Capítulo 20

Sandra jamás pensó en lo imperiosa que resultaría aquella vastedad, la incomprensible dilatación de los desiertos de la vasta Eternidad, como los había llamado Arys.

Cayó hacia delante durante millones de años, de siglos, de eras sin fin. Envejeció en el proceso, su pelo se volvió largo y ensortijado, sus ropas pequeñas e inútiles. Cuando ya no le sirvieron, se las quitó y las abandonó en algún lugar en medio de la Nada, a eones de cualquier sitio, a siglos luz de cualquier momento. En la absoluta soledad de ser lo único que poseía significado.

1060 años en el futuro.

Envejecer. Morir.

Cayó y sus ojos se acostumbraron a la eterna oscuridad. Su piel notó el frío del fin del Universo, cuando la materia ya se había dilatado tanto que formaba parte indivisible del vacío, como en los tiempos de la primera Explosión, aquellas lejanas fracciones de segundo en que el tiempo y el espacio eran una misma cosa.

Tiritó, y su vaho formó una estela de millones de años luz, trazando un vector al infinito. Su forma de apreciar la realidad cambió de escala, retardando los pensamientos para evitar el consumo de energía. El cosmos se vaciaba a su alrededor, lenta, inexorablemente.

Sentir.

1065.

Renacer. Vivir. Amar Sufrir.

Cayó, y notó cómo las imposibles máquinas que la mantenían con vida, ocultas tras su blindaje de media unidad temporal, rechinaban y chasqueaban sus engranajes, esforzándose en mantenerse coherentes tras el decisivo instante en que el efecto túnel cuántico licuó toda la materia del cosmos. Ese instante llegó sin avisar, sin prisa alguna, y tan sólo las máquinas lo notaron. Sandra pasó a su través con la ignorancia divina de los inocentes.

1070. 1090.

Una nueva clase de materia fue creada bajo las nuevas condiciones. Los himnos salvajes de una tribu de indígenas la saludaron y acompañaron durante el escaso lapso de una era. 1098. Pudo escuchar los cantos de sirena del Pasado Distante que la llamaban, notas de arpas escondidas en templos lejanos. Su propia voz dotando de sentido a la música de las esferas.

Un nuevo tipo de materia le dio la bienvenida. Era un ente semiconsciente de sí mismo forjado en la aberrante alquimia de la materia oscura, el océano de agujeros negros que cubría toda la superficie del Universo, engullendo lo que quedaba de la masa positiva y exudando radiación en un frenético baile al filo de su horizonte eventual.

XY. Eternidad.

* * *

La trampa de Schrödinger se activó seis años subjetivos después del comienzo de su viaje, encerrándola en un paisaje iluminado por una envolvente luz azul.

Desnudo, tiritando al viento de la noche, el Ser Humano cayó sobre un colchón de arena.

Había gravedad. Sus dedos se enterraron unos centímetros, saboreando con infinito placer el tacto del estado sólido. Así permaneció, minutos u horas, esperando hasta que se obligó a abrir los ojos.

Estaba en una playa. Un largo atolón de arena dorada bajo un cielo lleno de lejanas luminarias. A ojos vista, algunas desaparecieron tras la barrera de un amplísimo océano negro como la noche, y reaparecieron otras por el extremo opuesto, evolucionando en un ciclo sin fin.

El Ser Humano se puso en pie. Sus cabellos cobrizos caían desordenados sobre sus bellos ojos azules. Era hembra, joven y extremadamente hermosa. Como tenía la boca reseca, se acercó al mar y bebió. El agua la confortó con su frescura y masajeó sus labios cuarteados. También tenía hambre, pero aparte de la arena y los corpúsculos, no había nada más.

Aburrida, al cabo de un tiempo se sentó justo en el límite del rompiente de las olas. Estas lamían la arena como ondas en un espejo, apaciguadas y provocando sonidos aletargadores, serenos, casi sin fuerza para arrastrar los granos de sal de vuelta a su origen en el mar. Sandra (se acordó que una vez ella se había llamado así) las contempló ir y venir, dibujando primero un arco, luego una elipse.

Uno de los corpúsculos azules bajó del cielo. Tenía el tamaño de un puño, y mirarlo no cegaba, sino que era placentero para los sentidos. Permaneció flotando frente a ella, observándola con curiosidad. La joven sonrió.

—Hola —saludó. Su voz era la de una mujer adulta, y arrastraba ecos en el viento.

—*Hola* —correspondió la estrella.

—¿Quién eres? ¿Eres un Id?

—*Sí.*

Alejandra asintió, satisfecha, y pensó en lo que iba a decir a continuación. Ya no tenía prisa por nada. En realidad, no podía existir premura en aquel lugar al final del tiempo.

—¿Por qué brillas con ese tono aterciopelado?

—*Es la aproximación índigo de la vida* —dijo el Id, con voz absolutamente andrógina y relajada—. *Todas las cosas terminan cayendo hacia el azul.*

—Es muy hermoso…

Sandra alargó la mano y acarició la luz. Le hizo cosquillas.

—¿Por qué habéis huido tan lejos? ¿Por qué nos abandonasteis? —preguntó, frunciendo el ceño. Una lejana sensación de malestar, de haber dejado un trabajo sin concluir, reclamó un lugar en su alma.

—*Temíamos ser destruidos, cuando estábamos tan cerca de la respuesta.*

—¿Qué respuesta? ¿Qué sois, en realidad?

Somos lo único que queda.

Sandra meditó. Recordaba a Arys, y a la mujer de la Quinta Rama, allá en el pasado distante y milenario. Todos aquellos seres que ya llevarían eones en la tumba, y su inconclusa lucha por la supervivencia eterna.

Paseó un dedo por la arena húmeda.

