Capítulo 10
La
ciénaga
Tal vez sea una hipótesis arriesgada, pero
me he vuelto muy susceptible con hechos sin explicación por parte
del empresariado», aclaró Cristina Kirchner desde el atril del
Hotel Sofitel de Los Cardales. «Desde que recuperamos YPF no hay
colas en las estaciones de servicio. Eran tal vez decisiones
empresariales que querían empujar a no se sabe qué cosa a los
argentinos», especuló.
Se terminaba noviembre de 2012 y la
presidenta compartía el cierre de la conferencia anual de la Unión
Industrial Argentina (UIA) con su par brasileña, Dilma Rousseff.
Las filas de autos frente a las estaciones de servicio,
efectivamente, se habían acabado. Durante los últimos años con
Repsol al frente de YPF se habían convertido en moneda corriente, y
no solo en los surtidores de esa marca sino también en los de sus
competidoras. Como YPF vende casi la mitad del combustible que se
consume en el país, cada vez que se quedaba sin nafta o sin gasoil,
las demás estaciones no alcanzaban a abastecer el mercado. También
había regiones agrícolas enteras que se quedaban frecuentemente sin
diesel para sus tractores y máquinas.
El problema era que YPF no ganaba plata con
la venta de combustibles al precio regulado que quería mantener el
gobierno. Por eso, cuando se le acababa lo refinado en el país,
simplemente ordenaba cruzar las mangueras de los surtidores a modo
de aviso de que no había más. La ecuación del precio cambiaría
recién con los aumentos de 2013 y 2014, gracias a los cuales la
petrolera renacionalizada generó el flujo de caja necesario para
costear parte de sus incursiones en Vaca Muerta. Pero ya en 2012,
apenas recuperada la mayoría estatal, YPF empezó a importar
combustible para volcarlo al mercado interno, incluso con una
pequeña pérdida, según confirman quienes participaron de la
intervención inicial. El objetivo oficial era que la gente notase
el cambio.
La prolongada interna que estalló un año
antes de la expropiación de YPF y que terminó de saldarse en junio
de 2014 con el reemplazo en la Secretaría de Energía del devidista
Daniel Cameron por la axelista Mariana Matranga es una pelea que
encontró del mismo lado a Kicillof y a Galuccio y que enfrentó a
ambos con De Vido. Eran dos políticas alternativas. De Vido quería
seguir por la vía de «pisar» el precio del gas y forzar a las
compañías a invertir para sacarlo, a cambio de entregarles otros
negocios. Galuccio y Kicillof, en cambio, querían darles una señal
de precio para que invirtieran. El ahora ministro opinaba que la
opción era revalorizar el precio del gas en la cuenca local o
seguir aumentando la importación. En ese sentido, estaba alineado
con Galuccio.
Con el gas en boca de pozo ocurrió algo
similar a lo que pasaría después con los combustibles líquidos:
aumentó. No para todos, como lo comprobó amargamente Apache, pero
sí para quienes consiguieran extraer más a partir de 2013. La suba
fue anunciada por la propia Cristina Kirchner en el mismo discurso
ante la UIA en Los Cardales. Ese día habló de un acuerdo recién
firmado con YPF para empezar a pagarle 7,50 dólares por millón de
BTU por el fluido adicional que produjera. Y aclaró que se
ampliaría a las demás compañías. Se notó que el libreto era de
Galuccio cuando, al día siguiente, el ingeniero aceptó su primer
reportaje televisivo para celebrar la medida.
Esa misma semana, De Vido y Kicillof
anunciaron que el gas se encarecería para los usuarios
residenciales mediante un aumento de los cargos fijos que cobraban
las distribuidoras, congelados desde hacía 10 años. El ministro de
Planificación le ponía la cara a una medida que había resistido
puertas adentro y el joven viceministro volvía a aparecer en una
conferencia de prensa sobre energía, un área donde el veterano
arquitecto había reinado solo durante todo ese tiempo.
Nicolás Gadano, asesor de la YPF
renacionalizada, adjudica el repunte de la producción de gas de la
empresa a los nuevos pozos de tight gas,
que a su juicio «fueron posibles por ese precio de 7,50 dólares»
por millón de BTU. Admite, no obstante, que el gobierno aceptó en
el medio concederle condiciones a YPF que no le otorgaba
antes.
—Ahora Cristina cree que es necesario porque
se lo dice Galuccio. El gas a 7,50 es espectacular, pero es con
guita de subsidios —advierte Gadano.
Lo mismo piensan en PAE y Shell.
—A 2,50 no podías evacuar el gas, porque no
pagaba siquiera la logística. A 7,50 está bien —opina Aranguren, el
jefe de Shell—. Con el valor de 2,50, muchas plataformas de
perforación se cerraron. Si no es económico, se van a países donde
hay mercado.
El precio promedio del gas que se extrae de
los pozos argentinos, según sus cálculos, pasó de 2,50 a 4 dólares
con esa decisión. Parecido al que hizo viable sacar el shale de la roca Barnett en Texas.
Kicillof puso a su equipo a redactar el
denominado Informe Mosconi, donde
recopiló los resultados de lo investigado entre el 16 de abril y el
1º de junio de 2012 sobre la gestión Repsol y la intervención que
De Vido conducía solo en los papeles. Con ese material buscaba
justificar la expropiación. En septiembre, antes de los anuncios de
Cristina sobre el gas nuevo, ya estaba listo y publicado. Ese texto
de 91 páginas denuncia que Repsol disminuyó un 56% la producción de
petróleo y un 64% la de gas entre 1997 y 2011, y que redujo las
reservas totales en un 49% en el mismo lapso. «Fue un proceso de
sistemática desinversión, depredación del recurso y una visión
cortoplacista que priorizó el giro de dividendos a su casa matriz»,
caracteriza. También incluye 10 páginas con fotos de derrames de
crudo, pozos mal terminados, sistemas contra incendio cuyas
mangueras escupen petróleo en vez de agua y muchos otros atropellos
contra el medio ambiente y la seguridad en la explotación del
recurso.
Durante esos meses, varios gobernadores
habían estimado por separado y a mano alzada los daños ambientales
que habían heredado de la gestión Repsol. El ministro neuquino
Guillermo Coco, por caso, dijo al diario Río
Negro que el pasivo en la provincia rondaba los u$s 1.500
millones. Santa Cruz fue la única provincia que entregó un informe
detallado a Galuccio sobre el pasivo ambiental de la gestión que lo
antecedió. Calculaba esa deuda en u$s 3.500 millones, siete veces
lo que hubiese tenido que pagar por el porcentaje de acciones que
le correspondían a la provincia (5,22%) en la expropiación. Eso
incluía 1.700 piletas de desechos mal saneadas, de 5.000 que había
en toda la provincia.
La factura por esos daños medioambientales
nunca llegó a Madrid. Solo eran presiones en medio de la
negociación que empezaba a insinuarse con Repsol para que cobrara
una indemnización por las acciones expropiadas y archivara los
juicios que había iniciado en tribunales internacionales contra el
Estado argentino.
