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LAS fuentes de lo profundo

Miguel, vestido para la batalla, cabalgó rápido como una centella en su corcel blanco, seguido de mil grandes guerreros angélicos en sus respectivos caballos. Levantó la pesada Espada del Estado por encima de su cabeza y gritó a sus guerreros:

—¡Liberad las fuentes de lo profundo!

Un enorme y brillante relámpago iluminó las cuatro esquinas del cielo y su ardiente fuego naranja alcanzó la Tierra con una fuerza increíble, resquebrajando su corteza. Los mil guerreros se dispersaron a las cuatro esquinas del firmamento, mientras los jinetes angélicos tiraban de gruesas cadenas.

El llameante relámpago alcanzó los cuatro pilares de los suelos de las cámaras de la Tierra, los cuales se desplomaron como a cámara lenta convirtiéndose en fragmentos de roca al tiempo que provocaban unos poderosos tsunamis en las aguas superficiales y profundas y salían despedidos al espacio en forma de meteorito. Las hirvientes aguas negras subterráneas rompieron la corteza terrestre y las enfurecidas aguas golpearon el arca con violencia.

Miguel y sus guerreros rodearon el arca como una coraza mientras las grandes olas de agua lodosa se elevaban muy por encima de la Tierra, lanzando asteroides hacia arriba. Las violentas inundaciones desataron su ardiente frenesí sobre todos los que estaban en la Tierra, hombres, mujeres y Nefilims desesperados por escapar de su ira.

Los ángeles de Miguel levantaron el arca por encima de las enfurecidas aguas, protegiendo a la familia de Noé y a todas las especies elegidas de animales. Los continentes se arrugaban y se dilataban, las montañas se combaban. Y finalmente, el arca chocó contra el monte Ararat, escondido detrás de las embravecidas aguas.

Las huestes angélicas esperaban en las olas del océano montadas en sus enormes sementales, observando el arca en silencio por si había señales de vida. La gran embarcación había sufrido un daño externo tremendo.

Jether y Zachariel también esperaban, con expresión pétrea, en el portal de los universos, concentrados en la puerta del arca. Zachariel sacudió la cabeza.

—Toda la raza —murmuró—. Una raza entera exterminada. —Unos sollozos sin lágrimas sacudieron su anciano cuerpo. El púlsar de escáner corporal no mostraba ninguna lectura.

Apesadumbrado, puso la mano con suavidad en el hombro de Zachariel, conteniendo las lágrimas, al tiempo que contemplaba el arca en silencio.

—Los cálculos fueron meticulosos —murmuró Zachariel levantando la cabeza, aturdido.

Se volvió hacia Jether, que se hallaba en el portal, boquiabierto de asombro al ver el enorme y radiante arcoíris que cruzaba el firmamento directamente encima del arca.

Zachariel le siguió la mirada y luego se volvió hacia el escáner corporal, que emitía pulsaciones. Las pulsaciones se intensificaron y empezó a reír, eufórico.

—¡Rakkon! ¡Tráeme el escáner de la materia por púlsar!

Y entonces Jether se echó a reír con una sonora, profunda y jubilosa carcajada.

—¡Jehová! —gritó.

Y así el linaje de la humanidad se salvó y la maldad terrible de Lucifer se frustró. Pero, gradualmente, con el paso de los eones, el corazón de los hombres se enfrió de nuevo y cayeron en el vicio y la depravación, el egoísmo y la codicia. Y olvidaron una vez más a su Creador...