Capítulo 8
Negocios y
negociados
No solo Repsol se había lanzado a meter el
cuchillo en Vaca Muerta. La segunda y la tercera licitación de
áreas de GyP en 2010 también eran muestras de un mayor interés por
hincarle el diente.
—En 2010 todo cambió. Vinieron las grandes a
poner la bandera para tener por lo menos una presencia mínima
—explica Gabriel López, el subsecretario de Hidrocarburos
neuquino.
El segundo concurso de bloques abrió los
sobres en enero de 2010. Había diez áreas en juego y dos quedaron
desiertas. Tres fueron a parar a Rovella Carranza, la constructora
que preside Mario Rovella y que ya había ganado un bloque el año
anterior. Otra fue para Raiser, la novata petrolera de los Moneta.
Y Repsol, que había aprendido a torear la Vaca Muerta, consiguió
cuatro para su YPF. En una de ellas, La Amarga Chica, se presentó
en sociedad con una empresa curiosamente sin experiencia en
upstream y sin los recursos financieros
para invertir en el área. Era la llamada Petrolera Argentina, de
Miguel Schvartzbaum.
Guillermo Coco, entonces ministro de Energía
neuquino, buscó con intensidad más inversores en un viaje a Nueva
York. Se reunió con ejecutivos de Exxon y les dejó una
carpeta.
—Me quedan dos áreas desiertas, fíjense si
tienen interés —aludió a la segunda licitación de bloques de
GyP.
A las 48 horas lo llamaron porque estaban
interesados en dos de los cinco yacimientos que habían quedado sin
asignar en los dos primeros concursos. A los 10 días confirmaron
que los querían y consiguieron la adjudicación directa.
«Nos impresionamos. Sapag, recontento», le
contó Coco al diario Río Negro. «Al mes
me invitan a un congreso con los diez principales geólogos del
mundo, organizado por Exxon. Me invitan. Hay una cena. Cuando
llego, me ubican en la mesa número 1. Yo pensé que me iban a dar la
40. Me sentaron con el vice (presidente) internacional de Exxon.
Ahí pienso: “Lo que le dimos a esta gente vale mucho”. Lo llamé a
Sapag: “Lo que tenemos vale mucho”», recordó.
La mayor petrolera norteamericana había
llegado tarde al boom del shale en su país. En ese mismo 2010 compraba la
independiente XTO para sumarse a esa moda. Y mientras se adentraba
en el upstream de Argentina, buscaba
deshacerse de su downstream en este país,
es decir, de su refinería en Campana y su red de estaciones de
servicios, la tercera del mercado argentino detrás de YPF y Shell,
y por encima de Petrobras y la Oil de Cristóbal López. En 2011 se
las compró la alianza de CNOOC y Bridas. Exxon vendió su negocio de
downstream no solo en Argentina sino en
todo el resto de Sudamérica. La diferencia fue que en tierra de los
Kirchner, entre los precios regulados y las presiones para que
vendiera a alguna petrolera amiga, demoró más para encontrar
comprador.
Exxon prevé invertir 400 millones de dólares
para probar el potencial de las dos áreas en Vaca Muerta. No es un
desarrollo masivo como el de YPF y Chevron, pero en la industria
dicen que ha logrado los pozos más rentables de la formación, es
decir, los que más producen a menor costo. En diciembre de 2014
anunció que había perforado un «superpozo», según lo describió Coco
mientras dejaba el cargo de ministro.
Coco renunció cuando arreciaban las críticas
precisamente por la concesión de La Amarga Chica, que fue el caso
más emblemático de negociado inmobiliario en Vaca Muerta. Resulta
que YPF, pese a su amplia experiencia petrolera, se presentó a la
licitación de esa área en una UTE de la que tenía el 51% mientras
que el restante 49% pertenecía a Schvartzbaum, dueño de una pequeña
refinería neuquina. La UTE controlaría el 90% de La Amarga Chica,
de 46.200 acres, y GyP, el restante 10%. El empresario local se
comprometió a invertir 3,1 millones de dólares. Pero a los 2 meses
de ganar la concesión y sin haber invertido ni un peso en ella,
Schvartzbaum le vendió el 24,5% de la UTE a la propia YPF de Repsol
y los Eskenazi por 4,4 millones. ¿Por qué la empresa de Brufau y
los banqueros amigos de Néstor Kirchner habían aceptado ir a una
licitación con una petrolera sin experiencia que no invirtió nada,
pero a la que inmediatamente después debió abonar semejante
fortuna? ¿Qué había detrás de tamaño mal negocio? En 2013, con la
refinería de Petrolera Argentina en crisis, Schvartzbaum vendió lo
que le quedaba de La Amarga Chica a la YPF expropiada por otros 40
millones.
Rubén Etcheverry, que en 2010 era presidente
de GyP y ahora sueña con que Pechi Quiroga destrone al MPN en las
elecciones a gobernador de 2015, denuncia que sus ex jefes Sapag y
Coco le pidieron a Repsol y los Eskenazi que se asociaran con
Schvartzbaum. En su escritorio, escoltado por una gran figura de
Mafalda con el número 50, por el medio siglo de él y del personaje
de Quino, Etcheverry agrega que el gobernador y el ex ministro le
reclamaron lo mismo a aquella YPF privada en la tercera licitación
de áreas de GyP, en noviembre de 2010, cuando él seguía en la
presidencia de la petrolera provincial. Ese mes, YPF ganó las 13
áreas licitadas, cinco de ellas en asociación con Rovella
Carranza.
¿Por qué supuestamente el gobierno neuquino
impulsó que empresas sin experiencia participaran de la licitación
de áreas que rápidamente vendieron a grandes petroleras? ¿Fue acaso
un mecanismo para el pago de comisiones, o bonos, como los llaman?
Quien era presidente de GyP en aquel entonces confiesa que no puede
afirmar más que lo dicho. Etcheverry vive en la actualidad de la
consultoría a una empresa de logística petrolera que está armando
una base de 5 hectáreas en el nuevo parque industrial de Añelo y de
una asesoría en temas energéticos al municipio de Neuquén, a cargo
de Quiroga. Es uno de los encargados de recoletar contribuciones
para la campaña del intendente.
El escándalo de la concesión a Schvartzbaum
estalló con una publicación del diario Río
Negro en agosto de 2014, justo cuando Galuccio se peleaba con
Sapag y los demás gobernadores petroleros por si el proyecto de ley
federal de hidrocarburos debía o no eliminar o acotar la figura del
carry que cobran las petroleras
provinciales. Hay quienes sospechan que el presidente de YPF estuvo
detrás de la campaña contra Coco para sacar a GyP de las áreas que
comparte con ella. A Galuccio no le habrá gustado tener que
abonarle 40 millones de dólares al dueño de Petrolera Argentina por
la participación en un bloque en el que no había invertido. Coco
intentó defenderse en su momento en el mismo diario rionegrino que
domina el mercado en Neuquén.
—A través de GyP, cuando nos enteramos de
las operaciones (de venta de acciones en las áreas concesionadas)
que se hacían, sacamos una circular que obligaba a presentar todas
las operaciones, porque empezamos a detectar que se vendían y las
grandes compañías nos mentían sobre los valores que pagaban.
—¿Y GyP no podía hacer nada ante esa
sospechosa operación?
—No, porque… GyP puede o no aceptar una
transferencia de un porcentaje de un socio y puede, en caso de
rechazarla, tomar la primera opción (de compra).
—¿Cómo entró Schvartzbaum a la UTE por
Amarga Chica?
—Schvartzbaum, con la idea de que iba a ser
una gran refinería, necesitaba su propio crudo. Lo que nosotros le
dijimos a todas las empresas fue: «Muchachos, primero van a tener
que poner la plata ustedes, la provincia no va a ponerles un peso a
riesgo y lo correcto sería que trataran de asociarse a alguna
operadora con porcentajes tales que ustedes pongan la plata, pero
que alguien les maneje el know how». De
las empresas que decían «nosotros ponemos plata, el Estado no»,
quedaron finalmente Rovella, Schvartzbaum, Raiser…
—Pero Petrolera Argentina no invirtió.
