Capítulo 19

El Intrépido emergió del túnel Riemann justo al borde de los intensísimos campos electromagnéticos del púlsar que constituía el corazón del RR-Lyrae. Otros dos cruceros, el Alexander y el Breitling, esperaban su llegada.

Las figuras de sus respectivos capitanes se reunieron en el Puente Único con la de Nesses. La recién ascendida capitana Nedma hablaba con el general Vasui, al mando del grupo de asalto, informando:

—Estamos preparados para la maniobra Gundwich, señor. Pero los demás cruceros aún no han podido unirse al anillo.

El hombre arrugó la frente, visiblemente preocupado.

—Necesitamos esos cruceros. Bienvenido, capitán Nesses.

Luis correspondió al saludo, el pulso latiéndole con fuerza en las sienes. Los demás oficiales tampoco tenían buen aspecto; una profunda tensión agarrotaba sus movimientos.

—¿Podemos comenzar al menos abriendo el conducto nosotros? —preguntó, analizando la conversación y retomándola—. La anchura del puente E-R sería la suficiente…

—Sí, pero no podríamos controlar su trayectoria. Para cuando atravesemos la corona solar ya debe haber otras dos naves en los vértices del túnel para mantenerlo estable.

—Creo que deberíamos arriesgarnos —sugirió Nedma, señalando un grupo de tetrapectos que se dirigía a gran velocidad en ruta de colisión con el púlsar—. Las otras naves se nos pueden reunir sobre la marcha. Hay que sacar el cañón de aquí.

Vasui meditó y accedió, pese a que a su precario plan comenzaban a notársele los pies de barro.

—Muy bien. Preparen el salto. El Breitling ocupará la posición principal en el vértice del cono.

Los dos capitanes asintieron y comunicaron las órdenes. A Luis no le importaba ceder el privilegio de encabezar el ataque: cuando abrieran el conducto R uniendo los túneles de salto de los cuatro cruceros para arrastrar al púlsar, la nave situada en el vértice principal sería la más expuesta al peligro. Y él ya había arriesgado bastante las vidas de su tripulación.

Los destructores se colocaron formando un triángulo perfecto entorno al púlsar, y abrieron progresivamente sus conductos. El vacío del Hipervínculo absorbió los campos de la estrella de neutrones, y cuando las naves saltaron, ésta desapareció también del espacio físico.

Segundos después atravesaron el sol. Vasui dio la orden de que se les unieran otras naves para completar el sexteto de guiado, y aguantaron un tiempo que pareció infinito luchando contra las tormentas de quarks de la cromosfera, hasta que el Venganza y un bastante dañado Ariadna se les unieron. El capitán de éste informó de múltiples daños en la subestructura de presión.

—No sé si seremos capaces de aguantar hasta el final. La carrera hasta Delos es demasiado larga para nuestros motores.

El general consultó la situación, buscando otras naves que pudieran sustituir a la Ariadna, pero no había ninguna otra que no estuviese sumergida en la batalla. Millones de corpúsculos vibraban como abejas asustadas en el radar de largo alcance.

De repente, surgiendo de entre un amasijo de tetrapectos, apareció un destructor de gran eslora, el Vergil. Era la única nave con potencia suficiente para abrir el túnel que arrastraría el púlsar, y había dejado atrás a sus perseguidores con una eficiente descarga de hadrones concentrados.

Vasui lo vio salir de Delos no sin cierto anhelo. Iba a comunicar con su capitán, cuando algo ocurrió.

De la superficie del planeta surgió un proyectil, un veloz corpúsculo de naturaleza indefinible que atravesó las pantallas de la enorme nave y se incrustó en su interior. Los oficiales contemplaron con ansiedad cómo el navío explotaba desde dentro, perdiendo potencia en sus corazas. Aprovechando el momento, la nube de tetrapectos que lo perseguía lo rodeó, haciéndolo estallar con un resplandor nuclear que lo vaporizó por completo.

El proyectil, sin embargo, apareció a intervalos regulares a y desde el Hipervínculo, penetrando de nuevo en la atmósfera. Vasui ordenó seguirlo y los sensores lo cazaron, estudiándolo.

