Ray Bradbury
por William F. Nolan
Conocí a Ray Bradbury cuando iniciaba su ascensión hacia la fama, en julio de 1950, dos meses después de la publicación de las Crónicas Marcianas. Vivía en Venice, California, y su hija Susan aún no había cumplido los nueve meses. Ahora Susan es una mujer de veinticuatro años, casada, con tres hermanas más jóvenes, y Ray es uno de los escritores contemporáneos más famosos y populares de América, que ha merecido una reputación internacional con las Crónicas (de las cuales ha vendido más de dos millones de ejemplares) y los numerosos libros que les siguieron. Posee una casa de dos pisos, cómodamente amueblada, en Cheviot Hills, lo bastante grande para su familia y sus dos automóviles, uno de los cuales es un Jaguar Modelo E, muy apreciado por su esposa Maggie, que lo conduce con entusiasmo. Bradbury sigue sin aprender a conducir un automóvil, lo mismo que se niega rotundamente a viajar en avión… Ésas son quizá sus últimas «resistencias» frente a la era atómica en que vive. En 1955, cuando el clan Bradbury padeció una epidemia de paperas, Ray permitió que sus hijas alquilaran un aparato de TV. Una vez instalado el Monstruo, la batalla podía darse por perdida; el aparato no tardó en ser comprado. Durante muchos años, Ray luchó incluso para que no entrase el teléfono en su casa, y ahora cambia periódicamente su número de teléfono para librarse del gran número de llamadas intempestivas que le molestan en su trabajo.
«Su voz es la de un poeta consecuente que se alza contra la mecanización del género humano», declaró en cierta ocasión un crítico. Ese miedo a veces dominado por la máquina se refleja con frecuencia en sus relatos. Bradbury no desconfía de las máquinas, pero sí de los hombres que, las utilizan.
«La máquina en sí es como un guante vacío —suele decir—. Y la mano que lo llena es siempre la mano del hombre. Esta mano puede ser buena o mala». Bradbury concreta: «Hoy estamos en los límites de la Era espacial y el hombre, en su expansión sin fronteras, está a punto de conquistar nuevos mundos lejanos… pero ante debe vencer su instinto de autodestrucción. El hombre es medio idealista, medio destructor; y el verdadero y terrible peligro es que todavía puede destruirse a sí mismo antes de alcanzar las estrellas. Yo observo la mitad autodestructora del hombre, la araña ciega que ataca con su ponzoñoso oscurantismo, albergando quimeras de nubes en forma de hongo. La muerte lo resuelve todo, le susurra, sacudiendo un puñado de átomos como un collar de cuentas siniestras… Nos hallamos en la época más importante de la historia, y pronto seremos capaces de ir al espacio en un formidable viaje de supervivencia. Hay que procurar que nada retrase este viaje, nuestra última gran conquista de regiones inexploradas».
Son palabras de un moralista de la era espacial. Bradbury ha mostrado con frecuencia, en los relatos que ha escrito, su honda preocupación por el futuro del género humano. Aldous Huxley le calificó de «uno de los hombres más visionarios que actualmente escriben en cualquier campo», y un crítico inglés añadió a esta imagen: «Bradbury ve al hombre irguiéndose como Fausto, con un poder divino en sus manos, pero consciente de su propia fragilidad mortal».
En persona, Ray dista mucho de ser un sombrío moralista; de hecho, es desarmantemente jovial, con un vivo sentido del humor, a menudo extravagante, a veces lascivo; un tipo apasionado y gran conservador, cuyos entusiasmos suelen abrumar a los espíritus timoratos. A los 53 años parece mucho más joven, incluso con sus gafas de gruesos cristales, y su personalidad brilla en cualquier salón. El calor que genera es contagioso y siempre bien acogido. Pero es también una persona muy sensible; se ofende con facilidad y se enfurece cuando cree que ha sido tratado injustamente.
Un ejemplo típico de Bradbury, «el ultrajado en acción», fue su pleito contra el famoso programa de la TV «Playhouse 90». Se difundió una obra de noventa minutos intitulada Un sonido de tambores distintos, que se desarrollaba en una época del futuro en la que gobernaba la Censura, y los agentes del orden incendiaban las casas de quienes desafiaban a la sociedad ocultando libros. Bradbury se enfadó cuando vio aquel programa, llamó a su abogado y presentó una demanda por plagio contra «Playhouse 90» y la cadena de TV. Aquella obra, declaró, era un simple refrito de su Fahrenheit 451. Después de una enconada batalla judicial, Ray consiguió vencer en última instancia y percibió una justa indemnización. «La mayoría de nosotros no nos atreveríamos ni en sueños a pleitear contra esa empresa —admitió un guionista de Hollywood—, pero Bradbury no sólo ha pleiteado, sino que ha ganado».