—Se lo chupó todo…
—Pero ustedes, siendo socios, podrían haber
planteado…
—No, no podés plantear nada.
—…que cumplieran.
—En realidad, los objetivos los venía
cumpliendo YPF. Nunca se dejó de invertir el dinero en La Amarga
Chica.
—¿Era condición sine
qua non que empresas como YPF debían asociarse a estas firmas
soporte?
—No.
—Cuesta entender que YPF sea socia
de...
—Podría decirte que es peor lo de Rovella,
más dudoso…
—¿Cómo más dudoso?
—Era mucho más razonable Schvartzbaum, que
quería tener crudo, que Rovella que era una constructora que se
quería meter en el petróleo. Schvartzbaum tenía un contrato
político con YPF.
—Cuando ustedes adjudicaron La Amarga Chica,
¿no se conocía el informe del Departamento de Energía de Estados
Unidos sobre el valor de Vaca Muerta de 2011?
—No. En esa época (2010) las áreas no valían
nada. Cero. Nadie sabía que había shale
oil (petróleo)… En el medio, había una fuerte presión inicial
por parte de las empresas de servicios, constructoras y demás por
la posibilidad de crecer en la cadena de valor en la provincia y
sumarse a áreas marginales o áreas secundarias para explorar.
—¿Qué empresas?
—Ingeniería Sima, Riva, Codal, Edevesa, San
Andrés…
—¿Rovella?
—No. Rovella viene de la mano del grupo
Petersen.
—¿Raiser?
—Moneta se presentó y ganó (el bloque) Cruz
de Lorena. Después se la vendió a Shell, que fue una operación
mucho más importante.
Los Moneta habían iniciado en agosto de 2010
el contrato de exploración por el que prometían invertir 16,3
millones de dólares en los 9 años que dura este tipo de permiso.
Pero un año y medio después, en marzo de 2012, se oficializó la
venta de Cruz de Lorena a Shell.
—A Raiser le dijimos: «Te compro todo (el
80% de Cruz de Lorena; el restante 20% es de GyP) o nada». No nos
interesaba el perfil de socio. No es como Medanito, que sí tenía
experiencia petrolera y con la que nos asociamos —relata
Maximiliano Hardie, el mánager local de Shell para la exploración y
producción que esta empresa angloholandesa centenaria en Argentina
retomó recién en 2011.
Hasta entonces solo disponía de su refinería
en Dock Sud y su red de estaciones de servicio. En una camioneta de
Shell en la que el conductor solo arranca cuando todos los
pasajeros se abrochan el cinturón de seguridad —si no lo hace, es
motivo de despido en la compañía—, Hardie compara la nueva
petrolera de Raúl Moneta con la que lidera el neuquino Emilio
Carosio. Sobre Moneta, que es dueño de campos y medios de
comunicación como la Radio Metro pero que no posee trayectoria en
el sector, aún pesa una investigación judicial por presunta
asociación ilícita en la quiebra de su Banco de Mendoza en los años
90. Medanito, en cambio, cuenta con más de 20 años de trayectoria
en la explotación petrolera. Por eso, cuando desembarcó en Vaca
Muerta en 2011, Shell le compró a la firma de los Carosio y los
Grimaldi el 67,5% del yacimiento Águila Mora y el 65% del de
Sierras Blancas y la mantuvo como accionista de ambos (con el 22,5%
y el 25%, respectivamente). En la medida en que la gigante
angloholandesa fue haciéndose cargo de toda de la inversión en los
dos bloques, aumentó su participación accionaria y redujo la de
Medanito a apenas el 5%.
En lo que se parecían Raiser y Medanito era,
según Hardie, en que ambas habían hecho negocios «poniendo 300.000
dólares o menos para obtener cada área». Una había ganado una
licitación de Sapag y la otra, una adjudicación directa de Sobisch.
En una sala de reuniones de la sede de Shell en la avenida Diagonal
Norte, en Buenos Aires, el presidente de la filial argentina,
Aranguren, reconoce que su empresa pagó en diciembre de 2011 unos
1.500 dólares el acre por la adquisición de las áreas de Medanito y
solo tres meses después, el doble, 3.000 por acre, por la de Raúl
Moneta y sus hijos. Sí, el acre se encareció un 100% en 90 días. Un
salto inédito hasta en las burbujas inmobiliarias más infladas. A
partir de los precios dados por Aranguren y teniendo en cuenta el
porcentaje accionario que adquirió en áreas de determinada cantidad
de acres, se puede inferir que Shell abonó a Medanito 40,3 millones
por Sierras Blancas y 42,4 millones por Águila Mora, y a Raiser,
94,2 millones por Cruz de Lorena. Las ventas fueron autorizadas por
Neuquén.
—Con la provincia tuvimos que negociar
compromisos de inversión que son bastante exigentes —comenta
Hardie, desde la oficina que Shell empezó a alquilar en el parque
industrial de Neuquén en 2012 hacia los pozos de Sierras Blancas,
que antes habían sido parte del yacimiento Loma La Lata.
Lo que está claro es que tanto los Carosio y
Grimaldi como los Moneta sacaron buena leche de la Vaca Muerta. No
fueron los únicos. En la segunda licitación de bloques de GyP,
Raiser ganó uno, pero Rovella Carranza, tres. Uno era Buta Ranquil.
Fue rápidamente vendido a la YPF de Repsol y los Eskenazi. Otro era
La Ribera. También pasó a manos de la petrolera de bandera. El
tercero era Senillosa. La constructora de San Luis acabó
transfiriendo el 60% a Pampa, la firma de Marcelo Mindlin, en
noviembre de 2010. Sorprende que se haya quedado con el 30%.
¿Y qué ocurrió con las cinco áreas que
Rovella Carranza ganó como socia de la YPF privada en el tercer
concurso de GyP? En tres también estaba aliada con Total y la
compañía puntana las terminó dejando en manos de esas dos grandes
petroleras. En el caso de los otros dos yacimientos, vendió su
porción a YPF.
La concesión de áreas petroleras a empresas
que no van a invertir en ellas sino revenderlas resulta negativa
para la política energética de un país o una provincia. Porque la
compañía que termina quedándose con el bloque después de la
compraventa debe asumir un sobrecosto en la inversión. Ese
sobrecosto puede acabar pagándose en términos de menos inversiones
reales en los pozos, menos empleo o más esfuerzo de parte de
quienes financian el desembolso de capital. Teniendo en cuenta que
en la actualidad los argentinos están pagando más que el resto del
mundo por el petróleo y sus derivados, se puede inferir que todos
los ciudadanos, desde automovilistas hasta usuarios de colectivos,
son los que financian estos proyectos en Vaca Muerta y son también
los que se perjudican si estas iniciativas cargan con
sobrecostos.
En los otras seis áreas que YPF ganó en la
tercera licitación de GyP, en noviembre de 2010, se presentó
asociada a inversores internacionales. Dos las obtuvo con una de
las empresas de la revolución del shale
norteamericano, EOG. Otras tantas con Exxon. En tres fue acompañada
por una de las empresas que más estaba explorando en hidrocarburos
no convencionales en Argentina, Apache. Y la última, sola con
Total. Al final de cuentas, solo las estadounidenses Exxon, EOG y
Apache excluyeron a pequeños socios argentinos en las ofertas del
concurso. La española Repsol y la francesa Total no tuvieron esos
complejos.
PAE y la petrolera de Techint formularon
ofertas en la tercera licitación, pero sin suerte. Shell
directamente no se presentó.
