11. INFORTUNIO

El tiempo seguía pasando y en menos de un mes llegaría la Navidad y para muchos el esperado retorno a casa. Tenía muchas ganas de ver a mi familia, con la que no me podía comunicar con frecuencia debido al aislamiento del enclave de Sargéngelis, pero estaba barajando la opción de pasar la semana de vacaciones en la fortaleza. La razón era Adrien. Él se quedaría y puesto que ahora apenas nos veíamos, me tentaba mucho la idea de aprovechar que todo el mundo dejaría la escuela para pasar más tiempo con él. Aún no había tomado una decisión y tenía que reconocer que me estaba costando mucho hacerlo.

Llevaba más de tres meses en Sargéngelis y lógicamente echaba de menos a mi familia y a mis amigos. Cada año mi hermana y yo solíamos aprovechar la semana de Navidad parar encargarnos de la organización de las fiestas, una buena oportunidad de pasar más tiempo juntas. Puesto que mis padres sólo cerraban el bufete en las festividades de Navidad y Año Nuevo, nosotras solíamos ocuparnos de todos los detalles: comprábamos los regalos para toda la familia, elegíamos los menús y la decoración para la casa y con el paso de los años esto se había convertido en una tradición que me daba mucha pena romper. Por otra parte también estaban mis amigos, que habían hecho fabulosos planes para esa semana: sesiones de películas antiguas, visitas a un par de exposiciones en la National Gallery, prestarnos como voluntarios para el reparto de juguetes que organizaba la asociación benéfica de la madre de Andrew y eso sin contar con la increíble fiesta de fin de año que celebraban en casa de Kristell y a la que siempre me invitaban…

Pero luego estaba Adrien, con su increíble sonrisa, sus ojos intensos, que me quitaban la respiración en cada mirada, su boca dulce y apasionada, que me moría por volver a besar… Hacía días que no estaba a solas con él y me estaba volviendo loca, hasta el punto de que había decidido proponerle que nos encontráramos esa misma noche en nuestro escondite de la torre. Sabía que arriesgaba mucho tras la amenaza de Gabriel, pero no podía soportar por más tiempo estar separada de él. Cuando nombraron a Gabriel mi protector, pensé que me asediaría día y noche, haciéndome la vida imposible, pero después de todo no había sido tan traumático como pensaba. Los primeros días tras el incidente en el bosque estuvo muy pendiente de mis movimientos, pero en cuanto se aseguró de que no me saltaría las reglas, especialmente no abandonar la fortaleza, comenzó a relajarse. Si bien hasta entonces no había querido tentar a la suerte, ahora merecía la pena arriesgarse, porque necesitaba ver a Adrien de veras.

Esa mañana, como de costumbre, fui a primera hora a clase de Mervaldis donde aprendía el Códex con los alumnos más veteranos. Llevaba unas semanas trabajando con Violet, la alumna más aventajada de la escuela. Era una chica muy inteligente, un par de años mayor que yo, alta, delgada, pelirroja y con un rostro muy agradable, cubierto de graciosas pecas. Realmente tenía un don excepcional para enlazar y encriptar los símbolos del Códex y lo utilizaba con más soltura que su propio idioma, dado que era increíblemente tímida. Mervaldis me había emparejado con ella a propósito, para que ella tirara de mí, y lo estaba consiguiendo, pues Violet estimulaba mis ansias de conocimiento. Era de ese tipo de personas que además de ser buenos alumnos, también eran buenos enseñando a los demás y me propuse aprender de ella todo lo posible.

Al principio apenas hablábamos de otra cosa que no fuera el Códex, pero a medida que me fue conociendo, se fue sintiendo más cómoda conmigo y me contó muchas cosas interesantes acerca de Sargéngelis y su cámara, que al parecer ella conocía en primera persona, pues trabajaba allí con frecuencia. Consiguió picar mi curiosidad y las clases en su compañía me resultaban muy entretenidas. Supuse que con el tiempo acabaríamos convirtiéndonos en buenas amigas.

Violet jugaba con ventaja con respecto al resto de nosotros, pues su habilidad con el código le venía de familia. Uno de sus abuelos había sido codificador y el secreto de la Orden era conocido por una rama de su familia, de modo que pronto identificaron las asombrosas aptitudes de la niña para la interpretación del Códex. Había hecho estancias de inmersión en otras fortalezas durante su adolescencia y a los dieciocho años fue enviada a Sargéngelis, donde desde entonces estudiaba bajo la tutela directa de Mervaldis.

Mientras trabajábamos en un encriptado complicado, Adrien entró en el aula y no pude evitar dejar por completo lo que estaba haciendo para mirarle con devoción. Debía de traer un mensaje para Mervaldis porque se acercó a su mesa y habló con ella unos instantes en susurros antes de retirarse. Cuando se disponía a salir, se detuvo un instante junto a la puerta y me miró y sentí cómo mi corazón se desbocaba. Necesitaba hablar con él, pero no se me ocurría ninguna buena excusa para hacerlo. Él parecía alentarme con su mirada  a que improvisara algo.

–Necesito ir al cuarto de baño –le dije a Violet, levantándome atropelladamente.

–¡Eh!, ¿qué? –balbuceó ella, descolocada.