En Nuevos mapas del infierno, Kingsley Amis califica a Bradbury de «el Louis Armstrong de la ciencia-ficción», y lo explica diciendo: «Es el único autor cuyo nombre conocen incluso aquellos que no saben absolutamente nada del género literario que él cultiva».
Lo cual es verdad. Ningún otro escritor de ciencia-ficción ha alcanzado una fama tan amplia. Sus obras se han reproducido en más de un millar de antologías.
Lo que más enorgullece a Bradbury es que actualmente sus relatos son seleccionados con regularidad en libros de texto tales como Nuevos horizontes a través de la lectura y la literatura y Modernas lecturas en inglés. Algunos manuales de literatura citan sus relatos, y en los índices su nombre figura junto a los de Poe, Thurner, Hemingway, Steinbeck y Saroyan.
Ray ha superado con mucho el género en que se dio a conocer, y su obra ya no queda comprendida bajo la etiqueta de «ciencia-ficción». De los trescientos relatos publicados, únicamente cien podrían ser incluidos legítimamente en la categoría de ciencia-ficción; otros cincuenta son fantasía pura, y el resto cuentos «normales» cuya acción transcurre en Irlanda, en Illinois o en Méjico. En estos últimos incluimos, desde luego, sus relatos policíacos, así como otros que desafían cualquier clasificación.
Bradbury nunca ha pretendido ser un autor de ciencia-ficción en el estricto sentido del término; en ello coincide con Isaac Asimov, quien afirmó: «Opino que Ray no escribe ciencia-ficción; es un escritor de social-ficción». Y, tal como lo expresó la revista Time: «Evidentemente, el duende de la fantasía en Bradbury es sólo un factor de un talento más amplio que incluye pasión, ironía y erudición».
En octubre de 1950, hablando de las Crónicas marcianas, Bradbury declaró: «Nunca me he considerado un escritor de ciencia-ficción; eso lo dicen otras personas. De hecho, intenté que Doubleday quitara de mi libro su logotipo para ciencia-ficción».
Pese a tan sinceras declaraciones, Ray admira y ha defendido siempre el género de la ciencia-ficción, y cree que proporciona a un escritor una amplia gama de posibilidades para la crítica social más seria. En tal sentido, Bradbury ha utilizado el género como una «caja de resonancia», como una especie de «escenario ideal» para sus parábolas sobre el futuro.
En un artículo de «The Nation» sobre la ciencia-ficción afirmó: «Creo que hay pocos campos literarios donde se manejen con tanta energía temas que nos afectan vitalmente a todos. Hay pocos géneros más excitantes, y ninguno más moderno ni tan lleno de conceptos continuamente renovados y renovables. Es el campo de las ideas, donde uno puede defender y combatir opciones políticas y religiosas. No hay fronteras, tabúes ni restricciones para el escritor de ciencia-ficción. Puede actuar como un moralista de la era espacial, y mostrarnos los peligros y los riesgos, y posiblemente ayudarnos a evitar errores costosos cuando alcancemos nuevos mundos…».
Bradbury ha sido atacado por su aplicación impropia de la ciencia en alguno de sus libros.
Ray replicó: «Es fácil que un sentimental se equivoque, desde la perspectiva del hombre de ciencia; desde luego, mi obra nunca servirá de manual para matemáticos. Pero me consuelo pensando que mientras el científico puede decirnos el tamaño exacto, el lugar, el pulso, la musculatura y el color del corazón, los sentimentales podemos sentirlo y conmoverlo con más rapidez».
El sentimiento ha sido siempre la clave de la obra de Bradbury. Emplea emociones primarias: amor, alegría, odio, miedo, cólera. «Descubre lo que te excita y deleita, o lo que te produce más ira, y trasládalo al papel», es un consejo para el escritor novel. «Al fin y al cabo, lo que deseas manifestar es tu individualidad. Trabaja desde el subconsciente; almacena imágenes, impresiones, datos… y luego bucea en este fondo personal para tus relatos. Los personajes que hayas creado serán partes de ti mismo. Yo soy todos mis personajes en todos mis libros. Ellos son facetas de mi personalidad, más o menos voluntariamente deformadas. Por tanto, el secreto es: alimentar el subconsciente, llenar las reservas».
¿Quién es el Ray Bradbury real? ¿Qué clase de hombre ha llegado a ser, y en qué medio ambiente, en sus 53 años de vida?
«Nací una tarde de domingo del mes de agosto —dice Ray—, mientras mi padre y mi hermano asistían a un partido de beisbol al otro lado de la ciudad,».
La ciudad era Waukegan, Illinois; el año era 1920… y la señora Bradbury daba a luz su tercer hijo. Ray y su hermano Leonard, cuatro años mayor que él, crecieron juntos; el hermano gemelo de Leonard, Samuel, murió a la edad de dos años. En 1926 nació una hermana… pero la pequeña Elizabeth Bradbury estaba destinada también a morir de pulmonía en 1927, y así Ray Douglas Bradbury fue el último de los hijos criados por Esther Moberg Bradbury.
