8. PASEO NOCTURNO
¡Por fin llegó el viernes! y con él la oportunidad de volver al mundo real. En cuanto abandonamos los muros del castillo me sentí de algún modo liberada. El autobús de la academia tenía programados un par de viajes al pueblo durante el fin de semana y la mayoría de los alumnos nos habíamos apuntado a la excursión al no haber nada más interesante que hacer. El pueblo estaba casi a cinco kilómetros de distancia del castillo si se seguía la carretera que serpenteaba el montículo, pero había oído que atravesando el bosque en línea recta apenas superaba los tres. La temperatura era muy agradable y bien podríamos haber ido dando un paseo, pero se rumoreaba que había osos por la zona, de modo que la idea de caminar por el bosque no nos resultó muy tentadora.
Habíamos planeado pasar la tarde sin agobios, hacer algunas compras y cenar en alguno de los restaurantes del pueblo. Por supuesto terminaríamos la noche en Devil Zone, la única discoteca del lugar y por lo tanto un obligado punto de encuentro para todos los jóvenes de los alrededores.
El pueblo no me decepcionó, era pequeño, pero pintoresco. Parecía una aldea medieval, con sus casas de piedra de estrechas fachadas y numerosas ventanas adornadas con vistosas jardineras cuajadas de flores. Las calles estaban adoquinadas, lo que suponía un reto para mí esa tarde, pues me había puesto tacones. Quizás me había arreglado un poco más de la cuenta, pero tenía una razón de peso: Adrien. Después de mi complicada primera semana, esa mañana antes de las clases había venido a buscarme a mi habitación para disculparse por lo ocurrido la víspera en la clase de Dumas. Habíamos hablado a solas un buen rato y si bien no conseguí que respondiera a ninguna de mis preguntas en relación a mi don, al parecer siguiendo órdenes estrictas de Dumas, me tranquilizó saber que seguía contando con su apoyo y su atención. Me había preguntado acerca de mis planes para el fin de semana y cuando le conté que esa tarde iría con mis amigos al pueblo, me propuso encontrarnos en Devil Zone. No estaba del todo segura de que eso fuera una cita en toda regla, pero me sentía muy emocionada por verlo esa noche fuera de la academia, donde él no sería mi tutor ni yo su tutelada. Cuando se despidió de mí, me dio un beso en la mejilla y mi corazón había estado latiendo a un ritmo más rápido de lo normal desde entonces.
Con la caída de la tarde el tiempo refrescó, pero íbamos preparados y bastó con ponernos nuestras cazadoras para poder cenar al aire libre como habíamos previsto. Elegimos una cafetería apartada del bullicioso centro, que contaba con una magnífica vista del caudaloso río y de sus márgenes. Servía en su menú una sopa de hierbas sencilla, pero deliciosa, y unos pasteles de carne y patata fantásticos, todo ello aderezado con sidra de pera. De postre tomamos tarta de manzana y un exquisito café con crema. La cocina letona era muy sabrosa y si bien no me podía quejar de la comida que se servía en el comedor de la academia, lo cierto era que no había mucha variedad y acababa cansando, de modo que fue muy agradable probar algo nuevo.
Tras nuestra suntuosa cena, las chicas nos sentamos junto al margen del río a charlar, mientras que los chicos se entretuvieron viendo la transmisión de un partido de fútbol en el televisor del local. El ambiente era más distendido ahora que el majestuoso castillo se veía lejos, en la cima de la colina, a lo que se añadía que a medida que pasaban los días nos sentíamos más a gusto los unos con los otros. Habíamos formado un grupo muy diverso, por no decir que nuestras personalidades eran completamente distintas, pero empezábamos a sentirnos un equipo y quizás ésa era la causa principal por la que habíamos afrontado la primera semana en ese extraño lugar sin arrojar la toalla.
Era curioso ver cómo cada uno íbamos asumiendo un rol en el grupo en función de nuestras personalidades: Helly era la chica sensata, Anya era curiosa y provocadora, Cara gentil y dulce, Yian divertido y quizás un poco temerario, Alejandro sin duda fogoso y leal y sin saber muy bien por qué, yo me estaba convirtiendo en la cabecilla. Cuando llegué a Sargéngelis pensé que mi aspecto de niña bien no me acarrearía más que problemas, pero al parecer sólo parecía molestar a Bogoslav, lo que no era un dato significativo, puesto que él era un completo imbécil…
Me costaba admitirlo, pero empezaba a gustarme ese lugar. A pesar de los extraños sucesos de los últimos días, aquí me sentía yo misma. Me encontraba arropada por mis nuevos amigos y estaba emocionada por los sentimientos que empezaba a albergar hacia Adrien, ¡era más de lo que había esperado encontrar!
