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BAGRATION Y NORMANDÍA

(JUNIO-AGOSTO DE 1944)


Aunque el OKH y el cuartel general del Führer descartaban la probabilidad de un ataque contra Bielorrusia, los temores en ese sentido eran cada vez mayores en las unidades de primera línea del Grupo de Ejércitos Centro. El 20 de junio de 1944, los ánimos se exaltaron debido al «calor de los días ya de pleno verano con tormentas lejanas» y a un constante crescendo de los ataques partisanos por la retaguardia[1]. Diez días antes, una emisora de interceptación captó un mensaje por radio de los soviéticos que ordenaba el incremento de la actividad por detrás de las líneas del IV Ejército. Por eso los alemanes habían lanzado una gran campaña antipartisana, la Operación Cormorán. Participaba en ella la famosa Brigada Kaminski, cuya singular crueldad contra la población civil parecía casi medieval y cuya flagrante indisciplina constituía una ofensa para los oficiales alemanes tradicionales.

Las órdenes de Moscú a las grandes bandas de partisanos de los bosques y los pantanos de Bielorrusia eran muy concretas. Primero debían atacar las comunicaciones ferroviarias, y luego, una vez iniciada la ofensiva, tenían que acosar a las fuerzas de la Wehrmacht. Eso suponía adueñarse de puentes, cortar las rutas de aprovisionamiento talando árboles y arrojándolos en medio de los caminos, y organizar ataques para retrasar la llegada de refuerzos al frente.

El 20 de junio al amanecer, la 25.ª División de Granaderos Acorazados fue sometida a un bombardeo de una hora de duración y a un asalto. Por fin todo se tranquilizó de nuevo. Se trataba o bien de un ataque de prueba o bien de un intento de ponerlos nerviosos. El cuartel general del Führer no creía que la ofensiva de verano soviética tuviera como objetivo el Grupo de Ejércitos Centro. Esperaba una ofensiva al norte de Leningrado contra los finlandeses, y otro embate masivo al sur de los Pantanos del Pripet hacia el sur de Polonia y los Balcanes.

Hitler creía que la estrategia de Stalin era golpear a los aliados del Eje —finlandeses, húngaros, rumanos y búlgaros— para obligarlos a salir de la guerra, como había sucedido con los italianos. Sus sospechas parecieron confirmarse cuando primero el Frente de Leningrado y luego el Frente de Carelia se lanzaron al ataque. Stalin, que en aquellos momentos tenía la suficiente seguridad en sí mismo como para preferir el pragmatismo a la venganza, no pretendía aplastar del todo a Finlandia. Eso habría supuesto tener que trasladar demasiadas fuerzas que eran necesarias en otros lugares. Sencillamente quería meter en cintura a los finlandeses y recuperar el territorio que les había arrebatado en 1940. Como esperaba, aquellas operaciones en el norte hicieron que Hitler apartara su atención de Bielorrusia.

El Ejército Rojo utilizó con éxito diversas medidas de engaño estratégica o maskirovka, que daban a entender que estaba produciéndose una gran concentración de fuerzas en Ucrania, cuando de hecho donde estaban trasladándose en secreto unidades de tanques y otros ejércitos era más al norte. Toda esta labor se vio facilitada en grado sumo por la práctica desaparición de la Luftwaffe. La ofensiva de bombardeos estratégicos de los Aliados y últimamente la invasión de Normandía habían reducido el apoyo de la Luftwaffe a los ejércitos alemanes del frente oriental hasta unos niveles desastrosos. La supremacía aérea de los soviéticos impedía la realización de casi todos los vuelos de reconocimiento alemanes, de modo que el cuartel general del Grupo de Ejércitos Centro en Minsk disponía de pocos datos acerca de la enorme concentración de fuerzas que estaba llevándose a cabo. En total la Stavka había reunido unos quince ejércitos, lo que suponía un millón seiscientos setenta mil hombres, con cerca de seis mil tanques y cañones autopropulsados, y más de treinta mil cañones y morteros pesados, incluidas las baterías Katiusha. Contaban además con el apoyo aéreo de más de siete mil quinientos aviones.

El Grupo de Ejércitos Centro se había convertido en un pariente pobre. Algunos sectores disponían de tan pocos hombres que los centinelas tenían que hacer turnos de seis horas cada noche. Ni ellos ni sus oficiales tenían la menor idea de la frenética labor que estaba llevándose a cabo por detrás de las líneas soviéticas. Los senderos de los bosques estaban siendo ensanchados para dar cabida a los grandes vehículos blindados, se instalaban caminos de troncos en los pantanos, se tendían puentes de pontones, se reforzaba el firme de los vados, y se construían puentes subacuáticos justo por debajo de la superficie de los ríos.

Este gran despliegue de fuerzas retrasó tres días el lanzamiento de la ofensiva. El 22 de junio, el tercer aniversario de la Operación Barbarroja, el Primer Frente del Báltico y el Tercer Frente Bielorruso llevaron a cabo sus batidas, por medio de patrullas de combate. La Operación Bagration, que fue bautizada por el propio Stalin con el nombre del célebre príncipe georgiano, héroe de 1812, dio comienzo en serio al día siguiente.

El plan de la Stavka era rodear primero Vitebsk, por el lado norte del frente del Grupo de Ejércitos Norte, y Bobruisk, por el sur, y luego arremeter en diagonal desde estos dos puntos para rodear Minsk, situada en el centro. En el flanco norte, el Primer Frente del Báltico del mariscal I. Kh. Bagramyan y el Tercer Frente Bielorruso del joven coronel general I. D. Chernyakhovsky atacaron rápidamente para rodear la bolsa de Vitebsk antes de que los alemanes pudieran reaccionar. Decidieron incluso prescindir de los bombardeos de la artillería, a menos que la medida se considerara imprescindible en algún sector en concreto. Las puntas de lanza de sus tanques contaron con el apoyo de diversas oleadas de cazabombarderos Shturmovik. El III Ejército Panzer fue pillado totalmente desprevenido. Vitebsk se encontraba en medio de una cuña muy vulnerable, cuya parte central era defendida por dos divisiones de campo de la Luftwaffe bastante débiles. El infortunado oficial al mando de la unidad había recibido la orden de defender Vitebsk como una fortaleza, aunque a todas luces carecía de las fuerzas necesarias para realizar su tarea.

