NOTA DEL AUTOR

La obra está inspirada en un hecho real. En 1938-1939, la Alemania de Hermann Göring organizó y envió una expedición a la Antártida a bordo del navío Schwabenland. Así pues, sus pilotos fueron los primeros en sobrevolar las cadenas montañosas de la Tierra de la Reina Maud y bautizaron algunos puntos con nombres que todavía existen en la actualidad. Los alemanes lanzaron dardos con la esvástica grabada en ellos con el fin de reivindicar la soberanía del continente y saludaron a los curiosos pingüinos que salían a su paso con el «¡Heil Hitler!». Bautizaron la zona con el nombre de Nueva Schwabenland.

A excepción de Hermann Göring, sin embargo, los personajes de la novela son imaginarios. Ninguno de los protagonistas pretende representar a algún miembro de la expedición alemana del Schwabenland. La historia que se relata aquí es fruto de la imaginación del autor. No obstante, y hasta el límite de lo posible, sus descripciones se basan en relatos históricos de los lugares, la época, la población, etcétera, del período nazi.

El lector que esté familiarizado con la historia y la geografía de la Antártida identificará determinadas fuentes en cuanto a las ideas de la novela. La isla de Átropos, por ejemplo, está inspirada en la isla Decepción, que existe en realidad. En la zona se encuentran valles áridos como el que se describe en la narración. Lo mismo ocurre con las focas leopardo.

La enfermedad que aparece en la historia es fruto de la imaginación del autor, si bien últimamente los científicos han descubierto ecosistemas subterráneos de bacterias que se alimentan de elementos químicos y de la energía calorífica de la Tierra. La idea del medicamento surgió a raíz de la historia de la penicilina, que fue descubierta por casualidad en 1928 al saltar unas esporas de moho de alrededor de la ventana de un científico y caer sobre unos recipientes que contenían bacterias. La cepa que se desarrolló como antibiótico durante la Segunda Guerra Mundial, el Penicilium chrysogenum, procede de un cantalupo enmohecido que encontró un investigador en un contenedor de basura de un supermercado de Peoría, Illinois, lo cual puso de manifiesto una vez más que la verdad es como mínimo tan sorprendente como la ficción.

El libro no habría visto la luz si su autor no hubiera podido realizar dos visitas a la Antártida en su calidad de periodista científico contratado por el Seattle Times para participar en un programa llevado a cabo en colaboración con la National Science Foundation. Desde aquí, deseo expresar mi agradecimiento al Times, a la NSF y a todas las personas que conocí allí. Tanto ellos como el continente sur me impresionaron profundamente.

La Antártida es un lugar extraordinario que suele producir un enorme impacto sobre el visitante. No existe otro continente en la Tierra que combine de tal modo la hostilidad y la belleza. Durante el siglo XXI probablemente experimentará las consecuencias de la presión ejercida por las naciones ávidas por explotar sus excepcionales recursos. Sin embargo, no cabe duda de que resulta imperativo conservar ese insólito lugar como parque natural y de investigación en las condiciones actuales.