Estuvimos hablando sobre muchos temas, pero la conversación fue derivando hacia la extraña personalidad de nuestro amable tutor, Gabriel Bogoslav. Era bien sabido por todos que en la academia se le consideraba un portento. Aún no había visto sus obras y me picaba la curiosidad, seguía sin visualizar al artista que había en Gabriel, pero esperaba poder juzgar pronto por mí misma si su fama era merecida o no, aunque dada mi animadversión hacia él, posiblemente no fuera muy objetiva en la valoración. Lo que resultaba evidente era que en la escuela recibía un trato especial, seguramente por lo que significaba en Sargéngelis ser un Bogoslav. Al parecer todos sus antepasados habían estado vinculados con el lugar, ostentando cargos importantes en la academia, por lo que debía sentirse muy presionado por estar a la altura. Pero al parecer daba el nivel, todo el mundo lo confirmaba. En la academia Gabriel era el alumno más admirado y contaba con el respaldo del profesorado y de los alumnos. Lo que no entendía era por qué la gente no se daba cuenta de que sólo era un déspota...
–Nos han condenado a que sea nuestro tutor y él parece decidido a no comportarse como tal. Es antipático y maleducado y no ha hecho nada por nosotros desde que llegamos a Sargégenlis –dictaminé sin poder contenerme.
–¿No exageras un poco, Ella? Es cierto que no es muy simpático, pero no podrás negar que ese comportamiento desenfadado le hace parecer incluso más sexy –dijo Anya, guiñándome un ojo.
–¡No puedes hablar en serio! Es demasiado arrogante para resultar sexy –protesté.
–Pues dicen las malas lenguas que besa genial –añadió mi amiga en un tono provocativo–. Al menos eso es lo que se dice por la escuela y me da la sensación de que es estrictamente cierto, ¿acaso no os habéis fijado en los corazones con su nombre dibujados en los aseos de chicas?
¡Pues claro que los había visto! No había aseo que no tuviera marcada su puerta con estupideces semejantes…
–No me extrañaría que los hubiera dibujado él mismo para darse aires –dije con desaprobación, a sabiendas de que le había visto en acción y a mi pesar tenía que admitir que parecía un tipo apasionado.
–¡Vamos, Ella!, no puedes negar que es condenadamente guapo –dijo Cara, guiñándome un ojo.
–Y un completo cretino, por si no te habías dado cuenta –puntualicé.
–Creo que en este caso no eres objetiva, no sé qué mal rollo hay entre vosotros, pero es obvio que no conectáis –dijo Anya.
–Tuvimos un encontronazo en el tren de camino a Sargéngelis. Creo que no está acostumbrado a que le lleven la contraria y realmente necesita que se la lleven de vez en cuando. El problema es que ahora intenta hacerme la vida imposible –admití.
–Bueno, a mí no me importaría que me molestara, tratándose de él –suspiró Anya.
–Eso es porque no le conoces bien, ese tipo es insufrible –me lamenté.
–Al contrario que Adrien, ¿no es así? –insinuó Cara con una mirada traviesa–. ¿Sabéis que ha venido a buscarla esta mañana antes del desayuno para charlar a solas?
Helly y Anya parecieron más que interesadas en el giro que Cara había dado a la conversación.
–¡Qué callado te lo tenías! No me extraña que no te fijes en otros, yo tampoco lo haría si tuviera a mi entera disposición a un tipo como ése –dijo Anya.
–Adrien no está a mi entera disposición –puntualicé.
–Pero te encantaría que lo estuviera, ¿no es así? –me provocó.
–¡No estaría mal! –admití con una sonrisa.
–¿Creéis que estará bien visto en Sargéngelis que un tutor se relacione con una de sus pupilas? –interrumpió Helly.
–Pues no había pensado en eso –murmuré, un poco preocupada.
–No es por ser una aguafiestas, pero tendríais que ser precavidos. Ante la duda, una buena opción sería mantenerlo en secreto –sugirió Helly.
–Un momento, no precipitemos las cosas. Entre Adrien y yo no hay más que una buena amistad, de modo que no especulemos sobre nuestra relación antes de tiempo, ¿de acuerdo? –les pedí, un poco nerviosa–. Y, por favor, no comentéis esto con nadie, no me gustaría ser la comidilla de los pasillos.
–Descuida, Ella, puedes confiar en nosotras –me tranquilizó Helly, propinándome otra de sus palmaditas de ánimo que me dejó unos instantes sin respiración.
Anya y Cara también prometieron no decir nada, pero el comentario de Helly me había dejado intranquila. Por supuesto estaba segura de que ellas no traicionarían mi confianza, pero empecé a pensar que quedar con Adrien en un lugar tan público como Devil Zone no había sido una buena idea. Si los demás alumnos nos veían juntos, empezarían a rumorear sobre nosotros y quizás eso le metería en problemas…
–Vais a alucinar, pero en mi opinión el tío más atractivo de Sargéngelis es el profesor Dumas –dijo de pronto Helly, interrumpiendo mis elucubraciones.