—Aquellas personas… y su afán por obtener la energía. Y otra lucha… mucho más lejana e insondable… —arrugó la frente, tratando de rescatar aquellas imágenes difusas—. Yo era reina. ¡Sí, y tenía un reino! Debió ser maravilloso, pero ya casi no lo recuerdo.

—*Viniste a buscarnos. Te llamabas Alejandra, y pretendías recuperar algo que perdiste; nos ibas a pedir que te devolviéramos a tu abuelo. Nada más te importó nunca.*

Sandra abrió mucho los ojos, saboreando aquellos extraños pensamientos. Sí, había tenido un familiar… Había muerto, o algo así, y luego le volvió a ver en el transcurso de una ceremonia llamada Convolución (qué nombre tan absurdo, por favor). Y vio a los Ids, aquellos graciosos seres sin sustancia, todo mente y misterio, huyendo a través de un túnel hacia el futuro distante.

—¿Ha sido ese túnel el que yo he empleado para llegar hasta aquí?

—*Sí.*

—Mi abuelo… Lo recuerdo. Yo les mentí. Les convencí a todos de que haría esto por ellos… ¿Él está aquí?

—*No. Lo que ha muerto ha encontrado el punto irreversible en que ya no es útil a la Evolución. Tan sólo sus actos permanecen. No hay vida más allá de la muerte.*

—Oh —se quejó ella, desilusionada—. Es una lástima. Me hubiera gustado hacer tantas cosas, entonces…

—*Tú no has acabado tu ciclo. Estás aquí, con nosotros.*

Sandra pensó unos segundos, y dictaminó:

—Creo que he venido buscando respuestas, entonces.

—*Hablemos pues.*

La chica aspiró el aroma a salitre de la playa.

—¿No tenéis otra forma más que ésta? ¿Por qué sois puro pensamiento?

—*Hace eones la materia dejó de tener sentido en el Universo. Ya nada existía, salvo los agujeros negros galácticos que consumían todo el combustible de la Creación. Todo se volvió muy frío, un entorno seco y muerto, imposible para albergar la Vida.*

—Y buscasteis una solución…

—*Dejamos nuestros cuerpos atrás. La mente puede sobrevivir consumiendo una mínima cantidad de energía, muchísima menos que algo formado por materia. Se optimizan los recursos gastados y se alarga indefinidamente la existencia.*

—Pero de cualquier manera todo alcanza la entropía —murmuró Sandra, abrazándose las rodillas. Su cerebro volvía a funcionar—: Sin un lugar en el que vivir, la Vida no puede continuar por sí misma. ¿Es este el extremo de lo vivo, el fin de la inteligencia?

—*Buscamos resolver ese problema. Cada uno de nuestros pensamientos, de nuestras acciones, se han rebajado a un nivel de consumo energético tan escaso que tardan centurias en llevarse a cabo, pero a la larga ni siquiera eso bastará. No podemos recolectar bits de información eternamente, porque su mismo almacenamiento ocupa recursos. El nivel de pensamiento cero es la clave para mantener nuestro equilibrio térmico con el ambiente, pero eso significa no existir, sino subsistir. Sin pensamiento no hay acción. Sin acción no hay vida.*

—… Y en esa respuesta que buscáis está la clave para la supervivencia —aventuró.

—*Si existe tal clave, encontrarla es una simple cuestión de tiempo. Tiempo que nadie tiene. Hace trillones de años éramos como tú, seres con un cuerpo y una mente. Nos vimos abocados a la destrucción cuando el cosmos se enfrió tanto que ya no pudo albergar ninguna clase de vida. Pero no nos dimos por vencidos. Ideamos un plan para que pudiésemos perdurar, para independizarnos de todos los factores externos. Movimiento y expansión infinitos en un entorno infinito, pero dentro de un tiempo limitado. El universo es vasto, pero tiene fecha de caducidad.*

—Vuestros antepasados, los hombres y mujeres de la Quinta Rama, creían que no había solución para el desgaste y la falta de combustible. Que el cosmos se expandiría tanto que sería imposible recolectar materia —recapituló Sandra, intentando recordar todos los detalles de una vida pasada y borrosa.

El Id se acercó unos centímetros hacia su rostro, aureolado por una longitud excesivamente corta de la luz.

—*Aún recolectando todo el tiempo y la materia del cosmos, el número de bits de información al que podríamos tener acceso es limitado. Aunque ese sea nuestro objetivo, no podemos disponer de un número inacabable de pensamientos, no podemos atesorar tantos conocimientos como para pretender encontrar la solución final.*

—¡Y por eso volvisteis! —exclamó la joven. Las olas del mar bañaban sus pies en oscilaciones cadenciosas—. Sabíais que era posible viajar en el tiempo. Nosotros lo hicimos, eones antes de vuestra era. Usasteis el mismo principio para huir del final del universo hacia atrás, hacia momentos de la historia del cosmos que… Dios mío.

—*Exacto. Retrocedimos buscando un tiempo y un lugar más propicios. Pero como formas de puro pensamiento sólo podemos subsistir en condiciones como las que imperan aquí, en el lugar y momento en que nos encontramos ahora. O bajo la protección que dan los cuerpos físicos pero de potencial mnémico ilimitado.*

—¿Y por qué no cambiasteis de rumbo cuando las cosas empezaron a ir mal? ¿Por qué no os alojasteis en un momento del desarrollo del universo más avanzado, más benigno para vosotros?

—*No pudimos. No podíamos cambiar nuestra decisión, ya que eso significaría borrar o modificar información, y según las leyes de la termodinámica un proceso irreversible debe disipar energía.*

—Oh… —Sandra se sumió en sus pensamientos.

