9. REVELACIONES

La mañana del sábado amaneció lluviosa y sombría, un cambio drástico en el clima teniendo en cuenta el tiempo veraniego que habíamos disfrutado hasta la víspera.

Cara no se encontraba de muy buen humor esa mañana, muy probablemente porque había pasado mala noche. Puesto que yo misma tampoco había dormido demasiado, había advertido que había estado muy intranquila, hablando y agitándose en sus sueños. Su rostro lucía tan sombrío como el nuevo día y aunque intenté animarla un poco mientras nos arreglábamos para bajar a desayunar, no tuve mucho éxito.

El ambiente en el comedor estaba más relajado que otros días, en parte porque era fin de semana y los horarios no condicionaban y en parte porque la visita al pueblo de la víspera había contribuido a que el alumnado se distendiera un poco. Nuestros compañeros ya ocupaban nuestra habitual mesa del fondo cuando llegamos. Barrí la sala con la mirada buscando a Adrien, pero no le hallé allí. Estaba deseando verlo. No había dejado de pensar en él desde que nos separamos anoche. Ni siquiera sabía qué suerte habría corrido a manos de la directora, puesto que no podía ponerme en contacto con él. Era increíble que en el siglo XXI aún existieran lugares en Europa donde no podías comunicarte con alguien salvo en persona. Como decía Helly, en ocasiones Sargéngelis era de lo más medieval... Opté por ir en su busca cuando terminara de desayunar. Necesitaba hablar a solas con él, aunque no confiaba demasiado en que tuviéramos la posibilidad de hacerlo cuando había tanto ajetreo de estudiantes por el castillo.

Me asombró comprobar que Gabriel estaba desayunando en su mesa como si nada. Nuestras miradas se encontraron y así como en otras ocasiones hubiera apartado la mía de inmediato, intentando que no advirtiera el interés que despertaba en mí, esta vez no pude evitar quedármelo mirando con atención. Sus ojos cambiantes, entre azul y verde, ahondaron en los míos. Parecía estar totalmente recuperado de su lesión y eso era imposible, yo había visto con mis propios ojos el lamentable estado que presentaba anoche su costado izquierdo y una herida así no sanaba de la noche a la mañana. Sin poder evitarlo, mis ojos se dirigieron a esa zona de su cuerpo, pero esa mañana llevaba una camisa amplia de manga larga que no permitía hacer especulaciones al respecto. No obstante no me pasó desapercibido que no era su forma habitual de vestir, él solía llevar ropa más ceñida y sin mangas, pero, aparte de eso, no pude apreciar ningún otro detalle que me indicara que seguía herido. Me negaba a pensar que de nuevo había sufrido una alucinación, estaba segura de lo que había visto, pero en ese caso él tendría que estar aún convaleciente y no haciendo vida normal. Por la mirada amenazadora que me dedicó, intuí que sabía que yo estaba al tanto de todo. Sin duda debió escuchar mi conversación con Dumas cuando éste me sorprendió fisgando en la enfermería. No quería meterme en más problemas, de modo que opté por mirar a otro lado para escapar de su escrutinio y seguí en silencio a Cara hasta nuestra mesa.

Nuestro grupo charlaba bastante animado, mientras daba buena cuenta de su desayuno. Hablaban sobre los acontecimientos de la noche anterior hasta que advirtieron nuestra presencia.

–¡Vaya, estás viva después de todo! –dijo Yian, con ironía.

–Sí, aunque tendré que estar confinada durante dos semanas entre estos muros –confesé, dejándome caer a plomo sobre una de las sillas.

–Al menos habrá merecido la pena, ¿no? –se interesó Anya, hablando en susurros.

–Sí, desde luego –admití con una sonrisa tímida.

–¡Uhhhh! –exclamaron todos al unísono, haciendo que el resto de las mesas se giraran a mirarnos.

De nuevo los ojos de Bogoslav se clavaron en los míos. Enrojecí violentamente y mis compañeros estallaron en risas, salvo Cara, que seguía mirando cabizbaja su bandeja. Empezaba a preocuparme su estado de ánimo. Ella no solía estar tan taciturna, algo le estaba atormentando esa mañana…

–¿Entonces ya es oficial?, ¿estás saliendo con quien tú ya sabes? –preguntó Anya.

–Ah,… no sé, supongo –admití, un poco avergonzada.

–¿Cómo que supones? –insistió mi amiga.

En cierto modo Adrien y yo nos habíamos confesado lo que sentíamos el uno por el otro, pero ni siquiera habíamos hablado de iniciar una relación. Acabábamos de conocernos y no convenía precipitar las cosas, lo más prudente era dejar que todo fuera definiéndose poco a poco, sin presiones. No obstante, no me gustaba hablar sobre temas tan íntimos con terceras personas, incluso tratándose de mis amigos, de modo que decidí dar un giro a la conversación.

–Os agradezco mucho que me encubrierais ayer. Mervaldis dijo que os había interrogado, ¿es eso cierto os simplemente se echó un farol? –pregunté con curiosidad.

–¡Es cierto como la vida misma! Nos hizo pasar uno a uno por su despacho y nos preguntó si sabíamos dónde estabas. ¡Nunca había estado tan nerviosa en toda mi vida! –dijo Helly, dramatizando.

