Se escribe

El idioma en la palestra: Ciencia Ficción en Castellano

Continuando la serie de artículos iniciada en el N.° 9 de N. D., nuestro fiel colaborador Domingo Santos nos sigue informando sobre las publicaciones de SF en español aparecidas últimamente en nuestro irregular mercado, que esta vez son ciertamente dignas de atención por parte de todos los aficionados al género, condenados perpetuamente a una escasez que no da indicios de mejorarse en el próximo futuro.

Todos nos hemos quejado, desde siempre y con bastante asiduidad, de las pocas posibilidades que tiene en general el autor español, y por extensión el hispanoamericano (ya que ambos tienen una lengua común y también unos problemas comunes) de llegar hasta su público. Pocas son las colecciones de ciencia ficción en las que hayan aparecido nombres españoles (excepto púdicamente encubiertos por nombres anglosajonizados), y este problema se ha agravado últimamente con la progresiva desaparición de las pocas colecciones especializadas existentes, empezando con la veterana y más liberal de todas ellas, Nebulae. Las razones de todo ello han sido comentadas, discutidas y polemizadas en multitud de ocasiones, por lo que no creo que sea necesario insistir aquí en el asunto. Pero el problema subsiste.

Es por ello por lo que últimamente me han sorprendido, y muy gratamente, una serie de apariciones que se han producido en el mercado de libros de ciencia ficción en los últimos meses, y que, moviéndose en dos discutidas versiones, a) aparición de nuevas colecciones especializadas, y b) aparición de libros de ciencia ficción en colecciones no especializadas, tienen en su conjunto un importantísimo nexo común: la gran preponderancia en ellas de obras escritas originalmente en el idioma de Cervantes.

Desde principios de este año de 1970, he podido recensar siete obras con estas características, lo cual, dentro de la reducidísima producción del género que estamos sufriendo actualmente, es una cifra importante. Creo que vale la pena examinarlas todas ellas con mayor detenimiento (dentro de las limitaciones que exige un artículo informativo como el presente, que permite un comentario, pero no una crítica exhaustiva), así que vamos a proceder por orden.

Gonzalo Martín Marín es joven y, como deja entrever en su propia mini autobiografía, rebelde, independiente y contestatario. Como todo buen español que se precie, ha escrito mucho en su vida y ha publicado poco, lo cual ya es en cierto modo una garantía de no conformismo con las caducas reglas literarias, estéticas y comerciales que rigen nuestra anquilosada literatura actual. Su libro «Cualquier día después de mañana» es su primera obra de ciencia ficción, y el mejor comentario que puedo hacer de él es que deseo que no sea el último. Porque se trata de una obra importante dentro de la ciencia ficción española.

El libro incide en un tema ya clásico en la ciencia ficción desde los lejanos tiempos de Wells («Cuando el durmiente despierta»): el de la hibernación y posterior deshibernación de una persona en un siglo futuro. Sin embargo, Gonzalo Martín Marín lo ha enfocado desde un ángulo rabiosamente actual: la reciente aparición del Cryonic Center de Los Ángeles, y toda su secuela de publicidad acerca de la hibernación industrializada. El protagonista de la novela de Martín Marín muere de cáncer, es sometido al proceso de congelación, y es descongelado en un siglo futuro, cuando el cáncer ya ha sido curado. El autor sigue en este aspecto todos los pasos de una técnica que hoy en día, aunque rudimentaria, existe ya, pero este es solamente el recurso del libro: su verdadero tema es el del enfrentamiento del protagonista tras su despertar, con la sociedad del futuro, una sociedad que lo ha superado ampliamente, y el fracaso de su integración en el huevo mundo y en consecuencia su absoluta incomunicabilidad.

En este aspecto también, puede argüirse que el tema no es en absoluto nuevo, aunque sí lo es en muchos de sus aspectos el tratamiento. La novela de Gonzalo Martín Marín no es en rigor, en este aspecto, una obra de ciencia ficción, tal y como se entiende tradicionalmente el género: para el que busque maravillas sin cuento le sorprenderá la poca imaginación de la que parece hacer gala el autor en inventar perfeccionamientos maravillosos que añadir a nuestra técnica actual; sí, se ha llegado a los planetas, los aerocoches atómicos están ya al alcance de cualquiera, el hovercraft ha sustituido al buque de cabotaje, pero no hay realmente una anticipación técnica. Por otro lado, al autor tampoco le importa, aparentemente y parece recrearse en demostrarlo, presentándonos un mundo que, pese a todo, nos es extrañamente familiar. Sus cambios (y ahí está, para mí, el principal mérito del libro) son más íntimos: políticos, sociológicos, espirituales. La sociedad no ha cambiado mucho exteriormente: el hombre que la forma sí. Gonzalo Martín Marín no ha pretendido así en absoluto hacer una obra de «ciencia ficción», aunque entre de lleno en el género, sino una simple extrapolación a corto plazo (a juzgar por la acelerada carrera que llevamos, a cortísimo plazo) de nuestra realidad actual. Y es en este punto en el que entronca con la mejor ciencia ficción que se está produciendo actualmente en otros países, en los que se han olvidado ya definitiva y afortunadamente los marcianos, las brillantes naves espaciales y los zap-gun para dedicar su atención a lo que realmente importa: el hombre.