Y entonces me fijé en cómo miraba a Adrien. ¿Sería posible que le gustara a ella también? Me puse un poco celosa y luego me enfadé conmigo misma por ser tan boba. Adrien era increíblemente guapo y ya había visto a otras chicas de la academia mirarle así antes. No existía ninguna razón para sentirme amenazada, puesto que él me había elegido a mí.

En cuanto abandoné el aula, comprobé que él estaba esperando junto a la puerta, como había imaginado, y tuve que contenerme para no arrojarme a sus brazos de inmediato. Teníamos que ser cautelosos y aunque el pasillo estaba desierto, podría aparecer alguien en cualquier momento y sorprendernos.

Él me tomó de la mano y me llevó hasta el cuarto de mantenimiento que había al final del pasillo, donde nos ocultamos. En cuanto estuvimos a solas nos fundimos en un apasionado beso: cálido, lánguido y perfecto. Había añorado demasiado esos labios y resultaba muy duro alejarse de ellos, pero no podíamos dilatar nuestra vuelta durante mucho tiempo o se percatarían de nuestra ausencia en clase.

–Me moría por verte a solas, Ella. No dejo de pensar en ti, como sigamos así voy a enloquecer –dijo él, mientras recorría mi cuello con sus labios, haciéndome estremecer.

–Te comprendo perfectamente –admití, encantada de comprobar hasta qué punto nuestras mentes estaban conectadas–. ¿Crees que sería una insensatez saltarse las reglas y vernos esta noche? –le propuse entonces.

Él de repente dejó de besar mi cuello, buscando mis ojos.

–Sí, lo sería, pero ¡al diablo la sensatez!, ¡veámonos! –dijo, tomando mi rostro entre sus manos y besándome con ardor. 

Nuestras respiraciones se aceleraron y me apreté con más fuerza contra su cuerpo firme y musculoso. De pronto un ruido en el pasillo nos sobresaltó y rompimos nuestro beso. Quedaban escasos minutos para que terminara la clase y eso significaría que el pasillo se abarrotaría de gente, dificultándonos salir del cuarto sin ser vistos.

–Será mejor que regresemos –propuso Adrien–. ¿Te veré esta noche, entonces?

–Sí, iré a la torre en cuanto pueda –le prometí, poniéndome de puntillas para darle un último beso.

Él me cogió por la cintura y me izó para que tuviera mejor acceso a sus labios, salvando la diferencia de altura entre ambos. Demasiado pronto volvió a dejarme en el suelo y tras despedirme de él hasta la noche, me escabullí de vuelta a mi clase. Segundos después él también salió del cuarto y se alejó por el pasillo en dirección opuesta. El pecho me palpitaba de emoción, pasaría el resto del día contando los minutos que me quedaban para reunirme con él. Tras tantos días separados, tenía el presentimiento de que esa noche sería inolvidable.

 

 

 

El día se me estaba haciendo tremendamente largo y aún me quedaba lo peor, mi entrenamiento con Dumas. Después de lo sucedido en el bosque no habíamos vuelto a entrenar en el exterior, cosa que agradecía, porque el invierno en Sargéngelis era bastante crudo. Llevaba una semana nevando y yo odiaba la nieve, al contrario que el resto de los alumnos, que al parecer disfrutaban arrojándose bolas en el patio o en los jardines del castillo tras las clases. Debido al mal tiempo, no llevaba demasiado mal tener que estar recluida entre estos muros, aunque la temperatura en el interior de la fortaleza también distaba de ser confortable. Las chimeneas del castillo solían estar encendidas durante todo el día, pero la humedad de ese lugar se te metía en los huesos y no había forma de entrar en calor salvo en la clase de Dumas, que por supuesto seguía entrenándome con dureza.

A estas alturas podría decirse que gracias a él estaba en plena forma. Se me marcaban músculos que antes ni siquiera sabía que tenía, por lo que mi cuerpo lucía más tonificado y esbelto, pero había sufrido mucho para conseguirlo, especialmente a causa de las terribles agujetas que solían visitarme cada mañana. De todos modos, seguía pensando que por mucha autodefensa que aprendiera, no tendría nada que hacer si me cruzaba de nuevo con uno de esos seres demoníacos. Suponía que Dumas era totalmente consciente de ello, pero aun así me entrenaba como a un custodio e incluso me incluía ocasionalmente en los entrenamientos de sus alumnos obviando que no era uno de ellos. Estas clases eran un infierno para mí porque Dumas me exigía tanto como a los demás y cuando menos era frustrante no poder llegar nunca a dar el nivel. Por supuesto el resto de alumnos me miraban con compasión, como si estuviera defectuosa por no poseer sus súper habilidades, pero eso era lo que menos me importaba, el problema era que había empezado a envidiarlos y eso sí que era preocupante. Ellos eran verdaderos guerreros que representaban a las fuerzas del bien, como un ejército de ángeles hermosos y fuertes, mientras que los codificadores no teníamos ningún súper poder remarcable, salvo jugar con los símbolos.