–Esa mujer podría ser interrogadora profesional, estoy seguro de que el FBI estaría encantado de que engrosase sus filas. Si no confesamos, fue sólo porque sabíamos que te jugabas la expulsión, pero estoy seguro de que ella sabía que mentíamos. Me sentía como si pudiera leer directamente mi mente –dijo Yian.

–Sí, eso es –convino Helly–, yo tuve la misma sensación.

–Sé lo difícil que es enfrentarse a ella, ya he estado en ese despacho antes… Estoy muy agradecida de lo que habéis hecho por mí –reiteré.

–Tenemos que mantenernos unidos, es la única forma de aguantar aquí –dijo Anya–. ¿Sabes que los otros chicos también están pensando dejarlo? Ayer estuvimos charlando con ellos en el trayecto de vuelta a la fortaleza y no están muy convencidos con todo esto. Creen que Sargéngelis es la tapadera de una secta y que quedarse aquí es cosa de locos. No sé si llegarán al lunes.

–Lo entiendo, yo también tenía esa teoría, pero he llegado a la conclusión de que sólo nos están probando. Están esperando a que estemos preparados para compartir con nosotros el secreto de Sargéngelis. Tengo la impresión de que se trata de algo importante, pero como dice Dumas, sólo los fuertes de espíritu podrán descubrirlo y creo que nosotros podemos hacerlo –dije con convencimiento.

–Yo no estoy segura de que pueda aguantar mucho más –dijo entonces Cara, hablando por primera vez desde que habíamos llegado.

Su rostro estaba desencajado y comprendí que lo estaba pasando francamente mal. Todos la miramos, ahora serios. Me sentía culpable por haber estado tan ocupada con mis propios asuntos como para no darme cuenta de que mi compañera de habitación me necesitaba.

–¿Es por las pesadillas? –le pregunté.

–Principalmente. Las últimas dos noches he soñado cosas horribles. Unos demonios me descuartizaban y no sólo a mí, también a vosotros. También he soñado que este lugar ardía y que todos moríamos dentro. Ha sido la peor pesadilla que he tenido nunca –nos explicó, sumamente alterada.

–Todos nosotros sufrimos pesadillas desde que llegamos aquí, ¿lo recuerdas?, pero no son más que eso, nada de lo que soñamos sucederá en realidad –le dije, alargando mi mano hasta tocar la suya.

La tenía helada. Rodeé la mesa y me senté a su lado, tocándole la frente para tomar su temperatura. No parecía que tuviera fiebre, estaba más bien fría. Me quité mi chaqueta de lana y la puse sobre sus hombros, rodeándola con mi brazo para transmitirle algo de calor.

–Creo que estás un poco indispuesta, Cara. Deberíamos ir a la enfermería a por un analgésico –le propuse.

–No me siento mal, es sólo el estado de nervios en el que me encuentro. Pensé que salir ayer me vendría bien y que disiparía mis malos sueños, pero esta noche ha sido la peor que recuerdo desde que estoy aquí. No sé si merece la pena aguantar por más tiempo. Yo sólo quiero estudiar arte, no desvelar ningún misterio oculto. Francamente, esto me está superando… –nos confesó.

–Cara, no quiero que te vayas. Vosotros tampoco, ¿verdad? –le dije de corazón.

–No –respondieron el resto.

Cuando miré a los demás no vi desolación en su rostro, sino apoyo mutuo y eso me hizo sentirme aún más unida a ellos.

–Somos un equipo –dijo Helly.

–Sí, lo somos –aseguró Anya.

–No sería lo mismo sin ti –admitió Alejandro y sus palabras parecieron animarla más que las del resto porque tenía la sospecha de que a Cara le gustaba ese chico.

–No sé, estoy muy confusa en estos momentos –dijo ella.

–¿Puede alguien traerle a Cara una taza de humeante café con leche? Creo que le vendrá bien. Y también algo dulce, una muffin de chocolate o algo así para que le dé energías –sugerí.

–¡Marchando! –dijo Yian levantándose ipso facto.

Cuando nos aseguramos de que Cara estaba mejor, les propuse ir a hablar directamente con Mervaldis, no tenía sentido esperar más. Adrien me había dicho que le correspondía a ella decirnos la verdad y yo no estaba dispuesta a perder a ninguno de mis amigos mientras esperaba a que se decidiera a confiar en nosotros.

Nos dirigimos al aula de profesores en su busca, pero no contábamos con que estuviera cerrada durante el fin de semana. De regreso nos cruzamos por el pasillo con el profesor Vitella, quien nos informó de que Mervaldis había dejado Sargéngelis esa misma mañana para tratar un tema urgente y que no estaría de vuelta hasta el lunes, de modo que no tendríamos más remedio que tener paciencia y esperar hasta esa fecha para hablar con ella.

Puesto que diluviaba, nos dirigimos a la enorme biblioteca que daba a la fachada sur de la primera planta para pasar allí la mañana. Esperaba que a Adrien se le ocurriera buscarme allí, puesto que era uno de los pocos lugares donde se nos permitía estar a los nuevos. Estaba desando encontrarme con él, pero no me había atrevido a acudir a su habitación tras el desayuno por no comprometerle aún más. Contaba con que él vendría a mi encuentro en cuanto le fuera posible.