Lo que estalló inmediatamente después de la
renacionalización de YPF y la difusión del potencial de Vaca Muerta
fue la cantidad de aspirantes a ingenieros en todo el país. En la
Universidad del Comahue, con sede en la capital neuquina, la
matrícula de la Facultad de Ingeniería trepó de 700 alumnos en 2011
a más de 1.200 en 2013. «La industria petrolera demanda graduados
de todas las ingenierías: electrónicos, eléctricos, civiles,
químicos, mecánicos y, por supuesto, petroleros», explicaba a fines
de 2013 el entonces decano de esa facultad, Daniel Boccanera. Ese
año se graduarían 70 profesionales, de los cuales diez habían
elegido la especialización en petróleo. Parte del incremento
respondía al Plan Estratégico de Formación de Ingenieros 2012-2016
que había lanzado en noviembre de 2012 el Ministerio de Educación
de la Nación, en un país cuya escasez de técnicos e ingenieros
alarma al empresariado desde principios de siglo. Es que en los
años 90 el cierre de fábricas había empujado a muchos de ellos al
desempleo y le había quitado atractivo a la carrera.
El sucesor de Boccanera, Salvador
Canzonieri, se enorgullece de haber aumentado a un centenar el
número anual de graduados en 2014. La disparada de la matrícula no
necesariamente se traslada a la cantidad de egresados. La
deserción, similar a la de otras disciplinas, ronda el 90%. Con el
incremento de la actividad en los pozos, las petroleras demandan
cada vez más pasantes de los últimos años de la carrera. Aunque la
Facultad solo envía a los de mejor rendimiento y les exige seguir
asistiendo a clases, Canzonieri admite que algunos de ellos
terminan demorándose un poco en terminar los estudios.
En las aulas del Comahue, la técnica de la
fractura hidráulica se enseña desde hace largos años. Los planes de
estudio no se modificaron a partir del boom de los no convencionales. Lo que sí aumentó
fueron las visitas a pozos. Y las vedettes son aquellos donde se hace fracking. En 2013, cada aspirante a ingeniero hizo
al menos tres de esas excursiones, financiadas por Petrobras,
Pluspetrol, Apache, Chevron, Weatherford y Total. Junto a ellos
fueron los estudiantes de la nueva carrera de geología, inaugurada
en 2009, cuyos primeros graduados se esperan para mayo de
2015.
Los estudiosos de las rocas también tendrán
desde 2015 su propio edificio. Es un pabellón similar al que ocupan
los alumnos de ingeniería en la arbolada ciudad universitaria
neuquina, con 400 metros cuadrados de aulas y amplios ventanales,
que costearon conjuntamente la Secretaría de Política Universitaria
de la Nación y la Fundación YPF. Su construcción se hizo necesaria
al calor del fracking. Cuando abrieron la
carrera de geología, las autoridades de la Universidad esperaban
como máximo unos 60 inscriptos por año. Se encontraron con que al
segundo año los anotados ya eran 130 y que al siguiente el número
se mantenía. «Hay muchos sueños con Vaca Muerta y al estudiante de
esta zona le interesa ir al campo. Lo tiene en el ADN. Todos han
vivido con la industria petrolera muy cerca, y desde que entran
saben que su trabajo va a ser en el campo», contaba Boccanera en
2013. Canzonieri también señala los riesgos que afrontan los
jóvenes ingenieros en sus vidas privadas:
—Tengo hijos de amigos que ganan 50 lucas
(5.890 dólares) por mes y cuando salen a la noche, ¿sabés cómo
salen?
El brazo social de YPF y el Ministerio de
Educación nacional también armaron juntos una red universitaria
petrolera, que integran las universidades de Cuyo, Comahue, la
patagónica San Juan Bosco, la de la Patagonia Austral, el ITBA, la
Arturo Jauretche, la UBA —que tiene un posgrado en ingeniería en
petróleo— y la de Salta. Es para compartir recursos. Cada vez que
viene al país un experto extranjero, por ejemplo, el Ministerio
financia el viaje y las universidades se ocupan de armarle un
itinerario de conferencias y videoconferencias para que lo vean en
todos lados.
Las empresas no solo le piden estudiantes
avanzados a la Universidad para llevar a sus campos, sino también
asistencia técnica para tareas específicas. En agunos casos, son
procesos que la casa de estudios tiene patentados. Por esos
trabajos, en 2014, la Facultad de Ingeniería del Comahue les
facturó a las compañías 10 millones de pesos (1,2 millones de
dólares). El decano insiste en que ese financiamiento privado no
influye en los contenidos que se imparten en sus claustros. En
cambio, admite que casi todos sus titulares de cátedra tienen
dedicación parcial porque trabajan también en alguna petrolera.
Difícilmente critiquen en las aulas lo que ellos mismos hacen en
los pozos.
En la facultad que ahora conduce Canzonieri,
los profesores suelen impartir clases más por vocación que por el
sueldo de docente, insignificante frente a lo que cobran en las
empresas del sector. El problema para atraerlos no es tanto el
dinero sino su disponibilidad horaria, porque a muchos se les
complica asistir semanalmente a los cursos cuando deben viajar a
locaciones lejos de Neuquén capital o permanecer por 2 semanas
fuera de sus casas para una perforación o una fractura. En esos
casos, la Facultad les organiza clases en horarios
especiales.
Boccanera reconocía que la mayoría de los
profesores estaba a favor del fracking,
pero destacaba que había al menos dos críticos, el ingeniero Daniel
Folmer y el geólogo Santiago Benotti. «Hicimos tres ciclos con
charlas-debate en los que participaron. A favor estaban el director
de la carrera de ingeniería en petróleo, Esteban González, y el
director de la carrera de geología, Jorge Vallés», subrayaba antes
de perder los comicios internos contra Canzonieri. Incluso
reconocía que «debería haber más» inspectores ambientales. El
actual decano insiste en que «los planes de estudio los hace la
Facultad y nadie más, y son puramente científicos».
En el ITBA, en cambio, nadie se preocupa
tanto por subrayar la independencia de la currícula respecto de los
intereses de las compañías. Al contrario. Nacido como un apéndice
de la Armada, el semillero preferido de Galuccio devino un reducto
privado de excelencia para la formación de ingenieros, tanto a
nivel de grado como de posgrado. Sus vínculos con la industria
petrolera son tan fluidos que las empresas proveen docentes,
influyen sobre los programas y aportan contenidos a las carreras
que se dictan allí.
De los claustros del ITBA se gradúan entre
15 y 20 ingenieros en petróleo por año. En el hall central se
conserva la huella de su origen marino: dos placas de bronce
homenajean a brigadieres y almirantes. A mediados de 2014,
legisladores de izquierda denunciaron una componenda entre el
macrismo y el radicalismo en la Legislatura porteña para concederle
al ITBA un negocio inmobiliario multimillonario: la rezonificación
que le permitirá vender el cotizado terreno donde funciona en
Puerto Madero a algún desarrollador que quiera edificar en altura,
algo que hasta entonces allí estaba prohibido. El proyecto del ITBA
es mudarse al sur de la ciudad y levantar una sede mucho más amplia
con ese dinero.