Durante estas sesiones, había podido comprobar que Gabriel era tan bueno como se decía. Muy a mi pesar tenía que admitir que poseía una forma física excelente y que destacaba del resto de alumnos en todo lo que hacía. Al parecer todos los Bogoslav habían sido miembros destacados de la Orden, con largas listas de proezas a sus espaldas y Gabriel no se quedaba atrás. Adrien también era muy bueno y se esforzaba por superar a Gabriel, pero éste le solía hacer morder el polvo con más dureza de la necesaria, lo que hería profundamente el orgullo de mi novio. Gabriel era déspota por naturaleza y por eso Adrien no le tragaba, algo que al parecer teníamos en común. Consecuentemente existía una fuerte rivalidad entre ellos y Dumas no hacía otra cosa que fomentarla. Se enfrentaban continuamente para intentar arrebatarse puntos el uno al otro. Así era como Dumas motivaba a sus alumnos, ¡puntuando sus hazañas! y clasificándolos en un ranking en función de su destreza. Por el momento Gabriel iba en cabeza, seguido de Adrien, pero para mí eso no significaba que uno fuera mejor que otro. Había una diferencia de peso entre ambos que en mi opinión era insalvable. Gabriel era implacable, no tenía clemencia con sus rivales, mientras que Adrien tenía compasión, lo que le hacía mucho más humano.

Afortunadamente el entrenamiento de esa tarde fue en solitario con Dumas y se centró en el control de mi mente. Se suponía que tenía que ser capaz de bloquear mis conocimientos sobre el Códex si era necesario, especialmente en el caso de que fuera capturada y forzada a usar mi don inapropiadamente. Dumas era muy bueno en lo que a control mental se trataba, tenía la habilidad de evadirse del mundo hasta el punto de que en ocasiones parecía estar a años de luz de allí, pero al mismo tiempo parecía advertir de inmediato cuándo mi mente empezaba a derivar a asuntos más mundanos. Él siempre dice que si te concentras lo suficiente, no sólo puedes dominar tu mente, sino que también puedes influir en los procesos mentales de la gente que te rodea, tanto para tranquilizarla como para alterarla. Realmente él podía conseguirlo, lo había experimentado en mis propias carnes cuando había inducido visiones en mi mente. Sin embargo yo no había conseguido hasta el momento avanzar en este tema, a pesar de que me esforzaba cada día y empecé a pensar que era otra de las cosas que sólo los custodios eran capaces de hacer.

–Ella, la característica que más admiro de la raza humana es su afán de superación. Si de verdad deseas algo y te propones alcanzarlo, nadie puede impedirte conseguirlo, excepto tú mismo. Lo primero de lo que has de convencerte es de que eres capaz de hacerlo y para eso has de pensar que nada es imposible e ir a por ello. Nunca te limites a ti misma, Ella –me aconsejó al final de la sesión.

Tenía razón. Me sorprendió comprobar que después de todo, Dumas empezaba a caerme bien. Él parecía creer en mí más de lo que yo creía en mí misma. Y por fin comprendí que si me confería el mismo trato que a los demás no era con la intención de humillarme, como había pensado en un principio, sino para que me superara a mí misma. Eso me dio mucho en qué pensar.

Salí del gimnasio con el tiempo justo para reunirme con los demás para la cena, pero cuando pasé frente al aula en la que solía impartir las clases la directora Mervaldis, escuché murmullos que picaron mi curiosidad y no pude evitar detenerme un instante a escuchar. A esas horas no debería haber alumnos en el aula, pero la puerta estaba entornada y definitivamente había alguien dentro. Me acerqué, agudizando el oído, y reconocí el tono de voz de Violet, inconfundible aunque hablara en susurros. No pude resistirme a la tentación de averiguar con quién estaba hablando y me aproximé sigilosamente, mirando furtivamente por la rendija que quedaba entre la puerta y su marco. La estampa que se presentó ante mis ojos cuando menos me sorprendió. Violet discutía en voz baja nada más y nada menos que con Gabriel Bogoslav. Intenté agudizar mi oído para escuchar la conversación, pero hablaban demasiado bajo para entender nada. Desde fuera daba toda la impresión de tratarse de una riña de enamorados. Gabriel suplicaba a Violet mientras que ella se resistía a sus peticiones. Estaba muy sorprendida, nunca imaginé que Gabriel se fijara en una chica como Violet, era demasiado dulce y tranquila para un tipo como él, aunque no tenía pinta de que lo suyo fuera a durar mucho a juzgar por el semblante de disgusto de ella.

–No puedo creer que ahora te eches atrás –dijo él entonces, levantando un poco la voz.

–Nunca te prometí nada, Gabriel –dijo ella con severidad, cruzándose de brazos.

–¿Es que tienes miedo? –quiso saber él.

–¿Y qué si lo tengo? No todos somos tan valientes como tú, Gabe y tan poco tan indisciplinados –respondió ella.

–Bien, como quieras. En realidad no te necesito, puedo hacer esto yo solo –concluyó Gabriel, visiblemente enfadado.

–¡Lo celebro! –dijo ella, volviéndose hacia su  mesa de trabajo y comenzando a recoger sus cosas.

–Al menos cumplirás tu palabra y mantendrás el secreto, ¿no? –le preguntó.

–Por supuesto, Gabriel, eso sí que te lo prometí –le aseguró ella.