La sala contaba con unos cuantos ordenadores y con varias filas de estanterías repletas de libros. Cara parecía ahora más relajada y esto me hizo sentir mejor. La dejé acompañada de Alejandro y de Anya en la zona de ordenadores. Si bien mis amigos prefirieron hacer cola para utilizar los ordenadores, yo preferí husmear entre las estanterías en busca de algún título que me resultara atractivo. Amaba pasear en las bibliotecas, el olor de los libros usados era algo que me tranquilizaba y que me transmitía una sensación de bienestar. Había leído que los libros en papel eran mucho más personales que los libros electrónicos precisamente por su olor y su tacto. El papel absorbía los olores de los lugares en los que el libro había estado, perdiendo poco a poco el olor a imprenta y adquiriendo personalidad. Los libros en mi hogar olían a humo de madera y al ambientador de hogar con aroma a jazmín que recordaba desde niña, por el contrario en Sargéngelis su aroma era diferente: una mezcla de humedad y de cera de vela, diría yo…

Dados mis reducidos conocimientos de otros idiomas, me dirigí directamente a la sección en inglés. Había una fila de estanterías con novelas en mi idioma y me entretuve hojeando los clásicos. Encontré un ejemplar bastante antiguo de Cumbres Borrascosas y me sentí radiante de felicidad con mi hallazgo. Lo había leído muchas veces, pero era una lectura estupenda en días de lluvia y si encontraba un lugar donde sentarme junto a uno de los ventanales sería feliz. Pero cuando me giré con el ejemplar en la mano me encontré súbitamente con Gabriel Bogoslav, que me miraba amenazador. Las estanterías nos aislaban del resto de la sala y una sensación de intranquilidad me invadió. Me sentí estúpida por reaccionar así, él no podía hacerme daño en un lugar público. No obstante su presencia me intimidaba y estaba segura de que él contaba con ello.

–¿Qué quieres? –le pregunté con desconfianza.

–Asegurarme de que no le contarás a nadie lo que viste anoche en la enfermería –me dijo con severidad.

–¿Por qué tendría que mantenerlo en secreto? –le pregunté, desafiante.

–Porque estoy seguro de que no querrás que vaya contando por ahí que andas besuqueándote con Sagnier a escondidas –escupió con acritud.

Enmudecí, ¿cómo podía saberlo? No era posible que nos hubiera visto, estábamos en el bosque, lejos de todas las miradas… y él no podía estar allí… o al menos no debía estar allí. ¡No podía ser!, regresó después que nosotros al castillo e iba herido, en esas condiciones era poco probable que se hubiera entretenido en el bosque sólo para espiarnos. Debía estar echándose un farol, sólo para asustarme, pero no podía estar segura.

–Veo que estás de acuerdo conmigo –dijo él, satisfecho por mi reacción–. No debes hablar de lo que viste con nadie, ni siquiera con Sagnier, o conseguiré que lo expulsen por relacionarse contigo. Si lo cuentas, lo sabré y entonces atente a las consecuencias.

–¿En qué andas metido? –le pregunté entonces sin poder contenerme.

–Tiene gracia que precisamente tú me hagas esa pregunta. Estás empezando a causarme más problemas de lo previsto, princesa, de modo que a partir de ahora cuídate mucho de cumplir con tu castigo y de no corretear por el bosque o de lo contrario yo mismo te empaquetaré en tu enorme maleta y te mandaré de vuelta con tus papás, ¿entendido? –me amenazó.

Su intención era largarse y dejar las cosas así, pero entonces me adelanté y apoyé mi mano deliberadamente en su costado izquierdo. Él no lo vio venir, seguramente lo que menos esperaba era que yo le tocara, pero a mi contacto sus ojos se cerraron y se encogió ligeramente y comprendí que su herida seguía ahí, latente.

–¿Qué diablos haces? –gruñó.

–Deberías ir a un hospital, Gabriel, tu herida podría infectarse si no la tratan correctamente –le aconsejé.

–¿Y ahora te preocupas por mí? Eres desconcertante, princesa –dijo él, aún dolorido–. Podrías empezar por ocuparte de ti misma, al parecer eso se te da de pena.

No tenía ni idea de a lo que se refería, pero no iba a aguantar ni un momento más que me siguiera tratando así. Había intentado ser amable con él a pesar de sus modales y estaba visto que no lo merecía. Le fulminé con la mirada y me largué, pero antes devolví el libro a su estante, se me habían quitado las ganas de leer.

Estaba bastante enfadada y también asustada, aunque no por mí, sino por Adrien. Si podían expulsarle por estar conmigo, tendríamos que tener mucho cuidado de ahora en adelante. Tenía que buscarle, necesitaba desesperadamente saber qué había pasado la noche anterior en el despacho de Mervaldis y corroborar con él los fundamentos de la amenaza de Gabriel.

Le busqué por todas las zonas a las que se me permitía el acceso, pero no había ni rastro de él. Cuando comenzaba a desesperar, le vi bajar por la escalera del segundo piso en compañía del profesor Ivanov. Nuestras miradas se encontraron un segundo y entonces él se despidió del profesor y se apresuró a venir a mi encuentro.

