Capítulo 18
Una pequeña galaxia de tetrapectos se desgajó en unidades simples cuando la Flota se aproximó al planeta. Millones de ellos cayeron sobre la avanzadilla de naves pequeñas para descubrir que éstas no eran tales, sino un enjambre letal de bombas congeladas y aceleradas a velocidades relativistas.
De los conductos R abiertos por las naves de gran tonelaje surgió una lluvia de proyectiles que impactó contra la nube de tetrapectos, arrasando volúmenes de millares de kilómetros cuadrados. En cuanto el apéndice principal fue desgajado, los otros cilios de Sombra reaccionaron con agresiva determinación, expandiendo su volumen a lo largo de un quinto de la órbita de Delos y dividiéndose en una cantidad tan enorme de blancos que las computadoras de batalla tuvieron que calibrarla usando dotación exponencial.
La primera avanzadilla de cruceros, entre los que se encontraba la nave de Nesses, se aproximaron todo lo que pudieron a la primera órbita y, justo antes de ser alcanzados por las descontroladas tormentas de energía negativa, vaciaron sus arsenales.
Sobre los puntos más densos de la Sombra que protegía el planeta lanzaron nodos de antimateria guiados por rémoras virtuales. La materia exótica de los proyectiles, al entrar en contacto con el enemigo, entró en reacción generando pequeños soles, explosiones tan cargadas de energía que combaban la gravedad en diminutos collares alrededor de sus epicentros.
Los enjambres de Sombra se lanzaron a por las naves mayores. Chocaron contra sus escudos de potencia quinientos, modificados para soportar su embestida al menos durante unos vitales segundos, y trataron de perforarlos mientras eran exterminados por cientos de millones. Los haces de partículas, los misiles planetarios y los paneles de descargas Hd los mantuvieron a raya mientras algunas naves atravesaban el perímetro y se acercaban a Delos.
El crucero de Nesses, con las santabárbaras completamente vacías, realizó una maniobra de alejamiento de la órbita del planeta, pasando a muy poca distancia del antiguo Anillo Defensivo Ecuatorial. Éste, antaño la mayor obra de ingeniería del Imperio, un cinturón de metal que rodeaba completamente el Ecuador de Delos en la órbita geoestacionaria y que se conectaba con la superficie mediante dos largos ascensores espaciales, no era más que un montón de chatarra flotante. Los tetrapectos lo habían destruido, taladrando un centenar de heridas a lo largo de su circunferencia y dejando que la gravedad de sus seiscientos millones de toneladas de masa hiciera el resto. La cuerda de metal retorcido se partía en miles de fragmentos que caían sin remisión hacia la atmósfera. Muchos no se desintegrarían en la reentrada.
Luis recibió una alarma de ataque justo cuando pasaban frente al anillo; un cilio, un vector de Sombra de una longitud igual a la altura de la ionosfera planetaria, se alzó por encima de la atmósfera y les atacó. Su base se perdía en un colchón de negrura que cubría por completo el trópico superior. El crucero de guerra, demasiado grande y pesado para ejecutar maniobras de evasión, se preparó para resistir la embestida.
Nesses, en el puente de mando, se sujetó a los anclajes de gravedad del foso táctico y activó la alarma de colisión. El aviso llegó un segundo tarde; libre de la presión gravitatoria de Delos, el extremo del apéndice de Sombra aceleró súbitamente y les golpeó en las defensas.
Toda la nave vibró y osciló, perdiendo el rumbo. La proa modificó varios grados su inclinación y volvió a apuntar al moribundo planeta. El puente de mando se convirtió en un caos.
—¡Quiero un informe de daños! —gritó Luis, tratando que toda la tripulación se fijase en él por encima del estruendo y el descontrol—. ¡Y necesito que alguien me diga de dónde ha venido eso!
—Tiene doce mil kilómetros de largo y su base está en el océano, en el cuadrante beta —dijo un ayudante. Luis trató de fijarse en los diagramas de estado.
—¿Podemos alcanzarle con un disparo de hadrones, cortar el tentáculo por alguna parte de su tallo?
—Negativo —el oficial que le informaba se limpió el sudor de la frente—. Se regenera a gran velocidad.
Luis dudó una fracción de segundo y decidió:
—Pues le golpearemos en la base. Preparadas las baterías. Apunten al ADE.
