TODOS LOS CAMINOS DEL UNIVERSO

R. C. DEMARCO

El autor de este relato tiene 35 años de edad. Es médico, especialista en medicina aeroespacial y tiene un profundo interés en la ciencia en general, desde la matemática hasta la historia antigua, pasando por la psicología, la física, la cibernética y la astronáutica. La SF absorbe gran parte de sus ratos libres, puesto que se precia de poseer nueve de cada diez libros que de ella se han publicado en castellano (incluso la colección completa de Más Allá). Mientras escribimos estas líneas de presentación, se halla destinado por la Fuerza Aérea Argentina —a la que pertenece— en Perú, como parte del esfuerzo de ayuda a este país, recientemente asolado por los terremotos.

El tren-gusano se desplazaba a enorme velocidad por aquel mundo subterráneo. Las brumas se filtraban a través de sus paredes, no a través de rendijas sino a través de toda la pared en su cilíndrica superficie. No se escuchaba el menor ruido. Todos dormían. Miré los fantásticos celajes danzar alrededor mío durante un rato y entonces me levanté y caminé en cualquier dirección. Los Guardianes me miraron y siguieron paseándose a lo largo del tren, cambiando miradas entre ellos. Algo me decía que yo estaba a punto de hacer lo prohibido, o no exactamente prohibido sino que lo que yo iba a realizar, que yo no sabía aún qué era, nadie lo había hecho antes pues todos ignoraban que era posible; todos dormían en ese momento salvo los Guardianes, aquellos seres superiores. Tuve un poco de miedo pero estaba resuelto a hacerlo, y me pareció que Ellos lo sabían pero que no lo impedirían. Caminé.

De pronto el tren-gusano arqueó sus rugosas paredes, que vibraron elásticamente, para tomar una curva. Luego, al influjo de mi pensamiento y al solo toque de mi mano, la pared se adelgazó y se abrió hacia la izquierda, de una forma casi mágica. Un mundo blanquecino y gris de nieblas irrumpió con más fuerza penetrando la abertura; se desmigajaban en trozos informes y se recomponían nuevamente en mi derredor, y temí por un instante, no sé por qué, que los pasajeros despertasen, o quizá que no despertasen nunca, y fue un temor tan intenso que casi me paralizó, como si mis pensamientos importaran y tuviera que desecharlos para evitar algún terrible y desconocido mal. Miré a los Guardias: se miraban como si supieran. Lo que yo hacía no debería hacerlo, sentí, pero me dejaban. Luego observé: había algo así como una playa, blanca como todo lo de ese universo exterior del mundo subterráneo. Pero aquella era una playa abierta, semejante a la nieve, informe, y en ella había dos figuras, una tendida y la otra de pie, ambas humanoides, difuminados en la blanquecina luz sus cuerpos maravillosamente blancos, tanto que no supe si estaban vestidos o desnudos o si tenían sexo. La figura dormida, o así la imaginé, era la tranquilidad, el reposo mismo, allí tendida mientras el tren-gusano, a gran velocidad, parecía sin embargo estirarse tanto que sólo muy morosamente las iba abandonando. Sentí la mirada de los Guardianes en mi espalda, pero no me volví; supe entonces que la sensación de prohibitud (que ya me había dejado) no provenía de Ellos sino de mí mismo, de algo muy profundo en mi naturaleza. La figura de pie, informe en los detalles, me impresionó no obstante como cruzada de brazos, la frente pensativa, en una vela llena de interrogantes al mundo.

El tren iba muy rápido, pero nunca terminábamos de abandonar la pareja entre la blanca niebla. Sentí un nudo en la garganta y me pregunté a mí mismo, sin extrañarme demasiado los raros fenómenos de tiempo y espacio que rodeaban la experiencia toda, quienes serían esos refulgentes seres entre la bruma, dormido el uno y pensativo el otro, tan terriblemente importantes, presentí. Luego, la imagen se desvaneció entre una bocanada de esa materia impalpable cuya oscura procedencia me intrigó, reapareció un momento y volvió a sumirse definitivamente en el continuum deformado de esa zona. Me volví.

Los Guardianes conversaban entre ellos. Me acerqué. Me esperaban; uno giró hacia mí y me sonrió, mientras los demás retornaban a su cuidadosa vigilancia, en apariencia indiferentes.

—¿Qué es lo que vio?

Decidí ser franco y se lo conté, con las limitaciones naturales del lenguaje para algo que carecía de símbolos que lo definieran. Me miró unos segundos en silencio, todos en silencio, todo en la misma tranquila calma de antes y después.

—¿Qué piensa de ello?

—No lo sé con exactitud, pero me hice una teoría: el Tiempo está cerrado en esta región, y esa era la playa primordial. Ellos son Adán y Eva, por así decirlo, y nosotros volvemos a ellos siempre que penetramos en esta particular zona de oscilación. La vida se cierra y abre en ellos, allí, continuamente, al mismo tiempo. ¿Es así?

