LA LITERATURA FANTÁSTICA

La famosa revista cultural francesa LES NOUVELLES LITTERAIRES ha tomado por norma el dedicar, a las cuestiones de actualidad consideradas como importantes, un estudio de conjunto denominado «El dossier de...». Temas trascendentales como El Estructuralismo o la Literatura Soviética se han visto distinguidos con dossiers a ellos dedicados. También, en el número 2135, del 22 de agosto de 1958, dedicaba la revista un dossier al tema que nos ocupa en este número de ND: la literatura fantástica. Y, como creemos que este trabajo les podrá informar mejor de lo que lo haríamos nosotros, lo reproducimos aquí.

En 1945, el señor Jacques de Lacretelle definía así el romanticismo: «La palabra es tan solo de ayer, pero lo que define viene de todos los tiempos y se halla en todas las civilizaciones. El primer romántico que inscribiera su nombre en la leyenda humana fue Prometeo...» (Romantisme, Formes et Couleurs, 1945).

Lo fantástico, asimismo, hunde sus raíces en la noche de los tiempos. Siendo las tres fuerzas principales con carácter simbólico y no alegórico, aptas para hacer nacer lo fantástico: la muerte, el mal (demonio o diablo según los siglos) y el miedo desde que el hombre apareció sobre la Tierra, lo fantástico se apoderó de su espíritu. Las inhumaciones rituales de nuestros antepasados prehistóricos testimonian un angustia cierta ante el posible retorno de los muertos entre los vivos: cráneos perforados, miembros doblados y atados, constituían probablemente recursos mágicos para luchar contra los «resucitados». La epopeya de Gilgamesh, el héroe sumerio, abunda en episodios sobrenaturales.

Varios relatos del LIBRO DE LOS MUERTOS o de los «dichos populares» nos prueban que el antiguo Egipto, en el que la vida terrestre no era más que una preparación para la vida del más allá, temía la intrusión en lo cotidiano de los muertos y los dobles (los kas). Grecia, Etruria y Roma flotaban en un clima ciertamente fantástico: sería ridículo creer que tan solo la tradición cristiana marcó a la conciencia humana con un sello de miedo ante el pecado y el más allá. Una escatología con varias dimensiones (descensos a los infiernos y aparición de fantasmas), el poder de las brujas, la adivinación mediante los sueños, tienen un lugar importante en diversas obras griegas y latinas, entre las que se hallan: LA ODISEA, LAS MAGAS, de Teócrito, una CARTA A SURA de Plinio el joven, EL SUEÑO DE ESCIPIÓN de Cicerón, la VIDA DE MARCO BRUTO de Plutarco, la VIDA DE APOLONIO DE TIANA de Filostrato el sofista, el SATIRICÓN de Petronio. Pero el texto antiguo más fantástico es el de Apuleyo: LAS METAMORFOSIS, del que diversos episodios han inspirado, a lo largo de las épocas, a los cuentistas árabes, a Nodier, a Schwob y a numerosos autores de la literatura «vampírica».

Sin querernos aventurar en los ricos dominios del Oriente, medio y extremo, recordamos el pasaje del Antiguo Testamento en el que, evocado por la pitonisa de Endora, la sombra de Samuel aparece ante Saúl.

Esta corriente fantástica no hizo sino tomar incremento en la Edad Media, lo cual ha sido perfectamente puesto a la luz por Jurgis Baltrusaitis en dos de sus obras (LE MOYEN AGE FANTASTIQUE y REVEILS ET PRODIGES, Armand Colin 1955 y 1960). Precisemos que estos trabajos conciernen tan solo al arte fantástico. En cuanto a la literatura, el caso es bastante diferente: conviene sobre todo hablar de legendario, sobrenatural y maravilloso, más que de fantástico propiamente dicho.

Al fin vino Shakespeare. Su teatro nos propone fantasmas, hechiceras y un clima onírico de horror, que ya prefigura a las mejores creaciones fantásticas del siglo XIX.