Los ordenadores obedecieron y fijaron el blanco. Nesses corrigió unos grados y dio la orden de disparo. Unas salvas de escasa potencia licuaron parte del cinturón de metal, y la estructura del anillo planetario salió disparada en todas direcciones como un látigo descontrolado.
Varios fragmentos alcanzaron el debilitado escudo del Intrépido, atravesándolo e incrustándose en la coraza de polímeros. La nave escoró soltando varios chorros de gas y fragmentos incandescentes del blindaje.
Sin embargo, el resto del anillo se contrajo y comenzó a reentrar en la atmósfera. El ascensor estelar se desplomó.
Progresivamente, la larga fusta de once mil kilómetros de altura que conformaba la torre se fue cubriendo de fuego. Tardó unos largos diez minutos en completar la caída, tiempo que el Intrépido trató de resistir contra el látigo de Sombra.
Los cálculos para el salto R a las regiones exteriores del sistema estaban casi completados cuando el ascensor estelar golpeó la superficie.
Tal como Nesses había planeado, impactó muy cerca del núcleo sombrío que generaba el cilio. La cinética comprimida de tantos billones de toneladas de plástico ultradenso cayendo a una velocidad de cientos de metros por segundo partió en dos la masa de tetrapectos y parte del ecuador del planeta. La placa continental del sur se astilló en mil pedazos, liberando energía como para iluminar todo el hemisferio. Una onda de choque barrió la superficie al nivel del mar, lanzando cordilleras por los aires y llevándose por delante la mayor parte de la Sombra. Sin sustrato que lo mantuviera, el cilio que trataba de enroscar al crucero como el apéndice de un insólito calamar se evaporó.
—Abran un conducto hacia el cañón RR-Lyrae —ordenó Nesses, impertérrito. Una quinta parte de los tetrapectos que poblaban el planeta se habían desintegrado, pero el grueso aún estaba intacto.
Y, aunque deseaba hacerlo, no podían lanzar otro ataque semejante sobre la Flor de Luz. Calladamente, deseó con fervor que Kingdrom todavía estuviese vivo.
* * *
Evan y lo que había ocupado el cuerpo del coronel Lucien Armagast dieron unos pasos uno en torno al otro, observándose.
El tiempo parecía haberse detenido. Un destello cubrió el horizonte, testigo de un lejano cataclismo en la otra parte del mundo.
Los dos guerreros se sostuvieron la mirada sin parpadear, avanzando algunos pasos, las manos colgando relajadas junto a la cintura.
Evan se acercó a uno de los pétalos de la Flor y se arriesgó a mirar hacia el interior, buscando su objetivo. La gárgola era apenas visible como una lejana mancha difusa entre fluctuantes cortinas de color. Estaba a pocas decenas de metros, apenas medio segundo de salto EV, pero el soldado sabía que tal distancia era muy grande; el Guardián no le dejaría llegar.
Se arrepintió de haber consumido tantos recursos luchando contra los tetrapectos. Lo más duro de la batalla estaba a punto de desencadenarse. Y aún no tenía ninguna señal de la presencia de Sandra en su cabeza.
El coronel era en sí mismo un fenómeno inusual dentro de aquel entorno de locura. Su núcleo era un ser humano, aún ataviado con el uniforme militar, pero aparecía difuso y translúcido, perdido en un aura muy negra y brillante. Era un elemental de energía casi pura, y su sola presencia, como atestiguaban las marcas de sus huellas en el pavimento, causaba trastornos en la realidad circundante.
Evan consultó mentalmente el estado de la batalla. El árbol de IAs le informó que ya habían perdido casi un sesenta por ciento de las naves. El soldado arrugó la frente, concentrándose en su enemigo.
Vamos, Sandra, cariño. ¿Dónde demonios estás?
El coronel fluctuó unos instantes en un desfase cuántico, y se teleportó dos veces. Todos los sistemas defensivos de Evan se colocaron en máxima alerta. Algo parecía estar formándose lentamente en el rostro de aquel ente oscuro, una neblina de texturas inversas que se iba concretando en algo parecido a un rostro.
El Guardián se colocó entre Evan y la gárgola.
¿Qué le había hecho la Sombra? ¿Lo había convertido en aquello como una última burla final, una corrupción del soldado perfecto para ejemplificar el alcance de la derrota humana? ¿O tal vez se manifestaba así porque era la manera en que él, Evan Kingdrom, estaba apreciando el combate?
No pudo saberlo. Con un movimiento cegador, y mientras la extraña niebla terminaba de concretarse sobre su rostro, la Bestia atacó.