«Mi padre, Leonard Spaulding Bradbury, era inspector del Servicio Público de electricidad —dice Ray—. Procedía de una familia de impresores y editores de periódicos. Mi abuelo y mi bisabuelo crearon la empresa Bradbury e Hijos, y editaban dos periódicos en el norte de Illinois a la vuelta del siglo. Conque puedo afirmar que llevaba en mi sangre la afición a editar y a escribir. Pero durante mi infancia me sentí mucho más afín a una antepasada mía, Mary Bradbury, que fue condenada por brujería en Salem, en el siglo XVII».
De hecho, la superactiva imaginación del joven Ray fue estimulada por su tía Neva, que le leía los maravillosos libros de L. Frank Baum cuando tenía seis años, mientras él seguía mentalmente el camino de losas amarillas que conduce al país encantado de Oz. Su madre le leía a Poe cada noche a la luz de una vela, y no tardó en tener edad suficiente para descubrir a Tarzán de los Monos y a John Carter de Marte en la biblioteca de su tío Bion, quien poseía las obras completas de Edgar Rice Burroughs. Acababa de cumplir los nueve años.
«Me gustó Tarzán —dice Ray—, y empecé a coleccionar las historietas de Burroughs y a pegarlas en un enorme álbum de recortes. Comencé con las historietas de Buck Rogers en 1929, continué con ellas hasta 1937. Coleccionaba también las historietas de Flash Gordon, y el Príncipe Valiente era otro de mis favoritos. Tengo todavía aquellas aventuras maravillosamente dibujadas en el sótano de mi casa, cuidadosamente guardadas en un viejo baúl. Cuando deseo revivir aquella época sólo necesito levantar la tapa del baúl».
La magia entró en su vida en 1931, cuando el muchacho de once años visitó un teatro donde actuaba Blakstone, el famoso mago. Ray fue invitado a subir al escenario, donde recibió el obsequio de un conejo vivo que el mago sacó de su sombrero de copa. Maravillado ante aquella demostración de brujería, el joven Bradbury anunció a sus padres que pronto iba a convertirse en el mejor mago del mundo.
«Nuestro hogar se llenó de cajas de dados y juegos de ilusionismo. Compré mi primera varita mágica por correo en Chicago, y me hice un bigote de papel y un sombrero de copa de cartón. Llegué a actuar en algunas reuniones de la Legión Americana… En casa, convencí a mi padre para que me ayudase en un experimento de telepatía destinado a establecer contacto con unos parientes prisioneros. Mis padres no se opusieron a mi afición: ¡la preferían a oírme tocar el violín, mi otra genialidad!».
«Lon Chaney era mi ídolo —cuenta Ray—. Traté de imitar su talento para los disfraces, vistiéndome como un murciélago con alas de terciopelo negro que recorté de una capa de gala de mi abuela, o aprovechando sacos de yute y cordeles para transformarme en un gorila». Bradbury recuerda con evidente placer que se colgaba de los árboles por la noche «para dar un susto de muerte a mis compañeros de la escuela», mientras sus cuadernos escolares se llenaban de dibujos de esqueletos y castillos cubiertos de telarañas.
El miedo a la muerte es un tema que se repite en la obra de Bradbury, y tiene sus raíces en la infancia de Ray. El admite: «Buena parte de mi juventud transcurrió en el temor a un terrible desastre que podría ocurrir el día antes de alcanzar una victoria o felicidad personal». Cuando tenía siete años, mientras jugaba a orillas del lago Michigan con un primo suyo, éste estuvo a punto de ahogarse (una experiencia que más tarde transpuso a la ficción en El lago). Y una noche, cuando su hermano tardó más de la cuenta en regresar de una excursión a un barranco cercano a su casa, Ray quedó convencido de que le había reclamado la muerte. (Este Incidente fue recreado vívidamente en La noche).
En 1932 los Bradbury se trasladaron a Arizona, y el muchacho quedó fascinado por la colección de revistas de ciencia-ficción de un vecino. Allí estaban Amazing stories y Wonder stories con sus espeluznantes cubiertas y su increíble prosa. Habían allí hormigas gigantes, monstruos de aspecto aterrador, seres escamosos de otros mundos y audaces astronautas armados con pistolas de rayos, que rescataban intrépidos a las asustadas doncellas cautivas de los alienígenas.
«En seguida quedé fascinado —reconoce Ray—. Por aquel entonces yo había empezado a plasmar mis propias fantasías sobre rollos de papel de envolver, escribiendo a lápiz… hasta que, por la Navidad de 1932, me regalaron una máquina de escribir de juguete. A partir de entonces utilicé aquella máquina, que sólo tenía letras mayúsculas, y empecé a escribir continuaciones a las historias que leía. Decidí convertirme en escritor porque no podía imaginar nada más maravilloso. ¡En realidad, todavía no puedo imaginarlo!».