Y es por todos estos aciertos precisamente por lo que tengo que hacerle a Gonzalo Martín Marín el leve reproche del retruécano final de su obra, único vade retro de un libro que, a mi juicio, merece figurar en la biblioteca de todo buen aficionado a la ciencia ficción.

  

Hace ya muchos años, tantos que incluso he llegado a perder la cuenta, Manuel Rollán me hablaba con entusiasmo de una proyectada colección de «libros serios» de ciencia ficción que pensaba realizar, y que sería alimentada exclusivamente con autores españoles, con o sin seudónimo extranjerizante, eso sí, lo cual me hizo fruncir en su tiempo un poco el ceño. El tiempo pasó, el proyecto pareció quedar en eso, en proyecto, pese a que en varias ocasiones me hablara de que tenía ya «un buen número de originales» preparados... y ahora, muchos años después de todo ello, sale a la luz lo que parece ser el primer número de una nueva colección periódica: el número uno de Nova Club, con la obra de Enrique Jarnés Bergua «Las máquinas».

A primera vista, nada en la cubierta del libro, ni siquiera su inconcreto grafismo, hace pensar en una obra de ciencia ficción, aunque el prólogo genérico del propio autor, hablando en una forma amena aunque muy personal de sus opiniones sobre el género, nos sitúe ya dentro del campo. Fuentes no oficiales (aunque sí de las llamadas «generalmente bien informadas») me señalaron a la aparición del libro, hace ya algunos meses, que el editor estaba preparando a marchas forzadas la continuidad de la colección, para la que tenía ya en prensa nada menos que veintidós títulos. Levanto mis reservas ante la veracidad de esta afirmación: hace ya varios meses que tengo el libro en mi poder, y no he visto aún el segundo título ni ningún otro... lo que me hace temer que este primer intento haya sido el último. Desearía que no.

En cuanto al libro, lo más interesante de él (lo menos interesante es su precio, en relación con su presentación y contenido) es la personalidad de su autor: al hablar de Enrique Jarnés Bergua (o de E. Jarber, para entendernos), uno piensa inmediatamente en los añorados días de su infancia, en sus primeras iniciaciones en el género, en su admirado héroe Diego Valor... y no puede evitar que las nostálgicas lágrimas asomen a sus ojos. Jarnés siempre ha merecido mi admiración y mi respeto, no por su producción literaria, muy apagada y desigual, sino por su estupendo entusiasmo a toda prueba en relación con la ciencia ficción, de la que fue uno de los primeros paladines españoles (en cuyas fuentes hemos bebido todos los que hemos venido después), y cuyo entusiasmo no ha decaído en absoluto con los años, ni siquiera tras un trato continuo con los editores, trato capaz de desanimar a cualquiera.

Es precisamente por este respeto y admiración que me merece su persona, como pequeño maestro de mi infancia personal y en la ciencia ficción (uno no se avergüenza, de confesar que guarda aún en su biblioteca, debidamente encuadernados, todos los cuadernos de Diego Valor), que he leído su libro con un claro partidismo que no me permitiría hacer un juicio crítico claro e imparcial de él. El libro, ciertamente —pese a todo he de reconocerlo— pertenece a este tipo de ciencia ficción que se halla un poco a caballo entre la de los bolsilibros y la «mayor» (aunque esas palabras definitorias sean muy amplias), y con un cierto trascendentalismo que no puede hacer olvidar el estilo «Diego Valor». Uno de mis colegas me dijo que, si él hubiera tenido que informar «Las máquinas» para cualquier editor, lo hubiera desestimado por «no actual, ni en fondo ni en forma». Tal vez tenga razón. Pero uno también tiene derecho a recordar un poco. Y «Las máquinas» es un libro apto para recordar.

