sapag: “Lo que tenemos vale mucho”», recordó.
La mayor petrolera norteamericana había llegado tarde al boom del shale en su país. En ese mismo 2010 compraba la independiente XTO para sumarse a esa moda. Y mientras se adentraba en el upstream de Argentina, buscaba deshacerse de su downstream en este país, es decir, de su refinería en Campana y su red de estaciones de servicios, la tercera del mercado argentino detrás de YPF y Shell, y por encima de Petrobras y la Oil de Cristóbal López. En 2011 se las compró la alianza de CNOOC y Bridas. Exxon vendió su negocio de downstream no solo en Argentina sino en todo el resto de Sudamérica. La diferencia fue que en tierra de los Kirchner, entre los precios regulados y las presiones para que vendiera a alguna petrolera amiga, demoró más para encontrar comprador.
Exxon prevé invertir 400 millones de dólares para probar el potencial de las dos áreas en Vaca Muerta. No es un desarrollo masivo como el de YPF y Chevron, pero en la industria dicen que ha logrado los pozos más rentables de la formación, es decir, los que más producen a menor costo. En diciembre de 2014 anunció que había perforado un «superpozo», según lo describió Coco mientras dejaba el cargo de ministro.
Coco renunció cuando arreciaban las críticas precisamente por la concesión de La Amarga Chica, que fue el caso más emblemático de negociado inmobiliario en Vaca Muerta. Resulta que YPF, pese a su amplia experiencia petrolera, se presentó a la licitación de esa área en una UTE de la que tenía el 51% mientras que el restante 49% pertenecía a Schvartzbaum, dueño de una pequeña refinería neuquina. La UTE controlaría el 90% de La Amarga Chica, de 46.200 acres, y GyP, el restante 10%. El empresario local se comprometió a invertir 3,1 millones de dólares. Pero a los 2 meses de ganar la concesión y sin haber invertido ni un peso en ella, Schvartzbaum le vendió el 24,5% de la UTE a la propia YPF de Repsol y los Eskenazi por 4,4 millones. ¿Por qué la empresa de Brufau y los banqueros amigos de Néstor Kirchner habían aceptado ir a una licitación con una petrolera sin experiencia que no invirtió nada, pero a la que inmediatamente después debió abonar semejante fortuna? ¿Qué había detrás de tamaño mal negocio? En 2013, con la refinería de Petrolera Argentina en crisis, Schvartzbaum vendió lo que le quedaba de La Amarga Chica a la YPF expropiada por otros 40 millones.
Rubén Etcheverry, que en 2010 era presidente de GyP y ahora sueña con que Pechi Quiroga destrone al MPN en las elecciones a gobernador de 2015, denuncia que sus ex jefes Sapag y Coco le pidieron a Repsol y los Eskenazi que se asociaran con Schvartzbaum. En su escritorio, escoltado por una gran figura de Mafalda con el número 50, por el medio siglo de él y del personaje de Quino, Etcheverry agrega que el gobernador y el ex ministro le reclamaron lo mismo a aquella YPF privada en la tercera licitación de áreas de GyP, en noviembre de 2010, cuando él seguía en la presidencia de la petrolera provincial. Ese mes, YPF ganó las 13 áreas licitadas, cinco de ellas en asociación con Rovella Carranza.
¿Por qué supuestamente el gobierno neuquino impulsó que empresas sin experiencia participaran de la licitación de áreas que rápidamente vendieron a grandes petroleras? ¿Fue acaso un mecanismo para el pago de comisiones, o bonos, como los llaman? Quien era presidente de GyP en aquel entonces confiesa que no puede afirmar más que lo dicho. Etcheverry vive en la actualidad de la consultoría a una empresa de logística petrolera que está armando una base de 5 hectáreas en el nuevo parque industrial de Añelo y de una asesoría en temas energéticos al municipio de Neuquén, a cargo de Quiroga. Es uno de los encargados de recoletar contribuciones para la campaña del intendente.
El escándalo de la concesión a Schvartzbaum estalló con una publicación del diario Río Negro en agosto de 2014, justo cuando Galuccio se peleaba con Sapag y los demás gobernadores petroleros por si el proyecto de ley federal de hidrocarburos debía o no eliminar o acotar la figura del carry que cobran las petroleras provinciales. Hay quienes sospechan que el presidente de YPF estuvo detrás de la campaña contra Coco para sacar a GyP de las áreas que comparte con ella. A Galuccio no le habrá gustado tener que abonarle 40 millones de dólares al dueño de Petrolera Argentina por la participación en un bloque en el que no había invertido. Coco intentó defenderse en su momento en el mismo diario rionegrino que domina el mercado en Neuquén.
—A través de GyP, cuando nos enteramos de las operaciones (de venta de acciones en las áreas concesionadas) que se hacían, sacamos una circular que obligaba a presentar todas las operaciones, porque empezamos a detectar que se vendían y las grandes compañías nos mentían sobre los valores que pagaban.
—¿Y GyP no podía hacer nada ante esa sospechosa operación?
—No, porque… GyP puede o no aceptar una transferencia de un porcentaje de un socio y puede, en caso de rechazarla, tomar la primera opción (de compra).
—¿Cómo entró Schvartzbaum a la UTE por Amarga Chica?
—Schvartzbaum, con la idea de que iba a ser una gran refinería, necesitaba su propio crudo. Lo que nosotros le dijimos a todas las empresas fue: «Muchachos, primero van a tener que poner la plata ustedes, la provincia no va a ponerles un peso a riesgo y lo correcto sería que trataran de asociarse a alguna operadora con porcentajes tales que ustedes pongan la plata, pero que alguien les maneje el know how». De las empresas que decían «nosotros ponemos plata, el Estado no», quedaron finalmente Rovella, Schvartzbaum, Raiser…
—Pero Petrolera Argentina no invirtió.
—Se lo chupó todo…
—Pero ustedes, siendo socios, podrían haber planteado…
—No, no podés plantear nada.
—…que cumplieran.
—En realidad, los objetivos los venía cumpliendo YPF. Nunca se dejó de invertir el dinero en La Amarga Chica.
—¿Era condición sine qua non que empresas como YPF debían asociarse a estas firmas soporte?
—No.
—Cuesta entender que YPF sea socia de...
—Podría decirte que es peor lo de Rovella, más dudoso…
—¿Cómo más dudoso?
—Era mucho más razonable Schvartzbaum, que quería tener crudo, que Rovella que era una constructora que se quería meter en el petróleo. Schvartzbaum tenía un contrato político con YPF.
—Cuando ustedes adjudicaron La Amarga Chica, ¿no se conocía el informe del Departamento de Energía de Estados Unidos sobre el valor de Vaca Muerta de 2011?
—No. En esa época (2010) las áreas no valían nada. Cero. Nadie sabía que había shale oil (petróleo)… En el medio, había una fuerte presión inicial por parte de las empresas de servicios, constructoras y demás por la posibilidad de crecer en la cadena de valor en la provincia y sumarse a áreas marginales o áreas secundarias para explorar.
—¿Qué empresas?
—Ingeniería Sima, Riva, Codal, Edevesa, San Andrés…
—¿Rovella?
—No. Rovella viene de la mano del grupo Petersen.
—¿Raiser?
—Moneta se presentó y ganó (el bloque) Cruz de Lorena. Después se la vendió a Shell, que fue una operación mucho más importante.
