Capítulo 4: La solapada clausura del Valle y el papel de la comunidad benedictina
1. Los benedictinos señalados
1. Los benedictinos señalados
Durante la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero, la cuestión del Valle se convierte en algo prioritario para el Gobierno y ocupa cada vez mayor espacio en los medios de comunicación. Los socialistas continuaban con su política de hechos consumados en la esperanza de que, dejándolo languidecer, mientras lo condenaba como lugar de oprobio, llegaría a poder clausurarlo finalmente de manera «discreta». El empeño que puso en esa labor de zapa, es algo que debe ser analizado y suponemos que lo será cuando se alcance cierta perspectiva histórica. No hay precedentes en ninguna democracia occidental de una campaña similar contra la historia común y sus símbolos. Solo por la búsqueda de un designio político del mayor calado puede explicarse el comportamiento de un gobierno que, como aquel, trataba de quebrar la convivencia y la paz social agitando los peores fantasmas de un pasado superado hacía tiempo.
Los enemigos del Valle, tanto el Gobierno como sus acólitos de la prensa y la historiografía afines, reconocieron muy pronto como principal escollo la presencia de los benedictinos, dispuestos a no dejarse avasallar para continuar cumpliendo los fines fundacionales del Monumento que les llevaron allí hacía medio siglo. Ceder significaba dar la espalda a la Verdad, y eso, sobre todo si que no podían hacerlo. Resulta significativo que, desde el principio de la campaña por establecer la leyenda negra del Valle, sus autores les atacaran o mostraran su desprecio hacia ellos: ya, como vimos, José María Calleja los describía como una presencia agobiante y antidemocrática en el Valle de los Caídos «esos benedictinos que están por todas partes y lo controlan todo», venía a decir:
La democracia no ha llegado al Valle, y desde los Benedictinos, que hacen y deshacen, ordenan y mandan, hasta las dificultades para acceder a sus archivos, pasando por el fuerte olor a franquismo que sigue desprendiendo no solo la cripta, aquel es un lugar puramente franquista, en el que los demócratas son mirados con recelo, como intrusos que profanan el lugar sagrado liderado por Franco[226].
Con muy escaso respeto empezaban a tratar al Abad, cuando no con mal disimuladas reticencias, como lo hacía Fernando Olmeda, y ya con desfachatez, pretendidamente graciosa, se refería a él, Tario Rubio en su obra sobre el Valle:
En el programa «Informe semanal» emitido el 3 de diciembre de 2005 por Televisión Española, se entrevistó a Anselmo Álvarez (un jesuita conocido con el nombre de Abad), quien dirigió el Mausoleo de Cuelgamuros[227].
Triste y fallido chiste el de Tario que seguramente sabe que Dom Anselmo ni es jesuita ni conocido «con el nombre de Abad». Por mucho que pueda despistarse sabe muy bien que Abad no es un nombre; (en la misma frase le llamaba Anselmo). ¿De donde tanta calculada displicencia? Aparte del odio a la Iglesia en general que caracteriza a todo el ejército de asaltantes y demoledores del Valle, el desprecio hacia Dom Anselmo venía precisamente del hecho de reconocerle como superior jerárquico de los defensores de lo que cada vez más parecía convertirse en un objetivo militar.
A partir de entonces, la postura del bando agresor se irá radicalizando hasta dar lugar a las increíbles escenas que nos vemos obligados a recoger en este estado de la cuestión.
Aparece en agosto de 2011 una nueva obra sobre el Valle de los Caídos; El Valle de los Caídos. Crónica de una persecución salvaje[228], que, ya en su título, anuncia el tratamiento que da al tema. Se trata de la crónica del asalto final, con el relato de todos los subterfugios, tretas y atropellos cometidos por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, en su recta final, con el propósito de lograr, por el medio que fuera, la clausura del Valle.
Uno de sus autores, Pablo Linares Clemente, preside la Asociación Para la Defensa del Valle de los Caídos[229], dedicada, en palabras suyas, a la defensa del monumento, promoción, desarrollo y divulgación de la construcción del Valle de los Caídos, y su carácter de reconciliación entre españoles. Destaca, asimismo, en la contraportada, el hecho de que dicha asociación (ADVC) obtuvo del Tribunal de Justicia de Madrid, el 7 de febrero de 2011, el reconocimiento de su legitimidad ante cualquier asunto o reclamación referente al Valle de los Caídos.
En su anexo II, incluye la obra, el informe que el abogado de la Asociación, Pedro Cerracín, sobre sus actuaciones judiciales en el cumplimiento de su fin primordial, la defensa del Valle. Traza Cerracín una breve historia de algunos aspectos del acoso al Valle desde la Administración socialista. Destacamos, de la misma, el cierre del recinto por el Gobierno, el 6 de abril de 2010, por la vía de hecho, «prescindiendo de cualquier forma jurídica», ante lo que la ADVC interpuso recurso contencioso administrativo, ante el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que lo admitió a trámite y requirió a la Administración para que informara al respecto. La respuesta fue tan insostenible en su argumentación como que pretendía basar su decisión en el peligro que supuestamente corrían los visitantes ante el riesgo de desprendimientos de alguna parte del monumento, en un perímetro de 1365 hectáreas. Termina su informe, el abogado, enumerando todas las leyes infringidas por la Administración, en el curso de su «persecución salvaje», desde la Constitución (Art.o. 14 y 16) hasta el Código de Derecho Canónico, pasando por la propia LMH (Art. 16) o el Código Penal (Art.o 321, 404 —prevaricación—, 409 —dejación de funciones—, 522 —patrimonio—, 523, 524, y 525).
En el prólogo del libro, Pío Moa, relaciona el ataque contra el Valle con la persecución religiosa iniciada ya en el siglo XIX, destacando el período álgido de la II República, de cuyos crímenes nunca nadie ha hecho la menor autocrítica desde la izquierda. Comienza diciendo:
Para entender la inicua y demencial persecución del actual gobierno socialista al Valle de los Caídos es preciso tener en cuenta varios hechos históricos concluyentes, pero sobre los que se ha querido establecer un tabú antidemocrático.
Recoge, a continuación, los principales mitos contra el Valle, acuñados por la izquierda, a los que nos referimos en este trabajo:
… el acoso al Valle de los Caídos ha venido envuelto en una nube de calumnias. El monumento lo habrían construido 20 000 (la cifra puede variar) presos de izquierdas sin paga, en trabajos forzados. Cientos o miles de ellos habrían perecido en la obra debido a las condiciones laborales esclavistas […] y otras falsedades por el estilo, repetidas incesantemente desde los medios de comunicación, explotando la ignorancia de la mayoría y negando los hechos reales por el método, de nuevo falsario y totalitario, de tildar de fascistas a quienes los exponen[230].