Siglo XVII: el clasicismo. Por consiguiente, nada vago y mórbido. Desengañémonos: algunos de los escritores de la primera mitad de ese siglo, como Cyrano de Bergerac (con ciertas páginas de EL OTRO MUNDO), Sorel (con FRANCION), Théophile de Viau y Sigogne (con bastante poesías licenciosas y barrocas) y Pierre Corneille (con LA ILUSIÓN CÓMICA) testimonian a favor del fantástico. ¡No digamos ya el sueño de ATHALIE, de Racine, del que algunos versos hacen pensar irresistiblemente en las METAMORFOSIS DEL VAMPIRO de Baudelaire!

Con el siglo XVIII, bautizado demasiado aprisa como el Siglo de las Luces, aparece el fantástico moderno, ese que sigue con nosotros.

En su prefacio a SESENTA RELATOS DE TERROR (Club Français du Livre, 1958), Roger Callois nos cita «un corto pasaje de las MEMORIAS de Saint-Simon» que, según el autor, merecen señalar un hito en la historia del fantástico moderno, un poco en la forma en que ZADIO marca una fecha en la de la novela policíaca. Se trata de una curiosa historia de máscaras de cera llevadas por dos gentileshombres muertos en guerra; tras la muerte de los dos, contrariamente a las otras máscaras, que permanecían frescas, aquellas tenían la apariencia de cadáveres.

Pero, a pesar de este ejemplo francés convincente, verdaderamente, todo comenzó en Inglaterra. Probablemente con Daniel Defoe, quien en 1706 escribió MRS. VEAL, una historia de fantasmas propia para dar un «nuevo escalofrío» a los lectores. Defoe, por otra parte, publicó a continuación HISTORIAS DE APARICIONES, HISTORIA DEL DIABLO e HISTORIA DE LA MAGIA. ¡Obras todas que nos alejan de ROBINSON CRUSOE y MOLL FLANDERS!

Luego, en 1764, apareció EL CASTILLO DE OTRANTO de Horace Walpole (1717-1797). Esta novela, que debe de ser considerada como la primera de la serie «negra» y que dará origen a la literatura frenética, fue traducida al francés en 1767.

LA ELEGÍA ESCRITA EN UN CEMENTERIO CAMPESTRE de Gray, LAS NOCHES de Young y los pretendidos poemas «hallados» de Osiano (debidos en realidad a MacPherson), habían preparado ya a los lectores de la sociedad europea de entonces para las «historias góticas». El gusto por las ruinas, el sentimiento hacia la Naturaleza, el espejismo de Oriente, los jardines llamados «a la inglesa» y sus invenciones hicieron el resto: lo fantástico por lo fantástico (como existirá, cien años después, un arte por el arte) y el prerromanticismo podían implantarse definitivamente.

La influencia del iluminismo contribuyó a reforzar esta conquista de lo irracional; baste recordar los nombres de los teósofos y «videntes»: Martines de Pasqually, Claude de Saint-Martin, Emmanuel Swedenborg. Y la lectura de la novela «hermética» de Mountfaucon de Villars EL CONDE DE GABALIN llevó a Jacques Cazotte (1719-1792) a escribir su DIABLO ENAMORADO (publicado en 1772); siendo este texto la primera novela verdaderamente fantástica. Recordemos también que, a finales del siglo XVIII, el poeta y pintor inglés William Blake (1757-1827), al margen de toda escuela o movimiento literario o artístico, exploró y describió, de una manera alucinante, el cielo y el infierno.

  

Ambrose Bierce

LO FANTÁSTICO VISTO POR...

¿De dónde viene el origen de la palabra fantástico? Etimológicamente, del griego: phantastikos, y posteriormente del bajo latín: phantasticus; parece ser que se encuentra la palabra fantástico, por primera vez, en un tratado de alquimia del siglo XIV (véase Dauzat: DICTIONNAIRE ETYMOLOGIQUE, Larousse); Voltaire lo emplea en el siglo XVIII (véase Littré). A la misma familia pertenecen los términos fantasía, fantasmagoría, fantasma, fantasioso y fantasmón. En su acepción actual, fue Jean-Jacques Ampère quien la volvió a emplear por primera vez en Francia, en 1829, traduciéndolo del término alemán fantasiestücke. Se designó rápidamente con ese término a los cuentos de un tal... Hoffman.

¿Qué es lo fantástico? He aquí, según creemos, las mejores definiciones que del mismo han sido dadas.