Los Moneta habían iniciado en agosto de 2010 el contrato de exploración por el que prometían invertir 16,3 millones de dólares en los 9 años que dura este tipo de permiso. Pero un año y medio después, en marzo de 2012, se oficializó la venta de Cruz de Lorena a Shell.
—A Raiser le dijimos: «Te compro todo (el 80% de Cruz de Lorena; el restante 20% es de GyP) o nada». No nos interesaba el perfil de socio. No es como Medanito, que sí tenía experiencia petrolera y con la que nos asociamos —relata Maximiliano Hardie, el mánager local de Shell para la exploración y producción que esta empresa angloholandesa centenaria en Argentina retomó recién en 2011.
Hasta entonces solo disponía de su refinería en Dock Sud y su red de estaciones de servicio. En una camioneta de Shell en la que el conductor solo arranca cuando todos los pasajeros se abrochan el cinturón de seguridad —si no lo hace, es motivo de despido en la compañía—, Hardie compara la nueva petrolera de Raúl Moneta con la que lidera el neuquino Emilio Carosio. Sobre Moneta, que es dueño de campos y medios de comunicación como la Radio Metro pero que no posee trayectoria en el sector, aún pesa una investigación judicial por presunta asociación ilícita en la quiebra de su Banco de Mendoza en los años 90. Medanito, en cambio, cuenta con más de 20 años de trayectoria en la explotación petrolera. Por eso, cuando desembarcó en Vaca Muerta en 2011, Shell le compró a la firma de los Carosio y los Grimaldi el 67,5% del yacimiento Águila Mora y el 65% del de Sierras Blancas y la mantuvo como accionista de ambos (con el 22,5% y el 25%, respectivamente). En la medida en que la gigante angloholandesa fue haciéndose cargo de toda de la inversión en los dos bloques, aumentó su participación accionaria y redujo la de Medanito a apenas el 5%.
En lo que se parecían Raiser y Medanito era, según Hardie, en que ambas habían hecho negocios «poniendo 300.000 dólares o menos para obtener cada área». Una había ganado una licitación de Sapag y la otra, una adjudicación directa de Sobisch. En una sala de reuniones de la sede de Shell en la avenida Diagonal Norte, en Buenos Aires, el presidente de la filial argentina, Aranguren, reconoce que su empresa pagó en diciembre de 2011 unos 1.500 dólares el acre por la adquisición de las áreas de Medanito y solo tres meses después, el doble, 3.000 por acre, por la de Raúl Moneta y sus hijos. Sí, el acre se encareció un 100% en 90 días. Un salto inédito hasta en las burbujas inmobiliarias más infladas. A partir de los precios dados por Aranguren y teniendo en cuenta el porcentaje accionario que adquirió en áreas de determinada cantidad de acres, se puede inferir que Shell abonó a Medanito 40,3 millones por Sierras Blancas y 42,4 millones por Águila Mora, y a Raiser, 94,2 millones por Cruz de Lorena. Las ventas fueron autorizadas por Neuquén.
—Con la provincia tuvimos que negociar compromisos de inversión que son bastante exigentes —comenta Hardie, desde la oficina que Shell empezó a alquilar en el parque industrial de Neuquén en 2012 hacia los pozos de Sierras Blancas, que antes habían sido parte del yacimiento Loma La Lata.
Lo que está claro es que tanto los Carosio y Grimaldi como los Moneta sacaron buena leche de la Vaca Muerta. No fueron los únicos. En la segunda licitación de bloques de GyP, Raiser ganó uno, pero Rovella Carranza, tres. Uno era Buta Ranquil. Fue rápidamente vendido a la YPF de Repsol y los Eskenazi. Otro era La Ribera. También pasó a manos de la petrolera de bandera. El tercero era Senillosa. La constructora de San Luis acabó transfiriendo el 60% a Pampa, la firma de Marcelo Mindlin, en noviembre de 2010. Sorprende que se haya quedado con el 30%.
¿Y qué ocurrió con las cinco áreas que Rovella Carranza ganó como socia de la YPF privada en el tercer concurso de GyP? En tres también estaba aliada con Total y la compañía puntana las terminó dejando en manos de esas dos grandes petroleras. En el caso de los otros dos yacimientos, vendió su porción a YPF.
La concesión de áreas petroleras a empresas que no van a invertir en ellas sino revenderlas resulta negativa para la política energética de un país o una provincia. Porque la compañía que termina quedándose con el bloque después de la compraventa debe asumir un sobrecosto en la inversión. Ese sobrecosto puede acabar pagándose en términos de menos inversiones reales en los pozos, menos empleo o más esfuerzo de parte de quienes financian el desembolso de capital. Teniendo en cuenta que en la actualidad los argentinos están pagando más que el resto del mundo por el petróleo y sus derivados, se puede inferir que todos los ciudadanos, desde automovilistas hasta usuarios de colectivos, son los que financian estos proyectos en Vaca Muerta y son también los que se perjudican si estas iniciativas cargan con sobrecostos.
En los otras seis áreas que YPF ganó en la tercera licitación de GyP, en noviembre de 2010, se presentó asociada a inversores internacionales. Dos las obtuvo con una de las empresas de la revolución del shale norteamericano, EOG. Otras tantas con Exxon. En tres fue acompañada por una de las empresas que más estaba explorando en hidrocarburos no convencionales en Argentina, Apache. Y la última, sola con Total. Al final de cuentas, solo las estadounidenses Exxon, EOG y Apache excluyeron a pequeños socios argentinos en las ofertas del concurso. La española Repsol y la francesa Total no tuvieron esos complejos.
PAE y la petrolera de Techint formularon ofertas en la tercera licitación, pero sin suerte. Shell directamente no se presentó.
—Se sabía que YPF iba a ganar todas las áreas —argumenta Hardie, ingeniero químico de 47 años, graduado en la Universidad de Mar del Plata.
Este ejecutivo de Shell que vive en Buenos Aires pero pisa permanentemente los yacimientos de Neuquén arrancó su carrera en Tecpetrol. Después de 6 años allí pasó a la compañía angloholandesa. En Shell comenzó en un proyecto de producción de gas en Salta, después en un megaemprendimiento de refinación sintética de este combustible que finalmente se frustró en Tierra del Fuego por la crisis de 2001-2002, vivió en Holanda 4 años, después volvió a Buenos Aires, estuvo 2 años en el offshore brasileño y en 2011 recaló en la iniciativa de Vaca Muerta.
Al ausentarse de la licitación de noviembre de 2010, Shell evitó tener que incluir en su oferta una donación a la Fundación Alejandría. Esta organización fue fundada oficialmente al año siguiente por un decreto del gobierno de Sapag. Es una fundación propiedad de GyP que tiene como misión, según el Ejecutivo provincial, la responsabilidad social empresaria y la capacitación de técnicos de la provincia. El ex presidente de la petrolera neuquina Rubén Etcheverry dice que la creó para construir un laboratorio de primera calidad que examinara muestras de rocas en la etapa de exploración, en lugar de seguir enviándolas, como en la actualidad, a analizar en Estados Unidos.
—Después se usó para hacer acción social en la campaña —se queja quien en junio de 2013 renunció a las presidencias de GyP y la Fundación Alejandría y 2 meses más tarde fue candidato a diputado de Compromiso Cívico Neuquino, partido que lidera Quiroga.