Termina con una afirmación que apoyamos, en cuanto a la importancia del restablecimiento de la verdad histórica. En este caso, con carácter de urgencia:
La falsificación del pasado envenena el presente y nos devuelve, casi inconscientemente, a unos odios que parecían felizmente superados. En defensa de la reconciliación y de la paz civil, es preciso que todo el pueblo español conozca los hechos y lo que hay detrás de ellos, porque consentirlos por un falso espíritu de conciliación —en realidad de claudicación ante la injusticia— solo puede empujarnos a todos en la peor dirección posible.
El libro resume, asimismo, una página decisiva en esta historia de forcejeos —solapados a veces, brutales otras— entre el Gobierno y sus representantes de una parte y los monjes del Valle de los Caídos, verdaderos defensores, casi en solitario, ante el asalto que soportaba el conjunto monumental. Los socialistas, aunque trataron de clausurarlo sin que se notaran sus verdaderas motivaciones, no siempre guardaron las formas. Ni las más elementales siquiera.
Ya en diciembre de 2009, el Subsecretario de Presidencia, Juan José Puerta Pascual, había increpado, brutalmente, al Abad, según informa Pablo Linares:
Se ha sabido que el 21 de diciembre de 2009, el Subsecretario de Presidencia Juan José Puerta Pascual, se reunió con el Abad y, en una tensísima entrevista, trató de forzar a la Comunidad benedictina, con muy malas maneras y amenazas (¡Váyanse de una puta vez del Valle!, ¡a ver cuando se enteran de que en España ya no se va a misa!), a que abandonaran el Valle inmediatamente «por las buenas», ya que si no lo hacían así desde instancias más elevadas se tomarían medidas drásticas para que la salida se llevase a efecto de forma inmediata, empezando por ahogar económicamente a la Comunidad[231].
El exabrupto tiene reminiscencias de Azaña en la Cortes de la República, con su «España ha dejado de ser católica», pero resulta tan increíble que un alto cargo pueda comportarse de ese modo, que el autor se siente obligado a informar a los lectores sobre su perfil biográfico. Resulta que el señor Puerta es economista, y pertenece a los Cuerpos Superiores de Interventores y Auditores del Estado. Ha sido Director General de Informática Presupuestaria y también de Presupuestos, e Interventor Delegado de Patrimonio Nacional, y Presidente de INFOINVEST, antes de ser nombrado Subsecretario por Real Decreto 1021/2009, de 19 de junio. La escena tuvo lugar en su despacho de La Moncloa, muy próximo al de su jefa, María Teresa Fernández de la Vega, y en presencia del Director General de Presidencia, Pablo Larrea Villacián. A Dom Anselmo Álvarez, le acompañaba, a su vez, el Prior de la Comunidad, padre Alfredo Maroto. Ante un suceso tan grave como esclarecedor, se comprende que resultaba necesario informar detalladamente de todos estos detalles, que, además, ayudan a calibrar la lucha que tenía lugar en plena sede del Gobierno, así como la importancia que se le otorgaba a la cuestión del Valle. De los modos empleados, es mejor no decir nada. Por sí mismos, de confirmarse, califican a su autor.
El Subsecretario, aparte de su zafiedad, se comportaba, seguramente, de ese modo porque ya el asalto había entrado en una nueva fase que el Gobierno esperaba, claramente, que fuese final. Acababan de cerrar el Valle con el manido pretexto de las obras de restauración que debían acometerse, y empezaban a comprobar que sus sospechas eran ciertas: el principal obstáculo eran los monjes. De ahí la crispación, imposible de disimular, que mostraban en su trato con ellos. Mentían abiertamente. El relato, —incluido también en el libro de Linares y Manrique— del Abad no deja lugar a dudas en cuanto a la falta de sinceridad manifestada por los miembros del Gobierno en su relación con los monjes:
… en diciembre de 2009, unas llamadas de funcionarios a la Abadía anunciaban que el Valle debía cerrarse. Contacté con el Gobierno que al principio no sabía nada del asunto pero media hora después mi interlocutor del Gobierno me contaba una historia kafkiana que no repetiré y que servía solo para cerrar la basílica. Dijeron que la abrirían después de la Inmaculada, pero ocho días después de esta fiesta seguía cerrada, así que informé a mis superiores: el Arzobispado, el Nuncio y la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Al cabo de unos días un Subsecretario del Gobierno viene a verme y me cuenta que la conservación del Valle es deplorable y que requiere una restauración íntegra y debe cerrarse la basílica. Pero me informé, y vi que ni había plan ni presupuesto, ni nada concreto sobre esa restauración[232]…
Todavía no era la Piedad, destrozada luego por sus supuestos restauradores, sino toda la Basílica la que se presentaba como un peligro para los desinformados católicos que se arriesgaran a ir a Misa. Así que, en un nuevo alarde de hipocresía y doblez, se cerraba el Valle «por razones de seguridad». Ya hemos visto la reacción furibunda del propio Subsecretario, días más tarde, al encontrarse con dos de los monjes en su despacho. No tenían argumentos, pero estaban dispuestos a cerrarlo como fuera. Solo la intervención del mismo Papa, pudo salvar la situación, al menos de momento. El Gobierno debía reconsiderar su postura y prometía abrir la Basílica para el próximo mes de marzo. Se podría interpretar que en ese plazo habrían terminado ya las esgrimidas obras de restauración. Que el Papa conocía la situación que se vivía en España, bajo el Gobierno de Zapatero, es algo que quedaría de manifiesto con motivo de su viaje pastoral a Santiago de Compostela y Barcelona, en noviembre de 2010, por las declaraciones realizadas durante su vuelo:
… en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como se vio en la década de los años treinta… Y ese enfrentamiento, disputa entre fe y modernidad, ocurre también hoy de manera muy vivaz[233].
Benedicto XVI no exageraba en su análisis, pero no dejaban de constituir sus declaraciones tanto una denuncia como una llamada de alerta. Que fuese él, con todo su peso intelectual, quien comparase la situación de España con la época de la peor persecución religiosa vivida en Europa desde los tiempos de Diocleciano, era algo que no pasaría inadvertido.
