Capítulo 13: Cumplimiento y final de la condena

1. Las salidas de los penados a los pueblos de la zona. Las fugas del Valle de los Caídos

1. Las salidas de los penados a los pueblos de la zona. Las fugas del Valle de los Caídos

En cuanto a la libertad de movimientos de los penados en Cuelgamuros, es interesante el caso de Pedro Romero Pacheco al que nos hemos referido al hablar de la alimentación, del hambre de la posguerra en las prisiones concretamente; según relataba su hijo, trabajó en cocinas lo que le permitía ir con frecuencia a El Escorial, en busca de víveres para el Economato.

Iba tan a menudo como quería, solo, y a pie, campo a través para evitar el control de la Guardia Civil. Así fue como conoció a la que sería su mujer, una vecina de El Escorial, con la que, en 2005, llevaba casado más de medio siglo.

El suyo no es el único caso de un penado que formase allí una familia; se han conservado, además de este, varios testimonios de presos que allí conocieron a su mujer, se casaron y vieron nacer a sus hijos, como ya hemos visto a lo largo de este trabajo al tratar de las viviendas. Sueiro recoge el caso de Teodoro García Cañas, citado por Isaías Lafuente: Allí conoció a su mujer y allí se casó en 1950, el año en que se disolvieron los destacamentos penales. Allí, también, nacieron sus dos hijas.

Mariluz, la mujer entrevistada por Fernando Olmeda, cuyo testimonio ya conocemos, en parte, seguía contándole al autor, en relación con la libertad de movimientos de los penados:

Las esposas de los capataces acogían a los familiares de los presos, que acudían por las noches a reunirse con ellos. Algunas como Juanita, la mujer del capataz Becerra que no sabía leer ni escribir pero tocaba el acordeón de oído, lo hacían sigilosamente para que no les descubrieran. Había una cierta tolerancia. Incluso se permitía que algunos bajaran andando hasta la estación de tren a buscar a la familia para pasar el fin de semana con ellos[1139].

La tolerancia fue más allá en cuanto a las salidas de los reclusos, ya que con una autorización verbal del funcionario, podían ir a Guadarrama o a El Escorial en los camiones que las empresas ponían a su disposición los días de fiesta.

Es también Fernando Olmeda quien lo confirma, relatando su conversación con Damián Rabal, primo del actor del mismo apellido:

Se da permiso para acudir a las fiestas de pueblos cercanos bajo compromiso de regreso[1140].

El doctor Lausín se lo había contado ya a Sueiro en 1976. Podían ir al cine, en El Escorial, los domingos, y a las fiestas de Guadarrama, a pie o aprovechando los desplazamientos de los camiones de cemento, porque en aquella época, dice, aún no le habían dado coche porque entonces, sigue diciendo, solo daban coche a los que negociaban con ellos. Se deduce que más tarde sí que se lo dieron, y que, además, no fue el único en conseguirlo.

Cuando Sueiro le dice, a modo de pregunta, que no todos los presos podían hacer eso, la respuesta del médico no aclara la cuestión:

El domingo, que no trabajaban, llegaban sus mujeres allí y se pasaban el día por el monte con ellas[1141].

No lo aclara, pero existen testimonios, como hemos visto, que prueban la facilidad con que los presos podían salir del Valle. Pero, por si no quedara suficientemente probado, pasemos al párrafo siguiente.

En el Valle se dieron fugas de presos en contadas ocasiones, ya que, como hemos visto, la mayor parte de los penados no tenía la menor intención de marcharse sino todo lo contrario. Lo prueba el hecho, ya muy comentado, de que la mayor parte de ellos, una vez alcanzada la libertad, permanecieran allí. Pero, aunque, porcentualmente, no fueron muchas, desde luego, tampoco fueron casos tan aislados. Recién instalados los destacamentos penales, el COMNC manifestaba su preocupación al respecto, en el informe elaborado en diciembre de 1943, al que ya nos hemos referido en otros apartados:

También quiero dar cuenta de un pequeño problema, sin importancia pero que sirve para confirmar lo anteriormente expuesto: es frecuente en estos destacamentos (y mas en estos de emplazamiento en la Sierra) las fugas de penados, y generalmente oscilan entre un 10 y un 12 por ciento (hay casos como en Ciudad Real de fuga en masa de todos los penados); pues bien, los casos de fuga en nuestra obra se pueden calcular en un uno por ciento, siendo frecuente el caso de volver al destacamento después de llevar varios días extraviados[1142].