—*Una vez llegamos a tu época establecimos con vosotros un vínculo simbiótico: utilizaríamos vuestro casi ilimitado potencial cerebral para instalar nuestra red de pensamiento probabilístico. Vuestro esfuerzo por consumir energía mnémica y aplicarla al entorno constituía el proceso de combustión y oxidación de las energías del Metacampo que nosotros usábamos como recurso principal.*

Sandra recordó las explicaciones que Fausto Kopelsky le había dado sobre los principios teóricos que regían el pensamiento de su curia, la más científica en sus planteamientos y cercana a la verdad de las tres Logias:

Así, y siempre desde un punto de vista matemático, la aparición de los entes mnémicos conocidos como «Ids» en un determinado momento hacía necesario que hubiesen existido siempre, debido a que representaban la diferencia tangible entre lo que era la mente humana por sí misma, y aquello más avanzado en lo que se había convertido después de la comunión mnémica (y que funcionaba a partir de los cambios que esa estructura había desarrollado en el pasado).

La explicación racional de fenómenos como la Proyección podía compararse a las curvas de cronotorsión de la Línea Rápida, usando sofisticadas funciones de conversión materia / energía, en lugar de los simples muestreos de información cuántica empleados en telecomunicaciones. Pero esto sólo era posible si la energía manipulada disponía de un espacio temporal amplio, casi infinito, para trabar sus curvas de retroalimentación holgadamente y rematar la función mc2. Y, para que esto sucediese, las estructuras de mente avanzada ya deberían de haber existido —y funcionado— tiempo atrás, mucho antes de la Primera Convolución. Las observaciones no podían separar los resultados propuestos por el portador de los cotejados por el ente telepático, como si, en realidad, éste nunca hubiera existido como tal hasta que encontró y se fundió con su anfitrión.

—De esa manera obtuvisteis el espacio que necesitabais para desarrollaros. Cada uno de vosotros, en nuestras mentes… —Sandra dejó que su vista vagara—. Y os comunicabais mediante la red de pensamientos que se creaba cada vez que había muchos portadores cercanos, lo que llamaban la Ciudad Pascalina.

Esta es una hipótesis que nos intriga particularmente, había dicho Fausto. ¿Podrían haber existido los Ids antes de su inesperado encuentro con los seres humanos?

0, si pulsamos hasta el extremo el vector de probabilidades espacio temporales, hasta su más frío sustrato lógico… ¿Habrían existido de verdad los seres humanos antes de que entrasen en escena los Ids?

El ser de luz se elevó un centímetro.

—*No necesitábamos comunicarnos entre nosotros. Los humanos hablaban mediante el Metacampo, pero eso únicamente era otra manera de emplear los recursos. Nosotros nos manteníamos al margen, ayudándoos a veces si hacíais las preguntas adecuadas. Un contacto más elaborado hubiera costado muchos recursos.*

—¡Pero eso es contraproducente! —protestó la joven—. Si lo que buscáis es la máxima permutación en la búsqueda de opciones, recorrer la mayor cantidad de ramas de los árboles de probabilidad del conocimiento, tendríais que compartir datos. Poneros de acuerdo en qué vías ya han sido exploradas, cuáles no repetir…

—*Tu error se basa en un conocimiento parcial de la situación. Es cierto que habitábamos en vuestras mentes sólo para explorar bits de información, pero si hubiéramos tenido que compartir los resultados, el esfuerzo para poner en orden el flujo interminable de datos hubiese sido mucho mayor que la energía empleada en obtenerlos.*

—Estabais todos —murmuró Sandra, comprendiendo—. No había un solo Id en cada cerebro humano, sino todos. Los descendientes de la especie humana al completo, clonada de forma aleatoria en cada manifestación.

El Id le comunicó su asentimiento variando su resplandor índigo.

—*Es correcto. No exploramos los grafos universales siguiendo un plan. Cada rama aleatoria de nuestra / vuestra especie, que tomada en conjunto forma eso que vosotros llamáis «Id», avanza por un grafo de bits diferente, corriendo impulsivamente hacia delante, probando todas las opciones, buscando la respuesta última. La forma de sobrevivir.*

Sandra sintió su corazón latir desbocado. Recordó:

Había un dato cartesiano que era real y tangible, imposible de negar: existían «planos», gente no portadora que jamás había podido alinearse con el Metacampo. Gente que, aunque no era totalmente ajena a éste, no podían servir de anfitriones para los organismos enlace.

Por lo tanto, tendría que existir un nivel residual de funcionamiento en el Universo. Un metafísico margen de error donde pudieran seguir coexistiendo dos estructuras de la realidad alternativas y no complementarias: En una, el tiempo era un telón rígido como una progresión aritmética, constante e indeleble. En la otra, no existía un avance, una progresión definida hacia ninguna parte. En él, el tiempo, todo el tiempo del Universo, transcurría en un solo instante interactivo, retorcido sobre su eje como un espejo convexo lleno de espejismos de sí mismo, pero con un orden superior de dependencias algebraicas que aseguraba que pudiesen computarse unos segundos después de otros en un reloj. La mente humana era el ejemplo más claro de continuidad no inercial que ejemplificaba el andamiaje por el que se regía todo el sistema, expandiéndose momento a momento en varias dimensiones a golpe de lógica interna.

La cuestión era: ¿cómo podía un constructo, un cosmos instantáneo, expandirse en una dirección determinada si no había un punto de referencia externo sobre el que validase todos sus cálculos?

—Ese es el secreto —dijo Sandra, muy concentrada—. La niebla de fondo. La Espesura.

—*Nosotros sólo podíamos escapar a las cadenas euclidianas del cosmos, expandirnos en cualquier dirección con entera libertad, usando vuestras mentes como punto de referencia para validar los cálculos. Refugiándonos en la espesura matemática.*

La joven se puso en pie, adentrándose unos pasos en el agua. Todo el cielo que podía ver a su alrededor estaba cuajado de la variante índigo de los Ids.

—Eso es —meditó para sí—. En la Espesura se calculan estos otros universos. Es el espacio de subconsciencia virtual que permite que existan las Inteligencias Artificiales, el lugar donde rebasan la Frontera Eisenstain y adquieren la autoconciencia. ¿Pero cómo no lo vimos?