Él dudó un instante, mirándola con esa expresión amenazadora que yo ya conocía tan bien, y después le dio la espalda y se encaminó a grandes zancadas hacia la puerta. ¡Maldición!, ¡me iba a descubrir espiando!… Me apresuré a ocultarme tras las cortinas de terciopelo del otro lado del pasillo, el único escondite que tenía a mano, esperando que él no advirtiera mi presencia. Salió del aula con ímpetu y cerró de un portazo, visiblemente furioso. Habitualmente Gabriel era muy observador y si miraba hacia la cortina advertiría que aún se movía, pero fue una suerte que estuviera tan enfadado porque, sin detenerse, tomó las escaleras y bajó a la velocidad de un rayo, perdiéndose de vista.

 

 

 

Casi no pude probar bocado durante la cena a causa de lo ocupada que tenía mi mente en esos momentos. Estaba nerviosa por mi cita de esa noche con Adrien, pues me inquietaba que nos descubrieran. Él, por el contrario, no parecía en absoluto nervioso. Estaba sentado con un grupo de alumnos de tercero, algunos codificadores, entre los que se encontraba Violet, y otros custodios. Charlaba con ellos animadamente, pero yo no era capaz de mantener una conversación fluida con mi grupo. Mientras tanto los amigos de Gabriel cenaban en su mesa habitual, pero él no hizo acto de presencia en el comedor. La escena que había contemplado entre él y Violet hacía apenas una hora me tenía sumamente intrigada. Si bien en un primer momento había pensado que ambos mantenían una relación sentimental, tras escuchar su escueta conversación había llegado a la conclusión de que Gabriel estaba interesado en que Violet le ayudara en algo que ella no quería hacer. La curiosidad me estaba matando, ¿qué querría él exactamente de una chica como ella? Gabriel Bogoslav era muy arrogante y se daba aires suficientes como para generar un tornado, nunca habría imaginado que admitiera que necesitaba ayuda y mucho menos que se atreviera a suplicar, como le había visto hacer. Y lo peor era que tenía un secreto, algo que había compartido sólo con Violet y que temía que saliera a la luz. ¡Me moría de curiosidad!, ¿qué se traería entre manos? Ese chico empezaba a representar un enigma para mí, se comportaba de modos muy distintos en función de quién fuera su interlocutor: era sumiso y servil con Mervaldis, persuasivo y educado con Violet, disciplinado con Dumas, enrollado y amistoso con sus compañeros custodios, seductor y desenfadado con las chicas y especialmente desagradable y hostil conmigo. Su personalidad era tan polifacética que me era imposible definir su carácter. ¿Cómo era en realidad Gabriel Bogoslav?

Tras la cena me trasladé con mis amigos al salón común, donde conseguimos un buen lugar junto a la chimenea donde sentarnos. Estuvimos charlando sobre los planes que habíamos hecho para Navidad, mientras seguíamos la partida de ajedrez que jugaban Yian y Anya. Finalmente había decidido quedarme en Sargéngelis con Adrien. Él siempre pasaba las vacaciones aquí, puesto que era huérfano. Sólo le quedaban unos familiares en Francia, pero la conexión era tan lejana que apenas se mantenían en contacto. Me entristecía mucho la idea de que pasara de nuevo solo la Navidad y ese fue motivo suficiente para permanecer a su lado, pues ahora me tenía a mí. Por el momento no había comentado mis intenciones de quedarme con los demás, ni siquiera con Adrien, pero Cara era la excepción. A estas alturas ella se había convertido en mi confidente en este tema como en muchos otro. Cara me confesó que también quería quedarse y le alegró mucho contar con mi compañía. Al contrario que el resto de nosotros, ella no deseaba regresar a casa. Su familia estaba pasando por un mal momento tras la separación de sus padres. El ambiente en su casa no era en absoluto hogareño, pues las disputas entre sus padres no habían cesado. La comprendía, yo en su caso también me habría mantenido al margen por un tiempo hasta que las cosas se normalizaran. Al fin y al cabo eran sus padres y para ellos ella era lo más importante, aunque ahora sólo la utilizaran para atacarse el uno al otro. Estaría mejor aquí, con Adrien y conmigo. Nosotros conseguiríamos que no se sintiera sola.

El resto de mis amigos estaban entusiasmados con la idea de volver a casa. Helly iría a esquiar a los Alpes con su familia, Yian regresaría a Beijing, la ciudad de la que procedía su familia, mientras que Anya y Alejandro pasarían unas tradicionales fiestas en sus respectivos hogares con la familia y amigos.

Nos retiramos a nuestras habitaciones antes del toque de queda de las diez, el horario límite entre semana que nos permitían en la escuela y aunque había puesto el despertador a medianoche por si me quedaba dormida, no fue necesario, pues no pude pegar ojo a causa de la expectación. A medianoche me puse en pie, me vestí de nuevo y me aventuré a salir de la habitación.