—Se sabía que YPF iba a ganar todas las
áreas —argumenta Hardie, ingeniero químico de 47 años, graduado en
la Universidad de Mar del Plata.
Este ejecutivo de Shell que vive en Buenos
Aires pero pisa permanentemente los yacimientos de Neuquén arrancó
su carrera en Tecpetrol. Después de 6 años allí pasó a la compañía
angloholandesa. En Shell comenzó en un proyecto de producción de
gas en Salta, después en un megaemprendimiento de refinación
sintética de este combustible que finalmente se frustró en Tierra
del Fuego por la crisis de 2001-2002, vivió en Holanda 4 años,
después volvió a Buenos Aires, estuvo 2 años en el offshore brasileño y en 2011 recaló en la
iniciativa de Vaca Muerta.
Al ausentarse de la licitación de noviembre
de 2010, Shell evitó tener que incluir en su oferta una donación a
la Fundación Alejandría. Esta organización fue fundada oficialmente
al año siguiente por un decreto del gobierno de Sapag. Es una
fundación propiedad de GyP que tiene como misión, según el
Ejecutivo provincial, la responsabilidad social empresaria y la
capacitación de técnicos de la provincia. El ex presidente de la
petrolera neuquina Rubén Etcheverry dice que la creó para construir
un laboratorio de primera calidad que examinara muestras de rocas
en la etapa de exploración, en lugar de seguir enviándolas, como en
la actualidad, a analizar en Estados Unidos.
—Después se usó para hacer acción social en
la campaña —se queja quien en junio de 2013 renunció a las
presidencias de GyP y la Fundación Alejandría y 2 meses más tarde
fue candidato a diputado de Compromiso Cívico Neuquino, partido que
lidera Quiroga.
Ese acelerado paso a la oposición se asemeja
a Massa, que también en junio de aquel año dejó el kirchnerismo
para candidatearse a diputado en agosto con su propio Frente
Renovador en la provincia de Buenos Aires.
En aquel tercer concurso de bloques de GyP,
las 13 ofertas ganadoras incluyeron cada una un aporte de entre
50.000 y 300.000 dólares para la Fundación Alejandría. Nada mal
para empezar.
Pero la diputada provincial Beatriz Kreitman
desconfió de esa fundación que lleva el nombre de la ciudad egipcia
que fundó Alejandro Magno en el 331 a.C. y que fue uno de los
centros culturales del mundo antiguo. En mayo de 2014, la seguidora
de Carrió presentó una denuncia penal contra Coco por la supuesta
incompatibilidad entre su rol de ministro de Energía neuquino y los
de presidente de GyP y la Fundación Alejandría, después de la
dimisión de Etcheverry. Kreitman pidió que se investigara por qué
las donaciones de los ganadores de las licitaciones debían hacerse
a nombre de la petrolera provincial, que después los derivaba a la
fundación. «Se trata del ministro de Energía que maneja la empresa
estatal, que es sociedad anónima para evitar controles, pero además
es presidente de la fundación a la que él mismo desvía fondos»,
despotricó Kreitman. Además cuestionó que Alejandría no hubiese
presentado aún sus balances de 2011, 2012 y 2013. Un mes después de
la denuncia, Coco le dejó las presidencias de GyP y Fundación
Alejandría a Alberto Saggese, un abogado de larga experiencia
petrolera en YPF, Total, el grupo Soldati y Petrobras. Eran las
primeras renuncias de Coco.
A fines de 2010, Añelo aún permanecía ajeno
al frenesí de negocios que empezaba a despertar en torno de Vaca
Muerta. El pueblito tenía 2.449 habitantes, según el censo de aquel
27 de octubre de 2010 en que murió Néstor Kirchner. No tardaría en
contagiarse. En 2012 ya eran 3.000.
El disparador de aquella nueva ola
migratoria que luego se convertiría en un auténtico tsunami humano
fue el informe que publicó en abril de 2011 la Administración de
Información sobre Energía (EIA) de Estados Unidos, que estimó que
Argentina era el tercer país con más recursos de gas de esquisto
del mundo, solo por detrás de China y la superpotencia. El
organismo depende del Departamento de Energía pero trabaja de forma
autónoma, buceando en los recursos de otros países y centralizando
información que les pide, o que a veces les compra bastante caro a
las compañías norteamericanas con negocios globales. Sus
estadísticas e informes, en general de tono más técnico-geológico
que económico, son una referencia ineludible en el sector. Nadie
más tiene sus recursos para ver la imagen del planeta desde lejos.
Por eso, aunque no sean elaborados in
situ sino desde Washington DC, los reportes de la EIA también
terminan publicitando los recursos de los países a los que
mencionan. Apenas son publicados, se leen en los cuarteles
generales de todas las majors.
Uno de los funcionarios que elaboró aquel
informe de 2011 es el encargado de trazar allí los modelos de
oferta energética global. Se trata de Aloulou Fawzi, un economista
industrial que lleva 15 años en las oficinas del DC, sobre la
avenida Independence, a cuatro cuadras de la Casa Blanca. Fawzi
estudió becado en Harvard y antes de recalar en el gobierno
estadounidense asesoró al de Malasia, una de las potencias
petroleras del sudeste asiático.
En ese inventario mundial de recursos no
convencionales que informó a las petroleras sobre el potencial
neuquino, Argentina aparecía, gracias a las formaciones Vaca Muerta
y Las Lajas, por encima de México, Sudáfrica, Australia, Canadá,
Libia, Argelia y Brasil. Todas esas estimaciones iniciales fueron
revisadas en 2013, cuando Fawzi y sus colegas hallaron evidencias
de que el subsuelo argentino escondía aún más de lo que había
creído 2 años antes.
—Todos sabíamos que Vaca Muerta estaba ahí,
porque la geología no cambia. Lo que sí cambia es la forma en que
entendemos esa geología —explica Fawzi desde su oficina, por Skype,
una vez autorizado a hacerlo por sus superiores, celosos de la
información que pueda filtrarse de aquella oficina estratégica para
los intereses estadounidenses—. El avance de los últimos años fue
asombroso. No tanto en cuanto a los descubrimientos, sino a la
eficiencia. Lo que se hacía en 60 días, ahora se hace en 20, y eso
hace que sean recuperables recursos que antes no lo eran.
El especialista nunca pisó tierra argentina
pero dedicó largas horas a indagar sobre lo que tiene debajo:
—Cuando vimos la geología de Vaca Muerta a
la luz de la nueva tecnología del fracking y la perforación horizontal, nos dimos
cuenta de que era la mejor roca de las que conocemos fuera de
Estados Unidos en términos de viabilidad. Es gruesa, no tiene
muchas fracturas, tiene alto contenido hidrocarburífero y ese
contenido es bastante parejo en toda su superficie.
Fawzi no oculta su entusiasmo por la
tecnología que en poco tiempo le permitió a Estados Unidos
sustituir las onerosas importaciones de gas que traía de ultramar
en barcos parecidos a termos gigantes, donde el combustible se
almacena en forma líquida, luego de enfriarlo a 162ºC bajo cero
para que ocupe un volumen seiscientas veces menor. Como ese gas
transportable, conocido como GNL, debe ser calentado después de
forma controlada para regasificarlo, su consumo es carísimo. Y los
frackers le ahorraron ese costo al Tío
Sam. Hacia 2014, gracias a la roca Barnett y otras áreas shale y tight, el 44% de
la producción de gas de Estados Unidos ya era no
convencional.
En las oficinas frente al río Potomac de la
EIA no se refieren al fracking como una
revolución sino como un game changer (una
expresión similar a «dar vuelta el partido»).
—Es la misma historia del petróleo. Nadie
pensaba que aplicando la técnica de la minería tradicional iba a
salir un chorro de crudo del primer pozo petrolero. El futuro de
esta técnica tampoco es 100% seguro. También puede seguir mutando.
Lo que hay es una experiencia exitosa que nadie puede negar
—advierte Aloulou.