–Sí, estoy de acuerdo contigo –dijo Cara, sorprendiéndome–. Además se rumorea que tiene un largo y oscuro pasado y que los años no pasan por él. ¿No os parece que es muy misterioso? Quizás vendió su alma al diablo a cambio de la inmortalidad, como Dorian Gray, y por eso se conserva así de estupendo.
Tragué saliva audiblemente. Yo sabía que Dumas era algo más que un hombre normal y corriente, pero no sabía qué era exactamente, aunque le creía muy capaz de hacer tratos con el diablo y salir ganando... Al igual que la fortaleza, Dumas también representaba un misterio para mí.
–Tú asistes a sus clases, Ella. ¿Qué piensas al respecto?, ¿has encontrado por ahí su retrato oculto? –bromeó Anya.
Me encogí de hombros, sin saber qué decir. Afortunadamente Yian y Alejandro se reunieron de nuevo con nosotras, poniendo fin al tema chicos y ahorrándome la ardua tarea de responder a esa comprometida pregunta.
–Chicas, está anocheciendo, ¿qué os parece si vamos a conocer de una vez el sitio con más marcha de Sargéngelis? –sugirió Yian.
–¡Guay!, ¡vamos! –nos animó Cara, levantándose y ofreciéndome su mano para que la siguiera.
Devil Zone era una discoteca pequeña, oscura y mal acondicionada, pero había estado en antros peores en Londres y aquí no había mucho más donde elegir, de modo que no me decepcionó demasiado. El lugar estaba muy concurrido y no sólo por los alumnos de Sargéngelis, sino también por grupos de jóvenes locales.
La barra estaba al fondo del local y fue el lugar donde hicimos nuestra primera parada. Un par de camareros la servían, haciendo malabares con las botellas al ritmo de la música. Los precios eran muy bajos en comparación con lo que solía pagar en Londres por una bebida, algo que ya había comprobado cuando nos trajeron la factura del restaurante, lo cual no estaba nada mal, pues podría estirar mis ahorros durante bastante tiempo. Tras hacernos con nuestros refrescos, dimos una vuelta por el local. La música no estaba mal y una vez apuramos nuestros refrescos, nos atrevimos a salir a bailar a la pista. Alejandro y Yian bailaban increíblemente bien, lo que nos animó a seguirles el ritmo. Lo estaba pasando muy bien, salvo porque esperaba con impaciencia la llegada de Adrien. No nos había acompañado en el primer viaje desde la fortaleza y supuse que bajaría en el segundo, pero de eso hacía ya bastante tiempo, ¿dónde estaría? Estuve pendiente de mi teléfono por si se ponía en contacto conmigo, pero no lo hizo. Tuve la tentación de llamarle yo, pero no quería que advirtiera lo interesada que estaba por él, de modo que lo dejé estar.
Entonces me pareció verlo entre la multitud. Se trataba de un chico alto y rubio, como él, pero estaba demasiado oscuro para confirmar que era Adrien. Se alejaba de la pista, de modo que me abrí paso entre la multitud, siguiéndole. Salió por la puerta trasera del local antes de que pudiera alcanzarlo e imaginé que me habría equivocado, pero decidí echar un vistazo para cerciorarme de que no era él. Empujé con fuerza el portón trasero y fui a dar a un callejón oscuro y maloliente. Eché un vistazo a ambos lados de la calle, pero no había nadie a la vista. Quizás me había equivocado, después de todo no era lógico que abandonara el local nada más llegar… Aun así decidí rodear el local por si acaso. Avancé a paso rápido y cuando giré la esquina me topé de bruces con una pareja que se besaba con ardor. Puesto que casi choqué con ellos, irremediablemente advirtieron mi presencia. La chica escondió su rostro en el hombro del chico, avergonzada, pero él me miró abiertamente, con cara de malas pulgas. ¡Mierda!, se trataba de Bogoslav. Pensaba alejarme y fingir que aquello no iba conmigo, pero entonces tuvo que abrir su bocaza.
–¿Es que no puedes dejar de entrometerte en mis asuntos? –me preguntó, con ese acento silbante que imprimía a mi idioma cuando estaba cabreado.
–Perdona, pero eres tú el que está montando un espectáculo en plena calle, ¿qué esperas? –le reproché en mi tono más ácido.
–Noto cierto resquemor en tu voz, apostaría cualquier cosa a que nunca te han besado así –insinuó en un tono burlón.
–¡Vete al infierno! –le dije, decidida a largarme de allí.
Pero en ese momento la chica se interpuso en mi camino y se dirigió a Bogoslav en otro idioma, posiblemente letón. Parecía muy enfadada. Él le respondió en la misma lengua y por su tono, más suave de lo que le creía capaz, parecía que trataba de calmarla. Parecía decidida a no dejarlo pasar y súbitamente empezaron a discutir. No sabía si era una alumna de Sargéngelis, pero no podía estar segura, aunque de serlo hablaría también inglés…
No pude evitar encontrar la situación cómica, hasta que ella se volvió hacia mí, sumamente enfadada, y dejé de verle la gracia al asunto.