Avancé sigilosamente por los desiertos pasillos, donde la temperatura había bajado drásticamente tras extinguirse las últimas ascuas de las chimeneas. Un silencio sepulcral reinaba en la fortaleza y me apresuré a alcanzar la entrada a la torre, porque mientras permaneciera en el pasillo estaba demasiado expuesta. Abrí con cuidado la puerta y ascendí las escaleras hasta la habitación circular. Hacía semanas que no venía a este lugar y al parecer nadie lo había hecho, pues las arañas habían vuelto a extender sus telas por el hueco de la escalera. Este detalle me dio a entender que Adrien todavía no había llegado. Las fui retirando con mis manos para que no se me engancharan en el pelo. Deseé que Adrien no tardara mucho, no me gustaba demasiado estar sola en ese lugar. Me costó un poco desatrancar la puerta, que parecía resistirse más que otras veces posiblemente a causa de la humedad. Tras varios empujones se abrió súbitamente y me precipité con ímpetu al interior de la sala. Entonces un revoloteo rompió el silencio y algo oscuro se arrojó sobre mí, arañando mis manos cuando intenté cubrirme con ellas el rostro. Dejé escapar un grito de pánico antes de darme cuenta de que sólo se trataba de un cuervo, que posiblemente se había colado en la torre por algún hueco. Me lo quité encima de un manotazo y el animal, ahora asustado, revoloteó por la oscura habitación hasta lograr escapar por una de las ventanas, que al parecer estaba abierta. No recordaba que la hubiéramos dejado así la última vez que estuvimos allí, pero no podía asegurarlo. Alumbré con mi móvil la habitación y descubrí que aquello estaba hecho un desastre, había plumas y excrementos de pájaro por todas partes. Además hacía muchísimo frío a causa del aire gélido que se colaba por la ventana, arrastrando consigo algunos copos de nieve. Me apresuré a cerrarla y me crucé mi chaqueta de lana con más fuerza en torno a mi cuerpo, tiritando de frío. No había quedado con Adrien a ninguna hora en concreto, pero contaba con que vendría en cuanto pudiera, de modo que empecé a caminar por la sala en círculos para entrar en calor mientras le esperaba.

Al cabo de una hora de espera empecé a impacientarme. Cabía la posibilidad de que no se presentara si le había acontecido algo que supusiera algún riesgo para ambos y el problema era que no había ningún modo de que pudiera ponerse en contacto conmigo para alertarme. Media hora más tarde me encontraba al borde de la hipotermia y decidí que era mejor regresar. No sabía qué habría podido retrasar tanto a Adrien y comenzaba a estar bastante preocupada. Me disponía a salir en su busca cuando de pronto la puerta se abrió  y apareció ante mí.

–¡Adrien! –exclamé, aliviada.

Él sonrió y vino a mi encuentro, tomándome en sus brazos y besándome con entusiasmo. Su contacto era cálido y agradable y me apreté contra su cuerpo, encantada de tenerle tan cerca tras estar tantos días separados.

–¡Estás helada! –murmuró, rodeándome con sus brazos.

–Sí, he estado bastante tiempo esperando y aquí hace un frío de muerte –le expliqué.

–Perdóname, me falló el despertador y me quedé dormido –se excusó, mirándome a los ojos con ternura.

–Al menos has venido, ¡me moría por verte! –susurré.

–Yo también te he extrañado, Ella –dijo, acariciando mi rostro.

Mi corazón comenzó a latir más deprisa. Él me atrajo hacia sí y comenzó a besarme de nuevo, jugando con mis labios, acariciándolos con los suyos, mordiéndolos lentamente. Comencé a hiperventilar y entonces él me guio hasta la pared y se inclinó sobre mí, apoyando su cuerpo contra el mío. Sus manos comenzaron a deslizarse por mi cuerpo, acariciando mi cintura, mis caderas y yo me aferré a sus hombros, buscando sujeción. Nunca habíamos tenido un encuentro tan apasionado, pero tras semanas de abstinencia en las que apenas habíamos osado mirarnos, era difícil controlarse. Adrien no daba tregua a mis labios y mi cabeza comenzó a dar vueltas, embriagada por sus besos. Nunca le había visto tan ardiente, tan implicado, parecía que le costaba mantener el control. Sus manos se colaron por debajo de mi camiseta, acariciando mi cintura y comenzaron a ascender hasta llegar a mi pecho. Sus labios se volvieron más insistentes, su respiración más agitada…

–Adrien, espera –le pedí, insegura.

Pero él estaba demasiado involucrado en lo que estaba haciendo y pareció no escucharme.

–Adrien, para, por favor –insistí, abrumada.

Sus manos acariciaron mis senos con fuerza, para después continuar hasta el broche de mi sujetador. Lo abrió con suma facilidad y entonces le aparté instintivamente de mí. Se me quedó mirando un instante, confuso y un poco contrariado, y de pronto me sentí muy avergonzada por lo que acababa de ocurrir…

–¿Qué ocurre, Ella?, ¿acaso no te está gustando? –me preguntó entonces, mirándome con ojos hambrientos.

No sabía qué decir, pero en ese momento no quería continuar con eso, no me sentía cómoda, de modo que le esquivé y me fui. Bajé a paso rápido la escalera de caracol e irrumpí en el pasillo, chocándome de bruces con Gabriel Bogoslav.

Él me sujetó, evitando que me cayera. ¡No podía creerlo!, ¿por qué tenía que ser él?

Nos miramos un instante y comprendí que estaba tan consternado como yo por el encuentro.

–¿Qué pasa, princesa?, ¿es que has visto un fantasma? –me preguntó en un tono tenso.

Sus brazos me rodeaban, sujetándome contra su cuerpo, y en ese momento fui consciente de que llevaba suelto el sujetador, ¿y si él lo advertía? Bajé el rostro, avergonzada, y él me soltó de inmediato, mirando hacia la torre con una expresión sombría.

–Dime una cosa, ¿estaba contigo Sagnier? –me preguntó.

