Capítulo 12: Viviendas y familias en los Poblados Obreros de Cuelgamuros
1. Las primeras construcciones
1. Las primeras construcciones
Indudablemente, una de las mayores ventajas que disfrutaron los penados en Cuelgamuros fue el de llevar allí a su familias, lo que pudieron hacer desde muy pronto. Es lo que Isaías Lafuente califica de mal menor, reconociendo que en el Valle, a pesar del cautiverio, podían llevar una vida familiar, sin excesiva vigilancia: tres funcionarios de prisiones en el interior de un recinto de 6 kilómetros.
Los trabajadores, según el mismo autor, fueron instalados, en un primer momento, en barracones, de madera con tejado de zinc, reemplazados más tarde por otros de ladrillo. Finalmente las constructoras levantaron las viviendas que habrían de permanecer allí durante años. Eran edificaciones de piedra, de planta rectangular, y numeradas. Hay que decir que en las viviendas, terminaron instalados los reclusos junto con los libres, lo mismo que los hijos de ambos grupos acudían juntos a la escuela.
En enero de 1945, aún se reparaban los barracones de madera, lo que indica que todavía se utilizaban y no estaba previsto abandonarlos, empleando en estos trabajos a obreros del propio Valle de los Caídos[985].
Algunos trabajadores construyeron, al principio sobre todo, chabolas donde instalaron a sus familias. El Consejo lo prohibía, pero, salvo momentos puntuales, no parece haber controlado excesivamente esta actividad. En ocasiones los trabajadores se resistían a abandonarlas por distintas razones; como tener mayor independencia en el caso de las que se hicieron en el monte o considerarlas, con el paso del tiempo, viviendas familiares.
Se construyeron, según refleja la documentación, los siguientes poblados: el de la Entrada, el Central, el del Monasterio, y el de la Cripta, que también recibían el nombre de las empresas constructoras; Molán, Banús, San Román, etc.
En el APRM, pueden verse planos de aquellos primeros años de alguno de los Poblados, realizados en 1944[986]. En ellos aparece ya la iglesia y vivienda del sacerdote, la farmacia, junto al hospital, situado en la segunda planta, como el ropero y despacho del médico. En la planta baja, había cuatro dormitorios, aseos, cocina y un cuarto «de estar-comedor», así como un cuarto de curas. Todo ello, ejecutado ya en noviembre de 1943.
En el pabellón 2, se proyectaron las siguientes dependencias: carnicería, horno, economato, comedor y sala de estar. Las viviendas de los capataces —en algunas se alojaron presos, como Peces Barba— y el 7 era garaje.
Se aprecia que hospital e iglesia —ambos de mampostería— eran contiguos, formando una L, junto a dos grupos de viviendas (A y B). Cada uno consta de dos edificios, también de mampostería, al igual que los pabellones, mientras que los barracones eran todavía los de madera de la primera época. Todos estos edificios eran de forma rectangular, y en la carpeta de valoraciones se detallan los materiales empleados en suelos, puertas y ventanas. Así, los lavabos son de porcelana como los «inodoros» de los que, en el hospital, cuarto de curas y vivienda del médico —que siempre fue un preso— había cinco, así como cinco lavabos y una ducha. Junto al edificio, pozo de agua «no descompuesta» para la depuración de aguas residuales, con capacidad para cinco personas, así como cámara de desinfección.
En el mismo poblado se encontraban los hoteles de los directores de obra, que también fueron objeto de reforma desde muy pronto. Uno de ellos, fue ocupado, como veremos, por uno de los presos, el doctor Lausín, que llevó allí a su familia cuando la vivienda fue abandonada por uno de los ingenieros.
En 1944, se ampliaron los pabellones y la red de distribución de aguas y saneamientos.
Aunque en los planos aparece también la vivienda del sacerdote junto a la iglesia, se conservan recibos, pagados por la empresa San Román, por «traslado del sacerdote» desde El Escorial al Destacamento de Cuelgamuros, en Diciembre de 1944 y Enero de 1945. Siempre se refieren al «Padre Agustino». En Octubre de ese mismo año, el sacerdote se trasladó al Destacamento, al menos, los días 6, 12, 14, 21, y 28. En el mismo recibo por sus traslados, se conserva la «Gratificación monaguillo mes de la fecha», —25 pesetas— lo que prueba una regularidad en la prestación de los servicios religiosos[987]. Relativos a los mismos, se conserva abundante documentación, incluyendo las gratificaciones a los monaguillos —que, en ocasiones, eran hijos de presos— a lo largo de todos los años de duración de las obras, o los recibos por los recordatorios del cumplimiento pascual. La misma documentación se refiere, en ocasiones, a la capilla del Sagrado Corazón, existente en el «Poblado obrero», para la que se registran algunas compras de objetos para el culto. Probablemente se trate de la misma iglesia. En ella se celebraron bodas, bautizos y primeras comuniones.
El COMNC, en su informe sobre la labor realizada en 1943, decía sobre el Poblado Obrero:
Se ha venido a constituir en un conjunto de edificaciones, terminándose recientemente el núcleo social con espacio para capilla, pequeño hospital, botiquín y viviendas para empleados y funcionarios y lugar de reunión[988].
Luego, en aquel año quedaba mucho por hacer, ya que habla de «espacio» para capilla, pequeño hospital y botiquín, lo que parece indicar que, en un principio, se había proyectado construir dos espacios distintos para la asistencia sanitaria de los obreros y demás personal del Valle. Sabemos que el hospital cambió de emplazamiento, como la escuela, pero, generalmente, la documentación posterior se refiere al lugar de las curas con los dos nombres, indistintamente. Lo que sí queda claro, es que se pensó, desde el principio, darle al lugar la fisonomía de un pueblo, «lugar de reunión» inclusive.
Resulta interesante estudiar las certificaciones de la empresa Molán, de 3 de noviembre de 1943, firmadas por el primer arquitecto de las obras: Pedro Muguruza. Podemos conocer así las calidades de los materiales empleados en la construcción de los barracones que ocuparon los presos a su llegada a Cuelgamuros, o poco después ya que son del mismo año en el que se establecieron los destacamentos penales; concretamente del 3 de noviembre, pocos meses después de la llegada de los primeros reclusos.
Se trata de certificaciones muy detalladas, que comienzan por describir la clase de obra y continúan relacionando todos los detalles de la construcción:
Indicación clase de obra: Excavaciones para explanación del terreno.
Barracón n.o 1
- Terraplenado para explanación del terreno.
- Excavación para cimientos.
- Mampostería ordinaria en cimientos.
- Mampostería ordinaria en zócalos.
- Cubierta de chapa en todo el barracón (chapa de zinc).
- Suelo raso con tirantillas de madera nueva espaciada a 50 cm, y placa aislante.
- Muro hueco con ladrillo hueco al exterior.
- Tabicón de ladrillo hueco doble.
- Solera de hormigón.
- Solado de cemento bruñido (en dormitorio general y en servicios).
- Solado de baldosín hidráulico (Superficie total. A deducir solado en cemento).
- Cocinas de hogar bajo y campana de recogida de humos (en viviendas).
- Fregaderos de piedra artificial (en viviendas).
- Lavabos de cemento armado (en servicios de penados).
- Guarniciones de mortero en esquinas y recuadro de huecos (en esquinas y huecos).
- Carpintería con herrajes en postigos de paso, armarios y trampillas, puertas y ventanas.
- Cristal sencillo en ventanas grandes, medianas y pequeñas.
- Salidas de humos de chapa de zinc en cocinas[989].
Vemos que en los barracones, desde el principio, junto al dormitorio colectivo, existieron viviendas con sus cocinas de «hogar bajo» que algunos de los trabajadores que las solicitan consideran como el centro de una casa verdaderamente familiar, basando en esto su petición. En las ventanas, por cierto, sabemos que no se instalaron rejas, como veremos al hablar de las fugas del Valle: más de uno de los reclusos escaparon sencillamente saliendo por la ventana durante la noche, aprovechando que en verano no se cerraban. Esto debió de ser la causa de que, ya cuando la fuga de Sánchez-Albornoz, Lamana contara que decidieron escaparse en pleno día a causa de que durante la noche quedaban encerrados, a pesar de que se fueron en pleno verano.
Junto a los barracones de madera, que siguieron existiendo durante algún tiempo, existieron estos otros de construcción bastante sólida, como podemos ver. Parece evidente que se construyeron pensando ya en la instalación de los penados, ya que las obras se iniciaron el 31 de diciembre de 1942 y estaban terminados en abril del año siguiente, coincidiendo con su llegada.
Existe una certificación más detallada que incluye los precios de construcción de cada partida e incluimos por la detallada descripción de las obras:
BARRACONES, OBRAS COMUNES Y SANEAMIENTOS
- 412,672 metros cúbicos de excavación en zanjas para el alcantarillado general de barracones, ramales, arquetas y desagüe de fosa séptica.
Importe: 6099,29 ptas.
- 68,040 metros cúbicos de excavación de zanjas para abastecimiento de agua en conducción general y ramales.
Importe: 1005,63 ptas.
- 480,712 metros cúbicos de terraplenado de zanjas de alcantarillado y abastecimiento de aguas.
Importe: 1937,27 ptas.
- 474,840 metros cúbicos de excavación de tierras en apertura de calle.
Importe: 4577,45 ptas.
- 97,00 metros lineales de tubería de gres de 25 cc colocada en lecho de hormigón y recibida de nudos en ramales de barracones.
Importe: 4850,00 ptas.
- 126,00 metros lineales de tuberías de gres de 12 cc colocadas en lecho de hormigón y recibida en nudos de ramales de barracones.
Importe: 3150,00 ptas.
- 166,00 metros lineales de atarjea de hormigón enlucida en desagüe de la fosa séptica.
Importe: 8300,00 ptas.
- 83,00 metros lineales de tubería de plomo de 1,5 pulgadas en abastecimiento general de agua.
Importe: 3984,00 ptas.
- 106,00 metros lineales de tubería de plomo de 3/4 pulgada en ramales de barracones.
Importe: 2544,00 ptas.
- 1 llave de paso CADET de 1,5 pulgada colocada.
Importe: 80,00 ptas.
- 13 llaves de paso CADET de 3/4 pulgada colocadas.
Importe: 520,00 ptas.
- 12 Arquetas de ladrillo con tapas de hormigón.
Importe: 2400,00 ptas.
- 66,816 metros cúbicos de excavación de tierras para emplazamiento de la fosa séptica.
Importe: 987,54 ptas.
- 5616 metros cúbicos de excavación de zanja para cimientos.
Importe: 83,00 ptas.
- 5616 metros cúbicos de hormigón ciclópeo en cimientos.
Importe: 576,31 ptas.
- 23,04 metros cuadrados de solera de hormigón de 20 c/c de espesor.
Precio unidad: 20,52 ptas.
- 15,03 metros cúbicos de fábrica de ladrillo cerámico de pie y medio de espesor.
Importe: 4208,68 ptas.
- 11,28 metros cuadrados de fábrica de ladrillo cerámico de un pie de espesor.
Importe: 902,40 ptas.
- 70,21 metros cuadrados de enfoscado de cemento bruñido.
Importe: 1404,00 ptas.
- 4,25 metros cuadrados de piso de hormigón armado en departamento de filtros para soportar las diferentes capas filtrantes.
Importe: 710,17 ptas.
- 6264 metros cúbicos de hormigón en bóveda sobre sencillado de ladrillo hueco sencillo.
Importe: 1252,80 ptas.
- 6912 metros cúbicos de terraplenado para explanación del terreno sobre la fosa.
Importe: 27,85 ptas.
TOTAL PESETAS: 50 073,37[990]
No todas las viviendas eran del mismo tamaño; las había con un solo dormitorio, pero podían tener dos o más. Una de estas era la que ocupaba el funcionario de prisiones Felipe Cereceda que instaló allí a su familia. Su casa, como recuerda el mayor de sus hijos, constaba de dos habitaciones más cocina con «chimenea francesa» y formaba parte del Poblado de Molán, donde vivían los trabajadores de aquel destacamento[991]. Los trabajadores solían pedir cambios de vivienda para instalar a sus familias o vivir más cerca de los parientes que tuvieran allí. Algunos ocuparon dos, en función de su situación familiar. Otros, como veremos, trajeron a sus familias desde sus pueblos de origen, en unos años en los que, la emigración masiva del campo a la ciudad había originado, sobre todo en Madrid, un verdadero problema de Estado: surgían numerosos núcleos de chabolismo en lugares como el Pozo del Huevo, el cauce del arroyo Abroñigal, la Elipa, el Puente de Vallecas, la Celsa, el Pozo del Tío Raimundo o Palomeras. En estos y otros lugares, como el Tejar de Luis Gómez, se habían excavado cuevas en los suelos arcillosos, y cientos de personas vivían también en cuevas en el barrio de Tetuán. En relación con el Valle de los Caídos, la compañera de aventuras de Lamana y Sánchez-Albornoz, Bárbara Solomon, contará años más tarde, como en aquel viaje a Madrid, había visitado, cerca del Manzanares, las cuevas en las que vivían anarquistas a quienes se les propuso unirse a la fuga.
El éxodo del campo a los núcleos urbanos iba transformando a España en un país cada vez menos agrario: en 1930, solo el 14,9% de la población vivía en ciudades de más de 100 000 habitantes, frente al 23,9% de 1950[992], lo que provocó la rápida proliferación de poblados míseros donde los recién llegados vivieron en condiciones muy duras; por supuesto que sin agua corriente ni electricidad.
Son datos muy generales que solamente apuntamos a fin de contextualizar la situación de los penados en el Valle de los Caídos: las chabolas no surgieron allí únicamente, sino, en gran número, también en Madrid y otras ciudades. Las viviendas que solicitaban en Cuelgamuros para ellos y sus familias tenían unas condiciones de habitabilidad que miles de españoles libres no podían permitirse.
2. Las peticiones de viviendas
2. Las peticiones de viviendas
No sabemos con seguridad cual fue el porcentaje de trabajadores penados que llevaron a sus familias a Cuelgamuros. El semanario Redención, en 1947 informa simplemente:
Disponen de servicios médicos, enfermería, escuelas para ellos y sus hijos, pues son muchas las familias que se han instalado en los alrededores de los Destacamentos[993].
Hemos recogido, sin embargo, un testimonio valioso[994]: el de Lucio Jara, nacido en el Valle[995], que sostiene que fueron cerca de sesenta familias de trabajadores reclusos las que se instalaron en diferentes poblados obreros, señalando concretamente el de Buenavista. Sucede lo mismo que con la documentación relativa a otros aspectos de la vida de los presos en aquellas obras: al no diferenciarlos en general de ningún modo de los libres, resulta difícil determinar quienes lo eran y quienes no. Es necesario cotejar la información disponible, relativa a los penados, para establecer esta circunstancia, como veremos al estudiar la que analizamos a continuación.
Se conservan un buen número de peticiones de viviendas que los trabajadores hacían al Regidor del Valle a través de sus empresas que les avalaban con sus informes favorables. Así, por ejemplo, de los meses de mayo y junio de 1951 encontramos solicitudes de:
- Juan Soler Puertas, casado y con un hijo, trabajador de la empresa «Barrio» que tenía a su cargo la pintura del Monasterio, solicita una vivienda para traer a su familia. Se le concede la del Barracón 14, al día siguiente (1 de Junio[996]). Juan Soler, como veremos, causó baja por accidente durante un mes, siendo uno de los casos documentados en el APRM.
- El encargado de la misma empresa, Antonio Arévalo del Barrio (¿pariente del empresario?), también quería instalar a su familia en el Valle. Un año antes lo había solicitado al Regidor:
Antonio Arévalo del Barrio, encargado de la empresa Mariano del Barrio; a la cual le han sido encomendados los trabajos de pintura de este Monasterio, solicita de usted permiso para traer a su esposa, Justa Barroso, y a sus dos hijos, Ángel, de siete años y María Jesús de tres para vivir en su compañía en la vivienda que tiene asignada esta empresa.
Al pie, a lápiz; concedido
- Avelino Parro, vecino del poblado de Banús, el 14 de mayo, solicita una vivienda mayor, —«de las que además de la cocina cuenta con dos dormitorios»— para poder alojar a sus hijos en el período de vacaciones. Sus hijas trabajaban y el hijo cumplía el servicio militar[998]. Vemos como se consideraba algo completamente normal el instalar allí a los familiares, aunque vivieran fuera, durante las vacaciones. Algo que, como veremos, había causado ya problemas el año anterior, dando origen a un oficio del Regidor[999]. El 12 de junio, a Alfonso Agudo, empleado de Huarte, se le concede un cambio de vivienda para poder alojar a su esposa y cuatro hijos en edad escolar[1000].