–¿Eres su novia? –me preguntó con un acento muy marcado.
Ahora estaba segura de que no estudiaba en la academia, en caso contrario sabría que entre Bogoslav y yo no había nada más que animadversión. No obstante, no pude evitar sonreír de oreja a oreja por su pregunta. Él abrió sus ojos enormemente, adivinando mis intenciones y me señaló amenazadoramente con su dedo índice, como para advertirme de las represalias que podría acarrear mi respuesta.
–¡Ni se te ocurra! –me amenazó y eso fue justamente lo que me hizo decidirme a fastidiarle la noche.
–Te le puedes quedar, es de esa clase de tipos que no merecen la pena –dije, fingiendo estar indignada.
El rostro de la chica se contrajo por la rabia y para mi sorpresa se volvió y le propinó un buen bofetón, para después insultarle en su idioma y largarse de allí blasfemando.
–¿Por qué diablos has hecho eso? –me preguntó él, acercándose peligrosamente a mí.
–¿Qué es lo que he hecho exactamente? Tú eres el responsable de que se haya largado, si confiara en ti, no habría dudado de tu palabra –le dije, encantada de verle tan enfadado–. Por cierto, ¿qué piensa tu novia de que la engañes a la primera de cambio? –le pregunté.
–¿Novia?, ¿qué novia? –se asombró.
–La chica rubia que te despidió en el tren –le aclaré.
–Yo no tengo novias, sólo amigas –me explicó con arrogancia.
¡Ya!, ¡menudo sinvergüenza!
–Bien, pues entonces no sé por qué te molesta tanto que se larguen, a fin de cuentas no creo que ninguna de ellas te importe demasiado –le dije, reanudando la marcha.
–Vuelve al local, ahora –me ordenó.
Ni siquiera me molesté en contestarle, eso era justo lo que iba a hacer, pero no porque él me lo mandara. Me alejé, dejándole atrás. El callejón acababa en un solar colindante con el bosque. No era un lugar muy seguro para vagar por allí sola, de modo que decidí volver regresar cuanto antes con los demás. De pronto la única farola que alumbraba la zona parpadeó y se apagó, sumiendo todo en la más profunda oscuridad. Me apresuré a extraer el móvil del bolsillo de mi cazadora y activé la función linterna para ver por dónde pisaba. Entonces escuché un ruido a escasos metros de mí. Me detuve en seco, alerta. Parecía proceder de la arboleda colindante. Quizás sólo se trataba de un animal nocturno, pero estaba asustada. Una figura oscura salió de entre los árboles. Era algo enorme y de lo que estaba segura era de que no era humano. Cuando se aproximó un poco más, le enfoqué con el móvil y entonces sus ojos negros y brillantes se clavaron en los míos. Inmediatamente supe a lo que me recordaba...
Un grito de terror salió de mi boca, pero eso no pareció detener a la criatura, que se acercó un par de pasos más hacia mí, olisqueando el aire como si me tanteara antes de atacar. Entonces un sonido vibrante chasqueó en el aire y el ser oscuro pareció asustarse y comenzó a retroceder hasta perderse de nuevo entre los árboles. De pronto percibí una presencia a mi lado y me sobresalté. Se trataba de Gabriel. Ni siquiera le había sentido acercarse, pero ya sabía que era muy sigiloso. Miraba fijamente hacia el lugar por el que había desaparecido la criatura.
–¿Qué diablos era eso? –le pregunté, temblando aún.
–Parecía un oso, suelen venir a rebuscar comida entre los contenedores de basura al caer la noche –dijo él, sin apartar la vista del bosque.
Le miré, sorprendida por su observación.
–He visto suficientes documentales de National Geographic como para tener la certeza de que eso no era un oso –dije, nerviosa–. Pensarás que estoy loca, pero creo que era un demonio.
–¿Un demonio? ¿Cuántas copas te has tomado esta noche, princesa? Se trataba de un oso, no me cabe la menor duda –afirmó con énfasis.
–Sé lo que he visto, Gabriel y no era un oso –le aclaré.
Me dedicó una mirada de escepticismo que me hizo cuestionarme mi cordura. Era cierto que había bebido un par de copas de sidra durante la cena, pero de eso hacía ya una hora y esa sidra apenas tenía alcohol…
–Deberías volver dentro, pero no sigas bebiendo sin conocimiento, a Davor no le hace ninguna gracia que vomiten en su autobús –me sugirió, de nuevo burlándose de mí.