Edmond Jaloux: «El hombre siempre ha amado y perseguido a su doble... A este doble, lo persigue no tan solo en la vida, sino que también lo busca en la muerte» (En el prefacio a Historias y Nuevas Historias de fantasmas ingleses).

Théophile Briant: «Es importante señalar que existe entre lo maravilloso que permanece unido a la fábula y a la infancia del mundo y lo fantástico, que es una creación de la imaginación pura, la misma diferencia que separa la magia blanca de la magia negra, y el claro sagrado de Brocéliande y la llanura sulfurosa de medianoche, en la que oficia el brujo Léonarde» (En el prefacio al Catálogo número 79 de la Librería Loliée, París, 1952; catálogo consagrado a las novelas negras, cuentos de hadas, cuentos fantásticos, etc.).

Pierre-Georges Castex: «Las supersticiones y las angustias de todo tipo aún tienen grandes posibilidades para invadir los espíritus, y aún parece ofrecerse a la invención fantástica un campo fértil» (En la conclusión del CUENTO FANTÁSTICO EN FRANCIA).

Roger Caillois: «Lo fantástico, no es un medio; es una agresión... Es preciso darse cuenta de que lo fantástico no tiene ningún sentido en un universo maravilloso. Simplemente, queda excluido» (En el prefacio a SESENTA RELATOS DE TERROR).

Marcel Schneider: «Aquellos que viven al margen o a contracorriente, aquellos que se retiran de la masa, ya sea en el centro de París como el ermitaño de la Chaussée d’Antin, darán siempre su preferencia a la literatura fantástica que satisface sus quimeras, apacigua sus fantasmas y les permite continuar viviendo» (En la conclusión a la LITERATURA FANTÁSTICA EN FRANCIA).

Jacques Bergier: «El escritor fantástico debe ser esa forma que, apareciendo la primera, se abre un hueco en el espíritu del lector. En ese lugar, así vaciado de lo cotidiano y de lo trivial, debe entonces construir su ilusión, dejándola voluntariamente inacabada para que el lector pueda, autohipnotizándose, completar la visión y llegar hasta la alucinación» (En el prefacio a las OBRAS MAESTRAS DEL FANTÁSTICO).

Y terminemos con esta frase de Paul Eluard: «Creo que existe otro mundo, pero está en este».

EN DONDE LO SUBLIME ROZA LO RIDÍCULO

Hemos dicho anteriormente que el prerromanticismo y lo fantástico habían nacido juntos, durante el siglo XVIII. Conviene explayarse en esto: de la misma forma que existen diversos romanticismos, existen diversas formas de lo fantástico. Todo lo que separa al romanticismo alemán del romanticismo inglés o del romanticismo francés, da otras dimensiones y otros colores a los diversos géneros fantásticos: alemán, inglés (y norteamericano), polaco, ruso, español o francés. Pero precisemos que, desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, romanticismo y fantástico caminaron a la par.

El exotismo, el retorno, o el recurso o la infancia, la tentativa de la exploración del inconsciente, el estudio del lado nocturno de la vida y de los sueños, el gusto por lo desconocido y lo terrible... y también la herencia neogótica (castillos, cadenas, osamentas y ruinas), contribuyeron a crear una forma nueva de literatura en la que ¡ay! lo sublime a menudo roza lo enfático y lo ridículo.

Sin embargo, del romanticismo (y de lo fantástico) nacieron el simbolismo, el surrealismo y una parte de la literatura contemporánea.

Otros factores desarrollaron en varios escritores esta afición hacia lo fantástico: siendo el más importante el choque provocado en los viejos estados europeos y en las conciencias de numerosos hombres por la revolución francesa y el reino de Napoleón (piénsese en Goethe, Byron, Hoffman, Hugo o Puschkin). Después, sucediendo a la puesta en cuestión de la monarquía, a la negación o discusión del cristianismo (Shelley proclamará la «necesidad del ateísmo», Hölderlin intentará volver a los dioses griegos, Novalis ensayará la instauración de un catolicismo místico, Nerval buscará a la Gran Madre: Isis, Cibeles, María, su madre o Jenny Colon). Y muchos se apasionaron por las ciencias ocultas. Por último, los agentes extraños (enfermedades, excitantes y drogas) tuvieron una influencia, a menudo terrible, sobre el pensamiento de ciertos escritores fantásticos, desarrollando o estimulando esta creación de lo extraño o librándolos (?) de sus fantasmas.