Pero no son todas rosas en el camino al
autoabastecimiento energético de Estados Unidos, aún pendiente en
materia petrolera. Ni siquiera lo es para los más entusiastas del
progreso infinito. Fawzi también advierte que para extraer los 1,8
millones de barriles diarios de petróleo que escupe la formación
Eagle Ford, por ejemplo, los operadores perforaron 8.000 pozos.
Cada uno costó 6 millones de dólares en promedio. Lo cual implica
que hubo una inversión de 48.000 millones, o 19 veces lo que llevan
invertidos YPF y Chevron en Vaca Muerta.
—Esto es como una bicicleta, para seguir
andando hay que estar pedaleando todo el tiempo. Acá hay que seguir
perforando todo el tiempo —compara el economista.
Además, la EIA observó que la producción de
los pozos que llegan a la roca madre decae muy rápidamente y que
ninguno sirve por más de 5 o 6 años. Los convencionales, en cambio,
llegan a estar activos por 20 o 30 años o incluso más. Por su
trabajo, Fawzi llegó a conocer el pozo convencional más productivo
del mundo, en Arabia Saudita, que viene entregando cinco millones
de barriles por día durante los últimos 60 años sin fractura ni
perforación horizontal.
—El shale es un
negocio completamente diferente. No se puede aprovechar el
potencial de estas formaciones con unos pocos pozos —agrega.
El umbral mínimo para tener una idea cierta
de si vale la pena la inversión en un área no convencional, según
la EIA, son unos 100 pozos. En Argentina en 2014 se llegó a 300. Y
aún así, hasta que no se perforan, se explotan y se terminan todos,
no se tiene certeza absoluta. Cada pozo es distinto al otro,
incluso en la misma formación. Fawzi cree que difícilmente una
petrolera grande y estatal como YPF hubiera podido encontrar la
forma de explotar el shale como hizo
Mitchell (aunque el texano también tuvo al Departamento de Energía
detrás), pero considera que «si se lo propone, YPF puede hacerlo
como cualquier otra compañía». Y que «las grandes multinacionales
como Chevron y Exxon también tienen bolsillos profundos, así que
juntas están en condiciones de hacerlo».
El futuro de Vaca Muerta, según quienes la
pusieron en la vidriera mundial de los reservorios petroleros,
depende de muchos factores: no solo la voluntad inversora de las
empresas o del Estado sino también de las cotizaciones del
petróleo, del acero para los tubos y del agua. Y el derrumbe del
barril de crudo, que a inicios de 2015 empezaba a sembrar dudas en
el sector, no necesariamente implica para Fawzi que haya que perder
las esperanzas de ordeñar la roca generadora bajo Neuquén:
—No se sabe si hay un precio límite por el
que dejará de ser conveniente producir shale. Siempre hay nuevas lecciones que aprender al
respecto. Las empresas que operan en la formación Marcellus en
Pensilvania, por ejemplo, siguen perforando a pesar de que el
precio del gas bajó muchísimo en Estados Unidos. Y lo hacen porque
son muy eficientes, porque incluso a un precio bajo son capaces de
seguir obteniendo ganancias. Esa eficiencia puede incrementarse con
el tiempo al punto de que sea conveniente producir a otros
precios.
Aquel informe de la EIA sacudió a Argentina
y a otros de los países mencionados. Desde ese abril de 2011
empezaron a tejerse vanas ilusiones sobre el emirato neuquino. Pero
no solo se ilusionaron políticos locales. El reporte también
despertó el interés por Argentina en la sede de Shell en
Houston.
Hasta entonces, la patria de los Kirchner
solo era causa de irritación en aquellas oficinas texanas donde
trabaja Hamilton, el jefe para nuevos proyectos de Shell. La
petrolera angloholandesa había sido una de las primeras empresas en
darse cuenta de que con el kirchnerismo se había acabado la
desregulación de los años 90. En 2005, Néstor Kirchner llamó a los
argentinos a no comprar «ni una lata de aceite» de la empresa con
el logo de la concha marina como boicot por un aumento de precios
de los combustibles. Empezó entonces una lucha sin cuartel por lo
menos hasta que Guillermo Moreno dejó el Ejecutivo, en 2013. El
gobierno llegó a clausurar durante una semana la refinería de Dock
Sud por daños ambientales. Le impuso 83 multas por la ley de
abastecimiento. La filial que preside Juan José Aranguren, uno de
los pocos empresarios que siempre criticó públicamente al
kirchnerismo y hasta participó con bajo perfil de las marchas
caceroleras opositoras de 2012, nunca las pagó. La Corte Suprema ya
desestimó 37 de esas sanciones. Moreno también impulsó 54 causas
penales contra Aranguren. «No fuimos en cana. Estoy absuelto en
todas», se jacta quien sonó alguna vez como eventual presidente de
YPF en un hipotétitco gobierno de Macri y quien además asesora a
los legisladores radicales en materia de energía. «Juanjo (por
Aranguren) defiende los intereses de Shell en Argentina. Es lo que
haría cualquier presidente de Shell en cualquier país», razona
Robin Hamilton.
Pero negocios son negocios. Y de la teta de
Vaca Muerta quieren mamar muchos. Por eso, Shell está invirtiendo
allí unos 500 millones de dólares para comprar acres, perforar
pozos y probar su productividad. Aunque muy por detrás de la
alianza YPF-Chevron, el suyo es el segundo mayor proyecto de
inversión en la roca madre neuquina.
—Vimos una oportunidad en Vaca Muerta cuando
salió el informe del Departamento de Energía —recuerda Hamilton,
jefe de Shell para nuevos proyectos, en las principales oficinas de
la petrolera en Estados Unidos—. Mi grupo considera unos 100
lugares donde invertir y entonces buscamos acres en Vaca
Muerta.
En las oficinas de Diagonal Norte, la misma
arteria por la que marchaban los caceroleros de 2012, Aranguren da
más detalles de aquella decisión de invertir en Vaca Muerta un año
antes:
—Empresas como las nuestras ven que en
Estados Unidos el shale funciona y se
preguntan por qué no en Argentina. El primer objetivo de una
petrolera es tener reservas para así ganar dinero. Para eso te
podés ir a Rusia, Alaska, China, Nigeria o Argentina, con desafíos
regulatorios importantes. Si no tenés reservas, se achica el valor
de la compañía. Nuestra gente en Houston veía que el Departamento
de Energía decía que había no convencional en Rusia, China y
Argentina. Algunos abrieron los ojos y dijeron: «Ojo, acá hay un
lugar sin guerras, sin muchos conflictos ambientales y con la
posibilidad de que empresas con capacidad de invertir accedan a
recursos». Buscamos áreas que habían sido concesionadas desde 2006
y les preguntamos a sus dueños qué habían hecho en ellas.
«Absolutamente nada», respondieron. Estaba por expirar la etapa
exploratoria.
El permiso de exploración establece que si
un concesionario incumple sus compromisos de inversión al cuarto
año de contrato, debe devolver la mitad del área. Si al séptimo año
sigue sin invertir lo suficiente, pierde un cuarto de ella. Al
noveno año puede quedarse sin nada.
Hamilton viajó entonces a conocer la
actividad de Vaca Muerta.
—Mi visita a Neuquén fue muy positiva. Se
parece al oeste de Texas. Es muy rentable para el petróleo, porque
hay amplias tierras abiertas, no hay competencia por la tierra.
Además, los funcionarios que me encontré en Neuquén son gente de
avanzada. Como hace mucho que hay presencia petrolera en la
provincia, comprenden la industria. Sapag sabe mucho de petróleo
para ser gobernador, comprende el rol de la regulación. Es alguien
que promociona el petróleo —se deshace en elogios el ejecutivo
británico. Aranguren le destacó las características de la
provincia:
—Neuquén está gobernada desde de los años 60
por el MPN. Tiene capacidad para autofinanciarse.