– ¿Dónde estabas? Te he estado buscando por todas partes –dije, sintiéndome un poco nerviosa.

–Te aseguro que me moría por verte –me dijo con una sonrisa preciosa en sus labios–, pero he estado bastante ocupado, ¡pensé que Ivanov no me soltaría nunca!

–¿Ése es tu castigo?, ¿ayudar a Ivanov? –pregunté aliviada, sintiendo mariposas en mi estómago.

–Sí. Entre otras tareas, tendré que ayudarle a preparar sus clases durante las próximas semanas, pero no puedo quejarme, podía haber sido peor. En realidad nunca antes había cometido una infracción, de modo que Mervaldis no tenía muchos motivos para ser severa conmigo. No obstante te ruego que me disculpes, Ella, tendría que haber estado más atento a la hora y así ambos nos habríamos librado de este contratiempo. Lo siento, pero cuando estoy contigo me parece que el tiempo se detiene y lo que pasa a nuestro alrededor deja de importar –me dijo con sentimiento.

–A mí me sucede algo parecido –admití, sonrojándome.

–Necesito desesperadamente verte a solas, ¿crees que podrías desmarcarte esta tarde de tus compañeros? Tras el almuerzo habrá cine en el salón contiguo al comedor y muchos alumnos asistirán. Si quieres, podemos encontrarnos en la esquina noroeste del primer piso a eso de las tres. Conozco un lugar donde podremos vernos, no creo que nadie nos eche en falta mientras retransmiten la película –me explicó.

Mi corazón se lanzó en un sprint. Ansiaba estar a solas con Adrien y me dolía tener que esperar hasta las tres para hacerlo, pero teníamos que ser precavidos ahora que sabía que nos espiaban.

–Allí estaré –le aseguré con una sonrisa cómplice.

 

 

 

No podía negar que encontrarme clandestinamente con Adrien le ponía más emoción a nuestra relación. Puesto que no había mucho más que hacer en una tarde lluviosa, la mayor parte de los alumnos había optado por ir al salón común para ver la proyección de la película, saqueando previamente las reservas de palomitas y golosinas de las máquinas expendedoras. Le había contado a Cara mis planes para esa tarde y por supuesto prometió encubrirme de nuevo si era necesario.

Llegué antes de tiempo al punto de encuentro que había establecido Adrien y oteé los pasillos desiertos, esperando que él apareciera de un momento a otro. De pronto la portezuela de la torre, que tenía un cartel bien visible indicando que era de acceso restringido, se entornó y Adrien me hizo señas desde su interior para que me acercara. Eché una mirada a ambos lados del pasillo para asegurarme de que nadie me veía y me dirigí a su encuentro. Él cerró la puerta tras de mí y me atrapó en sus brazos, recostándome contra la pared e inclinándose sobre mí. Sus ojos ahondaron en los míos, enormes y brillantes, y de pronto me besaba. Me abracé a su cuello, cerré los ojos y me abandoné al beso. Sus labios eran delicados sobre los míos y resultaban deliciosos. Pronto una sensación de plenitud me invadió. ¿Cabía sentirse más dichosa de lo que era en ese momento? Cuando nuestros labios se separaron, abrí mis ojos lentamente y descubrí que él me contemplaba con una expresión sumamente cautivadora en su rostro. Sentí mariposas revoloteando en mi estómago.

–He encontrado un buen escondite. Aquí no nos molestarán –dijo, guiñándome un ojo.

Me tomó de la mano y ascendimos la escalera de caracol que recorría el interior de la torre y que conducía hasta una cámara en el tercer piso. Adrien desbloqueó el portón de madera de un empujón. No estaba cerrado con llave, pero la humedad había hecho estragos en la madera, que se había deformado y se encajaba a presión. Sujetó el portón para mí, invitándome a entrar. Por supuesto se trataba de una sala circular, ya que ocupaba el interior de la torre. Contenía algunos muebles viejos, pero por lo demás estaba bastante despejada. La crucé en dirección a uno de sus ventanales para comprobar qué panorámica se tenía desde allí. Se veía la carretera, que serpenteaba por la colina, abriéndose paso en el denso bosque aún bajo una incesante lluvia.

–Siento no haber encontrado un lugar más apropiado para vernos, Ella. He hecho un poco de limpieza antes de que vinieras para que no lo encontrases todo tan decrépito, pero creo que no ha mejorado demasiado –se excusó.

–No te preocupes, ¡es genial! –admití.

–¿Bromeas? Ya es terrible que nos tengamos que ver a escondidas, como para añadir que tengamos que hacerlo en un cuartucho oscuro, lleno de polvo y de telarañas. No quiero hacerte pasar por esto sólo por estar conmigo –me confesó cabizbajo.

–¿Qué quieres decir? –le pregunté, preocupada por las connotaciones de su comentario.

Él avanzó a mi encuentro y me agarró por los hombros, mirándome con intensidad.

