13. DIECIOCHO

Tras adquirir mi compromiso con Mervaldis, me lo tomé tan en serio que los días no me daban de sí para llevar a cabo todas mis tareas. Consecuentemente caía en la cama tan agotada que cada mañana me despertaba con la sensación de no haber descansado lo suficiente. Me estaba exigiendo demasiado a mí misma, pero era algo necesario si quería llegar a ser la mejor codificadora de Sargéngelis y ahora ésa era mi meta. Comenzaba el día con mis clases habituales, tras el almuerzo continuaba con las sesiones intensivas con Mervaldis y el colofón de la jornada era el entrenamiento con Dumas, que siempre acababa con lo que quedaba de mis energías. De momento había podido compaginar todo, pero mi cuerpo me estaba pidiendo un descanso y afortunadamente sólo me separaban dos semanas de las ansiadas vacaciones.

La decisión de pasar las navidades en Sargéngelis había disgustado un poco a mi familia, especialmente a Kathleen, como ya había previsto. Tendría que pensar en un buen modo de compensarla, quizás un perfume o algún complemento, pero de momento le había enviado un adelanto mucho más personal, un cuadro de ambas que había pintado a partir de una de las fotos que nos hicimos esa primavera en París. Había pintado el retrato con mucho cariño y esperaba que cuando Kathleen lo recibiera, comprendiera lo que ella significaba para mí. No compartía con nadie más esa conexión tan especial que tenía con mi hermana y esperaba que a pesar de que estuviéramos separadas, pudiéramos conservarla para siempre. La historia de las hermanas Mervaldis me había conmovido especialmente y llevaba unos días que no podía quitarme de la cabeza esa triste historia. La pérdida de Elora había marcado para siempre a la directora Mervaldis, convirtiéndola en una mujer fría y distante. Sólo había visto un atisbo de ternura en su rostro cuando miró con nostalgia ese retrato de su hermana, pero lo que predominaba en su carácter era la pena contenida a causa de su pérdida. Tenía que ser muy difícil sobreponerse a una tragedia semejante, pero empezaba a comprender que esta gente se veía obligada a hacerlo continuamente y la idea de que mi futuro también fuera así de duro me aterrorizaba. Aún sufría pesadillas como consecuencia de haber encontrado el cuerpo de Violet en la cripta y la idea de que algo así pudiera sucederle de nuevo a alguien cercano me quitaba el sueño. Si me sucediera a mí, mi familia sufriría, pero ahora me había comprometido con Sargéngelis y ésa era otra de las razones que me habían hecho tomar la decisión de no volver a casa por Navidad. A partir de ahora tendría que empezar a alejarme de ellos poco a poco, porque mi vida ya no me pertenecía sólo a mí, sino a una causa mayor.  

Esa mañana no me desperté como de costumbre con el terrible pitido del despertador, sino poco a poco, disfrutando de la sensación de calma en la que te sumía esa fase transitoria entre el sueño y la vigilia. Al menos estaba segura de que esa noche no había tenido pesadillas, pues aún conservaba la agradable sensación de haber tenido un buen sueño. Cuando abrí los ojos, por fin dispuesta a empezar un nuevo día, me encontré frente a frente con el atractivo rostro de Adrien. Me quedé inmóvil, preguntándome si aún estaba soñando, pero de estarlo, se trataba de un sueño de lo más real.

–¡Feliz cumpleaños, Ella! –me deseó con una sonrisa de infarto.

Me incorporé, avergonzada por tenerle sentado sobre mi cama, contemplándome, con el terrible aspecto que solía tener recién levantada. Él extendió su mano y atrapó uno de los largos mechones de mi melena y lo dejó deslizarse entre sus dedos.

–¿Cómo has sabido que era mi cumpleaños? –le pregunté sorprendida, pues no se lo había dicho a nadie en la academia a propósito.

–Me gustaría poder decir que lo averigüé por mí mismo, pero mentiría. De no ser por Cara habría quedado como un impresentable –admitió, con una expresión de apuro que me hizo sonreír.

–No sé cómo diablos se habrá enterado Cara de que es mi cumpleaños, pero si su indiscreción me brinda la oportunidad de tenerte en mi cuarto, no montaré mucho jaleo al respecto –admití, sonrojándome.

–También has de agradecerle que nos dejara un rato a solas, ha sido todo un detalle por su parte –me hizo saber él, guiñándome un ojo.

El corazón me golpeó con fuerza contra el pecho, para luego lanzarse en un sprint. Estábamos a solas, en mi cuarto, en mi cama y él estaba increíble. Llevaba una camisa azul con los dos primeros botones desabrochados, lo que me permitía ver su cuello y el inicio de su esculpido pecho. Su pelo estaba húmedo, como si acabara de salir de la ducha e inevitablemente me acerqué a él y enterré mis dedos entre sus suaves mechones dorados. Adrien me dedicó una sonrisa torcida y se inclinó hacia mí, apoyando sus cálidas manos en mi cintura. Nuestros labios se tocaron, primero rozándose con suavidad, para luego volverse más persistentes y apasionados. Me agarré con fuerza a su nuca y él me sentó sobre su regazo, acariciando mi espalda mientras nos besábamos. Sus labios comenzaron a recorrer mi cuello, deslizando su nariz por mi piel, aspirando mi olor, y sus caricias me provocaron escalofríos de placer que recorrieron mi cuerpo.

–¡Ella, eres tan hermosa! –murmuró, sin dejar de acariciarme con sus labios.

–¡Mientes!, pero lo haces muy bien. Sé de sobra que recién levantada doy miedo –respondí.

Él levantó su rostro de inmediato, contemplándome con sus maravillosos ojos verdes.