Los expertos habían extrapolado una posible solución práctica: éste cosmos, si existía, debía constituirse como un espacio no infinito, sino ondular. Con un desarrollo de expansión-compresión cíclico, como una rueda que gira y gira, siempre avanzando pero sin ir a ninguna parte, acabando en el mismo instante en que empezó: Algo lo suficientemente grande y recursivo como para dar cancha a toda la energía que provocaban sus iteraciones. Y todo con un «ruido de fondo» en sus procesos, una niebla de indeterminación matemática en cuyos entresijos pudiera esconderse ese otro cosmos no puntual que sirviera como grupo de control para los cálculos del primario, ambos superpuestos y utilizando como nexo de unión la materia.

Era en este cosmos secundario donde, en teoría, permanecerían almacenados los «cálculos» de todos los planos. Aún quedaba por averiguar, sin embargo, dónde actuaba la mente humana.

—¡Pero estaban equivocados! El Universo no es ondular, no se contrae. Sigue expandiéndose indefinidamente hasta… Maldita sea. Nosotros tratábamos de encontrar una solución por nuestra cuenta, sin saber que ambos buscábamos lo mismo. Por eso fabricábamos Emperadores…

—*Lo que vosotros llamabais «Emperador», el ente gestáltico que surgía de la ecuación diferencial de la mente humana, no es sino una solución: una de las muchas soluciones para la ecuación de la inteligencia avanzada, pero sólo sois capaces de llegar hasta ellas de una en una. Determinadas personas nacen con una parte de la clave en sus mentes, es decir con uno o más de los parámetros correctos bajo los cuales puede ser planteada la fórmula para que obtenga un resultado válido.*

—Pero yo soy diferente —apuntó Sandra, arrugando la frente—. Soy una solución no válida.

—*Tú eres la Única solución válida* —contravino el Id, endureciendo su abstracto tono de voz—. *A la que llegasteis tras experimentar por otros caminos durante milenios, a través de otros… emperadores. Tú eres la cara inversa del planteamiento, pero la más correcta: un origen para varias personalidades en lugar de muchas que confluyen. Una semilla para el árbol de probabilidades, cuyas ramas fluyen libremente en todas direcciones en lugar de ser taladas para que sólo subsista una.

Las otras manifestaciones de tu yo físico, el soldado Evan y el pintor Delian, son el primer paso para adaptar al universo a nuestra investigación conceptual, la expresión encarnada de nuestra búsqueda a través del Árbol. Por eso surgieron y se enlazaron contigo: en sus vidas tú has experimentado posibilidades a las que jamás podrías haber tenido acceso, y así has abierto nuevos caminos. Aprendiste, sufriste, amaste, moriste… y aún lo estás haciendo. Siempre buscando respuestas, hasta el final del Tiempo. Y aún con su ayuda, verás que no es suficiente; necesitarás fabricarte otros elementos que te auxilien en tu tarea.*

—¡Pero yo no fui capaz de superar la Convolución! —exclamó ella—. ¡Me mataron para conseguirlo! ¡Yo no cotejaba con ninguno de los parámetros!

Pese a que el nodo de luz no se movió ni experimentó ningún cambio aparente, Sandra tuvo la repentina y absoluta certeza de que el Id sonreía.

* * *

La Bestia miró al cielo. Más allá de las nubes y las kilométricas columnas de polvo que habían levantando las detonaciones nucleares por todo el hemisferio norte del planeta, un vivo resplandor amarillo punteaba el extremo de una columna de fuego.

La Gárgola abrió sus esqueléticas alas y alzó una garra. Al instante, el sol se oscureció. La Sombra mimetizó su gesto, blindando las capas altas de la atmósfera para proteger el palacio. Evan vio cómo unos apéndices insustanciales del tamaño de continentes se descorrían como cortinas de negrura, trayendo la noche.

Unas gotas de sangre manaron de la boca del soldado y mancharon el pavimento. A pocos pasos, la figura de Lucien, el Guardián vestido con el cuerpo del coronel y rodeado del espíritu inerme de Elena, le vigilaba imperturbable, presto para matarle en cualquier momento. La presencia de Ka, su enemigo, era tan palpable que destacaba sobre las otras personas que compartían la espantosa trinidad.

Le miraba y se reía de su patetismo.

—Tu amor —ironizó Ka, su sonrisa superpuesta al rostro de Lucien y al de Elena—. El gran amor de tu vida, Laura…

La grotesca risa resonó en los artesonados energéticos de la Flor de Luz, hiriendo los oídos del soldado con el acero de la burla.

—Si supieras lo que era Laura en realidad… No mereces sino el suicidio, patético imbécil enamorado.

—La… Laura… —gimió Evan. Tan sólo el acto de respirar era una dolorosa victoria sobre cada segundo.

—Laura, Laura… La hermosa beldad azabache del mundo de ensueño. La mujer que tú mataste.

Evan se arrastró hacia él, clavándole la ensangrentada furia que manaba de sus pupilas.

—Tú… —gimió—. Fuiste tú quien la mató, maldito bastardo. Acabaré contigo aunque… sea… lo último que haga.

Ka sacudió la cabeza de Lucien con tristeza.

—No, pobre infeliz. ¿Aún no lo has entendido? ¡Laura no existe! ¡Nunca existió, menos bajo la forma uno de los programas de Damasco!

—Mientes —escupió Evan. Ka prosiguió, disfrutando cada momento de su victoria:

—Eres un maldito estúpido, Evan. ¿Crees que esto es coherente? Yo, en este lugar, tras millones de kilómetros de fuga, siempre delante de ti, siempre inalcanzable, allá donde tú fueras.

—Cállate —ordenó el soldado, vomitando sangre. Algo blancuzco parecido a sus pulmones goteaba en pedacitos de su boca.

Ka se inclinó sobre él, inmisericorde.