Traspasando el charco, vía Miguel Arteche, ha llegado a mis manos un nuevo libro de Hugo Correa: «Los títeres», publicado por Zig-Zag. Tras «El que merodea en la lluvia», estaba esperando la llegada de un nuevo título de Correa, seguro de que no me decepcionaría. «Los títeres» no me ha decepcionado en absoluto. Recoge cuatro, relatos, de los que esta revista publicó uno en su número ocho: «El veraneante». A quienes les gustó este cuento, les recomiendo encarecidamente el libro, basado todo él en las mismas situaciones y personajes: estos «alter ego» que utilizan los hombres de nuestro futuro para obtener a través de ellos una íntima, cómoda y satisfactoria dualidad. El libro nos ofrece un completo y estremecedor desarrollo de esta idea, que culmina en un alucinante (por su brevedad) epílogo, digno de figurar en cualquier antología.

  

De Argentina acaba de llegarme también, cuando ya estaba empezando a redactar este artículo, un nuevo libro escrito originalmente en lengua castellana por un escritor nacional, Juan Jacobo Bajarlía. De él había leído ya algunos relatos dispersos en antologías de autores argentinos, que me habían gustado. Este libro, sin embargo, ha sido para mí, pese a su brevedad (93 páginas) todo un descubrimiento. Apenas terminar de leerlo, en media tarde y de un solo tirón, lo he depositado en el rincón de mi biblioteca que reservo exclusivamente a los «libros - para - releer - con - más - calma». «Fórmula al antimundo» reúne once relatos de muy corta extensión, reunidos en tres apartados: «Las máquinas del tiempo», «La pluralidad de los mundos» y «La destrucción». Tres temas que, según el prólogo del propio autor, resumen toda la ciencia ficción. Resulta inútil intentar dar una reseña acerca de la personalidad de estos cuentos, es demasiado compleja y rica. En la contratapa se cita que este libro «reúne solamente una parte de los cuentos de Bajarlía que ya habían sido publicados en inglés». Me gustaría poder leer muy pronto todos los demás. Y me gustaría aún más poder publicarlos en Nueva Dimensión.

A menudo he llamado a Carlos Buiza «la estrella fugaz». Tras su fulgurante aparición en el campo de la ciencia ficción española, tras sus deslumbrantes éxitos en televisión, Carlos Buiza se apagó de repente, y nada ni nadie parece haber podido encenderlo de nuevo, aunque cada vez que haya estado hablando con él me haya dicho animosamente «que está preparando nuevas cosas». Ni siquiera Cuenta Atrás, su discutido pero interesante fanzine, parece haber sobrevivido a esta extinción. Hace algún tiempo, sin embargo, me llegaron directamente rumores de que Carlos Buiza, con la ayuda de algunos amigos de Madrid, estaba preparando la edición de algunos libros de corto tiraje pero de denso contenido. Me llegaron incluso tarjetas publicitarias y boletines de suscripción. Luego, como es habitual en Buiza, otro largo período de silencio.

Y, finalmente, ahí están los tres primeros volúmenes de la colección «Aleph»: breve contenido (50 páginas), caro precio (50 pesetas), tiraje limitadísimo (1200 ejemplares), buena impresión y mejor papel. De los tres volúmenes editados, el segundo recoge dos obras de Robert Bloch, una de ellas ya publicada anteriormente en español. Pero para mí los más interesantes son los otros dos, de paternidad puramente española.

Es lógico que, siendo Carlos Buiza el alma pater de esta colección, el primer número haya sido dedicado a Carlos Buiza. Hubiera sido lógico también que, este primer número, marcara el renacer del que considero (si él quisiera) puede llegar a ser el mejor escritor español del género. Pero no: Buiza sigue en sommeil, y el libro se limita a recoger tres refritos de su producción anterior, dos de ellos aparecidos en la fenecida revista «Anticipación» («Lapislázuli» y «Apólogo del niño marciano») y el tercero («El pescador de sirenas») en «La estafeta literaria». Por lo demás, nada nuevo.

En cuanto al segundo, recoge siete relatos de José Luis Garci, cuyas dos peculiaridades más importantes son: ser un profundo admirador de Bradbury, y escribir relatos cortísimos. Algunos de los relatos reunidos en el libro: «Un olor a mundo», «Un aire antiguo», «La marciana», han aparecido ya en otros lugares, pero otros son inéditos. Los relatos valen la pena de ser leídos, y nos dan una idea clara no tan solo de lo que es Garci, sino también de lo que puede llegar a ser si sigue por este camino. Tal vez lo único que le falte para convertirse en un autor importante sea, como a muchos otros, una oportunidad.