Ese acelerado paso a la oposición se asemeja a Massa, que también en junio de aquel año dejó el kirchnerismo para candidatearse a diputado en agosto con su propio Frente Renovador en la provincia de Buenos Aires.
En aquel tercer concurso de bloques de GyP, las 13 ofertas ganadoras incluyeron cada una un aporte de entre 50.000 y 300.000 dólares para la Fundación Alejandría. Nada mal para empezar.
Pero la diputada provincial Beatriz Kreitman desconfió de esa fundación que lleva el nombre de la ciudad egipcia que fundó Alejandro Magno en el 331 a.C. y que fue uno de los centros culturales del mundo antiguo. En mayo de 2014, la seguidora de Carrió presentó una denuncia penal contra Coco por la supuesta incompatibilidad entre su rol de ministro de Energía neuquino y los de presidente de GyP y la Fundación Alejandría, después de la dimisión de Etcheverry. Kreitman pidió que se investigara por qué las donaciones de los ganadores de las licitaciones debían hacerse a nombre de la petrolera provincial, que después los derivaba a la fundación. «Se trata del ministro de Energía que maneja la empresa estatal, que es sociedad anónima para evitar controles, pero además es presidente de la fundación a la que él mismo desvía fondos», despotricó Kreitman. Además cuestionó que Alejandría no hubiese presentado aún sus balances de 2011, 2012 y 2013. Un mes después de la denuncia, Coco le dejó las presidencias de GyP y Fundación Alejandría a Alberto Saggese, un abogado de larga experiencia petrolera en YPF, Total, el grupo Soldati y Petrobras. Eran las primeras renuncias de Coco.
A fines de 2010, Añelo aún permanecía ajeno al frenesí de negocios que empezaba a despertar en torno de Vaca Muerta. El pueblito tenía 2.449 habitantes, según el censo de aquel 27 de octubre de 2010 en que murió Néstor Kirchner. No tardaría en contagiarse. En 2012 ya eran 3.000.
El disparador de aquella nueva ola migratoria que luego se convertiría en un auténtico tsunami humano fue el informe que publicó en abril de 2011 la Administración de Información sobre Energía (EIA) de Estados Unidos, que estimó que Argentina era el tercer país con más recursos de gas de esquisto del mundo, solo por detrás de China y la superpotencia. El organismo depende del Departamento de Energía pero trabaja de forma autónoma, buceando en los recursos de otros países y centralizando información que les pide, o que a veces les compra bastante caro a las compañías norteamericanas con negocios globales. Sus estadísticas e informes, en general de tono más técnico-geológico que económico, son una referencia ineludible en el sector. Nadie más tiene sus recursos para ver la imagen del planeta desde lejos. Por eso, aunque no sean elaborados in situ sino desde Washington DC, los reportes de la EIA también terminan publicitando los recursos de los países a los que mencionan. Apenas son publicados, se leen en los cuarteles generales de todas las majors.
Uno de los funcionarios que elaboró aquel informe de 2011 es el encargado de trazar allí los modelos de oferta energética global. Se trata de Aloulou Fawzi, un economista industrial que lleva 15 años en las oficinas del DC, sobre la avenida Independence, a cuatro cuadras de la Casa Blanca. Fawzi estudió becado en Harvard y antes de recalar en el gobierno estadounidense asesoró al de Malasia, una de las potencias petroleras del sudeste asiático.
En ese inventario mundial de recursos no convencionales que informó a las petroleras sobre el potencial neuquino, Argentina aparecía, gracias a las formaciones Vaca Muerta y Las Lajas, por encima de México, Sudáfrica, Australia, Canadá, Libia, Argelia y Brasil. Todas esas estimaciones iniciales fueron revisadas en 2013, cuando Fawzi y sus colegas hallaron evidencias de que el subsuelo argentino escondía aún más de lo que había creído 2 años antes.
—Todos sabíamos que Vaca Muerta estaba ahí, porque la geología no cambia. Lo que sí cambia es la forma en que entendemos esa geología —explica Fawzi desde su oficina, por Skype, una vez autorizado a hacerlo por sus superiores, celosos de la información que pueda filtrarse de aquella oficina estratégica para los intereses estadounidenses—. El avance de los últimos años fue asombroso. No tanto en cuanto a los descubrimientos, sino a la eficiencia. Lo que se hacía en 60 días, ahora se hace en 20, y eso hace que sean recuperables recursos que antes no lo eran.
El especialista nunca pisó tierra argentina pero dedicó largas horas a indagar sobre lo que tiene debajo:
—Cuando vimos la geología de Vaca Muerta a la luz de la nueva tecnología del fracking y la perforación horizontal, nos dimos cuenta de que era la mejor roca de las que conocemos fuera de Estados Unidos en términos de viabilidad. Es gruesa, no tiene muchas fracturas, tiene alto contenido hidrocarburífero y ese contenido es bastante parejo en toda su superficie.
Fawzi no oculta su entusiasmo por la tecnología que en poco tiempo le permitió a Estados Unidos sustituir las onerosas importaciones de gas que traía de ultramar en barcos parecidos a termos gigantes, donde el combustible se almacena en forma líquida, luego de enfriarlo a 162ºC bajo cero para que ocupe un volumen seiscientas veces menor. Como ese gas transportable, conocido como GNL, debe ser calentado después de forma controlada para regasificarlo, su consumo es carísimo. Y los frackers le ahorraron ese costo al Tío Sam. Hacia 2014, gracias a la roca Barnett y otras áreas shale y tight, el 44% de la producción de gas de Estados Unidos ya era no convencional.
En las oficinas frente al río Potomac de la EIA no se refieren al fracking como una revolución sino como un game changer (una expresión similar a «dar vuelta el partido»).
—Es la misma historia del petróleo. Nadie pensaba que aplicando la técnica de la minería tradicional iba a salir un chorro de crudo del primer pozo petrolero. El futuro de esta técnica tampoco es 100% seguro. También puede seguir mutando. Lo que hay es una experiencia exitosa que nadie puede negar —advierte Aloulou.
Pero no son todas rosas en el camino al autoabastecimiento energético de Estados Unidos, aún pendiente en materia petrolera. Ni siquiera lo es para los más entusiastas del progreso infinito. Fawzi también advierte que para extraer los 1,8 millones de barriles diarios de petróleo que escupe la formación Eagle Ford, por ejemplo, los operadores perforaron 8.000 pozos. Cada uno costó 6 millones de dólares en promedio. Lo cual implica que hubo una inversión de 48.000 millones, o 19 veces lo que llevan invertidos YPF y Chevron en Vaca Muerta.
—Esto es como una bicicleta, para seguir andando hay que estar pedaleando todo el tiempo. Acá hay que seguir perforando todo el tiempo —compara el economista.
Además, la EIA observó que la producción de los pozos que llegan a la roca madre decae muy rápidamente y que ninguno sirve por más de 5 o 6 años. Los convencionales, en cambio, llegan a estar activos por 20 o 30 años o incluso más. Por su trabajo, Fawzi llegó a conocer el pozo convencional más productivo del mundo, en Arabia Saudita, que viene entregando cinco millones de barriles por día durante los últimos 60 años sin fractura ni perforación horizontal.