Además de la carrera de grado en cuya
primera promoción se graduó Galuccio, el ITBA dictará desde 2015 su
nuevo posgrado estrella, orientado a ingenieros, geólogos y afines:
uno en terminación de pozos no convencionales, lo más específico
que se puede estudiar en Buenos Aires para ir a hacer la América a
Vaca Muerta. Durará un año y se impartirán cada 2 semanas tres
jornadas seguidas de 8 horas para que alumnos y docentes puedan
asistir a las clases cuando tengan franco en los pozos. La idea del
curso surgió en 2013, cuando Chevron empezó a ejecutar el convenio
con YPF y el fracking entró en acción en
el país.
Su artífice es la directora de la carrera
Ingeniería en Petróleo del ITBA, Eleonora Erdmann. Salteña y con
una trayectoria en el sector que la llevó a conocer plataformas y
locaciones en todo el mundo, Erdmann diseñó el posgrado junto con
Luciano Fucello, un joven ingeniero que trabaja para Schlumberger,
pero que también dicta la materia Terminación y Reparación de Pozos
en las carreras de grado y los posgrados del instituto.
Los docentes son casi invariablemente
empleados de alguna petrolera o proveedora de servicios de las
multis. Es más, cada materia del posgrado tiene una empresa que la
patrocina y la dicta. Entre los sponsors están PAE, Schlumberger,
Halliburton, Weatherford y Baker Hughes, que se comprometió a
trasladar profesores desde Estados Unidos. En 2014, cada docente
cobraba entre 600 y 700 pesos (entre 70 y 82 dólares) la hora
cátedra. Entre ellos figura por ejemplo el recién contratado Matías
Fernández Badessich, elegido mejor ingeniero de YPF en 2013.
Las empresas guardan celosamente la
información relativa al shale, el
tight y las tecnologías vinculadas. En
general, tratan de formar ellas mismas a sus empleados y técnicos
para evitar que se filtren sus secretos. Es lo inverso a lo que
buscaban los gobiernos cuando erigieron las universidades
nacionales en países como el nuestro. Se pensaba entonces en
socializar el conocimiento, bajo el lema de que es el único bien
que se multiplica al ser compartido.
Schlumberger, por ejemplo, tiene una
universidad corporativa con sedes en Rusia, Estados Unidos y
Emiratos Árabes. Fucello asistió a esta última.
—Nuestra idea es que para hacerse de estos
conocimientos, no haya que entrar en las empresas. Que sea para
todos —reivindica Erdmann.
En realidad, el «para todos» es algo
relativo. Los posgrados en el ITBA valían $ 80.000 (9.300 dólares)
por año en 2014 y el nuevo curso sobre no convencionales empezó a
promocionarse por encima de ese valor, cerca de $ 100.000 (11.600
dólares) al año. Un 70% de los estudiantes de posgrado en petróleo,
de todos modos, va al ITBA becado por la empresa donde trabaja, que
le da el tiempo libre necesario. Muchas veces, incluso, les pagan
como trabajadas las horas de estudio.
El ITBA también investiga a façon para las empresas. Con Chevron, por ejemplo,
tiene un convenio por 250.000 dólares anuales para hacer
investigación aplicada. Uno de los objetivos que se planteaba a
mediados de 2014 era el reemplazo de las arenas de hidrofractura
importadas de China por otras locales, para reducir los costos en
divisas.
La universidad también invitó a YPF a
participar del posgrado, pero la petrolera estatal declinó el
convite: no quería que se filtrase información clasificada sobre
sus pozos experimentales, según Erdmann. Los celos de YPF se
explican en la propia charla con la docente. «En 2015 YPF va a
empezar a hacer EOR (enhanced oil
recovery) además de shale y
tight. Es una nueva técnica de
recuperación secundaria para los pozos convencionales, a los que se
les inyecta un gel especial», cuenta Eleonora a modo de
confidencia. YPF, en realidad, también tiene su propio posgrado,
para el que suelen ser becados los mejores alumnos de las
universidades nacionales.
El 20 de diciembre de 2012, por primera vez
en Latinoamérica, un municipio prohibía el fracking. Ocurrió en Argentina. Ni entonces ni
ahora hay muchos otros países en la región con planes de fracturar
el shale: solo México y Colombia. Aquel
primer freno a la hidrofractura ocurrió en Cinco Saltos, un
municipio rionegrino a 21 kilómetros de la ciudad de Neuquén en el
que hay explotaciones de petróleo convencional. A partir de la
ordenanza del Concejo Deliberante de Cinco Saltos, más de 40
municipios de seis provincias argentinas votaron también la
suspensión del fracking. Uno es el
neuquino Zapala, pago chico de los Sapag, cuyo Concejo Deliberante
lo prohibió por unanimidad en diciembre de 2013, aunque la
localidad ya estaba libre de actividad petrolera porque Neuquén
había catalogado hace tiempo su acuífero como patrimonio
intangible. Otro caso es Allen, donde la justicia finalmente
autorizó la técnica. Los tribunales de Chubut frenaron fracturas en
dos yacimientos en 2014. Además lo prohibieron el municipio
mendocino San Carlos, los bonaerenses Guaminí, Tandil, Tornquist,
Coronel Suárez, Dorrego y muchos entrerrianos —la tierra de
Galuccio— como Concepción del Uruguay, San Jaime, Diamante, Colonia
Avellaneda, Villaguay, Rosario del Tala, La Paz, Villa Elisa, Villa
del Rosario, San Ramón y General Ramírez. Varias de esas
localidades no figuran como ricas en hidrocarburos no
convencionales, como Vaca Muerta, la cuenca del golfo San Jorge y
la chaqueña, pero los rumores de que el fracking arribaría también por allí hicieron cundir
el pánico en rincones más bien rurales desacostumbrados a la
presencia petrolera.
Cinco Saltos fue fundada en 1907, casi en
simultáneo con el dique que, cerca de la ex planta química de la
firma Indupa, reduce la velocidad y el caudal del agua que corre
por el valle del río Negro. El centro es de calles arboladas,
asfaltadas y prolijas, casi lo opuesto a Rincón de los Sauces, de
similar población. El contraste no podría ser más chocante.
Alrededor de la plaza principal no hay ningún cabaret ni club nocturno. Sí se agolpan una decena
de negocios de ropa, dos peluquerías, una pinturería y casas
particulares. La vieja estación de tren, al otro lado de la avenida
principal, funciona ahora como un museo regional y anfiteatro para
actividades culturales. Pero no es una isla bucólica: aunque los
abismos sociales son menos abruptos que en Neuquén, cerca de la
entrada al pueblo se ven varios loteos de futuros barrios privados,
donde antes funcionaban chacras frutícolas. Cinco Saltos sigue
viviendo de la producción frutihortícola, cada vez más concentrada
entre grandes grupos, pero también de las granjas, el turismo, la
fabricación de ladrillones y el petróleo convencional, con sus
empresas contratistas instaladas donde antes había bodegas de sidra
o plantas de jugo.