Lo que revelaron desafiaba la cordura de Nesses: no sabía cómo, pero aquel proyectil eran dos; dos hombres enzarzados en una lucha tan veloz que a las computadoras les costaba seguirla.

Aturdido, reconoció a uno de ellos.

* * *

Evan y el Guardián hicieron evolucionar su modo de luchar muchas veces consecutivas; la máquina insustancial respondía muy bien a sus deseos.

El Guardián se aceleró, golpeando y fintando a velocidad cegadora mientras acumulaba energía en sus puños. Evan dejó que el árbol de IAs guiase sus respuestas, bloqueando y contraatacando, hasta que la estática hizo casi imposible la comunicación LR con el exterior.

Estaban volando a gran velocidad y saltando en breves proyecciones de fracciones de segundo. El fantasma de Elena se esforzaba hasta el límite de su resistencia, generando impulsos contrarios a los del Guardián cada vez que éste trataba de escalar la cuerda temporal. El dolor en los ojos de la joven capitana era tan evidente que parecía a punto de colapsarse en cualquier momento.

Hubo un momento en que salieron disparados al espacio, y Evan se encontró luchando en el interior de una nave espacial. El Guardián atravesó sus mamparos y maquinaria como si no estuvieran allí, al igual que hacía con las personas. Con sus recursos mnémicos de anticipación de combate al máximo y la ayuda del árbol de IAs, Evan no podía pensar en nada más que no fuese deflectar y atacar, deflectar y atacar, tintar y esquivar, toda su mente puesta en la lucha. Vio explotar cosas en nubes de sangre y vísceras, y supo que eran personas a las que tanto el Guardián como él mismo atravesaban como obstáculos de aire. El propio Evan agarró varios de estos cuerpos frágiles y lentos y los usó para cubrirse, viéndolos reventar sin que su mente tuviera tiempo de sentir remordimientos. Usó sin pensar todo lo que había a su alrededor, gente, piezas de maquinaria, depósitos de munición, lanzaderas de asalto, motores Riemann…

Abandonaron el navío y lo vio explotar. Rebasaron la nube nuclear y una tormenta de escombros que el soldado lanzó contra su enemigo gastando una cantidad increíble de energía cinética. La máquina alienígena se anticipaba a todos sus movimientos y extraía el combustible de algún lugar inconcreto para hacer posibles tales hazañas. Evan se preguntó si estaría conectada con el interior de alguna estrella, tal vez del propio Lucifer, pero si era así no había por qué preocuparse; el sol ni lo notaría.

Dos proyecciones más y estuvieron de nuevo sobre el planeta. Lucien (lo que había sido Lucien) logró encajarle un golpe brutal, y Evan salió disparado hacia atrás a varias veces la velocidad del sonido. Algo frenó su caída, un edificio que atravesó de arriba hacia abajo partiéndolo en dos con la fuerza de un meteoro.

Lucien no esperó; saltó a su espalda y le recibió con una contraproyección letal dirigida a su corazón. Evan reaccionó casi instintivamente, girando sobre su eje en 3D y esquivando el golpe por nanosegundos. Eso lo colocó en una posición ventajosa durante milésimas.

Evan lanzó su pierna hacia atrás y por primera vez encontró una fisura en la defensa de su enemigo. Nada más intuirlo, el dato pasó al árbol de IAs, éstas lo tramitaron en nanosegundos y lo devolvieron a la máquina, la cual concentró la energía total acumulada hasta ese momento en su pierna. Todo el proceso fue tan rápido que acabó casi antes de haber empezado, y cuando Evan golpeó, el Guardián recibió la cinética concentrada del impacto de cien meteoros.

Una parte de su cuerpo explotó, pero no pareció notarlo. Inmediatamente se recuperó y machacó a Evan contra otra torre de cincuenta pisos, cortándola longitudinalmente de la punta superior a los cimientos. Atravesaron juntos un torbellino de cascotes y muros de piedra hasta clavarse con tal fuerza en la plataforma base que el edificio cayó fraccionado en segmentos.