–Nunca te había visto tan salvajemente bella, creo que hoy me va a costar mucho dejarte salir de la cama –afirmó con intensidad, tomando mi cabeza entre sus manos e inclinándola hacia atrás para volver a besarme.

Adrian me estaba llevando al límite de mi resistencia. Me hacía sentir como ningún otro chico lo había hecho antes. Cuando estaba así con él, una sensación poderosa me llenaba y me hacía sentir pletórica. Me aferré a sus hombros y él me atrajo hacia sí con fuerza, enroscándonos en un abrazo apasionado y vibrante. Últimamente nuestros encuentros románticos estaban ganando en intensidad. Tras mi primer ataque de pudor en la torre, Adrien se había disculpado, asegurándome que no volvería a acelerar las cosas hasta que estuviera preparada. Pero cada día que pasábamos juntos ganaba confianza en él y en mí misma y en ocasiones como ésta me resultaba muy complicado controlarme. Le deseaba mucho, cada vez más. Daba por sentado que él tenía experiencia en lo relativo al sexo, entre otras cosas porque tenía un par de años más que yo, y empezaba a sentirme ávida por descubrir cómo sería pasar una noche apasionada en sus brazos… Al fin y al cabo desde hoy ya era mayor de edad y me sentía preparada para enfrentarme a esta nueva experiencia, siempre que fuera con alguien tan admirable y tierno como Adrien, por supuesto. Quizás durante las vacaciones sería un buen momento para sugerírselo y sólo de pensarlo me revolotearon mariposas en el estómago.

Adrien fue quien rompió nuestro beso en primer lugar y le hice saber mi descontento dedicándole un mohín.

–¿Es que no quieres que te entregue mi regalo de cumpleaños? –me dijo él, arqueando una ceja en un atractivo gesto.

–¿Vas a hacerme un regalo? –le pregunté, sorprendida.

Él asintió y alargó su mano para coger una cajita azul que debía haber depositado sobre mi mesilla mientras dormía.

–Espero que te guste –me dijo, entregándomela–. Lo he hecho con mis propias manos.

Sonreí, expectante, y me apresuré a deshacer el precioso lazo rojo que la adornaba. Abrí la caja lentamente y sobre un pequeño cojín de terciopelo azul descansaba una pieza de cristal rosado, tallado en forma de corazón, tan puro y reluciente como un diamante. Estaba engarzado en una cadena de plata. Lo tomé con cuidado entre mis dedos y lo extraje de la caja para admirar su belleza.

–¿Te gusta? –me preguntó él.

Levanté la vista y me encontré con sus ojos. Parecía ansioso por conocer mi opinión sobre su regalo.

–¡Me encanta! –dije, entusiasmada.

Su sonrisa hizo estragos en mi pulso, que se aceleró de nuevo. Él se apresuró a tomar el colgante de mis manos y a abrocharlo en mi cuello, centrando el corazón de cristal en mi escote.

–¿En serio que lo has tallado tú? –le pregunté, asombrada.

–Sí, ya te dije que lo mío era la escultura, aunque en este caso ha sido un trabajo a pequeña escala. Ya sabes lo que siento por ti y he pensado que mientras lleves el colgante, tendrás bien presente que mi corazón te pertenece –me dijo, con una mirada hechizante.

Sin poder contenerme, le sujeté por la nuca y besé sus labios, emocionada por sus palabras. ¿Cabía ser más feliz?

–Es perfecto, como tú –dije, mirándole con devoción, inclinándome de nuevo para besarle.

–Se está haciendo tarde, Ella, deberíamos ir a desayunar –me advirtió él, frenándome.

Volví a dedicarle un mohín de fastidio, pero él se puso en pie, izándome con él y tras besar la punta de mi nariz, me dejó en el suelo.

–¡Vamos, vístete! Te prometo que estas vacaciones aprovecharemos para pasar más tiempo a solas. Bueno, eso si conseguimos dar esquinazo a Bogoslav –dijo, contrariado.

–¿Gabriel se quedará también en Sargéngelis? –le pregunté, con una mirada de horror.

–Siempre lo hace, no creo que este año sea una excepción –dijo Adrien.

Sentí como me invadía la devastación y no sólo porque Gabriel arruinara mi tiempo a solas con Adrien, lo que seguramente ocurriría, sino porque la fortaleza estaría casi desierta en vacaciones y temía que él atacara de nuevo.

–¿Qué ocurre, Ella? –me preguntó Adrien, percibiendo mi turbación.

–Es Gabriel, no me fío de él. Sospecho que está involucrado en la muerte de Violet –le confesé.

–¿Gabriel Bogoslav?, ¿cómo puedes pensar eso? El linaje de los Bogoslav es legendario, todos sus miembros han sido custodios fieles a la Orden y Gabriel sólo vive para conseguir los méritos que se le presuponen por su apellido. Podrá ser un engreído, prepotente y estúpido, pero Gabriel Bogoslav no es un traidor –me aseguró Adrien.

–Me sorprende que le defiendas, tú mismo dijiste que no era trigo limpio –admití, confusa–, y creo que tenías razón. Mis sospechas no son infundadas, Adrien, la misma tarde de la muerte de Violet les vi discutir. Gabriel le pedía algo que ella no quería hacer y casualmente unas horas después aparece muerta en la cripta. Además me topé con él cuando salí esa noche de la torre y por su expresión parecía que trataba de esconderse. Bien pudo conducir a Violet hasta la cripta y obligarla a que abriera la cámara para él. Ella se negó y para que no hablara, acabó con ella, huyendo del escenario del crimen para que no le relacionaran con el asesinato –le expliqué.

–No puede ser, Ella, no considero capaz a Grabriel de hacer algo semejante –dijo, pensativo.