Su comentario acabó con mi paciencia y me largué furiosa de vuelta al interior del local. Juraría que no había visto un oso, pero había llegado al punto de no confiar demasiado en mis sentidos, prueba de ello eran las voces que había oído la víspera y que no había vuelto a oír después. Empezaba a pensar que todo era producto de mi imaginación.
Me dirigí a la entrada principal y cuando abrí la puerta, Adrien salió del local, sorprendiéndome.
–¡Qué oportuna coincidencia!, salía en este momento en tu busca –dijo él con una sonrisa radiante.
–¡Hola! –le saludé, aún consternada.
Él se acercó un poco más y me miró con atención, sin duda había advertido que estaba fuera de mí.
–Ella, ¿te encuentras bien? –me preguntó, preocupado.
–Eh, sí, es sólo que yo también te buscaba –admití, sonriendo tímidamente y decidiendo olvidar por el momento el episodio del callejón.
Entonces su rostro se iluminó y comprobé que esa noche estaba realmente guapo. Llevaba su pelo alborotado en un estilo rebelde que parecía encajar con su ropa, unos vaqueros azul oscuro, una camisa negra y una cazadora de cuero de motorista que llevaba echada sobre su hombro.
–¿Te apetece que regresemos a ese antro de mala muerte o prefieres dar un romántico paseo bajo la luz de la luna? –me sugirió con una tentadora mirada.
–¡Uhm!, difícil elección –bromeé.
Él se rio, peinándose el pelo con los dedos antes de acercarse un poco más a mí y sujetarme por los hombros, mirándome fijamente a los ojos.
–Si te apetece, podemos regresar caminando a Sargéngelis. Es un paseo muy agradable y podremos estar a solas un rato –me tentó.
–¿Y qué hay de los animales salvajes? –pregunté, un poco nerviosa.
–He subido a Sargéngelis a pie cientos de veces y jamás me han atacado. No tienes nada que temer, Ella y menos aún estando conmigo –me aseguró él.
–¡De acuerdo, entonces! Voy a avisar a mis amigos de que me voy –dije.
–Bien, no tardes –me susurró, siguiéndome con la mirada mientras avanzaba a paso rápido al interior del local.
La noche había caído sobre la localidad de Sargéngelis, pero la enorme luna nueva que pendía del cielo estrellado confería una luminosidad al paisaje que nos permitía avanzar por el bosque sin necesidad de linternas. Había pensado que iríamos sobre seguro y seguiríamos el recorrido de la estrecha carretera que llevaba al castillo, pero por el contrario, Adrien se había internado inmediatamente en el bosque y como parecía saber lo que se hacía, le seguí sin protestar. Tenía miedo de no poder seguir su ritmo a causa de la minifalda y de los tacones, una indumentaria que encajaba para una cita en la discoteca, pero no para una travesía nocturna, no obstante el terreno no era muy accidentado y no tuve muchas dificultades para avanzar.
Estaba bastante nerviosa, ahora estábamos de veras a solas, perdidos en un maravilloso escenario, un bosque de cuento. Seguíamos una senda rodeada de enormes árboles, a través de cuyas ramas se filtraba la luz de luna, confiriendo al lugar un aire romántico y tenebroso. Los sonidos nocturnos no hacían más que embellecer el momento: el ulular de los búhos, el canto de los insectos en la noche veraniega, la brisa nocturna meciendo las hojas de los árboles e incluso algunas luciérnagas que se cruzaban en nuestro camino de vez en cuando, haciendo el paseo más agradable…
Avanzamos en silencio durante unos minutos y tuve la sensación de que ninguno de los dos nos atreveríamos a romperlo. De pronto Adrien, que estaba muy cerca de mí, deslizó sus dedos por el dorso de mi mano, acariciándola, y consiguiendo que mi respiración se acelerara. Seguimos mirando al frente, como si nada, y entonces él se decidió a entrelazar su mano con la mía. Deliciosos escalofríos recorrieron mis dedos y se extendieron por mis brazos. ¡Toda una novedad para mí!
–¿Cansada? –me preguntó él entonces.
–¡No, qué va! Esto es realmente hermoso, estoy disfrutando mucho del paseo –admití.
–Yo también, Ella –dijo él simplemente, acariciándome con la mirada.
De nuevo los escalofríos recorrieron mi cuerpo. Su proximidad me afectaba demasiado, ¿lo notaría él? Intentaba estar tranquila, pero era difícil, sintiendo lo que sentía.
El cielo estaba cuajado de estrellas y de pronto sobre nuestras cabezas un destello cruzó el firmamento. ¡Una estrella fugaz! Pensé en un deseo y enrojecí.
–¿Es cierto que hay osos en el bosque? –pregunté entonces, sólo para romper el silencio que de nuevo se había cernido sobre los dos.
–Sí, eso creo –respondió él con una sonrisa–. Pero como te he dicho antes, no deberías temer a ninguna criatura salvaje estando conmigo, soy más peligroso que cualquiera de ellas.