Los sistemas inconscientes de la armadura previeron el ataque y lanzaron a Evan en un salto EV fuera de la línea de ataque del Guardián. Éste falló su blanco rozando el extenuado campo de fuerza. El soldado recuperó el control de la situación y concentró la energía en los proyectiles cuchillo que sostenía como garras entre sus dedos; cuando el monstruo se le lanzó encima, ejecutó un quiebro parcial y se lanzó hacia él por un costado. Golpeó certeramente, y un débil destello de cinética acompañó sus movimientos cuando tocó a Lucien.
Éste no se dio por aludido. Sus brazos se movían tan rápido que obligaron al árbol de IAs a tomar el control: ellas movieron los servos de la armadura, lanzándole a Evan órdenes subliminales tan rápidas que el soldado sólo descubría que estaba fintando y atacando después de que lo hubiera hecho.
Ambos hombres batallaron moviéndose a velocidad cegadora por el campo de batalla durante largos segundos. Los golpes de Evan no parecían hacer mella en el cuerpo de energía pura de su enemigo, pero los ataques de éste eran devastadores: a cada impacto de sus zarpas de antienergía, el porcentaje de reserva de potencia del traje disminuía en un cinco por ciento. Lucien le obligó a retroceder, a buscar terreno abierto para maniobrar y tratar de ganar algo de ventaja.
Evan vio de reojo la bomba que había tratado de emplear contra Stellan, aún congelada al extremo de la progresión temporal de la Flor. Permanecía inmóvil en el aire, esperando tras las paredes de un segundo eterno y silencioso.
El soldado trató de esquivar los ataques del Guardián, colocándose de forma que su reacción a éstos fuera acercarse a la bomba. Lucien le castigó sin piedad, acelerando secuencialmente y golpeándole desde sus múltiples estados de realidad a la vez. No sólo uno, sino varios pares de manos aparecían superpuestos al mismo impacto, regresando después a sus propios niveles de realidad. Las energías del Metacampo que el ser consumía eran tan grandes que Evan sentía la combustión a través de sus mermadas capacidades telepáticas.
Sus pies rozaron la tierra calcinada. Los sensores del traje actualizaron el horizonte artificial, apuntando dónde estaba el abajo, y trataron de equilibrar su centro de gravedad. El monstruo le lanzó una estocada con sus extremidades enhiestas como espadas, y una de ellas rozó el suelo; una onda lineal de fuerza de casi cien metros de largo trazó un camino de polvo en la antigua Plaza de los Tiempos. Otros vectores de destrucción la siguieron, hediendo el terreno con la furia de devastadoras embestidas.
Viendo que era imposible escapar, Evan se dejó arrojar hacia atrás, hacia la Flor. Se situó en posición, controlando el entorno por telemetría, y cruzó los brazos preparándose para deflectar la cinética del ataque de Lucien.
Éste no vaciló: viendo a su enemigo permanecer inmóvil durante una fracción de segundo, cargó con toda su fuerza sobre el mellado campo de energía de la armadura.
El efecto fue el que Evan esperaba, arrojándole hacia atrás con tanta fuerza que se incrustó en el suelo junto a la bomba congelada. Pero las consecuencias sobre el propio traje resultaron devastadoras: con una alarma, el campo de fuerza se extinguió. Los polímeros reactivos de la armadura acolchada pidieron permiso para endurecerse, preparándose para soportar daño directo, pero Evan se lo negó con furia; no podía perder movilidad, no ahora.
Como pudo, se desincrustó del suelo, y alargó la mano hacia el extremo de la Flor. A escasos metros, el Guardián aterrizó, preparándose para matar.
Evan rozó con su mano la fluida materia del pétalo, hundiendo los dedos desesperadamente en pos de la bomba. De reojo, vio que el coronel se le acercaba, impertérrito, sin señales de haber sufrido daño por la batalla.
Maldiciendo, estirando su mano hasta que los huesos y los músculos exigieron que parase, Evan logró rozar el detonador. El tiempo al extremo de su brazo fluía a distinta velocidad, y su organismo lo notó. Chillando de dolor, sin saber si su brazo aún seguía allí o no, extrajo el artefacto de la Flor.
Y Lucien saltó hacia él.