Antes de abordar los grandes períodos de la literatura fantástica, insistamos sobre la importancia del onirismo en su génesis; porque lo fantástico viene de los sueños, nocturnos, pero también diurnos. Recordemos los nombres de los filósofos o de los médicos que estudiaron sistemáticamente el mundo de los sueños: Gotthilf Heinrich von Schubert (1780-1860), autor del LADO NOCTURNO DE LAS CIENCIAS NATURALES y de la SIMBOLOGÍA DEL SUEÑO (textos que tuvieron una gran influencia sobre Hoffman); Alfred Maury (1817-1892), que publicó, en 1861, EL SUEÑO Y LOS SUEÑOS: y sobre todo Hervey de Saint-Denys (1822-1892) y su importante obra LOS SUEÑOS Y LOS MEDIOS DE DIRIGIRLOS, aparecida en 1867 y reeditada tan solo en 1964 (este libro, que Freud no pudo obtener, tuvo una gran influencia sobre André Breton). Más cercanos a nosotros, recordemos los grandes trabajos de Sigmund Freud, de Carl Gustav Jung, de Alfred Adler y de J. A. Hadfied.

Desde el fin del siglo XVIII hasta nosotros, la literatura fantástica (novelas y cuentos, poesías o dramas) puede dividirse en tres grandes períodos. Especifiquemos que esto se trata de una tentativa de esquematización, aunque algo arbitraria. Una cronología exacta y la división rigurosa del género tan solo irían en contra de esta tentativa de clasificación.

La primera época fantástica comienza hacia 1780 (con la balada LENORE del alemán Bürger y la novela, escrita en francés, VATHECK del inglés Bekford) y se acaba en 1856 (con la traducción por Baudelaire de las HISTORIAS EXTRAORDINARIAS del americano Edgar Poe).

Los castillos embrujados, los fantasmas, los dobles, los vampiros, el frenesí, caracterizan este período en el que el diablo tiene un gran papel. Citemos entre los principales escritores representativos de este período a: Lewis, Radcliffe, Walter Scott, Byron, Coleridge, Mary Shelley, Quincey, Dickens y Sheridan Le Fanu por Inglaterra e Irlanda; Klinger, Goethe, Schiller, Jean-Paul, Novalis, Tieck, Hoffman, von Kleist, La Motte-Fouqué, Achim von Arnim y J. von Eichendorff por Alemania y Austria; Nodier, Hugo, Vigny, Musset, Gautier, Nerval, Pétrus Borel, Alexandre Dumas, Balzac, Chasles, Aloysius Bertrand, Grandville, Paul Féval, Eugène Sue, Frédéric Soulié y Mérimée por Francia; Puschkin, Lermontov y Gogol por Rusia; Potocki y Mickiewicz por Polonia; Irving, Austin y Hawthorne por los Estados Unidos.

El segundo período debuta con los sucesores franceses de Poe (Barbey d’Aurevilly y Villiers de l’lsle-Adam) y se cierra hacia 1912 (con los dramas EL ESPÍRITU DE LA TIERRA y LA CAJA DE PANDORA del alemán Wedekind y ciertos cuentos del inglés Saki y del alemán Jensen).

Lo fantástico se renueva completamente: el magnetismo, las conquistas científicas, el espiritismo, son utilizados por los literatos. Y, sobre todo, el demonio cambia una vez más de forma: aparece cada vez menos bajo su aspecto algo alegórico de antes, pero cada vez está más presente en el mundo. El mal triunfa y crea una nueva angustia: las dos temibles criaturas, el diablo y la muerte, cabalgan de nuevo juntas, como en la Edad Media. Es por esto por lo que se puede hablar de un fantástico cotidiano que surge al día en las obras de ficción de este período. Ciertos seres y accesorios han desaparecido, aquellos que comenzaban a dar un cierto aspecto rudimentario a los textos insólitos y de los que numerosos literatos se burlaron con buen humor (Peacock, Carroll, Twain, Wilde o Aliáis, entre otros), y fueron reemplazados por temas mucho más importantes. La noche y sus misterios, a menudo maléficos, los sueños, una cierta morbidez, los misterios «mecánicos», parecen persuadir al hombre de que, después del gran Pan, Dios también ha muerto. Pero el demonio vela y se regocija de ver que, como lo proclamó un predicador del siglo XVIII, su mayor fuerza es que se dude de su existencia. Ya no hay espectros, ya no hay vampiros, pero lo demoníaco se adivina en filigrana por todas partes y a cada instante.