Le miré con escepticismo, pero parecía decirlo muy en serio, por lo que no pude evitar sonreír.
Habíamos llegado al pie de la colina y desde allí la panorámica del castillo era majestuosa. Entonces Adrien se detuvo y se volvió hacia mí. Su semblante se había tornado serio y sus increíbles ojos verdosos me miraban graves y expectantes.
–¿Qué ocurre? –le pregunté, visiblemente nerviosa.
No respondió, simplemente actuó. De pronto me tenía entre sus brazos y me besaba. Su boca acariciaba la mía con entusiasmo. Sus labios eran cálidos y deliciosos y los míos temblaban entre los suyos. Me atrajo con más fuerza contra su pecho y sentí su cuerpo fuerte y febril contra el mío. Me abracé a su cuello, poniéndome de puntillas, y me deleité en la maravillosa sensación de perderme en su boca. Nunca antes me habían besado con tanta pasión y nunca antes un beso había significado tanto para mí.
Adrien sujetó mi rostro entre sus manos y retiró lentamente sus labios de los míos, manteniendo su frente apoyada contra la mía. Abrí los ojos despacio y me encontré con los suyos, que brillaban más de lo normal. Mi corazón aún no había recuperado su ritmo normal y parecía no decidido a hacerlo, por lo que protestaba y retumbaba contra mi pecho.
–He deseado besarte desde el primer momento en que te vi, Ella –susurró él contra mis labios, haciendo que mi estómago hiciera una voltereta lateral.
–¿Y por qué has tardado tanto en hacerlo? –susurré, con la voz entrecortada.
Él soltó una carcajada, acariciándome con su cálido aliento, que resultaba muy reconfortante en el frescor de la noche.
–Ella, no quiero abrumarte confesándote la intensidad de mis sentimientos hacia ti, pero has de saber que desde que te conozco he sido consciente de la fuerte conexión que hay entre los dos, ¿lo has notado tú también? –me preguntó, acariciando mi rostro.
–Sí –admití, hechizada por la intensidad de su mirada.
–Me importas de veras y por eso deseo que te adaptes a Sargéngelis. Quiero que te quedes aquí, conmigo, y no sólo por lo que siento por ti, sino porque sé que perteneces a este lugar. Eres muy especial y te necesitamos con nosotros. Yo te necesito a mi lado –me dijo con fervor.
–Yo también creo que pertenezco a este lugar, Adrien, el problema es que nadie me explica por qué me siento así. He visto y sentido cosas muy extrañas durante esta semana, pero nadie me ofrece respuestas. Estoy volviéndome loca y no sé qué hacer, hasta he sentido la tentación de volver a casa. ¿Por qué no confiáis en mí lo suficiente como para decirme qué está ocurriendo en este lugar? –pregunté, confusa.
–Todo a su tiempo, Ella. Ya habrás advertido que esto no es una simple academia de arte, ¿no es así? –me dijo.
Asentí, expectante.
–Tus compañeros y tú estáis pasando por un proceso de iniciación –me explicó–. Si habéis llegado hasta aquí, pronto se os desvelará todo y entonces podréis elegir y decidir si queréis continuar en Sargéngelis o dejarla para siempre. Quiero que te quedes, Ella, te necesito…. Como ya te he dicho puedes confiar en mí, simplemente no te rindas.
–Todo lo que dices está en clave, ¿por qué no puedes contármelo todo? –le reproché.
–Porque no me compete a mí hacerlo, sino a Mervaldis. Ella y Dumas os explicarán todo cuando estéis preparados –me dijo.
–No sé si podré soportar mucho más tiempo –admití–. Creo que me estoy volviendo loca.
–Lo conseguirás y yo estaré a tu lado para apoyarte, ¿de acuerdo? –me susurró, acariciando mis labios con la yema de su dedo índice.
–De acuerdo –convine.
Él se inclinó sobre mí y sellamos nuestro acuerdo con un beso apasionado, abrazados bajo un tupido manto de estrellas.
Se suponía que teníamos que regresar al castillo antes de medianoche, pero estábamos tan ensimismados el uno con el otro que perdimos la noción del tiempo. Cuando me di cuenta de lo tarde que era, nos apresuramos a recorrer el último tramo del trayecto hasta el castillo, pero llegábamos demasiado tarde, hacía más de una hora que había pasado el toque de queda. Afortunadamente la puerta principal aún no estaba cerrada. Intentamos colarnos disimuladamente en la fortaleza, pero cuando atravesábamos el hall, nos salió al encuentro la misma Mervaldis. Por la expresión grave de Adrien, comprendí que nos habíamos metido en un lío. El rostro de la directora, sin embargo, no parecía tan severo como en otras ocasiones, pero quizás eso era aún peor. Se nos quedó mirando un instante y acto seguido, giró sobre sus talones y empezó a andar.
–Seguidme –dijo en un tono cortante.