–No podemos exculparle sólo por su apellido, Adrien. Él tenía algún motivo para ir a por Violet y creo que antes o después también vendrá a por mí. El modo en el que a veces me mira me pone el vello de punta… Estoy convencida de que él es el asesino que buscamos, pero no sé qué hacer para desenmascararle –le confesé.

–Ella, ¿estás segura de lo que dices?, ¿es que te ha amenazado en alguna ocasión? –me preguntó Adrien, tomándome por los hombros y mirándome con ansiedad.

–No para de hacerlo desde que llegué. Creo que me odia y que quiere quitarme de en medio. Si aún no lo ha hecho, ha sido sólo porque sabe que tú siempre estás cerca de mí –admití.

Adrien lucía ahora una expresión grave en su rostro.

–No podemos acusar a Gabriel de algo así sin tener pruebas, Ella, pero si sospechas de él, me mantendré vigilante. Seré tu sombra y si Bogoslav intenta algo contra ti, sin duda lo pagará –dijo, tensando su mandíbula.

Después de compartir mis sospechas con Adrien, me sentí mucho mejor. Me reconfortaba que él conociera mis temores y que me protegiera contra Gabriel si era necesario.

Nos dirigimos juntos al comedor común para tomar el desayuno y en cuanto atravesamos la puerta, las voces de mis amigos se elevaron sobre el murmullo general para cantarme Cumpleaños Feliz. No me gustaba ser el centro de atención, de modo que enrojecí violentamente. Adrien pasó su brazo por mis hombros y me llevó hasta nuestra mesa, donde mis amigos rodeaban una increíble tarta de cumpleaños con dieciocho velas encendidas. Imaginé que mi novio estaba compinchado con Cara en la organización de mi recibimiento sorpresa, de ahí que me hubiera metido tanta prisa para llegar al comedor. Miré a Cara para confirmarlo y ella me guiñó un ojo en un gesto de complicidad.

–¡Vamos, Ella! Piensa en un deseo y apaga todas las velas de una vez, si no, no se cumplirá –me animó Anya.

–Nunca había oído que eso fuera así, lo importante es apagarlas, lo demás no importa –puntualizó Yian.

–No es cierto, es lo que siempre se dice –protestó Anya.

–¡Qué tontería! Los deseos no se cumplen por soplar una vela ni cientos de ellas –intervino Helly.

–¿Queréis dejar de discutir por esa estupidez?, las velas se van a fundir y echarán a perder el pastel –les interrumpió Cara, tomándome del brazo y llevándome con ella hacia el otro extremo de la mesa, desde donde todo el comedor tenía una buena panorámica de mi persona–. ¡Sopla, Ella!

Me situé frente a la tarta, aunque en realidad sentía deseos de esconderme debajo de ella. Cara preparó su móvil para lanzar unas cuantas fotos y yo me incliné para soplar las velas y acabar de una vez con el espectáculo. Soplé con todas mis fuerzas, pero no las apagué todas de una vez, sino en un par de intentos, aunque no era algo que me preocupara, especialmente porque con los nervios había olvidado pedir un deseo.

El comedor se sumió en un rumor de aplausos que hicieron que enrojeciera aún más. Entonces levanté la vista y me topé con la peligrosa mirada de Gabriel. Sus ojos claros relucían, cortantes como el filo de un cuchillo, y me estremecí. Adrien debió de advertirlo, porque enseguida estaba a mi lado y me rodeó de nuevo con su brazo. Le miré, sintiéndome agradecida, y cuando volví a mirar a Gabriel, él ya no me miraba a mí, sino a Adrien. Mi novio me atrajo hacia sí en un gesto protector y creí ver furia contenida en los ojos de Gabriel. Como suponía, no le hacía ninguna gracia que él estuviera conmigo, pues le sería más difícil llegar hasta mí, si eso era lo que pretendía. Pero yo, tras los días en tensión que había pasado desde mi último encuentro con él, por fin pude relajarme…

 

 

 

La víspera de vacaciones pensé que Dumas me perdonaría el entrenamiento, pero no fue así. Quería unirme a los demás en los preparativos de la fiesta de despedida que celebraríamos en la fortaleza antes de Navidad, pero me convocó en el gimnasio, el lugar donde solía entrenar a los custodios, de modo que fui preparada para morder el polvo. Si bien mi técnica de combate había mejorado mucho gracias a él, carecía de la habilidad innata que tenían los custodios para todo lo físico. No obstante me esforzaba cada vez más para intentar seguirles el ritmo. Al menos Dumas nunca me hacía combatir directamente contra ellos, sino que él siempre se ocupaba de mí, lo que era un alivio porque no tenía nada que hacer ante un custodio.

Cuando entré en el gimnasio me sorprendió ver sólo a mi entrenador. Dumas estaba ocupado despejando la cuadrícula de suelo acolchado donde se celebraban los combates. Chequeé mi reloj por si llegaba demasiado pronto, pero no era el caso, eran las seis en punto.

–¡Buenas tardes! –le saludé acercándome a él.

–¡Ah, Ella!, ya estás aquí. Bien, haz unos estiramientos, hoy vamos a simular que te ataca un demonio, quiero ver de qué eres capaz –me informó.

–¿Un demonio?, ¿quieres decir que me vas a atacar como lo haría uno de ellos? –pregunté, confusa.

–Algo así, pero yo no seré tu contrincante en esta ocasión –me explicó.

–¿Quién lo será entonces? –le pregunté, intrigada.

–Ahí lo tienes –dijo Dumas, señalando a la puerta.

Gabriel Bogoslav entraba en ese momento por la puerta del gimnasio con esa actitud altiva tan característica de él. Venía vestido con el equipo de entrenamiento, luego supuse que Dumas iba en serio.