En el centro, desde Orsha hasta Mogilev, que había sido el cuartel general del zar durante la Primera Guerra Mundial, el IV Ejército del general de infantería Kurt von Tippelskirch también fue pillado por sorpresa. «Realmente ayer tuvimos un día negro», decía en una carta a su familia un Unteroffizier de la 25.ª División de Granaderos Acorazados, «una jornada que no olvidaré fácilmente. Los rusos empezaron con un bombardeo con todas sus fuerzas. Se prolongó durante casi tres horas. Intentaron avanzar con todo su potencial. Su ímpetu era imparable. Realmente tuve que salir corriendo, para no caer en manos de los rusos. Sus tanques avanzaban con la bandera roja»[2]. Solo al este de Orsha la 25.ª División de Granaderos Acorazados y la 78.ª Sturm-Division respondieron valerosamente al ataque con cañones de asalto.

Al día siguiente Tippelskirch pidió permiso para replegarse al norte del Dniéper, pero su solicitud fue rechazada por el cuartel general del Führer. Con varias divisiones hechas añicos y sus hombres exhaustos, Tippelskirch decidió desobedecer la absurda orden de resistir, repetida como un papagayo por el servil oficial al mando del grupo de ejércitos, el Generalfeldmarschall Ernst Busch, en Minsk. Los oficiales se dieron cuenta de que la única manera de salvar a sus formaciones era falsificar los informes de situación y los artículos del diario de guerra para justificar su retirada.

La 12.ª División de Infantería se replegó justo a tiempo en el frente de Orsha. Cuando un comandante preguntó a un oficial de zapadores por qué se daba tanta prisa en volar un puente una vez que hubo cruzado su batallón, el hombre le pasó sus prismáticos y señaló al otro lado del río. Dándose media vuelta, el comandante divisó una columna de tanques T-34 que los tenían ya al alcance. Orsha y Mogilev, ciudades ambas a orillas del Dniéper, quedaron incomunicadas y fueron conquistadas en tres días. Hubo que dejar atrás a varios centenares de heridos. El general alemán que había recibido la orden de defender Mogilev hasta el final estaba al borde del ataque de nervios.

Por detrás de las líneas soviéticas, el principal problema lo planteaban los enormes atascos de vehículos militares. Rodear un tanque averiado no resultaba fácil debido a los pantanos y los bosques que rodeaban los caminos por uno y otro lado. El caos era a veces tan grande que «el encargado de controlar el tráfico en un cruce podía ser a veces todo un coronel», como recordaría más tarde un oficial del Ejército Rojo. Comentaría también la suerte que tuvieron las fuerzas soviéticas de que no hubiera casi rastro de la Luftwaffe, pues todos aquellos vehículos pegados unos a otros habrían ofrecido un blanco facilísimo[3].

En el flanco sur, el Primer Frente Bielorruso del mariscal Rokossovsky lanzó su ofensiva con un bombardeo preliminar masivo que dio comienzo a las 04:00. Las explosiones lanzaron al aire verdaderos surtidores de tierra. El terreno quedó cubierto de cráteres y zanjas en una zona amplísima. Los árboles eran abatidos y los soldados alemanes, adoptando instintivamente la posición fetal dentro de sus búnkeres, se estremecían al sentir vibrar el suelo como si se tratara de un terremoto.

La pinza norte de Rokossovsky logró penetrar entre el IV Ejército de Tippelskirch y el IX, responsable del sector de Bobruisk. El general de infantería Hans Jordan, al mando del IX Ejército, recurrió a su reserva, la 20.ª División Panzer. Pero cuando aquella noche se inició el contraataque, la 20.ª División recibió la orden de replegarse y de trasladarse al sur de Bobruisk. La penetración de la otra pinza, encabezada por el I Cuerpo de Tanques de la Guardia, resultó mucho más peligrosa. Amenazaba con rodear la ciudad y dejar incomunicado de paso el flanco del IX Ejército. La llegada de Rokossovsky por sorpresa, por el límite de los Pantanos del Pripet, tuvo un éxito similar al de los alemanes apareciendo por las Ardenas en 1940.

Hitler seguía negándose a permitir la retirada, de modo que el 26 de junio el Generalfeldmarschall Busch voló a Berchtesgaden para entrevistarse con él en el Berghof. Iba acompañado de Jordan, al que Hitler quería interrogar sobre el uso que había hecho de la 20.ª División Panzer. Pero mientras se hallaban ausentes de su cuartel general, el IX Ejército fue rodeado casi en su totalidad. Al día siguiente, tanto Busch como Jordan fueron destituidos. Hitler recurrió de inmediato al Generalfeldmarschall Model. Pero a pesar del desastre sufrido y de la amenaza que se cernía sobre Minsk, el OKW seguía sin tener la más pálida idea de la magnitud de las ambiciones soviéticas.

Model, uno de los pocos generales capaces de enfrentarse a Hitler con éxito, pudo llevar a cabo las retiradas necesarias a la línea del río Beresina, delante de Minsk. Hitler había permitido también a la 5.ª División Panzer tomar posiciones en Borisov, al nordeste de Minsk. Las tropas alemanas llegaron allí el 28 de junio, pero no tardaron en sufrir el acoso de los aviones de ataque a tierra Shturmovik. Reforzada con un batallón de tanques Tiger y algunas unidades de la SS, la división tomó posiciones a uno y otro lado de la carretera Orsha-Borisov-Minsk. Ni los oficiales ni los soldados tenían una idea muy clara de cuál era la situación general, aunque habían oído el rumor de que el Ejército Rojo había cruzado el Beresina en algún punto más al norte.

Durante la noche, los elementos de avance del V Ejército de Tanques de la Guardia chocaron con los granaderos acorazados. Se presentó un batallón de tanques Panther para reforzar la línea alemana, pero al norte las tropas de Chernyakhovsky lograron abrirse paso entre el III Ejército Panzer y el IV Ejército. Comenzó entonces una retirada caótica bajo el ataque constante de los Shturmovik y el fuego de la artillería soviética. Los chóferes de los transportes alemanes, aterrorizados, conducían a toda velocidad, adelantándose sin miramientos unos a otros, para llegar al último puente sobre el Beresina que quedaba en pie y pasarlo antes de que lo volara el enemigo. El sitio por el que cruzó Napoleón en la terrible retirada de 1812 estaba justo al norte de Borisov.