Casi donde termina Cinco Saltos, entre casas
obreras sobre la calle Aconcagua, de ripio, vive el concejal del
Partido Comunista (PC) José «Pincho» Chandía, de 56 años. Pincho
resiste la alianza que el líder del PC argentino, Patricio
Echegaray, tejió con el kirchnerismo:
—Con Echegaray nos hemos dicho de todo.
Plantearon la posibilidad de echarme. Salí en todos los medios
menos en el diario del PC.
Pincho lleva barba larga, campera naranja
inflable y fuma un cigarrillo tras otro. Trabajaba en Indupa hasta
que en 1998 la compró la belga Solvay y cerró la planta rionegrina.
Chandía y otros 700 obreros quedaron en la calle.
—Fue un impacto por el empleo y por el
comercio —recuerda quien entonces militaba en el Sindicato de
Industria Química y Petroquímica.
Hasta aquella fábrica de Indupa llegaba
todos los días el ferrocarril a recoger productos: soda cáustica,
PVC, cloro y lindano, insecticida prohibido en Argentina en 1991
por su daño a la salud humana y al medio ambiente.
—Cuando salió la ordenanza antifracking por unanimidad, fue porque no
queríamos más pasivos ambientales como el de Indupa —explica
Pincho.
Una empresa de tratamiento ambiental,
Imextrade, todavía sigue procesando los desechos de la antigua
planta. Ya en 2006 vecinos autoconvocados habían protestado para
demandar una auditoría ambiental. Descubrieron y denunciaron que en
su predio alambrado de 52 hectáreas había quedado el mayor
enterramiento de mercurio de toda América latina.
Tras el despido en 1998, Pincho hizo el
curso de auxiliar de enfermería y trabajó en la salud pública de su
provincia. Denuncia que en su trabajo vio muchos muertos por cáncer
en Cinco Saltos, pero el registro de tumores provincial se inició
hace demasiado poco como para compararlo con los tiempos de
Indupa.
—Acá el Ministerio de Salud de Río Negro
hace campaña contra la hipertensión pero no dice nada del cáncer,
porque no le conviene —acusa Chandía, que vive en la misma casa
donde nació y cuida allí de su madre, de 95 años.
Está separado y tiene una hija. Trabajó como
auxiliar de enfermería en parajes perdidos hasta que volvió a Cinco
Saltos para trabajar en la vecina Cipolletti y en 2011 se convirtió
en el primer concejal comunista elegido en la Patagonia, después de
una larga historia de luchas obreras en la región.
En enero de 2012, un artículo del líder de
la Revolución Cubana, Fidel Castro, en la revista Cuba Debate le despertó el temor por Vaca Muerta.
Se titulaba «La marcha hacia el abismo». «Hace apenas unos meses
leí por primera vez algunas noticias sobre la existencia del gas de
esquisto», contaba quien en 2008 había dejado la presidencia de
Cuba a manos de su hermano, Raúl. «Como dispongo en la actualidad
de tiempo para indagar sobre temas políticos, económicos y
científicos que pueden ser realmente útiles a nuestros pueblos, me
comuniqué discretamente con varias personas que residen en Cuba o
en el exterior de nuestro país. Curiosamente, ninguna de ellas
había escuchado una palabra sobre el asunto. (…) En vísperas del
nuevo año se conocían ya suficientes datos para ver con toda
claridad la marcha inexorable del mundo hacia el abismo, amenazado
por riesgos tan extremadamente graves como la guerra nuclear y el
cambio climático. (...) Investigaciones científicas recientes han
alertado del perfil ambiental negativo del gas lutita. Los
académicos Robert Howarth, Renée Santoro y Anthony Ingraffea, de la
estadounidense Universidad de Cornell, concluyeron que ese
hidrocarburo es más contaminante que el petróleo y el gas, según su
estudio Metano y la huella de gases de efecto
invernadero del gas natural proveniente de formaciones de
shale, difundido en abril pasado en la revista Climatic Change. (…) “En áreas activas de
extracción (uno o más pozos en un kilómetro), las concentraciones
promedio y máximas de metano en pozos de agua potable se
incrementaron con proximidad al pozo gasífero más cercano y fueron
un peligro de explosión potencial”, cita el texto escrito por
Stephen Osborn, Avner Vengosh, Nathaniel Warner y Robert Jackson,
de la estatal Universidad de Duke. Estos indicadores cuestionan el
argumento de la industria de que el esquisto puede sustituir al
carbón en la generación eléctrica y, por lo tanto, no es un recurso
para mitigar el cambio climático. Es una aventura demasiado
prematura y riesgosa».
A partir de la lectura de Fidel, que citaba
el potencial de Argentina, Pincho comenzó a buscar más información
sobre Vaca Muerta. En abril de 2012 no se ilusionó con la
nacionalización de YPF: «La devolvieron al Estado cuando caía la
producción petrolera. Mientras la producción estaba en alza, no. No
es la YPF del Estado, con 45.000 empleados, sino que tiene 15.000».
A fin de año elaboró un proyecto de ordenanza para prohibir el
fracking. En el medio discutió con el
líder ecologista italiano Giulio Soldani.
—Lo de los partidos ya fue. Ahora hay que ir
a los movimientos —retó el militante de la APCA al veterano del
PC.
—Ustedes quieren que todo pase por la
asamblea, pero si no fuera por los partidos no tendrían la
herramienta para prohibir el fracking en
los concejos deliberantes.
Chandía invitó, de todos modos, a
ambientalistas de Cinco Saltos a una audiencia en una comisión del
Concejo. Después, varios concejales y ambientalistas organizaron
otra reunión más pública sobre el asunto a la que asistió la
intendenta Liliana Alvarado, kirchnerista. Ella dijo que era un
asunto importante, que todos debían opinar, que legislaran sobre
todo, y no solo sobre el presupuesto. Finalmente, los siete
concejales de Cinco Saltos, incluso los que respondían a la
intendenta, aprobaron la prohibición por unanimidad. En febrero de
2013, Alvarado reaccionó vetando la resolución.
Pincho y los demás concejales opuestos al
kirchnerismo volvieron a la carga con la intención de rechazar el
veto. Los kirchneristas dudaban. Estaban bajo presión del
gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, que en 2014 cambió su
adhesión a Cristina Kirchner por una alianza con Massa, pero
siempre se mantuvo a favor del desarrollo petrolero. Técnicos de
YPF fueron a reunirse con los concejales de Cinco Saltos para
convencerlos de que la técnica no dañaba el medio ambiente. «Si lo
prohíben los mismos yanquis, ¿cómo no va a ser contaminante? Las
empresas hacen lo que quieren y ningún organismo del Estado las
controla», argumentó Chandía. «Ustedes no pueden controlar ni el
petróleo tradicional», les espetó el concejal. Chandía también se
reunió con un abogado de Pluspetrol, cuyos pozos convencionales se
ven a lo lejos desde el cercano mirador del lago Pellegrini en una
estepa sin mucha vegetación. «¡Qué triste tu trabajo! ¡Salís de la
universidad pública para defender a las multinacionales!», le soltó
el concejal, contento porque le había dicho «de todo».