Las actuaciones de Bradbury en Illinois como mago aficionado habían revelado cierto talento para la interpretación, y aunque renunció a la idea de hacerse mago profesional, le fascinaban los locutores de radio. Empezó a frecuentar la emisora local de Arizona, KGAR, con la esperanza de ser contratado, y alardeaba ante sus compañeros de escuela de que no tardarían en oír su voz en sus aparatos de radio.
«Por fin vencí la resistencia de la KGAR —dice Ray—, y me asignaron la tarea de leer un programa infantil que se emitía los sábados por la noche». El muchacho desempeñó aquella tarea durante cuatro meses, e intentaba cambiar su voz para cada uno de los personajes. («Incluso asumí un fuerte acento alemán para los Hermanos Katzenjammer.»[4]) Cuando terminó aquel programa, Bradbury se hizo especialista en efectos sonoros y trabajó como actor secundario en otros programas. Su única frustración era el no poder escribir los guiones de todos ellos.
En 1934, cuando Ray contaba trece años, abandonó su carrera radiofónica y se trasladó con su familia a California. Al descubrir que una vecinita suya poseía «una máquina de escribir auténtica», Ray empezó a dictarle relatos a un ritmo desenfrenado.
Mientras asistía a la escuela secundaria en Los Angeles, Bradbury empezó a ver sus incipientes esfuerzos literarios impresos en el periódico escolar, «The Blue & White Daily»; dos de sus poemas fueron publicados en revistas estudiantiles. También escribió varias comedias en las cuales, como él dice, «procuré atribuirme los papeles principales. Aquellos papeles siempre estaban hechos a medida para un joven de cinco pies y diez pulgadas de estatura, un poco gordo y con gafas».
Por aquel entonces asistió a un cursillo de literatura dirigido por Jennet Johnson, y empezó a leer las obras de Hemingway y de Thomas Wolfe, que ejercería una gran influencia sobre su estilo. Renunciando al almuerzo dos veces por semana durante varios meses logró ahorrar lo suficiente para comprar su primera máquina de escribir, a los diecisiete años, y empezó a inundar de relatos los buzones del «Saturday Evening Post» y de la revista «Harper’s». Relatos que le eran devueltos con toda regularidad.
En octubre de 1937, Bradbury asistió a la primera convención de Ciencia-Ficción de Los Angeles, y éste resultó ser un paso decisivo en su carrera como escritor profesional. Allí había otros hombres y mujeres jóvenes víctimas del mismo virus de la fantasía; allí halló comprensión e inmediata aceptación social. T. Bruce Yerke, que había invitado a Ray al club, le describió como «un individuo entusiasta, de pelo alborotado, que se hizo querer de todos nosotros, aunque a menudo era atacado con ceniceros y llaves por las enfurecidas víctimas de sus continuas bromas».
Forrest Ackerman, que era uno de los miembros más antiguos del club, describe al joven Bradbury como «un tipo imposible… un muchacho bullicioso, con un gran sentido del humor, que hacía interminables imitaciones de Adolfo Hitler, W. C. Fields y Franklin Delano Roosevelt… Los callos que tenemos en las rodillas los veteranos del club nos vienen de habernos arrodillado cada noche para dar gracias a Dios por haber vencido, una vez más, la tentación de estrangularle».
El propio Ackerman animó a Ray para que presentase un relato corto de ciencia-ficción, El dilema de Hollerbochen, a la revista ciclostilada del club, «Imagination». El relato fue publicado en el número de enero de 1938, y no revelaba ningún indicio de verdadero talento de Bradbury. Lo mismo puede decirse de casi todos los demás relatos que Ray produjo febrilmente para un puñado de fanzines[5] locales.
«Durante aquel período empecé a llamar a las puertas de los profesionales, la mayoría de los cuales pertenecían al club —dice Ray—. Anhelaba desesperadamente aprender los secretos de quienes dominaban el oficio; escribía un nuevo relato casi cada semana y lo hacía circular pidiendo críticas y consejos a Hank Kuttner, Leigh Brackett, Ed Hamilton, Bob Heinlein, Ross Rocklynne, Jack Williamson y Henry Hasse, todos los cuales fueron increíblemente amables conmigo e indulgentes con aquellos horribles engendros precoces. De hecho, los mencionados autores adelgazaron bastante gracias a las carreras que se daban para escapar por la puerta trasera de sus casas cuando Bradbury llamaba súbitamente a la puerta principal con un nuevo manuscrito en la mano».
Ray acabó sus estudios secundarios en junio de 1938, e inmediatamente se colocó de vendedor de periódicos en la esquina de las calles Olympic y Norton, lo cual le proporcionaba unos ingresos semanales de diez dólares. Con esta suma y lo que consiguió sacarles a sus padres, alquiló un despacho, instaló una mesa y una silla y metió allí su máquina de escribir.