Vitebsk estaba ya ardiendo cuando las tropas alemanas del LVI Cuerpo se replegaron en un intento vano de salir del cerco para unirse al III Ejército Panzer. Los almacenes y los depósitos de combustible estaban en llamas, y despedían un humo negro. Entre los que murieron y los que fueron hechos prisioneros, se perdieron cerca de treinta mil hombres. El desastre hizo que se tambaleara la confianza de muchos tanto en el Führer como en la dirección de la guerra. «Los rusos han atravesado las líneas esta mañana», decía en una carta a su familia un Unteroffizier de la 206.ª División de Infantería. «Una breve pausa me permite escribir otra carta. Según las órdenes recibidas, debemos quitarnos de en medio y no caer en manos del enemigo. Queridos míos, la situación es desesperada. Ya no creo en nadie, tal como parece aquí que están las cosas»[4].

Por el sur, las fuerzas de Rokossovsky habían rodeado a casi todo el IX Ejército y la ciudad de Bobruisk, que fue tomada con toda rapidez. «Cuando entramos en Bobruisk», escribe Vasily Grossman, que acompañaba a la 120.ª División de Fusileros de la Guardia, a la que había conocido en Stalingrado, «algunos edificios estaban en llamas y otros se encontraban en ruinas. ¡El camino de la venganza conducía a Bobruisk! Con dificultad nuestro coche logra abrirse paso entre los restos retorcidos y carbonizados de los tanques y los cañones autopropulsados alemanes. Los hombres caminan pisando los cadáveres de los alemanes. Cadáveres, cientos y cientos de cadáveres, pavimentan el camino, yacen en las zanjas, bajo los pinos, en medio de los campos verdes de cebada. En algunos lugares, los vehículos tienen que pasar por encima de los cuerpos, tantos son los que yacen en el suelo. Los hombres se pasan el día entero enterrándolos, pero son tantos que el trabajo no puede hacerse en una sola jornada. Hace un calor agotador y todo está en silencio, y la gente camina y conduce tapándose la nariz con el pañuelo. Aquí estaba hirviendo un caldero de muerte: una venganza despiadada y terrible de todos los que no habían entregado las armas y habían escapado hacia el oeste»[5].

Una vez batidos los alemanes, salieron a la luz los civiles. «Nuestra gente, las personas a las que hemos liberado, nos cuentan sus historias y lloran (sobre todo son las personas mayores las que lloran)», decía un joven soldado del Ejército Rojo en una carta a su familia. «Y los jóvenes están de tan buen humor que ríen todo el tiempo, no hay manera de que cierren la boca. Ríen y hablan sin parar»[6].

Para los alemanes la retirada fue desastrosa. Vehículos de todo tipo tenían que ser abandonados porque se quedaban sin combustible. Antes incluso de que se produjera el ataque, se les había restringido el suministro a unos diez o quince litros al día. La estrategia del general Spaatz, consistente en bombardear las instalaciones petroleras, ayudó indudablemente al Ejército Rojo en el frente oriental y a los Aliados en Normandía. Los heridos alemanes que tuvieron la suerte de ser evacuados sufrieron terriblemente mientras eran trasladados a la retaguardia en carretas tiradas por caballos, debido al traqueteo, el balanceo y los bandazos. Muchos murieron desangrados antes de llegar a los puestos de socorro. Como los primeros auxilios en el frente habían experimentado una reducción tan drástica debido a los médicos perdidos, una herida grave suponía en aquellos momentos casi una muerte segura. Los que podían ser sacados de la primera línea eran llevados a los hospitales militares de Minsk, pero la capital era en aquellos momentos el objetivo de los soviéticos.

Los restos de las formaciones alemanas marchaban hacia el oeste intentando escapar a través de los bosques. Tenían escasez de agua, y muchos soldados se deshidrataban debido al calor. Todos sufrían una tensión espantosa por miedo a las emboscadas de los partisanos o a ser capturados por el Ejército Rojo. Los bombarderos y la artillería hostigaban a las topas en retirada derribando árboles y provocando la dispersión de las astillas. El encarnizamiento y la ubicuidad de los combates era tal que perdieron la vida en acción ni más ni menos que siete generales alemanes del Grupo de Ejércitos Centro.

Incluso Hitler tuvo que abandonar su manía de designar como fortalezas ciudades completamente inadecuadas. Sus comandantes intentaban en aquellos momentos no tener que defender ninguna ciudad precisamente por esa razón. A finales de junio, el V Ejército de Tanques de la Guardia había logrado abrirse paso con contundencia y había empezado a poner sitio a Minsk desde el norte. El caos reinaba en la ciudad mientras el cuartel general del Grupo de Ejércitos Centro y todo el personal alemán de la retaguardia se precipitaban a la huida. Los hombres que estaban en los hospitales malheridos quedaron abandonados a su suerte. Minsk fue capturada desde el sur el 3 de julio, y el grueso del IV Ejército alemán se vio atrapado entre la ciudad y el Beresina.

Incluso un Obergefreiter de los servicios sanitarios que no tenía acceso a los mapas del estado mayor se daba cuenta con toda claridad de la amarga ironía de su situación. «El adversario ha hecho ahora lo que hicimos nosotros en el 41: maniobra de envolvimiento sobre maniobra de envolvimiento», decía en una carta[7]. Otro Obergefreiter de la Luftwaffe comentaba en una carta a su esposa, residente en Prusia oriental, que ahora se encontraba solo a doscientos kilómetros de ella. «Si el ataque de los rusos sigue la misma dirección, no tardaréis mucho en tenerlos a la puerta de casa»[8].

La venganza llegó en Minsk, y recayó especialmente en los antiguos soldados del Ejército Rojo que habían prestado servicio en la Wehrmacht como Hiwis. Otros protagonizaron actos de venganza de carácter estrictamente personal, fruto de la salvaje represión que sufrió Bielorrusia y que causó la muerte a una cuarta parte de su población. «Un partisano, un hombre bajito», escribe Grossman, «ha matado a dos alemanes con un palo. Había rogado a los guardias de la columna que le entregaran a aquellos individuos. Estaba convencido de que eran los que habían matado a su hija Olya y a sus dos hijos, los dos niños que tenía. Les rompió los huesos y les aplastó el cráneo, y mientras les pegaba, lloraba y gritaba: “¡Aquí tenéis! ¡Esto por Olya! ¡Aquí tenéis! ¡Esto por Kolya!”. Cuando estuvieron muertos, apoyó los cadáveres en el tocón de un árbol y siguió golpeándoles»[9].