- Se le concede también, el 13 de junio, a otro empleado de Huarte, Alfonso Nieto, para poder traer a su madre y a su hermana[1001].
- A Cristóbal Torés se le concede, con la misma fecha, la vivienda 40-2 del poblado Central, por vivir en una chabola con un hijo de 17 años[1002].
Se dan casos de intercambio de viviendas entra los trabajadores, como Francisco Martínez y Teodoro Navacerrada que habiendo conformidad entre ellos solicitan dicha permutación [sic] porque a ambos se les cubre mejor sus necesidades[1003].
Había quien ocupaba dos viviendas como Diego Haro, casado y con tres hijos (uno de ellos empleado en el Valle en la empresa «Casas») o Francisco Reina al que se le adjudica la 40-8, pero conservando la 40-10 que ya tenía[1004].
También podían perder su vivienda, como Antonio García Concepción, a causa de «una fuerte riña y escándalo» ocurridos en el Poblado Central, el 19 de Enero de 1951, cuando la mujer de dicho obrero causó lesiones a una vecina con una plancha. La Guardia Civil levantó el correspondiente atestado y la mujer fue expulsada, pasando a vivir en El Escorial, mientras su marido era trasladado al barracón de Huarte, en cuya empresa trabajaba[1005].
Se entregan en total, el 13 de junio de 1951, 24 viviendas, especificando a qué empresas pertenecen los trabajadores así como las razones que motivan la concesión. Se conservan los recibos firmados por los obreros al recibir las llaves que les entregan los representantes de sus empresas, que eran quienes tramitaban las solicitudes ante el Consejo de las Obras.
En julio de 1951 se registra una nueva entrega de viviendas en los poblados Central, de la Cripta y de Entrada (antes Banús): once en total. Uno ellos, Gregorio García, que recibe la 69-6, conserva la 69-3 del poblado de Entrada.
Poco antes, el 14 de abril, se les había hecho llegar a los trabajadores, una circular con las normas a observar por los «usufructuarios de las viviendas propiedad de este Consejo[1006]».
En enero de 1952, Domingo Martín Martínez, obrero de Huarte, expone que habiendo de contraer matrimonio, el 2 de Febrero, y encontrándose sin casa, solicita se le conceda una, a ser posible, en el Poblado Central[1007].
El 26 de febrero adjunta certificación de haber contraído matrimonio, en la iglesia de Cuelgamuros, con María García Valero[1008]. Grapada a la solicitud, se conserva el certificado de matrimonio de esta boda celebrada en el Valle de los Caídos:
El 2 de Marzo de 1952 y en la Iglesia de Cuelgamuros han contraído matrimonio canónico los vecinos de la misma [sic], Domingo Martín Martín y María García Valero habiéndose inscrito en este Registro Civil[1009]…
Ese mismo mes, solicita también vivienda, Laureano Escudero, empleado de Huarte, que también acaba de casarse. La esposa, Regina Bravo, tenía un hijo de 13 años de edad, y otro de 9 años que vivía en Guadarrama.
El marido, a su vez tenía dos hijos, de 18 y 14 años de edad. El menor trabajaba en Cercedilla. Lógicamente, se reunirían todos en el Valle[1010].
Otra boda celebrada en Cuelgamuros, fue la de Ricardo Medina Ventura, casado, según anotación a lápiz en la misma solicitud, el 28 de septiembre de 1952, «con la señorita María Cantelar Canales vecina en el poblado de Buena Vista, hija de Valentina Canales[1011]».
Se habían casado, por tanto, dos vecinos de Cuelgamuros, y el marido solicitaba, poco después de la boda, el traslado al mismo poblado en el que vivía su suegra, subrayando la edad de la misma; 60 años:
Le ruego me conceda una vivienda al poder ser [sic] en Buena Vista para poder estar cerca de la madre de mi prometida ya que esta tiene 60 años de edad y ayudarla en lo que precise de su hija[1012].
La prometida era hermana de Jesús Cantelar Canales, trabajador-recluso en el Valle de los Caídos, que luchó en el frente de Guadarrama —encuadrado en la columna Mangada—, y en Brunete, participando como teniente en la ofensiva de Zaragoza, dentro de la brigada Líster[1013]. Como veremos, a su llegada a Cuelgamuros construyó una chabola para llevar a su madre (Valentina Canales), hermano y hermana que, en el momento de realizarse la petición de vivienda de Ricardo Medina, acaba de convertirse en su mujer. María Cantelar, por tanto, haría su vida en el Valle de los Caídos, a donde llegó con su familia a causa de tener allí trabajando como penado acogido a la Redención de Penas, a su hermano Jesús.
El ya mencionado, —como ocupante de dos viviendas— Diego Haro, que trabaja allí desde 1944, funda su solicitud en el reducido tamaño de la suya, insuficiente para sus tres hijos, y en la enfermedad de su mujer (bronquitis crónica), para trasladarse al Poblado Central. Águeda Salido debía «evitar fríos y humedades», según el certificado, que adjunta, firmado por el doctor Lausín[1014].
Otros, como Nicolás González, de 25 años de edad, o Juan Luque Fernández, de 27, solicitan el cambio para poder vivir cerca de sus hermanos, domiciliados en distintos poblados[1015].
Ese mismo año, empleados de Casas y de Huarte solicitan asimismo viviendas en el Valle:
- Constantino Vivar Balberde (sic), empleado de Casas, que habita en el Barracón Colectivo del Poblado del Monasterio, solicita, el 23 de septiembre, vivienda individual por haber contraído matrimonio y poder vivir con su mujer y con su madre, María J. Balberde (sic) por estar viuda y no tener mas amparo que el de su hijo[1016]. La empresa sella la solicitud junto a su conformidad.
- Antonio Montón, empleado también de Casas, solicita el 8 de Octubre, basa su solicitud en el hecho de vivir en Guadarrama y querer establecerse en el Valle con su mujer y su hija[1017].
La siguiente petición se relaciona con uno de los niños nacidos en el Valle de los Caídos. Su padre, José Fernández Gil, de 43 años de edad, natural de Almuñécar, vivía en la vivienda 688 del Poblado de Entrada, y expone, el 4 de Marzo de 1952:
… que encontrándose con 4 de familia una niña de dos años y un niño que nació el 18 de Enero de 1952 [había cumplido mes y medio] y el matrimonio y no pudiendo poner ninguna otra cama por ser un espacio reducido[1018]…
Eulogio Martínez Picazo, empleado de Huarte, basa su solicitud, el 27 de abril, en el mismo deseo de tener consigo a su familia; mujer e hijo de 8 años[1019]. Miguel Rodríguez Torres, también de Huarte, desea cambiar de vivienda por «necesitar» a su mujer e hijos junto a él. Lo que solicita el 12 de mayo[1020] Juan José Ruz Velasco, de la misma empresa, y en la misma fecha, solicita el cambio por idénticos motivos[1021], como su compañero de trabajo, Andrés Alcántara, lo solicita también el 9 de Junio.
- José García Lara, empleado en Casas, pide una vivienda «en cualquier poblado y cuando V. E. lo crea conveniente» para traer a su mujer y sus tres hijos pequeños, en febrero de 1952[1022]. Como todas, su solicitud fue sellada por la empresa.
- Cecilio Jara solicita un cambio de vivienda para poder instalarse en el Poblado de Molán, más cercano a su puesto de trabajo. Era guarda nocturno de la empresa Huarte, y hacía el relevo a la una, «proporcionándonos esto un gran trastorno, para trasladarme a mi domicilio sito en el Poblado de Banús[1023]». Se le adjudica la n.o 41-15, de dicho Poblado, el 7 de Marzo de 1952.
- Emilio Luque Fernández, de 44 años, pide una vivienda en concreto, la n.o 6 del «Pabellón de mampostería que da al lado de la Yglesia», que había quedado vacía:
Suplica a V. si puede concederla ya que tengo chicos pequeños y donde bibimos es un barracón en el n.o 40 que no tiene cocina que es lo fundamentar (sic) para una familia[1024].
Indudablemente se trata de una petición bien fundamentada, a pesar de sus faltas de ortografía, en la esperanza de poder conseguir una vida auténticamente familiar, como otras que hemos visto.
- Antonio Risco Espinas, Ayudante del camión (sic) de la empresa Casas, solicita textualmente «mejorar de vivienda» a ser posible en el Poblado del Monasterio, por ser el lugar donde más tiempo permanece, realizando sus servicios. La empresa sella la solicitud, y con fecha 9 de Febrero de 1952, se le concede, como pedía, vivienda en el Monasterio; concretamente la del «Matacuras[1025]».
- Félix Gonzalo Corcobado, de 29 años, casado y empleado de Huarte, solicita una vivienda cerca del Primer Poblado para estar más cerca de su madre, delicada de salud, y «mi mujer poderla atender». Se le concede el 23 de febrero de 1952, diez días después de presentada la solicitud[1026].
- Estanislao Hernández, natural de la República Argentina, padre de 4 hijos, pedía lo mismo, a través de Huarte una vez más, el 30 de Abril.
- Pablo Villena Dueñas, de 23 años de edad y obrero, también, de Huarte, se dirige al Regidor —era entonces don Faustino de La Banda— solicitando una vivienda en vísperas de su boda:
Que teniendo necesidad de una vivienda por contraer matrimonio con su prometida, Andrea Díaz Organista[1027].… en la actualidad en Cuelgamuros, el día 20 de Enero de 1952. Con una chica en la actualidad de 5 años de edad[1028]…
Se trataba de otra de las bodas celebradas en el Valle, de las que tenemos constancia por estas solicitudes de vivienda. El novio, como vemos, era padre de una niña de cinco años, que pasó a vivir con él a la vivienda (o viviendas) n.o 4-4 y 6, como refleja el mismo documento, donde se lee —a lápiz— la fecha de la concesión; 9 de febrero de 1952, así como la confirmación de que la boda se había celebrado el día expresado por el solicitante. Y añade: «una hija de 5 años». Pasaba a ser, si no lo era antes, una de «los niños del Valle», de los que hablamos más adelante[1029]. En cuanto a la prometida, Andrea, se trataba de una de las hermanas de la viuda del primer muerto del Valle, Jerónima Díaz Organista, cuyo caso trataremos. En el momento de celebrarse este matrimonio se cumplían cinco años de aquel accidente que le costó la vida al cuñado de la novia.
El caso de Antonio Montejano Fernández es diferente ya que, trabajando en el Valle, residía fuera, y, además, pretendía traer a su familia del pueblo para instalarse todos juntos allí. El solicitante, de 38 años, estaba empleado en la empresa Casas y era natural de El Picazo (Cuenca) donde seguían viviendo su mujer y sus hijos. El 9 de febrero de 1952, se le concede la vivienda llamada de «Arrastraderos[1030]». Para aquella familia de la España rural, el Valle de los Caídos significaba la salida hacia la capital, cuando se iniciaba el éxodo del campo a la ciudad. Al pie de su solicitud, Antonio Montejano imprimía su huella dactilar, como algunos de los trabajadores que hemos visto en Cuelgamuros. Sus hijos, gracias a la escuela del Valle, no tendrían que hacerlo, sino que saldrían de allí con el bachillerato acabado. Ignoramos si fue este el caso, pero para muchos es seguro que fue así.
También de El Picazo, era Ernesto Benítez Pascual, y empleado en Casas Sagarra, como el anterior. Solicita una vivienda en el Valle para poderse instalar allí con su mujer y sus cinco hijos, el 26 de febrero del mismo año; es decir, dos semanas después de que se le concediera a Montejano la suya[1031]. Vinieron, con sus familias, al tiempo, del mismo pueblo, cuando ya en el Valle no se redimían condenas, pero allí coincidieron, en los mismos poblados y trabajos, con los que habían sido reclusos.
Puede verse, por estos ejemplos, que la documentación refleja una movilidad, dentro de los poblados obreros, que vuelve a contradecir el mito de los «esclavos» de Franco así como acredita la buena disposición del Consejo que suele atender las solicitudes, casi siempre fundamentadas en motivaciones familiares, o de comodidad, llegando a conceder, en ciertos casos, la ocupación de dos viviendas al mismo obrero. Destacamos las argumentaciones de estos trabajadores, como reflejo del concepto que tenían de las autoridades del Valle, pero veremos ejemplos más claros, al respecto.
En cuanto a las chabolas construidas por algunos obreros a su llegada, en 1950 el Consejo de las Obras parece decidido a terminar con las construcciones, que se habían tolerado, tácitamente, hasta entonces.
El 26 de mayo, la Regiduría del Valle prohíbe se construyan chabolas, gallineros o corrales, encargando a los guardas de obras y poblados que vigilen para impedirlo. Ese mismo año empezaron el desalojo y destrucción de las viviendas como demuestran los informes de Regiduría[1032].
Ese mismo año, se procede al derribo de chabolas como demuestra la liquidación de San Román correspondiente a los meses de febrero y marzo. En la semana del 26-2 al 4-3-50, se emplean, en ese trabajo, seis operarios durante ocho horas diarias[1033]. Pero aún, el 24 de abril de 1951, Juan Ruiz Gómez, empleado de Casas, solicita cambio de vivienda, para trasladarse desde la chavola (sic) «autorizada» en la que vive, a una vivienda en el Poblado Central, para instalarse allí con su mujer y su hija, lo que la empresa sella y firma[1034].
Un caso parecido, pero contradictorio, es el de Manuel Rubio Muñoz, «productor de la empresa Casas», que, en enero de 1952, solicita una «mejora de vivienda» para poder dejar la chabola en la que vive, siendo residente en el Valle desde 1944, casado y padre de un hijo, de tres años de edad, obviamente nacido en Cuelgamuros. Se le había concedido anteriormente, la vivienda n.o 4-2, que no llegó a ocupar por que «no le interesaba», pero lo más curioso es que, el año anterior, había solicitado una chabola:
El 5-5-1951 en instancia n.o 78 solicitó la chavola [sic] n.o 45, por manifestar que había sido construida por su tío Andrés Cabrerizo (este marchó del Valle) Le fue denegada la petición por tener suficientes habitaciones[1035].
Su petición, —era ya la tercera— fue denegada «por tener suficientes habitaciones».
Consideramos especialmente llamativo el que las motivaciones expuestas por los trabajadores para solicitar estos cambios, se fundamenten en argumentaciones tan humanitarias —podríamos decir lógicas— como las que hemos recogido, lo que se contradice con la imagen, tan difundida, de Cuelgamuros como una especie de campo de concentración, en el que ni se les habría ocurrido firmar peticiones como estas.
3. El Valle de los Caídos, para niños «inapetentes»
3. El Valle de los Caídos, para niños «inapetentes»
Esa confianza en ser atendidos invocando razones de interés familiar, queda de manifiesto, de manera muy especial en peticiones basadas en la esperanza de mejorar la salud, más o menos precaria, de hijos y nietos, que pasamos a reproducir:
- Menas Méndez Gaitón, de profesión carpintero, empleado de Huarte, solicita, el 18 de abril de 1952, una vivienda en el Valle para poder llevar allí a sus hijos, tres niños, de 9, 7, y 5 años de edad:
Le sea concedida una vivienda en este Valle… a fin de que el clima benigno de esta región contribuya a fortalecer la salud de los niños antes expuestos, ya que en el presente y desde hace una temporada se encuentran delicados e inapetentes en grado sumo.
En Cuelgamuros a 18 de Abril de 1952[1036]
Con el sello y firma de la empresa (Huarte[1037]).
- Arturo Aguilar López, de la Compañía Nacional de Electricidad, en el Valle de los Caídos, pide, en julio de 1950, se le autorice llevar allí a su esposa y a su hijo Arturo, de 22 meses, a la vivienda-almacén de la empresa, alegando, también, la falta de apetito de su hijo:
… que se le autorice traer a su esposa, Ángeles Vega, de 38 años y a su hijo Arturo de 22 meses a la Vivienda-Almacén de esta empresa por encontrase este último en un estado de salud deficiente debido haber pasado una pulmonía hace 10 días… y no tener apetito alguno[1038].
Por último, José Humanes Ocaña, guardia de noche de la Empresa de D. José Banús, con la misma argumentación que los anteriores, solicita se le autorice la permanencia en su casa del Valle, de su nieto, convaleciente, por una duración de dos meses:
José Humanes Ocaña… suplica a V. le sea concedido permanencia para que su nieto Pedro Segovia Humanes, de 9 años de edad pueda pernoctar en la vivienda del dicente. Salido dado de alta del hospital Infantil de Guadarrama, por consejo de los médicos de aquella institución y aprovechando mi estancia de 7 años en esta obras, los (sic) tengo en mi compañía por dos meses…
José Humanes
Cuelgamuros, 17 de Julio de 1950[1039].