«Pasaba las horas entre las ediciones de la mañana y de la tarde aporreando aquella máquina —dice—. Trabajaba también como actor, formando parte del Pequeño Teatro de Loraine Day. Pero el escribir ocupaba la mayor parte de mi tiempo; me limitaba a llenar cuartillas con descripciones, imágenes, fragmentos de relatos, bocetos de personajes, impresiones, diálogos y escenas. Eché mucho lastre, aprendiendo mientras lo hacía, desbrozando el camino para el trabajo profesional».
En verano de 1939, para dar salida al material acumulado, Bradbury creó su propio fanzine, al que bautizó «Futuria Fantasia». Allí, bajo su propio nombre y cuatro seudónimos (Guy Amory, Ron Reynolds, Anthony Corvais y Doug Rogers), llenó páginas de artículos, poemas, sátiras y media docena de cuentos. Heinlein, Kuttner, Rocklynne, Hannes Bok, Ackerman, Yerke, Hasse y Damon Knight colaboraron también en «FuFa» con pequeños trabajos. Mas, pese a los esfuerzos del editor Bradbury por encontrar subvenciones que le permitieran continuar la publicación («Las aportaciones serán recibidas cariñosamente y guardadas en un saco de terciopelo verde»), «FuFa» murió antes de que viera la luz su quinto número.
Liberándose del útero protector de la ciencia-ficción, Bradbury alcanzó una definitiva aunque precaria categoría profesional en noviembre de 1940, con No es el calor, es el Hu…, un relato satírico que apareció en «Script», revista de la Costa Occidental que había dado el espaldarazo a otros escritores de talento cuando aún eran desconocidos (entre ellos William Saroyan). El hecho de que la revista no pudiera pagar las colaboraciones en aquellos momentos de su azarosa existencia no enturbió lo más mínimo la inmensa dicha de Bradbury al ver por fin impreso su nombre como el de un verdadero profesional.
«Sin embargo —dice Ray—, cuando transcurrieron varios meses sin que el cartero me trajera ningún cheque, empecé a dudar de mi capacidad para conquistar un mercado rentable. Me dije a mí mismo que si no conseguía cobrar una historia antes de mi vigésimo primer cumpleaños, dejaría de pelear con molinos de viento».
Un mes antes de su vigésimo primer cumpleaños, a finales de julio, recibió un cheque de 27,50 dólares de «Super Science Stories» en pago por un relato que Ray había sacado de las páginas de «FuFa» y refrito en colaboración con Henry Hasse. Se intitulaba Pendulum, y apareció en el mes de noviembre bajo los nombres de ambos coautores.
«De aquel cheque me correspondían 13 dólares y 75 centavos, pero a mí me pareció un millón —cuenta Ray—. Inmediatamente me separé del grupo Pequeño Teatro; lo mío no era ser actor. ¡Yo era un escritor! Cuando terminó el año 1941 había escrito 52 historias en 52 semanas, y había vendido tres de ellas con ayuda de mi agente Julius Schwartz».
En 1942, después de vender otra media docena de historias, Ray dejó su empleo de vendedor de periódicos para dedicar todo su tiempo a escribir. Invadió las páginas de «Weird Tales». (Cuentos Fantásticos), y allí florecería su talento excepcional. En su segundo relato para aquella revista, El viento, publicado a comienzos de 1943, empezó a examinar sus propios temores y recuerdos infantiles para elaborar con ellos fantasías emotivamente auténticas. Y en diciembre de aquel mismo año apareció su primer relato de ciencia-ficción verdadera: Rey de los espacios grises, la emocionante historia de un muchacho que abandona a su familia y a sus amigos para hacerse piloto espacial. Ray Bradbury se distinguía ya como un creador sumamente original dentro del campo de la ciencia-ficción fantástica, pero su estilo todavía era inseguro.
Por falta de orientación, Bradbury producía al mismo tiempo cosas muy buenas y muy malas. La variedad de ciencia-ficción no científica que quería escribir no gustaba a los editores. En cambio, halló aceptación en los cuadernos de relatos policíacos. Los editores de ciencia-ficción le aconsejaron que se «adaptara», que procurase escribir conforme a una fórmula más estandarizada si quería vender. Cediendo a la imposición, produjo tres lamentables imitaciones de Leigh Brackett para «Planet», mientras seguía escribiendo relatos policíacos convencionales y vulgares para las revistas del género. Sólo en «Weird Tales» su obra se manifestaba moderna y original, y maduraba como escritor con narraciones tales como La concha marina, El lago y La jarra.
Dado inútil para el servicio militar por corto de vista, Bradbury contribuyó al esfuerzo bélico durante los años cuarenta escribiendo guiones radiofónicos para el Banco de Sangre de la Cruz Roja.