Sapag y Coco los acompañaron todo un día de
paseo por los pozos, desde las 8 hasta las 19.
—Vendieron la provincia, la promocionaron
—elogia el presidente de Shell Argentina.
En la petrolera angloholandesa también
sopesaron que la tercera economía latinoamericana estaba quedándose
sin energía en aquel 2011 y que iba a necesitar del desarrollo de
Vaca Muerta. Entre el informe energético de Estados Unidos y la
primera compra de áreas en la formación neuquina pasaron 8
meses.
Shell negociaba no solo con pequeñas
petroleras sino también con la YPF de Repsol y los Eskenazi. En
aquel 2011, el grupo español, que había comprado el 98% de YPF en
1999, se quedó con el 58% de ella porque terminó de venderle el 25%
al grupo Petersen y colocó el resto en las Bolsas de Buenos Aires y
Nueva York. Buscaba reducir el «riesgo argentino». Cuando el Estado
le expropió el 51% al año siguiente, las conversaciones entre YPF y
Shell por Vaca Muerta se abortaron.
—Las petroleras del mundo miran eso y
deciden invertir menos. Chevron, no sé por qué, se vio atraído
igual por Vaca Muerta —admite Hamilton.
Así como el informe del Departamento de
Energía de 2011 supuso para él un primer alerta, el pacto
YPF-Chevron 2 años después volvió a a encenderla.
—Lo de Chevron fue una señal de que alguien
iba a invertir fuerte en Vaca Muerta. Nos dijimos: «Si Chevron va…»
—recuerda el ejecutivo británico.
No por nada en marzo de 2014 Shell le compró
a Total el 42,5% de dos áreas neuquinas, La Escalonada y Rincón La
Ceniza, aquella que había ganado Rovella Carranza en la licitación
de 2009.
Pese a sus peleas con Moreno, Aranguren
destaca:
—Hay que desmitificar que nos hicieron la
vida imposible.
Desde que el kirchnerismo llegó al poder en
2003, las principales competidoras de Shell en el mercado argentino
de combustibles o se fueron —como Repsol y Exxon— o vendieron buena
parte de su negocio, como Petrobras a Cristóbal López. La
angloholandesa permaneció.
—Exxon ahora está en Vaca Muerta, pero va a
tener que vender el crudo a otras empresas (refinadoras). Hoy
nosotros procesamos lo que producimos en nuestra refinería. Tenemos
el beneficio de habernos quedado —concluye el jefe de la filial de
Shell.
Hamilton se pasa el día monitoreando países
como si jugara al TEG. ¿Ucrania? «Ahora no es más seguro que
Argentina», comenta sobre el país dividido en 2014 por una guerra
entre pro occidentales y pro rrusos. ¿Nigeria, el país de la
guerrilla islamista Boko Haram donde Shell ha protagonizado grandes
derrames de crudo? «Ahí estamos en el convencional en gran escala
desde la década del 60». ¿Venezuela, Argentina?
—Si Shell hiciese su portfolio solo con esos
cuatro países, nadie nos compraría la acción. Por eso invertimos
también en Estados Unidos, que es estable, seguro y con alta
demanda. Hay mucho petróleo en el mundo. Vaca Muerta será siempre
un porcentaje pequeño del total, pero para Shell va a ser
importante en el no convencional y para Argentina también será
significativo. Hay que manejar primero el problema técnico, después
hacerlo comercialmente. El costo de los equipos de perforación es
más alto que en Estados Unidos. Acá hay 15 o 20 proveedores; en
Argentina, tres o cuatro. Los no convencionales por ahora solo
funcionan en Estados Unidos y Canadá. Son un negocio de bajo margen
—razona el geólogo escocés.
Precisamente de Ucrania tuvo que huir en
2014 un técnico afroamericano de Shell que ahora trabaja en el
yacimiento neuquino de Sierras Blancas, Tyrone Russell, de 44 años,
casado en segundas nupcias y con cinco hijos en su Mississippi
natal. Su segunda esposa quiere tener su primer hijo con él, pero
Tyrone se resiste. Aún piensa que las mujeres ucranianas son más
bellas, según él, que las argentinas. También quedaron en sus
memorias los helicópteros de guerra que sobrevolaban su casco en
los pozos de aquel país del este europeo. A falta de personal local
capacitado para la perforación y la fractura de shale en Argentina, Shell trajo a Tyrone y a otros
compatriotas suyos como supervisores. La multinacional planea
formar a dos argentinos, pero aún no empezó y la instrucción puede
demorar hasta 3 años, según sus criterios.
Los extranjeros están 14 días trabajando en
el pozo, en el camino entre Añelo y la capital neuquina, pernoctan
en los tráilers ubicados en la misma locación, en el medio de la
estepa, y cuando terminan las 2 semanas se van directo al
aeropuerto, de ahí a Buenos Aires y por último a Estados Unidos. A
los 14 días vuelven al yacimiento. Como en cualquier otro pozo en
perforación o fractura, deben sacarse todos los anillos como medida
de seguridad. El accidente, bromean entre ellos, lo pueden sufrir
si al volver a sus hogares sus esposas descubren que perdieron la
alianza.
No todos en Houston son fanáticos del
petróleo como el británico Hamilton, de Shell. También están los
Parras. Juan tiene 66 años. Su hijo Bryan, 38. Son segunda y
tercera generación de estadounidenses. Descienden de mexicanos.
Juntos crearon en 2006 la ONG Climate Justice Network (Red de
Justicia Climática). Juntos marcharon en mayo de 2011, un mes
después de aquel informe de Estados Unidos sobre el shale en el mundo, a los cuarteles generales de
Chevron, en San Ramón, California, para protestar por casos de
contaminación de crudo convencional en África, Brasil y Ecuador. En
aquel tiempo en Argentina pocos conocían la condena multimillonaria
contra la petrolera norteamericana por daño ambiental de Texaco, a
la que compró en 2001, en la Amazonia ecuatoriana. Menos que menos
alguien podía imaginar que ese fallo iba a provocar en 2012 un
embargo en Argentina contra Chevron, justo cuando negociaba con
YPF.
Juan Parras había participado en su juventud
de las multitudinarias manifestaciones por los derechos civiles en
los Estados Unidos de los años 60. Pero ya no corren esos tiempos.
«Los manifestantes deben pedir autorización para hacer marchas»,
cuenta Juan. «Y para eso necesitas tiempo y dinero», agrega.
«Además hay mano dura de la policía», complementa. Pero ahí se
fueron los ecologistas junto con un grupo de indígenas ecuatorianos
que habían viajado a reclamar.
—Hay más seguridad en la casa central de
Chevron que en Washington —comenta Juan.
Ellos querían armar una sentada en las
escalinatas de entrada de las oficinas. Juan y otros cuatro lo
hicieron. Les dijeron a los ecuatorianos que se quedaran abajo
porque si no correrían el riesgo de ser deportados. Los cinco de la
sentada fueron arrestados por la policía californiana. Pasaron la
noche en una comisaría. Al día siguiente quedaron libres.
—Fue una protesta cubierta por los medios de
todo el mundo —se enorgullece Juan.
El abuelo de este veterano militante había
llegado de México en 1897. Fue soldado de Pancho Villa y en Estados
Unidos comenzó a trabajar como ferroviario.
—Muchos mexicanos vivían aquí entonces
—cuenta Juan.
Texas era parte de México hasta que en 1836,
inmigrantes yanquis declararon la independencia. Los colonos
comenzaron la rebelión armados con un viejo cañón en el pueblo de
Gonzáles. Ahora los souvenirs de Texas, desde tazas hasta remeras,
recuerdan aquel cañón y la frase que los desafiantes
independentistas soltaron a los mexicanos: «Come and take it» (vengan y agárrenlo). En este
pueblo —ahora de 7.200 habitantes— está el monumento que recuerda
aquel cañón y un cartel que reza: «Gonzáles, tierra de libertad de
Texas». Cerca hay piletas de tratamiento de flowback. Queda sobre Eagle Ford. En 1845, Texas se
sumó a Estados Unidos.