En estos tres casos, la salud de los niños es invocada como única razón para que los padres y el abuelo soliciten llevarlos al Valle y tenerlos en sus viviendas por tiempo indefinido o por una larga temporada al menos, lo que nos da una idea de la percepción que tenían del ambiente de Cuelgamuros, en pleno apogeo de las obras, los que allí vivían, y también, insistimos en ello, lo que esperaban de los responsables no solo de las empresas —que tenían que respaldar las solicitudes— sino del Regidor que debía autorizarlas.
Las dos últimas, se llevan a cabo, por cierto, a raíz del oficio que dicho regidor hace llegar a las contratas a fin de controlar la permanencia de familiares y amigos en las viviendas de los trabajadores durante los meses de verano, como veremos más adelante.
Aquella exigencia del Regidor, puso de manifiesto que, con anterioridad, vivían ya en el Valle familiares de los trabajadores cuya estancia se vieron obligados a justificar entonces. Es el caso de Lázaro Ruz Ortega que, en agosto de aquel año, escribe al Regidor:
… a V., que habiéndole [ilegible] la permanencia en su compañía de su hermana política llamada Consuelo Pozas Reyes… [ilegible]…este mes y curarse… está en situación precaria y sin recursos pues su padre se encuentra en un asilo en Baeza y su madre vive al amparo de su hijo mayor y como el que «cuscribe» [sic] no tiene hijos y cree… [ilegible]…debe tener a fin de tener repartidas las cargas familiares que la referida hermana política en su compañía por tiempo indefinido por lo que agradecería a V. de todo corazón se le permita continuar en su compañía y de su esposa a Consuelo Pozas.
Quedamos agradecidos por anticipado se despide de V. con todo respeto.
Lázaro Rus [sic] Ortega
Cuelgamuros 27 de agosto de 1950[1040].
Grapada al escrito, se conserva la resolución del Regidor: Concedido por tiempo ilimitado siempre que observe buena conducta. [A lápiz rojo]: pase 1321.
Muy similar es la petición del Guarda Forestal, Nicolás Guzmán, que solicita instalar en su vivienda a su madre política a causa de su precaria situación económica:
Señor Regidor.
El que suscribe Nicolás Guzmán González, Cabo encargado de la Guardería Forestal de este Valle… expone a Vd. que desea traerse a mi madre política Francisca Carrillo García de 64 años de edad afarta de medios económicos deseando tenerla en compañía del que suscribe por tiempo indefinido[1041]…
Se confirma lo dicho sobre las solicitudes anteriores. Invocando razones humanitarias, de ayuda a familiares, aunque no estuvieran a su cargo, esperaban los obreros poder instalar en el Valle a personas de su entorno que necesitaran su apoyo por distintas causas; normalmente económicas o de salud. Esgrimen muy frecuentemente las obligaciones morales extensivas a sus familias en sentido amplio; sobrinos, (carnales y políticos) suegras y cuñadas necesitados de amparo, como lo estarían, seguramente, las personas que reseñamos. Al menos en la mayoría de los casos.
En otros muchos, no se alegan esta clase de motivos, sino que se da por hecho, la aspiración natural de tener consigo a sus familias.
4. Testimonios de penados
4. Testimonios de penados
El que fuera penado en Cuelgamuros, Jesús Cantelar Canales, le contaba a Sueiro, en 1976:
Además en Cuelgamuros nos dieron facilidades para llevar a la familia. Claro que el trabajo también era duro, pero teníamos a nuestras familias. Hicimos unas chabolitas… Yo tenía a mi madre, a una hermana y a un hermano, que fueron allí conmigo, y allí estuvieron conmigo hasta que me dieron la libertad[1042].
Algunos de los penados disfrutaron de viviendas tan aceptables como la que ocupó el doctor Lausín, que había sido de un ingeniero que trabajó en las obras, aunque el caso del médico, como los del practicante y el maestro, los trataremos, como especiales, en el siguiente capítulo. Una vez más encontramos en el libro de Sueiro los testimonios de los que trabajaron en el Valle. El autor nos cuenta del Doctor Lausín:
El doctor Lausín pasó solo los primeros años de Cuelgamuros. También su mujer se acercaba a verle los domingos cuando podía.
«Hasta que me dieron una casita en condiciones, porque no había ninguna que reuniese las mínimas condiciones. Pero cuando se marchó un ingeniero, entonces me dieron a mí la casa que él dejó. Era pequeña pero estaba muy bien[1043]».
Don Luis Orejas le contó a Sueiro:
Yo al principio vivía en el hospital […] Después ya me dieron una pequeña vivienda y me llevé a mi mujer: allí tuvimos los cuatro hijos […][1044]
Por las peticiones de viviendas, ya hemos visto que hubo también obreros que residían fuera del Valle, y las solicitaban para instalarse allí, generalmente con sus familias. Pero no todos lo pedían, o, al menos no ha quedado constancia de ello. Así, Banús comunica al Sargento Jefe del Destacamento, el 17 de julio de 1950, una serie de altas en su empresa, de obreros que pernoctaban en El Escorial o Guadarrama.
Junto a ellos, figuran otros obreros, —albañiles y peones— que vivían en el Valle, trabajando para la misma empresa, en el «dormitorio colectivo» 5-1[1045].
Otro de los obreros de aquella relación, el peón Justo Gonzalo Corcobado, «pernocta con sus padres en vivienda 56-11[1046]». Podría tratarse del hijo de unos de los trabajadores del Valle, empleado, él también, en las obras, o de uno de los obreros que hubiese llevado allí a su familia. Ambas situaciones se dieron en Cuelgamuros, y la segunda de ellas, muy frecuentemente, como sabemos.
Resumiendo, entre los días 17 y 21 de julio de 1950, Banús comunica al Regidor y al Sargento Jefe del Destacamento, quince altas de obreros, de los que la mayoría pernocta en Guadarrama; dos de ellos, en Escorial, y otros dentro del Valle, con o sin sus familias.
Por otra parte, Marmolería Bilbaína comunica, ese mismo mes, cinco altas de obreros, de los que cuatro pernoctan en El Escorial o Guadarrama, y solo uno, Antonio Santos Romero Franco, lo hace en Cuelgamuros, concretamente en el «Barracón Portada» [de Entrada].
San Román, a su vez, comunica tres altas (dos peones y un albañil) que pasan al dormitorio colectivo n.o 39, y la empresa Rodríguez relaciona a los obreros de su empresa que viven en Cuelgamuros con sus familias, indicando las viviendas que ocupan, en «su poblado», así como la localización del Economato[1047]:
Viviendas:
- 36-1, Armenio Rodríguez Serra, esposa y dos hijas.
- 36-2, Economato.
- 37-1, Juan Egea Martínez, esposa, un hijo y tres hijas.
- 37-2, Manuel Rodríguez Llamas, madre y un hermano, José Rodríguez Llamas.
Sigue la relación, la empresa San Román, con la distribución de lo que llama «barrio San Román»:
- 37-3, Nazario Alonso Gutiérrez, esposa, un hijo y una hija.
- 37-4, Cocina para los ocupantes del barracón, lo que indica que la compartían.
- 37-5, Barracón ocupado por una relación de doce hombres solos, de los que dos, (Manuel y Ricardo Picayo Álvarez) son hermanos.
- 41-1, libre por baja en la empresa de su ocupante, Félix González Rodrigo.
- 41-2, libre por baja en la empresa de su ocupante, Ignacio Elola Uzcudun.
- 41-3, libre por baja en la empresa de su ocupante, Antonio Yáñez González.
- 41-4, libre.
En el Barracón A-1, oficinas auxiliares, y en el B, fragua y almacén general. Existía, por último, una vivienda adosada al Barracón B, ocupada por Ángel Suances Pascual También se incorpora una segunda lista de los empleados de Marmolería Bilbaína, que estaban repartidos dentro y fuera del Valle, entre Guadarrama, El Escorial, y los distintos enclaves de Cuelgamuros: «Barrio San Román, Poblado de Buenavista n.o 6, Casa del Polvorín, Fragua y Barracón del Portugués».
Los mismos enclaves, ocupaban los empleados de Huarte, además del Pabellón de Banús, y el Destacamento Central, aparte de uno de sus peones (Francisco Cerezo) que vivía en Valdemorillo. Se relacionan, 89 empleados en total, de esta empresa, algunos de los cuales venían de la casa central, en Pamplona, como el mecánico José Aguirre Lasa, según las altas de octubre de 1950[1048].
Incluimos estas relaciones, como evidencia de algo que se desprende del examen de este fondo documental; la movilidad de los obreros y la gran diversidad de situaciones en cuanto a viviendas. Hombres que vivían solos o con sus familias, algunas de ellas numerosas, dentro y fuera del recinto de Cuelgamuros. No todos, ni mucho menos, en los poblados de sus empresas, sino en los de otras, pernoctando en un radio de varios kilómetros a la redonda, buen número de ellos.
También se reflejan los frecuentes cambios de vivienda dentro del Valle. Veremos ejemplos concretos, relacionados con las peticiones de los propios obreros, basadas en motivaciones personales, de tipo familiar, generalmente.
Pero antes, para completar la visión general de la situación durante el verano y el otoño de 1950, veamos el escrito que la empresa Banús envía al Jefe del Destacamento, en julio de aquel año, notificando algunos cambios de viviendas de sus empleados:
- El obrero Francisco García pasa de la 10-1 a la 69-3.
- El barrenero, oficial 2.o, Manuel Fernández Galán, es baja en dormitorio colectivo 69-2, y alta en la «habitación vacía» 69-2.
- El peón Francisco González López causa baja en el trabajo y en el Dormitorio Colectivo 5-1 B
- Por la misma razón, el auxiliar administrativo, José García Castro, es baja en la vivienda 5616[1049].
Se conservan documentos similares, de aquel mismo verano, de las empresas Casas Sagarra y San Román. Esta última, comunica, el 3 de agosto de 1950:
D. Juan Ayuso Herranz, de oficio peón ordinario que vivía en el número 6-1 (Buenavista) ha sido baja en esta Empresa con esta fecha y pasa a trabajar con el Servicio Forestal.
Cuelgamuros 3 de Agosto de 1950[1050].
Junto al cambio de vivienda, se daba, en este caso, el de empresa, algo también muy frecuente entre los obreros. Hemos podido seguir la trayectoria de alguno que llegó a pasar por cuatro empleos distintos a lo largo de siete años, mejorando siempre de jornal y condiciones laborales.
En septiembre de aquel año, la empresa Rodríguez comunica el despido de quince obreros que dejan libres otras tantas viviendas. Entre ellos, el antiguo recluso, Juan Solomando Muñoz, que trabajaba como almacenero, ocupando la vivienda 49-2[1051]. A Solomando volveremos a verle al frente del Economato y solicitando la permanencia de sus familiares, durante las vacaciones, en su casa, aquel mismo verano[1052]. Entre los despedidos, figuran también Pedro Villena Dueñas, (aprendiz cantero) y José Romero Logroño, (aprendiz) que vivían ambos, «en distintos sitios».
Semanas antes, la empresa «Hoyos, Piedras y Mármoles» notificaba las bajas en su empresa que dejaban libres las viviendas del Barracón Colectivo de Canteros. Entre ellos, el «Matacuras», que ocupaba la vivienda de la cocina de dicho barracón.
Poco después, quedaba libre la vivienda de la Antigua Fragua de Banús, porque su ocupante, D. Mariano Esteban Guardia (mecánico) pasaba a trabajar en la Contrata del Comedor.
Al pie de todas estas notificaciones, el Sargento y el Regidor firmaban «ENTERADO». Si pretendían controlar realmente lo que ocurría en el interior de Cuelgamuros, tenían que emplearse a fondo. No es de extrañar, en este contexto, el oficio que Regiduría, aquel mismo verano, enviaba a las contratas y al destacamento de la Guardia Civil.
En 1959, ante la proximidad del final de las obras, se dispuso que las viviendas de los poblados obreros fueran derribadas. Dado que allí vivían los dos Guardas Forestales que atendían a la vigilancia y conservación de Cuelgamuros, el Subdirector del Patrimonio Forestal del Estado ruega al Consejero Gerente de Patrimonio Nacional, señor Fuertes de Villavicencio, autorice la construcción de viviendas para los guardas, lo que no se había ejecutado todavía por falta de presupuesto. De modo que seguían viviendo en el Poblado Obrero.
Dos años más tarde, al irse del Valle, la empresa Huarte dio de baja el transformador de su propiedad, situado en el Poblado Viejo, dejando sin fluido eléctrico a los últimos obreros de su empresa que aún residían allí junto con las familias de otros obreros que se habían ido a trabajar a Madrid. Allí seguían también (en mayo de 1961) los dos Guardas Forestales para los que se habían solicitado viviendas, de nueva construcción, en 1959.
Todos ellos compartían viviendas con empleados del Consejo de las Obras, entre los que se encontraban, como veremos, antiguos reclusos que habían sido condenados a muerte tras la Guerra Civil. Una vez más se comprueba la armonía, y falta total de discriminación, que se vivieron entre libres, penados y guardas. Incluso algunas familias de los que ya se habían marchado, seguían viviendo allí.
Para resolver la complicada situación creada por el corte de suministro de la empresa Huarte, el Jefe de Servicios y Personal, don Emilio Martínez Maset, informa a Villavicencio de que el personal del Patronato había instalado una línea supletoria derivada del transformador del Poblado Nuevo. Siguiendo instrucciones de don Diego Méndez, se habían cortado unas ramas, que estorbaban la nueva instalación, lo que Villavicencio comunica al Ingeniero Jefe de la 4.a División Hidrológica el 16 de Junio.
Para entonces se había instalado ya un contador con el que poder realizar las lecturas de consumo eléctrico que se pasarían después a los empleados del Consejo, únicos habitantes del Poblado que, por el momento, se beneficiaban de la chapuza[1053].
Ninguno de ellos, obviamente, tenía prisa por salir del Valle de los Caídos.
5. La vigilancia. La relación entre penados y guardianes
5. La vigilancia. La relación entre penados y guardianes
La libertad de movimientos de los obreros dentro del Valle es otra de las circunstancias menos conocidas, en cuanto a sus condiciones de vida se refiere. Sí se ha publicado que la vigilancia no era excesiva, ya que las únicas fuerzas de seguridad que allí estuvieron destinadas, fueron los integrantes del destacamento de la Guardia Civil que vigilaba el acceso y el perímetro de Cuelgamuros[1054]. En su interior, solamente algunos, —tres casi siempre— funcionarios de prisiones, por destacamento, respondían de la seguridad y el orden.
En el destacamento de Molán, fueron tres, efectivamente, los funcionarios, al menos a lo largo de 1948. Conocemos sus nombres:
- D. Amós Quijada.
- D. Nicomedes Lozano.
- D. Felipe Cereceda[1055].
Aparecen en las declaraciones de Molán, encabezando las listas nominales de funcionarios y penados, durante todo el año 1948[1056]. En las liquidaciones de San Román de ese mismo año, se incluye la relación del «personal a cuyo cargo está el destacamento penal de Cuelgamuros», con expresión de sus nombres:
- D. Carlos Santiago.
- D. Jesús González.
- D. Pablo Martín
- D. Ángel Dorias.
- D. Carlos Mingotti[1057].
Curiosamente, el último de ellos, Carlos Mingotti, había llegado allí como penado, acogido a la Redención de Penas, y, como veremos, fue el primer médico al frente del hospital del Valle de los Caídos.
El número de guardias civiles para prestar servicio en el destacamento, según esta relación, era de 18, lo que hacía subir a 23 las personas, entre funcionarios y guardias, encargados de la seguridad.
Las relaciones entre penados y vigilantes no fueron malas, en general, pudiendo ser excelentes en algún caso como el del preso político Roque Manjón, ordenanza del funcionario de prisiones Felipe Cereceda. El hijo de este, Ángel Cereceda, le recuerda como «alguien que llegó a ser de la familia[1058]». Caso similar al del recluso Miguel Rodríguez[1059] que llegó a mantener una buena amistad nada menos que con el Jefe del Destacamento, don Amós, al que mencionamos más arriba. Así lo cuenta, en sus memorias, el propio recluso, citado por Fernando Olmeda, que extracta un párrafo del propio Rodríguez, donde explica la confianza que llegó a tener con el jefe:
Por don Amós me enteraría de todo cuanto acontecía entre bastidores […]
En la misma obra nos cuenta Olmeda, que, días antes de la llegada al Valle del recluso Sánchez-Albornoz, Miguel Rodríguez cenaba en casa de don Amós al que encontró nervioso ante la llegada de unos presos que podrían ser conflictivos, y, con toda confianza, le comunicó su preocupación:
Me dijo que había recibido la orden de hacer el ingreso de tres presos políticos relevantes, que días antes le habían anunciado. Su preocupación era grande y su desasosiego total[1060].