—El shale es un negocio completamente diferente. No se puede aprovechar el potencial de estas formaciones con unos pocos pozos —agrega.
El umbral mínimo para tener una idea cierta de si vale la pena la inversión en un área no convencional, según la EIA, son unos 100 pozos. En Argentina en 2014 se llegó a 300. Y aún así, hasta que no se perforan, se explotan y se terminan todos, no se tiene certeza absoluta. Cada pozo es distinto al otro, incluso en la misma formación. Fawzi cree que difícilmente una petrolera grande y estatal como YPF hubiera podido encontrar la forma de explotar el shale como hizo Mitchell (aunque el texano también tuvo al Departamento de Energía detrás), pero considera que «si se lo propone, YPF puede hacerlo como cualquier otra compañía». Y que «las grandes multinacionales como Chevron y Exxon también tienen bolsillos profundos, así que juntas están en condiciones de hacerlo».
El futuro de Vaca Muerta, según quienes la pusieron en la vidriera mundial de los reservorios petroleros, depende de muchos factores: no solo la voluntad inversora de las empresas o del Estado sino también de las cotizaciones del petróleo, del acero para los tubos y del agua. Y el derrumbe del barril de crudo, que a inicios de 2015 empezaba a sembrar dudas en el sector, no necesariamente implica para Fawzi que haya que perder las esperanzas de ordeñar la roca generadora bajo Neuquén:
—No se sabe si hay un precio límite por el que dejará de ser conveniente producir shale. Siempre hay nuevas lecciones que aprender al respecto. Las empresas que operan en la formación Marcellus en Pensilvania, por ejemplo, siguen perforando a pesar de que el precio del gas bajó muchísimo en Estados Unidos. Y lo hacen porque son muy eficientes, porque incluso a un precio bajo son capaces de seguir obteniendo ganancias. Esa eficiencia puede incrementarse con el tiempo al punto de que sea conveniente producir a otros precios.
Aquel informe de la EIA sacudió a Argentina y a otros de los países mencionados. Desde ese abril de 2011 empezaron a tejerse vanas ilusiones sobre el emirato neuquino. Pero no solo se ilusionaron políticos locales. El reporte también despertó el interés por Argentina en la sede de Shell en Houston.
Hasta entonces, la patria de los Kirchner solo era causa de irritación en aquellas oficinas texanas donde trabaja Hamilton, el jefe para nuevos proyectos de Shell. La petrolera angloholandesa había sido una de las primeras empresas en darse cuenta de que con el kirchnerismo se había acabado la desregulación de los años 90. En 2005, Néstor Kirchner llamó a los argentinos a no comprar «ni una lata de aceite» de la empresa con el logo de la concha marina como boicot por un aumento de precios de los combustibles. Empezó entonces una lucha sin cuartel por lo menos hasta que Guillermo Moreno dejó el Ejecutivo, en 2013. El gobierno llegó a clausurar durante una semana la refinería de Dock Sud por daños ambientales. Le impuso 83 multas por la ley de abastecimiento. La filial que preside Juan José Aranguren, uno de los pocos empresarios que siempre criticó públicamente al kirchnerismo y hasta participó con bajo perfil de las marchas caceroleras opositoras de 2012, nunca las pagó. La Corte Suprema ya desestimó 37 de esas sanciones. Moreno también impulsó 54 causas penales contra Aranguren. «No fuimos en cana. Estoy absuelto en todas», se jacta quien sonó alguna vez como eventual presidente de YPF en un hipotétitco gobierno de Macri y quien además asesora a los legisladores radicales en materia de energía. «Juanjo (por Aranguren) defiende los intereses de Shell en Argentina. Es lo que haría cualquier presidente de Shell en cualquier país», razona Robin Hamilton.
Pero negocios son negocios. Y de la teta de Vaca Muerta quieren mamar muchos. Por eso, Shell está invirtiendo allí unos 500 millones de dólares para comprar acres, perforar pozos y probar su productividad. Aunque muy por detrás de la alianza YPF-Chevron, el suyo es el segundo mayor proyecto de inversión en la roca madre neuquina.
—Vimos una oportunidad en Vaca Muerta cuando salió el informe del Departamento de Energía —recuerda Hamilton, jefe de Shell para nuevos proyectos, en las principales oficinas de la petrolera en Estados Unidos—. Mi grupo considera unos 100 lugares donde invertir y entonces buscamos acres en Vaca Muerta.
En las oficinas de Diagonal Norte, la misma arteria por la que marchaban los caceroleros de 2012, Aranguren da más detalles de aquella decisión de invertir en Vaca Muerta un año antes:
—Empresas como las nuestras ven que en Estados Unidos el shale funciona y se preguntan por qué no en Argentina. El primer objetivo de una petrolera es tener reservas para así ganar dinero. Para eso te podés ir a Rusia, Alaska, China, Nigeria o Argentina, con desafíos regulatorios importantes. Si no tenés reservas, se achica el valor de la compañía. Nuestra gente en Houston veía que el Departamento de Energía decía que había no convencional en Rusia, China y Argentina. Algunos abrieron los ojos y dijeron: «Ojo, acá hay un lugar sin guerras, sin muchos conflictos ambientales y con la posibilidad de que empresas con capacidad de invertir accedan a recursos». Buscamos áreas que habían sido concesionadas desde 2006 y les preguntamos a sus dueños qué habían hecho en ellas. «Absolutamente nada», respondieron. Estaba por expirar la etapa exploratoria.
El permiso de exploración establece que si un concesionario incumple sus compromisos de inversión al cuarto año de contrato, debe devolver la mitad del área. Si al séptimo año sigue sin invertir lo suficiente, pierde un cuarto de ella. Al noveno año puede quedarse sin nada.
Hamilton viajó entonces a conocer la actividad de Vaca Muerta.
—Mi visita a Neuquén fue muy positiva. Se parece al oeste de Texas. Es muy rentable para el petróleo, porque hay amplias tierras abiertas, no hay competencia por la tierra. Además, los funcionarios que me encontré en Neuquén son gente de avanzada. Como hace mucho que hay presencia petrolera en la provincia, comprenden la industria. Sapag sabe mucho de petróleo para ser gobernador, comprende el rol de la regulación. Es alguien que promociona el petróleo —se deshace en elogios el ejecutivo británico. Aranguren le destacó las características de la provincia:
—Neuquén está gobernada desde de los años 60 por el MPN. Tiene capacidad para autofinanciarse.
Sapag y Coco los acompañaron todo un día de paseo por los pozos, desde las 8 hasta las 19.
—Vendieron la provincia, la promocionaron —elogia el presidente de Shell Argentina.
En la petrolera angloholandesa también sopesaron que la tercera economía latinoamericana estaba quedándose sin energía en aquel 2011 y que iba a necesitar del desarrollo de Vaca Muerta. Entre el informe energético de Estados Unidos y la primera compra de áreas en la formación neuquina pasaron 8 meses.
Shell negociaba no solo con pequeñas petroleras sino también con la YPF de Repsol y los Eskenazi. En aquel 2011, el grupo español, que había comprado el 98% de YPF en 1999, se quedó con el 58% de ella porque terminó de venderle el 25% al grupo Petersen y colocó el resto en las Bolsas de Buenos Aires y Nueva York. Buscaba reducir el «riesgo argentino». Cuando el Estado le expropió el 51% al año siguiente, las conversaciones entre YPF y Shell por Vaca Muerta se abortaron.