En marzo de 2013, el Concejo Deliberante de
Cinco Saltos rechazó por cuatro votos contra tres el veto de
Alvarado por considerarlo extemporáneo, dado que lo ejecutó fuera
del plazo de 10 días estipulado para esos casos. La prohibición
sigue vigente. En el medio, Chandía y otros concejales radicales
ganaron otra batalla contra la industria petrolera. En agosto de
2013, con autorización del gobernador Weretilneck, se instaló en
Cinco Saltos una planta de tratamiento de tierras empetroladas de
la empresa cordobesa Greencor, propiedad de un subsecretario del
Ministerio de Defensa de la Nación, Gustavo Caranta. Allí llegaban
residuos de Neuquén. Los concejales opositores sostenían que ese
transporte transfonterizo estaba prohibido por ley. En noviembre de
2014, ante la presión popular, Weretilneck ordenó que la empresa
presentase un plan para mudarlo. Chandía festejó. En diciembre de
2015 termina su mandato y no descarta volver a la enfermería en
Cipolletti.
Cuesta imaginar que el texano Bowker, con su
fervor republicano, se pusiera a charlar con el comunista Chandía,
pero en aquel 2012 sí lo hizo con camaradas chinos. Viajó al
gigante asiático para asesorar al gobierno en sus primeras
exploraciones de la roca madre. A bordo de su monovolumen último
modelo por la autopista que llega a The Woodlands, plagada de
armerías gigantescas, el geólogo expone sus dudas sobre el
desarrollo del shale en la potencia
asiática.
—Allá el objetivo es el empleo y la
producción. Acá el objetivo de la industria petrolera es la
ganancia. En China hay potencial, pero si no buscan la ganancia, no
va a pasar lo mismo que en Estados Unidos. Además, ahí están las
grandes empresas, que no tienen experiencia. Chevron es la única
que sabe algo de no convencionales dentro de las majors. No creo que les resulte fácil. Y
fundamentalmente no hay libertad: los chinos pueden hacer que su
ejército mueva el agua para los pozos de fractura, pero sin
libertad para emprender va a ser muy difícil que se desarrolle el
entramado de empresas necesarias —diagnostica.
Aunque nunca visitó la Patagonia ni tuvo
oportunidad de probar uno de esos asados criollos de los que tanto
escuchó hablar, Bowker tiene una idea bastante formada de Argentina
y su gobierno. Y no es la mejor.
—Cristina es una mujer del pueblo pero
quiere el oro. Se quiere quedar con el dinero para comprar relojes
y vestidos —sostiene, seguramente recordando alguna de las muchas
notas en las que la prensa estadounidense describió con lujo de
detalles los gustos caros de la Presidenta—. No muchas compañías,
salvo Chevron y otras grandes, pueden confiar en el gobierno
argentino, que te puede estatizar la empresa en cualquier momento.
El problema es que esas grandes compañías no son buenas para el
shale, no tienen pensamiento emprendedor,
no están dispuestas a perder dinero. Tienen grandes proyectos, pero
no hacen bien este trabajo de riesgo.
El principal obstáculo, para Bowker, radica
en realidad en el régimen de propiedad del subsuelo, que en
Argentina y en casi todo el mundo es distinto al de Estados Unidos,
donde cada propietario de un terreno dispone de todo lo que haya
debajo de él.
—En Argentina todos son dueños del petróleo,
y entonces nadie lo tiene. Por eso creo que la explotación va a ser
bastante exitosa, pero no va a cambiar el país como hizo con
Estados Unidos. Acá fue un éxito porque un puñado de empresas y de
personas se hicieron ricas —concluye.
Había quienes se ilusionaban con la llegada
del fracking a Argentina allá por fines
de 2012 y no eran altos ejecutivos ni geólogos bien pagos con bonus
de fin año. Samuel, un carnicero chileno que lleva 36 años viviendo
en Argentina y 21 en Añelo, notó que entonces «se empezó a trabajar
a lo grande» en el puesto que atiende dentro de la forrajería San
Ceferino. Samuel identifica aquel momento con la instalación de
sedes de dos empresas proveedoras del petróleo, la transportista
TSB y la constructora Contreras Hermanos. Si bien ya trabajaban en
la zona, reforzaron entonces su presencia por las expectativas por
Vaca Muerta.
San Ceferino está a dos cuadras de la
estación de servicio de Añelo, por una calle en la que se ofrecen
el comedor Five, en el que dos petroleros chinos cenan bife y
malbec; el polirrubro Illimaní, que vende ropa formal e informal;
la tienda Gaby, de indumentaria, zapatillas, guitarras eléctricas,
bombos, bicicletas para chicos, muñecas, colchones y muebles; el
locutorio Hugo y una verdulería. En una casa abandonada todavía se
lee: «Darío Díaz intendente 2011». San Ceferino abrió sus puertas
en 2006 como forrajería, pero con el tiempo se fue convirtiendo en
minimercado. En 2010 sumó el puesto de carnicería. «Añelo se mueve
mucho más desde aquel tiempo. Te digo en cuanto a venta de carne,
verdura», medía Samuel a fines de 2013. Él migró a Argentina para
trabajar como peón de chacra en Río Negro. Después siguió en el
mismo empleo pero en un Añelo de solo ocho manzanas de extensión.
Desde que llegó al pueblo siempre tomó agua embotellada. Allá por
1993 todos asumían que el agua de la canilla estaba contaminada.
«Después la chacra no dio y cerró», recordaba Samuel, que llevaba
calzada una gorra de River dentro de la forrajería. Entonces un
amigo lo convocó para la apertura de San Ceferino.
A la forrajería van los pueblerinos, pero
también los petroleros que compran comida para cocinarla en los
hornos eléctricos de los tráilers instalados hasta las primeras
etapas de producción de los pozos. Cuando empezó a atender la
carnicería, Samuel vendía cinco medias reses por semana. En
noviembre de 2013 ya llegaba a 17. Entre fines de 2012 y principios
de 2013 batió el récord de 50, por pedidos de TSB. Pero la empresa
de transporte dejó de armar viandas para sus empleados y ahora les
da plata para que compren su comida.
«Me gusta Añelo, hay mucho trabajo, hay
progreso», opinaba Samuel antes de aclarar: «Pero lo primero que
llegó es la maldad. Antes podías dejar ahí la bici, pero ahora te
la afanan ladrones que hicieron tomas. Y hay droga: usan
desodorante para drogarse». El carnicero confesaba su propio drama.