En primer lugar, llama la atención la fuga masiva de los penados en Ciudad Real. Parece una escena sacada de una película de humor del cine español de la época. ¿Eran aquellos los terroríficos campos de concentración del franquismo comparables a los de los nazis? Lo menos que podría decirse es que la vigilancia no funcionaba perfectamente. La verdad es que ya veremos hasta qué punto era así, pero también es llamativo que, en Cuelgamuros, los que lo intentaban, después de andar perdidos por el monte, desistieran de la fuga, y volvieran al destacamento por propia iniciativa. Ya vimos, al hablar de la vigilancia, como la misma Memoria del COMNC, daba cuenta de casos concretos de fugas, originadas siempre por la facilidad con que los presos podían moverse dentro del gran recinto de Cuelgamuros, e, incluso salir de él.

Así lo reflejan las publicaciones que recogieron testimonios de los penados. Sueiro recoge el testimonio de Teodoro García Cañas, también en relación con las fugas, que le habló de las de dos brigadistas internacionales, conocidos en Cuelgamuros por sus nacionalidades respectivas: «el mejicano» y el «argentino», en las cuales habrían intervenido sus respectivas embajadas.

La del segundo se produjo aprovechando una de las visitas de su mujer, que se lo llevó en su propio coche. Así lo contaba Teodoro García Cañas:

Había ido a despedirla [a su mujer] a la carretera, y a la vuelta, con el guardia y otros presos, oyeron como el coche se ponía en marcha y se iba. Entonces el argentino le dijo al guardia que tenía una necesidad apremiante, y claro «no lo hagas en la carretera, no te bajes los pantalones aquí, ponte por ahí al lado», y ya luego pudieron buscar al peludo, que no lo encontraron más[1143].

Según el relato del penado, el «argentino» logró su propósito y escribió más tarde diciendo donde se encontraba para no involucrar a nadie. Al «mejicano» según el mismo relato, le cogieron huyendo, aunque luego volvió a escaparse. Pero ya no estaba en el Valle.

También según otro de los penados, entrevistado por Sueiro, Jesús Cantelar, consiguieron su objetivo otros tres reclusos que disponían de buenos contactos y lograron llegar a Madrid, para pasar, después, a Francia. Uno de ellos, Toral, había sido teniente coronel del ejército republicano:

Se habla de tres que no pasaron más de cuatro días en el destacamento y se fugaron juntos. «Se vinieron a Madrid, cogieron el avión, y cuando se quisieron dar cuenta, ya estaban en Francia. De estos, uno era un tal Toral, que había sido teniente coronel en la guerra, y claro, este señor, en cuanto salió de la prisión y se fue al Valle, se conoce que los familiares mismos le arreglaron la cosa y se fue a Francia[1144]».

Se trata, desde luego, de una historia sorprendente, que no hemos podido confirmar, pero que guarda un evidente paralelismo con la fuga de Sánchez-Albornoz. Pero Sueiro recoge, asimismo relatos de fugas de otros penados que también le ofrecieron sus testimonios. Así, Manuel Romero, le habló de un recluso, apodado Alcotán, a quien «echaron el guante» en Madrid ocho día después de su fuga, y que, en 1976, vivía en El Escorial.

Pero Sueiro también recoge un caso mucho más documentado: la fuga del anarquista Manuel Amit, que temiendo se le formara un consejo de guerra que le condenase a muerte, logró escaparse en el verano de 1948. Había sido secretario de la Regional Gallega de la CNT, pero cumplía condena por su labor clandestina después de la guerra. Al enterarse de que se habían encontrado pruebas de su actuación durante la misma, que le pudieran llevar ante el mencionado consejo de guerra, decidió huir, uniéndose a la fuga masiva de cenetistas que se preparaba en la prisión de Ocaña. Tras la fuga, fue detenido y terminó sus días en la prisión del Puerto de Santa María[1145]. Teodoro García Cañas terminaba haciendo el siguiente balance: de su destacamento se fugaron «seis u ocho» y del de arriba tres o cuatro. Pero le habló a Sueiro de una fuga masiva; la mayor de las que tuvieron lugar en Cuelgamuros porque hablaba de doce penados que se fueron juntos, aunque luego detuvieron a la mayoría. Mencionaba a un preso que había sido marino y peluquero del que «no se ha vuelto a saber más[1146]». Quien ha documentado aquella fuga, «la gran evasión de Cuelgamuros», ha sido Fernando Olmeda, que relata en qué circunstancias se llevó a cabo: fueron once, y se fugaron, desde distintos tajos, el 11 de septiembre de 1944. A los efectos de nuestra investigación, lo más interesante son los detalles que la hicieron posible. Y es que, según Olmeda, para vigilar a 238 penados, solamente había dos guardianes que desempeñaban su tarea con suma dificultad, pero aquel día, uno de ellos, además estaba enfermo. Y el jefe del destacamento, Segundo Garrido, para colmo, había ido a El Escorial, a ingresar el dinero de los penados en sus cartillas. En la investigación correspondiente, Garrido declara:

Las condiciones de seguridad son completamente nulas pues a la vista están[1147].

Piensa que el motivo de la fuga podría deberse al temor de ser devueltos a las prisiones de las que habían venido a causa de ciertos traslados recientes que provocaron:

… un estado de sobresalto que surgió con motivo de haberse percatado los reclusos de que del Destacamento del Monumento y el Monasterio habían sido reintegrados a la prisión un numero de reclusos por causas que ignora[1148]

Efectivamente, según Olmeda, se había trasladado 45 presos comunistas, considerados peligrosos. De resultas, se propone establecer una sección de la Guardia Civil para que, si bien, no esté presente en los tajos, al menos patrulle el recinto, y añade que tres años más tarde, el Director General de Prisiones ordena el sobreseimiento de la causa, sin imponer sanciones a los vigilantes, lo que el autor interpreta como una prueba de la «corrupción» del sistema de Cuelgamuros, sin que podamos saber a qué se refiere exactamente.

Sigue dando cuenta Olmeda, de las siguientes fugas. Siete días después de la fuga masiva que acabamos de comentar, se produce la de Aureliano Silva. En el informe correspondiente, el «funcionario de turno» deja constancia de un hecho sorprendente: «las ventanas de los barracones permanecen abiertas para ventilación en esa época del año, y que en todo caso no tienen cerraduras ni protecciones de hierro, de tal manera que pudo saltar desde su litera sin hacer ruido, sin que sus propios compañeros se dieran cuenta[1149]».

De modo que el recluso pudo marcharse saltando, sencillamente, por la ventana como quien se escapa de un campamento de verano. Según Manuel Lamana —el compañero de fuga de Sánchez-Albornoz— cuenta en su novela Otros Hombres, él mismo decidió fugarse en pleno día a causa de que durante la noche quedaban encerrados en los barracones, a pesar de que se fueron en pleno verano. Tres años antes de su fuga, vemos que, las ventanas, en esa época del año, se dejaban abiertas, aparte de no tener protecciones. Quizá después de experiencias como esta, decidieran las autoridades del Valle, tomar precauciones.

Pero, hablando de la fuga de Aureliano Silva, continuaba el funcionario, declarando en su informe, que no cree que el recluso hubiera recibido ayuda externa,

… que por otra parte no precisan, dadas las facilidades que encuentran para realizar su propósito[1150].

Dichas facilidades quedan expuestas, con toda claridad, al hablar del siguiente caso; la fuga de Serafín Quevedo, realizada en domingo (como la de Sánchez-Albornoz) por lo que nada menos que 273 hombres quedan bajo la vigilancia de un único guardián, ya que los otros dos vigilan los encuentros con las familias. Como, además, se lleva a cabo la limpieza de los barracones, los presos se dispersan por la explanada, y, siguiendo al resto de declarantes, concluye:

… que no es difícil marcharse sin ser visto por lo muy abrupto del terreno. El inspector realiza una minuciosa inspección ocular y escribe en su informe que… «esos lugares que están poblados de pinos ofrecen oportunidad para que un penado que haya premeditado su fuga pueda efectuarla aun cuando los funcionarios presten toda su atención a los servicios[1151]».

Un mes más tarde —julio de 1944— se fuga otro recluso, animado por el éxito del anterior, y, lógicamente, lo hace también en domingo. Se trata de Jesús González, llegado poco antes a Cuelgamuros. Un penado le había visto leyendo, recostado contra un pino «y confirma la falta de seguridad por tratarse de un terreno completamente abierto», añadiendo:

… cuando el personal penado se enteró de la fuga lo comentó desfavorablemente, porque con el trato que reciben no hay motivo para una acción de esta naturaleza[1152].