La izquierda reaccionó tratando de presentar la visita del Papa como un rotundo fracaso; el diario El País titulaba: «El Pontífice apenas reúne 100 000 fieles en Barcelona… la capacidad de convocatoria de Benedicto XVI no alcanzó ni de lejos las 400 000 personas que había previsto el Ayuntamiento […] el “papamóvil” circuló con velocidad por calles semivacías[234]» y trataba de comparar una visita pastoral con algo parecido a la gira de un cantante: «comerciantes y hoteleros no ven cumplidas sus expectativas de negocio», y publicaba una fotografía de una pareja homosexual besándose al paso del Papa, con el siguiente pie de foto: «Varios gais se besan en público al paso del Papa en protesta por sus críticas al matrimonio homosexual», en un intento de presentarle como el retrógrado que no era, dispuesto a negar los derechos que la ingeniería social de Zapatero, había concedido a esta minoría.
Lo cierto es que la voz del Papa era ya casi la única que aún lograba hacerse oír en la condena de la falsa libertad, bajo cuyo nombre se amparaban las políticas del Nuevo Orden Mundial; contrarias, realmente, a los derechos humanos, defendidos por la Iglesia. Pero no era nada nuevo: enlazaba Ratzinger con la denuncia de su antecesor, Pío XI, que, en 1933, condenaba la misma actitud de los poderes públicos de la II República. Y para ello publicó toda una encíclica, Dilectissima nobis, dedicada al caso español, en la que decía textualmente: «… el laicismo agresivo inspirador de la Constitución [republicana] no solo no ha remitido, sino que se ha agravado» y, refiriéndose a la Ley de Congregaciones Religiosas, continuaba calificándola como «una nueva y más grave ofensa no solo a la religión y a la Iglesia, sino a los decantados principios de la libertad civil[235]». Son palabras que podían aplicarse a la realidad española de aquel momento tanto como a la del Gobierno de Zapatero y a su legislación. Lo que estaba en peligro era exactamente eso: la libertad civil; y esto sí que era memoria histórica.
Poco antes de producirse la polémica desatada, una vez más, contra el Papa, el Gobierno, con todo el sigilo posible, procedía a violar su propia LMH, practicando las exhumaciones de restos en el Valle de los Caídos, que formaban parte de su proyecto de recuperación de la Memoria Histórica: en octubre saltaba a la Prensa la noticia de que a primeros de septiembre de ese año —2010— se habían abierto, en la Cripta del Valle, «seis osarios centrales y dos grandes columbarios aledaños». El Periódico citando la información publicada en Interviú, decía el 18 de octubre:
El ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero intentó que no trascendiera su actuación en el Valle de los Caídos, donde a principios de septiembre abrió seis osarios centrales y dos grandes columbarios aledaños. Patrimonio Nacional, según publica hoy Interviú, solicitó un dispositivo especial de seguridad para que la basílica fuera vigilada día y noche, evitando así que la operación saliera a la luz pública[236].
Habían contratado, —continuaba la información— vigilantes para reforzar la seguridad, y, aprovechando, además, el hecho de que los lunes permanecía cerrado el recinto, habían echado abajo los muros «que hasta aquel día, habían velado los restos de 40 000 personas guardados en cajas de madera». Los expertos habían estado acompañados por «familiares de víctimas republicanas que habían solicitado —sin éxito— subvenciones para localizar sus restos».
La Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, se vio obligada a reconocer las exhumaciones secretas, pero aclaraba que las mismas habían comenzado ya en el mes de mayo; mucho antes de lo que descubría Interviú, aunque dicha publicación insistía en que «los trabajos dentro de las criptas se limitaron a los días 8 y 9 de septiembre, dentro de un dispositivo de seguridad para evitar filtraciones[237]». Es decir, el Gobierno demostraba que, con el juez Garzón o sin él, estaba dispuesto a llevar adelante las exhumaciones en el Valle. Hay que decir que muy «oportunamente», por aquellos días, todas las fuerzas políticas —con excepción del PP— representadas en el Senado, habían solicitado al Gobierno la transformación del Valle de los Caídos para que «el monumento franquista cumpla con la ley de la memoria histórica[238]». Es decir, que los propios senadores parecían desconocer el texto de la ley que invocaban. Pero lo que se ocultaba detrás de esta petición, venía a descubrirlo la moción —enmendada por el propio grupo socialista— presentada por Joan Josep Nuet, de la Entesa Catalana de Progrés, que sostenía que la adaptación a la LMH debería servir, «por ejemplo» para que dejasen de celebrarse «misas en honor del “hermano Francisco” (nombre con el que, según el senador, se refiere el abad benedictino del lugar a Francisco Franco) o para que se reconozca “como se construyó” el monumento[239]».
Volvía a relacionarse al Régimen «maldito» con los supuestos horrores cometidos por el mismo durante la construcción del Valle, y con los benedictinos, señalados como escollo principal, capaces de seguir celebrando misas en honor de Franco, el fundador del oprobioso monumento.
Lo que nunca reconoció el Gobierno fue el desánimo, o estupor, que debieron sentir sus representantes —así como los familiares de las víctimas republicanas— ante el resultado de sus ocultas exhumaciones; resultaba que lo que los monjes venían diciendo desde el principio era cierto: la identificación de los restos de aquellas 50 000 (seguramente más) personas resultaba imposible. Por esa vía no podía cerrarse el Valle; pero se cerraría con cualquier otro pretexto; de la peligrosidad del monumento ya se había hablado; se podía insistir en esta fórmula.
Precisamente, coincidiendo con la llegada de Benedicto XVI, y su comentada denuncia del agresivo laicismo vivido en España en aquellos momentos, el Gobierno decide no buscar nuevos pretextos y clausurar el Valle, alegando las consabidas razones de seguridad. El 2 de noviembre de 2010, la Delegación de Gobierno había emitido, al parecer, un comunicado haciendo saber su decisión, consensuada con la dirección de Patrimonio Nacional, de impedir el acceso incluso a los que acudieran a la Misa de once, a pesar de que, precisamente, el día 6 se terminaban los trabajos de restauración de los daños causados a la Piedad por sus paradójicos restauradores.