Juan aprendió el inglés en la escuela. Bryan
apenas habla castellano, pero lo entiende. Cuando él era chico,
vivían en un barrio de Houston cerca de una petroquímica. Bryan
sufría asma y soriasis. La familia empezó a sospechar de la
contaminación, pero la empresa decía que el niño era seguramente
alérgico.
—Antes la ecología era proteger a los
animales y los árboles, pero cuando llegué a la facultad eso cambió
—recuerda el joven.
—Fue cuando se discutió la ley de Bill
Clinton de medio ambiente, cuando apareció más información sobre el
calentamiento global —añade Bryan, que lleva una remera que dice
«Defiende el Golfo», en alusión al derrame petrolero de BP,
accionista de PAE, en 2010 en la costa norteamericana del Golfo de
México.
Bryan empezó a militar en el ecologismo
urbano «porque nadie lo hacía».
Juan y Bryan Parras viven en East Wood, un
barrio de casas bajas de madera. Son demócratas, «como los pobres y
la clase media», explica Juan. Desde 1995 no hay un gobernador
demócrata en Texas, pero en la historia del estado han gobernado
muchos más años que los republicanos. En la puerta de la casa de
los Parras cuelga una bandera roja y negra con las siglas FSLN, de
la ex guerrilla y actual partido gobernante de El Salvador, Frente
Farabundo Martí de Liberación Nacional.
Los Parras combaten el fracking en una metrópolis petrolera como
Houston.
—Texas provee el 60% de las necesidades de
petróleo y gas de Estados Unidos. Eso le da a la industria
influencia política en las universidades, las escuelas, los centros
médicos. Para nosotros, la pelea es desigual —lamenta Juan—. Nadie
va a dar dinero en contra de lo que los hace ricos. Las petroleras
dan dinero para hacer mucha investigación, incluso contra el
cáncer, pero no podemos buscar la cura sin terminar con el uso de
químicos. También dan dinero al golf y a las maratones, como parte
de su comunicación con la comunidad.
La industria petrolera en Estados Unidos
pagó 327 millones de dólares a la consultora de relaciones públicas
Edelman para defender sus intereses entre 2008 y 2012.
—Es realmente difícil aparecer en los
grandes canales de televisión. Si protestamos, somos antisistema.
Si no protestamos, es porque vivimos en un gran país —ironiza Juan,
que reconoce que en Estados Unidos solo hay grandes manifestaciones
para reclamar una legalización de los inmigrantes.
Los Parras ganan concursos de programas de
educación ambiental del gobierno del demócrata Obama. Por un
proyecto para dar talleres sobre cómo reclamar por los derechos
ambientales o cómo investigar sobre contaminación pueden conseguir
30.000 dólares. Viven así con el equivalente al salario mínimo de
Estados Unidos. Trabajaron con la ONG ecologista Sierra Club, a la
que pertenece la hermana Elizabeth, haciéndoles comunicados de
prensa y encuestas. Ahora colaboran con Greenpeace para elaborar un
proyecto de ley de seguridad ambiental.
Padre e hijo hablan sentados a una mesa
donde están sus iPhone y sus MacBook Pro.
—En Estados Unidos estamos acostumbrados a
demasiado confort. A los que vienen acá a vivir les gusta el
estilo, pero también se genera mucha basura —reconoce Juan—. Ya
está por todos lados el fracking. Es que
usamos luces día y noche. Consumimos mucha energía. Nos hicieron
más dependientes de los petroleros para hacer más dinero.
—Nosotros nos concentramos en la gente pobre
de Houston —cuenta Bryan—. Ellos son forzados a vivir donde hay
refinerías, tóxicos. Son los negros, los latinos, los pueblos
originarios. Con el fracking, la
contaminación está afectando a los blancos. Los granjeros firman un
contrato con la petrolera porque piensan que van a ganar mucho
dinero, pero pierden parte del ganado. Algunos ganan mucho dinero y
venden todo. Otros quieren volver al campo que tenían antes.
Bryan arrastra una deuda de 65.000 dólares
que contrajo para estudiar en la universidad. Su padre advierte
cambios en la vida de los pueblos:
—Cuando vienen jóvenes petroleros, hay
violencia de género, violaciones, drogas. Llegan los grandes
camiones y la gente no está acostumbrada a ese tráfico. Si quieres
un lindo lugar, nunca recomiendes este.
En las oficinas de Shell en la misma
Houston, Hamilton repite lo que dicen todos los petroleros: que el
fracking no contamina, si se hace bien.
Pero admite la perturbación que trae el intenso tráfico de
camiones.
—El problema del fracking es la huella de los camiones, el ruido que
generan, cómo cambian áreas que antes eran tranquilas. Cerca de
París hay recursos no convencionales, pero nunca van a explotarlos
porque quieren conservar la vida campesina. En cambio, Vaca Muerta
es una gran oportunidad porque hay poca gente, no hay agricultura y
se puede pagar a los mapuches por sus tierras —suelta el geólogo
británico.
En las mesas al aire libre del Starbucks de
un centro comercial de The Woodlands, al lado de una juguetería
Toys R Us, el mendocino Sergio Goyeneche llama aquí y allá
vendiendo perforating guns, o cañones de
pujado, que se ubican en el fondo de los pozos y disparan por los
costados de los tubos para conectarlos con los reservorios de
petróleo. Es el encargado de desarrollo de negocios internacionales
de Tassaroli, una empresa metalmecánica que los fabrica en San
Rafael, Mendoza. En 2011 vendió por primera vez sus productos para
perforaciones en Estados Unidos, en Eagle Ford, para ser precisos.
Se los compró GE, la ex General Electric, y a partir de ahí
Tassaroli se hizo conocido en las ligas mayores. Sus competidores
tienen 20 bases en ese país, que acapara un cuarto del mercado
mundial de perforating guns. Él y otro
compañero de trabajo viven allí desde 2014 para darles pelea. Se
trata de un ejemplo de que la industria argentina puede competir en
el mundo y ganar de visitante. También del desarrollo manufacturero
que puede provocar el fracking, que, como
usa más metros de tubos, también precisa de más cañones. Un pozo
convencional usa como máximo 30 y uno no convencional puede
utilizar 125.
La empresa de San Rafael fue fundada en 1953
por Carlos Tassaroli, que a sus 85 años sigue yendo todos los días
a la fábrica en su Cherokee modelo 2007. Ahora la dirige su hijo,
también llamado Carlos. El viejo Tassaroli fue tornero a sus 14
años. Hizo el servicio militar y después empezó a trabajar con un
torno propio. En los años 50 y 60 le proveía a las represas que se
construían por Mendoza o Neuquén. También comenzó a elaborar
repuestos para la minería, la agricultura y la refinería de YPF en
Luján de Cuyo, Mendoza. En los años 70 ya era conocido en el sector
metalmecánico. En la década siguiente compró máquinas para forjar.
Su hijo Carlos, ingeniero mecánico, ideó un torno de control
numérico.
—Se especializó. Veía que si no, moría como
tornero —cuenta Goyeneche, licenciado en comercio
internacional.
Después Tassaroli abrió una sede en Chile
para abastecer a Codelco, la minera estatal que ni el dictador
Augusto Pinochet (1973-1990), con su receta neoliberal, se atrevió
a privatizar. La firma mendocina también le vende respuestos de
bombas a una de las mayores minas de Argentina, Bajo La Alumbrera.
Es decir, Tassaroli crece de la mano de las explotaciones
extractivistas que tanto critican los ecologistas que se oponen al
fracking.