Siguió contándole a su amigo el recluso, las presiones que estaba recibiendo de personas influyentes que recomendaban a los que iban a ingresar, desde el propio Ministerio de Justicia, la Dirección General de Prisiones, etc.
No sabía don Amós hasta que punto iban a ser conflictivos aquellos reclusos a los que aún no había visto. Lo veremos al referirnos a la fuga de Sánchez-Albornoz[1061]. Isaías Lafuente, que también se ocupa de él, recoge el testimonio de Miguel Rodríguez, que definía a don Amós, como «un hombre de gran estatura moral», que permitió a los penados cultivar un huerto para mejorar su alimentación, y logró que la empresa —Molán— construyera una caseta para acoger a las familias que venían a pasar con ellos quince o veinte días:
Había un prado grande que dividió en parcelas y como los presos venían de Huelva, de Jaén, mandó a la constructora levantar una caseta grande, con catorce habitaciones y una cocina, para que las familias pudieran venir y pasar allí 15 o 20 días[1062].
El mismo autor, señala que la vigilancia no era muy estricta:
La vigilancia no era muy fuerte: apenas un destacamento de la Guardia Civil que controlaba el perímetro de las obras y algunos funcionarios del cuerpo de Prisiones que vigilaban el interior del recinto. Muchas de las funciones de vigilancia, como los seis recuentos que se hacían al comenzar y terminar el día, en los tajos y antes de las comidas, los realizaban algunos presos de confianza designados por los propios funcionarios[1063].
Que los capataces fueran también presos, se veía como una ventaja por el resto de los penados, que preferían estar bajo su control, y no por eso dejaban de considerarlos de los suyos, como refleja el testimonio de Teodoro García Cañas, publicado por Sueiro:
… nombraron capataces de los mismos penados, y nosotros los respetábamos como compañeros nuestros, o sea que preferíamos estar con ellos[1064].
Y añade, acto seguido, un comentario que viene a confirmar el hecho de que para los penados era muy preferible continuar allí a regresar a las prisiones:
Había que respetarlos [a los capataces], si no, ya sabías lo que te quedaba. Si no te comportabas, pues venías caminito de la cárcel otra vez. ¡Huy, muchos que se devolvían! Unos porque no querían trabajar, otros por su tendencia política[1065]…
En cuanto al funcionario de prisiones, Felipe Cereceda, citado más arriba, adelantamos que tuvo que intervenir en la búsqueda de Nicolás Sánchez-Albornoz, recién escapado de Cuelgamuros. Su hijo, Ángel Cereceda, uno de los niños del Valle, intercambiaba su comida con el hijo de un penado, por preferir la del otro niño. Así nos lo contaba, en junio de 2011.
Debemos destacar que, examinando la documentación, nos ha llamado la atención la buena convivencia entre los penados y sus vigilantes, aunque en las obras sobre el Valle, se reflejan situaciones más duras, que parecen haberse dado, sobre todo al principio. Pero, independientemente de algunos episodios descritos, que trataremos enseguida, en la documentación examinada, —en el mencionado informe de 1943 especialmente— lo que se percibe es la buena opinión del Consejo sobre los penados.
Lo cierto es que la mayoría de autores, no tratan de reflejar malos tratos hacia ellos, insistiendo en otros aspectos negativos como la alimentación, pero Fernando Olmeda recoge el testimonio de Damián Rabal, respecto de los primeros tiempos, los peores según él:
Al principio hubo bastante rigor, incluso ha habido malos tratos: alguna vez le han dado alguna bofetada a algún preso, eso me consta. Pero luego la gente libre… llamaban la atención de los funcionarios de prisiones en el sentido de que no podían extremar el control, que aquello no podía ser un campo de concentración. Algunos funcionarios se encontraban de repente con que los obreros libres les afeaban la conducta de tal manera que se encontraban marginados[1066].
Merece la pena analizar este párrafo a fin de conocer el ambiente que se vivió en Cuelgamuros. En primer lugar, queda claro que, al hablar de malos tratos, se refiere a darle «alguna vez alguna bofetada a algún preso». Es decir, que dichos «malos tratos» ni eran frecuentes, ni pasaron de alguna bofetada, ni se practicaron con la mayoría. Es, aproximadamente, lo que podría suceder en un colegio de la época, y lo sabemos por experiencia. Eso, si hablamos de España, porque si el colegio fuera inglés, por ejemplo, la violencia hubiera sido mucho mayor, lo cual nos parece, desde luego, rechazable. No deja de ser asombroso que sean estos los peores tratos que pudiera recordar uno de los habitantes de Cuelgamuros, el supuesto campo de concentración del franquismo. Pero es que, además, el agresor que abusara de tal modo de los reclusos, era amonestado por los otros trabajadores y quedaba «marginado», según el mismo relato de Rabal.
Nuevamente, aquello, medio siglo más tarde, vuelve a recordar mucho más a un pueblo cualquiera de la España interior que al manido «campo de concentración» que han conseguido crear en la imaginación de una buena parte de la sociedad.
El testimonio, —hay que tenerlo en cuenta— lo publica, además, alguien nada interesado en ofrecer una cara amable del franquismo.
Pero, sin lugar a dudas, el testimonio más valioso de todos cuantos hemos podido conocer al respecto, lo publicó Sueiro, y, antes de continuar debemos subrayar que procedía directamente, de un antiguo penado, Teodoro García Cañas, entrevistado por el autor, en su casa del madrileño barrio de San Blas, en el verano de 1976.
En varias de las obras sobre el Valle, se refieren a él por su relato de cómo llegó a Cuelgamuros desde la prisión de Ocaña, donde Juan Banús, antes de aceptarle, le miró la boca y le tanteó los músculos. La escena parece sacada de la época del tráfico de esclavos. No suelen recoger, como le convencía el penado, para que se lo llevara a las obras del Valle, a pesar de su aspecto desnutrido. Pero lo que no se ha vuelto a publicar —y el libro de Sueiro es el más citado— es el relato del mismo penado sobre un suceso ocurrido en Cuelgamuros, a partir de una bofetada que un guardia civil le propinó a un recluso, y que terminó con el destierro efectivo de dicho guardia:
Yo de la guardia civil… Pues sí, hay algunos episodios. Porque una noche cogió un cabo que había muy templadito, muy chuleta, de aquellos nuevos que hacían, y a uno de los penados, porque no le había dado las buenas noches, le pegó una bofetada que le tiró el rancho al suelo. Y se fue al jefe del destacamento que cogió y le dijo: «Dime quién te ha pegado». «Este señor». Le dijo: «En tus manos está: se le destierra, se le quita la ropa, o qué castigo prefieres, porque a mis presos no los tienta nadie más que yo, si hay que tentarlos, y ya me cuido yo de no tentarlos». Lo trasladaron a Mahón. Porque el preso dijo que él tanto como quitarle el pan a la familia, no quería, pero lo que no quería tampoco era que se repitieran historias de esas[1067].
Ni siquiera por un abuso de autoridad de cualquier agente hacia un ciudadano libre, es frecuente, en cualquier democracia, que el culpable sea castigado de tal manera. Mucho menos, —imposible e ilegal, de hecho— sería que su superior le diera a elegir al agraviado sobre la pena que se le debiera imponer. No sabemos como calificar el suceso en sí, pero es algo que ocurrió en el Valle, y que dice más de la clase de disciplina que allí se aplicaba que todo un tratado sobre el tema.
Y lo publica alguien que tampoco tuvo ninguna intención de mejorar lo más mínimo la imagen del franquismo. Pero, insistimos en el hecho de que el libro de Sueiro, a pesar del rechazo de su autor hacia Franco, tiene el valor de acumular testimonios directos de buen número de presos, registrados en cinta magnetofónica, y transcritos sin cambiar una coma.
Pero aún hay más, y vuelve a ser el mismo penado, Teodoro García Cañas, quien lo cuenta:
Llegaba la Nochebuena y hemos ido al cuartel a pedirles el aguinaldo y hemos alternado con ellos. Hubo un caso, este sí que es curioso. Una Nochebuena se presentaron dos civiles en una puerta, en una casa en que había baile. Y el dueño de la casa dijo que los civiles en su casa no entraban. ¡Hombre, que tal…! «Pues si quieren entrar en mi casa, tienen que dejar el fusil y el tricornio». Y se los quitaron, los llevaron a casa de un vecino, lo encerraron todo en un armario y ya entraron en la casa[1068].
Iban a pedir aguinaldo a los guardias, alternaban con ellos, e, incluso, podía ocurrir que les impidieran entrar en sus casas. Desde luego, miedo, no les tenían ninguno, pero se pueden sacar más enseñanzas de las historias del Valle. Una de ellas, podría ser que conocerla es algo que puede ayudar a fortalecer la cohesión social, entre los españoles por encima de ideologías. Porque, lo que revelan estas situaciones, frecuentemente, es una nobleza de carácter que no siempre se da en otros países, en situaciones análogas. Hemos encontrado rasgos de generosidad, compasión, solidaridad, y amor a las familias, por citar solamente, los más destacados, de manera tan constante, que podemos afirmar que la lectura de los testimonios y documentos relativos al Valle, devuelven la esperanza en un futuro de convivencia pacífica, y permanente, a poco que, desde el poder no se procure lo contrario.
La comparación con el Gulag, llegados a este punto, es obligada. Secundino Serrano es quien nos informa nuevamente:
Aunque la tortura fue legalizada en 1938, los soviéticos jamás reconocieron que la hubieran empleado, salvo en casos específicos de «criminales de guerra». Un divulgador del GULAG como el novelista Solzhenitsyn asegura, por su parte, que en las cárceles y los campos se interrogaba empleando una variada gama de torturas: se oprimía el cráneo con aros de hierro, se sumergía a la gente en baño de ácidos, se le introducía «por el conducto anal una baqueta de fusil recalentada con un infiernillo»… O lo que conformaba el canon represivo, que consistía en una semana o un mes sin dormir, una operación que se conocía como «ser puesto en la cinta transportadora»: la privación de sueño iba acompañada casi siempre de una luz constante, aislamiento en una pequeña celda y alimentación insuficiente. La resistencia de los detenidos alcanzaba entonces el mínimo común denominador, y, anulaba su capacidad de juicio y la posibilidad de comprender cuanto estaba ocurriendo, firmaban confesiones falsas[1069].
Sigue el relato, explicando que, sometidos a este tratamiento, dos españoles acabaron firmando la solicitud para que ocho de sus compañeros —pilotos españoles también— fueran fusilados «por haber pertenecido todos ellos, en España, a la quintacolumna del partido trotskista».
Aparte de destacar el hecho de que se hubiera legalizado la tortura en la Unión Soviética, el párrafo no requiere comentario alguno, solamente recordar el nombre de quien denunció el Gulag, Solzhenitsyn, denostado, a causa de ello, por toda la izquierda europea. Se constata, sobre todo, el contraste que ofrece con la situación que se vivía en Cuelgamuros. Dicha comparación, insistimos en decirlo, jamás la habríamos establecido de no haberla encontrado, ya, en el estado de la cuestión, relativa a nuestro tema de investigación. Entre otras cosas, porque nunca se nos hubiera ocurrido.
Continuamos con la historia del Valle: además de las que se instalaron allí, las familias visitaron a los obreros durante todo el tiempo que duraron las obras. Hemos visto el caso de la mujer del doctor Lausín que al principio iba cuando podía hasta que se quedó allí, al conseguir una casa adecuada. Como lo hicieron las familias del maestro y el practicante. Y también las de tantos otros trabajadores que hemos visto al tratar de las viviendas y volveremos a ver, en el siguiente apartado, al hablar del veraneo en el Valle.
Pero también hubo familias de los funcionarios y los guardias que se reunieron allí con ellos. En septiembre de 1950, el guardia civil, Alejo Cifuentes solicitaba la permanencia de su mujer en el Valle durante unos días:
Señor Regidor:
El Guardia 2.o que suscribe perteneciente a la Ciento una Comandancia de la Guardia Civil concentrada en este Monumento Nacional a los Caídos, solicita de V. se digne conceder autorización para que permanezca mi señora Rosario del Campo Rivero unos días en mi compañía la cual viene en casa de don Antonio Damiano por ser sobrina, no padeciendo enfermedad contagiosa.
Dios guarde a V. muchos años
Cuelgamuros 27 de Septiembre de 1950
El Guardia 2.o Alejo Cifuentes[1070]
Al pie, a lápiz rojo; se concedió tiempo ilimitado.
Contrasta la petición del guardia con las de los trabajadores, por la modestia de su pretensión. No se trataba de familiares más o menos cercanos como los que solicitaban traer estos, sino de su mujer que además vendría a casa de su tío, Antonio Damiano, aparejador del COMNC, y solamente por unos días, aunque se le concediera por tiempo indefinido.
Como si se tratara de un gran favor, e invocando su vieja amistad, otro guardia civil, Francisco Fuentes, se dirige al Regidor, Faustino de La Banda, capitán del Cuerpo, para que le autorice a visitar el Valle, «un día laborable» con su familia y la del comandante del puesto:
… me permito rogarle haga el favor de decirme si en unión de mi familia, de la del Comandante del Puesto de esta y dos o tres mas, podría V. autorizarme a visitar el Valle en un día laborable… Contando desde luego con que ello sea factible y a V. no le origine molestia alguna[1071]…
Por la relación de personal realizada por el COMNC en septiembre de aquel año, sabemos que en el Valle, además del sargento, vivían diez guardias civiles[1072], ocho menos que dos años antes, lo que podría deberse a la disolución de los Destacamentos Penales de Cuelgamuros, realizada meses antes.
Otro testimonio significativo en relación con la vigilancia, es el que ofreció Nicolás Sánchez-Albornoz. Desde su punto de vista, los guardianes estaban acobardados ante los presos y esa era la causa de que trataran de ganarse su amistad. Lo razonaba de la siguiente manera:
El aire libre y la falta de un perímetro cerrado, al aumentar la vulnerabilidad de la custodia, obligaban además al funcionario a frenar sus instintos y a esforzarse por ganarse la cooperación del preso. Un jefe y dos guardianes, don Amós, don Felipe y don Clemente, no eran suficientes para enfrentarse a un centenar largo de presos políticos y no podían permitirse ellos solos demasiadas demostraciones de fuerza. Circulaban sin armas para no correr el riesgo de ser desarmados[1073].
Es evidente la predisposición negativa hacia los funcionarios, a los que si no vio cometer abusos de autoridad piensa que se debió a que «frenaron sus instintos», brutales o feroces —es de suponer— por su propia «vulnerabilidad». Refuta, inconscientemente, el historiador uno de los principales mitos utilizados contra el Valle: el de los 20 000 «esclavos» que habrían participado en la construcción, ya que habla de un total de «un centenar largo de presos políticos», pero incluso, a pesar de sus prejuicios, reconoce que «el trabajo, la comunicación abierta con los familiares y un trato más personalizado sobre él, operaban, en cambio, como incentivo para que la rebeldía plegara alas»
No se puede hablar de una vigilancia opresiva aparte de que la documentación refleja una buena convivencia entre libros y penados, que también ayudó a crear, en lo posible, un ambiente de normalidad dentro de Cuelgamuros. Algo que ya se conocía por los testimonios de los que vivieron allí.
Lo que se dio, además, fue una total integración entre la mayoría de los obreros y sus familias. Damián Rabal, le contó a Fernando Olmeda que la relación entre trabajadores libres y penados fue muy estrecha desde el principio, reuniéndose en su casa por las noches, donde les buscaban lo oficiales al hacer el recuento:
Nuestra casa todas las noches estaba llena. Cuando los oficiales hacían el recuento y faltaba alguno, ya sabían que estaba tranquilamente en nuestra casa; oyendo, a veces, una de aquellas radios antiguas que tenían mis padres[1074].
Fue también él quien le habló de los equipos de fútbol, compuestos por presos y libres, agrupados por empresas, como lo estaban en sus trabajos. La equitación se la regalaba el arquitecto-director de las obras, Pedro Muguruza, que respecto de los penados, observó la misma actitud protectora que observaría luego su sucesor en el cargo, Diego Méndez.