Evan notó que volvía a sangrar; el blindaje no había deflectado todo el golpe. La fracción que atravesó la coraza podía haberle matado. Si estaba vivo era un milagro.

No podía prolongar mucho aquello; tenía que acabar como fuera el combate, y ya. El próximo golpe podría muy bien ser el último.

* * *

—¿Ese es nuestro hombre? —se maravilló Luis, observando a los luchadores—. Es increíble. Focaliza millones de GeVs por segundo. Los movimientos son tan rápidos que nuestras computadoras sólo pueden analizarlos estudiando la grabación a posteriori. Esto no lo hemos hecho nosotros.

—No hay tiempo para preocuparse de eso —barruntó Vasui, igual de confundido—. Vamos a abrir el conducto R hasta el planeta. Que todas las naves se preparen.

Los cruceros se colocaron formando un triángulo y entraron conjuntamente en fase. Una portentosa llamarada solar surgió de las capas inferiores de la fotosfera, miles de kilómetros por debajo, y penetró en el túnel. Las naves la dirigieron hacia Delos en una carrera de casi un UA, rotando para intentar crear una presión local de gravedad dentro del túnel que domara la furia salvaje de la llamarada. A medida que se iban acercando al planeta, otras naves de gran tamaño se les fueron uniendo, acelerando progresivamente para encabezar junto a ellos la enorme bola de fuego.

Pronto, el anillo de cabeza lo formaban siete navíos de diferentes clases, no todos militares; las naves insignia de las flotillas independientes que aún quedaban enteras abandonaron sus planes de ataque y se sumaron al grupo que guiaba la lanza solar.

Luis se humedeció los labios. Con siete naves era posible que lograran mantener el cono estable hasta su impacto final contra el planeta.

De repente los vio. Un gran enjambre de tetrapectos remontaron el cono de plasma y, sacrificándose por miles, abrieron una fisura en su caudal y se colocaron detrás del anillo de cabeza.

Les estaban persiguiendo.

Las naves no podían hacer nada salvo huir de ellos. Todo su potencial ofensivo no bastaba para frenar la embestida de las sombras. Lo soltaron todo, incluyendo sondas remotas y balizas de guiado, lanzaderas de descenso y secciones separables de los propios cruceros, todo lo que constituyese un proyectil que pudiese ser lanzado en dirección contraria al movimiento de las naves. Luis vio cómo los tetrapectos se reorganizaban y, formando un puntiagudo tornado, atravesaron el eje de rotación del caudal de plasma y se lanzaron sobre la fragata principal.

No pudo hacer nada para proteger la popa del Breitling. Los tetrapectos la alcanzaron a cuarenta segundos tras el comienzo de la maniobra, y se enroscaron en torno a los impulsores. El enorme navío se tambaleó y, durante una fracción de segundo, sus aristas rozaron el extremo del cono de plasma incandescente, dejando una larga estela como si cortase las aguas de un océano furibundo.

Luis dio la orden a todas las naves de girar longitudinalmente al anillo de guiado, alejándose de esa manera del crucero comandante. Su masa y velocidad eran demasiado potentes para contrarrestarlas.

No pudieron más que apartarse mientras la nave de Vasui se desmenuzaba, girando en círculos descontrolados. Pronto estuvo rodeada de una cortina de plasma que penetró por las fracturas, incendió todas las cubiertas una a una y fundió su andamiaje de polímeros. El general chilló en su foso táctico al ser consumido por las llamas.

Nedma apartó la vista.

Luis contempló cómo la enorme masa de metal al rojo blanco de un kilómetro de longitud que había sido la nave almirante se convertía en una columna giratoria de fuego y partículas derretidas que se deshacía por momentos. Atraída por el desfase en la forma del túnel Riemann, la pared del cono se combó hacia el interior por el vértice, amenazando a las otras naves.

—¡Pivotemos hasta ocupar su lugar! —ordenó, clavándose las uñas de la fuerza con que apretaba sus puños—. ¡Campos de contención orientados en fase espejo!