Intercambiamos una mirada de apuro e inmediatamente obedecimos.
–Déjame hablar a mí –me susurró él.
Mervaldis nos condujo hasta su despacho en el sótano y se sentó tras su escritorio. Adrien entró tras de mí y cerró la puerta, cuidándose de hacerlo suavemente, posiblemente para no alterar aún más a la directora, pues todo el mundo en la academia sabía cuánto amaba el silencio. Cuando la directora giró su sillón y se enfrentó a nosotros, comprobé que su expresión había cambiado completamente, ¡ahora sí que parecía enfadada! Ni siquiera nos ofreció que nos sentáramos, sino que nos dejó allí de pie, uno al lado del otro, mientras nos miraba con los ojos entrecerrados, por encima de sus gafas de medialuna. En esta situación el silencio me ponía aún más nerviosa y estuve a punto de romperlo, empezando por disculparme ante ella por llegar a esas horas, pero una mirada de advertencia de Adrien hizo que me mordiera la lengua y esperara.
–Las reglas de Sargéngelis están hechas para ser respetadas –comenzó entonces Mervaldis, que seguía mirándonos con severidad–. Sagnier, tú más que nadie tenías que tener presente esto, ¿en qué pensabas llevando a Ella a pasear por el bosque?
–Lo siento, señorita Mervaldis, por supuesto tiene toda la razón y asumo toda la responsabilidad de lo ocurrido –comenzó Adrien, adelantándose un paso–. Quería enseñarle a Ella la cascada del ángel y perdí la noción del tiempo. Cuando volvimos al pueblo, el autobús ya había salido y tuvimos que regresar andando, por eso nos hemos retrasado tanto.
Adrien ni siquiera había titubeado en su explicación. Habló en un tono sincero, mostrando en su expresión y en su voz arrepentimiento y de no haber estado con él esa noche, yo misma habría creído a pies puntillas cada una de sus palabras.
–No esperaba tal comportamiento de ti –dijo Mervaldis, que a pesar de la dureza de su tono, parecía un poco más tranquila–. Nunca antes me habías dado motivos para sancionarte, pero sobre todo tú, como tutor, tendrías que saber lo importante que es respetar las reglas en este lugar. ¿No se te ha ocurrido pensar que podríais haber sido atacados en el bosque?
Su comentario me alarmó. La directora también pensaba que algo podía habernos atacado, pero no dijo qué y la imagen de la extraña criatura que había visto junto a Devil Zone me puso el vello de punta…
–Lo siento, señorita Mervaldis, no volverá a ocurrir –dijo Adrien, mirándola con unos ojos suplicantes que a mí en su lugar me habrían derretido–. Aceptaré el castigo que se me imponga, sólo le pido que no sancione a Ella, como le he dicho, ella no es la responsable de lo ocurrido.
Mervaldis se ajustó las gafas antes de detener su mirada en mí.
–Ella, estarás confinada en el castillo durante las próximas dos semanas. Ahora puedes volver a tu habitación, tus compañeros estarán preocupados por ti, puesto que ninguno de ellos supo decirme dónde te encontrabas –dijo con suspicacia.
Mis amigos me habían encubierto, tal y como habían prometido que harían, pero Mervaldis sabía de sobra que no le habían dicho la verdad. Lo más sensato sería dejar el despacho como me había pedido la directora, asumiendo mi castigo sin protestar, pero no podía dejar allí solo a Adrien para que asumiese toda la responsabilidad de lo ocurrido. Recibiría un castigo que seguramente sería mucho peor que el mío.
–Ella, puedes retirarte –insistió Mervaldis al ver que no me movía.
Mis ojos se clavaron en Adrien y él, advirtiéndolo, se volvió a mirarme. Parecía sereno y confiado.
–Estaré bien –me aseguró, con una ligera sonrisa en los labios.
–Lo siento –me excusé, mirándoles a ambos.
