VII

Tyne se puso a reflexionar. Era obvio que la encantadora señorita Ittai, lejos de haber salvado su vida, como al principio había creído, lo había metido en el helicóptero casi en forma de secuestro. Por razones que sólo ella sabría, había querido alejarle de su propia gente. Su cerebro todavía estaba resentido por el efecto del rodillazo que Murray le había propinado en el estómago; con viveza, sacudió la cabeza. Aún se sentía un poco aturdido, pero gran parte del asunto lo veía perfectamente claro.

Y uno de los puntos más evidentes era que la pequeña belleza estaba poniendo rumbo a la base sumatrina de los Rosks a la máxima velocidad.

Una pequeña y redonda nube se formó ante ellos, y luego otra más allá. Sintieron un violento golpe y el aparato basculó turbulentamente. Alguien les estaba disparando desde abajo con un cañón antiaéreo.

Tyne miró hacia abajo, pero sólo pudo ver carreteras y plantaciones. Por los alrededores de Padang, dispuestos en círculo, estaban las fortificaciones y puestos de defensa de las Fuerzas Armadas del CNU. Stobart podía haberse dado prisa en dar la noticia. En un minuto, pensó Tyne, los interceptores estarían tras ellos. No le gustó la idea.

La chica había tenido el mismo pensamiento. Con gran esfuerzo, estaba sacando el máximo partido posible a la maquinaria. Otra explosión los zarandeó, empujándoles lateralmente. Cerrando los mandos en posición ascendente, ella se volvió hacia Tyne. De repente cogió la pistola.

—Odio hacer esto —dijo—, pero tienes que darte cuenta de que he de hacer todo lo posible por lograr mi objetivo. Esta misión debe llevarse a cabo a toda costa. Aparte de ello, nada nos importa. Si haces algo sospechoso, te mataré. Tendré que matarte.

—Ya sé lo que pretendes, Benda —dijo Tyne—. ¿Por qué no aceptaste lo de duplicar el film, tal como propuse en el templo?

Ella sonrió para borrar tal idea.

—¿De veras crees que tu gente nos dejará escapar, a ti, a mí o la película, en caso de que nos atrapen? Eres un aficionado, Tyne.

—Ya lo he oído antes, gracias. ¿Qué quieres hacer conmigo?

En ese preciso momento, el aparato saltó con furia. Enderezándolo y sin dejar de apuntarle, Benda dijo:

—Probablemente nos siguen, así que puedes saltar. Una de nuestras minihélices está tras de ti, un objeto que equivale a vuestros paracaídas. Póntela y salta. Eso distraerá a las Fuerzas del CNU. Posiblemente, cuando te vean caer, dejarán de dispararme. Además, este pequeño cacharro correrá más sin tu peso.

—Lo has preparado todo —dijo Tyne, admirado—. La base Rosk no puede estar muy lejos. ¿Quieres algo más antes de que salte?

La pistola osciló ligeramente.

—Sí —dijo—. Desenróscate la mano falsa y dámela.

Algo así como una sensación de triunfo invadió a Tyne. De modo que sus suposiciones eran acertadas. Benda le había «rescatado» por la misma razón que Murray había permitido que le siguiera: porque Tyne era absolutamente esencial para el plan. En todos los sucesos que hasta ahora le habían sucedido, él había constituido el centro.

Murray había buscado un lugar seguro para el microfilm, un lugar donde, no obstante, pudiera contactar, aún en el caso de ser interceptado. Así, cuando Tyne permaneció inconsciente en el viaje de vuelta del Área 101 de la Luna, había sido cosa fácil deslizar el microfilm en algún lugar hueco de uno de sus dedos de acero. Luego había jugado con los sentimientos de Tyne para estar seguro de que éste iba a seguirle, haciéndole la búsqueda convenientemente accesible. Todo el tiempo que Tyne había creído estar actuando por libre impulso, siguiendo los embates de la acción, no lo estaba haciendo sino bajo los cálculos de algún otro. La muñeca había bailado sin advertir las cuerdas que la manipulaban.

Leyendo la rabia y el resentimiento en el rostro de Tyne, Benda alzó la pistola en señal de alerta.

—¡Dispara! —dijo él—. ¡Por el amor de dios, dispara, muchacha! Soy mucho menos que un aficionado. Cuando lo pienso, veo claramente por qué dejaste a Murray en vez de dejarme a mí en el templo; antes de que yo os sorprendiera, él te dijo dónde estaba escondido eh microfilm, ¿no?