—Las petroleras del mundo miran eso y deciden invertir menos. Chevron, no sé por qué, se vio atraído igual por Vaca Muerta —admite Hamilton.
Así como el informe del Departamento de Energía de 2011 supuso para él un primer alerta, el pacto YPF-Chevron 2 años después volvió a a encenderla.
—Lo de Chevron fue una señal de que alguien iba a invertir fuerte en Vaca Muerta. Nos dijimos: «Si Chevron va…» —recuerda el ejecutivo británico.
No por nada en marzo de 2014 Shell le compró a Total el 42,5% de dos áreas neuquinas, La Escalonada y Rincón La Ceniza, aquella que había ganado Rovella Carranza en la licitación de 2009.
Pese a sus peleas con Moreno, Aranguren destaca:
—Hay que desmitificar que nos hicieron la vida imposible.
Desde que el kirchnerismo llegó al poder en 2003, las principales competidoras de Shell en el mercado argentino de combustibles o se fueron —como Repsol y Exxon— o vendieron buena parte de su negocio, como Petrobras a Cristóbal López. La angloholandesa permaneció.
—Exxon ahora está en Vaca Muerta, pero va a tener que vender el crudo a otras empresas (refinadoras). Hoy nosotros procesamos lo que producimos en nuestra refinería. Tenemos el beneficio de habernos quedado —concluye el jefe de la filial de Shell.
Hamilton se pasa el día monitoreando países como si jugara al TEG. ¿Ucrania? «Ahora no es más seguro que Argentina», comenta sobre el país dividido en 2014 por una guerra entre pro occidentales y pro rrusos. ¿Nigeria, el país de la guerrilla islamista Boko Haram donde Shell ha protagonizado grandes derrames de crudo? «Ahí estamos en el convencional en gran escala desde la década del 60». ¿Venezuela, Argentina?
—Si Shell hiciese su portfolio solo con esos cuatro países, nadie nos compraría la acción. Por eso invertimos también en Estados Unidos, que es estable, seguro y con alta demanda. Hay mucho petróleo en el mundo. Vaca Muerta será siempre un porcentaje pequeño del total, pero para Shell va a ser importante en el no convencional y para Argentina también será significativo. Hay que manejar primero el problema técnico, después hacerlo comercialmente. El costo de los equipos de perforación es más alto que en Estados Unidos. Acá hay 15 o 20 proveedores; en Argentina, tres o cuatro. Los no convencionales por ahora solo funcionan en Estados Unidos y Canadá. Son un negocio de bajo margen —razona el geólogo escocés.
Precisamente de Ucrania tuvo que huir en 2014 un técnico afroamericano de Shell que ahora trabaja en el yacimiento neuquino de Sierras Blancas, Tyrone Russell, de 44 años, casado en segundas nupcias y con cinco hijos en su Mississippi natal. Su segunda esposa quiere tener su primer hijo con él, pero Tyrone se resiste. Aún piensa que las mujeres ucranianas son más bellas, según él, que las argentinas. También quedaron en sus memorias los helicópteros de guerra que sobrevolaban su casco en los pozos de aquel país del este europeo. A falta de personal local capacitado para la perforación y la fractura de shale en Argentina, Shell trajo a Tyrone y a otros compatriotas suyos como supervisores. La multinacional planea formar a dos argentinos, pero aún no empezó y la instrucción puede demorar hasta 3 años, según sus criterios.
Los extranjeros están 14 días trabajando en el pozo, en el camino entre Añelo y la capital neuquina, pernoctan en los tráilers ubicados en la misma locación, en el medio de la estepa, y cuando terminan las 2 semanas se van directo al aeropuerto, de ahí a Buenos Aires y por último a Estados Unidos. A los 14 días vuelven al yacimiento. Como en cualquier otro pozo en perforación o fractura, deben sacarse todos los anillos como medida de seguridad. El accidente, bromean entre ellos, lo pueden sufrir si al volver a sus hogares sus esposas descubren que perdieron la alianza.
No todos en Houston son fanáticos del petróleo como el británico Hamilton, de Shell. También están los Parras. Juan tiene 66 años. Su hijo Bryan, 38. Son segunda y tercera generación de estadounidenses. Descienden de mexicanos. Juntos crearon en 2006 la ONG Climate Justice Network (Red de Justicia Climática). Juntos marcharon en mayo de 2011, un mes después de aquel informe de Estados Unidos sobre el shale en el mundo, a los cuarteles generales de Chevron, en San Ramón, California, para protestar por casos de contaminación de crudo convencional en África, Brasil y Ecuador. En aquel tiempo en Argentina pocos conocían la condena multimillonaria contra la petrolera norteamericana por daño ambiental de Texaco, a la que compró en 2001, en la Amazonia ecuatoriana. Menos que menos alguien podía imaginar que ese fallo iba a provocar en 2012 un embargo en Argentina contra Chevron, justo cuando negociaba con YPF.
Juan Parras había participado en su juventud de las multitudinarias manifestaciones por los derechos civiles en los Estados Unidos de los años 60. Pero ya no corren esos tiempos. «Los manifestantes deben pedir autorización para hacer marchas», cuenta Juan. «Y para eso necesitas tiempo y dinero», agrega. «Además hay mano dura de la policía», complementa. Pero ahí se fueron los ecologistas junto con un grupo de indígenas ecuatorianos que habían viajado a reclamar.
—Hay más seguridad en la casa central de Chevron que en Washington —comenta Juan.
Ellos querían armar una sentada en las escalinatas de entrada de las oficinas. Juan y otros cuatro lo hicieron. Les dijeron a los ecuatorianos que se quedaran abajo porque si no correrían el riesgo de ser deportados. Los cinco de la sentada fueron arrestados por la policía californiana. Pasaron la noche en una comisaría. Al día siguiente quedaron libres.
—Fue una protesta cubierta por los medios de todo el mundo —se enorgullece Juan.
El abuelo de este veterano militante había llegado de México en 1897. Fue soldado de Pancho Villa y en Estados Unidos comenzó a trabajar como ferroviario.
—Muchos mexicanos vivían aquí entonces —cuenta Juan.
Texas era parte de México hasta que en 1836, inmigrantes yanquis declararon la independencia. Los colonos comenzaron la rebelión armados con un viejo cañón en el pueblo de Gonzáles. Ahora los souvenirs de Texas, desde tazas hasta remeras, recuerdan aquel cañón y la frase que los desafiantes independentistas soltaron a los mexicanos: «Come and take it» (vengan y agárrenlo). En este pueblo —ahora de 7.200 habitantes— está el monumento que recuerda aquel cañón y un cartel que reza: «Gonzáles, tierra de libertad de Texas». Cerca hay piletas de tratamiento de flowback. Queda sobre Eagle Ford. En 1845, Texas se sumó a Estados Unidos.
Juan aprendió el inglés en la escuela. Bryan apenas habla castellano, pero lo entiende. Cuando él era chico, vivían en un barrio de Houston cerca de una petroquímica. Bryan sufría asma y soriasis. La familia empezó a sospechar de la contaminación, pero la empresa decía que el niño era seguramente alérgico.
—Antes la ecología era proteger a los animales y los árboles, pero cuando llegué a la facultad eso cambió —recuerda el joven.