El Intrépido se desplazó sobre el eje del anillo de guiado, superponiéndose al lugar que ocupaba la masa en llamas de la nave destruida. Sus cañones la partieron en pedazos, que volaron en todas direcciones estrellándose contra sus corazas y el río de plasma. Luis se encontró a sí mismo rezando mientras veía gigantescos fragmentos del crucero impactar sobre su propio navío. Por un momento pensó en abortar la maniobra y poner a salvo las naves, pero se detuvo.

Delante, la circunferencia de Delos apareció clara, superpuesta a la Sombra como un diamante corrupto y lleno de desperfectos.

Al unísono, los cruceros entraron en la fase de deceleración final.

* * *

El duelo entre Evan y el Guardián se prolongó durante interminables minutos, eones enteros de destrucción que arrasaron la ciudad de Delos DC hasta los cimientos y desequilibraron el precario equilibrio de su cuenca geológica, suficientemente castigado ya por las bombas. Los luchadores se sumergieron en el magma, y los historiadores del conflicto darían fe de cómo, en aquellos cruciales momentos, los sensores de las naves estelares que vigilaban continuamente la Flor notaron cómo enormes terremotos sacudían la tierra, y fisuras del tamaño de extensos rifts se tragaban lo que en su día había sido la capital del espacio conocido.

Los duelistas surgieron de las profundidades y volvieron a desaparecer bajo ellas, ocultos en ríos de lava hirviente, desmenuzando montañas con sus manos y usando la energía de la tierra moribunda para arrancar un pedazo de la impenetrable defensa del enemigo. Fragmentaron la cuenca sobre la que se había edificado la ciudad y emplearon las cenizas para tratar de cegarse mutuamente. Las ondas expansivas de lejanos desastres los sacudieron pero no lograron desestabilizarles. Lanzaron edificios al aire y los vieron caer, cruzaron embates y bloqueos y sus acometidas dejaron profundas cicatrices en el manto, mientras esquivaban colonias de Sombra y bosques de hongos atómicos.

Entonces ambos desaparecieron bajo un océano de magma, y sobre la tierra cayó un silencio aterrador.

La Flor de Luz, única isla de integridad que se alzaba de entre la hecatombe rodeada por meandros de piedra en combustión, se estremeció.

Y al cabo de un tiempo indeterminado, uno de los dos surgió del fuego.

* * *

Evan escaló penosamente la costa de la pequeña isla de hormigón y avanzó cojeando unos metros hacia la Flor. Su prístino resplandor alargó la sombra del soldado como un trazo de carbón sobre un lienzo de marfil.

La máquina que le protegía yacía a su alrededor como el negativo de una fotografía, apagada, sin energía. Poco a poco se iba disolviendo en las nieblas imposibles del lugar que la albergaba. Le había protegido todo lo posible, pero no había sido suficiente: Evan estaba destrozado, sus huesos bailaban en el interior de una piel sangrante y abierta.

Pero el soldado se obligó a caminar. Recordó ver morir a Elena, a su fantasma cuántico sobrepasar el límite de tolerancia cuando el Guardián trató de saltar en mitad del fragor de la batalla. Se había quedado inerme, resplandeciendo alrededor de la figura de energía oscura. Aún así, su sacrificio no había sido en vano.

A trompicones, llegó hasta el corazón de la Flor. No pudo por más que admirar su belleza, su obscena fragilidad. Se aproximó al centro y vio a la Gárgola. Aún estaba en la misma posición que él la recordaba, con las alas abiertas y su demoníaco rostro mirando al cielo. Como la vio en el sepulcro, meses atrás.

Debería haber sido extinguida, pero un milagro de la mnémica la mantenía presa en una dicotomía cuántica. Existía pero no existía, era así de simple.

Evan la miró fijamente, con sus ojos sin pupilas y sin alma, y la obligó a elegir.

Y la Gárgola eligió permanecer.

El soldado alzó las cejas, sorprendido, sin saber qué pensar ni qué hacer. Iba a atacar físicamente a la aberración cuando el Guardián, de nuevo completamente restaurado, surgió del río de lava y le golpeó desde atrás.

Sintió crujir su columna vertebral. El campo de fuerza empleó toda su potencia restante en protegerle y se extinguió, al tiempo que la máquina alienígena se evaporaba. El soldado cayó al suelo.