—Lo siento —dijo ella—. Fuiste un chico dulce. —Cerrando los ojos, ella disparó. Tyne contempló la leve contracción de su mano al apretar el gatillo.

Tyne abrió su mano sana, mostrándole la palma llena de cartuchos.

—Te vacié la pistola mientras manipulabas los mandos. Pensé que podías resultar peligrosa; di en el blanco, ¿no?

Inesperadamente, ella rompió a llorar; fueron como las lágrimas de cualquier chica. Tyne no advirtió al pronto el alivio que aquellas lágrimas expresaban; alivio por haber cumplido con el deber y haber fallado ante la necesidad de eliminar una vida. Quitándole la pistola, Tyne se la guardó en un bolsillo.

Luego prestó atención al helicóptero.

La barrera de antiaéreos había quedado atrás. Ahora sobrevolaban la jungla, aún ganando altura. Aguzando la mirada a despecho del resplandor solar, Tyne miró hacia atrás. A sus espaldas, una forma de V se movía lentamente sobre la abigarrada superficie, ascendiendo progresivamente. Era un interceptor tripulado que los perseguía a gran velocidad.

Era cuestión de bajar o ser derribado. Tyne echó mano de los mandos, puso en ángulo las hélices, dejándolos abajo. Por el momento sólo experimentó alegría.

Más adelante, un azulado huevo irrumpió en el paisaje. Era la anclada nave de Alfa II. ¡Estaban cerca de la base Rosk! Tyne gruñó con cierto placer. Al menos se había salvado a sí mismo. Un poco más y salvaría la situación; Benda permanecía inútilmente a su lado, como ausente. Ahora lo controlaba todo él.

Sintió más que oyó que el interceptor ascendía. Tyne manipuló el volante, alejándose de lado, aunque no estaba fuera de peligro. Una carga aérea explotó encima de la cabina. Los mandos se detuvieron instantáneamente, fundidos sus elementos vitales.

Tyne echaba pestes mientras el helicóptero se inclinaba sobre su parte trasera. Se golpeó la cabeza contra un saliente y por un momento se sintió fuera del escenario, mientras la chica Rosk manipulaba infructuosamente los mandos. Entonces la jungla se puso a dar vueltas y Tyne recuperó los sentidos totalmente. ¡Iban a estrellarse!

—¡Sujétate! —gritó.

De modo que todo lo controlaba él, ¿eh? Y todo cuanto controlaba consistía en decir: ¡sujétate!

¡Cayeron!

En el terrorífico impacto, jirones verdosos lo llenaron todo. El helicóptero se partió como una cerilla de madera. Aun así tuvieron suerte. Habían caído en medio de la espesura de un gigantesco cacto, algunos de cuyos tallos medían veinticinco pies de altura. El conjunto actuó como un gran colchón de pulpa, deteniendo la caída.

Gruñendo, Tyne rodó por el suelo. Benda cayó sobre él. Sujetándola, aún gruñendo conmocionado y aliviado, sé arrastró fuera del destrozo, se desplazó por entre el roto cacto y se puso en pie. Vacilante, miró a su alrededor.

El helicóptero se había aplastado contra un viejo lecho de lava. Lleno de agujeros y surcos, apenas había vegetación, excepción hecha del brote de cacto. Era un paisaje tan prohibido como imposible de imaginar. Un cuarto de milla más allá se alzaba una baja muralla: el fortificado perímetro de la base sumatrina. Tan pronto lo vio, Tyne cayó de rodillas. No procedía entrar con ira en tal lugar.

Mientras intentaba arrastrar a la chica que estaba inconsciente tras un brote de cacto, una sombra pasó por encima de él. El interceptor se estaba acercando a tierra. Le sorprendió que todavía no hubiera ninguna actividad procedente de la base Rosk; era sabido que disparaban contra cualquier aparato terrícola que se acercase a su perímetro. Instaló a Benda tan confortablemente como supo y corrió a enfrentarse con sus perseguidores.

El interceptor había aterrizado, proyectando primero sus amortiguadores El piloto ya estaba sobre el desigual terreno en dirección a Tyne; aunque su cabeza estaba inclinada mientras seguía las huellas de Tyne sobre la lava, éste lo reconoció. Oculto tras unas columnas de cactos, empuñó la pistola de Benda y esperó.

—¡Arriba las manos! —dijo, nada más aparecer el otro.

Sorprendido, Allan Cunliffe obedeció.

—No tienes por qué apuntarme con eso, Tyne —dijo con calma.