Cuando algunos autores ya no seguían la ortodoxia cristiana, admitían tesis maniqueas o teorías herméticas; y el horror de ciertos textos proviene de que el mundo es entregado, por un Dios indiferente o inaccesible, a unas fuerzas elementales temibles, a unos dioses inferiores y malvados o a los eones. Esta corriente se hará sentir hasta nuestros días en numerosos escritores fantásticos: baste recordar los nombres de Conan Doyle, de Jean Ray, de H. P. Lovecraft o de Algernon Blackwood.

Este segundo período de lo fantástico abunda en artistas potentes u originales, citemos especialmente a: O’Brien, Lewis Carroll, Du Maurier, Wilde, Stevenson, Haggard, Kipling, Wells y Conan Doyle en Inglaterra e Irlanda; Baudelaire, Champfleury, Flaubert, Lautréamont, Maupassant, Erckmann-Chatrian, Gobineau, Charles Cros, Jules Verne, Jarry, Schwob, Redon, Daudet, Saint-Paul Roux, Mirbeau, Rollinat, France, Apollinaire, Renard, Gustave Le Rouge y Gaston Leroux en Francia; Maeterlink por Bélgica; Carducci en Italia; Becquer y Alarcón en España; Andersen (con un solo cuento —¡pero cuán importante!—: LA SOMBRA). Ibsen, Hamsun y Strindberg en Escandinavia; Turgueniev, Tolstoi, Leskov y Chejov en Rusia; Melville, Bierce, Jack London (con una extraordinaria novela, EL VAGABUNDO DE LAS ESTRELLAS) y Henry James en los Estados Unidos. Añadamos que gracias al escritor inglés Lafcadio Hearn (1850-1904), naturalizado japonés, pudimos conocer el fantástico tan especial, y tan rico, del Extremo Oriente. Citemos las antologías: HOJAS DESPERDIGADAS DE LITERATURAS EXTRANJERAS, KWAIDAN, KOTTO y EN EL JAPÓN ESPECTRAL.

EL MIEDO A LO DESCONOCIDO Y LA ANGUSTIA DE LA MUERTE

Cortado por dos sanguinarios conflictos y marcado por la liberación de la fuerza nuclear, el siglo XX no podía hacer nacer en ciertos literatos otros fermentos que los de la angustia y del miedo. Es por esto por lo que, de 1920 a nuestros días, la literatura fantástica parece introducirse definitivamente en la vía de un pesimismo lúcido, sentimiento que la literatura naturalista no supo alcanzar. Esto es lo que explica que muy a menudo la ciencia ficción y lo fantástico se interpenetren tan estrechamente. Definitivamente, ¿ha «muerto» Dios? En todo caso, el Príncipe de este Mundo parece por su parte, y más que nunca, eterno. Sobre todo cuando toma los rasgos del dueño de un universo concentracional o cuando se identifica con un burócrata y proteiforme.

Pero, a pesar de esto, se manifiestan aún en las obras de numerosos autores fantásticos una búsqueda de la belleza y un deseo insaciable de conocimiento.

Dicho esto, señalemos que el tercer período de lo fantástico tiene sus fuentes en las obras de cuatro escritores:

Rainer Maria Rilke, André Bretón, Franz Kafka y Jorge Luis Borges (dos autores de lengua alemana, un francés y un argentino). Los temas que dominan, por consiguiente, de 1920 a 1968 son: el miedo a lo desconocido y la angustia de la muerte, el recurso a la mujer y la exploración maravillada de «el otro mundo en este», el absurdo amenazador, los juegos fascinantes de los espejos y los laberintos.