En el Valle se dieron fugas de presos muy rara vez, pero las hubo, como sabemos, entre otras cosas, por el informe del COMNC, realizado en 1943, al que nos referimos en distintos capítulos de este trabajo. Durante los seis primeros meses de la estancia de los reclusos en el Valle, se dieron ya algunas, aunque también hay que decir que, por aquel entonces, la vigilancia era muy poca:
… sin tener servicio especial de Guardia Civil y hallándose la colonia de 500 penados bajo la vigilancia exclusiva de los pocos empleados de prisiones que los acompañan, no se han producido más que cinco fugas de las cuales una terminó volviéndose la persona escapada, por su propio impulso, al lugar de trabajo[1075].
Eran pocas, pero no tanto. Si tenemos en cuenta el tiempo que llevaban funcionando los destacamentos penales de Cuelgamuros, salían a una fuga al mes. A ese ritmo, deberían cuestionarse la situación en cuanto a vigilancia, tarde o temprano. Como vemos, en el mismo escrito, la vigilancia era casi simbólica; algunos funcionarios de prisiones, que, además, no llevaban armas, en precaución de que se las quitaran los propios reclusos. No se comprende que lo hubieran organizado de ese modo, como tampoco que solo cinco se hubieran marchado. ¡Cómo no se iban a fugar! Nuevamente lo del Valle roza la tragicomedia, pero la respuesta es bien simple. No se iban porque sabían que la otra opción sería volver a las prisiones de las que vinieron, si no lograban escabullirse definitivamente. Y eso, como vimos por el testimonio de uno de ellos, era muchísimo peor que lo que tenían allí. A los beneficios de la Redención de Penas, hay que añadir que, en ningún otro sitio, gozaron de mejores condiciones de trabajo, que fueron las reflejadas en esta tesis.
En la situación relatada, en este documento, por el propio COMNC, se encuentra la explicación de por qué llegaron a encontrase allí, posteriormente, hasta 18 Guardias Civiles, aparte de los funcionarios instalados en cada uno de los destacamentos. Por mucho que, pensándolo bien, fuera mejor quedarse, la tentación de la fuga, en tales circunstancias, era demasiado fuerte.
Como muestra de hasta qué punto se ha deformado la realidad, hemos dejado para el final de este apartado el comentario de Tario Rubio sobre la vigilancia en el Valle, incluido en su reseñado libro:
… la Guardia Civil custodiaba el recinto y sus alrededores, el control de lo que allí sucedía era absoluto[1076].
Cualquier comentario a esta afirmación, después de lo visto, sería gratuito. Pero Tario también ha descrito el trato que recibían allí los penados como «infrahumano, independientemente de su procedencia y su nivel intelectual», algo que resulta todavía más indefendible tras el estudio de la documentación del APRM. Pero coincide plenamente con la idea que los autores republicanos han divulgado a lo largo de la última década.
Se ha definido lo que han dado en llamar el «universo carcelario del franquismo» como un conjunto de prisiones o destacamentos donde toda crueldad y abominación tuvo lugar. El trato dado a los presos por sus guardianes se presenta como el resultado de una estrategia, fríamente programada por el Régimen, de aniquilación del enemigo derrotado, empleando la tortura, el hambre y la falta de higiene como medios para tal fin; contando siempre, para esa labor genocida, con la eficaz colaboración de la Iglesia.
Sin embargo, en 1969, un antiguo republicano que había pasado por las cárceles de Franco, proporcionó un testimonio valioso sobre la realidad de aquella situación carcelaria, publicando un libro autobiográfico en el que relata su paso por la prisión barcelonesa de San Elías. Se trata de José María Aroca, —al que ya nos hemos referido— que hablando del trato recibido por el conjunto de los reclusos entre los que se encontraba, decía:
… la disciplina no era rígida. En primer lugar porque no podía serlo. Todo tenía un aire improvisado y provisional. La gran masa de presos hacía materialmente imposible su control efectivo. Y los funcionarios encargados de la vigilancia no abusaban de su autoridad, salvo las naturales excepciones. Quien diga otra cosa, miente[1077].
Su descripción de la cárcel representa un contrapunto asombroso de lo que se ha publicado sobre el tema, pero tiene el valor de tratarse de un testimonio directo de alguien que estuvo allí y lo vivió en primera persona como preso político:
En el patio central se conservaban algunos árboles, y a través de las ventanas de mi nave, situada en el primer piso, se divisaban las montañas del Tibidabo y de San Pedro Mártir. Durante el día teníamos acceso a lo que en la época conventual del edificio fueron claustros, unas interminables galerías rodeadas de arcos sostenidos por esbeltas columnas. Allí podíamos pasear, reunirnos con los amigos de otras naves o tumbarnos a la bartola, sencillamente. Algunos aprovechaban las horas de sol para tostarse, como si estuvieran en un balneario. Otros desplegaban sus pequeños talleres ambulantes y se dedicaban a trabajos manuales, que en San Elias consistieron principalmente en la confección de anillos utilizando como materia prima fichas de dominó[1078].
Comparemos ahora este testimonio con el recogido por Olmeda sobre una de las fugas del Valle, la de Antonio Tortosa y Fernando Torregrosa, ocurrida en agosto de 1947:
La última vez que se les ve, disimulan tomando el sol tranquilamente, provistos de una varita y un libro[1079].
El de Aroca no refleja, como vemos, una situación muy diferente a la que transmiten los relatos de las fugas del Valle de los Caídos, salvando las distancias naturalmente porque en San Elias no se trabajaba y en el Valle, desde luego, sí. Pero en los días de fiesta o en momentos de descanso, lo que hemos visto, tanto en la documentación como en los testimonios de los presos, es un ambiente nada opresivo, totalmente distinto al que transmiten las publicaciones de autores antifranquistas.
6. La movilidad de los presos y sus familias dentro y fuera del Valle. El Valle de los Caídos, «punto de veraneo»
6. La movilidad de los presos y sus familias dentro y fuera del Valle. El Valle de los Caídos, «punto de veraneo»
En verano, algunos familiares de los obreros solían pasar allí temporadas más o menos largas como demuestra la documentación del Archivo del Palacio Real de Madrid[1080].
Allí se conserva un oficio del Regidor de fecha 3 de julio de 1950 en que ordena a los trabajadores expliquen por escrito las razones de la permanencia en sus casas de las personas que, sin residir allí, estén viviendo en ese momento y que, a partir de entonces soliciten se les autoricen dichas estancias. Una vez más, será a través de sus respectivas empresas, —a quienes se dirige el oficio— como deberán tramitar sus solicitudes.
El Valle, dice el documento que nos disponemos a comentar, no es un punto de veraneo, algo que nadie se habría imaginado hasta ahora, pero que, examinados los siguientes documentos, comprobamos que, para algunos sí lo era. Reproducimos su texto, escrito en papel timbrado del COMNC, por lo significativo:
En uso de mis atribuciones y cumpliendo instrucciones del Consejo me permito dictar las siguientes instrucciones:
Para evitar que el Valle se convierta en punto de veraneo ya que no es esta su finalidad, sino la de ser centro de trabajo, queda prohibida la concurrencia y permanencia de otras personas que las que habitualmente residen en el mismo, y en casos especiales justificados, si alguno tuviera necesidad de traer a algún familiar, lo solicitará de esta Regiduría por medio de su empresa, detallando una por una las personas para las que se solicita el permiso, expresando parentesco, edad, si han padecido recientemente o padecen alguna enfermedad contagiosa y tiempo por el que solicitan el permiso. El penetrar sin permiso dará lugar a la inmediata expulsión de los intrusos, y en ciertos casos de los culpables que les faciliten alojamiento[1081].
Debemos admitir que nuestra primera reacción fue la de sorpresa y rechazo ante lo que parecía una burla cruel del Regidor —era don Faustino de La Banda— dirigida a los obreros del Valle. ¿Quién iba a tomar Cuelgamuros por un «punto de veraneo»? Tal es la fuerza de la leyenda que nos pareció un sarcasmo incomprensible en persona como aquel Regidor, de quien habíamos formado idea muy diferente a la luz de la toda la documentación que se conserva relacionada con él. Sin embargo, como veremos enseguida, su advertencia estaba bien fundamentada: por las cartas de los obreros, comprobamos que, desde hacía años, buen número de familiares de los trabajadores se instalaban allí en verano, para estancias bastante largas. Incluso había algunos que vivían de forma permanente, con el fin de ayudar a sus familias, residentes fuera del Valle.
En las «INSTRUCCIONES» dictadas por Regiduría, dos días antes, el 1.o de julio, con destino al Destacamento de la Guardia Civil, se establece, en su primer apartado, que:
Carecen de validez todos los pases o autorizaciones para penetrar en el Valle que no vengan firmados por la Gerencia del Consejo o por esta Regiduría […]
En ciertas épocas del año, especialmente en verano, es frecuente vengan a convivir con los residentes en el Valle, familiares o amigos, lo que se impedirá rigurosamente y si alguien tiene alguna necesidad de este tipo lo solicitará de esta Regiduría por conducto de la Empresa a que pertenezca, expresando las causas que motiven la petición y detallando las personas para las que se solicita autorización, su parentesco, edad y tiempo por el que se solicita la permanencia[1082].
Se trataba de regular una situación de hecho —la libre entrada y permanencia de familias y amigos en las viviendas de los trabajadores— que se había tolerado, sin restricciones, durante años. Ignoramos qué pudo motivar ese cambio, en pleno verano, cuando ya habían llegado los visitantes a los que anteriormente no se habían puesto trabas, pero la situación no parece haber cambiado mucho, como veremos, después de las nuevas medidas de control.
Tampoco los trabajadores parecen amedrentados por el oficio del Regidor; las motivaciones para acoger a sus visitantes no suelen revelar una necesidad imperiosa, sino tan solo el deseo de pasar juntos lo que llegan a calificar de vacaciones de verano. Algunos, por otra parte, no alegan absolutamente nada: solo comunican la llegada de ciertas personas, expresando, eso sí, el grado de parentesco, como se les exigía en el escrito. No siempre facilitan los nombres, sin embargo; tal es el caso del antiguo penado Juan Solomando, que aquel verano, como veremos, llegó a escribir cuatro solicitudes. Lo trataremos por separado.
En el mismo oficio se prohibía terminantemente bañarse en los estanques del Monasterio o en la presa, algo que debía ocurrir con cierta frecuencia ya que amenaza a quien viole la nueva norma, con la expulsión del Valle, igual que a los que provoquen reyertas, den escándalos y observen vida inmoral. Algo había ocurrido aquel verano en el Valle que la documentación no recoge. En el escrito, enviado al destacamento de la Guardia Civil, solicita el Regidor, en su punto tercero:
Igualmente espero tenga a bien informarme de las personas que por sus vicios, escándalos, mala conducta o ejemplo (como amancebamientos) resulten indeseables en el Valle, a fin de disponer lo conveniente para su expulsión[1083].
Indiscutiblemente, si el Regidor, al disponerse a restablecer el orden, habla de escándalos y amancebamientos dentro del Valle, es porque se dieron, lo que también es un dato a tener en cuenta al establecer el tipo de disciplina a la que estuvieron allí sometidos los trabajadores. Y, desde luego, no puede hablarse de un control férreo de sus vidas por parte de las autoridades. Surge, inevitablemente, el contraste entre la realidad de lo que fue allí la vida cotidiana, y la de los campos de concentración con los que se ha comparado Cuelgamuros en los años de la construcción.
También debían de bañarse en la presa y los estanques cuando el Regidor, en el mismo oficio que comentamos, prohíbe hacerlo, como decíamos, en su punto cuarto:
En los estanques del Monasterio y en la presa que abastece de agua al Valle, está rigurosamente prohibido bañarse y la infracción llevará consigo la expulsión[1084].
Como en el punto anterior, llama la atención que la sanción prevista para quienes lo incumplan es la expulsión. Curiosa amenaza para los internos en un «campo de concentración», volviendo a la misma idea. ¡Qué brutal contraste con la situación de los prisioneros de los nazis! ¿Cómo hubiera sonado en sus oídos esa amenaza de expulsión? Lo más suave que puede decirse de quienes tratan de extender esa imagen del Valle, es que su ligereza, y su falta de responsabilidad resultan escandalosas.
Uno de los trabajadores que responde al oficio del Regidor es Benito Rabal (padre del actor Paco Rabal) que fue capataz y vivía allí con su familia. No había sido preso y dejó buen recuerdo en todo el mundo. Su hijo Paco vivía allí con él, como recoge en su libro Daniel Sueiro[1085]. El 23 de julio escribe al Regidor:
Sr. Corregidor [sic] del Valle:
Enterado de su oficio del día 3 y teniendo en casa una niña de 15 años de edad hija de la madrina de mi hijo y que todos los años se biene [sic] a pasar una temporada; ruego a V. consienta su permanencia en esta, hasta el 15 de Agosto de 1950.
En días próximos vendrán a verme mis hijos Damián Rabal de 30 años de edad mi hija política de 29 años de edad Concepción Bueno, mis nietas María de la Soledad y Natividad de 7 años gemelas y Concepción de 5 años.
Favor que espero de V.
Su atento y amigo servidor:
Benito Rabal[1086]
Queda claro que la niña que tenía en su casa iba todos los años aunque no era de su familia, descontado el parentesco espiritual. Pide que pueda prolongar su estancia tres semanas más, y, de paso, comunica, con toda tranquilidad, que, en días próximos, llegarán cinco personas más (aunque estos si eran parientes) para cuya partida no establece ninguna fecha. Es cierto que el «tío Benito», como le llamaban allí, fue persona muy querida en el Valle, de quien se recordaba que animaba a trabajar, cantando: «Y el carro que no anda…, que no tiene grasa…»[1087]
Otros trabajadores también acataron las nuevas normas y escribieron al Regidor, cumpliendo sus instrucciones, sin ocultar que sus parientes iban al Valle, habitualmente, «de vacaciones», como es el caso del antiguo recluso Tomás Verger:
Tomás Verger […] vecino de este poblado y obrero de la Empresa San Román S. A. a Vd. expone:
Que teniendo en esta a mi padre político pasando unas vacaciones de 20 a 25 días a Vd.
SUPLICA: Si a bien lo tiene concederme la permanencia en mi casa durante el periodo que cito.
En espera de ser atendido se ofrece a Vd.
Resulta de gran interés constatar, a efectos de esta tesis, que, en este caso, el solicitante, Tomás Verger, había sido recluso, como mínimo, hasta 1946, trabajando como leñador del «señor aparejador». Así figura en la nómina de la empresa San Román, de la semana del 16 al 22 de diciembre de aquel año. Ya conocemos su caso, por haber tratado, detenidamente, de su nómina, de trabajador recluso, como leñador del «señor aparejador», en el capítulo 10 de este trabajo[1089]. En aquel verano de 1950, los últimos penados, como sabemos, acababan de ser indultados por Franco, pero es muy significativo que uno de ellos tuviera en su casa a su suegro veraneando, y solicitara su permanencia por 20 o 25 días más. Ni a él ni a su suegro les parecía aquel un mal sitio para pasar las vacaciones, lo que ni siquiera se hubieran planteado de haber sido el siniestro campo de concentración que se pretende presentar.
Veamos el siguiente caso:
Tomás Díaz Tejedor solicita traer a sus cuatro nietos, Juanita, Angelines, José Luis y Mari-Tere de 16, 14, 6 y 4 años de edad para pasar las vacaciones, meses de Agosto y Septiembre en mi compañía los cuales debido al fuerte calor reinante en este estío, todos los años lo han pasado en mi compañía[1090].
No alega más razón para la solicitud que, la muy respetable, de evitarles a sus nietos el calor del estío, y declara que todos los años —no podemos saber cuantos— lo han pasado con él.
Luego, era ya una costumbre y no había tenido que solicitarlo hasta entonces lo que refleja que en el Valle existía una libertad de movimientos mucho mayor de la que se podía imaginar y, también que las condiciones de vida y el ambiente eran bastante mejores que los que describen la mayor parte de autores porque es inimaginable que un abuelo quiera llevar a veranear a un «campo de concentración» a sus nietos y que estos quisieran volver, año tras año, por mucho calor que hiciera en Madrid.
Por último, la estancia va a prolongarse durante dos meses, lo que representaba, más que una visita familiar, un autentico veraneo.
Estas solicitudes se cuentan entre los documentos más reveladores que hemos examinado en este Archivo.
7. El caso del recluso Solomando
7. El caso del recluso Solomando
Incluyendo las vistas, se conservan, en la misma caja, 33 solicitudes, de pases que gestionó, aquel verano, la empresa San Román para sus obreros, así como los escritos de Regiduría respondiendo a sus peticiones, incluyendo las que hemos visto.