El 27 de mayo de 1947, tiene lugar otra fuga que, por sus circunstancias, merece la pena ser parcialmente transcrita. Fueron tres penados, los que se fugaron juntos esta vez: Leovigildo Rosa, Juan Carmona y Miguel Esparrel. Es, de nuevo, Fernando Olmeda quien lo recoge:

La última vez que se les ve están preparando una paella en unas piedras cercanas al destacamento, que componen ese día 169 personas. Después de comerse el arroz se van por detrás de las casas de los obreros libres, aprovechando que el funcionario está en la cocina. Quieren pasar a Francia y deciden separarse antes de llegar a Zaragoza[1153].

Uno de ellos, fue detenido cerca de Zaragoza; los otros dos llegaron hasta Gerona. Uno de ellos, Rosa, declaraba en la cárcel de Zaragoza, en cuanto a los motivos de la fuga:

… por la insistencia de sus compañeros que querían llevarle con ellos, por manifestar que era mucho tiempo el que estaban recluidos, pero que no tiene ninguna queja, ni del trato de que era objeto, ni de la alimentación, ni condiciones de vida, hallándose firmemente arrepentido de haber adoptado tan fatal decisión[1154]

2. La famosa fuga de Sánchez-Albornoz

2. La famosa fuga de Sánchez-Albornoz

Visto todo lo anterior no resulta tan asombroso, en cuanto a libertad de movimientos, dentro del Valle, se refiere, las circunstancias en que se desarrolló la famosa fuga del futuro historiador Nicolás Sánchez-Albornoz —hijo de don Claudio—, junto con Manuel Lamana. Es un episodio al que ya nos hemos referido, y que aparece en todos los libros dedicados a la construcción del Valle; por lo tanto, sobradamente conocido. Ha quedado inmortalizado por una película y por una novela. En la primera —Los años bárbaros—, intervino, como asesor del director (Fernando Colomo) el mismo Sánchez-Albornoz, mientras que el autor de la segunda, Otros hombres, es uno de los protagonistas, Manuel Lamana.

El mismo protagonista, a pesar del rechazo que le produce el Valle, reconoce que su breve estancia no resultó una experiencia excesivamente dura ni para él ni para su compañero de fuga:

Mi experiencia, además de corta y limitada, fue relativamente benigna. […] El trabajo que me tocó hacer resultó, además, privilegiado. Al llegar al destacamento, Manuel Lamana y yo nos encontramos con que había dos vacantes en la oficina. Como éramos estudiantes y sin filiación política, el jefe nos puso a manejar la pluma y los números, en vez de cargar ladrillos o andar por los andamios, para lo que habíamos sido enviados desde la prisión de Carabanchel[1155].

Resulta llamativo, en primer lugar, que el hijo de un ministro republicano, al poco tiempo de acabar la Guerra, estuviera estudiando en España y no hubiese tenido otras complicaciones que las derivadas de sus propias actividades clandestinas, pero hablando de la seguridad dentro del recinto de Cuelgamuros, tema central de este capítulo, también es importante destacar los detalles de la famosa fuga, que no pudo ejecutarse con mayor facilidad. Nos interesa aquí fijarnos, solamente en algunas circunstancias, recogidas, una vez más, por Sueiro: Sánchez-Albornoz y Lamana, aquella mañana de agosto de 1948, aprovecharon que en el Valle se saltaban, los domingos, el recuento del mediodía porque venían los familiares de visita y a comer con los reclusos. Lamana cuenta en su novela, hablando del momento en el que tuvieron conocimiento de que ya todo estaba preparado desde fuera:

La fecha le pareció buena; la fuga iba a tener lugar en domingo, como había pedido. Así como a causa de las visitas de las familias no había recuento desde la mañana hasta el anochecer pasará más inadvertido. Además, cualquier otro día, como estaba obligado a hacer acto de presencia en la oficina, se habría visto limitado a tener que fugarse por la noche[1156]

Fue, desde luego, una fuga a la carta. Los organizadores atendieron su petición de que se hiciera en domingo para coincidir con las visitas familiares de los penados, y, además sería en pleno día para no tener que escapar desde los barracones donde dormía. Mejor, a la luz del sol; más disimulado. Además, así no tendría que pasar por la oficina, que era su destino en el Valle.