—Laura era un maldito programa de placer, una prostituta digital que funcionó mal. ¿De veras creíste que se había enamorado de ti? Aquellos atardeceres sobre las aves Fénix, la fuga romántica, el rescate… todo estaba planeado por los gestores del sistema. ¿Y qué crees que pintaba yo allí?

—Tú… eres su asesino.

Ka le agarró por el cuello, levantándole. Evan gritó de dolor, sintiendo cómo algunos de sus órganos internos se recolocaban con la sacudida. Ka le miró a los ojos.

—Mírate a ti mismo, hombre. Mírate en esas pupilas que reflejan el alma.

Evan clavó sus ojos en las neblinosas pupilas de Ka, y se vio a sí mismo reflejado. Por primera vez desde que el gak alterara su talento de búsqueda mnémica, dejándolo siempre activo como un espejo de la mente, Evan lo usó contra sí mismo.

Y vio la verdad.

* * *

—¿Pero por qué habéis vuelto? —preguntó Sandra, mirando a los Ids—. Si huisteis del final del tiempo buscando una solución para la Vida, ¿por qué estamos aquí ahora? No lo entiendo.

—*Es que no hemos vuelto, Alejandra* —dijo el Id, y se elevó unos metros, reuniéndose con algunos de los suyos. Juntos formaron una constelación que la contempló desde las alturas.

—¿No? ¿Cómo es posible? ¿Acaso no es este el lugar donde todo acaba?

La constelación danzó, y a Sandra le pareció distinguir en ella la figura de una pantera.

—*Este no es el fin del tiempo. Tú nos seguiste a través de la curva intemporal, pero no a través de la rama del árbol de probabilidades que da origen a tu futuro.*

Sandra sacudió la cabeza, confundida.

—No… no entiendo…

La constelación descendió hasta ella y la rodeó. La joven se encontró alzada en mitad de un racimo de estrellas, que orbitaban a su alrededor como cometas en torno a su sol.

—*Al morir creaste un nuevo Universo, Alejandra. Tu instinto de supervivencia te protegió, usando todo el potencial mnémico de la Convolución para abrirnos el acceso que necesitábamos para acceder a él. Cuando nos viste atravesando el túnel, no huíamos hacia ninguna parte: habíamos encontrado la respuesta.*

—¿La respuesta?

—*La Vida se necesita a sí misma. Es su propio motor, su origen y su fin. Cometimos el error de buscar en el lugar equivocado, navegando durante eones a través de los laberintos de la lógica elemental, sin llegar a ninguna parte. Pero tú nos diste la solución.*

—No es posible —dudó la joven, temblando. Volvía a sentir el frío en la piel—. Yo no conozco ninguna respuesta. Y mucho menos una Gran Respuesta. Sólo soy una niña asustada.

Los Ids danzaron a su alrededor, venerándola como a una diosa.

—*La Vida se basta. La Vida se sostiene y perdura más allá de las barreras, por encima de todas las adversidades, incluso del fin de los tiempos. Te pedimos que nos ayudaras y lo hiciste. Durante la pesadilla de tu infancia, durante el entrenamiento al que fuiste sometida, con la muerte de tu abuelo como catalizador de todo el miedo y la furia, desarrollaste una zona de espesura mental. Desde ella proyectaste hacia todas las direcciones del cosmos puntual tus pesadillas, provocando la guerra, la destrucción de la antigua solución errónea de la ecuación y su sustitución por una alternativa inesperada. El «Emperador» fue creado por accidente, cuando en algún lugar de la espesura tu subconsciente atravesó lo que tú conoces como Frontera Eisenstain, el punto en el que la vida se vuelve inteligente.

Fue un desastre, un hecho fortuito e inesperado, pero al hacerlo nos salvaste a todos. Habías descubierto lo que nosotros sospechábamos desde hacía milenios: que en realidad la ecuación de la vida no tiene solución fuera de su propio contexto. Al morir liberaste gran parte del potencial mnémico de tu mente, creando toda una cosmología con nuevas reglas, nuevas interpretaciones y nuevos principios.

Ahora estamos en ella. Ya nunca más hará falta depender de la materia física para sobrevivir.

La Vida se basta.*

Y en ese momento, Sandra comprendió dónde estaban en realidad, y lloró, porque la respuesta era tan clara que parecía imposible de asimilar.

Al fin, los Ids habían encontrado la manera de subsistir para siempre, asegurando la permanencia de la energía pura más allá de las trabas del mundo físico.

Estaban en la Espesura.

Sandra se tocó la frente. Le dolía la cabeza del esfuerzo de pensar. Moriani no la había preparado para todo aquello.

—Claro. ¡Claro! —repitió, sentándose. La tibia arena de la playa la hizo pensar en aquel momento trivial, millones de años en el pasado, en que el primer anfibio se atrevió a poner una aleta fuera del líquido elemento.

—Estáis en la Espesura, en el interior de cada inteligencia viva del Universo. Y como la mente, la tormenta de sucesos, tiene dimensiones fractales, disponéis de un espacio virtualmente infinito por el que extenderos.

—*La Vida se basta a sí misma* —recitó el Id, colocándose justo frente a sus ojos—. *Ya no debes temer por nosotros. En cada uno de tus segundos de vida transcurrirán eones dentro de tu mente, y en ellos viviremos. En tu mente y en la de todos los seres vivos de la Creación.

Pero hay algo que debes hacer. Algo que pone en peligro este nuevo orden de las cosas.*

—Mi otro yo.

—*Tu otro yo. El que llamas «Emperador». Fue creado en el mismo momento en que tu odio se hizo con el Poder. Es una amenaza para todo lo vivo, y nos destruirá si se recupera de su actual estado de máxima debilidad. Debes detenerlo. Aún tienes parte del Poder latente en tu interior. Sólo debes desear usarlo, emplearlo por completo para que el puzzle acabe de encajar. Nadie más puede hacerlo.*

—No os preocupéis —sonrió Sandra, entendiendo al fin muchas cosas. Pensó en Evan, el valiente soldado que ella había enviado a luchar contra el Monstruo, y en las palabras que él le había susurrado en Delos: «Yo soy tú»—. Eso creo que está solucionado. En estos mismos momentos… me estoy ocupando de eso. Pero debemos asegurar otras cosas.