Citemos algunos escritores de este siglo: James, Jacobs, Virginia Woolf, Blackwood y Yeats en Gran Bretaña; von Hofmannsthal, Meyrinck, Ewers, Zweig, Kubin y Bellmer en Alemania y Austria; Farrère, Roussel, Crevel, Artaud, Cocteau, Michaux, Maurois, Giradoux, Fargue, Neveux, Aymé, Cassou, Bosco, Bouquet, Mandiargues, Loys Masson, Gracq, Daninos (con su excelente novela LES CARNETS DU BON DIEU), Paul Gilson, Margerir, Brion, Marcel Schneider, Béalu, Seignolle, Sternberg, Klein, Belen y Michel Bernanos en Francia; Hellens, Ghelderode, Ray, Thomas Owen y Monique Watteau en Bélgica; Ramuz y Sandoz en Suiza; Pirandello, Papini, Chirico, Savinio y Buzzati en Italia; Lorca y Casona en España; Grabinski y Schluz en Polonia; Lovecraft, Bradbury, Collier, Matheson y Sturgeon en los Estados Unidos.

Por último conviene mencionar muy especialmente la novela policíaca de John Dickson Carr LA CÁMARA ARDIENTE, en la que nos son propuestos dos finales: uno lógico, el otro fantástico.

Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar, Adolfo Costa du Reis, Miguel Ángel Asturias, representan a Iberoamérica.

EXPRESIONISMO Y SURREALISMO

Al término de este sobrevuelo de las «tres épocas» de lo fantástico en la literatura, se impone una constatación. Si casi siempre romanticismo y fantástico se entremezclaron estrechamente, por el contrario, el simbolismo no constituyó obligatoriamente una de las líneas de fuerza de las creaciones fantásticas (de la segunda mitad del siglo XIX a los veinte primeros años del siglo XX). En cambio, el expresionismo y el surrealismo reflejan casi siempre el espíritu mismo de lo fantástico. Una sinfonía de Gustav Mahler, una ópera de Alban Berg, un dibujo de Paul Klee o Paul Delvaux, una pintura de Max Ernst o ciertas secuencias de films tales como NOSFERATU, EL GABINETE DEL DOCTOR CALIGARI o LA EDAD DE ORO, son tan extraños o alucinados como los mejores textos del siglo XX.

Repitamos, una vez más, que tan solo hemos tratado de definir las grandes corrientes de estos tres períodos, tratando de incluirlas en unas dimensiones más o menos estrictas. Lo que no quiere decir que ciertos temas hayan desaparecido en provecho exclusivo de otros: ciertos símbolos son demasiado vivaces para que ciertos escritores, de poderosos talento o fértil imaginación, no los hayan usado para conseguir sus mejores creaciones fantásticas.

Para ilustrar nuestra argumentación, analicemos brevemente un tema fantástico «recurrente», los sueños (desde los inicios del siglo XIX hasta nuestros días): páginas oníricas (reunidas por A. Béguin bajo el título de SUEÑOS) en las grandes novelas de Jean Paul (TITAN y HESPERUS, entre otras); el sueño de la flor azul, que tanto influirá en el destino del héroe, en la novela de Novalis HEINRICH VON OTTERDINGEN; la penetración en profundidad del mundo nocturno de dimensiones infinitas, que llevó a Gérard de Nerval a las puertas de la locura en AURELIA y PANDORA; el país de las maravillas y lo que hay al otro lado del espejo, descubiertos por la ALICIA de Lewis Carroll, durante dos sueños; el sueño premonitorio, en el que un joven verá a su verdadero padre, en la novela de Turgeniev EL SUEÑO; la aventura vivida en sueños, oscilando entre lo fantástico y el erotismo, en la novela de Prosper Mérimée DJOUMANE; el sueño común, que constituye toda su vida, tenido por los dos héroes de la novela de George Du Maurier PETER IBBETSON; la «geografía» del país de los sueños propuesta por Rudyard Kipling (LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS, novela) y por Georges Neveux (JULIETTE O LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS, obra teatral); el mundo de los sueños, que permite el acceso al de la cuarta dimensión, en la novela de Howard Phillips Lovecraft DEMONIOS Y MARAVILLAS; el hombre que sueña a otro, y que se da cuenta que él mismo es soñado, en la novela de Jorge Luis Borges LAS RUINAS CIRCULARES; un herido de nuestros días soñando que va a ser sacrificado a los dioses aztecas y dándose cuenta de que es un indio que, en su sueño, cree ser un hombre del siglo XX: novela magnífica y terrible, de Julio Cortázar, titulada LA NOCHE CARA AL CIELO.