Sigue contando como salió de Cuelgamuros sin ver a nadie, aparte de una vieja campesina que le sobresaltó, y unas niñas que jugaban a la entrada del pueblo.

Pudieron, por tanto, aprovechar un sistema bastante relajado de vigilancia, para marcharse sin llamar la atención ni de los funcionarios ni de la Guardia Civil. Solo necesitaron ir a campo a través, como hacían otros reclusos en sus desplazamientos, hasta El Escorial donde habían quedado, en la lonja del Monasterio, el lugar más visible del Real Sitio, con un amigo, que, acompañado por dos jóvenes americanas que se sumaron a la expedición, les esperaban con su coche. Antes, en la plaza del Ayuntamiento, unas cervezas en un bar, y al subir al coche, una sorpresa agradable:

En este momento se abrieron las dos portezuelas delanteras.

—«Hello!» —dijeron a dúo las dos chicas.

Eran extranjeras. Bueno, qué más daba. Una de ellas puso en marcha el motor. La otra se volvió y le hizo una sonrisa. Era bastante guapa.

Entró Luis y se sentó al lado de Rivas.

—«Go on», Betty —gritó a la que conducía. Y volviéndose hacia Rivas añadió—: saben muy poco español; son yanquis. Tú sabes francés, ¿no? Así es posible que os entendáis mejor[1157].

Aquello empezaba como una excursión veraniega de una pandilla de estudiantes adinerados en vacaciones. No refleja el ambiente supuestamente opresivo de la España de Franco, durante la posguerra. Sobre todo teniendo en cuenta que está hablando de unos penados, recién escapados del símbolo de la opresión, por excelencia; el Valle de los Caídos, en plena etapa de construcción.

El coche, comprado en Francia, pertenecía al novelista americano Norman Mailer que, al regresar a Estados Unidos, se lo dejó a su hermana Bárbara, y a una amiga de esta, del mismo nombre, «Barbarita» que fue la conductora del coche durante la fuga. Se trataba de Bárbara Solomon, —de diecisiete años de edad en aquel momento— que llegaría a ser novelista de éxito y colaboradora del New York Times, especializada en temas españoles. Según su versión, publicada por Sueiro, quien les embarcó en la aventura fue Paco Benet, miembro de la FUE[1158] que, nada más conocerlas, en París, decidió organizarla, según la novelista:

Y como tenía un coche y dos americanas, Paco dijo: «Bueno, pues vamos a fugarnos». Y para aprovechar el viaje, vació los asientos del coche y lo cargó con propaganda de la FUE. Ninguna de nosotras hablaba entonces español. Y yo siempre me pregunto: ¿Hemos sido inconscientes? Sí y no… Pero a los diecisiete años siempre se es un poco inconsciente[1159].

Cierta inconsciencia sí que hubo, al menos por parte de Benet, al proponer a una menor de edad que se lanzara, sin más, a convertirse en cómplice de una fuga carcelaria, y establecer contacto en Madrid con una serie de anarquistas, a uno de los cuales propusieron unirse a la expedición, sin lograr convencerle. Para no perder el tiempo, ya en Madrid, se dedicaron, siguiendo las directrices de Benet, a copiar listas de nombres de afiliados al SEU:

Le acompañé [a Benet] a la Universidad y en la oficina del SEU me dijo: «Tienes que tomar todos esos nombres…». Y yo lo que hice fue…; nosotros habíamos visto muchas películas durante la guerra, ese fue nuestro entrenamiento, Humphrey Bogart y todo eso, y entonces yo ponía un papel carbón y un folio debajo de la portada del ABC y sin lápiz ni nada he escrito todos los nombres por haber ido mucho al cine de pequeña[1160]

Por fin, el 4 de agosto de 1948, las americanas y Paco Benet, llegaron a El Escorial, y, para hacer tiempo mientras Lamana y Sánchez-Albornoz llegaban andando desde el Valle, visitaron el Monasterio, ejerciendo de guía el español. Cuando los fugitivos se hubieron cambiado de ropa, comenzaron el viaje que transcurrió sin el menor incidente.

Se detuvieron en el parador de Medinaceli para comer y, tranquilamente, continuaron su viaje hasta Barcelona, para llegar días más tarde a la frontera francesa[1161].