Los ejércitos mecanizados de Rokossovsky y Chernyakhovsky siguieron adelante, mientras detrás de ellos las divisiones de fusileros aplastaban a las fuerzas alemanas que habían quedado atrapadas. Los mandos soviéticos conocían en aquellos momentos la ventaja que suponía lanzar una carga rápida sobre el enemigo en fuga. No había que dar tiempo a los alemanes a que se recuperaran y prepararan nuevas líneas de defensa. El V Ejército de Tanques de la Guardia se dirigió a Vilnius, mientras que otras formaciones se encaminaban a Baranovichi. Vilnius cayó el 13 de julio después de encarnizados combates. Su siguiente objetivo fue Kaunas. Justo detrás se encontraba ya el territorio del Reich, Prusia oriental.

La Stavka planeaba ahora un golpe en el golfo de Riga, para atrapar al Grupo de Ejércitos Norte en Estonia y Letonia. Estas formaciones lucharon desesperadamente por mantener abierto un pasillo hacia el oeste, mientras por el este intentaban repeler a ocho ejércitos soviéticos. El 13 de julio, al sur de los Pantanos del Pripet, los ejércitos del Primer Frente Ucraniano del mariscal Konev iniciaron su ofensiva, que luego se llamaría Operación Lwów-Sandomierz. Tras aplastar las líneas alemanas mal defendidas, las formaciones de Konev avanzaron dispuestas a rodear Lwów. En el asalto de la ciudad diez días después contaron con la ayuda de tres mil hombres del Ejército Polaco del Interior, al mando del coronel Wladyslaw Filipkowski. Pero en cuanto fue tomada la ciudad, el NKVD, que ya se había apoderado del cuartel general de la Gestapo y de sus archivos, arrestó a los oficiales del Ejército del Interior y obligó a los soldados a unirse al I Ejército polaco comunista[10].

Después de tomar Lwów, el Primer Frente Ucraniano de Konev se encaminó hacia el oeste, directamente al Vístula, aunque la idea de las formaciones soviéticas era acercarse a Prusia oriental —territorio del «viejo Reich»—, eventualidad que causaba muchísimo temor entre los alemanes. Lo único en lo que aún tenían esperanza, como en Normandía, era en las armas V, especialmente la V-2. «Su eficacia será mucho más poderosa que la de la V-1», decía en una carta a la familia un cabo (Obergefreiter) de la Luftwaffe[11]. Pero él no era el único que temía que los Aliados se vengaran de estos ataques por medio del gas. Uno o dos aconsejaban incluso a sus familiares que compraran máscaras antigás si era necesario. Otros empezaban a temer que su propio bando «empiece a utilizar el gas (como último recurso)»[12].

Algunas unidades alemanas fueron obligadas a replegarse a una línea defensiva tras otra con la vana esperanza de detener la avalancha. «Los rusos nos atacan sin cesar», decía un Gefreiter de una brigada de construcción destinado a infantería. «Llevamos aguantando un bombardeo desde esta mañana a las 05:00. Quieren romper las líneas. Sus aviones de ataque a tierra están perfectamente coordinados con el fuego de la artillería. Los impactos de unos y otros se suceden. Yo estoy aquí, en nuestro búnkercito y os escribo quizá mi última carta». Casi todos los soldados rezaban en secreto pidiendo poder volver a casa, pero sin creer en realidad que fueran a conseguirlo[13].

Los acontecimientos se sucedían con tanta rapidez, como observaba otro Obergefreiter metido en otro Kampfgruppe improvisado, que «ya no cabe hablar de “frente”». Y añadía: «Solo puedo decirte que ya no estamos lejos de Prusia oriental, y quizá entonces venga lo peor»[14]. En la propia Prusia oriental, la población civil observaba el ajetreo de las carreteras cada vez con más ansiedad. Una mujer que vivía cerca de la frontera vio pasar por delante de su puerta «columnas de soldados y refugiados procedentes de Tilsit, que han sufrido un bombardeo terrible»[15]. Las incursiones aéreas de los soviéticos obligaban a los civiles a buscar refugio en los sótanos de las casas y a reforzar con tablas las ventanas hechas añicos. Los talleres y las fábricas habían dejado prácticamente de funcionar porque eran muy pocas las mujeres que acudían al trabajo. Viajar a más de cien kilómetros de distancia estaba prohibido. El Gauleiter de Prusia oriental, Erich Koch, no quería que los civiles huyeran al oeste, pues habría sido un gesto derrotista.

El avance de Konev continuó con rapidez desde Lublin, donde había sido descubierto el campo de concentración de Majdanek justo al oeste de la ciudad. Grossman se había unido al general Chuikov, cuyo ejército de Stalingrado, convertido ahora en el VIII de Guardias, había tomado la localidad. La principal preocupación de Chuikov era no dejar perder la ocasión de avanzar hacia Berlín, acción que para él era tan importante como para el general Clark tomar Roma. «Es de pura lógica y de sentido común», sostenía Chuikov. «Piénsalo un momento: ¡Los Stalingradtsy avanzan hacia Berlín!». Grossman, asqueado de la egolatría de los altos mandos e irritado por el hecho de que hubieran enviado a Konstantin Simonov a cubrir la noticia del campo de Majdanek en vez de dejársela a él, se dirigió al norte, hacia el lager de Treblinka, que acababa de ser descubierto[16].

Simonov estaba en compañía de un numeroso grupo de corresponsales extranjeros enviados a Majdanek por el Departamento Político Principal del Ejército Rojo para atestiguar los crímenes de los nazis. Con el slogan «No dividáis a los muertos», la postura de Stalin estaba bien clara. No debía hacerse mención de los judíos como categoría especial cuando se hablara de sufrimientos. Las víctimas de Majdanek debían ser calificadas solo de ciudadanos soviéticos o polacos. Hans Frank, jefe del Gobierno General nazi, quedó horrorizado cuando aparecieron en la prensa extranjera los detalles de las instalaciones que había en Majdanek para facilitar el exterminio. La rapidez del avance soviético había pillado a la SS por sorpresa, sin darles oportunidad de destruir los testimonios incriminatorios. A partir de ese momento tanto Frank como otros muchos tuvieron por primera vez la seguridad de que cuando acabara la guerra lo que los aguardaba era la horca.

La SS dispuso de un poco más de tiempo en Treblinka. El 23 de julio, cuando pudo oírse en la distancia la artillería de Konev, el comandante de Treblinka I recibió la orden de liquidar a los últimos supervivientes del campo. Se repartió aguardiente entre los agentes de la SS y los Wachmänner ucranianos antes de que empezaran a ejecutar a los prisioneros que quedaban. Max Levit, un carpintero de Varsovia, fue el único superviviente. Tras caer herido por las primeras ráfagas, quedó cubierto por otros cuerpos. Logró luego arrastrarse hasta el bosque, desde donde escuchó las caóticas descargas de los fusiles. «¡Stalin nos vengará!», había gritado un grupo de chicos soviéticos justo antes de ser tiroteados[17].