–Gabriel, por favor, te lo suplico… –comencé, angustiada al pensar que nos delataría.

–¿Lo estaba? –insistió con severidad.

Asentí, pero en contra de lo que podía esperar, él simplemente emitió un gemido de frustración, me lanzó una última mirada y se largó. Me quedé allí plantada, sumamente confundida, hasta que desapareció de mi vista. Adrien no parecía dispuesto a correr tras de mí, de  modo que decidí que lo más sensato sería regresar a mi habitación.

Cuando estaba cerca de las escaleras, una ráfaga de aire me erizó el vello y no a causa del frío, sino porque había transportado hasta mis oídos el sonido de mi nombre.

–Ellaaaaa –pronunció de nuevo.

No pude resistirme a seguir de nuevo a esa presencia misteriosa. Parecía pedirme que lo hiciera. Eché un vistazo alrededor, como imaginaba no había nadie a la vista. Descendí a toda velocidad hasta la planta baja y para mi sorpresa, descubrí que el vigilante roncaba sonoramente sentado en su silla. Eso no era algo habitual. Crucé el vestíbulo, siguiendo el rumor de mi nombre. Sabía a dónde me guiaba esa voz, al sótano, a la cámara del sello. Aceleré el paso, tenía que alcanzar mi destino antes de ser descubierta.

Una fuerza misteriosa me intentaba atraer hacia ese lugar desde que llegué aquí y tenía que descubrir el porqué. Me detuve frente al pasillo prohibido, que se presentaba desierto y sumido en la penumbra. Temía que de nuevo alguien se interpusiera en mi camino y me impidiera alcanzar la cámara, de modo que me lancé a la carrera sin hacer el mínimo ruido, gracias a mis ligeras bailarinas de piel. Hoy nadie iba a detenerme, me iba a enfrentar de una vez por todas con lo que fuera que me esperaba tras aquel corredor. Necesitaba hacerlo para mi tranquilidad mental, de lo contrario acabaría volviéndome loca. Pasé bajo el arco de piedra, sintiendo la severa mirada de los ángeles custodios sobre mi cabeza. La luz a partir de ese punto era tan tenue que tuve que hacer uso de nuevo de mi móvil para poder continuar. El corredor terminaba abruptamente, desembocando en una estrecha escalera de caracol que se internaba en las profundidades de Sargéngelis. Me deslicé con cuidado por los primeros escalones, sintiendo calambres en mis extremidades a causa de la tensión. Intentaba alumbrar por delante de mí para no dar un paso en falso y caer. Giré y giré en la escalera de caracol hasta que llegó a su fin. Estaba muy oscuro ahí abajo, de modo que iluminé el techo y las paredes antes de atreverme a dejar la seguridad de la escalera. Me encontraba en una cripta excavada en la piedra. Enfoqué de nuevo las paredes con mi móvil y vislumbré frente a mí algo que me dejó sin respiración. Avancé un par de pasos sin dejar de alumbrar en esa dirección y comprobé que se trataba de un disco metálico con intrincados grabados realizados sobre su superficie. Sabía de qué se trataba, era una puerta encriptada y estaba segura de que era la entrada a la cámara del sello. En cuanto mis ojos se fijaron en el disco, los símbolos comenzaron a bailar para mí, girando en un sentido y luego en el opuesto, mezclándose y combinándose entre ellos. Lo más asombroso era que aún sin conocerlos, los entendía. Me preguntaba si podría abrir esa puerta si me lo proponía... y en el fondo tenía el presentimiento de que la respuesta sería afirmativa. A medida que iba descifrando el código, me sentía más segura de poder hacerlo, hasta que comprendí que ese encriptado representaba tan poca dificultad para mí como una cartilla de prescolar.

Levanté mi mano hacia el disco, iluminándolo con mi móvil, y señalando con mis dedos, comencé a mover los símbolos a mi antojo. Avancé en su dirección, quería tocarlo, pero entonces tropecé y caí de bruces contra el suelo. Me dio el tiempo justo a apoyar las manos en la fría piedra y así evitar daños mayores, pero solté mi móvil, que sufrió un fuerte impacto y se apagó. Había algo en el suelo, algo bastante grande con lo que había tropezado. Me puse de rodillas y busqué mi móvil. Tanteé el frío suelo hasta que di con él y presioné para comprobar si la pantalla se iluminaba de nuevo. Lo hizo. El cristal se había rajado con el golpe, pero aparentemente seguía funcionando. Volví a activar la función linterna e hice un barrido frente a mí. Un cuerpo yacía en el suelo boca abajo en una postura forzada. No fue difícil saber quién era la víctima, su hermosa cabellera rojiza fue suficiente para identificarla.