Hace unos 20 años, Tassaroli comenzó a
producir los cañones de pujado. La idea se le ocurrió al fundador,
que veía el potencial de que Techint fuera uno de los principales
fabricantes de tubos petroleros del mundo.
—Acá hay que fabricar con tubos, hay que
agregarles valor —reflexionó Tassaroli padre. Tenaris, la empresa
de Techint que produce esos ductos en Campana, se ilusiona también
con la provisión al fracking
argentino.
Además Tenaris está invirtiendo 1.500
millones de dólares en la construcción de una planta en Matagorda,
Texas, para proveer de acero al proteccionista mercado
norteamericano.
—Mientras esté Tenaris en Argentina, vamos a
seguir produciendo —reflexiona Goyeneche, que lleva camisa de manga
corta para sobrellevar el calor texano—. Estamos en el horno si
tenemos que importar los tubos. Tenaris nos ayuda con el programa
Propyme: nos pusieron al tipo de tratamiento térmico a dar cursos.
Paolo Rocca es un hijo de puta, la quiere toda para él, pero no
puede cagar en su patio, sabe que debe fomentar la industria. Tiene
poca flexibilidad en la cobranza, pero como cualquier
almacenero.
Cuando se empieza a bombear un pozo, se
bajan con un cable cuatro o cinco cañones de pujado, de un metro de
largo cada uno. Cada gun llega hasta los
miles de metros de profundidad establecida y dispara 22 gramos de
una carga explosiva para provocar perforaciones de 40 pulgadas en
el casing. Por esos agujeros entra a la
tubería el gas y el petróleo que suben hasta la superficie. También
por allí se mete el líquido para fracturar la roca madre. Los
explosivos bajan dentro del cañón en una cápsula también de acero
llamada shaped charge, parecida al
receptáculo donde se pone el café en las máquinas de expreso de los
bares. La carga de las perforating guns
de Tassaroli son fabricadas por una empresa llamada curiosamente
ETA, Explosivos Tecnológicos Argentinos, con planta en
Olavarría.
Unos 13 años atrás, la empresa mendocina, la
segunda mayor metalmecánica de la provincia, después de Impsa
(grupo Pescarmona), se decidió a exportar sus cañones de pujado.
Con 220 empleados, en la actualidad factura el 60% con la industria
hidrocarburífera y el 40% con la minería. A su vez, el shale se convirtió en el 40% de su negocio
petrolero. Sus clientes son Halliburton, Weatherford y Baker
Hughes, entre otras. El 70% de sus cañones se exporta y el 30% va
al mercado interno, incluidos los pozos de Vaca Muerta.
La idea de exportar los cañones surgió
durante la crisis de 2002 a partir de la iniciativa de uno de esos
diplomáticos argentinos que se diferenció de muchos de sus colegas
más predispuestos al cóctel que a la promoción comercial, Alfredo
Bascou.
—El tipo de Cancillería nos había empezado a
romper las pelotas para exportar —recuerda Goyeneche al actual jefe
de inversiones en la embajada argentina en Pekín. Bascou organizó
un viaje del Grupo Argentino de Proveedores del Petróleo (GAPP),
que integra Tassaroli, a una feria en Abu Dhabi, Emiratos
Árabes.
—En el mundo no saben que Argentina tiene
una industria. Nos identifican con la soja y el fútbol. Nos fue
bien en Medio Oriente, entre otras cosas porque conocen a Tenaris,
que hizo el oleoducto más grande de Latinoamérica y es sinónimo de
calidad. Argentina no es un país asociado al petróleo, pero
empezamos a vender. Por suerte nos dimos cuenta de que era
necesario porque después se cayó la producción petrolera en
Argentina —se complace el ejecutivo mendocino, que se mudó con su
esposa y sus dos hijos menores, de 13 y 18 años, a Spring, la
ciudad de 54.000 habitantes donde Exxon está instalando su sede
central.
Vive al lado de The Woodlands, camino de
Houston por la ruta 45, antes de llegar al aeropuerto George H.
Bush (presidente norteamericano entre 1989 y 1993), y se despierta
con el cantar de los pájaros en un barrio semicerrado, pero no por
seguridad sino para evitar el tránsito. Tanto Spring como The
Woodlands canalizan el tráfico por avenidas y autopistas y trazan
calles en diagonal a ellas como para que no convenga transitarlas,
para mantenerlas sin tráfico. Los barrios como el de Goyeneche
tienen vallas de madera, sin garitas en la entrada ni murallas
alrededor.
Tassaroli empezó a exportar al resto de
Sudamérica y para ello Goyeneche debió viajar a Estados Unidos a
convencer a las casas matrices de las empresas de servicios. Poco a
poco fue vendiendo en Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y
Venezuela.
A partir de sus visitas a Texas, donde se
perfora la mitad de los pozos de Estados Unidos y donde fabrican
los dos mayores productores de perforating
guns, a Goyeneche se le ocurrió librar la de «David contra
Goliat». Tras proveer a GE Oil & Gas en 2011, al año siguiente
exportó 25.000 cañones a diferentes clientes en Estados
Unidos.
—Después de eso la competencia nos empezó a
cagar a palos y por eso me vine a vivir acá. Ya en 2013 estaba
viviendo un mes acá y 15 días en Argentina. El shale nos apuró a venir porque hay más actividad
—explica Goyeneche, que tiene la idea de radicar una base de
operaciones en Texas—. Es difícil que los tipos confíen en vos para
meter tus cañones ahí abajo. En Estados Unidos no cambian de
proveedor solo por lo económico sino porque les sirve. Es un
mercado duro y exigente, peleás con compañías que se chupan unas a
otras, pero hay lugar para todos. Eso de la segmentación del
mercado que tanto se dice en marketing acá es verdad.
Tassaroli es uno de los pocos proveedores de
cañones de punzado en Estados Unidos que no fabrican allí. A los
competidores chinos no les va muy bien.
—El petróleo y la minería necesitan medidas
de seguridad, no pueden fallar las piezas. Acá entran los chinos
por ser baratos, pero hay buenos y hay chantas. Para estos
productos para shale, los chinos no
tienen buena calidad de tubos. Muchas empresas vienen a fabricar a
Estados Unidos porque en China suben los costos, no por la mano de
obra sino porque necesitás management de
afuera —cuenta Goyeneche, que destaca las facilidades que tiene
cualquier empresario extranjero, como él, para armar una compañía y
conseguir la visa.
—Acá no gastás un peso hasta ganar plata
—elogia el sistema tributario. También le gusta la cortesía de los
estadounidenses con los que trata, pero extraña a la familia y los
amigos.
—Acá no hay discriminación… la hay por ahí
con los mexicanos. Al no saber nada de Argentina, no te identifican
con nuestros quilombos —comenta el ejecutivo.
En los tiempos de la convertibilidad, para
Tassaroli era difícil exportar por la apreciación del tipo de
cambio y por los bajos precios internacionales de los minerales y
el crudo. Después de la devaluación de 2002 ganaron competitividad,
incluso a pesar de la inflación, según Goyeneche. Lo que les
complica la operatoria a ellos y a otros competidores en Argentina
son los controles cambiarios.
—La norteamericana Owen Oil Tubes anunció
con bombos y platillos que se instalaba en Villa María, Córdoba,
con 70 o 100 empleados, pero no lo hizo por el control cambiario de
2011 —expone Goyeneche.
A Owen y a las empresas extranjeras les
preocupa la imposibilidad de girar beneficios a sus casas matrices.
A Tassaroli, la obligación de liquidar las divisas de sus
exportaciones a los 180 días. La firma mendocina envía sus cañones
a un almacén en Texas, puede ser que pase un año y no se vendan
todas. Sin embargo, a los 6 meses liquida la exportación.
—Esto me mata porque no me deja tener stock.