Poco antes de que la Operación Bagration aplastara a sus ejércitos en el este, Hitler había trasladado el II Cuerpo Panzer de la SS a Normandía, junto con la 9.ª División Panzer de la SS Hohenstaufen y la 10.ª División Panzer de la SS Frundsberg. Las interceptaciones de Ultra habían avisado a los líderes aliados en Normandía de que ambas formaciones estaban de camino. Eisenhower se subía por las paredes de impaciencia, pues la siguiente ofensiva de Montgomery contra Caen después de lo de Villers-Bocage no iba a estar lista hasta el 26 de junio. En realidad no era culpa de Montgomery, pues la gran tormenta que había caído había retrasado la concentración de las fuerzas que necesitaba para la que se llamaría Operación Epsom. Una vez más su intención era atacar al oeste de Caen y girar en torno a la ciudad para rodearla.

El 25 de junio dio comienzo un ataque de diversión más al oeste incluso, con el XXX Cuerpo reanudando su particular enfrentamiento con la División Panzer-Lehr. La 49.ª División, llamada la División Oso Polar debido a su emblema, logró obligar a la Panzer-Lehr a replegarse a las localidades de Tessel y Rauray, donde los combates fueron especialmente feroces. Desde que la 12.ª División Panzer de la SS Hitler Jugend había empezado a matar prisioneros, no hubo piedad por parte de nadie. Poco antes de que diera comienzo la lucha en el bosque de Tessel, el sargento Kuhlmann, al mando de un pelotón de morteros de la 1.ª/ 4.ª de Infantería Ligera King’s Own Yorkshire, anotó las órdenes en su agenda de campaña. Al final aparece escrito: «NTP por debajo del grado de comandante», esto es: «No tomar prisioneros por debajo del grado de comandante»[18]. Otros soldados recuerdan haber recibido la orden de «no hacer prisioneros», y aseguran que ese era el motivo de que la propaganda alemana empezara a llamar a la 49.ª División «los Carniceros del Oso Polar»[19]. Una interceptación de Ultra confirmaba que la Panzer-Lehr había sufrido «graves pérdidas»[20].

Montgomery habló de la Operación Epsom a Eisenhower como de una «confrontación definitiva», cuando a todas luces tenía la intención de librar la batalla con la misma cautela que de costumbre. En la historia oficial de la campaña de Italia escrita posteriormente se dice que Montgomery «tenía el raro don de combinar de modo harto convincente un lenguaje muy audaz y una forma de actuar muy cautelosa». Así fue especialmente en Normandía[21].

El VIII Cuerpo, que estaba recién llegado, lanzó el principal ataque con la 15.ª División escocesa y la 43.ª División Wessex por delante, mientras que por detrás iba la 11.ª División Acorazada dispuesta a aprovechar una eventual rotura de las líneas. En el bombardeo inicial participaron la artillería de las distintas divisiones y la de todo el Cuerpo en general, así como el armamento principal de los acorazados atracados frente a la costa. La 15.ª División escocesa avanzó rápidamente, pero por la izquierda la 43.ª se vio obligada a repeler un ataque de la 12.ª División Panzer. Al anochecer, los escoceses habían llegado al valle del Odón. Aunque los movimientos eran lentos porque se formaban peligrosos atascos de vehículos en las estrechas carreteras normandas, el avance continuó. Al día siguiente, el 2.º Batallón de Highlanders de Argyll y Sutherland, haciendo prudentemente caso omiso de la doctrina táctica al uso, cruzó el Odón en pequeños grupos y capturó el puente.

El 28 de junio, el teniente general sir Richard O’Connor, que había escapado de un campo de prisioneros en Italia y se encontraba en aquellos momentos al mando del VIII Cuerpo, quiso avanzar todavía más con la 11.ª División Acorazada y capturar una cabeza de puente sobre el río Orne más allá del Odón. El general sir Miles Dempsey, al mando del II Ejército británico, conocía por Ultra la inminente llegada del II Cuerpo Panzer de la SS, y teniendo allí cerca a Montgomery decidió actuar con prudencia. Tal vez habría sido más audaz si hubiera estado al tanto de los extraordinarios acontecimientos que estaban desarrollándose en el lado alemán.

Hitler acababa de convocar a Rommel en el Berghof, decisión extraordinaria cuando sus fuerzas estaban en pleno combate. Para agravar aún más la confusión, el comandante en jefe del VII Ejército, el Generaloberst Friedrich Dollmann, acababa de morir oficialmente de un ataque al corazón, aunque la mayoría de los oficiales alemanes sospechaba que se había suicidado tras la rendición de Cherburgo. Sin consultar a Rommel, Hitler nombró al Obergruppenführer Paul Hausser, que estaba al mando del II Cuerpo Panzer de la SS, para hacerse cargo del VII Ejército. Hausser, que había recibido la orden de contraatacar y enfrentarse a la ofensiva inglesa con las divisiones acorazadas de la SS Hohenstaufen y Frundsberg, tuvo que delegar en su segundo y dirigirse precipitadamente a su nuevo cuartel general en Le Mans.

El 29 de junio, la 11.ª División Acorazada, encabezada por su singular oficial al mando, el general Philip «Pip» Roberts, logró llevar sus tanques hasta la Colina 112, la altura más notable entre el Odón y el Orne. Y a continuación procedió a repeler los contraataques de la 1.ª División Panzer de la SS Leibstandarte Adolf Hitler, parte de la 21.ª Panzer, y de la 7.ª Brigada de Morteros con sus lanzacohetes Nebelwerfer de varios cañones, que chirriaban como una recua de asnos rebuznando. Los alemanes se dieron cuenta de la importancia de la captura de la Colina 112. Se envió al Gruppenführer Wilhelm Bittrich, el sustituto de Hausser, la orden urgente de que atacara por el otro flanco al cabo de una hora, utilizando su II Cuerpo Panzer SS reforzado con un Kampfgruppe de la 2.ª División Panzer SS Das Reich. De ese modo el II Ejército británico se encontró de pronto convertido en blanco de los ataques de siete divisiones acorazadas, entre ellas cuatro divisiones Panzer SS y parte de una quinta. En ese preciso momento, en Bielorrusia la totalidad del Grupo de Ejércitos Centro disponía solo de tres divisiones acorazadas, y eso después de ser reforzado. El sarcasmo de Ilya Ehrenburg cuando comenta que los Aliados se enfrentaron en Normandía con las migajas del ejército alemán no puede estar más lejos de la verdad.