 

 

 

Lo que sucedió tras mi terrible descubrimiento estaba aún borroso en mi mente. En algún momento mis gritos de auxilio debieron alertar a alguien, porque de algún modo me sacaron de la cripta. Me encontraba en la sala común, sentada frente al fuego, mientras que los profesores hablaban en susurros a mi espalda. La enfermera se acercó gentilmente y me ofreció una taza de té caliente que no pude rechazar. A pesar de que estaba junto a la chimenea, no conseguía entrar en calor…

Sorbí un poco de té y cerré los ojos y me vino a la mente una escena en la cripta, Dumas volteando el cuerpo de Violet, que nos miró con sus ojos inertes, aún abiertos, mientras él le tomaba el pulso. ¡Nunca olvidaría esa mirada sin vida! Yo ya sabía que Violet estaba muerta, pues antes de entrar en estado de shock lo había comprobado. Eso fue lo último que recordaba haber hecho antes de empezar a gritar. Nos habían sacado a ambas de allí, Mervaldis ocupándose de mí, mientras que Dumas se llevaba en brazos el cuerpo de la muchacha. Habían intentado hablar conmigo, pero me encontraba en un estado catatónico y no podía articular palabra.

Amanecía, pronto el resto de alumnos despertarían y descubrirían el terrible suceso que había acontecido esa noche en Sargéngelis. Los profesores a mi espalda comentaban sobre la posibilidad de que Violet hubiera resbalado y se hubiera golpeado fatalmente en la cabeza, pero en mi opinión eso era poco probable. No sabía nada de medicina forense, pero estaba convencida de que había sido golpeada intencionadamente en la cabeza con un objeto pesado. Cuando intenté reanimarla, había podido comprobar que tenía una depresión en su cráneo y a mi parecer no era consecuencia de una caída. Si hubiera resbalado en los escalones o al entrar en la cripta habría caído hacia atrás y el impacto habría sido en la zona posterior de su cabeza, sin embargo yo la encontré boca abajo y el golpe estaba en la parte superior de la cabeza. Por eso estaba segura de que Violet había sido asesinada, pero por quién y por qué, continuaba siendo un misterio.

La directora se aproximó a mí en un nuevo intento de establecer una conversación conmigo. Bajé los ojos hacia mi taza de té y sin poder evitarlo comencé a temblar.

–Ella, sé lo duro que ha sido para ti encontrar a Violet en estas circunstancias, pero tienes que contarnos todo lo que sepas para que podamos esclarecer las cosas –me dijo en un tono amable que nunca antes había empleado conmigo.

Aun así me estremecí y me hice un ovillo, como si haciéndolo pudiera ocultarme de todo y de todos. De pronto se abrió la puerta del salón y me giré instintivamente hacia allí. Se trataba de Dumas, a quien no había visto desde que salí de la cripta. Miró con turbación a Mervadis, que le devolvió la mirada. La directora se excusó y se reunió con él. Estuvieron charlando unos instantes y después Mervaldis abandonó el salón.

Volví a estremecerme de frío y me abracé las piernas con más fuerza, estirando mi chaqueta de lana para intentar cubrirlas con ella. De pronto Dumas se sentó a mi lado, sobresaltándome.

–Tranquila –musitó, sin dejar de mirar el crepitar de las llamas en la chimenea.

Estuvimos en silencio durante mucho tiempo, hasta que amaneció, y entonces un montón de preguntas bombardearon mi mente.

–¿Por qué alguien querría matar a Violet? –pregunté en voz alta sin darme cuenta.

–Esperaba que tú me dieras alguna pista –respondió Dumas, girándose para mirarme.

Su respuesta me alarmó y me volví hacia él.

–No creerá que he sido yo, ¿verdad? –pregunté, sorprendida.

–¿Lo has hecho, Ella? –me preguntó él a su vez.

–¡Nooo!, ¿cómo puede pensar algo así de mí? –dije, poniéndome en pie y sintiendo cómo la tensión volvía a adueñarse de mí.

Dumas me escrutó con detenimiento con sus ojos azul cielo, como si intentara leer mi mente a través de ellos y comprendí que en ese momento era la principal sospechosa del asesinato de Violet, algo que hasta el momento ni siquiera se me había pasado por la cabeza.

–Siéntate, hablemos –me pidió.

Fue la primera vez que hice algo que me pedía Dumas sin ponerlo en entredicho. Estaba desconcertada, ¿cómo podía pensar que yo fuera capaz de asesinar a alguien?

–¿Qué hacías en la cripta? Sabes que no está permitido vagar por el castillo de noche –me dijo.

–Escuché esa voz de nuevo, me atraía hacia allí –comencé, dudando si debía contarle esa parte de la historia.

Seguramente pensaría que estaba loca, pero me daba igual. Necesitaba contarle la verdad, que creyera en mí…

–¿Qué voz? –preguntó él y su voz pareció quebrarse al final.

–Esa voz de mujer, sonando fantasmagórica y lejana. No es la primera vez que la oigo. Me llama por mi nombre y se mueve arrastrada por una ráfaga de viento. Me incita a seguirla hasta la cámara y eso es justo lo que ocurrió anoche, me llevó hasta allí y luego se esfumó. Entonces me enfrenté a la puerta encriptada. Comencé a leer la simbología del Códex e intenté aproximarme para tocarlo con mis manos y entonces fue cuando tropecé con el cuerpo de Violet. Le aseguro que no sé lo que ocurrió en la cripta, cuando la encontré ya estaba muerta –le expliqué.

Él me miró con atención, como sopesando mi versión de los hechos. No confiaba en mí, eso era evidente…

–Respeto la vida humana sobre todas las cosas, Dumas. Si no quieres creerme, no lo hagas, pero no sería capaz de hacerle daño a alguien tan maravilloso como Violet –dije.

–¿Qué te ha ocurrido en las manos, Ella? –me preguntó.