–Ella, me importas de veras. No quiero que tengamos que ocultar lo nuestro, quiero hacerlo público. Tener que estar a tu lado y fingir que no hay nada entre nosotros se me presenta insufrible y esto no ha hecho nada más que empezar… No puedo ni imaginarme cómo será tenerte que ver cada mañana antes de clase y obligarme a no tomarte entre mis brazos y besarte para desearte un buen día. Ni siquiera sé si podré comportarme sólo como tu tutor cuando estemos en público y lo que es más, tampoco creo que quiera hacerlo –me confesó con aflicción.

–Adrien, si hacemos público lo nuestro te meterás en problemas, ¿no es así? –le pregunté, confusa.

–Sólo los tendría si pretendiera seguir ejerciendo como tu tutor –admitió él.

–Pero tú querías ese cargo, recuerdo que me dijiste que estabas planteándote dedicarte a la enseñanza y que este puesto era muy importante para ti –dije.

–Sí, lo era, pero ahora tú eres más importante –murmuró él, mirándome fijamente.

–¿Estás planteándote abandonar tu cargo sólo por estar conmigo? –le pregunté, asombrada.

–Sí, creo que es lo más justo para ti –dijo él, totalmente convencido.

¡Qué locura! Los sentimientos de Adrien eran más intensos de lo que había imaginado. Nos habíamos conocido hacía apenas una semana, no podía consentir que arrojase su sueño por la borda sólo por mí. Él también me gustaba mucho y quería que lo nuestro funcionara, pero las relaciones a veces no salían como uno esperaba, especialmente a nuestra edad, y no creía oportuno que arriesgase tanto tan pronto. Tenía que hacérselo ver de una forma sutil para que no pensara que su sacrificio por mí me era indiferente.

–Adrien, no quiero que pierdas tu oportunidad de ejercer en Sargéngelis. Creo que no tenemos que precipitar las cosas, podemos mantener nuestra relación por un tiempo en secreto sin que tengas que renunciar a tu cargo. No quiero decir que eso no será duro para ambos, pero estoy segura de que encontraremos el modo de hacerlo soportable. Además no estaré en primero eternamente y seguramente el próximo año, si todo va bien y hacemos que esto funcione, podremos hacerlo público sin temor a represalias –dije, intentando persuadirle.

–Quizás ahora piensas así, pero no me gustaría que lo nuestro no funcionara sólo porque no podemos vernos libremente. Lo que quiero que comprendas es que si tengo que elegir, te elijo a ti –insistió.

–Tú también me importas, Adrien y precisamente por eso no quiero que renuncies a tu cargo. Lo llevaremos bien, estoy convencida –le aseguré.

–Si de veras piensas así podemos intentarlo, pero has de prometerme que me avisarás inmediatamente si cambias de opinión. En cuanto tú me lo pidas, renunciaré, te lo aseguro –me dijo.

–Te lo prometo y también te aseguro que no será necesario que renuncies –le tranquilicé.

Puse mis manos en su rostro y le acaricié lentamente. Me gustó su tacto, un poco áspero en la zona del mentón por el roce de una barba incipiente. Sabía que Adrien era una persona noble y entregada, pero me emocionó mucho que estuviera dispuesto a tal sacrificio sólo por mí. Nunca pensé que llegaría a ser la prioridad de nadie y de la noche a la mañana, tenía al chico más maravilloso del mundo a mi lado.

–Eres un ángel, Ella –dijo él, acariciándome con la mirada–. Voy a hacer todo lo posible porque esto salga bien porque eres lo mejor que me ha pasado.

–Estaba pensando lo mismo –admití, con una sonrisa.

Me puse de puntillas y él rodeó mi cintura con sus brazos  y me atrajo hacia sí, besándome apasionadamente. Al menos estaba segura de una cosa, ¡no podía ser más feliz!

 

 

 

El lunes a primera hora Mervaldis hizo su entrada en el comedor. Debía haber regresado la noche anterior, pero debió de ser bastante tarde porque no la habíamos visto a la hora de la cena. Decidimos que había que hablar con ella antes de las clases, no queríamos retrasarlo más y yo me había prestado voluntaria a hacerlo en representación del grupo. Todos estábamos saturados con la pantomima que los profesores realizaban para nosotros. Como habíamos supuesto, los otros dos alumnos de primero también habían decidido dejar la escuela y ya sólo quedábamos nosotros seis. Habíamos formado una piña y no pensábamos rendirnos. Estábamos de acuerdo en que lo primero ahora era desvelar el misterio de Sargéngelis y después, en función de lo que averiguáramos, decidiríamos qué hacer al respecto.

El profesor Ivanov se unió a Mervaldis en la mesa de profesores y pronto le siguieron los demás y se enfrascaron de inmediato en una intensa conversación. Debían de tratar un tema delicado por la expresión grave de sus semblantes, por lo que no nos pareció oportuno interrumpirles durante el desayuno. Esperamos pacientemente y cuando se levantaron de la mesa, supe que era mi oportunidad de hablar con la directora.

–Nos vemos en clase –les dije al resto.

–¡Ánimo! –dijo Yian en nombre de todos.

Mervaldis se despidió de los demás en la puerta del comedor y aceleró el paso en dirección a las escaleras. Tuve que correr para alcanzarla, pero lo conseguí.

–¡Señorita Mervaldis! –la llamé, para atraer su atención.

Se giró y me miró sorprendida.