2. Las Misas de campaña
2. Las Misas de campaña
El día 7, mientras el Abad se encontraba en Santiago, recibiendo al Papa, la comunidad benedictina, previa consulta con las autoridades eclesiásticas, toma el acuerdo de celebrar la Misa en la entrada del recinto, ante la imposibilidad de los fieles de acceder a la Basílica a causa de la arbitrariedad del Gobierno. Comenzaba el último acto de una representación teatral en la que los socialistas habían tratado, sin reconocerlo abiertamente, de cerrar el Valle a todos los efectos; no solamente al turismo —que ya lo habían hecho— sino también al culto religioso, garantizado expresamente en este lugar por su propia ley; la de la Memoria Histórica. Se habían terminado las actuaciones erráticas sin resultado satisfactorio, de modo que a partir de aquel momento, al Valle no se podría ir para nada, ni a Misa.
No contaban con la reacción de los monjes, que, a juzgar por lo que vino luego, no entraba en sus cálculos. Había solamente un pequeño grupo de fieles —200 según El País— que no se desanimaron ni por el clima ni por las circunstancias, pero aquella Misa en la cuneta, a la entrada del recinto que rodea una de las mayores iglesias de España, recordaba demasiado a las situaciones vividas en la Europa del Este, antes de la caída del Muro del Berlín. Salió a relucir el nombre del mártir Popieluszko, y, ese mismo día el atropello gubernamental se comentaba en toda España. En la homilía de aquella histórica misa, Fray Santiago Cantera, manifestaba un espíritu de resistencia que los monjes estaban dispuestos a llevar hasta lo martirial, al hilo de las muy recientes palabras del Papa:
En el avión de venida, el Santo Padre Benedicto XVI dijo ayer que España está sufriendo una ofensiva laicista muy semejante a la de los años treinta. Vosotros mismos lo podéis contemplar hoy en esta celebración que a mí me recuerda a las misas del Beato mártir Jerzy Popieluszko en la Polonia de los años 80[240].
Recordó a continuación las palabras del Obispo de Bagdad, pronunciadas a raíz de la matanza de 50 católicos, asesinados días antes en Irak: «No tememos la muerte»; y siguió hablando de los cristeros mejicanos, relacionándolos con la actitud de San Juan Crisóstomo, ante el poder político: «Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? […] ¿El destierro? […] ¿La confiscación de los bienes?».
El Gobierno tuvo que reconsiderar su plan estratégico, y, para evitar males mayores, como podía ser una publicidad adversa, decidía, como primera medida, autorizar la asistencia a Misa en el interior del recinto aunque mantuviera la prohibición de acceso a la Basílica, el lugar que habían presentado como más peligroso. Nada había variado en cuanto a la seguridad, pero no podía admitir, sin más, lo imaginario de tales peligros.
Para conocer la visión de la izquierda, totalmente implicada en la ofensiva contra el Valle, resultaba esclarecedora, nuevamente, la voz de El País, que proclamaba el día 8:
Los monjes del Valle de los Caídos desafían el cierre del templo[241].
En una demostración de cómo funciona la manipulación política, el diario de los socialistas presentaba a los monjes como desafiantes de la autoridad gubernamental; eran ellos los que generaban tensiones innecesarias ya que el cierre solo se debía a la necesidad de «preservar la integridad de las personas», de la que unas semanas más tarde, al parecer, ya nadie se acordaba, pero dejaba caer que en la Misa celebrada días antes por todos los caídos de la Guerra Civil, «los monjes benedictinos celebraron […] junto a las tumbas de Franco y del fundador de la Falange Española…».
Ese mismo día, ABC se fijaba en otros aspectos, como la paralización de las obras de la Piedad, «Patrimonio ha vuelto a poner en su sitio las pocas piedras que había retirado del manto de la Virgen[242]» dando cuenta, así, del ridículo final de la supuesta restauración: sencillamente se detuvo, para reconstruir enseguida el manto dañado por los restauradores y dejar la escultura como estaba siete meses antes; al parecer Patrimonio Nacional se desentendía de la Piedad, pero, en cualquier caso, no daría explicaciones.
Por lo demás el mismo diario informaba de otros aspectos relativos a la Misa del día anterior, destacando lo dicho por el padre Santiago (Cantera) en la homilía: «la ofensiva laicista es equiparable a la de los años 30», lo que no dejaba de ser una repetición de lo que el Papa acababa de decir, con indignación de la izquierda. Por último, ABC también recogía las opiniones de algunos de los asistentes, entre las que destacamos la siguiente: «Esto es un ataque en toda regla contra la libertad de culto en la Europa de las libertades y de los derechos humanos. Se ha cerrado un lugar de culto que depende directamente de la Santa Sede, y se ha hecho justo durante la visita del Papa». Y así era, sin duda, pero lo realmente grave para el Gobierno es que se dijera y se publicara: empezaba a comprender el ejecutivo de Rodríguez Zapatero, que no podía cerrar el Valle sin ruido, como había creído que podía hacerlo. Pudo con la derecha, el Parlamento español —tuvo su apoyo, incluso— y, por supuesto, con Patrimonio Nacional, que resultó un organismo incompetente a la larga, pero no había podido con los benedictinos de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos: ¡Unos cuantos monjes! Pero detrás de ellos, naturalmente, estaba la Iglesia; clérigos y laicos. Y el Gobierno lo sabía. Se lo estaban diciendo, lo veía por televisión.
Por si quedaba alguna duda, el mismo día 8, El Mundo también informaba sobre el asunto, en los siguientes términos: «Una misa al raso para protestar contra la prohibición del Gobierno. Los benedictinos ofician la eucaristía fuera del Valle de los Caídos para quejarse por la restricción que impide a los fieles entrar a la basílica para participar en la ceremonia[243]». También este diario recogía algunos comentarios de los allí congregados, como el que decía: «Les están vejando y humillando desde hace un año y esta medida ha sido una respuesta necesaria para hacer valer la libertad religiosa que ampara la Constitución Española». Coincidían los testimonios en una misma idea; la misma que habían expresado los Papas antes citados: lo que estaba en peligro era la libertad; ya no solamente la religiosa, sino la civil; porque son complementarias, o diferentes aspectos de la misma realidad.
Ricardo Latorre subraya la conciencia de los asistentes de estar asistiendo a un momento histórico, y surgía nuevamente la comparación con la Polonia comunista:
Los que allí estuvieron tuvieron la impresión de haber asistido a un hecho realmente relevante en la historia reciente de España, algo así como lo que hemos recordado de Karol Wojtyla en Nowa Huta. Esta Misa supuso, sin ninguna duda, el detonante para lo que ocurrió después: una auténtica marea de fieles acudiendo al Valle de los Caídos en defensa de lo más fundamental de su libertad, la Libertad Religiosa y de culto[244].