No sabía a qué se refería y desvié mi mirada hacia mi regazo, observando que el dorso de mis manos estaba cubierto de marcas de arañazos. Me costó un par de segundos recordar cómo me los había hecho, fue en la torre, cuando ese cuervo me atacó. Me puse en pie impetuosamente, no quería explicarle por qué estaba anoche en la torre, esa información no era relevante para la investigación y darla a conocer podría acarrearme problemas.

–Siéntate, Ella –me ordenó él entonces–. Aún no puedes irte.

Iba a protestar, pero entonces se abrió de nuevo la puerta del salón y Mervaldis hizo su entrada, acompañada de Gabriel y de Adrien. El rostro de Adrien era la viva imagen de la ansiedad, mientras que Gabriel lucía inalterable. Adrien avanzó hacia mí a paso rápido y me tomó en sus brazos, atrayéndome contra su pecho. No había sido consciente de que necesitaba consuelo hasta que él me acunó en sus brazos, murmurándome palabras tranquilizadoras al oído. El cúmulo de emociones que sentía llegó a su límite y de pronto empecé a sollozar, ocultando instintivamente mi rostro en su pecho.

–Ella, tranquila –dijo él, rodeándome con sus brazos en un gesto protector–. Pobrecita, has tenido que afrontar tú sola una experiencia terrible, ¡debes de estar tan asustada!

Entonces se dirigió a Dumas, como siempre en un tono respetuoso.

–¿Puedo llevarla a su habitación? Necesita tranquilizarse y descansar –le pidió.

–Tenemos que asegurarnos de que Ella no está implicada en lo ocurrido –apuntó Mervaldis.

–Implicada ¿cómo? –preguntó entonces él, en un tono desconfiado–. No pensarán que ella pudo tener algo que ver con lo sucedido, ¿verdad?

Nadie respondió y Adrien se puso tenso, rodeándome con más fuerza con sus brazos, como si pudiera protegerme de cualquier cosa, incluidas todas esas miradas hostiles.

–Está bien, tengo las pruebas necesarias para exculparla –dijo él de pronto. Esto atrajo la atención de todos, incluso la mía. Confiaba en Adrien, él me apoyaría hasta el final, de modo que me preparé para lo que tuviera que decir–. Ella no ha tenido nada que ver con la muerte de Violet, puesto que estuvo conmigo hasta bien entrada la madrugada.

Su confesión no sólo me sorprendió a mí, sino también a los profesores. Sin embargo Gabriel permanecía imperturbable. Nos observaba con esa expresión implacable, como la de un león instantes antes de lanzarse sobre su presa. Miré a Adrien, aliviada y a la vez consternada por su declaración. Se metería en problemas por mí, no cabía la menor duda, pero eso no parecía importarle, me miraba como si yo fuera lo único que importaba en ese momento y me alegré de tenerle a mi lado.

–Llevamos unos meses viéndonos en secreto –continuó Adrien con valentía–. Ella temía que perdiera mi cargo como tutor si hacíamos pública nuestra relación y hemos estado reuniéndonos en una de las torres. Anoche estuvimos juntos hasta pasadas las dos de la mañana, de modo que no pudo estar en la cámara antes de esa hora. Directora Mervaldis, ha de creerme, Ella no es culpable –dijo, implorándola con sus sinceros ojos verdes.

–Es cierto–intervino entonces Gabriel, sorprendiéndome por intervenir a mi favor. Nunca lo habría imaginado posible tratándose de él–. Ratifico su coartada. Me encontré con ella anoche cuando abandonaba la torre noreste. Además es evidente que Ella no pudo hacerlo, físicamente no da el perfil. Violet era mucho más alta que ella, no podría haberla golpeado desde arriba salvo que se agachara delante de ella –añadió, lanzándome una enigmática mirada.

–Tienes razón –dijo Dumas entonces–. Ella, puedes retirarte. Adrien, acompáñala a su habitación y regresa de inmediato, hay ciertas cosas que tenemos que hablar contigo más a fondo.

El tono amenazador de Dumas no me pasó inadvertido, pero Adrien no parecía en absoluto preocupado. Me pasó su brazo por los hombros en un gesto protector y me instó a que caminara.

Cuando me alejaba, mis ojos se cruzaron con los de Gabriel, acechantes y tan intimidantes como los de un felino. Y entonces tuve una corazonada, ¡tenía que haber sido él!… En ese momento recordé la expresión desorientada y confusa de Gabriel y su rostro desencajado cuando chocamos esa noche en el pasillo. En su momento me había extrañado que no aprovechara la ocasión para delatarnos, pero quizás en ese momento aún estaba en shock tras asesinar a Violet. Su máxima prioridad sería pasar desapercibido y alejarse todo lo posible del escenario del crimen. Un escalofrío recorrió mi columna. Gabriel daba el perfil de un psicópata y además tenía un motivo, le había visto discutir con Violet esa misma tarde. Un dolor agudo recorrió mi pecho. Él era la mano derecha de Dumas y por supuesto el alumno preferido de Mervaldis, nadie me creería si incriminaba a Gabriel Bogoslav sin pruebas sólidas, pero su culpabilidad parecía tan evidente…

Pero si había sido él, lo demostraría, encontraría las pruebas que le incriminaran y se haría justicia…