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EX nihilo
—En el hombre, la concepción es el resultado de la unión de dos células germen: el óvulo de la madre y la semilla del padre.
Zachariel frunció el entrecejo. Señaló el holograma de moléculas vivas de ADN, los cromosomas y los cálculos científicos. Gabriel, Miguel y Jether rodearon a Zachariel mientras hablaba.
—En la raza de los hombres, estas células germen poseen todas las mutaciones heredadas de la naturaleza del pecado procedente de la Caída. —Se volvió en redondo, alborozado—. Pero el hombre Cristo no puede recibir ninguna herencia genética del huésped. Tiene que estar libre de cualquier daño inherente del pecado.
—O de otro modo, Cristo no podrá afrontar la demanda. —Gabriel asimiló las palabras de Zachariel y se quedó boquiabierto.
—¡Exacto! —corroboró Jether dando una palmada, y señaló hacia arriba.
Miguel vio que la cúpula de cristal que se hallaba sobre los reunidos se abría y por ella descendía una enorme y brillante cámara de luz. Lo contemplaron sobrecogidos, como lo habían hecho tantos eones antes, cuando les habían presentado el primer prototipo de la raza de los hombres en aquella misma cámara. La cámara cubierta de cristal descendió por completo.
Zachariel miró el frasco que se hallaba en el centro de la cámara y que era la fuente de aquella intensa luz palpitante.
—La semilla de Cristo, ex nihilo, un cuerpo que no está hecho con la semilla del hombre ni el óvulo de la mujer, sino que ha sido creado por el propio Jehová. No ha sido reproducido, sino creado.
—¡Es el segundo Adán! —exclamó Gabriel, fascinado.
—Como todos en la raza de los hombres, Él crea Su propia sangre —declaró Zachariel—. Cuando el Cristo niño llegue a la madurez, su cuerpo producirá unos treinta trillones de glóbulos rojos en su médula ósea, renovados a razón de setenta y dos millones por minuto, tal como ocurre con la raza de los hombres. En cambio, a diferencia de éstos, Su sangre no está contaminada por la Caída.
—Incorrupta —susurró Gabriel.
—Cumple con las condiciones de la demanda —asintió Jether.
Movió la mano en el aire, y apareció ante ellos el holograma de una adolescente. Su piel cobriza era lisa como la porcelana, la tela perfecta para sus pómulos altos, la nariz aguileña y unos abundantes labios carmesí. El abundante cabello oscuro le llegaba hasta la cintura. Los hermanos la miraron, embelesados, mientras ella cruzaba la espartana habitación con unas piernas esbeltas color nuez que se deslizaban con facilidad por el suelo de piedra con una gracia impropia para su edad. Se asomó a la ventana y apoyó en la palma de las manos su rostro en forma de corazón para estudiar a un joven alto y de nobles facciones que tallaba meticulosamente un trozo de madera. La muchacha se rio de manera espontánea y sus intensos ojos castaños centellearon de alegría.
—¿El huésped? —preguntó Gabriel, acercándose.
—El espíritu de la chica está consagrado a Jehová —asintió Jether—. Todavía no ha conocido varón. Lo llevará en sus entrañas y Lo parirá. Es joven, fuerte y sana. Su cuerpo soportará los dolores del parto. No podemos correr riegos.
Jether se dirigió al otro extremo del portal, donde se abrió una gran cúpula y vio la Tierra en su órbita.
—Cristo se prepara para formar parte de la raza de los hombres —dijo—. Tan pronto esté preparado, Su Espíritu entrará en la semilla creada y abandonará el Primer Cielo.
Gabriel inclinó la cabeza.
—Él está en Su Jardín —susurró.
Jether pasó el brazo por el hombro de Gabriel.
—Acudiré a Él.