Entreabrió los labios y pareció rondar el nerviosismo.

—Creo que sí —replicó Tyne—. Hasta hace unos diez minutos creí que estabas muerto; ahora quiero que me des unas cuantas explicaciones.

—¿No te dijo Murray que todavía estaba vivo?

—No, Murray no ha tenido mucho tiempo para decirme muchas cosas. Lo descubrí por mí mismo, lo creas o no. Nada más supe que Murray me había engañado para que le siguiera; supuse que su historia de que te había pegado un tiro en la Luna era mentira. Ésta fue la berza con la que me sostuvo como un asno; para empezar, lo había considerado improbable. Obviamente, eso significaba que tú estabas tan implicado como él. Quítate el cinturón.

—Se me caerán los pantalones.

—Aléjate del cacto entonces.

—No pareces muy contento de verme, Tyne; estás completamente equivocado.

—Tan equivocado que no me fío de nadie. Te veo como a un enemigo, Allan.

Tyne cogió el cinturón y comenzó a atarle las manos a la espalda. Mientras lo hacía, Allan protestó:

—Escucha, Tyne, puedes confiar en mí como siempre. ¿Crees que he trabajado para los Rosks? Te diré algo: yo era un agente del CNU antes de conocerte… incluso antes de enrolarme en el Servicio Espacial. Y puedo demostrar que todavía lo soy. Mira, los dos hombres que estuvieron contigo en la planta de plancton y que fueron en coche hasta que apareció el aereoespía…

—¿Dickens y el tipo mudo? —preguntó Tyne—. ¿Qué pasa con ellos?

Yo era el callado, Tyne. Tuve que mantenerme callado y enmascarado para que no me reconocieras.

Allan quedó ahora indefenso, los pantalones caídos hasta las rodillas. Con repentino arrebato, Tyne lo empujó, haciéndole arrodillarse mientras le cogía con violencia por la camisa.

—¡Allan, hijo de puta! ¿Por qué no hablaste? ¿Por qué tuve que ir de aquí para allá en medio de la oscuridad, sin nadie que me ayudara?

Allan intentó desasirse de él.

—Todavía tenías que creer que estaba muerto, en caso de que abandonaras la búsqueda de Murray —dijo—. El tiempo apremiaba; nosotros queríamos que siguieras adelante. ¿No ves que cuando Dickens te hubiera dado la información necesaria íbamos a dejarte escapar?

—¡Puedes estar mintiendo ahora!

—¿Por qué tendría que mentir? Sin duda tienes el microfilm ahora… alcanzaste a Murray; todo lo que hay que hacer es entregarlo al CNU cuanto antes. Dámelo y corramos a lugar seguro.

El corazón de Tyne retumbaba. De modo que Allan… en un tiempo su amigo, ahora (cogido en una tierra de nadie de intrigas) su rival, no sabía de qué manera había ocultado Murray los planes de invasión. Sujetándolo por la pechera de la chaqueta, Tyne lo condujo detrás de un macizo de cactos, fuera de la vista de la base Rosk, todavía sorprendentemente silenciosa y amenazante.

—Dime qué ocurrió en el Área 101 cuando yo permanecía inconsciente —exigió—. Cuando, según lo establecido, tú tenías que morir.

—No es ningún secreto —dijo Allan—. Quedaste fuera de combate cuando te alcanzaron en el hombro. Murray y yo intentamos llevarte hasta la nave y, claro, los Rosks nos pescaron y nos desarmaron. Sólo eran tres… ¿lo sabías?, pero con sus trajes más eficientes nos cercaron. Nos dijeron que ellos y el que manejaba los focos eran miembros de la facción pacífica, la FPR, dirigida por Tawdell Co Barr, en la Luna. Pero se las arreglaron para robar los planos; había sido bastante fácil. El problema era transportarlos a la Tierra: los tres estaban bajo sospecha.

»Cuando escuchamos los hechos, Murray se ofreció voluntario para contactar con el agente de Padang. Para estar seguros de que sería así, dijeron que me retendrían como rehén. Vi cómo Murray te llevaba hasta la nave y partía.

—¿Cómo te escapaste de allí? —preguntó Tyne suspicazmente.

