19
Después del desafortunado incidente del sótano, el abad buscó todos los medios concebibles para subsanar aquel desgraciado momento. Thon Taddeo no demostró ningún rencor y hasta les ofreció a sus huéspedes una disculpa por su espontáneo juicio del incidente, después que el inventor del artefacto hubo dado al estudioso detallada cuenta de su reciente diseño y fabricación. Pero la disculpa sólo logró convencer al abad de que la herida había sido profunda. Colocaba al thon en la situación de un montañero que ha escalado una altura «inconquistable» para encontrar las iniciales de un rival grabadas en la roca de la cima..., sin que el rival se lo hubiese dicho por adelantado. Debió de ser desastroso para él, pensó dom Paulo, debido a la forma en que se llevó el asunto.
Si el thon no hubiese insistido —con una firmeza nacida quizá de la vergüenza— en que su luz era de superior calidad, lo suficientemente brillante hasta para el escrutinio de los quebradizos y apolillados documentos, que resultaban indescifrables a la luz de las velas, dom Paulo habría hecho quitar inmediatamente la lámpara del sótano. Pero thon Taddeo insistía en que le gustaba..., pero al describir que era necesario mantener por lo menos a cuatro novicios o postulantes continuamente empleados en hacer funcionar la dinamo y ajustar el espacio del arco, pidió que la lámpara fuese quitada, pero entonces fue dom Paulo quien insistió en que permaneciese en aquel lugar.
Así fue cómo el estudioso empezó sus investigaciones en la abadía, con la presencia constante de los tres novicios que se afanaban sobre la noria y el cuarto novicio que tentaba al deslumbramiento arriba de la escalera para mantener la lámpara encendida y ajustada, situación que hacía al poeta versificar sin piedad sobre el demonio de la confusión y los ultrajes que se perpetraban en nombre de la penitencia o del apaciguamiento.
Durante varios días, el thon y su asistente estudiaron la propia biblioteca, los archivos, los informes del monasterio además de la Memorabilia... como si al determinar la validez de la ostra pudiesen establecer la posibilidad de la perla. El hermano Kornhoer descubrió al asistente del thon de rodillas en la entrada del refectorio, y durante un rato tuvo la impresión de que efectuaba una devoción especial ante la imagen de María, situada arriba de la puerta, pero un sonido de herramientas puso fin a la ilusión. El asistente tendió una regla de carpintero a través de la entrada y midió la depresión cóncava producida en las piedras de la entrada por siglos de sandalias monásticas.
—Buscamos formas de determinar fechas —dijo cuando Kornhoer se lo preguntó—. Éste parecía un buen lugar para establecer un modelo del grado de uso, ya que el tráfico es fácil de establecer. Tres comidas hace cada hombre por día desde que las piedras fueron colocadas.
Kornhoer no pudo evitar sentirse impresionado por su minuciosidad; la actividad lo desconcertó.
—Los informes arquitectónicos de la abadía están completos —dijo—, en ellos podrá ver con exactitud cuándo fue añadida cada ala y cada edificio. ¿Por qué no se ahorra tiempo?
El hombre se quedó mirándolo inocentemente.
—Mi maestro tiene un dicho: «Nayol no puede hablar y por lo tanto nunca miente».
—¿Nayol?
—Uno de los dioses de la naturaleza de los habitantes del Red River. Lo dice en sentido figurado, por supuesto. La evidencia objetiva es la última autoridad. Los informadores pueden mentir, pero la naturaleza es incapaz de hacerlo. —Al ver la expresión del monje, añadió apresuradamente—: No va en ello ningún insulto. Es simplemente la doctrina del thon de que todo debe ser explicado objetivamente.
—Una idea fascinante —murmuró Kornhoer y se inclinó para observar el boceto de una sección de la concavidad del suelo—. Pero ¡si tiene la forma que el hermano Majek llama una curva de distribución normal! Qué raro.
—No tiene nada de raro. La probabilidad de que un paso se desvíe de la línea central tendería a seguir la función normal.