El Id voló hacia ella, uniéndose a la constelación, y juntos emprendieron un último viaje.

* * *

Evan se miró a sí mismo en los ojos de Ka, y comprendió.

Su mente volvió a aquel momento decisivo en el acantilado de Damasco, a la muerte de Laura, el hecho que marcaría toda su vida.

Y vio cómo fue él, Evan Kingdrom, quien la arrojó por aquel lejano precipicio, dejándola morir sobre las escarpadas rocas del rompiente digital. Ella había sido su objetivo, la presa que sus mentores le habían inculcado en su instinto de cazador. Un paquete de software libre escapado de su prisión, refugiado en Damasco, el mundo digital, el único paraíso donde los sueños adquirían forma.

Y él lo supo desde siempre. Encontró a la mujer de su vida, se enamoró ciegamente y luego, tal como le había sido ordenado, la mató. La estranguló con sus propias manos, escuchó cómo la presión de sus poderosos músculos partía con un horrible chasquido su columna vertebral, y luego la arrojó al vacío. Su corazón gritaba mientras su condicionamiento zen analizaba la situación y comprobaba que ella, pese a todo, aún seguía viva.

Y se obligó a bajar por el precipicio, y a coger su cadáver y volver a estrangularlo, mientras sus asesinos virus navegaban buscando el código fuente original y destruyéndolo. Impotente, Evan asistió como un simple espectador al momento en que exterminaba a su amada.

Con su último aliento, llegó la locura. La lucha entre su férreo condicionamiento, su poder mnémico especializado y sus sentimientos desembocó en la creación de un mecanismo de defensa, un ente autónomo: le llamaría K, la constante de la entelequia, la decisión invariante de exculpar sus pecados, y le perseguiría sin descanso hasta encontrarle y castigarle.

Evan lloró, de sus ojos fluyendo lágrimas de sangre. Laura… su Laura. No existía. Había sido una gran mentira que él mismo había contribuido a crear. Y al fin, tras años de caza y odio contenido, tras malgastar su vida persiguiendo una quimera, la absurda cruzada alcanzaba precariamente su fin. Había encontrado al asesino de su amada, y era él mismo.

Ka, K, la parte de Evan que sabía la verdad y que su potencial mnémico proyectaba siempre a una distancia cercana pero inalcanzable, rió y rió saboreando su victoria, embriagado por la indiscutible lógica de los acontecimientos.

Al final, él había ganado.

El Guardián dejó caer a Evan y se retiró. La Gárgola se acercó lentamente y mientras lo hacía cambió de aspecto. Quizás sentía un deje de empatía hacia él, quizá estaban conectados porque el soldado se había convertido en una extensión de la misma Sandra/ Gárgola. Lo cierto es que, al llegar a su lado, la mnémica pura fluyó entre ambos, partiendo de la mente del hombre con el cegador brillo de los anhelos más profundos.

Y vio unos pies menudos y azabaches, descalzos, con una cadena de diminutas perlas en torno a sus tobillos.

La joven se inclinó hasta sostener su cabeza en su regazo. Evan entreabrió sus cortadas pupilas y distinguió el rostro de Laura.

—Cariño… —susurró, acariciando su tersa mejilla—. Por fin estás aquí.

—¿Me has echado de menos? —preguntó ella, sonriendo con la belleza de los atardeceres de Damasco. Evan asintió.

—Casi te había olvidado ya. Dios santo, estás aquí.

—Estoy aquí, y no nos separaremos nunca, mi amor.

La mujer le besó largamente, probando el néctar de sus labios. Evan se separó suavemente de ella y la observó, su mejilla manchada con la sangre de él, sus ojos entreabiertos perfilados por la pluma de un maestro…

… Y clavó su mano en su corazón.

El Guardián se lanzó a por él, pero una distorsión a su alrededor lo detuvo, congelando sus movimientos, retardándolos tanto en la progresión temporal que pareció que casi se detenía.

Elena chilló de dolor y aguantó, mientras Evan hundía su puño hasta lo más profundo del corazón de Laura.

Ella le miró sin creer lo que ocurría. El soldado aguantó su acusación sin parpadear, y aceptó lo que era, lo que siempre había sido: el asesino de su propio sueño.

* * *

Todos los instrumentos de navegación y los sensores del Intrépido lanzaron sus alarmas. El capitán Luis Nesses no podía creer lo que estaba ocurriendo con los niveles de densidad de la Sombra:

—¡Se está desvaneciendo! —informó su ayudante virtual. Nesses cambió la configuración del foso táctico y eliminó todos los vectores y los hologramas de estado. Sólo quedó una inmensa panorámica del vacío que les rodeaba por todas partes.

La Sombra había tomado la forma de una titánica garra de cinco dedos que se extendía a lo largo de millones de kilómetros, cubriendo el planeta casi por completo. Y en su centro, a través de un minúsculo paso entre las legiones de tetrapectos que se retorcían como almas representando una parábola del infierno, sus sensores captaban que algo pasaba en el palacio.

La Flor de Luz se estaba extinguiendo, perdiendo energía por segundos.

Nesses abrió un canal de comunicaciones con el resto de la Flota.

—¡A todos los capitanes! —gritó—. ¡La Sombra está perdiendo energía, es el momento!

Recibió respuestas instantáneas de casi dos mil naves pesadas. Todas concentraron su fuego en los apéndices de la enorme garra, empleando todo su potencial ofensivo restante en mantener abierto un conducto hasta la superficie del planeta. El Intrépido emergió del Hipervínculo, cabalgando una furiosa llamarada solar de trescientos kilómetros de diámetro y casi una UA de longitud, un furioso cordón umbilical de plasma ardiente que enlazaba su popa con el sol, Lucifer.