Su hijo de 26 años comenzó a trabajar a los 19 como petrolero en
Rincón de los Sauces y, al igual que muchos de sus compañeros de
trabajo, acabó en la drogadicción. «Ganó tanta plata… optó por
meterse en la droga. Había volcado dos autos nuevos. Dicen que les
llevan droga a los pozos los delegados (sindicales)», insistía
Samuel, que alimentaba así un rumor muy escuchado en la zona. Su
hijo había empezado a tratarse en consultorios ambulatorios en
2011, pero no resistía las ofertas de los otros viejos. Por eso debió dejar Neuquén para internarse
en una granja de rehabilitación de Entre Ríos. En las búsquedas
laborales, las petroleras y afines rechazan a «casi un 40%» de los
postulantes por la detección de drogas o alcohol en los análisis
clínicos, según confesó el sindicalista Pereyra. «Estoy luchando
para traer especialistas en droga para hablar en la secundaria,
porque acá no hay nada de eso», contaba Samuel, mientras miraba el
reloj porque estaban a punto de cerrar por la siesta. La forrajería
abre de 8 a 14 y de 17 a 22.
Un año después, a fines de 2014, Samuel
sigue tras el mostrador de la carnicería de San Ceferino. Está
contento. Su hijo se recuperó y volvió a la provincia y al
petróleo. Frente a la forrajería brilla una señal de contramano.
Durante ese año, tras un par de choques menores, el municipio
decidió que era hora de darles sentido a las calles, al menos en el
centro. Por eso también hay cinco o seis nuevos carteles en las
esquinas más transitadas que informan el nombre de cada arteria,
como la Intendente Tanuz y las que la cruzan, que no tienen nombre
sino número. Lo que apenas avanzó tres cuadras fue el asfalto. En
total, contando la colectora de la ruta provincial, en esta Añelo
que crece a toda máquina hay apenas 15 cuadras pavimentadas.
En San Ceferino la actividad es febril.
Cinco clientes en mameluco esperan para pasar por la caja del
autoservicio, que puso en la punta de su góndola más visible las
sopas instantáneas Maruchan. Según el dueño de la forrajería,
Edgardo Vega, «las compran mucho los chinos y los yanquis». Para
atender a esa clientela que no deja de aumentar, Edgardo contrató
durante 2014 dos nuevos empleados. Se sumaron a Samuel y a otros
dos familiares del dueño.
El boom de Vaca
Muerta le trajo dos dolores de cabeza a Edgardo. El peor fue la
renegociación del contrato de alquiler de ese local en la segunda
esquina más estratégica del pueblo, después de la de la YPF. Cuando
en junio se venció el contrato previo, según el cual pagaba $ 3.800
mensuales (u$s 440), el propietario le pidió diez veces más.
Terminó cerrando trato en $18.000 (u$s 2.100) mensuales durante el
primer año, $ 23.000 (u$s 2.670) durante el segundo y $ 30.000 (u$s
3.500) durante el tercero. El capital invertido en inmuebles
también pretendía su porción de la renta petrolera.
El segundo problema de Edgardo es la
creciente competencia. Sobre la colectora de la ruta, en la misma
cuadra de los deslucidos cabarets Sueño
Tropical y La Mejor Onda, abrieron dos minimercados que no tienen
nada que envidiarle al suyo, una fiambrería y un almacén con cuatro
mesas adentro para que parroquianos y petroleros consuman allí los
alimentos que compran. Todos son carísimos. Pero volveremos sobre
ese aspecto más adelante.
El nombre de Añelo
tiene muchas etimologías, pero seguramente sus pobladores esperan
que ninguna de ellas les marque el destino. Deriva del mapuche y
puede significar «paraje del muerto», «lugar olvidado» o «ciénaga
de la muerte». Allí murió en 1879 a manos de los conquistadores
blancos del desierto el último cacique ranquel, pueblo invadido a
su vez por los mapuches, que llegaron de lo que ahora es Chile
entre los siglos XVII y XIX.
La «ciénaga de la muerte» pasó entre 2012 y
2013 de 3.000 a 5.500 habitantes. Al año siguiente se sumaron otros
500. Entre 2013 y 2014, la cantidad de empleados que van cada día a
trabajar a los alrededores del pueblo pasó de 4.000 a 5.000. En los
primeros 8 meses de 2012, ese ir y venir se había paralizado por el
desaliento a la inversión que habían provocado las tensiones
previas y posteriores a la nacionalización de YPF. Pero en agosto
de 2012 Galuccio puso en marcha el plan de 100 días para recuperar
la producción y Añelo comenzó a revivir.
En noviembre de 2013, el intendente Díaz,
padre de tres niños pequeños, viajaba apurado hacia la capital
neuquina para una reunión con Sapag. Iba a bordo del Fiat Palio
Adventure del presidente del Concejo Deliberante de Añelo, su amigo
Milton Morales, de entonces 32 años. Manejaba Milton. Darío no
paraba de fumar un Camel tras otro. Vestía una camisa a rayas que
le apretaba la panza y sudaba copiosamente, aunque sin olor
perceptible. Se ayudaba para ver con unos lentes de marco fino que
le recortaban la piel oscura, curtida por el intenso sol
patagónico. Acomodado como podía en un asiento que le quedaba chico
a su osamenta, explicaba que su gran apuesta era construir el
parque industrial de Añelo, no en el pueblo mismo, sino sobre la
barda, camino de los pozos. Confiaba en que ese proyecto iba a
cimentar una base sólida para la instalación de contratistas de las
petroleras.
En 2012 el intentente Díaz había proyectado
ese parque industrial municipal de 250 hectáreas. «Estamos tratando
de inscribir el parque industrial en el Registro Nacional de la
Propiedad Industrial, pero mientras tanto les estamos adjudicando
terrenos municipales a empresas a cambio de compromisos de
inversión. Son adjudicaciones con un canon y opción a compra. Es un
canon bajo para que puedan invertir durante los primeros 2 años.
Pasado ese tiempo, pueden escriturar, pero si no hicieron nada, se
van», contaba Díaz en noviembre de 2013.
Diez meses después de aquel viaje en
camioneta, en septiembre de 2014, Díaz comentaba los amplios
progresos en el desarrollo del parque. Lo hacía en la panadería San
Cayetano, la favorita de los petroleros top que se amplió y modernizó a la par del pueblo.
En 2014 facturaba $ 40.000 (u$s 4.700) por día porque también había
incorporado el servicio de restaurante. Un competidor instaló una
pizzería al lado. «Se aceptan dólares, reales, euros y pesos
chilenos», reza un cartel de la panadería por la que desfilan
mamelucos de todas las petroleras y proveedoras de servicios,
algunos rubios venidos del norte y otros de ojos rasgados llegados
de Oriente. «Las empresas de servicios petroleros como Schlumberger
y Halliburton, que proveen la tecnología, traen profesionales de
Estados Unidos y Europa», explicaba Díaz el cartel de las divisas
en la panadería. «Acá no hay casa de cambio. Cambian pesos chilenos
porque acá siempre ha sido un área conectada con Chile. Ahora
vienen turistas chilenos porque Argentina les resulta
barata.»
En 2013, Díaz comenzó a entregar los
terrenos del parque industrial y al año siguiente ya no le quedaban
más. Había firmado ya 117 convenios y planeaba llegar a 130 al
finalizar 2014. Originalmente Díaz pensaba que eso ocurriría recién
en 2015 o 2016.