–Al parecer Dumas también es de la opinión de que soy lo más parecido a un demonio que ronda por aquí –dijo él, abrasándome con su mirada más intimidante.

Enrojecí sin poder evitarlo, sabía a lo que se refería, a mi retrato.

Se me pasó por la cabeza la idea de protestar, pero a estas alturas conocía a Dumas lo suficiente como para saber que ignoraría mis quejas, de modo que seguí a Gabriel hasta el improvisado ring y me situé frente a él. Dumas dio la señal para empezar el enfrentamiento, pero Gabriel no se movió, de modo que yo tampoco lo hice.

–¿A qué estáis esperando? –nos apremió.

–¿Estás seguro de esto? Creo que va a ser demasiado fácil –se quejó Gabriel, dirigiéndose directamente a Dumas, como si yo no estuviera allí.  

Sabía que estaba en lo cierto, pero mi orgullo se vio herido por su afirmación. ¡Ya me habría gustado a mí tener sus aptitudes sobrenaturales para patearle bien el trasero!

–No quiero excusas, ¡moveos! –nos animó.

Antes de que tuviera tiempo de pestañear, me encontré tumbada boca abajo en el suelo, con la rodilla de Gabriel presionando ligeramente mi espalda, mientras tiraba hacia atrás de mis brazos. La postura era muy incómoda, pero casi no me atrevía a respirar, sabía que si él quería, podría quebrar mi columna vertebral como si de una simple ramita se tratara…

–¡Alto! –dijo Dumas. Gabriel se incorporó, liberándome y volvió a su posición de partida. Era evidente que estaba disfrutando con esto–. ¡Probad de nuevo! Ella, los demonios suelen detectar a los de tu clase en kilómetros a la redonda, tienes que aprender a bloquearlos. Utiliza el Códex.

–¿Cómo? –pregunté, mientras me incorporaba.

–No soy un experto, pero los símbolos del Códex también sirven para crear barreras protectoras. Intenta que Gabriel no se te acerque –respondió.

–¡Muy clarificador! –protesté, poniendo los ojos en blanco.

¡Más quisiera yo que ese cretino no se me acercara!, pero él era un súper hombre y yo no.

Volví a situarme frente a Gabriel, que al parecer ya estaba listo para atacar. Se había quitado la sudadera y ahora podía ver en directo sus amenazantes bíceps. Al ser tan alto daba la sensación de esbeltez, pero en realidad era muy fuerte, puro músculo, y resultaba bastante intimidante tenerlo como adversario. Tragué saliva. No era una cobarde, pero no estaba tan loca como para pensar que tenía una mínima oportunidad de vencerlo. Bajó un poco la cabeza y cerró sus puños, como si fuera un toro dispuesto a embestirme e instintivamente retrocedí un paso. Al menos esta vez le vi venir, ¡pero para lo que me sirvió!… Sin saber cómo, me había tumbado en el suelo, sentándose sobre mi estómago y me sujetaba por el cuello. Le costaba contener una sonrisa. Intenté quitármelo de encima y entonces comprobé que no podía moverme. De algún modo me había inmovilizado de cuello para abajo. Le miré, furiosa, y él me guiñó un ojo, provocador.

–¡Libérame! –le pedí, fulminándole con la mirada.

–¿Estás segura de que es eso lo que quieres? Tu ritmo cardiaco me dice lo contrario –me susurró, bajando el tono de su voz deliberadamente para que sólo yo lo oyera.

Sentí que me invadía la ira, pero continuaba sin poder moverme. Su dedo pulgar descansaba sobre mi yugular y con el dedo índice me tocaba otro punto del cuello próximo a la columna.

Al parecer podía controlar mi sistema nervioso, por eso no podía moverme.

–Da gracias a que no soy uno de los tuyos, porque si lo fuera, te borraría esa sonrisa arrogante de una vez por todas –siseé, pero mi ira parecía divertirle–. ¡Quítate de encima de una vez!

–Princesa, si lo que te molesta es no estar tú encima, dímelo sin rodeos, para mí cualquier postura es buena –dijo, inclinando peligrosamente su rostro hacia el mío.

–¡Grabriel, cuidado! –le advirtió Dumas.

Gabriel se giró hacia él, mirándole con una expresión de fastidio, pero obedeció. Se levantó como impulsado por un resorte y ocupó su posición antes de que a mí me diera tiempo siquiera a incorporarme. Me senté sobre la colchoneta, comprobando con alivio que había recuperado el control sobre mis extremidades. Busqué con la mirada a Dumas. Estaba tan furiosa que, de poder hacerlo, habría echado llamas por los ojos, pero para mi sorpresa, el rostro de mi entrenador reflejaba aún más ira que el mío.

–Ella, no llevo entrenándote durante más de tres meses para ver esta pobre demostración. Si no te tomas esto en serio, puede que la próxima vez que te cruces con una de esas bestias no lo cuentes, de modo que ponte en pie de una vez y actúa –me dijo en un tono suave, pero más amenazador que si lo hubiera hecho a gritos.

Me puse en pie de un salto y ocupé de nuevo mi posición en el ring. Me sentía muy furiosa y a la vez herida, porque la insinuación de Dumas había dañado mi amor propio. Se suponía que yo tenía un don especial que me hacía más poderosa que el resto de codificadores, pero ¿de qué me servía si no era capaz de sacarle provecho? Mervaldis me había dicho que los bloqueos defensivos eran posibles, pero que ella no había conseguido hacerlos nunca, por lo que no podía instruirme en el método. Si pretendía salir alguna vez de Sargéngelis e ir a primera línea de combate tendría que dominar esa técnica, que no sólo podría protegerme a mí, sino también a mis compañeros.