Entre ellas, varias relativas a uno de los trabajadores que habían llegado allí, a causa del sistema de Redención de Penas, y constituye un caso especial, ya que llega a cursar hasta tres peticiones aquel mismo verano. A través de las mismas, conocemos una situación muy reveladora de lo que fue el Valle de los Caídos, durante su construcción.
Al trabajador Juan Solomando Muñoz, se la autoriza la permanencia de una cuñada y sus 4 sobrinos, llegados al efecto desde Mérida, durante los meses de agosto y septiembre, aparte de otro cuñado y otros sobrinos, estableciendo dos turnos para cada grupo a fin de evitar que coincidan en el tiempo. Solomando era, por cierto, uno de los trabajadores penados, que, al redimir su condena se quedó en el Valle, al frente del Economato, como hemos visto al tratar de la alimentación[1091]. Lo que no fue obstáculo para que se atendiera su petición.
Bien es cierto que Juan Solomando Muñoz no era un recluso cualquiera, sino que había formado parte, como vimos, del grupo de 33 penados que se ofrecieron voluntarios para apagar el incendio declarado en Cuelgamuros el 7 de septiembre de 1943, del que, como vimos, se hacía eco el informe del COMNC, de aquel año. En la relación de aquellos voluntarios, enviada por el jefe del destacamento a Pedro Muguruza, figura su nombre[1092].
Aunque esta especial circunstancia, hubiera sido la causa de que el peticionario recibiera un trato preferente, no dejaba de ser un antiguo penado, y, por otra parte, como veremos, sus peticiones eran también especiales. Una vez más, se comprueba la absoluta igualdad de trato que recibían libres y penados, incluyendo a los que, habiendo alcanzado la libertad, llegaron al Valle para redimir allí sus condenas, como el caso que nos ocupa. La suya, por cierto, era una de las peticiones que mayor número de familiares solicitaba alojar, nada menos que cinco y seis, separadas en dos grupos:
Sr. Regidor:
Juan Solomando Muñoz, empleado de la Empresa San Román a V. expone:
Que teniendo una hermana en Mérida (Badajoz) la que desea venir a verme en unión de su esposo y cuatro hijos. Suplico permiso por 6 días para los fines indicados.
Es favor que espero merecer de V. cuya vida Dios guarde muchos años.
Su affmo. S. S.
Solomando[1093]
A lápiz rojo, al pie: 6 días, los solicitados. (Se les concede el pase n.o 1316).
Es difícil llegar a saber, en este caso, como se organizaron aquellas visitas familiares, pero se confirma que, para los parientes de antiguo recluso, se organizaron turnos. Entre las autorizaciones que se hicieron llegar a la empresa San Román, existe otra que dice, simplemente:
JUAN SOLOMANDO MUÑOZ, concedido agosto y septiembre para su sobrino. Concedido para el otro sobrino hasta el 8 de agosto próximo[1094].
Y es que Solomando había cursado aquel verano más de una solicitud. El 23 de julio había pedido la permanencia de uno de aquellos sobrinos, que vive con él, además de la de otro que «solamente» estaba allí pasando unas vacaciones:
Sr. Regidor:
Juan Solomando Muñoz, vecino de este Poblado y empleado en la Empresa Sanromán [sic] S. A. a Ud. expone:
Que teniendo actualmente a mi expensa [sic] un sobrino de cuatro años el que habita con nosotros desde hace dos años al que consideramos como hijo ya que solo falta de mi casa los tres meses de invierno a Ud.
SUPLICA. Si a bien lo tiene se sirva concederme la permanencia en mi casa.
También tengo otro sobrino que ha venido a pasar unas vacaciones las que cumplen el 8 del próximo mes, para quien también solicito de Ud. este permiso.
En espera de ser atendido en mi petición se ofrece a Ud.
Al pie, a lápiz rojo; concedido.
En cuanto al primer sobrino, no se trata de la única vez que encontramos niños instalados en el Valle, en las viviendas de los obreros, para ayudar a sus familias, durante una parte del año. En este caso, la mayor parte y desde hacía años. Pero a este, viene a sumarse otro, que solamente pasará allí las vacaciones, como reconoce su tío claramente. Ambos estaban ya viviendo, de hecho, en su casa. La misma, por cierto, donde pedía alojar a varios miembros más de su familia aquel verano.
Ya en septiembre, Solomando vuelve a dirigirse al Regidor para que autorice la estancia de un cuñado suyo que vendrá para recoger a su hijo. No sabemos si se refiere al sobrino que vivía con él o al que estaba de vacaciones en el Valle, pero, dado que solicita para su hermano político, una estancia «de diez a doce días», está claro que se trataba de proporcionarle otros tantos de vacaciones, también a él:
Muy señor mío:
Teniendo necesidad de venir a esta un hermano político para recoger a su hijo que se encuentra en mi casa, tengo el honor de solicitar de V. permiso para permanecer en esta casa 10 o 12 días ignorando la fecha de su llegada.
Es favor que deseo merecer de V.
[A máquina]: Concedido por 12 días a partir de su llegada. [A lápiz rojo]: Pase 1322
Muy seguro debía estar Solomando de que su petición sería atendida ya que deja en el aire la fecha de la llegada de su cuñado, por lo que, de concedérsele, queda también sin determinar para qué días, exactamente, solicita su estancia.
Solo cabe preguntarse si el Regidor ignoraba realmente la permanencia en el Valle de aquellos niños, o se trataba, simplemente, de regularizar su situación. Lo cierto, en cualquier caso, es que se le concede la de los dos, además de la de los otros parientes. Se podría pensar que todo aquel trajín le habría acarreado algún problema en su trabajo, ya que, como vimos, precisamente el 9 de septiembre de aquel año, era baja por despido en la empresa San Román, solamente dos días después de haber firmado la solicitud autorizando la visita de su cuñado.
Pero aquello no significaba su salida del Valle, porque ya en octubre, después del ajetreo del verano, cuando tuvo la casa atestada de parientes, vuelve a firmar otra solicitud en el mismo sentido que las de meses atrás. Era ya la cuarta, y se trataba, esta vez, de traer a su suegra para una estancia de unas tres semanas. Solomando, en esta ocasión, no invoca razón alguna, solamente pide:
… permiso para que permanezca en mi domicilio mi madre política, María Rayego Escudero de 67 años de edad. Tiempo probable de permanencia hasta el 24 del actual.
Solomando 4 de Octubre de 1950[1097].
Se le volvió a conceder lo que pedía, porque al pie del escrito, a lápiz rojo, volvemos a leer, simplemente: Pase n.o 1331.[1098]
Resumiendo, entre julio y octubre, se le había concedido la permanencia en su casa de seis sobrinos, una hermana, dos cuñados y su suegra.
Aunque el caso que acabamos de ver sea, quizá, el más llamativo, no es el único. A todos los que hemos reseñado, añadimos el de Nicolás Guzmán, cabo de la Guardería Forestal del Valle, que también solicitaba llevar al Valle a su suegra, aunque solo a ella, y, además daba razones de peso; la señora era mayor, y sin recursos económicos:
… desea traerse a mi madre política Francisca Carrillo García de 64 años de edad «afarta» [sic] de medios económicos deseando tenerla en compañía del que suscribe por tiempo indefinido…
21 de Septiembre de 1950
El Guarda Encargado Nicolás Guzmán[1099]
Aquello, para muchos de los trabajadores y sus familias, fue un lugar de asilo, que les ayudó a paliar situaciones muy precarias, tan frecuentes en la posguerra. Comparar el Valle con un campo de concentración o de exterminio —que también se ha llegado a hacer— o con un GULAG, constituye una manipulación de muy graves consecuencias. No se trata ya de una simple distorsión de la realidad, sino de pura desinformación demagógica de una parte importante de nuestra Historia reciente.
8. Otros casos similares
8. Otros casos similares
Sigamos con los veraneos del Valle:
Como también se le autoriza, para las mismas fechas a Antonio Fernández Aira, la estancia de su sobrina María Otilia Cojo, de 21 años de edad:
Muy señor mío:
Habiendome informado que hacía falta su autorización para tener conmigo a una sobrina hasta ultimos de septiembre proximo, yo le ruego me conceda dicho permiso para que pase conmigo la temporada de verano.
Mi sobrina se llama María Otilia Cojo, tiene ventiun años y no tiene ninguna enfermedad. Rogandole me perdone por la molestia se despide de Vd afectuosamente s. s. s. q. e. s. m.
Antonio Fernández Aira[1100].
Al pie del escrito, en lápiz rojo: Fin de agosto
Del antiguo recluso, Antonio Fernández Aira, nos ocupamos al tratar de las nóminas de los penados, reseñando la suya como leñador al servicio del aparejador. La manera en que se despide del Regidor (Faustino de La Banda) indica, desde luego, una cercanía que se debe señalar. En otras peticiones, como la que veremos a continuación, se invocan su generosidad y bondad. La escueta fórmula empleada por el que fuera penado en el Valle, es mucho más significativa, y viene a confirmar la buena relación de los trabajadores con el representante del COMNC.
Por otra parte, el título de este apartado, «El Valle… punto de veraneo», no trata de ser un reclamo. Los propios trabajadores, se ve que lo consideraban así, y lo reflejaban en sus escritos, como es el caso.
Juan Gómez, cocinero del Poblado de San Román, queda autorizado para recibir a su tía política y su sobrina. Se les concede, como pedía el interesado, una estancia de un mes; el de agosto:
Acatando con máximo respeto las órdenes por Vd. dispuestas con fecha 3 del corriente mes de Julio de 1950.
Me dirijo a Vd. en súplica me conceda si lo considera oportuno la devida [sic] autorización en [sic] permitiendome pueda estar en mi compañía y de mi señora en el local que están ocupando en el Poblado del Valle de los Caídos Cuelgamuros:
Una tia carnal de mi Señora y mia y una sobrina de los mismos. Que en el momento se encuentran en perfecto estado de salud.
Tiempo de estancia que solicita de su generosa bondad aproximado de 30 a 40 días…
Gracia que espera alcanzar de Vd por su generosa bondad.
Dios guarde a Vd muchos años
Cuelgamuros 27 de Julio de 1950[1101]
Al pie, en lápiz rojo: Concedido hasta fin de agosto.
Andrés Cabrerizo puede recibir a su tía política, Dolores García Pando, de 54 años, residente en el n.o 69 de la calle Alonso Cano, de Madrid. Para ese mismo mes, recibe un pase —el n.o 1317— la cuñada del trabajador Ernesto Moreira, que llegará acompañada de «un hijo de corta edad»; como la cuñada de Manuel Santaella —con pase n.o 1318— podrá permanecer allí en compañía de su hija. De hecho, al recibirse el oficio del Regidor, estaban ya instaladas «en el pabellón que la empresa le tiene adjudicado». El trabajador solicitaba su permanencia para todo el tiempo que fuera posible:
El que suscribe:
Tiene el deber de comunicar a V. que en el pabellón que la empresa le tiene adjudicado se hallan pasando unos días una hermana política con una niña de corta edad las cuales permanecerán en esta tantos días como V. tenga a bien concederles. Poniendo de manifiesto que las dos gozan de perfecta salud.
Dios guarde a V. muchos años.
Cuelgamuros a 26 de Julio de 1950
Manuel Santaella[1102]
El Regidor se lo concede hasta el 15 de agosto. Casi tres semanas desde la fecha de la petición, a sumar al tiempo transcurrido desde su llegada, cuya fecha no se daba a conocer, como en otros casos ya reseñados. Se reitera el nulo control que se había llevado hasta entonces en relación con las estancias veraniegas de los familiares de los obreros en el Valle.
También se atiende la solicitud de Alfonso Cobreros, en cuanto a la estancia de su sobrina de 13 años, Consuelo Carreira. El interesado lo había solicitado al Regidor, dando por hecho que la niña se quedará allí durante mes y medio:
Alfonso Cobreros Rodríguez, empleado de la Empresa San Román S A. de acuerdo con su oficio e instrucciones para la permanencia en el Valle de personas agenas [sic] a las habituales se dirige a Vd con el debido respeto, solicitando la autorización necesaria para que pueda permanecer en mi compañía una sobrina de 13 años de edad llamada Consuelo Carreira Neira, y que no ha padecido ni padece enfermedad alguna contagiosa y que su permanencia durará 45 días aproximadamente [subrayado en rojo en el original] de no ordenarme lo contrario.
Esperando alcanzar el permiso solicitado, pide a Dios conserve su vida muchos años.
Cuelgamuros, 23 de Agosto de 1950
Alfonso Cobreros[1103]
Dos días más tarde, se le concede la estancia por el tiempo solicitado: 45 días. ¡Un veraneo en toda regla!
A todos se da respuesta mediante escrito de Regiduría para la empresa San Román, de fecha 3 de Agosto de 1950, en los siguientes términos:
Vistas las solicitudes de personal de esa Empresa para residencia temporal de familiares suyos en las viviendas que dicho personal tiene adjudicadas en ese Valle, he resuelto autorizar a los que al respaldo se expresan, por el tiempo que también se indica, siendo adjuntos los oportunos pases.
Dichos pases deberán ser presentados a la llegada y entregados a la salida al Comandante del Destacamento de la Guardia Civil.
Dios guarde a V. muchos años
Madrid, 3 de agosto de 1950
Empresa San Román, Valle de los Caídos[1104]
A Benito Rabal:
[…] concedido hasta 6 de Agosto inclusive para la hija de la madrina se su hijo.
Concedida la visita de su hijo Damián, esposa e hijos por tiempo que no exceda de un mes, dada la insuficiencia del local y ser cinco los visitantes[1105].
Siguen, en el mismo escrito, las autorizaciones para otros seis obreros de la misma empresa, pero no era San Román, la única de las contratas del Valle cuyos trabajadores recibían allí a sus familiares para las vacaciones veraniegas.
Grapado al anterior, se encuentra el escrito que el Regidor dirige a la Empresa Banús, autorizando, como en el caso anterior la permanencia de las personas que se indican durante el tiempo establecido:
Vistas las solicitudes para permanencia temporal en este Valle de familiares de personal de esa Empresa, he tenido por conveniente autorizar por el tiempo que se indica a los relacionados a continuación[1106].
En esta relación se encuentra la autorización concedida al trabajador José Humanes Ocaña, para llevar allí a su nieto Pedro Segovia, cuyo caso referimos más arriba, al hablar del Valle como lugar al que sus familiares solicitaban llevar a los niños convalecientes. Se le concede autorización hasta fin de agosto, no pudiendo alargar la estancia «por no reunir condiciones la vivienda».
Efectivamente, la Empresa —Banús— informa desfavorablemente no creyendo «conveniente [la instalación en la casa del niño] por lo hacinados y sucios que viven», a parte de manifestar su descontento con la actitud del trabajador hacia la empresa. Sin embargo el Regidor lo concede, sin duda teniendo en consideración, muy acertadamente, los efectos positivos que para la salud del niño convaleciente, tendría su estancia veraniega en Cuelgamuros.
En el mismo escrito se incluye a Daniel Belda, que también pedía llevar allí a sus nietas Carmen y Adela, así como a su propia hija, Adela. Las niñas podrán permanecer en el Valle durante dos meses, mientras que su tía podrá estar «solamente» 25 días.
Belda era «Listero» de Banús, y en su solicitud, comunicaba que su hija Adela, se encontraba ya en el Valle al recibir el oficio, por haber comenzado sus vacaciones —era empleada del Instituto Nacional de Previsión— de 20 días, «el 17 del corriente» y que dichas vacaciones, las pasará en compañía de su padre.
Sin mayor problema se le otorga, como quedó reflejado —en lápiz rojo, como los demás— con un simple «Concedido»:
Sr. Regidor del Valle de los Caídos
Daniel Belda Tamayo, Listero de la Empresa de Don José Banús Masdeu acude a V. en súplica para que si lo estima pertinente, se sirva concederme el oportuno permiso que permita la estancia durante los meses de Julio y Agosto de mis nietas Carmen y Adela Belda Bonilla de 14 y 11 años respectivamente.
Comoquiera que salieron de Madrid con anterioridad a su acertada [aprueba el oficio del Regidor] disposición, no he podido cumplir con todo lo que en ella se ordena pero tenga la seguridad que cumpliré cuanto tenga a bien indicarme.
Asimismo me es grato participarle que mi hija Adela Belda de León, de 27 años, soltera, con residencia en Madrid, y destino en el Instituto Nacional de Previsión, empieza sus vacaciones de 20 días el día 17 del corriente y que dichas vacaciones las pasará en unión del dicente.
Respetuosamente queda a sus gratas órdenes, reiterándose de V. affmo. y s. s.