Kornhoer estaba cautivado.
—Llamaré al hermano Majek —dijo.
El interés del abad por la inspección de sus huéspedes era menos esotérico.
—¿Por qué —le preguntó a Gault— hacen dibujos detallados de nuestras fortificaciones?
El prior le miró sorprendido.
—No sé nada de eso. ¿Se refiere a thon Taddeo?
—No, a los oficiales que vienen con él. Lo realizan de un modo bastante sistemático.
—¿Cómo lo ha descubierto?
—Me lo ha dicho el poeta.
—¡El poeta! ¡Bah!
—Desgraciadamente, esta vez ha dicho la verdad. Sustrajo uno de sus diseños.
—¿Lo tiene usted?
—No, hice que lo devolviese. Pero no me gusta, presagia peligro.
—Supongo que el poeta puso precio a su informe...
—Aunque parezca extraño, no lo hizo. Desde el primer momento le ha desagradado el thon; y no ha dejado de murmurar para sí.
—El poeta siempre ha murmurado.
—Pero no con una disposición seria.
—¿Por qué supone que hacen los dibujos?
Paulo hizo una mueca.
—A menos que descubramos que no es así, creeremos que su interés es recóndito y profesional. Como ciudadela amurallada, la abadía ha sido un éxito. Nunca ha sido tomada por sitio o asalto y quizá por ello ha atraído su admiración profesional.
El padre Gault miró especulativamente el desierto hacia el este.
—Pensando en ello, si un ejército quisiera atacar hacia el oeste, a través de las Llanuras, probablemente tendría que establecer una guarnición en algún punto de esta región antes de avanzar rumbo a Denver. —Se quedó un momento pensativo y empezó a mostrarse alarmado—. ¡Y aquí tienen la fortaleza ideal!
—Me temo que ya han pensado en eso.
—¿Cree que los enviaron como espías?
—¡No, no! Dudo que el propio Hannegan haya oído hablar de nosotros. Pero están aquí, son oficiales y no pueden evitar mirar a su alrededor y pensar. A no dudar, Hannegan sabrá ahora dónde estamos.
—¿Qué piensa hacer?
—Todavía no lo sé.
—¿Por qué no habla de esto con thon Taddeo?
—Los oficiales no son sus servidores. Únicamente fueron enviados como escolta para protegerlo. ¿Qué puede hacer?
—Es pariente de Hannegan y tiene influencia.
El abad asintió.
—Voy a pensar en el modo de tratar este asunto con él. Pero primero observaremos qué es lo que ocurre.
En los días que siguieron, thon Taddeo completó su estudio de la ostra, y aparentemente satisfecho de comprobar que no se trataba de una almeja disfrazada, centró su atención en la perla. La tarea no era sencilla.
Gran cantidad de copias fueron escudriñadas. Las cadenas traquetearon y golpetearon cuando los libros más preciados salieron de sus estanterías. En el caso de los originales parcialmente dañados o deteriorados, parecía poco prudente creer la interpretación y vista de los copistas. Los manuscritos del tiempo de Leibowitz, que habían sido sellados en toneles herméticamente cerrados y encerrados en bóvedas especiales de almacenamiento para ser preservados indefinidamente, fueron entonces sacados a la luz.
El asistente del thon reunió varios kilos de notas. Después del quinto día, el ritmo de trabajo de thon Taddeo se aceleró y sus modales reflejaron la ansiedad de un sabueso hambriento que ha olido una caza sabrosa.
—¡Magnífico! —dudó entre el júbilo o la divertida incredulidad—. ¡Fragmentos de un físico del siglo XX! Las ecuaciones son incluso consistentes.
Kornhoer lo escudriñó sobre su hombro.
—Ya lo había visto —dijo sin aliento—. Nunca llegué a comprenderlo. ¿Se trata de algo importante?
