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Cantaban haciendo entrar a los niños en la nave. Cantaban viejos cantos espaciales y ayudaban a los niños a subir la escalera, uno a uno, hasta las manos de las monjas. Cantaban con fuerza para alejar el temor de la mente de los pequeños. Cuando el horizonte estalló, sus cantos se detuvieron. Metieron al último niño en la nave. El horizonte pareció cobrar vida cuando los monjes subieron la escalera. La lejanía se convirtió en un reflejo rojo. Donde poco antes estaba despejado, acababa de nacer un lejano banco de nubes. Los monjes de la escala apartaron la vista del resplandor. Cuando hubo desaparecido, miraron de nuevo.

La cara de Lucifer se convertía en un horrendo hongo sobre el banco de nubes, alzándose lentamente como un titán que se despereza después de siglos de encarcelamiento en la Tierra.

Alguien gritó una orden y los monjes continuaron su ascensión. Pronto estuvieron todos en el interior de la nave.

El último monje se detuvo en la entrada, se quedó ante la abierta compuerta y se quitó las sandalias.

Sic transit mundus —murmuró mirando el resplandor.

Golpeó contra sí las suelas de las sandalias para quitarles el polvo. El resplandor cubría un tercio de los cielos. Se rascó la barba, le dio una última mirada al océano, dio un paso atrás y cerró la compuerta.

Se produjo un zumbido, una explosión de luz, un fuerte chirrido y la nave espacial se elevó hacia el cielo.

Las olas, al romper, batían monótonamente la costa, arrastrando pedazos de madera. Un hidroavión abandonado flotaba detrás de los rompientes. Después de un rato, éstos se apoderaron de él y lo lanzaron hacia la costa, junto a las maderas. Se inclinó y se le partió un ala. Había cangrejos divirtiéndose en los rompientes, merluzas que se alimentaban de cangrejos y el tiburón que se comía a la merluza y la encontraba admirable con la deportiva brutalidad del mar.

El viento llegó a través del océano trayendo consigo un palio de fina ceniza blanca. La ceniza cayó en el mar y en los rompientes. Los rompientes dejaron cangrejos muertos y madera en las playas. El tiburón se hundió en sus profundas aguas y meditó su resentimiento en las corrientes límpidas y frías. Aquella estación tuvo mucho apetito.

 

FIN