«A finales de 1945 necesité quinientos dólares para un viaje a Méjico —cuenta Bradbury—. Sabía que para conseguir aquella suma tendría que acudir a las revistas que pagaban mejor. Como se me había publicado regularmente en revistas de las llamadas populares, temí que los editores de las revistas “de lujo” me despreciasen si utilizaba mi verdadero nombre. Conque presenté tres relatos nuevos como “William Elliott”… ¡Y en tres días seguidos recibí cheques de “Collier’s”, “Mademoiselle” y “Charm”! Lo cual me proporcionó más de lo que necesitaba para nuestro viaje. En seguida escribí a cada uno de los editores, comunicándoles mi verdadero nombre, y resultó que ninguno de ellos había oído hablar de Ray Bradbury, y no tenían inconveniente en hacerlo figurar en las narraciones que habían comprado. Aquello fue lo que me lanzó, hasta cierto punto. ¡Fue una semana gloriosa!».
Aquel mismo año apareció la famosa narración de Bradbury sobre el tema de la discriminación racial, El gran juego blanco y negro, desarrollada en la atmósfera realista de un campo de beis-bol. Publicado por «The American Mercury», el relato fue seleccionad) por Martha Foley para Los mejores cuentos norteamericanos de 1946… Así se cumplió el sueño infantil, haciendo ingresar al joven autor en el privilegiado grupo de los mejores cuentistas de América.
El matrimonio fue «el segundo paso trascendental» en la vida de Bradbury. Su noviazgo con Marguerite McClure, una licenciada de la Universidad de Los Angeles, empezó de un modo muy poco corriente.
«Maggie trabajaba en una librería —cuenta Bradbury—. Cada tarde veía entrar a un individuo que llevaba una cartera de mano, curioseaba por todas las estanterías, cogía algunos libros, los soltaba, y luego se marchaba. Cuando se echaron en falta algunos libros, Maggie estuvo segura de haber descubierto al ladrón: aquel tipo de aspecto sospechoso con la cartera de mano… ¡que era yo! Así nos conocimos. Por fortuna, los libros que faltaban fueron recuperados, y yo acabé por robar a Maggie».
Se casaron en septiembre de 1947, un mes antes de que la Arkham House publicara el primer libro de Ray, Dark carnival. En su despedida de soltero. Bradbury amontonó millares de páginas manuscritas, que totalizaban unos dos millones de palabras, e hizo una fogata gigantesca con ellas. («Era un material muy malo, que merecía ser quemado, y nunca he lamentado haberlo destruido»).
Una semana después del nacimiento de su primera hija, Ray escribió un cuento poético, Switch on the night (Hágase la noche), destinado, dice, «a enseñarle a mi hija a no temer la oscuridad como la temía yo cuando era niño». (Esta narración fue publicada como ganadora de un premio en una colección de cuentos infantiles, en 1955).
El siguiente paso importante en la carrera ascendente de Bradbury estuvo relacionado con Marte y con una serie de cuentos poéticos, delicadamente elaborados, sobre el Planeta Rojo.
«Había estado leyendo unos maravillosos relatos de Wolfe, Steinbeck, Hemingway, Sinclair Lewis, Sherwood Anderson, Jessamyn West, Katherine Anne Porter y Eudora Welty, y se me ocurrió una idea: escribir una serie de cuentos sobre Marte, sobre sus habitantes, y la llegada de los terrícolas, y sobre la soledad y el terror en el espacio. Al paso de los años, las narraciones fueron surgiendo por sí mismas, a veces inspiradas en poemas que Maggie leía en voz alta para mí en las noches de verano —tales como Y la Luna seguirá siendo tan brillante—, a veces por ensayos literarios o largas conversaciones. En 1948 la obra adquirió forma para mí de súbito, y en 1950 era una realidad en forma de libro».
Con el éxito de Crónicas marcianas, Bradbury se convirtió en una importante figura literaria. Famosos críticos como Christopher Isherwood, Clifton Fadiman y Gilbert Highet empezaron a pregonar sy talento. En Inglaterra, Angus Wilson declaró: «Para quienes se preocupan por el futuro de la novela en lengua inglesa, este libro, en mi opinión, es uno de los indicios más esperanzadores de los últimos veinte años…».
Y el venerable periódico inglés «Punch», dijo de su obra: «Tomar los elementos accesorios de la “ciencia-ficción” —las naves espaciales, los robots y las exploraciones galácticas— y crear con ellos unas narraciones tan delicadas como las canciones de Ferré o las acuarelas de Cézanne, es una hazaña de altos vuelos. Resulta difícil hablar con ponderación de esos cuentos extraordinarios».