—Todavía no estoy seguro. ¡Las matemáticas son hermosas, hermosas! Mire esto... esta expresión, observe su forma extremadamente reducida. Esta cosa bajo el signo del radical... parece el producto de dos derivadas, pero en realidad representa a todo un conjunto de derivadas.
—¿Cómo?
—Los índices se transforman en una expresión más amplia; de otro modo, no podía de ninguna manera representar una integral de línea, como el autor dice. Es fantástico. Y vea esto, esta expresión de aspecto tan sencillo. Esta simplicidad es un engaño. Es evidente que representa, no a una, sino a todo un sistema de ecuaciones en una forma muy reducida. Me tomó un par de días darme cuenta de que el autor pensaba en las relaciones, no sólo de cantidades a cantidades, sino de sistemas completos a otros sistemas. Todavía no conozco todas las cantidades físicas involucradas, pero la sofisticación de las matemáticas es... ¡es sencillamente soberbia! ¡Si es un engaño, está inspirado! Si es auténtico, podemos tener una suerte increíble. En cualquiera de los casos, es magnífico. Tengo que ver la copia de esto más antigua que exista.
El hermano bibliotecario gruñó cuando vio que un nuevo tonel era sacado del almacén y el sello levantado. A Armbruster no le impresionaba el hecho de que el estudioso seglar, en dos días, hubiese resuelto parte de un rompecabezas que había sido considerado como un completo enigma durante una docena de siglos. Para el custodio de la Memorabilia, cada sello quitado representaba una nueva disminución en la probable vida del contenido del tonel y no hacía nada para ocultar su censura por el procedimiento. Para el hermano bibliotecario, cuya tarea en la vida era la preservación de los libros, la principal razón de su existencia era la de ser perpetuamente preservados. Su empleo era secundario y debía ser evitado si amenazaba su longevidad.
El entusiasmo de thon Taddeo por su tarea aumentó con el transcurso de los días y el abad se alegró al ver que el anterior escepticismo del thon se diluía con cada nueva lectura de algún texto fragmentario de la ciencia anterior al Diluvio de Fuego. El hombre de ciencia no había hecho afirmaciones demasiado claras acerca de la intención de sus investigaciones; quizás al principio su objeto fuera vago, pero ahora realizaba su trabajo con la precisión vigorosa del que sigue un plan. Presintiendo el amanecer de algo, dom Paulo decidió ofrecerle al gallo una pértiga para cantar, por si el pájaro sentía el impulso de anunciar un futuro amanecer.
—La comunidad tiene interés en conocer los resultados de su trabajo —le dijo al erudito—. Nos gustaría que nos hablase de él, si no le importa discutirlo. Como es natural, todos hemos oído hablar de su labor teórica en su colegio, pero es demasiado técnico para que muchos de nosotros lo entendamos. ¿Le sería posible decirnos algo acerca de ello en... en términos generales que los no especialistas puedan entender? La comunidad me ha reprochado no haberle invitado a usted a dar una conferencia, pero pensé que primero le agradaría conocer el lugar. Claro que si prefiere no hacerlo...
La mirada del thon pareció afianzar compases en el cráneo del abad y medirlo por seis lados. Sonrió dubitativo.
—¿Le agradaría que explicase nuestro trabajo en el lenguaje más simple?
—Algo así, si es posible.
—De eso se trata —dijo, riendo—. El hombre no entrenado lee algún escrito sobre ciencias naturales y piensa: «¿Por qué no pueden explicar esto de un modo sencillo?». No parece darse cuenta de que lo que ha tratado de leer está escrito del modo más simple para el tema de que se trata. De hecho, una gran parte de la filosofía natural es un simple proceso de simplificación lingüística, un esfuerzo en inventar idiomas en los que media página de ecuaciones pueda expresar una idea que no podría ser expresada en menos de mil páginas de la llamada «lengua simple». ¿Me ha comprendido usted?
—Creo que sí. Entonces, ya que se expresa con tanta claridad, quizá podría decirnos el aspecto de ello. A menos que la sugerencia sea prematura... en lo que a su trabajo con la Memorabilia se refiere.