No puedo ofrecer una amplia gama de productos. Acá tengo 3.000
cañones, pero tengo un cliente que quiere 3.000 por mes. Me
preguntó cuándo vamos a tener 10.000, un stock en serio. Depende
del control cambiario —concluye Goyeneche.
El mercado de hidrocarburos de Estados
Unidos experimenta subas y bajas violentas, a la par de los precios
del barril en el mundo y del gas en cada región.
Alguna vez también un piquete en Argentina
impidió una exportación de Tassaroli.
—Nunca voy a decir que fue por eso —se
avergüenza el ejecutivo—. La gente acá cuida el laburo, es el
capitalismo salvaje que tanto criticamos. ¿Lo prefiero? Ni en pedo,
pero tampoco hacer de la conquista social una cultura del abuso.
Todos los extremos son malos. Mi segundo hijo —el primero se quedó
estudiando la licenciatura de comercio internacional en Argentina—
me pidió ir a las villas de acá. Fuimos y son casas rodantes,
prefabricadas, con más aire acondicionado que la mía.
Goyeneche planea quedarse unos cuantos años
en Texas.
—Me vine porque voy a hacer buena guita. Si
no dábamos este paso, iba a ser complicado, por lo que es Argentina
—se sincera.
El ejecutivo de Tassaroli destaca que el
gobierno de Cristina Kirchner promueva que las petroleras y grandes
empresas de servicios que operan en Vaca Muerta sustituyan
productos importados por nacionales. Se organizan eventos en el
ámbito del Ejecutivo y de YPF. Pero Goyeneche advierte:
—Las grandes compañías, con la plata que
mueven, no pueden improvisar.
Por lo pronto, la empresa en la que trabaja
invirtió 215 millones de dólares entre 2013 y mediados de 2014 para
mejorar la producción tecnológica. Carlos Tassaroli hijo diseñó un
robot con 80% de piezas locales y software hecho entre Córdoba y Alemania.
Reinvierte. Otros colegas suyos suelen preferir fugar los capitales
a paraísos fiscales.
Schlumberger es la única de las cuatro
grandes empresas de servicios de fracking
que no le compra a Tassaroli. Desarrolla sus propias perforating guns. Todo el mundo petrolero reconoce
que esta empresa de nombre alemán, origen francés, casa matriz en
Estados Unidos y presidente noruego se distingue por su voluminosa
inversión en investigación y desarrollo (I+D). Schlumberger
introduce tecnologías en el sector y para eso siempre precisa que
alguna petrolera sea la primera en probarlas. En la empresa lo
comparan con crear el iPod y conseguir el primer cliente para que
otros lo imiten. Cuando Galuccio estaba en México, buscaba que su
early adopter (el usuario que adopta
primero una nueva tecnología) fuera Pemex, para causar la envidia
de BP, la ex British Petroleum, y otras. En el mundo en general,
Chevron pasó a ser el early adopter de lo
inventado por Schlumberger. De ahí vienen los vínculos de Galuccio
con ella y las demás grandes petroleras que corrían detrás.
En 2011, la división que hasta ese año
dirigía Galuccio en Schlumberger, IPM, comenzó a contratar personal
en Argentina porque ya preveía que Vaca Muerta iba a demandar
muchos de sus servicios. Desde entonces el crecimiento de la
multinacional fue exponencial, según sus empleados y sus
competidores. Sus oficinas en Buenos Aires duplicaron el personal
entre antes y después del desarrollo aún incipiente de Vaca Muerta,
de 100 a 200, y en los campos se quintuplicó, de 250 a 1.300. Quizá
el actual precio del barril de crudo desaliente que el fenómeno
Vaca Muerta se multiplique mucho más, pero tampoco se espera que se
desarme lo ya montado allí ni en las formaciones shale de Estados Unidos. La división que creó el
Mago en Schlumberger en 2011, SPM, se instaló 3 años más tarde en
Argentina.
En 2012, Schlumberger comenzó a traer más
equipos de fractura, pese a que la actividad se enfrió durante la
primera mitad del año por la nacionalización de YPF. Pero en el
segundo semestre, las perspectivas de algunas empresas cambiaron
cuando vieron que Galuccio presidía la petrolera reestatizada y
además comenzaba a negociar acuerdos con Chevron y otras grandes
compañías. En 2013, cuando YPF firmó los acuerdos con aquella
petrolera y Dow, la operatoria de Schlumberger en Argentina se
desbordó. En un país en el que hay que planificar bien las
importaciones dadas las trabas para ingresarlas, la multinacional
sufrió demoras de hasta 2 meses para entrar máquinas o piezas que
sus clientes necesitaban ya. Lo habitual es que los importados para
Vaca Muerta tarden menos en ser autorizados que lo normal, pero
suelen quedarse un mes y medio en la Aduana.
YPF genera ahora alrededor de tres cuartos
de la facturación de Schlumberger en Argentina. También se
convirtió en un cliente importante en el nivel sudamericano. Por
Vaca Muerta, la filial argentina ganó protagonismo dentro del mayor
grupo de servicios petroleros del mundo en detrimento de Brasil, en
plena recesión y sacudido por los escándalos de corrupción en
Petrobras.
Schlumberger ofrece a las petroleras los
bundles, o servicios integrados. Algo así
como un «todo para el fracking». Antes
cobraba por cantidad de pozos. Ahora, por fracturas en pozo. «Ahora
viene una lucha despiadada por meter bundles en YPF», reconocen en Schlumberger, que en
Argentina tiene dos aquipos de fractura dedicados a la petrolera
estatal y otro por el que piden turno las demás operadoras.
Halliburton movió equipos de fractura desde la cuenca del Golfo San
Jorge hasta la neuquina. El shale y el
tight están absorbiendo equipos de
perforación del convencional. Y ciudades como Comodoro Rivadavia lo
sufren.
Schlumberger y las demás proveedoras
grandes, medianas y pequeñas son las que ahora están haciendo plata
con Vaca Muerta. YPF, Chevron y las demás operadoras están
invirtiendo para ganar a largo plazo. Y esa inversión es dinero que
pagan ahora a las contratistas por perforar, fracturar y terminar
pozos, y todo lo que rodea a estas actividades iniciales antes de
una producción masiva y rentable.
En aquel 2011 en el que la empresa donde
trabajaba Galuccio calentaba los motores en Argentina, la YPF de
Repsol y Eskenazi perforaba el primer pozo shale en conjunto con Andes Energía, la firma de
Daniel Vila y José Luis Manzano, en el bloque neuquino Mata Mora. A
fines de 2010, esos dos empresarios de medios habían cedido la
mayoría accionaria de ese área que habían conseguido en el último
año de gobierno de Sobisch, en 2007, y en la que no habían
invertido aún los 3,7 millones de dólares prometidos. Buscaron a
YPF como socia antes de que expiraran los primeros 4 años del
permiso de exploración. Vila y Manzano le vendieron entonces el 63%
y se quedaron con el 27%. El otro 10% es de GyP, heredera de las
áreas de Hidenesa.
Pero resulta que Galuccio, en su rol de
presidente de YPF, intentaba en 2014 echar de Vaca Muerta a la
dupla dueña del grupo Uno, que controla la operadora de TV por
cable Supercanal, los canales América, Radio La Red y los diarios
La Capital de Rosario y Uno de Mendoza, Santa Fe y Paraná, entre otros
medios. El jefe de la petrolera nacionalizada estaba furioso porque
Mata Mora no había extraído en 2013 ni una gota de crudo pese a que
Andes había prometido activarlo y devolverle a YPF lo que había
invertido en aquel pozo desde 2011. Su amenaza de deshacerse de ese
socio si no apuraba los desembolsos le quedó clara al ex ministro
de Interior menemista y actual sponsor de Massa en un agasajo por
la visita de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, a Buenos
Aires en 2014. Manzano debió correr al ex Schlumberger por una
escalera para pedirle una reunión. Galuccio no se la
concedió.