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… fue así como, página tras página, llegó la última. Leía lentamente.

Junto a él, una mujer viejísima miraba hacia adelante con ojos de ciega y escuchaba.

Leyó las últimas líneas.

Leyó la última palabra.

Y la última palabra era: América.

Silencio.

—Continúa, Jun. ¿Tienes ganas?

Jun levantó los ojos del libro. Por delante había kilómetros de colinas, y después un acantilado y después el mar y después una playa y después un bosque tras otro y después una larga llanura y después una carretera y después Quinnipak y después la casa del señor Rail y dentro el señor Rail.

Cerró el libro.

Le dio la vuelta.

Volvió a abrirlo por la primera página y dijo

—Sí.

Pero sin tristeza. Hay que imaginárselo dicho sin tristeza.

—Sí.