Gabriel estaba dispuesto a embestir, pero entonces Dumas irrumpió en el cuadrilátero, sorprendiéndonos a ambos.

–Gabriel, dame un segundo –le pidió.

Él asintió de mala gana, al parecer molesto por la interrupción. Dumas se me acercó y me sujetó con fuerza por los hombros.

–Ella, ¿recuerdas cuando aquel rastreador te atacó en el bosque? –me preguntó.

–Creo que nunca lo olvidaré –admití.

–Bien, pues entonces sólo tienes que reproducir lo que hiciste ese día –me sugirió.

–¿El qué exactamente, correr o arrastrarme por el fango? –le pregunté con un tinte de ironía, pero a sabiendas que básicamente eso fue todo lo que conseguí hacer ese día.

Gabriel soltó una carcajada desde el otro lado del ring.

–Ella, ese día conseguiste bloquear al rastreador con tus manos, ¿es que no lo recuerdas? Yo pude verlo justo antes de intervenir. Ganaste sólo unos segundos, pero fueron determinantes para que yo pudiera llegar en tu ayuda –me dijo, confiado.

Le miré, desconcertada, pero supe que tenía razón. Aquel día, mientras luchaba por mi vida, había conseguido detener a ese demonio usando el Códex. Dumas me infundió confianza en mí misma y comprendí que era uno de esos hombres que habían nacido para ser líderes y no sólo por su valía personal, sino porque conseguía sacar lo mejor de su gente. Inexplicablemente me sentía capaz de hacer lo que me pedía y debió leerlo en mis ojos, porque sonrió. Me dio un apretón afectuoso en los hombros antes de soltarme y se retiró, dejándome de nuevo frente a Gabriel.

–¡Adelante! –nos ordenó.

Gabriel no se lo pensó y se abalanzó contra mí. Instintivamente adelanté mis manos, como si pudiera frenar con ellas su embestida. Me concentré e increíblemente lo conseguí. Gabriel salió despedido hacia atrás, como si hubiera chocado contra una membrana elástica que le impulsó en sentido contrario. Cayó de pie, como si nada, pero me satisfizo comprobar que había evitado su ataque. Su mirada de estupefacción bien valió para apaciguar en parte mi ira.

No había previsto que él contratacara, pero lo hizo. Rodeó mi cuello con su brazo y me atrajo contra su pecho, tratando de inmovilizarme. Me retorcí y le propiné un codazo en el abdomen, consiguiendo que me soltara. Traté de encogerme sobre mí misma para voltearle sobre mi espalda, pero él me atrapó por la cintura y me izó, haciendo que perdiera apoyo. Sin pensármelo le propiné un cabezazo que debió darle en la frente y que seguramente me dolió más a mí que a él, pero al menos me dejó de nuevo en tierra. Me volví contra él, pero ya le tenía encima. Frené su avance poniendo mis manos en su pecho.

–Ella, aíslate de nuevo –escuché que me aconsejaba Mervaldis.

¿Cuándo diablos había entrado ella en el gimnasio? Miles de signos aparecieron en mi mente, pero en ese preciso momento buscaba uno el concreto. Pensé en él y de pronto Gabriel Bogoslav se desplomó sobre mí. Pesaba demasiado para mí, pero pude sujetarle y voltearle en el suelo, sentándome a horcajadas sobre él.

Estaba pletórica, había conseguido derribar a un custodio y no a un custodio cualquiera, ¡sino al mejor custodio de Sargéngelis! Lancé un grito de júbilo y apoyé mis manos en su pecho, inclinándome sobre él para regodearme de mi victoria. No esperaba que él sonriera, pero lo hacía, lo cual me desarmó completamente.

–De modo que preferías estar arriba… –murmuró con una sonrisa traviesa.

–No empieces –le advertí.

–Desde luego no puedo quejarme, la vista desde aquí es impresionante –me susurró mientras ponía sus manos en mis caderas y me acosaba con la mirada.

–Gabriel Bogoslav, ninguno de tus estúpidos comentarios conseguirá bajarme los humos en este momento –le dije, ignorando su atrevimiento y disfrutando de mi victoria.

Él se incorporó súbitamente y nuestros rostros quedaron tan próximos que nuestros labios casi se rozaban. Intenté incorporarme, pero sus manos aún sujetaban con fuerza mis caderas, impidiéndomelo. Su aliento rozó mi boca, donde se extinguió un sonido de protesta. Me sentía atrapada por su mirada, como si sus ojos azul turquesa fueran capaces de inmovilizarme como lo habían hecho minutos antes sus hábiles manos. De nuevo experimenté en primera persona el arrollador magnetismo que desprendía Gabriel Bogoslav. Había visto antes cómo hacía esto a otras chicas, pero nunca creí posible que yo llegara a ser una víctima de sus encantos, a sabiendas que le odiaba. Retiré la vista, sintiendo cómo mis mejillas se coloreaban.

–No ha estado mal, princesa, pero voy a darte un consejo, cuando se trate de un enfrentamiento real, intenta que te salga bien a la primera o simplemente lo lamentarás –susurró contra mis labios, confundiéndome aún más.

Y de pronto se puso en pie, provocando que volcara torpemente sobre la colchoneta. Me sentí como una completa estúpida, pero al menos él no se recreó en ello, sino que cogió su sudadera y sin mirar atrás se internó en los vestuarios.