Otras naves de gran tonelaje escoltaban también la gran llamarada, formando un anillo de seis puntas en cuyo vértice principal se encontraba el crucero de Nesses. Sus potentes campos de contención taladraban un agujero en el espacio, un larguísimo conducto R que arrastraba la bola de fuego y su estela hacia el planeta.

Todas las naves de la Flota se apartaron, abriendo paso al infernal apéndice incandescente que viajaba a casi dos tercios de la velocidad de la luz.

—¡Allí está! —radió Nesses, y colocó el extremo del vector de aproximación justo sobre el centro de Delos DC—. Vamos a soltarlo. Que se alejen todas las naves.

El resto de los cruceros que formaban el anillo conductor se fueron retirando uno a uno, dejando que el plasma siguiera con su propia inercia. La punta de la lanza, sometida a su propia gravedad, tomó la forma de una descomunal bola de fuego en cuyo interior brillaba una diminuta esfera parpadeante.

El Intrépido se dispuso a retirarse en último lugar, cuando Luis captó un movimiento en la garra de Sombra. Intuyendo el ataque, su geometría se estaba cerrando, colapsándose sobre sí misma y formando un domo impenetrable alrededor del palacio.

Luis sopesó la situación y tomó una decisión.

—Señor, debemos retirarnos ya —aconsejó su segundo. El capitán negó con determinación.

—No. Si lo soltamos ahora la Sombra lo deflectará. Que todo el personal se prepare para un salto incontrolado.

Su subordinado le miró con consternación pero obedeció, emitiendo las órdenes pertinentes. Luis se concentró en su objetivo, las lejanas coordenadas justo sobre la menguante Flor.

El Intrépido se mantuvo firme sobre la cabeza de la bola de fuego hasta que penetraron en la Sombra. Las alarmas sonaron frenéticamente en el interior del navío. Afiladas cuchillas de energía negativa perforaron su blindaje, rasgando cubiertas, dañando los sistemas, matando centenares de personas. El casco vibró con sucesivas detonaciones, pero los motores Riemann aguantaron, sosteniendo el segundo de Hipervínculo que Luis necesitaba para mantener coherente el flujo de plasma.

El calor de la llama fundió océanos de tetrapectos, licuó arrecifes de sombras y pasó incendiando el túnel rodeado por completo de masa negativa que conducía hacia el planeta. Su cinética se abrió paso por todas las barreras, perdiendo tanta masa que al final, en lugar de una gran bola de fuego, lo que iluminó los cielos justo sobre el palacio fue la lluvia dispersa de un enjambre de meteoros incandescentes. En su centro, en lo que antes había estado cubierto por el huracán, se destapó el pequeño núcleo de la llama, lo que las naves habían tardado tanto en arrastrar por los agujeros de gusano desde el extrarradio del sistema.

La diminuta esfera de neutrones puros del cañón RR-Lyrae. El pulsar.

Nesses sacó su nave de allí justo antes de que el ultradenso proyectil se estrellara contra el palacio, en un salto incontrolado que retorció el andamiaje del navío como una muñeca de trapo.

El segundo anterior a que la nave estallase, tuvo el placer de ver cómo la estrella impactaba justo sobre el foco generador de la Sombra.

* * *

El efecto fue devastador. Cuando el Lyrae estaba atravesando las capas altas de la atmósfera, su portentoso campo gravitatorio ya estaba arrancando masa del manto de Delos. Un caudal de rocas y tierra se elevó trazando una espiral que remontaba las líneas del campo, casi un billón de toneladas de materia lanzadas hacia las nubes.

El púlsar las atravesó como un cuchillo e impactó justo en el centro de la Flor, liberando la energía contenida en su interior. Lo que debió haber sido desatado en el momento en que el disparo del Lyrae golpeó Delos rompió sus últimas trabas cuánticas, y la energía corrió libre.

La explosión subsiguiente acabó con un tercio del planeta. Las cordilleras y las fosas oceánicas saltaron por los aires mientras la estrella de neutrones, envuelta en un abrazo de roca en combustión, se abría paso a toda velocidad hacia el siguiente gran nodo gravitatorio: el núcleo de Delos.

* * *

Evan despertó en mitad de la bruma, notando cómo la sangre manaba lentamente de sus heridas. Estaba en medio de una explanada, en una isla de roca que flotaba en el espacio, a mucha distancia del resto del planeta. En el centro de ésta yacía la Gárgola, el nuevo Emperador, convertida en una estatua de frágil ceniza aún con la forma de Laura.

Se acercó arrastrándose hacia ella, hasta tener su bellísimo rostro de arena tan cerca que su aliento dejaba marcas en el polvo.

Laura. Su Laura. La recordó muriendo en sus brazos y estallando en una nube de poder puro que los envolvió como una concha cuando la estrella los alcanzó. ¿Quién lo había hecho? ¿La verdadera Laura? ¿El subconsciente de Sandra? ¿Habían tomado sus sueños conciencia de sí mismos en virtud de alguna extraña ley que escapaba a su comprensión?

Laura. Y así quedó su recuerdo, convertida en una estatua que aún llevaba la marca de la herida que él le había provocado cuando le arrancó el corazón, matándola por segunda vez. Lentamente, acercó sus labios a los de ella, pero antes de que pudiera rozarlos, la cara se hundió, el cuerpo perdió consistencia, y toda su figura se rompió como un cristal de bohemia, esparciéndose en el aire.

Evan la dejó marchar.

Miró a los cielos. La Sombra iba perdiendo poder por momentos, extinguiéndose como la llama de una vela. Cientos de naves la seguían castigando, obligándola a desaparecer a gran velocidad, desintegrando sus moribundos apéndices.