Evan alzó el brazo, asiendo con todas sus fuerzas la bomba, y mientras la activaba deshizo los proyectiles cuchillo de sus garras y canalizó toda esa energía, activando el campo de fuerza durante un decisivo y crucial segundo. Miró al monstruo una última vez, a la niebla que aún se formaba sobre su cara, y por un momento creyó distinguir en ella un rostro lejanamente conocido, algo tremendamente familiar que no supo reconocer, pero que le asustó.
La bomba explotó, arrojándole por los aires más de treinta metros hacia la periferia de la plaza. Sin cobertura, notó el aterrizaje. Su clavícula estuvo a punto de fracturarse, pero el traje la escudó. Respiró entrecortadamente unos segundos, recobrando el aliento.
Entonces, algo surgió de entre el humo. Evan alzó la vista, blasfemando en todos los idiomas que conocía.
Lucien se colocó frente a él, mostrando por primera vez sutiles señales de haber recibido daño, con los contornos de su figura algo fracturados. Pero seguía entero, y aún podía aguantar muchísimo castigo antes de sucumbir.
El agotado soldado no podía decir lo mismo. Constatando su fracaso, cerró los ojos cuando el monstruo alzó su espada para matarle.
Y al segundo siguiente, él ya no estaba allí.
Abrió los ojos creyendo que había muerto y un ángel le llevaba a la otra vida, y así era: una figura translúcida le remolcaba a través de un túnel hecho de imágenes mientras la Bestia, rugiendo de furia, entraba en cambio de fase temporal para perseguirles.
Ahora más menos tres segundos:
—¿Quién eres? —balbuceó el soldado, anonadado. Sobre sus ojos, los del fantasma parecieron guiñar ansiosos—. ¡Elena!
La joven asintió, procurando no mover mucho la cabeza para no dejar la suya fuera. El túnel que cruzaban estaba tapizado de imágenes casi inmediatas a la pelea, que había sostenido con Lucien, algunas del pasado, otras que desconocía. Pero la diferencia con el ahora normal era sólo de segundos, e iba decayendo.
Elena se concentró e hizo visible una enorme y transparente maquinaria a su alrededor. Evan parpadeó. Asombrado, vio cómo las máquinas la abandonaban a ella, comenzando a orbitar sobre su propio cuerpo. Sintió que la caricia de nuevas formas de energía le daban la mano y se disponían a obedecer sus órdenes.
Ahora más menos dos.
—¡Escúchame! —gritó Elena, y Evan la oyó a través del artefacto alienígena—: La máquina hará lo que tú le digas. Trabaja con la fábrica de lo real, igual que el tetrapecto. Enlázala con tus facultades mnémicas y tu cerebro hará el resto.
—¿Qué…? Pero, ¿dónde está Alejandra? —inquirió Evan, atónito. La capitana bajó la vista.
—No está, y ya no volverá. No pudimos encontrar a los Ids. —A su espalda el túnel se cerraba, y la Bestia les perseguía a corta distancia—. Esto es lo único que podemos hacer por ti. Es la hora de luchar.
En ahora más menos un segundo la Sombra estuvo sobre ellos. Evan sintió el aberrante poder de la máquina alienígena fluyendo por sus venas, por los engranajes de su mente, comunicándose con él como lo haría un ser vivo desde el Metacampo, y se asustó, si es que era posible sentir más miedo del que ya tenía.
Arribaron luchando a la progresión temporal estándar. Lucien golpeaba y Evan deflectaba todos sus ataques, escudándose solo con sus manos. El contacto con el monstruo no resultaba dañino.
El fantasma de Elena le abandonó y se arrojó sobre la Bestia, envolviéndola. Esta rugió, cortando el aire tratando de desembarazarse de ella, pero su campo intemporal era demasiado difuso hasta para su nivel de entropía.
Viendo a Elena sobre el monstruo, luchando por contrarrestar sus intentos de huir a través del tiempo, un breve destello de esperanza iluminó su rostro: el plan de Alejandra estaba empezando a tener sentido.
Ahora comenzaría la verdadera lucha.
* * *
Sandra despertó apoyada en una estrella.
No, no era una estrella, sino un punto de luz muy brillante y cálida, pero en absoluto dañina. Ya no tenía a Elena a su alrededor, y en cuanto lo notó se asustó tanto que creyó que, en realidad, ya estaba muerta y se había convertido en un espíritu de aquellos de los que le había hablado su abuelo.
Flotaba en el vacío del espacio. Alguien había ocultado su desnudez con un traje azul holgado, de una sola pieza, acabado en una amplia falda. Lo tocó: era suave y se adaptaba bien a su figura.