El Guardián se inclinó sobre él, y a través del velo inerme de la piel de Elena, Evan pudo ver cómo la extraña niebla que cubría sus facciones se concretaba en un rostro que él conocía muy bien.

El rostro de Ka.

* * *

El panorama de los campos Elíseos no destilaba la paz y belleza de costumbre, no para una mujer que los había conocido desde niña y había saboreado en ellos los placeres más exquisitos. Beatriz de León los contemplaba desde la balconada de su torre de picos afilados, y sólo veía una turba de gente asustada y colérica, sedienta de sangre, que venía para buscarla.

Claro, pensó; todo es muy coherente. El pueblo siempre castiga a los que le hacen sufrir. Tenían miedo, miedo de toda aquella magia incomprensible que hasta entonces habían tolerado porque facilitaba sus vidas. Pero cuando la magia se volvía en su contra, cuando de los cabalísticos hechizos de la mente surgían monstruos que devoraban los planetas y destrozaban los sueños, el pueblo necesitaba sangre.

Los contempló en silencio durante largos minutos. Las defensas aguantarían todo lo que hiciera falta. Podía calcinarlos a todos con un simple gesto, pero no quería. Ellos eran su gente, sus conciudadanos, de donde habían partido los aplausos que recibió al nacer y en sus sucesivos cumpleaños. Los que habían sentido la marcha de su padre y habían llenado el patio de flores cuando murió su madre.

Conteniendo una lágrima, abandonó el palco y se retiró a sus aposentos. Allí convocó a las IAs.

Aparecieron ciento nueve, las más grandes, las que repartidas por toda la Ultralínea controlaban la dimensión informática del Imperio. Los seres la saludaron.

—Esta es la ultima orden que os voy a dar en mi vida —comenzó Beatriz, vocalizando para que todas la entendiesen—. ¿Qué potencia tenéis ocupada en este instante?

Una pirámide isósceles de dimensiones perfectas hasta el trigésimo decimal se adelantó.

—*Ocupamos un cuarenta por ciento de nuestra capacidad en la LR, más un doce por ciento en tareas administrativas referentes a la Flota, más un uno por ciento reservado íntegramente a la lucha que el soldado Evan Kingdrom sostiene en estos momentos en Delos.*

—Bien —asintió la Arconte, satisfecha—. Bastará. Eso deja libre un cuarenta y siete por ciento de vuestra capacidad, más que suficiente.

»Escuchadme bien, porque esta es la orden más importante que se os ha dado jamás. Deseo que pongáis a trabajar todos vuestros recursos sobrantes en una copia ROM de todo el Imperio.

—*¿Del Imperio?*

Beatriz asintió.

—Y no sólo de él. De todo, absolutamente todo lo que tenga que ver con la Humanidad. La totalidad del conocimiento almacenado en todos los mundos y sobre todas las épocas: los archivos, los libros, los comentarios de la Línea Rápida, los registros administrativos, los programas educativos, los documentos audiovisuales, el esquema genético, la Historia Universal, ésta conversación, vuestro propio código fuente… Todo. Quiero que hagáis una copia de la civilización humana, la comprimáis en un disparo LR, y la lancéis al espacio.

—*¿En qué dirección?*

La ex Arconte se encogió de hombros.

—No importa. Lo importante es que se almacene en alguna parte. Que haya un registro de seguridad que atestigüe que estuvimos aquí, si la Sombra se extiende y perecemos.

Las IAs calcularon.

—*El proceso ocupará un volumen total de quinientos treinta y dos mil millones de petabytes de información, y se realizará en siete coma nueve horas estándar. El disparo LR absorberá para sí toda la potencia de los repetidores estelares durante once minutos.*

—No importa. Hacedlo —concluyó Beatriz, y regresó a la balconada.

En cuanto la vieron asomarse, la turba gritó y la vilipendió y exigió su cabeza. Beatriz, apretando con fuerza los párpados, procuró no escuchar sus insultos y sustituirlos por las agradables ovaciones que con tanto cariño recordaba de su niñez.

Luego dio la orden de abrir las puertas.