Daniel Belda Tamayo
Cuelgamuros, 17 de Julio de 1950[1107]
Aparte del alambicado estilo, propio de un cronista de sociedad de la época, llama la atención, en el escrito del listero, el hecho de que simplemente «participe» los días de vacaciones que su hija pasará en el Valle aquel verano.
En el mismo escrito, Joaquín Jorge podrá tener consigo a sus dos sobrinos durante más tiempo; nada menos que tres meses, sin duda por ser huérfanos, circunstancia que se hace constar en la autorización.
Es este un caso muy diferente, en cuanto al planteamiento. El trabajador informa de la precaria situación económica en que habían quedado sus sobrinas, a las que él, dado su escaso sueldo, solamente podía ayudar teniéndolas consigo algunas temporadas:
… si puedo tener conmigo a dos sobrinas carnales de 10 y 12 años, huérfanas de padre y madre, que viven gracias a la ayuda de sus tíos; esto por parte de padre que por parte de madre que soy yo, devido (sic) a mi poco sueldo que tengo, la ayuda que les puedo prestar es tenerlas conmigo todos los años como vengo haciendo durante los 6 años que llevo en este Valle…
Joaquín Jorge
Almacenamiento de la Empresa Banús[1108].
En este caso, la Empresa respalda al trabajador, confirmando la veracidad de su escrito:
Efectivamente, es verdad cuanto dice o sea que se trata de una ayuda a la familia[1109]
El Regidor, informado por la Empresa, acuerda conceder esta ayuda al trabajador a expensas de los gastos generales de las obras, como los producidos por el resto de estancias temporales —«vacaciones» como declaraban los mismos trabajadores— de las familias en el Valle.
No era, por tanto, a la vista del tono de las solicitudes, exagerado calificar al Valle de los Caídos como hizo el Regidor, aquel verano de 1950, de «Punto de Veraneo», porque queda demostrado, al contrastar las fuentes primarias, que, efectivamente, para muchas familias, durante años, lo fue.
También nos informa, por otra parte, del trato recibido allí por los trabajadores, el hecho de que se invocase por uno de ellos, como único motivo para tener en su casa a unos sobrinos huérfanos, el deseo de ayudar a su familia necesitada. Como resulta significativo igualmente, que una petición así fundamentada, fuese atendida, sin más, por el Regidor.
Buenaventura del Moral, sin argumentaciones de este calado, quedaba autorizado, en el mismo escrito, para acoger a su sobrina por espacio de un mes:
El que suscribe Buenaventura del Moral Sanz, Practicante de la Empresa de Don José Banús pone en su conocimiento que encontrándose en su casa una sobrina carnal desde hace unos días para pasar una temporada; es por lo que suplica y solicita de V. según la orden recibida que si por bien lo tiene, la [sic] amplíe el tiempo que crea conveniente por lo que quedará eternamente agradecido.
Dios guarde a V. muchos años.
Cuelgamuros, 16 de Julio de 1950
B. del Moral[1110].
La empresa, en este caso, informó desfavorablemente, como prueba el documento, grapado al anterior, dice textualmente:
Informe petición Buenaventura
Por parte de la empresa, lo creo innecesario, pues es un autentico veraneo[1111].
A pesar de lo cual, el Regidor autorizó la estancia de la sobrina de Buenaventura. Una vez más, al pie de la solicitud, a lápiz rojo, decía: «concedido a fin de Julio». Parece una cuestión personal, por parte de la empresa, el objetar que sería «un autentico veraneo». Los demás solicitantes ni siquiera pretendían disimularlo, y se accedía a sus peticiones. Claro que el propio Regidor, había empezado por afirmar, en su escrito, que el Valle no lo era. La cuestión, al parecer, era no reconocerlo.
9. Una disciplina relajada
9. Una disciplina relajada
No era la primera vez que se trataba de controlar la entrada y estancia de visitantes en el Valle. Juan Blanco recoge, en su libro el Acta del COMNC de 15 de Marzo de 1949, que refleja la preocupación de los consejeros por la situación que se había creado en el Valle[1112].
Parecen relacionar los incendios ocurridos en ese mes con el descontrol que allí se vive por un exceso de libertad, que se había ido tolerando durante años, en los poblados de los trabajadores.
Efectivamente, el día 2, unos menores habían provocado un incendio que quemó una gran extensión de monte, y el día 6, se registra un segundo incendio producido en la iglesia del Poblado Obrero. Se pensó que pudiera tratarse de un sabotaje, aunque la Guardia Civil parece descartarlo. En cualquier caso, el Acta contiene una información sorprendente:
No obstante se ha podido comprobar la existencia de ciertos conatos de organización comunista y C. N. T. que existen en el Valle, facilitados por causas que se han cortado radicalmente.
Parece increíble que dentro del Valle de los Caídos, el lugar común de todos los tópicos de la represión franquista, pudieran darse conatos de organización comunista y anarquista, pero Sánchez-Albornoz relataba que en Cuelgamuros existían organizaciones clandestinas de tales signos políticos, sin que los vigilantes pusieran excesivo empeño en desarticularlas o no se sintieran capaces de hacerlo:
Más que nuestras letras, el jefe apreció nuestra independencia política. Comunistas, cenetistas y socialistas habían constituido en su incasable militancia agrupaciones clandestinas dentro del destacamento. Por la oficina circulaba información útil para los presos, como la relativa a sus expedientes. Disponer de un escribiente de confianza proporcionaba un acceso preferente a una información delicada y otorgaba a la célula que la conseguía ventaja sobre sus competidoras. Los funcionarios de prisiones a cargo de nuestra custodia sospechaban con malicia que existían estos grupos, pero carecían de pruebas para actuar contra sus responsables o sus miembros. Al jefe del destacamento le convenía en todo caso protegerse de infidentes[1113]…
Otro autor al que también citamos repetidamente, Fernando Olmeda, en su libro sobre el Valle, confirma la asombrosa tolerancia que revela el hecho de que tales organizaciones existieran y celebraran sus reuniones sin el menor inconveniente dentro de Cuelgamuros:
Una chabola abandonada servirá como […] lugar de reunión de una célula de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) e incluso para capilla ardiente de un camarada muerto a causa de una explosión en el túnel. En su interior, el joven conocido había conocido el amor carnal con la hija de un obrero libre que antes había sido penado[1114].
No cabe mayor demostración de la escasa vigilancia a la que estaban sometidos los trabajadores, lo que no resulta sorprendente, a estas alturas del trabajo, dada la escasez de efectivos de las fuerzas de seguridad y la relación que tuvieron, en general con los reclusos, aparte de las facilidades que estos encontraban, en tales circunstancias, para moverse dentro del gran recinto de la finca.
Volviendo a la obra de Juan Blanco, continuamos la lectura del Acta del Consejo de las Obras, que sigue diciendo que «quizá por falta de escrupulosidad o por negligencia de algún Jefe de Prisión» se ha creado en el Valle una situación poco conveniente. Si por «poco conveniente» se entendía la existencia de organizaciones clandestinas de extrema izquierda dentro del lugar donde se levantaba el Valle de los Caídos —el gran monumento del franquismo—, no le faltaba razón al Regidor, pero, desde luego, pone en tela de juicio la visión del Régimen franquista como un Estado represivo de corte fascista.
Sigue diciendo el mismo documento que existía ya la prohibición de acceder al Valle sin autorización escrita del Consejo, y sin embargo se había llegado a permitir la entrada del autobús de la empresa La Tabanera para transportar obreros, familiares (de los libres y de los penados) y también amigos de los mismos. Se había tolerado la construcción de chabolas, junto al campamento obrero, en las que vivían trabajadores, penados y libres, con sus familias. Y, además se permitía el paso de traficantes con géneros y víveres. Por todo ello se producía un «constante acceso al Valle de personas ajenas a las obras cuyas visitas se consideran muy poco convenientes».
En consecuencia, se ratifica, entre otras medidas, la orden de prohibir el acceso a nadie que no lleve autorización escrita del Consejo, lo que, como hemos visto, se volverá a ratificar un año más tarde, demostrando —ampliamente como también hemos visto— que dicha norma, a pesar de todo, no se estaba cumpliendo. Sí que parece evidente la negligencia de algún Jefe de Prisión, como apuntaba el Acta.
Ese mismo año, desaparecían los Destacamentos de trabajadores penados, pero la que se trataba de controlar era una situación que venía de atrás, como demuestran las solicitudes de los trabajadores para llevar allí a familiares y amigos a veranear, y sobre todo, los testimonios recogidos por los dos autores citados.
A pesar de todas las medidas que se acuerdan por el Consejo en marzo de 1949, dieciséis meses más tarde se vuelve a ratificar, por segunda vez, la obligatoriedad de las autorizaciones escritas que, como también hemos visto, se concedieron, al parecer, sin mayores problemas, al menos a las personas antes citadas.
Lo cierto es que transcurrido aquel período álgido en cuanto al descontrol que se había alcanzado en el Valle, la venta ambulante se mantuvo aunque con ciertos filtros que seguramente antes no se habían exigido. Así lo demuestra la solicitud de un señor Rodilla, natural de Béjar, que pretendía, en 1955, acceder allí los domingos para surtir a los obreros de los artículos que él solía vender: limpieza, perfumería, zapatería y «de caballero en general». Reproducimos, por su significado, parte de la solicitud:
… en la actualidad yo represento y vendo artículos en general de caballero, limpieza, etc. pero como quiera que soy cabeza de familia compuesta por 7 personas y no alcanzarme los ingresos, desearía, en momentos libres ampliar mi esfuerzo, que me permitiera salir adelante algo más desahogadamente, habiendo por lo tanto acariciado la idea de los Domingos desplazarme a donde se está construyendo el Monumento Nacional a los Caídos para surtir entre los obreros de dicha construcción todo lo que les pudiera ser necesario con relación a estos artículos[1115]…
Lo firma José Rodilla, de 36 años de edad, que añade a sus datos personales, como méritos propios, el haber servido en la guerra, en el arma de aviación, además de haber ingresado en Falange Española en Béjar.
En conclusión, de este escrito tan intrascendente, en apariencia, podemos deducir varias cosas; en primer lugar que la venta ambulante no había desaparecido del Valle, aparte del hecho de que la situación de los obreros era lo suficientemente desahogada como para poder «surtirse» de artículos como los que se mencionan, pero además, de nuevo, como en todas las solicitudes relacionadas con los asuntos del Valle, los solicitantes parecen confiar en que sus peticiones serán atendidas invocando argumentos de pura «humanidad». De no ser así, el representante, autor de este escrito, no apelaría a su familia numerosa para lograr lo que pide. A no ser que su despiste en relación con aquellas obras, fuera considerable.
Pero, es que vemos, a continuación, que el Presidente del COMNC —recordemos que se trataba del Ministro de la gobernación— escribe al Consejero Gerente, señor Mesa, en febrero de 1955, adjuntándole el escrito de José Rodilla, y opinando que «debe darse cuenta en la primera Junta del Patronato para que la misma resuelva[1116]». Luego, el Ministro-Presidente de las Obras, consideraba aquel, un asunto de la suficiente importancia como para llevarlo a la primera Junta, lo que prueba que, si bien se mantenía la entrada de vendedores en Cuelgamuros, al menos debía de controlarse más cuidadosamente que en años anteriores.
Unos años antes, en el tan comentado 1950, concretamente, tuvo lugar un episodio de picaresca que viene a documentar, nuevamente, lo relajado de la disciplina en el Valle. Esta vez, el Regidor no amenaza, sino que expulsa, de hecho, a un obrero de la empresa San Román por acaparamiento de víveres. El 26 de octubre, informa al Sargento Comandante del Destacamento de la Guardia Civil:
… he tenido por conveniente disponer la expulsión de este Valle, del obrero de la Empresa San Román, Sebastián Martínez Vega, con domicilio en el Poblado de dicha Empresa, por acaparamiento de víveres de cuatro tarjetas correspondientes a otros tantos obreros forestales que habían sido bajas[1117].
Le concede diez días de plazo para abandonar el Valle. La expulsión de Cuelgamuros, otra vez, como la peor de las amenazas. Otra vez, el «campo de concentración» del que sus regidores tenían que expulsar a los «internos».
No se puede hablar, insistimos, de una vigilancia agobiante en el Valle. Lo que la documentación refleja, durante los años 1949 y 1950, al menos, es una situación tan relajada en el interior de Cuelgamuros, que propicia la aparición de grupos comunistas y de C. N. T., mientras presos y familias se movían con asombrosa libertad.
10. Los niños del Valle. La escuela y los resultados del maestro; el penado Gonzalo de Córdoba
10. Los niños del Valle. La escuela y los resultados del maestro; el penado Gonzalo de Córdoba
Como vimos, en el Valle funcionaba una escuela a la que acudían, en clases mixtas, los hijos de los trabajadores junto con los de los empleados del Consejo, los capataces y los funcionarios de prisiones, desde los seis años de edad hasta los catorce.
Llegó a haber hasta sesenta niños que hicieron el bachillerato por libre, examinándose en el Instituto de San Isidro de Madrid con buenos resultados, en general, ya que como le contaba el maestro a Daniel Sueiro, aprobaron siempre en junio[1118]:
[…] salvo uno o dos, los demás no tuvieron que llevar ninguna asignatura para Septiembre.
El maestro, don Gonzalo de Córdoba, como sabemos, había llegado al Valle como trabajador penado, después de haber pasado por las prisiones de Porlier y Carabanchel. Como en el caso del doctor Lausín, el maestro había sido oficial —comandante de Infantería— del ejército republicano y había estado en el frente de Guadarrama. También como el médico, había sido sentenciado a muerte, para después conmutársele la condena por la de treinta años de prisión. Él mismo se lo contó a Sueiro:
A mí me condenaron a muerte, que luego se quedó en treinta años[1119].
Un caso idéntico al de tantos otros penados de los que llegaron al Valle. Allí pudo ejercer su profesión nuevamente; sus propios hijos acudieron a la escuela como los del doctor Lausín y el practicante, don Luis Orejas, ambos penados también.
La asistencia a clase era obligatoria para todos los niños en edad escolar que vivieran en el Valle, al menos desde marzo de 1952. En esa fecha, el Consejo de las Obras envía una relación, a don Gonzalo, de los niños comprendidos en esas edades, para que llevara el control.
Se le comunica, asimismo, que se ha enviado dicho escrito a los Poblados de Entrada y Central, notificando la obligatoriedad «legal» de la medida para los niños en edad escolar, y le adjuntan relación de los que se encontraban en el Valle, en tales circunstancias[1120].
Transcribimos el oficio del Regidor:
REGIDURÍA
Se recuerda a todos los habitantes de este poblado que al final se relacionan, la obligación que tienen de enviar a la Escuela a sus hijos comprendidos en la edad escolar, que es de 6 a 14 años, y habiendo pasado la época de frío y nieve que dificultaban la asistencia, deben inmediatamente matricularse y velar por su puntual asistencia.
Dado caso que no sean matriculados algunos niños que estén en esta edad o bien que su asistencia sea irregular sin causa justificada, tomaré la determinación de privar a los padres al derecho a residir en familia en este Valle, ya que esta Regiduría no puede hacerse cómplice en el incumplimiento de una obligación impuesta por las Leyes del Estado.
Lo que se hace saber para general conocimiento y cumplimiento[1121].
Parece bastante claro que, al menos algunos padres, no comprendieron la enorme ventaja que significaba el poder enviar a sus hijos a una escuela en la que no solo aprenderían lo más rudimentario, sino que podrían terminar el bachillerato con lo que tal cosa significa. De no ser así, no se comprende el tono conminatorio del Regidor, que llega a amenazar con la expulsión de las familias a los padres que no cumplan con lo establecido al respecto, que no era solamente matricular a sus hijos, sino «velar por su puntual asistencia». Una vez más, aparece la advertencia por parte de las autoridades de castigar las faltas de los trabajadores con la expulsión, como en el caso de los que no informaran sobre las personas que acogían en sus casas: la expulsión del Valle como la suprema amenaza.
Para demostrar mayor firmeza, el oficio se hacía constar expresamente los nombres de los afectados por la medida, así como el número de hijos de cada uno de ellos, y su sexo. Terminaba así.
HIJOS EN EDAD ESCOLAR
Nombre y apellidos del padre | Varones | Hembras | TOTAL |
Teodoro Soto Alonso | 2 | 1 | 3 |
Rufino Muñoz Barrero | 1 | 1 | |
Francisco González Martínez | 2 | 1 | 3 |
Alfonso Agudo Parra | 1 | 1 | 2 |
Faustino Arellano Cantelar | 2 | 2 | |
Feliciano Alarcón Guijarro | 2 | 1 | 3 |
Ramón Arenas Díaz | 1 | 1 | 2 |
Laureano Escudero López | 1 | 1 | |
José García Lara | 2 | 2 | |
Cristóbal Romero Mora | 1 | 1 |
Valle de los Caídos, 12 de Marzo de 1952[1122].