A su alrededor no había nada, ninguna campana de fuerza que la protegiese, pero podía respirar, y —se pellizcó—, era física de nuevo, no un ser de energía.
Se oyó inhalar a sí misma en el silencio.
Misteriosamente, la herida de su dedo había cicatrizado a la perfección y ya no le dolía. Era una cicatriz bien formada, de años de antigüedad.
Al volverse para examinar el entorno, casi se desmayó.
A su espalda flotaba un planeta, un pequeño planetoide cortado en sección, medio vacío de materia, en cuyo interior alguien había construido una descomunal máquina. Su aspecto, desde la distancia, era el de un ojo dorado de iris metálico cuya pupila albergaba un horno quemador. Lo que ardía en su interior era una cuerda de luz muy delgada e infinitamente larga, cuyo extremo opuesto se perdía en la vastedad del universo. El extremo cercano de la cuerda caía en el interior del ojo y se consumía liberando toda su energía, que era recogida afanosamente por los radios del iris.
Justo tras el planetoide, como tapiz de fondo, había una galaxia, la más gigantesca y aberrante que nadie hubiera visto jamás. Llenaba todo el cono visual del cielo en seis direcciones, y no respetaba la clásica forma espiralada ni ninguna otra que la Naturaleza fuese capaz de producir. Parecía un inmenso cúmulo de agregación expandido en una explosión de corpúsculos de luz, de un tamaño global equivalente a un supercúmulo estelar. En su centro, un espacio diminuto —pero visible desde aquella distancia— absorbía todos los flujos de agregación como una suerte de inmenso sumidero cósmico.
Abrumada por la visión, casi incapaz de hacer otra cosa que no fuese latir y respirar, Sandra no reparó en los seres que llegaron caminando hasta ella, paseando por el vacío como si sus pies estuviesen posados en la tierra. Vestían ropas sencillas y de diseño familiar. El primero de ellos, una mujer de mediana edad muy baja y sin vello corporal, la saludó:
—Hola, Sandra. Me alegra ver que estás despierta.
Su compañero, igual de bajo y de largas orejas puntiagudas, al estilo de los elfos de la mitología clásica terrestre, le tendió una mano de cinco dedos. Sandra la miró, espantada. La mujer sonrió.
—No tienes que preocuparte por nada. Ya estás a salvo —dijo en su idioma.
—E… e… —balbuceó la joven.
—Elena está bien —le informó el varón—. Pero se encuentra en otro lugar. Hemos tenido que operarla para que no perdiera el resto de su persistencia molecular. Ahora descansa.
Sandra elevó un dedo, señalándoles.
—¿Qui… quiénes sois? ¿Dónde estoy?
Los extraterrenos se miraron.
—Aunque no lo creas, somos como tú. Seres humanos.
El varón asintió, cruzando las manos a la espalda.
—En vuestra carrera habéis avanzado mucho. 7*105 años después de tu época, 1014 años tras el estallido inicial que dio origen al Universo. Ella es Nadem, y yo Arys —se presentó.
—¿Seres humanos? ¿Cómo es p.„? —de repente enmudeció, comprendiendo—. Santo Dios —susurró—. La Quinta Rama. Sois la Quinta Rama evolutiva. La Hélice Diferencial.
La mujer asintió.
—Es correcto. Nos alcanzasteis hace unos dos mil años, pero no logramos detener vuestra frenética carrera hasta ahora. Llevamos todo ese tiempo esperando entrevistarnos contigo, Emperatriz.
Sandra dio un respingo.
—Lo sabéis…
—Estamos aquí, luego lo sabemos. Para nosotros, tu realidad ocurrió en un tiempo increíblemente lejano, muchísimo más de lo que podrías llegar a entender. Tu acto de valentía, arriesgándote a recorrer los desiertos de la vasta Eternidad persiguiendo a lo que tú llamas Ids, es un hecho que será recordado, perpetuándose en la memoria incluso hasta hoy.
La joven se envaró.
—No busco reconocimiento, sino salvar a la especie humana… oh…
—Ya sé lo que piensas —sonrió Arys—. Que si estamos aquí es porque tuviste éxito. En cierto modo es así, y en cierto modo no —dijo, enigmático, volviéndose hacia el planetoide—. Ven, Sandra. Todavía no tienes por qué volver. Acompáñanos un rato por el futuro.