Mervaldis hizo un gesto con su mano para despacharme e inmediatamente salí de allí, no quería enfadarla aún más. Avancé a paso rápido hacia las escaleras que conducían a la planta baja. Cuando llegué allí me giré, como atraída por el misterioso pasillo que conducía a las profundidades de Sargéngelis. Era muy tentador estar allí sola, sin nadie que me impidiera intentar explorarlo de nuevo, pero no quería arriesgarme estando Mervaldis tan cerca. Si me descubrían, mis dos semanas de confinamiento podrían convertirse en una expulsión directa y ahora irme de Sargéngelis sería una tragedia para mí. Sabía que algo me vinculaba a este lugar y desde luego no podía ni plantearme la posibilidad de alejarme de Adrien, menos aún después de lo que había ocurrido esa noche entre nosotros. Nos habíamos confesado nuestros sentimientos bajo un cielo estrellado, bañados por la luz de la luna y sí, habíamos perdido la noción del tiempo y seríamos castigados por ello, pero había merecido la pena. Tal y como veía las cosas en ese momento, podría estar confinada en ese castillo el resto de mi vida si él estaba conmigo. Sabía que no estaba siendo demasiado racional en esos momentos, pero me sentía todavía demasiado embriagada de sus besos y sus caricias para serlo. Mi castigo era soportable, podría estar dos semanas recluida en el castillo, pero ¿cuál sería su sanción? Sabía que él se tomaba muy en serio sus responsabilidades como tutor y esperaba que no lo destituyeran de su cargo por mí…
Cuando llegué a la planta baja, eché un vistazo alrededor y comprobé que el vigilante había cerrado ya el gran portón y vigilaba el hall desde su garita. Me indicó con un gesto que me dirigiera a las habitaciones y procedí. Estaba claro que habían estado esperando nuestra llegada… Suponía que mis amigos estarían de verdad preocupados por mí, de modo que me encaminé sin dilación al tramo de escaleras que llevaba hasta las habitaciones del alumnado, pero entonces algo atrajo mi atención. Descubrí pequeñas manchas en el suelo y a pesar de que el pasillo estaba tenuemente iluminado, juraría que eran gotas de sangre. Me agaché y las observé con atención y supe que estaba en lo cierto. Eran recientes, de eso no cabía duda, pues rocé con la suela de mi zapato una de ellas y se extendió por la losa de piedra, tiñéndola de un color rojizo. Las seguí. No eran muy abundantes, pero habían dejado un rastro que procedía del hall de entrada y que conducía hacia la enfermería. Juraría que no las había visto cuando entramos con Mervaldis. Seguí el rastro y comprobé que la puerta de la enfermería estaba ligeramente entornada, de modo que supuse que el herido estaba en su interior. Me incliné sigilosamente sobre la estrecha abertura que formaba la puerta contra el marco e intenté vislumbrar el interior. Había alguien junto al mostrador donde se disponía el material para las curas, pero no llegaba a ver de quién se trataba, de modo que me decidí a entornar la puerta un poco más. Si chirriaba me descubrirían, pero me podía la curiosidad. Empujé con precaución y de pronto descubrí que se trataba de Gabriel. No le veía a él directamente, sino a su imagen reflejada en el espejo que había colgado sobre el armario del botiquín, frente al que se encontraba. Se quitó la cazadora con cuidado y después procedió a quitarse también su camiseta. Soltó un pequeño gruñido cuando el tejido rozó su costado izquierdo y cuando se giró para mirarse en el espejo supe el porqué. Tenía una fea herida en esa zona, un corte que le recorría desde el final de las costillas hasta la cintura. Tuve que taparme la boca para no dejar escapar un grito de horror. Él se echó un vistazo a la zona y a continuación tomó un puñado de apósitos y los roció con alcohol. Sin contemplaciones se lo aplicó directamente en la herida y si bien su espalda se tensó y tuvo que agarrarse un instante al mostrador, no salió de su boca ni un solo lamento. Una vez hecho esto, se aplicó el mismo ungüento que la enfermera me había aplicado a mí el otro día y se reclinó contra el mostrador, encorvado a causa del dolor. ¿Cómo diablos se había hecho una herida semejante? Necesitaba atención médica profesional, una herida de esa magnitud no se curaba con un simple ungüento de hierbas. Estuve a punto de irrumpir en la sala para comprobar por mí misma cómo se encontraba, pero entonces alguien puso su mano en mi hombro y casi sufrí un infarto. Me giré y me encontré con los ojos azules de Dumas, que me evaluaban atentamente.
–Ella, ¿qué haces aquí?, ¿te encuentras indispuesta? –me preguntó, alzando una ceja.
–No, pero Gabriel necesita atención médica urgente –susurré, preocupada.
–Bien, yo me ocupo. Vuelve a tu habitación, ya sabes que no está permitido merodear a estas horas de la noche por el castillo –me informó en un tono autoritario.
–Pero, deberíamos trasladarle a un hospital –protesté.
–Ella, vuelve a tu habitación, por favor –insistió él.
Exhalé, exasperada, pero decidí obedecer, no me convenía meterme en más problemas en una misma noche...
No pude quitarme de la cabeza la imagen de Gabriel Bogoslav herido en la enfermería. Estuve especulando sobre las posibles causas de su lesión, pero salvo que hubiera sido atacado por un oso, algo improbable porque en ese caso no habría vivido para contarlo, no encontraba qué le podía haber causado una herida de esa magnitud. Quizás se había visto envuelto en una pelea en el pueblo, bien podía tratarse de una lesión por arma de blanca. Y entonces recordé que Adrien había insinuado que Gabriel no era trigo limpio. Gabriel Bogoslav podía ser brillante, pero también era un chico problemático y conflictivo. Mi instinto no me había fallado, si algo había comprendido desde el momento en que le conocí fue que era una compañía que no convenía frecuentar.