El propio Gobierno, sin buscarlo, estaba abriendo los ojos de muchos españoles; había llevado el asunto demasiado lejos. De modo que las cosas empezaron a cambiar: aunque Rodríguez Zapatero y su equipo aún no renunciaban al cumplimiento de su designio para el Valle, tenían que salir, de momento, de aquel callejón sin salida; las Misas no podían seguir celebrándose en la cuneta, entre otras cosas porque, previsiblemente, el siguiente domingo serían muchos más de 200 los fieles que acudirían. Como sucedió, de hecho.
El 15 de noviembre, El Mundo volvía a informar: «Valle de los Caídos. Tres mil personas en una misa en la calle» y explicaba que la «gestión que lleva a cabo Patrimonio Nacional, que cerró totalmente el acceso a la basílica, hizo que los benedictinos salieran… a una cuneta de la carretera a oficiar la misa[245]». Seguía diciendo que se había celebrado una reunión —se supone que entre Patrimonio y los monjes— en la que se pactó que los benedictinos pudieran celebrar en la explanada, delante del Monasterio, aunque «los sacerdotes y los católicos que les apoyan no se fían y acusan a Patrimonio de incumplir todas las promesas…».
Es decir, que ante la reacción que la medida había provocado, los responsables de Patrimonio cedían, y, por el momento, permitirían la celebración de las Misas al pie mismo de la Cruz, presentada poco antes como un peligro para la seguridad de los visitantes. Ya no parecía necesario mantener clausurado un recinto de mil hectáreas por la peligrosidad del monumento, ahora podían llegar los fieles hasta arriba del todo si lo deseaban. La verdad es que los responsables de aquello habían llegado a meterse en un atolladero del que les resultaría imposible salir airosos. Porque sucedía que, para su sorpresa, en España todavía existían cientos de miles de personas que seguían yendo a misa, y varios de aquellos miles querían oírla precisamente allí.
Lo ocurrido el día antes, —14 de noviembre— había superado los peores pronósticos del Gobierno: una hora antes del inicio de la Misa, previsto para las 11 de la mañana, en la Nacional VI, aparecía colapsado el carril de acceso a El Escorial y al Valle de los Caídos. En la entrada al recinto de Cuelgamuros, la Guardia Civil registraba los coches buscando, infructuosamente, banderas españolas que eran ya consideradas como símbolos subversivos si aparecían en el Valle. Pero aquello no hacía más que agravar un fenomenal atasco que de todos modos se habría producido; en medio de una densa niebla, subían los coches hasta el Monasterio, donde los monjes iban a celebrar la misa que comenzó con una hora de retraso en consideración a los que no podían avanzar. Cuando la retención era ya de 10 kilómetros, y los coches dentro del recinto pasaban de los 2000, comenzó una celebración que puede calificarse de histórica: sin el menor signo político, lo más destacable fue la profunda devoción con la que los asistentes siguieron toda la Misa, a pesar del clima, que fue el propio de la sierra madrileña en esa época del año; lluvioso, frío. Personas de todas las edades aguantaban a pie firme con la gravedad de quienes saben que asisten a un acto importante, en el que se encuentra en juego cosas de la mayor trascendencia. Así lo reflejaba la prensa al día siguiente. La Gaceta, por ejemplo, decía: «Miles de españoles piden respeto a la libertad de culto en el Valle de los Caídos. Piedad y recogimiento impecables en la misa celebrada ayer al aire libre[246]» y recogía la invitación del Abad a los fieles a seguir acudiendo a la Misa de 11, animándoles con el ejemplo de los católicos de la Polonia comunista, que «se negaron a resignarse y hacer dejación de sus derechos, para que sus autoridades se dieran cuenta de que no estaban dispuestos a aceptar una ciudad sin Dios[247]». La Razón titulaba: «Miles de fieles en la “misa prohibida” del Valle de los Caídos», y recogía la opinión del Abad sobre la actitud del Gobierno: «Parece que quieren entorpecer el culto. Preferimos arriesgar antes que aceptar las consecuencias del cierre total» No podía expresarlo con mayor prudencia Dom Anselmo Álvarez; el culto lo había entorpecido más allá de lo permitido por la Ley, y, en cuanto a las consecuencias del cierre total, resultaba evidente que, de producirse, sería definitivo.
En cambio, ABC coincidía con El País en cuanto a la calificación de los hechos: «Desafío en el Valle de los Caídos. Cuatro mil fieles colapsaban los accesos a Cuelgamuros para asistir a la misa en la explanada y mostrar su rechazo al presunto cierre del recinto[248]». La diferencia —notable— es que, según el primero, el desafío no venía de los monjes (o solo de ellos) sino de los fieles que allí acudieron:
Miles y miles de personas acudieron ayer a la llamada de la fe en el Valle de los Caídos. Nunca se había visto nada igual. No importó el frío (5 grados) ni la lluvia ni la niebla […] Una marabunta humana decidió levantarse pronto de la cama y desplazarse hasta El Escorial para demostrar, con su presencia, su rechazo a la —presunta— intención del Gobierno de cerrar la basílica de Cuelgamuros. La riada de gente cogió por sorpresa a todo el mundo. A Patrimonio, a la Delegación del Gobierno, a Tráfico e, incluso, a la propia comunidad benedictina[249].
Aquella «marabunta humana» acudía a defender la libertad religiosa, amenazada en España como nunca lo había estado desde el final de la Guerra Civil, y su reacción cogió por sorpresa a todo el mundo. Así fue, pero junto a la sorpresa, también se produjeron reacciones violentas y revanchistas por parte de quienes interpretaron que aquellas Misas de campaña podían alterar la hoja de ruta en cuanto al cierre del Valle. Se acercaba, además, el 20 de noviembre, fecha que señalaba al monumento de manera especial, y hacía temer algún percance aquel año de tanta tensión.
Quizás, lo más significativo fue lo ocurrido el 21 cuando los representantes de las asociaciones de la Memoria Histórica gritaban a la entrada del Valle, dirigiéndose a los fieles que salían de misa: «A por ellos como en Paracuellos[250]». Se calificaban a sí mismos, reivindicando el genocidio marxista; el mayor holocausto cometido durante la Guerra Civil: todo un cementerio para recordar a sus víctimas. Y los que gritaban aquello pertenecían al Foro de la Memoria que ya se había unido al coro de los que pedían la voladura controlada de la Cruz, con carácter de urgencia, porque según ellos «de ninguna forma se puede consentir que se siga alzando hacia el cielo ese símbolo de muerte y venganza», y habían convocado una manifestación para pedirlo, en la señalada fecha, que tuvo lugar con el resultado comentado. Solamente el gran despliegue policial pudo evitar males mayores[251]. Era el mismo odio que se ponía de manifiesto meses más tarde, con motivo de la JMJ de Madrid, cuando los llamados «Indignados» —movimiento supuestamente ciudadano, protegido por el Gobierno— volcó su furia contra los asistentes al gran evento mundial. Uno de ellos, fue interrogado, en su bastión de la Puerta del Sol, por el periodista Fernando Lázaro, de El Mundo, que le preguntó la causa de su violento rechazo hacia los peregrinos. El «indignado» respondió:
Es que nos están provocando, es que están rezando[252].
