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LA CÁMARA de la Espada

Miguel y Lucifer se enfrentaban con vigor. El afilado acero de sus espadones de doble filo brillaba con las acometidas y quites.

Lucifer se levantó la máscara de esgrima. En sus ojos había un centelleo extraño.

—¡Me está aislando! —Lucifer blandió la espada y paró la hábil acometida de Miguel.

—Eres tú quien te aíslas, querido hermano.

El entrechocar de las espadas se volvió más intenso y violento.

—Está preocupado —dijo Lucifer, vacilando a media acometida—. Ha rechazado mi presencia tres veces en las últimas cien lunas.

Miguel se quitó la máscara. Sus ojos verde claro denotaban perplejidad.

—No se negaría sin una buena razón, hermano.

—Príncipe Supremo Miguel —se burló Lucifer al tiempo que golpeaba a su hermano en el diafragma con la espada plana. Miguel se dobló de dolor. Una extraña ira ensombrecía las facciones de Lucifer—. Ilumíname, por favor.

—¡Lucifer, controla tu genio! —Miguel lo miró con incredulidad.

—¿Podría ser su última obsesión? —Lucifer respiró hondo, casi escupiendo las palabras—. Este... este hombre.

Acometió perversamente al desprevenido Miguel y la hoja de su reluciente filo se hundió en la hombrera protectora. Mantuvo la presión en la espada hasta que un líquido púrpura manchó la túnica blanca de esgrima de Miguel, cuya espada cayó al suelo.

Se quitó despacio la máscara con el brazo bueno y el abundante cabello rubio claro le cayó sobre los hombros. Cuando se apoyó contra la pared de la cámara, aún atravesado por el arma de Lucifer, el dolor y la furia ensombrecían sus rasgos.

—¡Déjalo, Lucifer! Antes de que te consuma tu propia oscuridad.

Lucifer esbozó una lenta y rencorosa sonrisa.

—A ti Jehová ahora te escucha. —Se plantó al lado de Miguel con su majestuosa figura—. Dile que no voy a ser despreciado y que esto, querido hermano —añadió con un rápido movimiento que laceró la herida sangrante de Miguel— es sólo una advertencia de que deshacerse del hijo de la mañana tal vez sea un ejercicio muy peligroso.

Miguel se encogió de dolor, agarrándose el hombro. Se desplomó hacia atrás, dejando una mancha de sangre en la pared blanca.

Lucifer dejó caer la espada, que chocó contra el suelo con gran estruendo. Mientras cruzaba la puerta del torreón, proyectó una sombra oscura sobre Miguel, que lo miró temblando. Sus ardientes ojos verdes revelaban una gran furia y una intensa aprensión.