Por lo demás, los tres volúmenes poseen el nexo común de estar prologados por conocidas personalidades de las letras españolas (fruto de las relaciones de Carlos Buiza y de las relaciones de sus relaciones), y prometen para futuros números una serie de interesantes nombres entre los que predominan, aleluya, los españoles. Dios quiera que la colección no se trunque. En sus manos está, queridos lectores, el que esto no ocurra. Compren los libros, agótenlos, hagan aumentar el tiraje. Nosotros (y Carlos Buiza) se lo agradeceremos.

  

Y, finalmente, cabe incluir en esta rápida revisión de títulos de autores españoles e hispanoamericanos una antología. Editorial Bruguera, de la que ya hemos hablado en otras ocasiones con respecto a sus anteriores antologías de ciencia ficción, incluye en su colección Libro Amigo una tercera antología, esta vez de la Literatura Fantástica Española. La labor que lleva Bruguera con su colección Libro Amigo (semejante a la que lleva en Francia Marabout) es digna de ser elogiada, y solo puede ser emprendida en nuestro país por un editor de gran potencia como él, con una amplia y bien organizada red de distribución que le permita efectuar elevados tirajes. Tras el éxito de su antología de ciencia ficción debida (¿?) al binomio Conklin-Ibáñez Serrador, y de ciencia ficción rusa (ambas ya en su segunda edición), cabe augurar a esta «Antología de la Literatura Fantástica Española» un éxito similar. José Luis Guamer ha hecho una selección amplia, que reúne casi una cincuentena de cuentos, entre cuyos autores figuran los nombres más importantes de la literatura española tanto de este siglo como de los pasados. El libro, así, resulta interesantísimo tanto para el estudioso como para el completista, aunque para el simple aficionado tal vez sea excesiva la cantidad de «clásicos» exhibida con respecto a los «contemporáneos», que se hallan en franca minoría. Ya sé que algunos me rebatirán que precisamente el máximo florecimiento de la literatura fantástica española se produjo a finales del siglo pasado y a principios del presente, pero creo que una gradación más nivelada, con una mayor representación actual, hubiera sido más apreciada por el lector medio. De todos modos, la antología es interesante desde muchos puntos de vista, incluidas las precisas fichas biográficas de los autores, cosa que la mayor parte de antologistas omiten por comodidad, y sobre todo por el hecho de que, siendo un libro de casi ochocientas páginas, su reducido precio lo sitúa al alcance de cualquier fortuna, convirtiéndolo así en uno de los pocos libros de bolsillo baratos que hay actualmente en el mercado.

  

Estos son los últimos libros, escritos originalmente en castellano, aparecidos ya sea en colecciones no especializadas, ya sea iniciando nuevas colecciones especializadas. El ejemplo es digno de ser notado y alabado. Esperemos que cunda y prospere.

O, al menos, deseémoslo.

DOMINGO SANTOS

—CUALQUIER DÍA DESPUÉS DE MAÑANA, de Gonzalo Martín Marín. Comunicación Literaria de Autores (C.L.A.), Apartado 651, Bilbao. 177 páginas. Sin precio indicado.

—LAS MÁQUINAS, de Enrique Jarnés Bergua. Editorial Rollán, S. A. Madrid. (Distribuye Organización Distribuidora Ibérica, Edificio España, Madrid, 13). Colección Nova Club, n.° 1. 294 páginas. 100 pesetas.

—LOS TÍTERES, de Hugo Correa. Editorial Zig-Zag, Avda. Sta. María 076, Santiago de Chile, Chile. Colección Narradores Chilenos. 178 páginas. Sin precio indicado.

—FÓRMULA AL ANTIMUNDO, de Juan Jacobo Bajarlía. Editorial Galerna, Tucumán 1427, Buenos Aires, Argentina. 93 páginas. Sin precio indicado.

—APÓLOGO DEL NIÑO MARCIANO, por Carlos Buiza. Ediciones CuentAtrás, Atocha 12, Madrid, 12. Colección Aleph, n.° 2.001. 46 páginas. 50 pesetas.

—EL TERROR VOLVIÓ A HOLLYWOOD, por Robert Bloch. Ediciones CuentAtrás, Atocha 12, Madrid, 12. Colección Aleph, n.° 2.002. 44 páginas. 50 pesetas.

—BIBIDIBABIDIBU, por José Luis Garci. Ediciones CuentAtrás, Atocha 12, Madrid, 12. Colección Aleph, n.° 2.003. 48 páginas. 50 pesetas.

—ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA FANTÁSTICA ESPAÑOLA, recopilada por José Luis Guarner. Editorial Bruguera, Mora la Nueva 5, Barcelona. Colección Libro Amigo. 779 páginas. 60 pesetas.