Montgomery tuvo que enfrentarse al grueso de las divisiones panzer alemanas por unos motivos muy simples, como ya se le había advertido antes de la invasión. El II Ejército británico, al que se había asignado el sector este, era el que más cerca estaba de París. Si los ingleses y los canadienses rompían las líneas, el VII Ejército alemán, situado más al oeste y las formaciones destacadas en Bretaña quedarían aisladas.

El brío de la resistencia alemana en el sector británico había obligado a Montgomery a replantearse sus ideas acerca de conquistar la zona llana situada al sur de Caen para instalar aeródromos. Intentó hacer de una penosa necesidad virtud diciendo que estaba manteniendo ocupadas a las divisiones panzer para dar a los americanos la oportunidad de avanzar por el oeste. Ni estos ni la Real Fuerza Aérea, desesperados por las zonas de desembarco que les habían tocado en suerte, estaban muy convencidos.

A pesar de las palabras combativas pronunciadas ante Eisenhower, Montgomery había comentado al general George Erskine, de la VII División Acorazada, que a decir verdad no buscaba una «confrontación definitiva». «Cambio total por lo que a nosotros respecta», anotó en su diario el oficial de inteligencia de Erskine justo antes de que se iniciara Epsom, «pues Montgomery no quiere que ganemos terreno. Satisfecho con el hecho de que el II Ejército haya atraído a todas las divisiones panzer enemigas, ahora quiere que en este frente esté solo Caen y que los americanos se dirijan a los puertos de Bretaña. Así que el ataque del VIII Cuerpo sigue adelante, pero nosotros tenemos un objetivo muy limitado»[22].

El contraataque alemán durante la tarde del 29 de junio fue dirigido principalmente contra la 15.ª División escocesa en el lado oeste de la línea de avance. Los escoceses combatieron bien, pero el verdadero daño que recibió el Cuerpo Panzer de la SS, que acababa de llegar a la zona, se lo infligió la Marina Real. Temiendo que se produjera un contraataque aún mayor en el lado sudeste de la Colina 112, Dempsey dijo a O’Connor que replegara sus tanques. Al día siguiente, Montgomery detuvo la ofensiva porque el VIII Cuerpo había perdido más de cuatro mil hombres. Una vez más el popular militar inglés no había sabido asegurar su éxito con rapidez. Lo trágico fue que los combates de la semana siguiente para reconquistar la Colina 112 causarían más muertes de las que se produjeron durante su defensa.

Tanto Rommel como el general Geyr von Schweppenburg quedaron aterrados al ver el efecto del fuego de la artillería naval desde una distancia de treinta kilómetros sobre las divisiones Hohenstaufen y Frundsberg. Los cráteres producidos por las bombas tenían cuatro metros de ancho por dos de profundidad. La necesidad de convencer a Hitler de que tenían que retirar sus fuerzas detrás del río Orne se hizo todavía más perentoria. Geyr estaba aturdido por las pérdidas sufridas en aquella batalla defensiva, cuando lo que él habría preferido era utilizar sus divisiones panzer en un contraataque masivo. Habían sido arrastrados al combate para hacer de «refuerzo de corsé» de las divisiones de infantería, que eran demasiado débiles, y ahora resultaba que no había divisiones de infantería suficientes para poder retirar sus formaciones panzer y permitirles recuperarse un poco. Así, pues, lejos de «llevar la voz cantante» en el campo de batalla como le gustaba decir, Montgomery se había visto en realidad atrapado en una batalla de desgaste por los propios problemas del ejército alemán.

Geyr escribió un informe muy crítico de la estrategia alemana en Normandía, que habría exigido una defensa flexible y la retirada de sus fuerzas detrás del Orne. Sus comentarios sobre la interferencia del OKW, que claramente se referían a Hitler, condujeron a su inmediata destitución. Fue sustituido por el General der Panzertruppen Hans Eberbach. La siguiente víctima de alto rango fue el propio mariscal von Rundstedt, que había avisado a Keitel de que no iba a ser posible parar a los Aliados en Normandía. «Deberíais poner fin a toda la guerra», había comentado. Rundstedt, que también había respaldado el informe de Geyr, fue sustituido por el Generalfeldmarschall Hans von Kluge. A Hitler le habría gustado sustituir también a Rommel, pero semejante medida habría causado una impresión desastrosa tanto en Alemania como en el extranjero.

Kluge llegó al cuartel general de Rommel en el castillo de La Roche-Guyon, a orillas del Sena, e hizo algunos comentarios mordaces acerca de la forma de dirigir la lucha hasta ese momento. Rommel estalló y le dijo que primero fuera a ver el frente y comprobara él mismo cuál era la situación. Así lo hizo Kluge durante los días sucesivos y quedó desconcertado ante el panorama que pudo contemplar. Aquello era muy distinto de la imagen que le habían pintado en el cuartel general del Führer, donde le habían dicho que sin duda Rommel era demasiado pesimista en lo concerniente al poderío aéreo de los Aliados.

Un poco más al oeste, el I Ejército americano de Bradley había quedado atascado en los sangrientos combates en los que se había visto envuelto en los pantanos al sur de la península de Cotentin y el bocage, en la zona rural al norte de Saint-Lô. Los constantes ataques con simples batallones contra el II Cuerpo de Paracaidistas alemanes costaron muchas bajas. «A los alemanes no les queda gran cosa», comentó con respeto un oficial de una división americana, «pero ¡diablos!, saben bien cómo usarlo»[23].

Utilizando las lecciones aprendidas en el frente oriental, los alemanes lograron compensar su inferioridad numérica en materia de hombres, artillería y sobre todo de aviones. Para la primera línea de defensa excavaron pequeños refugios en la base elevada de los impenetrables setos, tarea dura y laboriosa habida cuenta de lo intrincado de las viejas raíces, para construir en ellos nidos de ametralladoras. Un poco más atrás, la línea principal disponía de tropas suficientes para llevar a cabo un contraataque inmediato. Detrás de ellas, habitualmente en terreno en pendiente, solía colocarse un cañón de 88 mm capaz de poner fuera de combate a cualquier Sherman que apareciera en apoyo de los ataques de la infantería. Todas las posiciones y todos los vehículos eran meticulosamente camuflados, lo que significaba que la ayuda que pudieran prestar los cazabombarderos aliados era relativamente escasa. La artillería fue el recurso que más utilizaron Bradley y sus mandos: como cabe imaginar, los civiles franceses consideraron que lo hicieron en exceso.