No tuvieron que hacer otros preparativos que cartearse con el «conductor» del coche que les sacaría de allí. Esta era la vigilancia que sufrían los presos en el Valle de los Caídos, aquel supuesto campo de concentración. Huelgan comentarios…

Sánchez-Albornoz había pedido recomendación para ir a Cuelgamuros, estuvo allí unos meses —de marzo a agosto de 1948—, y salió de la manera que hemos visto. A pesar de todo, más de medio siglo más tarde, preguntado por José María Calleja, dice que no volverá al Valle «hasta que no saquen de allí al bicho (Franco)[1162]».

También sabemos lo que él haría sobre la tumba de Franco, porque lo dijo, por escrito, en la citada obra, Una inmensa prisión[1163]. Al historiador le resulta inconcebible, según Calleja, que siga enterrado en su mausoleo un criminal como Franco y propone desenterrarlo y sacarlo de allí cuanto antes porque el PP no se atrevería a volver a enterrarlo allí cuando llegara al Gobierno. Esta es la baza de la izquierda; seguir una política de hechos consumados, contando con la cortedad del PP, para que se consoliden sus conquistas.

Acaba, don Nicolás, involucrando en la cuestión a toda la Europa occidental porque, según él, el mausoleo de Franco es una anomalía europea, no privativa de España.

A su paso por la cárcel, hay que añadir, para comprender la persistencia de su rencor, la consideración de sus circunstancias familiares; el ser hijo de un Ministro de la República que conoció el exilio es algo que, seguramente, le marcó para siempre, restándole imparcialidad hasta los límites que reflejan sus declaraciones. Nunca dejó de ver en Franco al jefe del bando enemigo.

3. La salida del Valle. Viviendas, colocaciones e indemnizaciones para los obreros

3. La salida del Valle. Viviendas, colocaciones e indemnizaciones para los obreros

Por último hay que destacar que a los obreros que habían trabajado en la construcción del Valle, se les facilitaron, a medida que iban terminando las obras, viviendas en Madrid, sobre todo en los barrios madrileños de San Blas y Pan Bendito.

El Acta n.o 93, de 22 de Julio de 1961, del Consejo de las Obras del Monumento Nacional a los Caídos, en su apartado SEGUNDO dispone:

Referente a la adquisición de viviendas para los obreros que aún residen en el Valle, en cumplimiento de lo acordado en 12 de Mayo por el Consejo de Ministros, ordenando que este organismo abone la cantidad de 900 000 ptas. en concepto de aportación inicial de amortización de dichas viviendas, el Sr. García Lomas hará las gestiones necesarias cerca del Sr. gerente de «Poblados Dirigidos» con el fin de que indique la forma en que ha de cumplirse el acuerdo.

Sres. Asistentes:

Excmo. Sr. D. Camilo Alonso Vega.

Excmo. Sr. D. Luis Carrero Blanco.

Excmo. Sr. D. Diego Méndez.

Excmo. Sr. D. José de Corral Saiz.

Excmo. Sr. D. Miguel Ángel García Lomas.

Excmo. Sr. D. Antonio de Mesa y Ruiz Mateos[1164].

La iniciativa, como vemos, procedía del Gobierno, que lo había acordado en Consejo de Ministros el 12 de Mayo anterior. Como veremos, Daniel Sueiro recoge, la decisión de Franco, que a él le contó Fray Justo Pérez de Urbel, de entregar viviendas en Madrid a los obreros del Valle al final de las obras, sin distinguir a los que habían llegado allí como trabajadores penados de los que siempre habían sido libres. No quería que los antiguos penados permaneciesen allí, pero les daba viviendas e indemnizaciones antes de que se fueran. Esta resolución se complementa con la acordada en la sesión del Consejo de 22 de Enero de 1962 en la que se dispone buscar colocación al personal que dependía aún de dicho Consejo o, en su caso, indemnizarles, concretando en qué forma se hará dicha indemnización:

Acta n.o 94

Sesión del Consejo de 22-1-1962

Acuerdos:

PRIMERO

Con referencia al personal empleado en el Valle a cargo del Consejo de las Obras del Monumento Nacional a los Caídos, se acuerda gestionar su traslado a otro Organismo o indemnizar al que lo desee con una equivalencia igual al sueldo, con todos sus emolumentos, de dos meses por año de servicio, equiparándolas a la liquidación que realizó la Dirección General de Regiones Devastadas, de conformidad con las disposiciones vigentes y previo el informe correspondiente[1165].