—Pero mi gente…
—Vamos a ayudaros —dijo la mujer—. Hemos revertido a Elena, tu compañera, a un estado físico equilibrado. Cuando volváis, os llevaremos mediante un camino mucho más corto y seguro que el que empleasteis para huir de vuestra época. Con vosotros os llevaréis nuestra aportación a la guerra.
—¿La guerra?
Sandra recordó las palabras que Danya Seerker, la nueva Madre Regidora de la Logia Bizantyna, había pronunciado en la gran asamblea previa al ataque final: Debemos asumir un campo de batalla que se extiende en cuatro dimensiones.
—Llevarás una muestra de nuestra tecnología hasta tu tiempo —dijo Nadem—. Eso bastará.
Sandra sacudió la cabeza. El varón colocó una mano amable sobre la suya; el contacto era frío, sin la palpitante cualidad que distingue a los seres vivos.
—Pareces estar muerto —murmuró Sandra. Arys asintió, llevándosela de la mano a caminar en dirección al planetoide. La mujer también les acompañó, andando a través del vacío. Sus movimientos eran muy lentos y sus reacciones tranquilas y sosegadas.
—¿Muertos? Tal vez. En realidad, comparados a ti, casi lo estamos.
—No entiendo…
—Han pasados muchísimos milenios desde la creación del cosmos —explicó Arys—. Hemos rebasado el punto en que el ciclo de formación de estrellas se ha detenido por completo. Ya no nacen más astros en el Universo, y los que quedan se enfrían y apagan a gran velocidad. El cosmos continúa expandiéndose indefinidamente y, aunque llegará un punto en que esa expansión, aunque siga siendo positiva, comience a fluir hacia atrás, para cuando eso ocurra los últimos agujeros negros se habrán evaporado.
»Ya no quedarán fuentes de energía consumibles que podamos quemar para asegurar la persistencia de la vida, y todos moriremos.
—¿Eso… eso es una cuerda cósmica? —preguntó tímidamente Sandra, haciendo un gesto hacia la inmensa máquina. Nadem asintió.
—Taladramos el fondo de microondas para minar el vacío cuántico y nos alimentamos de la red de supercuerdas. Extraemos la energía necesaria para la supervivencia. Aquello que ves allí —señaló al supercúmulo de estrellas—, es la mayor estructura de materia que la gravedad es capaz de mantener unida en la actualidad. La hemos creado mediante racimos de agujeros negros, tratando de reunir la mayor cantidad de masa posible —suspiró—. Pero a la larga ni siquiera eso bastará: el Universo es demasiado vasto y frío. No podemos construir agujeros negros tan grandes y potentes como para atraer las galaxias más distantes. Todo se aleja de nosotros a la velocidad de la luz. Tarde o temprano, tal vez en sólo 1018 años, nuestros descendientes ya no podrán reunir masa suficiente como para garantizar la vida.
Sandra observó que, aparte de la concentración del supercúmulo, ya no se veía ninguna estrella más en el resto del espacio que les rodeaba, sólo el diminuto punto de luz que la acompañaba en su andar, y que sospechó tenía algo que ver con su supervivencia en el vacío. La sensación de soledad, de vacuidad, sin distantes luminarias que simbolizaran nebulosas o cúmulos de galaxias, era tan opresiva que tuvo que apartar la vista.
—Dios mío… —susurró—. Entonces esto es el fin.
—No —dijo el hombre—. Es sólo un paso más en la Evolución planeada del Universo. Todo parte de un gran orden de oxidación y destrucción de las cosas; los seres vivos nacen, se desarrollan, añaden su grano de arena al puzzle cósmico del progreso universal, y se disipan en la nada antes de que consuman más recursos de los que tienen asignados. El universo es infinito, pero la cantidad de materia y conocimientos que puede albergar no. Nosotros hemos aprendido, tras todos estos siglos, a mejorar nuestros cuerpos —se señaló a sí mismo y a su compañera, a las diferencias anatómicas evidentes que a Sandra le parecían aberrantes e incluso ridículas, como las orejas en punta o el doble iris que se dilataba tras sus párpados—. Nos hemos rediseñado a nosotros mismos con investigación y desarrollo ARN para durar más, para que nuestros genes no se oxiden con tanta rapidez. Hemos aprendido a manipular la fábrica de la Realidad, el sustrato cuántico de la materia. Eso es lo que permite que puedas estar ahora paseando y respirando en el vacío… en lo que tú aprecias como vacío.