—Pues no. Ya tenemos ahora una idea bastante clara de adónde vamos y con lo que tenemos que trabajar aquí. Claro que nos tomará aún mucho tiempo terminarlo. Las piezas tienen que encajar, y no todas pertenecen al mismo rompecabezas. Todavía no podemos predecir lo que podemos espigar de ello, pero estamos bastante seguros de lo que no podemos. Me satisface decir que es esperanzador. No tengo nada que objetar a explicar el plan general, pero...
Repitió el gesto de duda.
—¿Qué es lo que le preocupa?
El thon pareció ligeramente avergonzado.
—Sólo una incertidumbre acerca de mi auditorio. No quisiera ofender las creencias religiosas de nadie.
—¿Cómo podría hacerlo? ¿No es un asunto de filosofía natural? ¿De ciencia física?
—Claro que sí, pero muchas de las ideas que la gente tiene del mundo han sido adornadas con lo religioso..., bueno, lo que quiero decir es que...
—Pero si el tema es el mundo físico, ¿cómo puede ofender? Especialmente a esta comunidad. Hemos esperado durante mucho tiempo a que el mundo empezase a interesarse de nuevo en sí mismo. Y a riesgo de parecer jactancioso, puedo señalar que tenemos algunos aficionados bastante listos en ciencias naturales aquí en el mismo monasterio. Como por ejemplo el hermano Majek y el hermano Kornhoer..
—¡Kornhoer! —El thon alzó cautamente la vista hacia la lámpara de arco y la apartó deslumbrado—. ¡No puedo comprenderlo!
—¿La lámpara? Pero con seguridad usted...
—No, no se trata de la lámpara, ésta es bastante sencilla una vez que uno se recupera de la sorpresa de verla funcionar. Tenía que funcionar. Lo hacía sobre el papel, asumiendo varias indeterminaciones y suponiendo algunos datos de los que no se disponía. Pero el salto limpio e impetuoso de la hipótesis vaga al modelo en funcionamiento. —El thon tosió nervioso—. Es al propio Kornhoer a quien no comprendo. Este aparato —extendió un dedo hacia la dinamo— es una muestra de un salto de unos veinte años de experimentos preliminares, empezando con una incomprensión de principios. Kornhoer se evitó los preliminares. ¿Cree en una intervención milagrosa? Yo no, pero aquí tiene usted un caso real. ¡Ruedas de carro! —Se echó a reír—. ¿Qué haría si tuviese un taller de máquinas? No puedo comprender que pueda permanecer encerrado en un monasterio un hombre como él.
—Quizás el hermano Kornhoer pueda explicárselo a usted —dijo dom Paulo, tratando de mantener alejado de su voz un asomo de dureza.
—Sí, bien... —Los compases visuales de thon Taddeo empezaron a medir de nuevo al viejo sacerdote—. Si en realidad piensa que nadie pueda sentirse ofendido por oír ideas no tradicionales, me encantará poder discutir nuestro trabajo. Pero parte de él quizás esté en desacuerdo con algunos pre... algunas opiniones establecidas.
—¡Bien! Entonces será fascinante.
Se pusieron de acuerdo en el momento y dom Paulo se sintió más tranquilo. El vacío esotérico entre los monjes cristianos y el investigador seglar de la naturaleza se vería seguramente estrechado por el libre intercambio de ideas. Kornhoer ya lo había estrechado ligeramente, ¿no era así? Más comunicación, no menos, era probablemente la mejor terapia para aliviar cualquier tensión. Y el nublado velo de la duda e indecisión desconfiada desaparecería tan pronto como el thon viese que sus anfitriones no eran unos irrazonables intelectuales reaccionarios como el erudito parecía sospechar. Paulo sintió cierta vergüenza por sus anteriores recelos. «Paciencia, Señor, con un loco bien intencionado», rogó.
—Pero no puede ignorar a los oficiales y sus cuadernos de apuntes —le recordó Gault.