Y añadía una tremenda amenaza, brotada en un odio salvaje; la declaración más explícita de cristofobia que hemos visto proclamada: abundando en las razones de su indignación, no trataba ya de argumentar alguna idea coherente; solo pudo decir:
Porque están aquí, porque existen, porque les vamos a prender fuego otra vez, como en el 36[253].
Y estaba hablando de unos jóvenes que no habían cometido otra provocación que el rezar en público cuando les atacaron; odiaba a los católicos hasta la locura e invocaba la Guerra Civil. Como los que habían invocado Paracuellos a la entrada del Valle de los Caídos, en un claro ejercicio de recuperación de la Memoria Histórica. Este era el fin que se buscaba; las fuerzas desatadas por el Gobierno de España en un delirante proceso que duraba ya dos legislaturas, invocaban el fantasma de la lucha fratricida y, cada vez con mayor urgencia, reclamaban la clausura o destrucción del Valle de los Caídos. Cabía preguntarse como podría restablecerse la convivencia y la paz social después de aquellos años. Pero lo más grave de aquellos sucesos de la JMJ fue que los agresores de los peregrinos contaban con una más que sospechosa tolerancia por parte de la Policía. El Mundo denunciaba en portada:
Los anti Papa agreden a los católicos y la Policía no actúa. Los peregrinos fueron expulsados de Sol tras ser insultados, pateados y finalmente arrollados por los manifestantes que protestaban contra la JMJ […] La marcha laica convocada para protestar contra las Jornadas se enfrentó a los peregrinos que estaban en la plaza madrileña y terminó agrediendo físicamente al menos a una veintena de ellos[254].
Y es que, en plena visita papal, en un Madrid al que habían acudido cientos de miles de peregrinos, se había autorizado una manifestación contra ellos. Con razón Ricardo Latorre había elegido esta portada para la de su libro, cuyo encabezamiento —recordémoslo— lleva el significativo título de La Libertad Religiosa y España 2011. El paralelismo denunciado por el Papa, meses antes, entre la España de Zapatero y la de la II República, resultaba cada vez más evidente: los católicos volvían a ser agredidos por serlo en plena vía pública ante la pasividad de las fuerzas de seguridad, que daban a conocer con su actitud las órdenes que habían recibido.
Pero debemos retroceder unos meses para volver a las Misas de campaña, y sacar conclusiones de lo que significaron. Como decíamos, desde la primera de ellas, pudo verse que se había introducido un elemento de cambio decisivo en la ofensiva contra el monumento. Al Gobierno ya solamente le interesaba apagar el incendio cuanto antes, y lo del cierre del Valle, quedaba claro que habría que dejarlo para mejor ocasión. O diseñar una estrategia diferente, porque la de los hechos consumados no había funcionado. Mientras tanto, las Misas siguieron celebrándose cada domingo, y, para colmo, retransmitidas por televisión. Era ya cuestión de tiempo, y no podía pasar demasiado.
Así que el 19 de diciembre, los fieles pudieron, finalmente, oír Misa en el interior de la Basílica. El templo se abría, pero exclusivamente para las celebraciones litúrgicas, sin especificar cuando quedaría abierto a todos los efectos. Aún así, en todo caso, parecían disiparse las aprensiones gubernamentales sobre la seguridad de las personas dentro de Cuelgamuros, creándose una extraña situación de provisionalidad indefinida. Como dice Ricardo Latorre:
En el verano de 2011 (un año y medio después), y a pesar de que estas supuestas «obras de conservación» ya habían finalizado («de hecho finalizaron antes de empezar»), Patrimonio Nacional no anunciaba la reapertura del templo, lo que confirmaba las sospechas de que las supuestas obras no fueron sino la excusa esgrimida para justificar la clausura del templo: la famosa «cuestión de seguridad». Es decir, parecía comprobarse que no existía peligro alguno para la seguridad y que se había tratado tan solo —efectivamente— de una excusa (la única excusa que podía ser válida legalmente) para poder realizar un acto por completo ilegal por parte del Estado contra la Libertad Religiosa[255].
Eso sí, pusieron una valla metálica delante de la Piedad —acaso el lugar «más peligroso»— y un pasadizo, también metálico, debía ser franqueado para llegar a la entrada de la Basílica, pero se podía acceder. La prensa volvía a informar, y nuevamente ABC, anunciaba:
El Valle de los Caídos, lleno para rezar […] Centenares de fieles pudieron ayer celebrar la santa misa en el interior de la basílica del Valle de los Caídos, reabierta al culto después de que los monjes benedictinos se vieran obligados, durante semanas y como consecuencia del cierre impuesto por el Gobierno, a celebrar la eucaristía a la intemperie. En su homilía, el abad Anselmo Álvarez aseguró que la reapertura de la basílica representa «el primer paso para recuperar el derecho a la libertad de culto que se había perdido[256]».
Era un primer paso, e importante, pero no se podía dar por acabado el asunto. La cúpula socialista, y toda la izquierda detrás de ella, habían puesto en ello demasiado interés y apasionamiento, como para olvidarlo sin más. Discurrieron entonces un nuevo proyecto para lograr lo que no habían conseguido a través de Patrimonio: la creación de la Comisión de Expertos, a la que se facultaba desde el Gobierno para emitir un dictamen (sentencia sería mejor llamarlo) sobre el futuro del Valle.
El Gobierno había chocado con una reacción ciudadana que obviamente no esperaba. Los enemigos de la libertad religiosa tenían que retroceder, como en el caso de los fallidos cierres de las capillas universitarias, ante la reacción producida por sus agresiones, y su repercusión mediática. Ricardo Latorre lo resumía con estas palabras:
En todos estos casos, gracias a la fuerte protesta social y a los recursos presentados ante los tribunales de justicia, las autoridades han tenido que corregir la manera de responder ante estas agresiones que constituyen auténticos delitos, tipificados por la ley.