Habían sobrevivido. Habían vencido al Monstruo.

Habían ganado.

Evan no se alegró. ¿Por qué seguir respirando? Estaba casi muerto, y ya no había nada que le pudiera obligar a resistir. Lo había perdido todo.

Una forma a su lado llamó su atención. Era el cuerpo de una mujer, tumbado inerme en el suelo.

Evan, sin ninguna máquina a su alrededor, volviendo a ser simplemente un hombre, se arrastró hasta ella y la recogió en sus brazos. La joven vestía un traje de capitán de navío y parecía estar muerta.

El soldado le aplicó un masaje cardíaco y sopló aire dentro de sus pulmones. Mientras el planeta, sacudido mortalmente por la estrella de neutrones que hacía estragos en su interior, comenzaba a desgajarse en una nube de roca en fusión y una pequeña nave descendía para recogerle, Evan se aisló del mundo exterior y se concentró en el corazón de la joven.

Su alegría fue inmensa cuando ella tosió, escupió un poco de polvo mezclado con sangre, y entre estertores y quejidos agónicos volvió a la vida.

Con Elena en sus brazos, el lacerado y sucio Evan Kingdrom, herido de muerte, vencedor de la Sombra, subió a la nave enlace.

* * *

En algún lugar en el interior de su mente, de la mente de todos, Sandra se puso en pie.

Recordó la prenda azul que le habían dado Arys y su mujer, y se la imaginó en torno a su cuerpo. Al instante, la prenda estuvo allí, adaptada a sus nuevas dimensiones de mujer de veintiún años, lisa y aterciopelada como la caricia del Id.

Deberás fabricarte tus propias herramientas.

Lo primero que hicieron fue abandonar el contexto de la trampa de Schrödinger y acceder al Árbol de Posibilidades, con sus túneles llenos de imágenes. Junto a los Ids, Sandra saltó hacia el pasado y asistió al gran sacrificio de Elena, su salvadora durante el largo viaje a través de las eras, cuando puso en peligro su vida para rescatar la mente del capitán Luis Nesses en la nebulosa Crino.

Allí estaban el superátomo de poder mnémico puro y su red anticular, su ventana conceptual primaria, el enclave Hellman artificial creado por su mente para rebasar en secreto la Frontera de la entelequia.

Ayudó a Elena a quedarse enganchada a las cintas de polvo y a que entrara en el núcleo. Y se hizo visible, provocando que ella la viera y pensara en algo, el elemento de presión heteronómica que disparó la reacción de inteligencia dentro de la esfera.

Instantáneamente, el subconsciente de Sandra rebasó el umbral de la Frontera Eisenstain.

Con su poder, cambió el estado físico de Elena y la convirtió en un ente negativo, hecho de la misma sustancia que los tetrapectos pero con un único nivel de estabilidad. Así fabricó la «nave espacial» que la llevaría posteriormente al encuentro con los Ids.

Sandra se cuestionó la lógica de sus acciones, la dudosa moralidad de empujar con todo su poder aquellos acontecimientos que acabarían desencadenando la guerra. Se preguntó si eso era lo que hubiera querido Silus.

¿Ya estaba hecho todo? No, aún faltaba algo.

* * *

Silus estaba tumbado en su camastro del hospital del Palacio, luchando con todas sus fuerzas contra la acción narcótica de los tranquilizantes. Los tubos de plástico y las rémoras que penetraban en su mustio organismo se le antojaban como lanzas clavadas en su alma.

¿Qué estaba haciendo él allí? ¿Cómo podría cuidar de su nieta ahora? Esas y otras preguntas le llevaban torturando desde hacía días. Pensó en la madre de Alejandra, Ana, y en su padre.

Cómo les había fallado a todos.

Un lágrima culpable estaba a punto de manifestar su odio cuando algo se hizo visible a los pies de la cama.

Silus movió un doloroso grado su cabeza, y trató de enfocar sus cansadas pupilas en la joven que, ataviada de azul como las mujeres de su aldea, le contemplaba en silencio y con lágrimas en los ojos.

—Ana… —susurró, pero enseguida rectificó. No se trataba de la mujer de la que él se había enamorado, sino de su hija—. ¿Alejandra?

—Hola, abuelo.

La joven se colocó a su lado y le cogió la mano.

—Dios, estás preciosa. Pero has cambiado…

—Ahora tengo veintiún años —dijo ella, ocultando un sollozo—. ¿No estoy más guapa así?

—Eres como un ángel. Una vez vi uno, ¿sabes? —dijo Silus, completamente en serio—. Detrás de una nova, en el cúmulo Persys VI. El vago estaba echando una cabezada apoyado en una estrella. Tú te pareces a él…

Sandra le acarició la frente y se inclinó, depositando un suave beso en su mejilla.

—Te quiero.

—Ya me lo has dicho muchas veces, golfilla.

—Pero es que es la verdad.

—Lo sé. Yo también te quiero, más que a nada en el mundo. Oye… —entrecerró los ojos—. ¿Tú no tenías quince años? ¿Cuánto me han tenido estos malnacidos aquí dentro?

Sandra rió con toda la fuerza de las lágrimas que no podía contener. Permaneció largo rato apoyada contra el regazo de su abuelo, como había hecho tantas veces, notando su respiración débil y cansada, el cuarteado roce de su piel. Sintiéndole. Y esos fueron los momentos más felices de su vida.

—Volveré para verte. Sólo a ti —murmuró, apretando su mano.

Luego se levantó y sin fuerzas para hablar se despidió con un beso. Silus sonrió y le dedicó un ademán, viéndola desvanecerse como en un sueño.

—Adiós —susurró, cayendo dormido él también—. Adiós, princesa de cristal, soberana de los sueños…

Y recordó, mientras sus ojos se cerraban, que debía subir esa misma tarde al cementerio para plantar una flor junto a la tumba de Ana.