Estas medidas se tomaban, como es natural, con bastante antelación, mientras que aún trabajaban en el Valle los empleados que deberían ser indemnizados.

Casi un año después, el 11 de diciembre de 1962, por el Acta n.o 97, vemos que aún no se había resuelto la cuestión ya que se encarga al señor García Lomas que realice las gestiones oportunas para cuando cesen en sus cometidos:

CUARTO

Se acuerda que el Consejero Sr. García Lomas, realice las gestiones necesarias para el traslado a otros Organismos del personal afecto al Consejo, para el día que terminen en el mismo sus cometidos[1166].

Se acuerda, también, que el mismo Sr. García Lomas se ocupe de obtener las viviendas:

QUINTO

Se acuerda asimismo que el Consejero Sr. García Lomas realice las gestiones necesarias para la obtención de viviendas al personal que cesa a las órdenes del Consejo, en forma análoga a la que con anterioridad fueron concedidas a los que cesaron[1167].

Curiosamente, en otra de las cajas del mismo fondo, se conserva, en relación con aquella junta, su orden del día, fechada al día siguiente, en la que recoge los mismos conceptos en cuanto a la salida de los trabajadores, con una redacción similar, aunque más concreta, al hablar de su acoplamiento en otros organismos, encargando a García-Lomas que «gestione su traslado al Ministerio de la Vivienda o al Organismo que cada empleado solicite[1168]», como también concreta más en relación con las viviendas que deberían recibir, al cesar, los trabajadores del Valle, refiriéndose a ellos como el «personal obrero», en lugar de «los que cesaron» simplemente, que podría hacer pensar tan solo en los empleados del Consejo, en general, aunque sabemos que, entre dicho personal, se encontraban antiguos penados. Veamos su redacción:

Con relación a las viviendas para el personal del Consejo que aún reside en el Valle, se entregará también por el Sr. Gerente una relación al Sr. García-Lomas para que vea la posibilidad de resolver este problema a través del Ministerio de la Vivienda, de igual forma que se hizo con el personal obrero que trabajó en las obras del Monumento, que estaban en las mismas condiciones[1169].

Por este Acta se comprueba que el acuerdo de conceder viviendas al personal que cesara en sus empleos en el Valle, no era simplemente un buen propósito de los Consejeros pues, de hecho, ya se habían entregado a los que fueron cesando.

Tampoco era un asunto secreto que no trascendiera fuera de las reuniones del Consejo, sino tan del dominio público de quienes vivían en el Valle, que, en 1962, el mismo Abad, Fray Justo Pérez de Urbel, se dirigía al Consejero de la Obras de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, don Antonio de Mesa, solicitando una vivienda en Madrid para la madre del electricista de la Basílica:

17 Octubre 1962

Sr. D. Antonio de Mesa

Consejero de Obras de la Santa Cruz del Valle de los Caídos

Muy estimado D. Antonio: la portadora de estas líneas, María Franco Aranda, me pide unas líneas de presentación y con ellas le envío un afectuoso saludo.

Esta señora es la madre del electricista de la Basílica, José Romero Franco. Vino aquí con su hijo hace unos diez años, y ahora tanto ella como una hija que se encuentra aquí con ellos, tienen que establecerse en Madrid.

Para ello cuenta con la casa que espera ha de darles el Consejo de Obras. Uno mi ruego al de ella y confío que podrán realizarse sus deseos.

Aprovecho esta ocasión para saludarle y reiterarse de V. affmo. S. y amigo.

Fr. Justo Pérez de Urbel[1170].

Es decir, que la madre del electricista contaba con que el Consejo habría de darles, a ella y su familia, una casa en Madrid, simplemente por el hecho de que su hijo trabajase en el Valle de los Caídos. Y no solo ella; el que fuera su primer Abad, lo veía del mismo modo, como demuestra su escrito sumándose a la petición de la interesada, al dar traslado de la misma al COMNC.

No conocemos, ni antes ni después de esa fecha, semejantes ventajas —¡estamos hablando de viviendas en Madrid!— para los trabajadores que participen en cualquier clase de obras, de empresas públicas o privadas. No se trata de adquirir una casa en condiciones especiales sino de que se les entregasen de forma totalmente gratuita.