En el caso del cierre de la Basílica del Valle de los Caídos, el Estado ha tenido que modificar sustancialmente su actuación (aunque es un caso abierto porque no ha cejado en su empeño), y en el caso de las capillas universitarias se vio obligado a intervenir.
La reacción social ante estas agresiones pone de manifiesto que el sentir religioso se encuentra especialmente arraigado en el interior de los corazones, hasta el punto de implicarse personalmente en el asunto[257].
Es ese exactamente el problema esencial que se les presenta a los artífices de las políticas al servicio de la ingeniería social anticristiana: falla el diseño a la hora de llevarlo a la práctica porque resulta difícil extirpar del alma humana sentimientos tan profundos como los religiosos. Pero no puede descartarse que puedan obtener, a la larga, éxitos notables a la vista de la situación de indefensión espiritual en el que se encuentran amplios sectores de la sociedad occidental a causa de tales políticas
3. La situación actual de la Abadía de la Santa Cruz
3. La situación actual de la Abadía de la Santa Cruz
El acoso sufrido por la Abadía durante los últimos años, no ha distraído a los monjes en cuanto al significado de su permanencia: los benedictinos son conscientes de custodiar uno de los altos lugares del Catolicismo, tumba de un jefe del estado español, condenado, sin paliativos, por la clase política, y, cuya condena, atizada interesadamente por los medios de comunicación, se ha ido inculcando a la sociedad española de manera artificial.
La derecha no solo no ha defendido su figura sino que ha contribuido al linchamiento póstumo de Franco, de diferentes maneras. El resultado es una falsificación sin precedentes de la Historia. Hasta la figura de Mussolini ha sido defendida en el parlamento italiano. Mientras que en España, durante el gobierno de Aznar, se excluía al Valle de los Caídos del periplo de cualquier visita de Estado, aunque los visitantes hubieran manifestado su deseo de conocer el famoso monumento.
Son reflexiones del Abad, Dom Anselmo Álvarez, que confirma algo sabido, en el fondo, por la mayor parte de los que, habiendo conocido el franquismo, disienten de quienes lo condenan sin matices: resulta imposible defenderlo actualmente —en cualquier aspecto—, sin ser descalificado de la manera más absoluta.
Es una realidad que viene de lejos, como nos aclara el Abad, relatando una anécdota ilustrativa, relacionada con Juan XXIII, el Papa que elevó a basílica la Iglesia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos[258]. Dicho Papa, hizo llegar a Franco, a través del Cardenal Larraona, que se lo transmitió de viva voz, un mensaje que Dom Anselmo, resumía de este modo:
El Papa tiene gran estima por la persona de Franco y su labor al servicio de la Iglesia, colaborando en todas sus obras y promulgando leyes católicas. Solo hay una dificultad, y es que no puede decirlo en público[259].
Ya entonces, el Régimen había sido cuestionado, implícitamente, por buena parte de la comunidad internacional aunque los mismos Estados que la forman mantuvieran relaciones diplomáticas con España, y Juan XXIII, aunque lo hubiese respaldado, indirectamente, al erigir la Basílica del Valle de los Caídos, no juzgaba oportuno darle un respaldo más explícito para evitar males mayores.
Franco se había puesto en pie para escuchar el mensaje del Papa, y, comprendiendo sus argumentos, respondió, simplemente, que su único orgullo era haber servido a la Iglesia.
De todos modos, el Papa Roncalli, que siendo cardenal visitó el Valle, no solamente elevó a basílica su iglesia, sino que regaló el Lignum Crucis que allí se custodia, y concedió la indulgencia que puede ganarse, en los Oficios del Viernes Santo, como señalaba Luis Suárez en el artículo que dejamos reseñado en el estado de la cuestión. Además, en 1960, ensalzó el monumento y su significación, en el mensaje que hizo llegar al cardenal legado Gaetano Cicognani, con motivo de la consagración de la Basílica:
Un vivo y particular consuelo experimenta nuestro corazón al sentirnos presente en espíritu entre los numerosos fieles congregados para las ceremonias de estos días en la grandiosa iglesia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que acaba de ser solemnemente consagrada y a la que, por el esplendor de su arte, por la dignidad de su culto y por la piedad de los numerosos peregrinos que con ritmo creciente la frecuentan, hemos querido honrar con el título de basílica. A cuantos en ella están reunidos y a todo el noble pueblo español, deseamos llegue en estos momentos nuestra palabra de bendición.
Los anales gloriosos de España, los encantos de su paisaje, lo que de grande y elevado se ha forjado con su dolor en los años duros del pasado, se han dado cita en ese hermoso Valle, bajo el signo de la paz y la concordia fraternas, a la sombra de esa cruz monumental que dirige al cielo las oraciones fervorosas de la comunidad benedictina y de los devotos visitadores por la cristiana prosperidad de la nación, y que quedará como en alerta permanente para transmitir la antorcha de la fe y de las virtudes patrias a las generaciones venideras[260].
Presentaba el Papa, en una síntesis cargada de sentido, al Valle de los Caídos, como un símbolo de la España eterna, fortalecida por la prueba colectiva de la guerra, «bajo el signo de la paz y la concordia». Pero miraba hacia el futuro, del que la cruz sería garante. Recuerdo permanente de lo que no debería volver a ocurrir, y guía del ser cristiano de la Nación. La Cruz de Cuelgamuros como antorcha de la fe, en alerta permanente, avisaba, ya entonces, de los peligros del futuro, en esta advertencia de Juan XXIII.
Piensa el Abad, por otra parte, que debe recuperarse, a toda costa, ese espíritu de concordia que animó la construcción del Valle, y nunca ha dejado de presidir la labor de la Comunidad, ni siquiera durante los peores momentos del ataque socialista. Así lo expresaba en la homilía del 20 de noviembre de 2011, como recoge la publicación El Valle de los Caídos, reconciliación de España, en su Pórtico[261]:
… hoy es el día elegido en nuestra basílica para orar especialmente por todos los caídos de la contienda española, cualquiera que sea el lugar donde se encuentren sus restos. Hablamos mucho de ellos pero apenas intentamos entender el mensaje que nos están enviando desde la visión, sin duda, común, que hoy tienen de nuestro pasado colectivo y nuestro presente.