»El Universo es ahora muy, muy frío. Y seguirá enfriándose aún más en los milenios que vendrán, hasta que la radiación de fondo decaiga hasta casi el nivel mínimo de tolerancia para que exista estado cuántico, 1029 Kelvin según vuestras medidas. Ya no se puede prescindir de más energía para que exista la vida. Y el combustible, como ves, es cada vez más difícil de recuperar.
—¿No podéis marcharos a otro lugar? —sugirió Sandra, preocupada—. Abandonar este universo… ¡este tiempo! Iros lejos, a una esfera donde aún haya posibilidades de supervivencia.
Arys sacudió la cabeza, triste.
—No se puede burlar al destino final de todas las cosas. Por muy inteligentes que seamos, aunque hayamos logrado hacer de la materia nuestra voluntad, no somos inmortales. Al final acabaremos pereciendo.
—Tal vez nuestros descendientes lejanos hayan encontrado alguna solución —apuntó Nadem, haciendo un esfuerzo para hablar tan deprisa como le era posible—. Pero hoy por hoy lo único que queda, lo único que somos capaces de hacer para evitar nuestra extinción, es lo que tienes delante.
A medida que se acercaban al planetoide iban apreciando delgadas columnas de seres humanos asentados como nodos de población en el espacio. Entraban y salían de la máquina con propósitos desconocidos como una nube de electrones vivos sobre un enorme átomo tecnológico.
—Necesito respuestas. ¿Qué es la Sombra? —preguntó Alejandra, tratando de centrarse—. ¿Fui yo quien tuvo la culpa de todo?
—Eso nadie será capaz de decirlo. Nosotros no lo sabemos, y probablemente nadie lo sepa nunca. Sí, tu mente tuvo mucho que ver, pero como persona no tuviste otro remedio. Has sido una víctima más. Te enseñaron a pensar como una máquina y adquiriste sus mismos defectos.
Sandra se frotó las manos, aliviada y aterrorizada a la vez.
—Pero no he cumplido mi misión. Aquí no están los Ids. No he podido abrir de nuevo los accesos al Metacampo. Y si no lo consigo pereceremos, la Humanidad no sabrá salir de la noche eterna.
Arys sonrió.
—¿Crees acaso que esto que ves a tu alrededor tiene algo que ver con el Metacampo?
La joven cayó en la cuenta de que estaba dando por sentado que los prodigios a los que asistía eran una derivación sorprendente de los poderes mnémicos.
—¿Y no es así? —dudó.
Como contestación, Arys hizo un gesto y una invisible maquinaria apareció rodeándole, parpadeando como un espejismo difuso en una extensión de cientos de metros cuadrados. Eran máquinas insólitas que partían de su cuerpo sin tocarle, orbitando a su alrededor y mimetizando sus movimientos.
—Vuestra lucha contra los tetrapectos, la génesis misma del último Emperador, es uno de los hitos en el camino hacia la Eternidad —explicó—. Fue uno de los mayores desastres de la historia humana, pero totalmente necesario desde la perspectiva como catalizador de muchos e importantes cambios. Si la guerra no hubiera tenido lugar, si tus miedos infantiles no hubiesen creado la Sombra al ser expuestos a la máxima expresión de los poderes mnémicos, el sino de la especie humana habría sido muy diferente, y tal vez mucho más miserable; la mnémica consume cantidades espantosas de energía para conseguir manipular la materia.
—Gracias al estudio de los tetrapectos —intervino la mujer— avanzamos mucho en tecnología cuántica. Supimos que se podía reestructurar la fábrica de lo real para que admitiese nuevas interpretaciones. Armonizando energía negativa con la composición de estados superpuestos y una voluntad regidora, lo que tú llamas la Sombra, podemos construir conceptos en un nivel de realidad paralelo. Podemos superponer consecuencias sobre el espacio real, obteniendo…
—¡Masa física! —exclamó Sandra, paseando por el interior de la insustancial maquinaria, que en realidad no estaba allí.
—Exacto —convino Arys—. Máquinas probables, lanzadas una fracción de segundo hacia el futuro, siempre conectadas con el ahora geométrico pero jamás presentes al cien por cien. Una encarnación de nuestro intelecto que significa nuestro único medio de supervivencia, en tanto que consumen una cantidad de energía despreciable en comparación a lo que podemos hacer con ellas. Son la base de nuestra cultura de ahorro energético. Y jamás las habríamos descubierto de no ser por la Sombra.