–¡Buenos días, Ella!, ¿va todo bien? –me preguntó.

–Necesito hablar con usted –le pedí.

–¿No puede esperar hasta después de las clases? Estoy muy ocupada en este momento –me advirtió.

–Se trata de un tema urgente –le aseguré.

La directora me dedicó una de sus típicas miradas por encima de las gafas y me hizo un gesto con la mano para que la siguiera. Supuse que me conduciría hasta su despacho. Descendimos en silencio las escaleras y tomó efectivamente el pasillo de la izquierda, continuando hasta su despacho. Cuando abrió la puerta y entró, noté que se sobresaltaba. Miré por encima de su hombro y descubrí la causa. Dumas estaba allí, sentado en su sillón giratorio y con las piernas apoyadas sobre el escritorio en una postura de completo relax.

–Caterina, te estaba esperando. ¿Qué tal por Polonia?, ¿se ha montado mucho revuelo? –preguntó en su habitual tono despreocupado.

Me sentí un poco violenta, quizás estaba interrumpiendo algo privado, aunque la pareja que formarían Dumas y Mervaldis sería cuando menos estrambótica. Ella era mucho mayor que él y no podían tener personalidades más dispares, aunque en temas relativos al corazón, nunca se sabe…

Mervaldis no parecía avergonzada, por lo que deduje que no había nada íntimo entre ellos. Hizo ademán de que la siguiera y Dumas, al descubrir mi presencia, se incorporó súbitamente, sorprendido.

–¿Nos disculpas un momento? Ella tiene algo urgente que contarme –le dijo, mirándome de reojo.

–Por supuesto –accedió él, poniéndose en pie inmediatamente.

–No es necesario que Dumas se retire –les aclaré, sintiéndome un poco violenta por llamar a mi profesor directamente por su apellido, pero sabiendo que a él le molestaba que le llamara de otro modo–, en realidad quería hablar con ambos.

–De acuerdo –convino Mervaldis–. ¿De qué se trata, Ella?

–Estoy aquí como portavoz de mis compañeros. A estas alturas ya sabemos que Sargéngelis no es una mera academia de arte, como creíamos cuando vinimos. Es cierto que todos nos hemos sentido atraídos por una u otra razón hacia este lugar, descartando otras opciones de futuro igual de tentadoras. Hablo por mí cuando afirmo que yo buscaba algo más que una simple escuela de arte y que cuando se presentó la posibilidad de estudiar aquí, no lo dudé. En cuanto llegué al castillo sentí la influencia que este lugar ejerce sobre nosotros y no es una sensación agradable, para ser sinceros –les expliqué. No me pasó desapercibido el amago de sonrisa que curvó la atractiva boca de Dumas a raíz de mi comentario. Mervaldis por el contrario se mantuvo imperturbable–. Lo que quiero decir es que si teníamos que pasar algún tipo de prueba para ser merecedores de su confianza, a estas alturas creo que ya la hemos superado. Por lo tanto queremos saber qué esconde este lugar y qué tiene que ver con nosotros, porque si de una cosa estoy segura es de que no estoy dispuesta a perder a ninguno de mis amigos en esta espera estúpida –concluí.

Ahora Dumas ya no ocultaba su sonrisa. Tenía que admitir que estaba incluso más atractivo cuando sonreía, aunque no era un gesto muy habitual en él. Los comentarios sobre él que oía por los pasillos no eran infundados, era un tipo sexy y misterioso, aunque por alguna extraña razón yo no me sentía atraída de ese modo por él, aunque no iba a negar que le admiraba. Mervaldis también parecía inmune a sus encantos, pues no apartó su atención de mí en ningún momento, evaluándome en silencio.

–¿Y bien?, ¿entonces tomarán en cuenta nuestra petición? –insistí entonces, mirándoles a ambos.

Dumas se sentó sobre el escritorio, cruzando sus brazos, y mirando divertido a Mervaldis.

–¿Lo haremos, Caterina? –le preguntó él entonces y por las confianzas con las que la trataba comprendí que la relación entre ambos era muy cercana, más de lo que había pensado.

–Ella, creo que tu petición es justa –dijo ella, finalmente–. Vuelve a clase con tus compañeros, nos reuniremos con vosotros en unos instantes.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza, pues que Mervaldis accediera era una clara confirmación de que nuestras sospechas eran reales y de que después de todo, había un secreto que desvelar. Asentí y salí del despacho, sintiendo los latidos de mi corazón retumbando aún en mis oídos.

Llegaba tarde a clase de Historia del Arte. El profesor Ivanov me miró un poco molesto cuando irrumpí en la sala, quizás porque cerré la puerta con más ímpetu del necesario a causa de mi estado de nervios, pero a pesar del portazo no interrumpió su disertación. Me deslicé por el aula sigilosamente para no molestarle de nuevo y aunque había sitios libres en abundancia, me acomodé entre Cara y Anya, imaginando que habían reservado ese lugar para mí. Nuestro grupo se había visto reducido a la mitad en tan sólo una semana de clase y el aula ahora se veía desproporcionalmente inmensa para tan escasa audiencia. Me pregunté si cada año ocurría lo mismo, si se realizaría una criba intencionada de los alumnos de primero para quedarse únicamente con el perfil que buscaban en Sargéngelis.