En 1952 John Huston escribió una carta a Bradbury anunciándole que esperaba interesar a una productora en la financiación de una versión cinematográfica de las Crónicas. Y ésta fue una noticia muy excitante para Ray, dado que Huston era uno de sus «dioses personales», un director con quien había soñado trabajar. El proyecto no llegó a materializarse, pero Huston estableció contacto con Bradbury en otoño de 1953, encargándole el guión de Moby Dick.
«Quedé desconcertado —dice Ray—. De niño había intentado leer el libro, pero no pude pasar de las primeras páginas. Le dije a Huston que le comunicaría mi respuesta a la mañana siguiente… y me zambullí en Melville, leyendo toda la noche. Al amanecer supe que podría hacer el guión, y en septiembre, acompañado de Maggie, embarqué hacia Irlanda para lo que iba a ser una extraordinaria aventura».
La única experiencia cinematográfica anterior de Bradbury consistía en un relato original que había escrito aquel mismo año para la Universal, Llegó del espacio exterior, el cual desarrolló para que le sirviera a Harry Essex para el guión. Lo de Moby Dick era una tarea mucho más complicada, y requería traducir al lenguaje cinematográfico la esencia de Melville. Lógicamente intimidado ante tal perspectiva, Bradbury no estaba preparado para enfrentarse además con la exuberante y agresiva personalidad de Huston.
«Dice que va a corromperme —escribió Bradbury desde Dublín—. Huston quiere hacerme montar a caballo, llevarme a cazar con perros, hacerme volar en un avión ultrarrápido y aficionarme a la bebida y a las mujeres».
Huston se reunió con Ray en Dublín e invitó a Bradbury a un recorrido por la campiña irlandesa en compañía de otro escritor, Peter Viertel (que se encontraba allí para trabajar en otra película).
Recordando aquella primera tarde con Huston, Ray dice: «Estábamos cruzando a campo través cuando John vio cerca de nosotros un enorme toro negro que nos miraba fijamente. Antes de que pudiéramos impedirlo, John se quitó la chaqueta y como si fuera la muleta de un torero la agitó ante los hocicos del animal, gritando: “¡Eh, toro! ¡Eh!”. ¡Dios mío! Pete y yo nos quedamos paralizados. Por último, el toro resopló, sacudió la cabeza y se alejó. ¡John se mostró muy decepcionado porque no le había embestido!».
Huston ha sido siempre un notorio bromista y Bradbury, desde luego, fue una víctima propiciatoria durante la filmación de Moby Dick.
«Estábamos a más de la mitad en la versión final del guión —cuenta Bradbury—, cuando John se presentó con un telegrama que, según él, acababa de recibir de la oficina central de la Warner.
Decía: “NO PODEMOS CONTINUAR PELÍCULA A MENOS DE QUE SE INCLUYA INMEDIATAMENTE PERSONAJE FEMENINO SEXY. Arrugué el telegrama, lo tiré al suelo y creo que incluso lo pisoteé. John no pudo contenerse. Le vi sobre el sofá, retorciéndose y riendo como un gorila”».
Sin embargo, Bradbury pudo sacarse la espina, y con creces, en otra ocasión. «John había invitado a cenar en su finca irlandesa a un grupo de lores y ladies de lo más selecto. Me atosigó diciéndome que debía presentarme correctamente ante sus invitados, y yo insistí en que no tenía traje de etiqueta. Pero él siguió insistiendo en presencia de Pete Viertel. Finalmente, cuando John hubo salido de la habitación, Pete me dijo que le acompañara al desván. “¡Vamos a darle una lección a ese cabrito!”, murmuró, y sacó una vieja falda a cuadros, unas polainas negras, un bolso con flecos y una chaqueta de smoking. “¿Entiendes? —me preguntó—. ¡Iremos de escoceses!”. Cuando llegaron los superdistinguidos huéspedes y John estaba en su elemento representando el papel de anfitrión, empecé a bajar la escalera. Desde el umbral de la puerta, con voz retumbante, Pete me anunció como Laird McBradbury. Todos los lores y ladies volvieron la cabeza hacia mí. ¡Vi que la mandíbula de John colgaba como si fuese a caer al suelo! Fue un momento delicioso».
Ray pasó seis meses en Irlanda trabajando en el guión, haciendo y rehaciendo hasta 1200 páginas en total, que quedarían reducidas a 134. Moby Dick, con algunos pequeños retoques al guión por parte de Huston, fue estrenada en 1956, y aunque esta saga de la Gran Ballena Blanca no tuvo el éxito de crítica que Ray esperaba (debido, en gran parte, a la floja interpretación de Gregory Peck como capitán Achab), la recaudación de cinco millones de dólares acrecentó la reputación de Bradbury y le allanó el camino para otros trabajos como guionista.