—Fue cuando se discutió la ley de Bill Clinton de medio ambiente, cuando apareció más información sobre el calentamiento global —añade Bryan, que lleva una remera que dice «Defiende el Golfo», en alusión al derrame petrolero de BP, accionista de PAE, en 2010 en la costa norteamericana del Golfo de México.
Bryan empezó a militar en el ecologismo urbano «porque nadie lo hacía».
Juan y Bryan Parras viven en East Wood, un barrio de casas bajas de madera. Son demócratas, «como los pobres y la clase media», explica Juan. Desde 1995 no hay un gobernador demócrata en Texas, pero en la historia del estado han gobernado muchos más años que los republicanos. En la puerta de la casa de los Parras cuelga una bandera roja y negra con las siglas FSLN, de la ex guerrilla y actual partido gobernante de El Salvador, Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional.
Los Parras combaten el fracking en una metrópolis petrolera como Houston.
—Texas provee el 60% de las necesidades de petróleo y gas de Estados Unidos. Eso le da a la industria influencia política en las universidades, las escuelas, los centros médicos. Para nosotros, la pelea es desigual —lamenta Juan—. Nadie va a dar dinero en contra de lo que los hace ricos. Las petroleras dan dinero para hacer mucha investigación, incluso contra el cáncer, pero no podemos buscar la cura sin terminar con el uso de químicos. También dan dinero al golf y a las maratones, como parte de su comunicación con la comunidad.
La industria petrolera en Estados Unidos pagó 327 millones de dólares a la consultora de relaciones públicas Edelman para defender sus intereses entre 2008 y 2012.
—Es realmente difícil aparecer en los grandes canales de televisión. Si protestamos, somos antisistema. Si no protestamos, es porque vivimos en un gran país —ironiza Juan, que reconoce que en Estados Unidos solo hay grandes manifestaciones para reclamar una legalización de los inmigrantes.
Los Parras ganan concursos de programas de educación ambiental del gobierno del demócrata Obama. Por un proyecto para dar talleres sobre cómo reclamar por los derechos ambientales o cómo investigar sobre contaminación pueden conseguir 30.000 dólares. Viven así con el equivalente al salario mínimo de Estados Unidos. Trabajaron con la ONG ecologista Sierra Club, a la que pertenece la hermana Elizabeth, haciéndoles comunicados de prensa y encuestas. Ahora colaboran con Greenpeace para elaborar un proyecto de ley de seguridad ambiental.
Padre e hijo hablan sentados a una mesa donde están sus iPhone y sus MacBook Pro.
—En Estados Unidos estamos acostumbrados a demasiado confort. A los que vienen acá a vivir les gusta el estilo, pero también se genera mucha basura —reconoce Juan—. Ya está por todos lados el fracking. Es que usamos luces día y noche. Consumimos mucha energía. Nos hicieron más dependientes de los petroleros para hacer más dinero.
—Nosotros nos concentramos en la gente pobre de Houston —cuenta Bryan—. Ellos son forzados a vivir donde hay refinerías, tóxicos. Son los negros, los latinos, los pueblos originarios. Con el fracking, la contaminación está afectando a los blancos. Los granjeros firman un contrato con la petrolera porque piensan que van a ganar mucho dinero, pero pierden parte del ganado. Algunos ganan mucho dinero y venden todo. Otros quieren volver al campo que tenían antes.
Bryan arrastra una deuda de 65.000 dólares que contrajo para estudiar en la universidad. Su padre advierte cambios en la vida de los pueblos:
—Cuando vienen jóvenes petroleros, hay violencia de género, violaciones, drogas. Llegan los grandes camiones y la gente no está acostumbrada a ese tráfico. Si quieres un lindo lugar, nunca recomiendes este.
En las oficinas de Shell en la misma Houston, Hamilton repite lo que dicen todos los petroleros: que el fracking no contamina, si se hace bien. Pero admite la perturbación que trae el intenso tráfico de camiones.
—El problema del fracking es la huella de los camiones, el ruido que generan, cómo cambian áreas que antes eran tranquilas. Cerca de París hay recursos no convencionales, pero nunca van a explotarlos porque quieren conservar la vida campesina. En cambio, Vaca Muerta es una gran oportunidad porque hay poca gente, no hay agricultura y se puede pagar a los mapuches por sus tierras —suelta el geólogo británico.
En las mesas al aire libre del Starbucks de un centro comercial de The Woodlands, al lado de una juguetería Toys R Us, el mendocino Sergio Goyeneche llama aquí y allá vendiendo perforating guns, o cañones de pujado, que se ubican en el fondo de los pozos y disparan por los costados de los tubos para conectarlos con los reservorios de petróleo. Es el encargado de desarrollo de negocios internacionales de Tassaroli, una empresa metalmecánica que los fabrica en San Rafael, Mendoza. En 2011 vendió por primera vez sus productos para perforaciones en Estados Unidos, en Eagle Ford, para ser precisos. Se los compró GE, la ex General Electric, y a partir de ahí Tassaroli se hizo conocido en las ligas mayores. Sus competidores tienen 20 bases en ese país, que acapara un cuarto del mercado mundial de perforating guns. Él y otro compañero de trabajo viven allí desde 2014 para darles pelea. Se trata de un ejemplo de que la industria argentina puede competir en el mundo y ganar de visitante. También del desarrollo manufacturero que puede provocar el fracking, que, como usa más metros de tubos, también precisa de más cañones. Un pozo convencional usa como máximo 30 y uno no convencional puede utilizar 125.
La empresa de San Rafael fue fundada en 1953 por Carlos Tassaroli, que a sus 85 años sigue yendo todos los días a la fábrica en su Cherokee modelo 2007. Ahora la dirige su hijo, también llamado Carlos. El viejo Tassaroli fue tornero a sus 14 años. Hizo el servicio militar y después empezó a trabajar con un torno propio. En los años 50 y 60 le proveía a las represas que se construían por Mendoza o Neuquén. También comenzó a elaborar repuestos para la minería, la agricultura y la refinería de YPF en Luján de Cuyo, Mendoza. En los años 70 ya era conocido en el sector metalmecánico. En la década siguiente compró máquinas para forjar. Su hijo Carlos, ingeniero mecánico, ideó un torno de control numérico.
—Se especializó. Veía que si no, moría como tornero —cuenta Goyeneche, licenciado en comercio internacional.
Después Tassaroli abrió una sede en Chile para abastecer a Codelco, la minera estatal que ni el dictador Augusto Pinochet (1973-1990), con su receta neoliberal, se atrevió a privatizar. La firma mendocina también le vende respuestos de bombas a una de las mayores minas de Argentina, Bajo La Alumbrera. Es decir, Tassaroli crece de la mano de las explotaciones extractivistas que tanto critican los ecologistas que se oponen al fracking.
Hace unos 20 años, Tassaroli comenzó a producir los cañones de pujado. La idea se le ocurrió al fundador, que veía el potencial de que Techint fuera uno de los principales fabricantes de tubos petroleros del mundo.
—Acá hay que fabricar con tubos, hay que agregarles valor —reflexionó Tassaroli padre. Tenaris, la empresa de Techint que produce esos ductos en Campana, se ilusiona también con la provisión al fracking argentino.
Además Tenaris está invirtiendo 1.500 millones de dólares en la construcción de una planta en Matagorda, Texas, para proveer de acero al proteccionista mercado norteamericano.