Cara me miró con curiosidad, pero no se atrevió a preguntarme nada. El resto de mis amigos también parecía interesado por el resultado de mis pesquisas, prueba de ello era que nadie parecía estar atento a la explicación de Ivanov, pues me miraban de cuando en cuando de reojo. Quería decirles a todos que Mervaldis había prometido reunirse con nosotros enseguida, pero era difícil hacerlo sin palabras, de modo que hice un gesto, señalando con el pulgar hacia arriba y todos parecieron aliviados.

La puerta se abrió sin previo aviso, sobresaltándonos. Dumas cedió el paso a Mervaldis, que entró en el aula y se dirigió al estrado con un repiqueteo de tacones. Dumas la siguió y en post de ellos iban Vitella, Adrien y Gabriel. Ambos me miraron a la vez, Adrien con admiración y Gabriel con esa extraña expresión que solía dedicarme en ciertas ocasiones y que me hacía sentir como un extraño espécimen expuesto en una vitrina del zoo. Desvié la mirada, concentrándome en Mervaldis, que ahora cuchicheaba en susurros con Ivanov…

Todos estábamos expectantes. Cara cogió mi mano y yo le di un apretón de ánimo. ¡Por fin conoceríamos la verdad! Mervaldis se giró para mirarnos de frente y los profesores se pusieron a su lado. Adrien y Gabriel no subieron al estrado, sino que se quedaron allí en pie, mirándonos también.

–Bien, Ella me ha dicho que estáis preparados para saber la verdad sobre Sargéngelis y estoy de acuerdo con ella, creo que lo estáis. A estas alturas todos vosotros pensáis que habéis sido elegidos por Sargéngelis para un fin ulterior y no os equivocáis, con una salvedad, en realidad sois vosotros los que nos habéis elegido. Sargéngelis sí es en realidad una academia de arte, aunque sospechéis lo contrario, pero el arte que aquí enseñamos está reservado sólo a unos pocos, a aquellos artistas que poseen la semilla de un gran poder en su interior. Me refiero a los futuros codificadores –nos introdujo Mervaldis.

Nuestras expresiones se tornaron en confusión. ¿Qué eran los codificadores?

–Continúe usted, profesor Ivanov, se le dan mejor las historias que a mí –le ofreció Mervaldis, haciéndose a un lado.

Ivanov se ajustó las gafas y ocupó el sitio central en el estrado. Barrí con la vista la sala, entre mis compañeros se respiraba la expectación, parecían tan ansiosos como yo por escuchar más.

–En la Edad Media, los habitantes europeos vivían con el miedo de ser invadidos por los ejércitos paganos. Ante esta amenaza, los reinos cristianos iniciaron Las Cruzadas con el fin de liberar la Tierra Santa de la ocupación pagana y establecer unas fronteras que les mantuvieran alejados de sus territorios. Durante siglos se lanzaron numerosas campañas militares contra esos territorios y en ellos murieron cientos de caballeros de ambos bandos, creyendo que defendían a sus respectivos pueblos del mal. Pero se equivocaban luchando entre ellos cuando tendrían que haber hecho un frente común contra el verdadero mal. Una amenaza mayor se cernía sobre el planeta, primero instigando las disputas entre sus habitantes para después aprovechar el caos de las guerras civiles para incrementar el poder sobre ellos. Los caballeros de la Orden de los Custodios, liderada por Dacius Bogoslav, descubrieron a quién se enfrentaban realmente, a los mismos Señores del Infierno, que trataban de invadir nuestro planeta con sus hordas demoníacas, poseyendo a sus habitantes para crear adeptos y extenderse así más rápidamente por el mundo. Dacius sabía que unos simples humanos no podrían vencer a ese terrible ejército, pero también sabía que sus hombres y él no eran simples humanos, pues habían recibido un don divino. Su fuerza física y mental no tenía parangón y eso les hacía salir siempre victoriosos de las batallas, pero no sabían qué ocurriría cuando sus rivales fueran seres sobrenaturales como ellos. Trataron de contener a los demonios por sus propios medios, luchando encarnizadamente contra ellos durante años y sufriendo numerosas bajas en sus filas. Aunque también mermaban las contrarias, el ejército infernal parecía ser infinito, mientras que el número de custodios cada vez se hacía más reducido. Y entonces, cuando todo parecía perdido, encontraron la forma de contener a los demonios. Encontraron a un individuo dotado de un arte especial, un creador de códigos. Este artista era capaz de combinar símbolos de protección de diferentes culturas de un modo tal que incrementaban su poder, creando un lenguaje capaz de ahuyentar y contener a los demonios. Ese individuo fue el primer codificador conocido en la historia y pronto esa extraña y valiosa habilidad se manifestó en otras personas. La población que poseía el don no era muy numerosa, pero los custodios aprendieron a reconocerla y se dedicaron a buscar a los humanos que la poseían. Esos individuos eran capaces de crear y encriptar el código, El Códex, como se conoce aún en nuestros días y trabajaron mano a mano con los custodios para contener al mal. Pero los custodios no sólo buscaban a los codificadores porque eran imprescindibles para su lucha contra los demonios, sino también porque debían protegerlos. Cuando los demonios descubrieron el poder que estos individuos tenían sobre ellos, empezaron a buscarlos también con el fin de eliminarlos. Los custodios se organizaron para encontrar a los codificadores por todo el planeta y mantenerles a salvo, reagrupándolos en fortalezas defendidas por sus hombres, fortalezas como Sargéngelis. Desde hace siglos, la Orden de los Custodios batalla contra el mal, contando con el valioso Códex y sus codificadores para mantener cerrado el Ojo del Infierno.