Una visión que ya no se presta a engaños, y desde la que nos dicen con toda la fuerza de que son capaces: reconciliaos; haced el máximo esfuerzo para no repetir los errores de entonces y de tiempos más recientes. No dejéis que el rencor o la hostilidad os impidan sentiros hermanados…
No pudo hablar con más claridad, en plena coherencia con los principios que han presidido su vida, de monje benedictino entregado como tal a la oración y al estudio, en el cumplimiento de los fines fundacionales de la abadía: rezar por los caídos y por España, y trabajar por la superación del conflicto entre españoles. El mismo que, atizado desde el poder, había estado a punto de expulsarle de allí.
Ese día se celebraban elecciones generales, y el gobierno que los acosaba saldría pronto de La Moncloa; el presidente de Patrimonio Nacional, nombrado con el fin prioritario de clausurar el Valle, sería cesado, y, con el nombramiento del nuevo, en enero de 2012, podrían encarar el futuro con mayor —aunque no completa— confianza.
Pero el permanecer allí, y salvar el Valle, no son los únicos objetivos de esta Comunidad. Dom Anselmo comienza a trabajar para poner en marcha el proyecto más ambicioso de su vida: la puesta en marcha de la nueva evangelización para Europa; el mismo del que, hace ya más de veinte años, hablara con el entonces cardenal Ratzinger, en su visita al Valle de los Caídos, cuando contemplaron la oportunidad de convertir este lugar en un símbolo de dicha evangelización, y lugar de peregrinación para los europeos, que acudirían al pie de la mayor cruz del mundo para reencontrar sus raíces.
Coincidían en la urgencia de esta prioridad con el Papa entonces reinante, Juan Pablo II, que, por aquella época, lanzaba, su llamamiento a los europeos, desde Santiago: «Europa, sé tú misma» porque, descristianizada, iba dejando de serlo.
Nos relata, en relación con este asunto, Dom Anselmo, una historia reciente, ocurrida con motivo de la JMJ, de Madrid[262]. Y es que, el 15 de agosto de 2011, visitó el Valle de los Caídos el Cardenal Meissmer, Arzobispo de Colonia, Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana. Recorrió el monumento, rezó ante la tumba de Franco y la bendijo, y, ya en el exterior, le dijo al Abad:
Usted estará de acuerdo en que Franco fue un gran europeo[263].
Hablaban, precisamente, de la nueva evangelización del Continente. Dom Anselmo respalda las palabras del Cardenal, recordando las constantes alusiones a Europa en sus mensajes de primero de año, y añadía una última idea del Arzobispo alemán, hablando del fundador del Valle de los Caídos:
A Franco se le aplica la palabra evangélica; «Ningún profeta es bien recibido en su tierra[264]».
Dicho por un cardenal, en plena sintonía con el Papa, a quien había venido acompañando para las Jornadas de la Juventud, la frase tiene toda la fuerza de un diagnóstico. Y evidencia, como en el caso de Juan XXIII, una situación realmente peligrosa: en la Europa de la dictadura del relativismo, la verdad no puede ser proclamada, más que dentro de ciertos límites, y a un alto precio. Como demuestra la campaña furibunda que padece Benedicto XVI desde hace años, denunciada, entre otros, por los vaticanistas Paolo Rodari y Andrea Tornielli en su libro En defensa del Papa, cuya contraportada resume:
Basta echar un simple vistazo a la prensa internacional para admitir la existencia desde hace tiempo de un ataque contra la Iglesia católica, y en particular contra la figura del papa Benedicto XVI. Un ataque fundado sobre el odio ante cualquier cosa que diga o haga.
[…] De polémica en polémica se ha querido «anestesiar» el mensaje del Benedicto XVI, tachándolo de Papa «retrógrado[265]».
A propósito del Papa, Dom Anselmo nos proporcionaba hace tiempo otro interesante testimonio que Fernando Olmeda recogería a su vez del mismo Abad y publicaría en su libro sobre el Valle: la visita del entonces Prefecto para la Congregación de Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger al Valle de los Caídos, el 7 de julio de 1989. Tras la clausura del curso de Teología «Jesucristo, hoy» organizado por la Universidad Complutense en El Escorial, Dom Anselmo consiguió acercarse a él para proponerle visitar el Valle, cosa que aceptó sobre la marcha y, fuera de programa, permaneció allí por espacio de dos horas aunque había advertido que solo disponía de treinta minutos. Sube hasta la base de la Cruz, y bromea con Dom Anselmo sobre el Valle de Josafat que comparan con el de los Caídos, señalando las ventajas del último sobre el primero a la hora de servir de escenario del juicio final; recorre la Basílica, reza ante la tumba de Franco y hace ante ella la señal de la Cruz; exactamente igual que haría el Cardenal de Colonia veintidós años más tarde, después de haber realizado el mismo recorrido. De vuelta a Madrid comenta a Gustavo Villapalos que el Monumento «le ha interesado más que El Escorial, y añade que la originalidad de su concepción y su fuerte espiritualidad le hacen superior a la mayor parte de los que conoce en Europa[266]».
Pero lo más destacable de cara al futuro fue el interés que manifestó entonces en ver convertido el Valle de los Caídos en lugar de peregrinación para los católicos de Europa:
Alguien le sugiere también lo interesante que podría ser que los católicos europeos peregrinaran hasta esta cruz para rezar ante ella, y que si fuera posible, el Papa abriera esta marcha, penitencial y orante, estimulando así a todos a realizar este camino hacia lo que debería ser el centro de una nueva evangelización: el misterio de la Cruz y el símbolo de la redención. Ratzinger pregunta si se trata de un proyecto ya en marcha, y añade que merecería la pena que la idea se hiciera realidad[267].
Debemos añadir que, según nos manifestó recientemente Dom Anselmo, el entonces Cardenal Ratzinger se ofreció a gestionar la venida de Juan Pablo II al Valle de los Caídos con la finalidad de iniciar esa nueva vía de peregrinación y evangelización para todo el Continente; algo que no pudo llegar a realizarse, pero quedó en la mente de los benedictinos como recuerdo de un designio de trascendental importancia que debería recuperarse. Con entusiasmo, acomete, actualmente, el Abad, la puesta en marcha del gran proyecto al que nos hemos referido; la Asociación Foro San Benito de Europa, tendente a poner a disposición de la Iglesia un nuevo instrumento de evangelización, de acuerdo con los llamamientos de los Papas. No da muestras del menor cansancio después de los largos años de lucha en defensa del Valle de los Caídos, y sus fines fundacionales. Saca esa energía de una cita de San Benito, el fundador de su Orden y uno de los Patrones de Europa: «No preferir nada a Cristo[268]».