—No me escapé. Me dejaron ir voluntariamente después de un tiempo. Al principio, pensé que era por la razón que me habían dado, esto es, que no podían ocultarme en ninguna parte de la policía secreta de Ap II Dowl; pero no era así. Me querían soltar para poner a las fuerzas del Gobierno Mundial tras la pista de Murray. Me dirigí hacia el cuartel general del CNU, en la Luna, en el vehículo lunar que me proporcionaron y comuniqué con Doble K Cuatro, el agente que conoces con el nombre de Stobart. Cuando te encontró en el bar de Roxy, ya había hablado conmigo y sabía lo que pasaba y lo que pasaría. Volví entonces a Padang tan pronto como me fue posible, y me reuní con Stobart y Dickens. Por entonces…

—Un momento —dijo Tyne.

Pudo oír un gimoteo cada vez más fuerte en el cielo. Había estado escuchándolo Otros interceptores estaban tomando este camino. Allan alzó la vista con la esperanza grabada en los ojos. Tyne tenía menos de cinco minutos por delante.

—No sé de „qué estás hablando —dijo secamente a Allan—. Me dices que esos Roskianos pacifistas te dejaron marchar para que pusieras a los nuestros tras la pista de Murray, justo cuando todo dependía de que estableciera su contacto. ¿Dónde está el sentido de todo esto?

—Todo se preparó para que pareciera que todo dependía de la misión de Murray. De hecho, aquellos chicos de la FPR eran listos; querían que Murray fuera capturado con la película. Nunca pretendieron nada sino que los planos cayeran en manos de la Tierra. Si Murray ha jugado doble con ellos, tanto mejor. Claro, el agente de Tawdell en este lugar, la Ittai, no sabía eso, ella quería encontrar a Murray de buena fe.

—¿Y por qué tanta vuelta? ¿Por qué no se limitaron a enviar el microfilm por correo, una vez robado, y dirigido al CNU?

Allan rió débilmente.

—¿Y quién se lo habría creído? Ya sabes cómo está la situación política. Si el film se nos hubiera enviado directamente, probablemente habría sido considerado como otro de tantos trucos de Ap II Dowl. La FPR del Área 101 hasta había situado aquel extraño objeto que fuimos a investigar fuera de la cúpula como un cebo; y fuimos los ratones que se acercaron a olisquear el queso.

Tyne se levantó. Podía ver ahora los interceptores, tres volando bajo. En cualquier minuto, a partir de ahora, podían ver el helicóptero destrozado y bajarían.

—Está claro —dijo a Allan—. El episodio ha sido un rodeo del principio al fin y yo he tenido que dar casi todas las vueltas. Hay una cosa que, sin embargo, no está clara.

Esperanzadamente, Allan se izó sobre un codo y preguntó qué era.

—No sé en quién confiar. Todo el mundo está jugando un doble juego muy sutil.

—Puedes confiar en Stobart, en el caso de que te niegues a confiar en mí. Sin duda estará en uno de esos tres interceptores.

—No confío en nadie, ¡ni siquiera en ese gordo seboso de Stobart!

Inclinándose, estiró de los pantalones de Allan, atándoselos en torno a los tobillos.

—¡A sudar, compadre! —exclamó—. Tus compañeros estarán aquí en un par de minutos y te pondrán los pantalones. Y no te olvides de Benda Ittai. Está inconsciente por el golpe. Mientras tanto, voy a hacerme cargo de tu aparato.

Haciendo caso omiso de los gritos de Allan, corrió sobre el lecho de lava hasta el interceptor. Los otros aviones estaban sobrevolando su posición. Mientras se instalaba en el asiento, la radio estaba llamando:

—… ¿Por qué no responde? ¿Qué ocurre ahí abajo? —Era la voz de Stobart, áspera pero identificable.

Asimilando la voz de Allan lo mejor que pudo, Tyne cogió el micrófono y dijo:

—Molesto retraso… pelea con Leslie… He conseguido hacerme con él… Bajen.

—¿Ha conseguido el microfilm? Murray Mumford informa que se encuentra en la mano falsa de Tyne.

—No lo tengo. Bajen —dijo Tyne, cortando la transmisión. Se puso en tensión y preparó los motores. Apuntando hacia el cielo, el interceptor respondió perfectamente; Tyne había volado con tales aparatos en sus días de entrenamiento.

Con regocijo, pensó en la indecisión que nublaría la mente de Stobart. Sí, Stobart sería suspicaz, pero tendría que aterrizar para enterarse de algo. Tyne deseó de pronto que los cañones de la base Rosk abrieran fuego. Lo justo para asustar al agente.

Comprobó el combustible, y vio que los tanques estaban casi llenos. Excelente; podría llegar hasta Singapur, centro del Gobierno Mundial, en un solo salto. No se desenroscaría la mano de acero sino ante el Gobernador General del CNU, Hjanderson.