 

 

 

Las chicas vinieron a nuestra habitación antes de la fiesta para arreglarnos juntas. Esa noche, en lugar de la habitual cena en el comedor, se celebraría un cóctel como despedida de fin de trimestre en uno de los salones de la fortaleza. Este año la celebración había estado a punto de suspenderse por la muerte de Violet, pero finalmente se había decidido mantenerla y el alumnado lo agradeció. La fiesta se prolongaría hasta pasada la media noche, una licencia excepcional a nuestro habitual toque de queda y tendríamos música y bebida, por supuesto sin alcohol, para amenizarla. No había podido colaborar en los preparativos a causa del entrenamiento, pero según mis amigas, el salón había quedado precioso con los adornos navideños que habían instalado para la ocasión.

Me gustaba la experiencia de compartir ese momento de chicas. Aunque éramos muy distintas entre nosotras, nos llevábamos muy bien. La lejanía a nuestros respectivos hogares y las circunstancias especiales en las que nos habíamos conocido muy probablemente habían intensificado nuestra amistad.

Mientras terminaba de arreglar mi pelo en el cuarto de baño, marcando mis ondas con un poco de espuma, me divertía contemplando a mis amigas, que seguían en la habitación indecisas sobre qué ponerse. Las tres finalmente se decidieron por el color negro, como había imaginado. Helly llevaría un vestido largo de gasa, que le hacía más alta y oscura que nunca. Me encantaba el estilo romántico-gótico de Helly, vestía como una heroína de novela paranormal. Sospechaba que su pelo negro no era natural, pero le sentaba muy bien a su rostro pálido y a sus enormes ojos azules, que combinado con su imponente físico le daba un aire de diosa de las tinieblas.

Anya llevaba una falda de cuero y un top sin mangas de lentejuelas. Sus mechas azules caían sobre sus hombros desnudos y destacaban más que nunca. Y por último Cara se había dejado suelta su melena rizada y se había puesto un vestido ceñido con una sola manga, que combinado con sus botas militares quedaba impactante. Se diría que las tres iban preparadas para enfrentarse a una horda de demonios, mientras que yo parecía ir al baile de palacio…

Había elegido un vestido de encaje en color nude con el escote en forma de corazón, corto y con falda acampanada. Lo combiné con unas sandalias de tacón en color dorado, pues lo bueno de ser bajita era que siempre era una buena ocasión parar usar tacones. Me preguntaba qué dirían mis amigas cuando me vieran salir del baño con este aspecto, pero no había nada más rompedor en mi vestuario, de modo que me apliqué un poco más de brillo en los labios, inspiré y emergí en la habitación. Las tres se volvieron inmediatamente a mirarme y sonrieron.

–Sed francas, por favor, ¿qué tal estoy? –les pregunté.

–Un look muy… Ella –se apresuró a decir Anya.

–Sí, eso es –dijeron las demás.

–¡Entiendo! –dije.

Puse los ojos en blanco y lo dejé estar. Me acerqué a ellas, pasándoles revisión e instintivamente recolocando todo aquello que estaba fuera de lugar.

–¿Es esto necesario? –preguntó Anya, mirándome como si fuera un extraterrestre, mientras le subía el escote del top.

–Lo siento, ha sido un comportamiento inconsciente –dije, poniendo fin a mi escrutinio–. Esto es justo lo que suele hacer mi hermana cuando nos arreglamos para ir a algún sitio y reconozco que yo también odio que lo haga, ¡no sé cómo he podido imitarla!

Cara vino a mi encuentro y me rodeó los hombros con su brazo.

–¡Yo sé de alguien que está muy nerviosa! –canturreó.

–¿Tanto se nota? –le pregunté.

–¡Qué va! Sólo un poco –dijo ella, para tranquilizarme.

–No te preocupes, tu chico se caerá de espaldas cuando te vea, ¡pareces una princesa! –dijo Helly, intentando animarme.

Sabía que  Helly lo decía con la mejor intención, pero el apodo de princesa no me daba buenas vibraciones…

–No es fácil saber lo que piensa Adrien, no es de la clase de chicos que exterioriza sus emociones –admití–. Me cuesta mucho que hable de sí mismo. Es posible que sea una consecuencia de su difícil infancia, aunque tampoco sé demasiado sobre ese tema.

–Entonces es un chico hermético, uno de los más frecuentes estereotipos masculinos con los que te puedes encontrar –dijo Anya–. Y corroboro que es tal y como le describe Ella, porque como sabéis, me gusta saber cosas sobre la gente y no he sido capaz de averiguar apenas nada sobre él –continuó.

–Anya, lo tuyo tiene un nombre y se llama indiscreción –dijo Cara, divertida.

–¿Ah, sí? Pues entonces no te interesará saber que he averiguado cosas bastante interesantes sobre cierto caballero –le dijo, alzando una ceja.

Cara se puso colorada inmediatamente, por lo que las demás pronto comprendimos que se trataba de Alejandro.

–¿Qué sabes sobre él? –le pregunté yo, sabiendo que Cara no se atrevería a hacerlo.

–Le he invitado a tomar un refresco esta mañana en las máquinas y hemos estado charlando un poco sobre sus gustos. He obtenido bastante información sobre él, como por ejemplo que es un amante de los animales. Tiene dos perros y les echa bastante de menos, siente mucho que no admitan mascotas en Sargéngelis, pero por lo demás está bastante satisfecho de estar aquí. Es muy aficionado a los deportes y ha sido el capitán del equipo de fútbol de su instituto, de ahí que posea esos increíbles gemelos de futbolista. También le gusta la música rock y las películas de ciencia ficción, de modo que sería interesante que te vieras todos los episodios de Star Wars estas navidades, Cara, tendrías un tema inagotable de conversación con él, eso si en algún momento te atreves a dirigirle la palabra –nos explicó, dejándonos a todas boquiabiertas.

–¡Madre mía!, ahora sé más cosas sobre Alejandro que sobre algunos de los compañeros de instituto con los que he pasado años –dijo Helly.