Sandra sacudió la cabeza, indignada.
—No, no es posible. Me niego a creer que todos los sacrificios, todas las muertes y las matanzas hayan sido inevitables. O necesarias.
—Nada es absolutamente necesario —puntualizó Nadem, mirándola a los ojos—. Siempre hay caminos alternativos, pero son mucho más difíciles de alcanzar.
En ese momento apareció a su lado una esfera perfecta, el extremo de un puente Einstein-Rosen de casi dos metros de diámetro. A su través pasó Elena.
Cuando la vio, Sandra se arrojó en sus brazos, respirando con alivio. La capitana, vestida con el mismo uniforme de oficial de la Marina que había traído desde el pasado, sonreía con la gloria de su nuevo estado de fisicidad. Era sólida de nuevo.
—Al fin hemos llegado —dijo, mirando a Sandra.
—Sí. Es increíble, pero funcionó.
—Ya es hora de que volváis —terció Arys, separándose de ambas. Parecía un completo alienígena a los ojos de Sandra y Elena y sus hélices genéticas estándar—. Llevaréis una de nuestras máquinas para tratar de inclinar la balanza. Os depositaremos en el momento más cercano a vuestro punto de partida que podamos conseguir.
—Está bien —asintió Elena, pero frunció el ceño cuando Alejandra se separó de ella—. ¿Qué ocurre?
—El soldado Evan —recordó la joven, preocupada—. Está… estaba combatiendo a la Sombra cuando partimos. Depende de nosotras para perseguir al monstruo si cambia de línea temporal.
—No podrás usar la mnémica para ayudarle a saltar —dijo Arys, cruzando los dedos sobre el vientre—. El Id ya ha desaparecido por completo de esta realidad.
Los labios de Sandra se unieron en una línea rosada.
—Entonces el viaje ha sido en vano. Si no encuentro el germen de la Mnémica, no podré contactar con Evan, ni arrastrarle tras el enemigo cuando éste huya. Se quedará absolutamente solo.
Las dos mujeres del pasado remoto se miraron, prolongando el silencio de las conclusiones.
—No. Aún no.
Todos miraron a Elena, que apretaba los puños con fuerza.
—¿Qué quieres decir? —Alejandra se le encaró, leyendo el esfuerzo de una decisión extremadamente difícil en sus ojos.
—No podemos arrastrar al soldado a través de las épocas, persiguiendo a la Aberración, pero tal vez podamos hacerlo al revés.
Arys sonrió, comprendiendo.
—Es factible —dijo—. Podemos ayudar.
—¿Qué estáis diciendo? —protestó Sandra, desconcertada. Entonces comprendió. Tras meditarlo unos segundos, expuso con determinación—: Está bien. Lo haré yo. Es mi responsabilidad.
Elena hincó una rodilla en su plano de apoyo, colocándose a la misma altura que la muchacha, y la asió por los hombros. Sandra se perdió en la intensidad de su mirada.
—No podrás. No tienes la experiencia necesaria. Debo ser yo la que vuelva al estado de energía negativa, como hicimos para venir.
—Pero acabas de recuperarte —protestó Sandra—. ¡Después no podrás regresar a tu estado normal!
—Mi Señora —suplicó la capitana, con lágrimas en los ojos—. Vos no habéis hecho este viaje, sólo lo habéis sentido. Sólo yo podría obligar a la Sombra a mantenerse estática, contrarrestando sus intentos de cambiar de tiempo. Es la única solución, y ambas lo sabemos. No lo hagáis más difícil.
Sandra la contempló largamente, sopesando los hechos. Al final, sus hombros se relajaron.
—Está bien —claudicó—. Regresa tú. Lleva las máquinas a Delos. Puede que sea nuestra única oportunidad de vencer a la Sombra.
—¿Y tú dónde irás?
La joven se giró hacia Arys.
—Al futuro. Necesito seguir adelante, todo lo que sea necesario hasta encontrar a los Ids.
—Eso es muy peligroso —protestó Arys, pero un gesto de la mano derecha de Sandra barrió todas las objeciones.
—Por favor, llevadme allí. Aún tengo una de las trampas de Schrödinger codificada en mi cabeza; eso me ayudará a sobrevivir durante un tiempo. Necesito encontrarlos. Es lo mínimo que puedo hacer por mi gente.
Los alienígenas se miraron con la huella de una profunda preocupación en sus rostros, pero asintieron.