«Después del acuerdo con Chevron llegaron
muchas empresas a Añelo», relataba el intendente en septiembre de
2014. «En el parque industrial aún falta infraestructura, pero las
empresas se radican sin servicios, sin energía ni agua. Cada uno
lleva su grupo generador y su agua», aclaraba.
Arriba de la barda, la ruta 7 tiene a sus
costados el parque industrial municipal. En septiembre de 2014
había seis plantas instaladas, incluidos campamentos de operarios,
galpones y tanques de agua. Dos meses después iban a duplicarse. Ya
estaban arriba Crexell, Don Pedro, Ingeniería Sima, Schlumberger,
El Retorno y Oil, la empresa de Cristóbal López, que aún mantenía
otra sede abajo. En 2013 se había instalado allí un puestero
llamado Marcelo Roco con un colectivo abandonado y dos banderas,
una argentina y otra que decía «Comunidad Mapuche Piñihuén». Había
tomado una torre de perforación. Los Campo Maripe negaban que fuera
mapuche y lo acusaban de cuatrero y matón del MPN. «Tuvimos una
batallita importante para sacarlo», se complacía Díaz en 2014.
Algunas empresas como Weatherford ya estaban alisando los suelos
para radicarse.
Más allá de uno de los lados hay otras 200
hectáreas de un futuro predio para empresas, pero de capital
privado, que organiza un tal Horacio Ahumada. Y todavía más atrás,
el yacimiento de Loma Campana. No muy lejos habrá otro parque
industrial, pero provincial, de 300 hectáreas. Más allá del otro
costado de la ruta, Añelo II, o el nuevo barrio de casas que están
construyendo los pobladores y las que serán levantadas por el Plan
Federal de Viviendas. De fondo y a lo lejos se ve el nevado
Tromen.
«Desde la urbanización nueva arriba de la
barda hasta los pozos más cercanos va a haber apenas 300 metros»,
mostraba Díaz una presentación de Power Point en una laptop llena de polvo. «Eso no es ningún problema,
porque una vez que los pozos están en funcionamiento, casi no se
notan», decía relajado el intendente. Para viviendas y comercios
habrá 650 hectáreas. «Estamos haciendo todos los estudios de
impacto ambiental», se jactaba el jefe comunal.
El plan urbano de Díaz prevé que en 2016 en
el valle, debajo de la barda, solo queden viviendas y comercios y
que los galpones que ahora tienen allí las empresas se muden a la
meseta. «Pero hay algunas renegadas. Si no se mudan, se les
aplicarán las sanciones que correspondan. Cuesta poner en orden un
pueblo sin ley. Un amigo me dijo que Añelo parece un pueblo en
construcción», Díaz intentaba ponerse firme allá por septiembre de
2014.
En el llano, en la entrada a Añelo desde
Neuquén, la perforadora Nabors, con sede en el paraíso fiscal de
Bermuda, pero base de operaciones en Estados Unidos, instaló en
2014 un campamento de 50 contenedores con antenas de televisión
satelital para que pernoctaran los trabajadores que operan las 12
torres desplegadas en los yacimientos. Fuera del predio hay todo
tipo de vehículos estacionados, desde pick-ups hasta pequeños Ford Ka particulares. Un
año antes, dos máquinas viales alisaban ese terreno frente al
anuncio que indica «inicio travesía urbana» y un cartel lo ofrecía
en alquiler.
«Ahora está por salir a licitación la
rotonda principal del pueblo y vamos a asfaltar 30 cuadras»,
enumeraba Díaz en aquel viaje para verlo a Sapag en noviembre de
2013. Por lo menos un año después, aquello seguía en proyecto. En
2012, las autoridades habían comenzado a instalar las primeras
cloacas de Añelo. «Hoy tenemos un 35% de la población con cloacas»,
calculaba Díaz a fines de 2013. El presidente del Concejo
Deliberante lo interrumpió: «¡El 65%!» «No, el 30%», corrigió su
jefe político.
El «gran desafío» para Díaz radica en
«enraizar a la gente». «Y para eso tenemos que dar servicios.
Queremos institutos de educación de calidad, privados, como los que
quiere la gente de plata. Bilingües, trilingües, que los jefes de
las locaciones no tengan que mantener a sus familias en Neuquén
porque acá no tienen oportunidad de educarse bien», se explayó, con
notable pragmatismo y escaso apego a lo público.
Hasta fines de 2014, los ingenieros y
geólogos ocupaban los cinco hoteles abiertos en Añelo, mientras se
proyectaban otros cuatro. Los operarios iban a campamentos de sus
empresas, bien equipados dentro de tráilers o casas prefabricadas,
o a viviendas de alquiler. Los que llegan por cuenta propia se
meten en las tomas sobre la barda. «Algunos vienen y pegan la
vuelta, y otros se instalan en condiciones precarias. La mayoría
son argentinos, también hay bolivianos, señoras de la noche de
Paraguay y República Dominicana. Hoy estamos normalizando esas
tierras por el peligro de derrumbe, pero hay muchos que las
venden», comentaba Díaz en septiembre de 2014. «También hay muchos
productores agropecuarios que tienen parcelitas de 2 o 3 hectáreas
y las lotean para casas», añadía.
—¿Eso le parece bien?
—Sí, claro. Necesitamos descomprimir el
crecimiento demográfico. Y siempre hay zonas fértiles que la gente
de poder adquisitivo quiere ocupar, para hacerse sus piletas, sus
jardines. A mí me parece bárbaro, es crecimiento para todos. Cuando
vos vas a desarrollar una ciudad, tenés que abrirla a todo el
mundo, pero especialmente a los que tienen el poder adquistivo, que
son los que van a traer los servicios.
—¿Y los que no tienen poder adquistivo,
qué?
—Nosotros decimos siempre que trabajamos
para los más pobres.
—¿Pero hay problemas sociales en
Añelo?
—Hoy tenemos problemas sociales como madres
solteras y abuelos sin trabajo. Hombres que vinieron a trabajar
acá, hicieron familia y después se fueron y dejaron a la mujer y a
los hijos en Añelo sin un peso.
—¿Eso es todo? ¿No hay tráfico de drogas?
¿Trata de personas?
—Esos problemas están en todos lados. Acá
también.
—¿Siente que las empresas dejan lo
suficiente en el pueblo?
—Nosotros venimos reclamando RSE
(responsabilidad social empresaria), y eso no es donaciones
solamente. Una cosa es que me traigas a mí un paquete de curitas y
otra que traigas un oftalmólogo o un aparato para el hospital.
Queremos que donen cosas que la gente pueda palpar. Sentimos que
estamos desarmados como institución para tomar la iniciativa. No
tenemos equipos técnicos para hacer los proyectos. Yo le puedo
decir a una empresa que quiero un salón auditorio, pero no tengo un
arquitecto para presentar el proyecto. Y así no consigo nada. Por
eso a veces dejamos que los proyectos los hagan las empresas
directamente, y así evitamos el pasamanos que a las empresas
también les genera dudas a la hora de donar.