  

Guy de Maupassant

CATÁLOGO TEMÁTICO

Según nuestra opinión, he aquí el catálogo de los principales temas de la literatura fantástica:

Los dioses antiguos o inferiores; el diablo; la muerte; los espíritus elementales; las entidades temibles y las fuerzas chthonianas; los otros mundos; los lugares prohibidos y malditos; la noche; los sueños y alucinaciones; los resucitados; los muertos sin «alma»; los vampiros; las mansiones y los «transportes» embrujados; las creaciones artificiales (mandrágoras, golems, autómatas y androides); los tribunales fantasmas; los dobles, las sombras y los reflejos; los intersignos; los espejos; los laberintos y las cavernas; los objetos (cuadros, estatuas, máscaras y muñecas); el bestiario (licantropía, animales fantásticos, maldiciones animales); la longevidad anormal; las metempsicosis.

Lo maravilloso y lo legendario son diferentes de lo fantástico, aunque, en el pasado, ciertos sueños y leyendas predigan abiertamente este género: Perrault, la Señora de Aulnoy, Grimm, Musaeus, Andersen y Le Braz, por ejemplo, pertenecen a lo maravilloso y legendario y no a lo fantástico. Relatos maravillosos y textos folklóricos se sitúan siempre en un universo o en un tiempo alejados de nosotros: las hadas, los brujos o los seres legendarios no intervienen jamás en nuestra vida cotidiana y no sabrían perturbarla como solo lo fantástico sabe lograr.

Las literaturas policíacas y de aventuras, aunque parezca que en ellas intervenga, en ocasiones, lo sobrenatural, difieren también de lo fantástico: la lógica debe siempre triunfar al final del relato.

Por el contrario, la anticipación y la ciencia ficción presentan extrañas relaciones con lo fantástico: a menudo resulta indiscernible la frontera que los separa (ver las obras de Verne, Renard, Lovecraft, Ray, Brown y Bradbury).

Ciertas grandes obras literarias reservan un lugar más o menos amplio a lo extraño y demoníaco, sin ser por ello obras fantásticas; este es el caso, especialmente, de LAS ALTURAS DE HURLEVENT, LA CARTA ESCARLATA, EL GRAN MEAULNES, GOSTA BERLING, SARN y de muchos otros relatos de Francis Scott Fitzgerald, Louis Aragon, Joseph Conrad, Pierre Mac Orlan, Malcom Lowry, Georges Bernanos, Julien Green y Graham Greene.

  

Saki

SEGÚN PIEYRE DE MANDIARGUES

La literatura fantástica, tan propia para nutrir y calmar nuestra angustia, se enfrenta a lo desconocido y a lo absurdo y seduce cada vez a más lectores, asqueados de los juegos de palabras demasiado sutiles o de la explotación de un realismo recargado de tópicos. El éxito de revistas como BIZARRE, LA TOUR SAINT-JACQUES, FICTION y PLANÈTE lo prueba con creces.

Y sería inexacto al creer que, salidas únicamente de la imaginación, las creaciones fantásticas no constituyen textos literarios perfectos; muchos poemas y relatos fantásticos son puras obras maestras literarias. Pieyre de Mandiargues, orfebre en esta materia, nos desvela uno de los mecanismos del éxito ejemplar de un relato fantástico: «Creo que el secreto de la literatura fantástica está en esta aptitud de captar inmediatamente al lector y de llevarlo, con toda naturalidad, consigo hasta llegar al clima de lo sobrenatural» (en el prefacio a LA ARAÑA DE MAR, de Marcel Béalu, Nouvel Office d’Editions).

Terminemos dejándole la palabra al «fantástico» Hoffman: «¿Y no piensas como yo, ¡oh lector!, que de todos los cuentos fantásticos, es el mismo espíritu humano el más maravilloso de todos?».

PIERRE-ANDRÉ TOUTTAIN