Sin embargo, en este caso, las expectativas de los solicitantes no parece, en principio, que se cumplieran; con lógica aplastante, el destinatario del escrito, contestaba, tres días más tarde, denegando la petición:

Madrid, 20 de octubre de 1962

Dom Justo Pérez de Urbel

Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos

Madrid

Mi respetado y querido amigo: Recibo su atta. Carta referente a los deseos de María Franco Aranda de obtener una vivienda en Madrid. La cosa no es fácil por no disponer de viviendas en la actualidad y por darse además la circunstancia de que no es para el obrero que cesa en el Valle por terminar su cometido, pues en este caso, el obrero del Valle sigue trabajando ahí y disfrutando de vivienda, y la que se pretende obtener, es para un familiar.

De todos modos haré por mi parte lo posible por complacer a Vd. y aprovecho esta ocasión para saludarle con el mayor afecto. Su buen amigo.

Antonio de Mesa[1171]:

Nótese que el Consejero objeta no solamente que la vivienda solicitada no fuera para un obrero que cesara en el Valle —en cuyo caso, obviamente, sí «procedería» pedirla— sino que, además, en este caso, ni siquiera sería para dicho obrero, sino para un familiar.

Y a pesar de ambas irregularidades, declara que hará lo posible por complacer al Abad, por lo que no puede descartarse que finalmente, María Franco hubiese obtenido la vivienda. En cualquier caso, lo que este intercambio de escritos entre Consejero y Abad, pone de manifiesto es, no solamente que la concesión de viviendas a los que salían del Valle fuese una práctica habitual, sino la actitud del Consejo hacia los trabajadores y sus familiares.

Confirma esta documentación, el testimonio de uno de los monjes venidos de Silos, con la primera comunidad benedictina, Fray Laurentino Sáenz de Buruaga, al que mencionamos, en su momento, que afirmaba sin vacilaciones:

Los presos salieron en el 59, al inaugurase el Monumento por seguridad en las visitas de Franco. A ellos se les ofrecía casa en Madrid y una indemnización de ciento cincuenta mil pesetas. Fueron a los barrios de San Blas y Pan Bendito[1172].

Nótese que Fray Laurentino hablaba concretamente de presos, no de obreros en general. En cuanto a los barrios donde se les concedieron las viviendas, coincide con Fray Alejandro Álviz, llegado, también de Silos, en 1958, cuyo testimonio añade el dato de que dichas viviendas se hicieron ex profeso para ellos:

En San Blas se hicieron bloques para ellos[1173].

Añadió, como ejemplo, el caso de los hermanos Lucio y Luis Jara, hijos de los guardas de Cuelgamuros, ya antes de la expropiación, que siguieron trabajando en el Valle durante las obras, concretamente en la Abadía, y vivían en el poblado de Banús. Siempre según su testimonio, les dieron casa en San Blas, y añade otro dato interesante, relacionado con la salida de los trabajadores del Valle y su reubicación en otros organismos: Lucio Jara se jubiló, como empleado de Patrimonio Nacional, en 2002.

Resumiendo: es un hecho muy poco conocido, que se les entregaran viviendas en Madrid, además de indemnizaciones, pero fue así. Y esta es la razón por la que muchos de ellos terminaron viviendo en el barrio de San Blas donde la empresa Banús —que, como hemos visto, había tenido una de las contratas más importantes en Cuelgamuros— estaba todavía construyendo en aquellos años.

Es otro alegato, uno más, contra el mito de «los esclavos» aunque también se le haya restado importancia con el argumento de que eran «casas baratas». Pero se puede decir aquí lo mismo que en el apartado de la alimentación: muchos españoles sin antecedentes penales, por aquella época, las hubieran querido.

Una trabajadora del Valle, —de la que hablaremos más adelante—, viuda del primer muerto allí en accidente laboral lo dice claramente, al solicitar una vivienda, en carta que veremos al hablar de su caso: resultaba muy difícil conseguir una casa protegida en un barrio extremo, casi imposible para quien no tiene alguna recomendación[1174].

Por otra parte, sean o no baratas, ni entonces ni ahora suelen entregarse viviendas, además de indemnizaciones, a los trabajadores que cesan en cualquier actividad.

Somos conscientes de que para los propagadores de la leyenda negra, cualquier aportación documental que la desmienta, pasará inadvertida. La que se contiene en esta caja, sería de las más difíciles de rebatir.