Por ahora no se ven casas con piletas ni
jardines sino muchos condominios en construcción donde antes había
viviendas viejas o terrenos vacíos. Son emprendimientos de vecinos
del pueblo o inversores de otros pagos para alquilarlos a las
empresas que necesitan lugar para que sus empleados duerman. Una
habitación con baño costaba en noviembre de 2014 $ 5.000 (u$s 590)
por mes. No por nada varios funcionarios de Añelo alquilaron sus
casas a petroleras y ahora viajan a trabajar todos los días al
pueblo desde sus nuevas viviendas en la ciudad de Neuquén, Allen o
Cinco Saltos.
Después de aquel café en la panadería San
Cayetano, Díaz dio una vuelta por Añelo y señaló en la ruta 17 una
parcela para emprendimientos productivos donde construyeron ocho
viviendas. «Son casas muy bonitas, pero quién les asegura que la
barda no se les va a venir abajo. Estas son cosas de todos los
días», se refería al avance de obras sin autorización. «Hay mucha
construcción dentro del pueblo. Hoy un lote de 400 metros cuadrados
sobre la ruta cuesta entre 2,5 y 3 millones de pesos (entre 295.000
y 345.000 dólares de entonces), seis veces más de lo que valdría en
Neuquén. El de al lado de la estación de servicio cuesta 7 millones
de pesos (u$s 820.000) y son menos de 400 metros cuadrados»,
relataba el intendente. Por ordenanza municipal, el metro cuadrado
tiene un valor fiscal de 13,50 pesos (u$s 1,50). En el mercado
pedían más de 700 dólares.
A los pocos metros un cartel de la ruta 17
indicaba: «Precaución. Salida e ingreso de vehículos». Ahí mismo,
alguien había pintado: «Díaz chorro». «¡“Díaz chorro” me
pusieron!», comentó el intendente, y frenó para verlo. En la
recorrida por Añelo, lo detenían también vecinos para hacerle
comentarios.
—Mañana voy a hacerme el psicofísico —le
agradecía alguien que había conseguido empleo por contactos del
intendente.
«Acá se olvidaron de regar los de YPF»,
comentaba Díaz mientras avanzaba por un camino de ripio hacia el
nuevo barrio que está levantándose encima de la meseta. «Es una
ruta provincial, pero YPF se comprometió a regar», explicaba cuando
de repente lo frenó otro vecino, que trabajaba en la Empresa
Provincial de Energía del Neuquén (EPEN).
—Muy bueno lo que hacen —arrancaba con
elogios el empleado, que se bajaba de una camioneta blanca con el
logo rojo de EPEN—. ¿Pero cuándo van a conectar el agua? Se están
rompiendo los caños.
El vecino se había instalado en 2014 en la
decena de casas que por entonces se habían construido en el Añelo
II, algunas con madera, otras de ladrillo y una amarilla
prefabricada, algunas terminadas y otras en proceso. En 2013 allí
no había nada, ni alumbrado, ni casas, ni plateas hechas para
futuras viviendas.
—Se están robando los ladrillones. Que le
roben a las empresas, pero no a la gente —se quejaba el vecino y
Díaz le daba la razón.
Al final vino el mangazo.
—Tengo una parientita que te fue a ver. Se
quedó en la calle. Dale una manito. Yo solo quería mi rancho y acá
lo tengo. Pensar que te conocí cuando tenías 5 años… —lo endulzaba
al joven intendente.
Aquel vecino estaba instalado en una toma
que fue levantada para que allí se instalara un desarrollo
inmobiliario de Ingeniería Sima, la empresa del amigo de
Ginóbili.
Díaz logró que en 2014 se cerrara el
basurero a cielo abierto de Añelo y se trasladaran los residuos a
un relleno sanitario a 6 kilómetros, al lado de una planta de
tratamiento de agua, lodo y otros residuos peligrosos. Sin embargo,
se mostraba disconforme por la presunta falta de apoyo de la
Nación, YPF y la provincia. «Para mí es más fácil exigirle a una
empresa privada que cumpla con sus promesas que a una empresa
estatal. Indirectamente, YPF es de la Nación y está todo más
politizado», opinaba Díaz.
—¿Entonces no festejó la expropiación?
—Los recursos naturales deberían haber sido
siempre del Estado, pero una de las preocupaciones que uno tiene es
que haya políticos al frente de las áreas de las empresas, en vez
de gente capaz. La Fundación YPF, por ejemplo, está muy politizada,
copada por La Cámpora, y ese fue uno de los encontronazos que
tuvimos últimamente. Se gastaron 300.000 o 400.000 pesos (48.000 o
65.000 dólares) en 2013 en traer al Choque Urbano y a mí no me
dejan nada. Nosotros tenemos otras prioridades.
De todos modos, Díaz destacaba el plan de
nueve obras que con dinero de la Fundación YPF y préstamos del BID
a la Nación ejecutarán la provincia y su municipio. El programa,
que en 2014 contó con $ 40 millones (u$s 4,6 millones), consiste en
la ampliación de una de las dos escuelas primarias, el mejoramiento
de una plaza en la que hay una cancha de fútbol de cemento (los
niños juegan en el pedregal), la construcción de una planta de
potabilización del agua («para terminar con la desconfianza de la
gente, aunque yo la tomo», decía Díaz), las viviendas para los
médicos, un centro de formación y cultural, un natatorio
semiolímpico y el anhelado hospital. Lo único que avanzó rápido son
las casas de los galenos.
Díaz no veía en 2014 el boom de Vaca Muerta que esperaba, y que el derrumbe
del precio del barril puso entre signos de interrogación. «Las
petroleras están picoteando para estar, pero están esperando el
cambio político. Yo tengo que preparar la ciudad para 2016. Acá
faltan 10.000 millones de dólares de inversión anual», repetía el
intendente los cálculos de los petroleros. Otros hablaban de 5.000
millones. «La política del país hace que las empresas no la pongan.
Hoy están trabajando 30 o 40 equipos de perforación. En Estados
Unidos hay 1.200. Todavía no arranca esto si queremos el
autoabastecimiento. Yo intimo a la Nación y al gobernador por las
obras porque, o yo estoy mirando otra cosa, o acá habrá un gran
desarrollo. Y si no queremos trabajar sobre el quilombo, porque el
privado avanza, hay que planificar y actuar. Si no, después
gastamos el doble y solo se apaga el incendio.»
Las obras para Añelo se paralizaron algunos
meses de 2014 en medio del debate por la renta petrolera que
protagonizaron el gobierno nacional y provincias como Neuquén, a
propósito de la nueva ley federal de hidrocarburos. Díaz viajó en
plena pelea para pedirle al Ministerio de Planificación que no
frenara el envío de fondos para obras que ejecutaba la provincia.
«Falta plata, dicen, pero acá vamos a tener conflictos sociales por
falta de hospital», pronosticaba el jefe comunal.