En cuanto el profesor pronunció esas palabras, un escalofrío recorrió mi columna. ¡El Ojo del Infierno! En mi mente estaba presente mi propia creación, la escena que había pintado sólo unos meses atrás, en la que los demonios brotaban de las profundidades de la tierra con el fin de aniquilar a los humanos. La lógica me hacía pensar que lo que nos estaban contando era una locura, pero mi corazón me decía que lo que decía Ivanov tenía que ser cierto. Busqué los ojos de Adrien y su mirada era tensa, expectante… A pesar de que la mano de Cara era un buen apoyo, me habría gustado tener también la suya entre las mías.

–¿Qué es el Ojo del Infierno? –preguntó entonces Alejandro, rompiendo el silencio que se había creado en la sala.

–Es el punto geográfico por el que los demonios acceden a nuestro planeta –respondió Ivanov–. Los custodios buscaron ese lugar durante siglos y finalmente dieron con él. Su objetivo principal fue neutralizar ese acceso, condenarlo y cerrarlo para la eternidad y para ello se usaron los sellos, creados y conservados por los maestros del Códex.

Mil preguntas se agolparon en mi mente y necesitaba respuesta para todas ellas. Mis compañeros debían de sentir lo mismo que yo porque estaban inquietos.

–¿Qué pintamos nosotros en todo esto? –preguntó de pronto Helly, adelantándose.

Ahora fue Mervaldis quien intervino.

–Vosotros constituís la savia nueva que alimenta el Códex, señorita Schneider –respondió ella–. Todos vosotros habéis sido agraciados con un don de vital importancia para la armonía y la paz del planeta y estáis aquí para convertiros en futuros maestros del Códex.

–¿Quiere decir que esos símbolos que he visto tienen un sentido? –pregunté sin poder contenerme.

–Eso es, Ella –asintió Mervaldis–. Esa habilidad para combinar símbolos y crear códigos encriptados ha estado siempre en vosotros y ha ido despertando con el paso de los años. Os habéis sentido atraídos por Sargéngelis porque este lugar juega un papel crucial en vuestro destino. Aquí aprenderéis a explotar vuestro don. Contamos con vosotros para preservar el Códex en el tiempo y consecuentemente para ayudarnos a proteger a la Humanidad.

–Entonces, ¿somos una especie de súper héroes? –preguntó Yian, excitado.

–¡Ja! –dijo Gabriel en voz alta, sin poder contenerse.

Mervaldis le dedicó una mirada enojada y él simplemente la ignoró.

–El aporte de los codificadores es fundamental para mantener sellado el Ojo del Infierno, no obstante, no poseemos poderes sobrenaturales más allá de la creación y el dominio de este lenguaje –dijo Mervaldis.

No me pasó por alto que ella se había incluido en el lote, de modo que también debía de ser una codificadora, seguramente una Maestra del Códex, como había dicho antes.

–¿Y qué son los custodios entonces? –pregunté, intrigada.

–Los custodios son los descendientes de la Orden que fundó Bogoslav en el siglo XIV –continuó Mervaldis–. Todos sus caballeros recibieron un don divino que les otorgaba poderes sobrenaturales para que pudieran combatir a los seres malignos que habitaban el planeta. Su fuerza física es superior a la de cualquier humano, su velocidad y su agilidad les hace extremadamente rápidos, su fuerza psíquica es devastadora y sus principales cometidos son luchar contra los demonios y proteger a los codificadores.

Por la mirada de arrogancia de Gabriel supe que él era uno de esos seres superiores e invencibles. Y por supuesto también lo era Dumas, tenía que ser así, daba el perfil… mientras que nuestros profesores debían ser Maestros del Códex, como llegaríamos a ser nosotros. Adrien me miraba intensamente desde el estrado. Comprendí que era un custodio y que a pesar de lo que sentía por mí, no había podido compartir esa información conmigo. No sabía cómo tomármelo, quizás la Orden les obligaba a mantenerlo en secreto o simplemente lo hizo para protegerme, como hacían los superhéroes de comic con sus novias para evitar que fueran atacadas por los villanos. Seguramente había esperado con tanta expectación como yo este momento. Me pregunté si esta información cambiaría en algo nuestra relación y me moría de ganas de hablar con él  en privado, principalmente para que me contara más cosas sobre la Orden de Sargéngelis.

Resultaba increíble admitir que los superhéroes existían, pero si esa parte de la historia era cierta, también existirían los demonios, esos seres oscuros que había visto en mis sueños tratando de aniquilarme.  Ahora encajaba todo, mis sueños, mis obras, mis delirios,… todo comenzó a tener sentido y al contrario de lo que había pensado, conocer la verdad no resultó ser un alivio…