—Mientras esté Tenaris en Argentina, vamos a seguir produciendo —reflexiona Goyeneche, que lleva camisa de manga corta para sobrellevar el calor texano—. Estamos en el horno si tenemos que importar los tubos. Tenaris nos ayuda con el programa Propyme: nos pusieron al tipo de tratamiento térmico a dar cursos. Paolo Rocca es un hijo de puta, la quiere toda para él, pero no puede cagar en su patio, sabe que debe fomentar la industria. Tiene poca flexibilidad en la cobranza, pero como cualquier almacenero.
Cuando se empieza a bombear un pozo, se bajan con un cable cuatro o cinco cañones de pujado, de un metro de largo cada uno. Cada gun llega hasta los miles de metros de profundidad establecida y dispara 22 gramos de una carga explosiva para provocar perforaciones de 40 pulgadas en el casing. Por esos agujeros entra a la tubería el gas y el petróleo que suben hasta la superficie. También por allí se mete el líquido para fracturar la roca madre. Los explosivos bajan dentro del cañón en una cápsula también de acero llamada shaped charge, parecida al receptáculo donde se pone el café en las máquinas de expreso de los bares. La carga de las perforating guns de Tassaroli son fabricadas por una empresa llamada curiosamente ETA, Explosivos Tecnológicos Argentinos, con planta en Olavarría.
Unos 13 años atrás, la empresa mendocina, la segunda mayor metalmecánica de la provincia, después de Impsa (grupo Pescarmona), se decidió a exportar sus cañones de pujado. Con 220 empleados, en la actualidad factura el 60% con la industria hidrocarburífera y el 40% con la minería. A su vez, el shale se convirtió en el 40% de su negocio petrolero. Sus clientes son Halliburton, Weatherford y Baker Hughes, entre otras. El 70% de sus cañones se exporta y el 30% va al mercado interno, incluidos los pozos de Vaca Muerta.
La idea de exportar los cañones surgió durante la crisis de 2002 a partir de la iniciativa de uno de esos diplomáticos argentinos que se diferenció de muchos de sus colegas más predispuestos al cóctel que a la promoción comercial, Alfredo Bascou.
—El tipo de Cancillería nos había empezado a romper las pelotas para exportar —recuerda Goyeneche al actual jefe de inversiones en la embajada argentina en Pekín. Bascou organizó un viaje del Grupo Argentino de Proveedores del Petróleo (GAPP), que integra Tassaroli, a una feria en Abu Dhabi, Emiratos Árabes.
—En el mundo no saben que Argentina tiene una industria. Nos identifican con la soja y el fútbol. Nos fue bien en Medio Oriente, entre otras cosas porque conocen a Tenaris, que hizo el oleoducto más grande de Latinoamérica y es sinónimo de calidad. Argentina no es un país asociado al petróleo, pero empezamos a vender. Por suerte nos dimos cuenta de que era necesario porque después se cayó la producción petrolera en Argentina —se complace el ejecutivo mendocino, que se mudó con su esposa y sus dos hijos menores, de 13 y 18 años, a Spring, la ciudad de 54.000 habitantes donde Exxon está instalando su sede central.
Vive al lado de The Woodlands, camino de Houston por la ruta 45, antes de llegar al aeropuerto George H. Bush (presidente norteamericano entre 1989 y 1993), y se despierta con el cantar de los pájaros en un barrio semicerrado, pero no por seguridad sino para evitar el tránsito. Tanto Spring como The Woodlands canalizan el tráfico por avenidas y autopistas y trazan calles en diagonal a ellas como para que no convenga transitarlas, para mantenerlas sin tráfico. Los barrios como el de Goyeneche tienen vallas de madera, sin garitas en la entrada ni murallas alrededor.
Tassaroli empezó a exportar al resto de Sudamérica y para ello Goyeneche debió viajar a Estados Unidos a convencer a las casas matrices de las empresas de servicios. Poco a poco fue vendiendo en Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y Venezuela.
A partir de sus visitas a Texas, donde se perfora la mitad de los pozos de Estados Unidos y donde fabrican los dos mayores productores de perforating guns, a Goyeneche se le ocurrió librar la de «David contra Goliat». Tras proveer a GE Oil & Gas en 2011, al año siguiente exportó 25.000 cañones a diferentes clientes en Estados Unidos.
—Después de eso la competencia nos empezó a cagar a palos y por eso me vine a vivir acá. Ya en 2013 estaba viviendo un mes acá y 15 días en Argentina. El shale nos apuró a venir porque hay más actividad —explica Goyeneche, que tiene la idea de radicar una base de operaciones en Texas—. Es difícil que los tipos confíen en vos para meter tus cañones ahí abajo. En Estados Unidos no cambian de proveedor solo por lo económico sino porque les sirve. Es un mercado duro y exigente, peleás con compañías que se chupan unas a otras, pero hay lugar para todos. Eso de la segmentación del mercado que tanto se dice en marketing acá es verdad.
Tassaroli es uno de los pocos proveedores de cañones de punzado en Estados Unidos que no fabrican allí. A los competidores chinos no les va muy bien.
—El petróleo y la minería necesitan medidas de seguridad, no pueden fallar las piezas. Acá entran los chinos por ser baratos, pero hay buenos y hay chantas. Para estos productos para shale, los chinos no tienen buena calidad de tubos. Muchas empresas vienen a fabricar a Estados Unidos porque en China suben los costos, no por la mano de obra sino porque necesitás management de afuera —cuenta Goyeneche, que destaca las facilidades que tiene cualquier empresario extranjero, como él, para armar una compañía y conseguir la visa.
—Acá no gastás un peso hasta ganar plata —elogia el sistema tributario. También le gusta la cortesía de los estadounidenses con los que trata, pero extraña a la familia y los amigos.
—Acá no hay discriminación… la hay por ahí con los mexicanos. Al no saber nada de Argentina, no te identifican con nuestros quilombos —comenta el ejecutivo.
En los tiempos de la convertibilidad, para Tassaroli era difícil exportar por la apreciación del tipo de cambio y por los bajos precios internacionales de los minerales y el crudo. Después de la devaluación de 2002 ganaron competitividad, incluso a pesar de la inflación, según Goyeneche. Lo que les complica la operatoria a ellos y a otros competidores en Argentina son los controles cambiarios.
—La norteamericana Owen Oil Tubes anunció con bombos y platillos que se instalaba en Villa María, Córdoba, con 70 o 100 empleados, pero no lo hizo por el control cambiario de 2011 —expone Goyeneche.
A Owen y a las empresas extranjeras les preocupa la imposibilidad de girar beneficios a sus casas matrices. A Tassaroli, la obligación de liquidar las divisas de sus exportaciones a los 180 días. La firma mendocina envía sus cañones a un almacén en Texas, puede ser que pase un año y no se vendan todas. Sin embargo, a los 6 meses liquida la exportación.
—Esto me mata porque no me deja tener stock. No puedo ofrecer una amplia gama de productos. Acá tengo 3.000 cañones, pero tengo un cliente que quiere 3.000 por mes. Me preguntó cuándo vamos a tener 10.000, un stock en serio. Depende del control cambiario —concluye Goyeneche.
El mercado de hidrocarburos de Estados Unidos experimenta subas y bajas violentas, a la par de los precios del barril en el mundo y del gas en cada región.