—Se quema, amigo —estaba serio pero no grave, aceptando—. Ha estado tan cerca de la verdad que se quema. Cada tanto, con una periodicidad cuyo oculto sentido todavía no hemos logrado desentrañar, un pasajero no se duerme al llegar a esta región, y nosotros ya sabemos lo que pasará, pues nosotros —y abarcó a todos los Guardianes en un amplio ademán— somos los que nunca nos dormimos. Se entiende que aquí solamente. Usted es, pues, el nuevo Guardián de la Zona.

No me asombré; lo sabía, me pareció, de siempre.

Continuó:

—Como habrá de saber, nuestros trenes-gusano, por razones que ignoramos, deben pasar todos por ese lugar de la Tierra, aunque dudamos actualmente con fundamento que se encuentre realmente en nuestro planeta, por las condiciones que allí imperan y que usted tuvo oportunidad de advertir. No hemos logrado desviarlos, pues cualquiera que sea el recorrido, en algún momento del mismo pasan por allí. Hemos reflexionado mucho sobre el asunto, se imaginará, inclusive sobre otros hechos curiosos: por ejemplo, que nunca es posible detener el tren en este punto, pero tampoco acelerarlo, pues siempre va a la velocidad máxima. Tampoco es posible bajarse de él, aun dejando de lado la cuestión nada desdeñable de la velocidad. ¿Notó el tiempo subjetivo que la escena permanecía frente a sus ojos?

—Exactamente, y tuve la impresión de que el tren se alargaba hasta el infinito, y que nunca terminábamos de pasar, pese a la rapidez de nuestra marcha.

Asintió:

—Nuestra teoría es que esa pareja es, sí, la pareja primera y primordial de la humanidad, pero posiblemente no en el sentido biológico que usted le da. Fíjese que ¡siempre! uno de los dos duerme, y que si el durmiente se agita, cosa que usted no pudo ver pues no sucedió esta vez pero sí lo vimos algunos de nosotros, todo el tren oscila y nosotros los Guardianes sentimos que nos vamos a desmayar. Todo se difumina y, cuando el Durmiente se tranquiliza, vuelve todo a su estado de equilibrio primitivo. ¿No le dice nada eso?

Pensé para mí que evidentemente la «duración» (del Tiempo, por supuesto) existía para esa Pareja Primigenia, por cuanto había un momento en el cual el Durmiente estaba tranquilo y otro momento distinto del primero en el cual se lo veía intranquilo, lo que hacía dudar de la sensación de simultaneidad de toda la ¿visión? Pero no se refería a eso el Guardián, por cuanto prosiguió antes de que yo materializara mi reflexión:

—¿Ni le dicen nada las nieblas que invaden el tren, solamente en estas regiones, y el color blanco brillante y los grises suaves de todo lo visible?

...Esas nieblas que me habían parecido la espuma de la marea alta, en un mar limpio de vientos suaves y aguas claras de algún planeta deshabitado de la Galaxia, sin hombres pero indeciblemente vivo...

—Entonces... ¿somos el sueño del Durmiente?

—Eso creemos.

—¿Y yo no los sueño a ustedes?

Sonrió, con sus ojos sabios y tranquilos, pero jóvenes.

—A veces pensamos en una superposición de sueños —concedió—. Luego, un tren-gusano cualquiera vuelve a pasar inevitablemente por allí, ¿comprende?, y todos observamos, y un nuevo pasajero está despierto y obra. ¿Por qué? ¿Es que acaso el Durmiente desea contemplarse a sí mismo en su sueño como en un espejo? ¿Es que acaso asistimos a un proceso de Creación continua y los únicos seres reales de este universo somos los Guardianes, cada uno de nosotros definitivamente creado por el acto de nuestro desvelo, mientras los demás son sujetos a la vez de la imaginación del Durmiente y de la nuestra? ¿Somos los Guardianes Sus criaturas? Hay demasiados interrogantes sin respuesta, pero aplicamos el método científico y algún día lo sabremos. Lo prevengo de todos modos contra la desesperación de sentirse un ser de sueño en un mundo de sueños. Usted es real, está vivo, y nosotros los Guardianes también. Quizás el resto del Universo sea materia de brumas y celajes, y nosotros lo único real en él. No lo sé, pero cuando se encuentre a punto de dejarse llevar por la angustia o la soberbia, recuerde la imagen del Durmiente Despierto, pensativo, velando a su compañero o compañera; él es el símbolo de nuestra asociación de Guardianes, y quizá nosotros estemos llamados a desempeñar el papel de ayudantes de mago en éste proceso de creación portentoso de la Pareja Primordial. Su visión trajo elementos nuevos, y eso es fundamental para construir nuestra comprensión.

Luego puso una mano, recuerdo era la derecha, sobre mi hombro, y me miró a los ojos. No me tomó ningún juramento, no era necesario: yo había visto.

© R. C. Demarco y Ediciones Dronte, 1970