Los propios alemanes describieron la lucha en el bocage como una «guerra sucia entre matorrales»[24]. Colocaban minas en el fondo de los cráteres abiertos por las bombas delante de sus posiciones para que cualquier soldado americano que se lanzara en su interior buscando refugio perdiera las piernas. A lo largo de los senderos disponían lo que los americanos llamaban minas castradoras o bouncing Betty’s, que saltaban y explotaban a la altura de la entrepierna. Los tripulantes de sus tanques y los soldados encargados de accionar los cañones de campaña se hicieron expertos en disparar las llamadas salvas de árbol, lo que significaba tirar una bomba que explotara en la cima de un árbol y produjera astillas capaces de herir a cualquier individuo que estuviera escondido debajo.

La táctica americana solía basarse en el «fuego en marcha» a medida que avanzaba la infantería, lo que suponía ir disparando constantemente sobre todo lo que pudieran ser posiciones enemigas. La cantidad de munición utilizada sería, en consecuencia, enorme. Los alemanes tenían que ser más eficaces. Un alemán esperaba pegado a un árbol a que pasaran los soldados de infantería enemigos y entonces disparaba contra uno de ellos por la espalda. Esto hacía que los compañeros del herido se echaran a tierra al descubierto y que los equipos de morteros alemanes lanzaran contra ellos bombas que estallaban en el aire mientras estaban en el suelo con todo el cuerpo expuesto. A los sanitarios que acudían a socorrer a los heridos les disparaban deliberadamente. A menudo aparecía un solo alemán con las manos en alto como si quisiera rendirse y cuando los americanos se acercaban a él con la intención de hacerlo prisionero, se echaba a un lado y las ametralladoras escondidas acribillaban a los soldados desprevenidos. No es de extrañar que después de varios incidentes de ese estilo fueran pocos los americanos dispuestos a coger prisioneros.

En el ejército alemán la fatiga de combate no estaba reconocida como enfermedad; era considerada cobardía. A los soldados que intentaban eludir el combate autolesionándose se les pegaba un tiro y punto. En comparación, el ejército americano, el canadiense y el británico eran extraordinariamente progresistas. Casi todas las bajas de carácter psiconeurótico se produjeron como consecuencia de la lucha en el bocage, y la mayoría de sus víctimas fueron reemplazos, que se habían visto metidos en la pelea mal entrenados y peor preparados para sustituir a un caído en combate. Al final de la campaña unos treinta mil hombres del I Ejército norteamericano fueron computados como bajas por motivos psicológicos. El jefe del servicio de sanidad del ejército estadounidense calculaba que en las fuerzas norteamericanas de primera línea había habido un diez por ciento de bajas por motivos psicológicos[25].

Los psiquiatras del ejército británico y del ejército estadounidense declararon una vez acabada la contienda que les sorprendió el escaso número de casos de fatiga de combate que encontraron entre los prisioneros de guerra alemanes, aunque sus sufrimientos como consecuencia de los bombardeos aliados habían sido mucho mayores. Llegaban a la conclusión de que la propaganda del régimen nazi desde 1933 había ayudado casi con toda seguridad a preparar psicológicamente a sus soldados. De un modo bastante similar, podríamos decir que la enorme dureza de las condiciones de vida imperantes en la Unión Soviética curtieron a los soldados que sirvieron en el Ejército Rojo. Era impensable que los ejércitos de las democracias occidentales aguantaran esos mismos niveles de dureza.

Aunque Rommel y Kluge suponían que la principal línea de avance en Normandía iba a venir del sector anglocanadiense en el frente de Caen, imaginaban también que se produciría un ataque americano cerca de la costa del Atlántico. Bradley, sin embargo, había fijado en Saint-Lô el extremo oriental de su posición de ataque para la gran ofensiva.

Tras los decepcionantes resultados de la Operación Epsom, Montgomery no hizo mucho por hablar sinceramente con Eisenhower, que cada vez estaba más exasperado ante la aparente autosuficiencia del inglés. Montgomery no sería nunca capaz de reconocer que alguna de sus campañas no estaba saliendo según su «plan magistral». Sin embargo, era consciente del disgusto que estaba provocando su falta de progreso tanto en el cuartel general de Eisenhower como en Londres. Asimismo estaba perfectamente al corriente de la escasez de recursos humanos que padecía el país. Churchill temía que, si su poderío militar iba reduciéndose, Gran Bretaña tendría muy poco que decir en los acuerdos de posguerra.

En su afán de lograr un avance en toda regla sin perder muchos más hombres, Montgomery estaba dispuesto a contradecir uno de sus lemas favoritos. El otoño anterior en Italia, había afirmado categóricamente en una conferencia informativa ante los corresponsales de guerra que «los bombarderos pesados no pueden participar a fondo en una batalla terrestre contra una primera línea»[26]. El 6 de julio, eso fue precisamente lo que procedió a solicitar a la RAF para que le ayudara a tomar Caen. Ansioso de que por fin se produjera algún avance, Eisenhower lo apoyó plenamente y al día siguiente se reunió con el mariscal jefe del aire Harris. Este accedió a enviar aquella misma noche cuatrocientos sesenta y siete bombarderos Lancaster y Halifax contra los barrios del norte de Caen, defendidos por la 12.ª División de la SS Hitler Jugend. Pero el ataque sufrió una lamentable desviación de los objetivos.

Como en Omaha, los marcadores de objetivos esperaron un ratito antes de disparar para asegurarse de no dar a sus propias tropas. La consecuencia de ese retraso fue que la mayoría de las bombas cayeron en el centro de la antigua ciudad normanda. Las bajas de los alemanes fueron pocas comparadas con las que sufrió la población civil francesa, que fue la víctima no reconocida de los combates librados en Normandía. La campaña dio lugar a una terrible paradoja. En su afán por reducir sus propias bajas, es probable que los altos mandos de las democracias occidentales mataran a un número más elevado de civiles debido al uso excesivo de explosivos de alta potencia.