–¿Y bien?, ¿satisfecha? –le preguntó Anya a Cara.

–Gracias, intentaré aprovechar esa información –respondió ella con timidez.

No acababa de creerlo, Cara llevaba suspirando por Alejandro todo el trimestre y casi no le había visto dirigirle la palabra. Quizás esa noche convendría darles un empujoncito…

Una vez estuvimos listas, nos dirigimos al gran salón. Estaba adornado con cintas y detalles navideños y en una de sus esquinas lucía un enorme abeto natural repleto de bolas y lazos de tela de vistosos colores. Sonaba música pop y algunos chicos ya bailaban en la improvisada pista, bajo una bola de discoteca de pega. En uno de los laterales se habían instalado tableros que formaban la alargada mesa, vestida con un mantel en tonos rojo y dorado, sobre los que se habían servido bandejas con riquísimas viandas, distintos boles de ponches y fuentes con dulces. Yian y Alejandro picaban algo en un extremo de la mesa cuando llegamos y nos hicieron señas para que nos uniéramos a ellos. También se habían arreglado para la ocasión. Yian se había puesto un traje de chaqueta oscuro y bastante entallado y había despeinado su peculiar flequillo cuidadosamente, mientras que Alejandro llevaba una elegante camisa blanca con el cuello sin abotonar, que hacía destacar mucho su bronceada piel.

–¡Guau!, estáis increíbles, chicas –dijo Yian.

–Vosotros también, ¿verdad que sí, Cara? –dijo Anya, dando un codazo a nuestra amiga, que se puso del color del mantel.

–Sí, claro –admitió ella, avergonzada.

–¿Queréis algo de beber? He probado los ponches y el más potable es el de color naranja –nos dijo Alejando.

–¡Nos animamos!, ¿nos traes un poco? –le pedí y Alejandro se apresuró a coger vasos de plástico para todos.

Le metí otro codazo disimulado a Cara, que le miraba embobada, pero que pareció captar la indirecta, porque se apresuró a seguirle.

–Déjame que te ayude –se ofreció.

–¡Perfecto!, hazte con un par de vasos más –le indicó él, apuntando a la torre de vasos que había sobre la mesa.

Les observamos alejarse juntos y nos miramos entre nosotras con complicidad. A continuación nos aproximamos al buffet y mis amigos comenzaron a servirse la cena, pero yo estaba más interesada en inspeccionar el salón. Estaba deseando ver a Adrien, pues aún no le había localizado.

De pronto las luces se atenuaron y un pinchadiscos comenzó a animar la pista, por lo que muchos de los jóvenes se animaron a ir a bailar. Alejandro y Cara volvieron con ponche para todos. Entonces alguien rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo hacia sí. Me estremecí, sintiendo los labios de Adrien junto a mi sien.

–¡Estás preciosa! –susurró en mi oído.

Me giré y me quedé mirándole abobada. Llevaba un traje de chaqueta negro, con camisa blanca y corbata negra, que le sentaba como un guante. Se había peinado el pelo con gel y parecía más rubio que nunca en contraste con su vestimenta oscura. Recorrió mi rostro con su mirada y enseguida me atrajo hacia sí y me dio un beso, demasiado casto para mi gusto, pero lo cierto era que estábamos delante de toda la escuela y no convenía dar un espectáculo.

–Este traje te sienta demasiado bien –dije, apoyando mis manos sobre su abdomen y deslizándolas hacia su pecho, lo que me permitió apreciar su fuerte musculatura.

–Celebro que te guste, quería estar a tu nivel –dijo, sin apartar sus ojos de los míos.

Nos miramos lentamente, diciéndonos con los ojos lo que no nos atrevíamos a decirnos en público. Sentía que mi corazón no cabía en mi pecho por la dicha de tenerle a mi lado. Deseé más que nunca que comenzaran  de una vez las vacaciones para poder estar realmente a solas con él, pero apenas quedaban unas horas, de modo que podría resistir. Sin embargo no pude evitar sonreírle como una boba debido a la mezcla de expectación y  nervios que me invadía. Él me devolvió una sonrisa preciosa, que me dio pie a agarrarme a las solapas de su americana para atraerle más hacia mí, mientras me ponía de puntillas con la clara intención de besarle.

–Chicos, vamos a bailar, ¿os animáis? –interrumpió Helly.

Estaba a punto de decirle que no, pero Adrien me tomó de la mano y me arrastró tras mis amigos a la pista.

Después de unas cuantas canciones moviditas, que bailamos todos en grupo, el pinchadiscos por fin se dignó a poner una balada. Me abracé a Adrien a los primeros acordes y comenzamos a mecernos al son de la música, sin dejar de mirarnos a los ojos. Era la primera vez que bailábamos juntos y eso tenía varias connotaciones. Se trataba de mi primer novio, nuestra primera canción, nuestra primera fiesta,… ¡recordaría eternamente ese momento! Pero aún podía hacer ese recuerdo más inolvidable. Me puse de puntillas y busqué sus labios y esta vez sí que nos fundimos en un beso apasionado y perfecto. Pero no duró demasiado. Súbitamente los primeros acordes de un rock and roll sonaron estridentes en el salón, poniendo fin al ambiente romántico y a nuestro beso. Las parejas a nuestro alrededor se deshicieron para moverse al ritmo de la animada música y me embargó una oleada de decepción. Adrien debió advertirlo, porque me tomó de la mano y me sacó de la pista.

–Ven, comeremos algo –me propuso.

–De acuerdo –convine con una media sonrisa.