El mismo escrito, detallando los nombres y circunstancias personales de cada familia, se envío a cada uno de los poblados, a la vez que se advertía al maestro de su obligación de velar por la asistencia de los alumnos. La escolarización de los niños de los obreros no fue solamente una ventaja que se les ofreció sino también una obligación claramente establecida. Y desde luego, no estuvo reservada a los hijos de los funcionarios o profesionales al servicio del COMNC. En cuanto a los hijos de los penados, asistieron, como mínimo, los del propio maestro, el médico y el practicante, con los resultados que conocemos.
La escuela fue una de las mayores ventajas para los penados con hijos en edad escolar, que gracias a poder acudir a ella, gratuitamente, consiguieron, en su mayor parte, terminar el bachillerato. Don Gonzalo empezó a impartir sus clases en el local donde comían los reclusos, pero el propio Muguruza decidió trasladarle porque no le pareció adecuado el local. Así que pasó a la antesala del botiquín, después a la Iglesia del Poblado Obrero, y, por último a un barracón que había dejado libre un capataz. Cuando llegó el maestro, lo primero que hizo fue ir a la carpintería a encargar el porta-pizarras, y pedir, además de la pizarra, libros y mapas. Con eso, empezó a dar clases los hijos de las 15 o 20 familias que ya vivían allí. Entre sus primeros alumnos, estaba el hijo de uno de los ingenieros de la obra, que fue, precisamente, quien le recibió a su llegada y le dio las primeras instrucciones.
Se conserva una factura de compra de material docente para la escuela, a nombre del COMNC, de 23 de mayo de 1951, con la relación y precio de cada uno de los artículos:
Librería Papelería Truque
Bolsa 8, Madrid
Artículos remitidos al Consejo de las Obras del Monumento Nacional a los Caídos
23 de Mayo de 1951
1 Mapa de España territorial: 75,00 ptas.
1 Mapa de Producciones de España: 75,00 ptas.
1 Mapa de Europa político: 75,00 ptas.
1 Mapa de Asia: 75,00 ptas.
1 Mapa de África: 75,00 ptas.
1 Mapa de América del Norte: 75,00 ptas.
1 Mapa de América del Sur: 75,00 ptas.
1 Mapa de Oceanía: 75,00 ptas.
1 Crucifijo de 25 x 15: 28,00 ptas.
1 Retrato con marco del Generalísimo: 30,00 ptas.
SUMA: 658,00 ptas.
Descuento Especial 13,70%: 90,70 ptas.
TOTAL: 560,48 ptas[1123].
A causa de la LOGSE, muchos de los actuales universitarios españoles son incapaces de localizar en un mapa los lugares que sin duda situaban los alumnos de don Gonzalo sin dificultad.
Fernando Olmeda, cuya obra sobre el Valle, como vimos, arroja un balance tan negativo, sin embargo, valora positivamente la escuela. Se basa en el testimonio del hijo de uno de los penados que estudió allí: Ángel Lausín, hijo del médico del mismo nombre, que empezó a asistir a aquella escuela a la edad de nueve años:
«El maestro tenía genio, un carácter fuerte, pero se aprendía […] Lo mejor de aquella escuela era que estábamos en mitad del prado y disfrutábamos mucho, incluso en invierno, cuando nos llegaba la nieve por encima de las rodillas[1124]».
El hijo de Lausín, de todos modos, reconoció que allí se aprendía porque el maestro, aparte de tener un carácter fuerte, era un hombre exigente y concienzudo. El que fuera su alumno le recordaba preparando las lecciones con esfuerzo. El propio Córdoba, le había dicho a Sueiro que allí había trabajado «como un reloj… como un bárbaro, con buenos resultados[1125]». Y en efecto, los resultados fueron excelentes, como hemos visto.
Entre las alumnas, se encontraba la hermana de Paco Rabal, Luisita, a la que el maestro recordaba con cariño, como una niña aplicada, cuando Sueiro le entrevistó. El futuro actor, en cambio, no fue nunca alumno de la escuela, aunque el maestro le recordaba recitando «La vida es sueño», a sus quince años de edad[1126].
Otro de los alumnos de don Gonzalo fue Ángel Cereceda, hijo del funcionario de prisiones Felipe Cereceda al que nos hemos referido repetidamente. Tiene un gran recuerdo del maestro al que quiso mucho, según nos manifestó de palabra. Aparte de su trabajo en la escuela a la que acudía el propio Cereceda, este recuerda que daba clases particulares a los hijos del aparejador Damiano, a Luisita Rabal y a él mismo[1127].
Sobre el futuro de aquellos niños, Olmeda escribe:
Con el paso del tiempo, la mayoría iniciará carreras universitarias. Dos hijos del maestro optan por Medicina, sus dos hijas se inclinan por Magisterio y el quinto hará Comercio[1128].
Efectivamente, se confirma el relato de Lausín en relación con los hijos del maestro: en 1976, cuando entrevistó a su padre, dos de ellos eran médicos y vivían —con don Gonzalo— en Pozuelo de Alarcón[1129]. Antonio Orejas, el hijo del practicante, empezó a trabajar, finalizados sus estudios, como delineante, en Huarte, cuando esta empresa remataba la última etapa de las obras del Valle. Para cualquier joven delineante hubiera sido una excelente colocación poder trabajar en Huarte y en aquellas obras monumentales, centro de atención de toda España[1130].
Pudieron aquellos niños, acceder a la Universidad en una época en la que solo comenzaba a ser posible para una mayoría de españoles en cuyas familias nunca había habido ningún universitario. Pero aún entonces no era la norma ni mucho menos, para obreros y campesinos. Entre los penados los había de muy diferente extracción, como sabemos, pero eran mayoría los que pertenecían a las capas más pobres de la sociedad, las que todavía no se lo podían permitir. Sin duda, más de uno de aquellos niños, le debe a la escuela del Valle el haber podido llegar a cursar una carrera universitaria.
En relación con la escuela, encontramos un curioso documento; una de las solicitudes de cambio de viviendas, como las que vimos más arriba, basada, entre otras cosas, en el deseo de facilitar la llegada a la escuela de su hijo, que resultó ser sobrino al comprobarse la documentación:
Crisóstomo Romero Badía, que habita en el Poblado de Abajo [Banús] con su esposa Rafaela Lara, hijo Rafael Romero y su madre política…
Solicita… vivienda mayor con preferencia en el Poblado Central ya que la que habita posee una habitación reducidísima en la cual dormimos todos, y al mismo tiempo el chico pueda ir a la escuela.
Cuelgamuros 10-1-52
Crisóstomo Romero[1131].
En la misma solicitud, se lee —a lápiz— «mejora de vivienda», y añade:
Ojo: el chico que menciona como hijo suyo es su sobrino según se comprobó al adjudicarle la que actualmente ocupa.
Sabía el solicitante que la asistencia a la escuela era obligatoria, luego invoca, con buena lógica, la cercanía a la misma como una de las razones de la solicitud, esperando se tenga en cuenta la situación del niño. Es de suponer que cambia el grado de parentesco, innecesariamente, para justificar el mayor interés que como padre tendría en lograr esa ventaja para el niño que vivía con él, estuviera o no a su cargo. Hemos visto como se autorizaba a un trabajador a tener consigo a unos menores, sobrinos suyos, como medio de ayudar a su familia. Podría ser este, un caso similar, de niños claramente beneficiados por su estancia en el Valle. Es, además, otra prueba de que el control sobre los trabajadores no resultaba, desde luego, opresivo.
Aparte de la escuela de don Gonzalo, funcionó en el Valle otra para niños más pequeños en la que comenzaron sus estudios los que todavía no alcanzaban la edad escolar, aprendiendo básicamente a leer y escribir. La creó Manuel Lamana, el compañero de fuga de Sánchez-Albornoz, durante los meses escasos de 1948 que pasó en Cuelgamuros. Eran solamente unos ocho niños, hijos de presos, que recibían clase en el comedor de los reclusos del Poblado de Molán. Al irse Lamana, se hizo cargo de aquella escuela de los más pequeños, otro penado: Carlos Cornejo que había luchado en el ejército republicano y llegó al Valle recomendado por un hermano suyo, paradójicamente funcionario de prisiones. Dos años más tarde, Cornejo salía libre de Cuelgamuros. El relato, tan revelador de una situación nada opresiva para los penados, procede del testimonio de Ángel Cereceda, hijo del funcionario de prisiones Felipe Cereceda, cuyo paso por el Valle de los Caídos ha quedado ampliamente documentado en el APRM[1132].
11. Los desayunos de las Primeras Comuniones
11. Los desayunos de las Primeras Comuniones
Pero también hemos encontrado, entre las fuentes primarias, documentación que nos ofrece, una visión de Valle, en relación con los niños, de absoluta normalidad. Una vida como la que podían llevar los niños de cualquier pueblo de España en aquellos años, y aún mejor que en muchos de ellos. Y es que allí se celebraron las Primeras Comuniones, seguramente sin grandes lujos, pero, al menos con mejores desayunos que los que tomarían muchos españoles de la época en tales celebraciones.
Entre las liquidaciones de San Román, correspondientes al año 1947, se conserva un recibo del Economato que reconoce haber recibido de la Empresa, la cantidad de 214, 50 pesetas como pago de distintos artículos que se sirvieron a los niños de Primera Comunión, desglosando así el precio total:
3850 galletas: 116 pesetas.
Leche: 20,30 pesetas.
Chocolate: 78,10 pesetas.
TOTAL 214, 40 pesetas.
5 de Agosto de 1947[1133]
En la misma documentación, aparece otro recibo, de Administración, de 8 de Junio del mismo año por un importe de 92,50 pesetas, por los «pasteles para los niños de Primera Comunión[1134]». No fueron estas las únicas ocasiones en las que se agasajó a los niños del Valle; tres años más tarde, en otra de las liquidaciones de San Román, aparece un recibo más sorprendente: al menos aquel año, se celebró la festividad de San Pedro y San Pablo con otro desayuno especial para los niños de la Escuela, que eran todos los del Valle. También aquí, se detalla lo que tomaron ese día[1135]:
Gastos con motivo del desayuno ofrecido a los niños del colegio el día de San Pedro:
14 paquetes de chocolate a 7,25: 10,50
2,640 Kg de galletas bizcocho a 35: 92,75
4,250 Kg de barquillos a 27: 114,75
10 litros de leche a 2,50: 25
TOTAL: 334,00[1136]
Se celebraba una fiesta de mucho menor relieve o significado para los niños, que la de su Primera Comunión, cuando se les ofrece un desayuno similar, con motivo de una fiesta religiosa, que lo era también laboral en aquella época, pero sin especiales connotaciones infantiles, lo que refleja, sobre todo, la actitud hacia los niños del Valle, que es tanto como decir hacia los obreros que lo construyeron.
Vuelven a aparecer las Primeras Comuniones, en la liquidación de San Román, de Junio de 1952. Los gastos en este apartado, por cierto, se han más que duplicado en relación con los de la misma celebración en 1947, pasando de las 214,50 pesetas y céntimos, de entonces a las 549,50, del año que nos ocupa. El recibo los desglosa de la siguiente manera:
Comunión de los niños
Obras del Monumento Nacional a los Caídos, Comedor y Economato Obrero/Alfredo Buelta Rigueros.
Fecha 29-6-1952
Artículos | Debe |
120 Suizos [a] 1 ptas. | 120,00 ptas. |
15 l. de Chocolate [a] 15,00 ptas. | 225,00 ptas. |
30 l de Leche [a] 3,00 ptas. | 90,00 ptas. |
1 Kg de Azúcar [a] 10,50 ptas. | 10,50 ptas. |
26 Paquetes de Galletas [a] 4,00 ptas. | 104 ptas. |
Total a pagar | 549,50 ptas. |
Valle de los Caídos, 29 de Junio de 1952[1137]
Vuelve la documentación de este fondo, a ser un referente en cuanto a los precios de la época, pero también la demostración de la realidad que se vivía en el Valle, en relación, ahora, con la situación de los que pasaron allí su infancia. Por otra parte, debemos suponer que el número de niños en Cuelgamuros había aumentado considerablemente en los últimos años, ya que los artículos que les sirvieron son similares a los de 1947. Esa debe ser la razón del aumento del recibo, aunque no disponemos de datos sobre el aumento del coste de la vida en ese período. Sigue siendo, en cualquier caso, un desayuno de Primera Comunión que gran parte de la población, fuera de aquel recinto, no podía permitirse, en aquellos momentos.
A mayor abundamiento, hemos podido recoger, en el mismo fondo, otro curioso documento relacionado con los niños del Valle. Se trata de la propuesta de uno de los monjes benedictinos de la Abadía de la Santa Cruz, Albino Ortega, de hacer un regalo a dichos niños, con motivo del día de la Ascensión, al no haberse podido realizar el proyecto anteriormente, como se proyectó, para celebrar la inauguración del Monumento, «por la premura de tiempo».
El escrito informa, de paso, sobre aspectos interesantes en relación con los obreros y sus hijos.
25 de Abril de 1959
Sr. D. Antonio de Mesa
Madrid
Muy distinguido señor mío: Después de saludarle atentamente, me permito indicarle que, no habiendo sido posible hacer el regalo que se pensó a los niños de los obreros del Valle, en el día de la inauguración del Monumento, por la premura del tiempo, hemos pensado hacerlo el día de la Ascensión, como final de Ejercicios Espirituales y Comunión General de los obreros.
Dicho regalo podría consistir en una prenda de vestir (pantalón para los niños y bata para las niñas) al precio de unas cien pesetas cada una. Como el total de niños y niñas es de 56, el presupuesto es de 5600 pesetas.
En espera de sus órdenes sabe queda siempre suyo affmo. S. S. en Cristo.
Albino Ortega, de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos[1138].
En primer lugar, nos informa el escrito de cómo se llevaba a cabo lo que la historiografía adversa ha calificado como «adoctrinamiento ideológico» del franquismo sobre los reclusos, con bastante ligereza por su parte.
Porque debemos preguntarnos si dichos reclusos —que en ese año, por cierto, ya no existían en Cuelgamuros— acudían a los actos religiosos venciendo una supuesta repugnancia o de buen grado. No contamos con información fiable al respecto, como tampoco será fácil establecer cuantos de aquellos se habrían convertido tras la guerra, en caso de no ser creyentes —y sabemos que muchos no lo eran a juzgar por la dureza de la persecución religiosa— o realmente eran coherentes con su fe. En cualquier caso, la evangelización o recuperación de la fe, sabemos que se había contemplado como parte fundamental de la Redención de Penas, desde los inicios del proyecto, y no cabe duda de que en el Valle de los Caídos se pusieron los medios para atender espiritualmente a lo trabajadores, libres o reclusos, como demuestra esta carta. Veremos, por cierto, a algunos de estos penados, o sus hijos, participando, como acólitos, en las Misas del Valle, en el siguiente capítulo.
Pero, volviendo a la cuestión de los niños, resulta evidente que fueron, indudablemente bien tratados allí por parte de las empresas, el Consejo, y, desde luego, los monjes. Toda aquella comunidad que convivió, en una armonía mucho mayor de lo que se cree, durante los años de la construcción del Monumento.
En ocasiones, documentos como estos, que acabamos de comentar, reflejan mejor que ningún otro, como discurría la vida cotidiana en una comunidad concreta, como fue la que formaron las familias allí instaladas junto con las personas relacionadas con las obras por distintas razones, como capataces, profesionales, directivos e incluso guardias. Coincide, por cierto, esta imagen positiva, con varios testimonios de los trabajadores, recogidos en la bibliografía reseñada, anterior al inicio de la campaña que comentamos en el estado de la cuestión.
Y, una vez más, surge el contraste, sorprendente, entre lo que las fuentes nos transmiten y la supuesta realidad que la leyenda negra del Valle, —presentado como el sórdido y durísimo «campo de concentración» que nunca fue— pretende convertir en parte de una supuesta memoria colectiva, creada artificialmente, de la manera más burda.
Es inimaginable la escena de niños judíos agasajados por sus verdugos en los campos de la Alemania nazi o los países ocupados por el Tercer Reich, como Auschwitz o Mauthausen. El contraste entre estos escenarios del Holocausto y la realidad de Cuelgamuros, resulta tan brutal, que solo podemos concluir que dicha manipulación irresponsable debe denunciarse de una vez, desde el mundo académico y con verdadero rigor científico. En honor a la Verdad y por el bien de España y de nuestra memoria histórica.