Alguna vez también un piquete en Argentina impidió una exportación de Tassaroli.
—Nunca voy a decir que fue por eso —se avergüenza el ejecutivo—. La gente acá cuida el laburo, es el capitalismo salvaje que tanto criticamos. ¿Lo prefiero? Ni en pedo, pero tampoco hacer de la conquista social una cultura del abuso. Todos los extremos son malos. Mi segundo hijo —el primero se quedó estudiando la licenciatura de comercio internacional en Argentina— me pidió ir a las villas de acá. Fuimos y son casas rodantes, prefabricadas, con más aire acondicionado que la mía.
Goyeneche planea quedarse unos cuantos años en Texas.
—Me vine porque voy a hacer buena guita. Si no dábamos este paso, iba a ser complicado, por lo que es Argentina —se sincera.
El ejecutivo de Tassaroli destaca que el gobierno de Cristina Kirchner promueva que las petroleras y grandes empresas de servicios que operan en Vaca Muerta sustituyan productos importados por nacionales. Se organizan eventos en el ámbito del Ejecutivo y de YPF. Pero Goyeneche advierte:
—Las grandes compañías, con la plata que mueven, no pueden improvisar.
Por lo pronto, la empresa en la que trabaja invirtió 215 millones de dólares entre 2013 y mediados de 2014 para mejorar la producción tecnológica. Carlos Tassaroli hijo diseñó un robot con 80% de piezas locales y software hecho entre Córdoba y Alemania. Reinvierte. Otros colegas suyos suelen preferir fugar los capitales a paraísos fiscales.
Schlumberger es la única de las cuatro grandes empresas de servicios de fracking que no le compra a Tassaroli. Desarrolla sus propias perforating guns. Todo el mundo petrolero reconoce que esta empresa de nombre alemán, origen francés, casa matriz en Estados Unidos y presidente noruego se distingue por su voluminosa inversión en investigación y desarrollo (I+D). Schlumberger introduce tecnologías en el sector y para eso siempre precisa que alguna petrolera sea la primera en probarlas. En la empresa lo comparan con crear el iPod y conseguir el primer cliente para que otros lo imiten. Cuando Galuccio estaba en México, buscaba que su early adopter (el usuario que adopta primero una nueva tecnología) fuera Pemex, para causar la envidia de BP, la ex British Petroleum, y otras. En el mundo en general, Chevron pasó a ser el early adopter de lo inventado por Schlumberger. De ahí vienen los vínculos de Galuccio con ella y las demás grandes petroleras que corrían detrás.
En 2011, la división que hasta ese año dirigía Galuccio en Schlumberger, IPM, comenzó a contratar personal en Argentina porque ya preveía que Vaca Muerta iba a demandar muchos de sus servicios. Desde entonces el crecimiento de la multinacional fue exponencial, según sus empleados y sus competidores. Sus oficinas en Buenos Aires duplicaron el personal entre antes y después del desarrollo aún incipiente de Vaca Muerta, de 100 a 200, y en los campos se quintuplicó, de 250 a 1.300. Quizá el actual precio del barril de crudo desaliente que el fenómeno Vaca Muerta se multiplique mucho más, pero tampoco se espera que se desarme lo ya montado allí ni en las formaciones shale de Estados Unidos. La división que creó el Mago en Schlumberger en 2011, SPM, se instaló 3 años más tarde en Argentina.
En 2012, Schlumberger comenzó a traer más equipos de fractura, pese a que la actividad se enfrió durante la primera mitad del año por la nacionalización de YPF. Pero en el segundo semestre, las perspectivas de algunas empresas cambiaron cuando vieron que Galuccio presidía la petrolera reestatizada y además comenzaba a negociar acuerdos con Chevron y otras grandes compañías. En 2013, cuando YPF firmó los acuerdos con aquella petrolera y Dow, la operatoria de Schlumberger en Argentina se desbordó. En un país en el que hay que planificar bien las importaciones dadas las trabas para ingresarlas, la multinacional sufrió demoras de hasta 2 meses para entrar máquinas o piezas que sus clientes necesitaban ya. Lo habitual es que los importados para Vaca Muerta tarden menos en ser autorizados que lo normal, pero suelen quedarse un mes y medio en la Aduana.
YPF genera ahora alrededor de tres cuartos de la facturación de Schlumberger en Argentina. También se convirtió en un cliente importante en el nivel sudamericano. Por Vaca Muerta, la filial argentina ganó protagonismo dentro del mayor grupo de servicios petroleros del mundo en detrimento de Brasil, en plena recesión y sacudido por los escándalos de corrupción en Petrobras.
Schlumberger ofrece a las petroleras los bundles, o servicios integrados. Algo así como un «todo para el fracking». Antes cobraba por cantidad de pozos. Ahora, por fracturas en pozo. «Ahora viene una lucha despiadada por meter bundles en YPF», reconocen en Schlumberger, que en Argentina tiene dos aquipos de fractura dedicados a la petrolera estatal y otro por el que piden turno las demás operadoras. Halliburton movió equipos de fractura desde la cuenca del Golfo San Jorge hasta la neuquina. El shale y el tight están absorbiendo equipos de perforación del convencional. Y ciudades como Comodoro Rivadavia lo sufren.
Schlumberger y las demás proveedoras grandes, medianas y pequeñas son las que ahora están haciendo plata con Vaca Muerta. YPF, Chevron y las demás operadoras están invirtiendo para ganar a largo plazo. Y esa inversión es dinero que pagan ahora a las contratistas por perforar, fracturar y terminar pozos, y todo lo que rodea a estas actividades iniciales antes de una producción masiva y rentable.
En aquel 2011 en el que la empresa donde trabajaba Galuccio calentaba los motores en Argentina, la YPF de Repsol y Eskenazi perforaba el primer pozo shale en conjunto con Andes Energía, la firma de Daniel Vila y José Luis Manzano, en el bloque neuquino Mata Mora. A fines de 2010, esos dos empresarios de medios habían cedido la mayoría accionaria de ese área que habían conseguido en el último año de gobierno de Sobisch, en 2007, y en la que no habían invertido aún los 3,7 millones de dólares prometidos. Buscaron a YPF como socia antes de que expiraran los primeros 4 años del permiso de exploración. Vila y Manzano le vendieron entonces el 63% y se quedaron con el 27%. El otro 10% es de GyP, heredera de las áreas de Hidenesa.
Pero resulta que Galuccio, en su rol de presidente de YPF, intentaba en 2014 echar de Vaca Muerta a la dupla dueña del grupo Uno, que controla la operadora de TV por cable Supercanal, los canales América, Radio La Red y los diarios La Capital de Rosario y Uno de Mendoza, Santa Fe y Paraná, entre otros medios. El jefe de la petrolera nacionalizada estaba furioso porque Mata Mora no había extraído en 2013 ni una gota de crudo pese a que Andes había prometido activarlo y devolverle a YPF lo que había invertido en aquel pozo desde 2011. Su amenaza de deshacerse de ese socio si no apuraba los desembolsos le quedó clara al ex ministro de Interior menemista y actual sponsor de Massa en un agasajo por la visita de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, a Buenos Aires en 2014. Manzano debió correr al ex Schlumberger por una escalera para pedirle una reunión. Galuccio no se la concedió.