Nos servimos algo del buffet y mientras comíamos, estuvimos charlando con varios alumnos de tercero, compañeros de Adrien. Anya vino a buscarme para hacernos unas fotos de grupo junto al abeto y mientras tanto dejé a Adrien con sus amigos. No tardé demasiado en volver, pero cuando lo hice, él ya no estaba con ellos. Di un par de vueltas por el salón, pero no resultaba fácil localizarlo entre tanta gente. Me dirigí a la pista de baile por si había vuelto allí, pero esa zona estaba aún más oscura, de modo que simplemente la bordeé. Entonces me topé frente a frente con Gabriel Bogoslav. Seguramente acababa de hacer su aparición en el salón, porque si nos hubiéramos cruzado antes, estaba convencida de que habría reparado en él. Estaba francamente impactante. Iba vestido de negro, con una camiseta ajustada y pantalones de cuero. Su pelo, habitualmente revuelto, estaba escrupulosamente peinado, formando un brillante tupé al estilo gentleman. Me dedicó una mirada lenta de sus increíbles ojos turquesa, deteniéndose con descaro en ciertas zonas de mi cuerpo, y me sentí como si me desnudara con la mirada. Se acercó, deteniéndose sólo a unos centímetros de mí.

–¿Qué hay, princesa? ¿Has venido a por un beso? –me preguntó con su tono burlón, mientras ahondaba en mis ojos con su mirada.

Por un momento su pregunta me desconcertó, pero me obligué a responder para que no creyera que era capaz de aturdirme.

–No todas nos morimos por tus besos, Gabriel, ¿es que crees que el mundo gira en torno a ti? –le reproché.

–Básicamente, sí –respondió con seguridad, acariciándose el mentón–, pero en esta ocasión eres tú quién está pidiendo a gritos que te besen –añadió, señalando algo sobre mi cabeza.

Levanté la mirada y descubrí que me había detenido justamente bajo una de las ramitas de muérdago que se habían repartido como adorno por el salón.

–No soy fiel a esa tradición –dije, sintiéndome un poco estúpida por pensar que él quería besarme.

–Pues deberías, se dice que un beso bajo el muérdago garantiza encontrar el amor verdadero –me sugirió.

–Entonces creo que definitivamente no lo necesitaré, puesto que ya lo he encontrado –admití, desafiante.

–Es muy posible que estés equivocada, recuerda que tienes un gusto terrible en lo que a hombres se refiere –me provocó, mirándome con los ojos entrecerrados.

–No es asunto tuyo quién me gusta y quién no –siseé, molesta.

–Vuelves a equivocarte, princesa. Recuerda que siendo tu protector, mi misión es velar por ti noche y día –dijo, acercándose peligrosamente a mí.

Su proximidad era amenazante, me hacía sentir incómoda. No le dejé acercarse más. Le detuve, apoyando mis manos en su pecho, pero al hacerlo, comprobé que su corazón palpitaba a un ritmo desenfrenado. Podía sentir sus frenéticos latidos contra mi piel, la calidez extrema de su cuerpo,… y me asusté. Quería alejarle de mí cuanto antes y decidí ser cruel.

– Me da la sensación de que eres tú quién necesita desesperadamente algo de amor, Gabriel –dije con acidez.

Mis palabras tuvieron más efecto del que esperaba. Su rostro se tornó tenso y su corazón se ralentizó un instante, para luego volver a palpitar con fuerza. Retrocedió lo justo para librarse de mi contacto y siguió mirándome en silencio.

–¿Estoy en lo cierto? –le pregunté, recreándome en su desconcierto.

–Te equivocas, princesa. Yo siempre tengo lo que quiero y justo cuando lo quiero –dijo en un tono gélido, con un subyacente acento eslavo.

–¿Te refieres a tus amigas? Eso no es amor, Gabriel y lo sabes. El amor trae consigo la felicidad y es evidente que tú no eres feliz –dije con rotundidad.

Gabriel se había quedado sin palabras, por primera vez mostrando vulnerabilidad, y comprendí que detrás de esa fachada de arrogancia y autocontrol, había también miedos ocultos. Esto me hizo reaccionar y comprendí que le había hecho daño y lo peor fue darme cuenta de que eso era justamente lo que había pretendido hacer. Me sentí terriblemente mal conmigo misma y avancé hacia él, pero instintivamente él retrocedió.

–Gabriel, no quería decir eso –me excusé, intentando reparar el daño.

Él parecía estar lejos, me miraba, pero era como si mirara a través de mí, a un lugar lejano y sombrío.

–El diablo fue antes un hermoso ángel que quiso ser más poderoso que su creador –murmuró él en un tono tan bajo que me costó oír a causa del ruido y la música.

–¿Qué quieres decir? –le pregunté, extrañada.

–Sucumbió a su propia ambición –añadió, pensativo.

–Cuando hablas en clave no entiendo nada de lo que dices –admití, desconcertada.

–Lo que quiero decir es que has de tener cuidado con lo que deseas, princesa –me aclaró.

Me quedé mirándole, sintiéndome perpleja. Parecía que en sus palabras había un mensaje sucinto, pero ¿de qué se trataba? De pronto alguien me agarró por el brazo y dejé escapar un grito. Me giré, asustada, y comprobé que se trataba de Adrien, que me miraba intrigado.

–Bogoslav, ¿estás asustando a mi novia? –dijo él, mirando a Gabriel.

Me molestó su interrupción y no sólo por el tono posesivo que había empleado Adrien al referirse a mí, sino porque quería entender lo que Gabriel había querido decir, pero sabía que él no diría nada más en presencia de Adrien. Volví mi mirada hacia él y pude comprobar que volvía a ser el Gabriel de siempre y que miraba a Adrien con hostilidad.

–Creo que tú te vales de sobra para asustarla, Sagnier –dijo él, desafiante, y sin más se dio la vuelta y se alejó de nosotros.