El ataque de los británicos y los canadienses se produjo a la mañana siguiente. Esa demora dio a la división Hitler Jugend casi doce horas para recuperarse, y la terrible resistencia que presentó causó muchísimas bajas. Luego los alemanes desaparecieron de repente, tras recibir la orden de replegarse al sur del Orne. Los ingleses tomaron rápidamente el norte y el centro de la ciudad. Pero ni siquiera este éxito parcial de los Aliados resolvió el problema fundamental del II Ejército. Seguía careciendo de espacio para construir suficientes aeródromos avanzados y para desplegar el resto del I Ejército canadiense que seguía esperando en Inglaterra.

Muy a regañadientes, Montgomery aceptó el plan de Dempsey de utilizar las tres divisiones acorazadas —la 7.ª, la 11.ª y la recién llegada División Acorazada de la Guardia— para abrirse paso hacia Falaise desde la cabeza de puente situada al este del Orne. Las dudas de Montgomery tenían que ver sobre todo con sus prejuicios en contra de la caballería y de que las formaciones blindadas anduvieran «pavoneándose por ahí». Como buen militar conservador, su idea no era llevar a cabo una ofensiva cuidadosamente programada, pero no podía permitirse más bajas de infantería, y tenía que hacer algo. Las quejas y las pullas no solo venían de los americanos. La RAF estaba furiosa. Las protestas de que había que echar a Montgomery venían ahora del lugarteniente de Eisenhower, el mariscal jefe del aire Tedder, y del mariscal del aire Coningham, que no había perdonado nunca a Monty haber acaparado toda la gloria en el norte de África y haber hablado muy poco de su Fuerza Aérea del Desierto.

La Operación Goodwood, lanzada el 18 de julio, se convirtió en el ejemplo más evidente del don de combinar un «lenguaje muy audaz y una forma de actuar muy cautelosa» de toda la carrera de Montgomery. El militar inglés vendió a Eisenhower con tanta convicción la idea de llevar a cabo un avance definitivo en toda regla que el comandante supremo respondió: «Estoy contemplando semejante perspectiva con el optimismo y el entusiasmo más enormes. No me sorprendería en absoluto verte obtener una victoria que haga que algunos de los “viejos clásicos” parezcan meras escaramuzas entre pequeños destacamentos»[27]. Montgomery había causado esa misma impresión al mariscal Brooke en Londres, pero al día siguiente presentó a Dempsey y a O’Connor un objetivo mucho más modesto, a saber avanzar una tercera parte del camino hacia Falaise y ver cómo se ponían las cosas. Por desgracia, las reuniones informativas con sus oficiales dieron a entender que iba a tratarse de una ofensiva más decisiva que la de El Alamein, y a los corresponsales de prensa se les habló de un avance «al estilo ruso» que situaría al II Ejército casi doscientos kilómetros más adelante. Los periodistas, asombrados, señalaron que casi doscientos kilómetros significaban directamente París.

Todavía ansiosa por conseguir sus aeródromos avanzados, la RAF estaba otra vez dispuesta a suministrar sus aparatos. De ese modo a las 05:30 del 18 de julio dos mil seiscientos bombarderos de la RAF y de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos lanzaron siete mil quinientas sesenta y siete toneladas de bombas sobre un frente de siete mil metros. Por desgracia, los servicios de inteligencia del II Ejército no supieron detectar que las líneas de la defensa alemana se extendían en cinco líneas sucesivas hasta la cuesta de Bourguébus, que el II Ejército debía tomar si quería avanzar hasta Falaise. Para empeorar las cosas, la compleja marcha de aproximación de las tres divisiones acorazadas las llevó a través de puentes portátiles Bailey sobre el canal de Caen y el río Orne hasta una cabeza de puente restringida en la que la 51.ª División Highland había puesto un campo de minas muy tupido. Temeroso de alertar al enemigo, O’Connor ordenó que se despejaran unos cuantos pasillos en el último momento que permitieran cruzarlo, pero que no se quitaran todas las minas. Los alemanes, sin embargo, eran conscientes de la inminencia del ataque. Habían visto todos los preparativos desde los edificios altos de una fábrica situada más al este y gracias a los vuelos de reconocimiento. Ultra había captado que la Luftwaffe tenía conocimiento de la operación, pero el II Ejército siguió adelante con su plan.

Las tropas se pusieron en pie en sus tanques para contemplar con una mezcla de admiración y nerviosismo la destrucción causada por los bombarderos, pero los atascos de tráfico que se formaron detrás debido a la estrechez de los pasillos abiertos en el campo de minas hicieron que el ataque se frenara fatídicamente. De hecho, los retrasos fueron tan grandes que O’Connor detuvo a la infantería transportada en camiones para que pudieran pasar primero los tanques. Una vez que logró pasar, la 11.ª División Acorazada avanzó con rapidez, pero entonces se topó con una emboscada de cañones antitanques perfectamente escondidos en edificios de piedra de granjas y aldeas. Estos eran objetivos de los que solía ocuparse la infantería, pero los tanques estaban solos y sufrieron terribles pérdidas. La división había perdido también al oficial de enlace con la aviación, que había sido uno de los primeros en caer, de modo que no pudo pedir ayuda a los escuadrones de cazas Typhoon que sobrevolaban la zona. Sufrieron el fuego devastador de los cañones de 88 mm situados en la cuesta de Bourguébus y un contraataque de la 1.ª División Panzer SS. La 11.ª División y la División Acorazada de la Guardia perdieron entre las dos aquel día más de doscientos tanques.

El general Eberbach, que contaba con que la ofensiva acorazada británica desbordara por completo a sus fuerzas y rebasara su línea exageradamente amplia, no podía dar crédito a su suerte. Al día siguiente el II Ejército y los canadienses lograron avanzar en varios lugares, ampliando su control al sur de Caen, pero la cuesta de Bourguébus siguió en su totalidad en manos de los alemanes. Al poco rato cayó sobre la zona un torrencial aguacero. Montgomery encontró la excusa para suspender el ataque, pero el daño a su reputación ya estaba hecho.

Los americanos y la RAF se indignaron todavía más debido a sus jactancias prematuras y a su posterior autocomplacencia, cuando era tan poco lo que había conseguido. Por otra parte aquella Operación Goodwood tan poco gloriosa había venido a confirmar la creencia de Kluge y Eberbach de que en Normandía el principal ataque estaba todavía por venir y de que iba a producirse en la carretera de Falaise. En consecuencia, cuando finalmente el general Bradley lanzó cinco días después la Operación Cobra, al principio Kluge no envió ninguna división panzer a detenerla. Y el 20 de julio, el día en que llegaron las lluvias a Normandía, estalló una bomba en la Wolfsschanze, cerca de Rastenburg.

La Segunda Guerra Mundial
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