«Me llamaron de unos grandes estudios para que rehiciera un guión sobre un tema fantástico —dice Ray—, y el productor me preguntó si me había gustado cuando terminé de leerlo. “Es muy bueno —dije—. Tiene que gustarme, porque es mío”. El tipo había cogido uno de mis relatos, le había dado la idea a otro escritor, y luego me había llamado para que hiciera la versión final, sin darse cuenta de que yo era el autor de la historia original que él se había apropiado. Terminó pagándome derechos de autor y yo salí de allí como alma que lleva el diablo. Creo que esta anécdota es típica de Hollywood».
La experiencia de Bradbury con Huston le proporcionó tema para una colección de narraciones y comedias irlandesas, además de darle oportunidad de visitar algunas de las grandes capitales del mundo: Venecia, Florencia, Milán y París. En verano de 1957 añadió Londres a la lista, pues sir Carol Reed, el director británico, le reclamó para que realizara la adaptación cinematográfica de su historia Y la roca gritó.
«Todavía no se ha dado la primera vuelta de manivela —dice Ray—, por que Reed no pudo resolver los problemas financieros. Tuve la misma mala suerte con las Crónicas en la Metro Goldwyn Mayer en 1961, después de trabajar varios meses en un guión de 158 páginas basado en el libro. Y escribí otra versión inédita en 1964. Al menos FranÇois Truffaut ha llevado mi Fahrenheit 451 a la pantalla, aunque yo no trabajé en el guión».
Bradbury tiene siempre varios guisos literarios cociéndose, e incluso los proyectos que no llegan a materializarse le producen a menudo apreciables dividendos. (Cobró 10 000 dólares de una cadena de TV por una adaptación de El cohete, y otros 10 000 por una opción sobre The Wonderful Ice Cream Suit como película en proyecto. Ninguna de estas producciones llegó a realizarse).
Además de sus libros, poemas, cuentos, guiones para TV y cinematográficos, comedias y artículos, Bradbury «se mantiene en forma mental» dando conferencias varias veces al mes. Ha hablado ante clubs particulares, auditorios estudiantiles y congresos de escritores de costa a costa. En su «tiempo libre», pinta al óleo y administra comités. («Si existieran tres Ray Bradbury podría darles trabajo a todos ellos»).
En 1951 Bradbury cobraba ya los derechos de reimpresión de 100 relatos al año, una cifra que se cuenta por millares, ya que su obra aparece en más de una docena de idiomas y en numerosas publicaciones internacionales tales como «Per spektev», «Europa», «Crespi», «Temps Modernes», «Nuovi», «Vitalino» y «Hjemmet».
Bradbury es un decidido defensor de Los Angeles, y nada le irrita tanto como los neoyorquinos cuando hablan lúgubremente de los «peligros» de vivir cerca de Hollywood. («Puedo atestiguar que cualquier escritor neoyorquino celoso de su virginidad puede vivir en Los Angeles sin asistir a ninguna orgía, sin ser arrojado a una piscina con una starlet rubia, ni comprometerse con un especulador inmobiliario de Salton Sea»).
Bradbury es un poeta en prosa en la era espacial, un hombre enamorado de la belleza de la palabra escrita; su obra refleja una pasión por la forma, el sonido y los ritmos exactos del lenguaje… y ha sido capaz de traducir esta pasión en una creación literaria de categoría superior. Después de producir más de dos docenas de libros y más de 700 obras menores (incluyendo los guiones para la televisión y las conferencias editadas), está tan ocupado como siempre, planeando una nueva producción teatral, otro libro de cuentos, una ópera basada en su Ciudad perdida de Marte, una serie para la televisión y una continuación de Vino amargo intitulada El verano de despedida.
«Durante los últimos cuarenta años he escrito todos los días de mi vida —dice—, y pienso seguir haciéndolo durante otros cuarenta. Entonces cumpliré los noventa y tres y consideraré la posibilidad de trabajar menos».
Se toma muy en serio su productividad. «El éxito es un proceso continuo. El fracaso es la inacción. El hombre que se mantiene en movimiento y trabajando no fracasa».
Ray Douglas Bradbury sigue moviéndose… y triunfando.
Bibliografía
Recopilada por William F. Nolan
Dark carnival (Relatos), Arkham House, Sauk City 1947, 313 pp. The martian chronicles (Relatos), Doubleday, Nueva York 1950, 222 páginas.
The illustrated man (Relatos), Doubleday, Nueva York 1951, 252 pp. Timeless stories for today and tomorrow (Relatos de R. B. y otros, recopilados por R. B.), Bantam Books, 1952, 306 pp.
The golden apples of the sun (Relatos), Doubleday, Nueva York 1953, 250 pp.
Fahrenheit 451 (Novela), Ballantine Books, Nueva York 1953, 201 pp. The october country (Relatos), Ballantine Books, Nueva York 1955, 307 pp.
Switch on the night (Versión infantil ilustrada por Madeleine Gekiere), Pantheon 1955, 49 pp.
The circus of Dr. Lao and other improbable stories (Relatos recopilados por R. B.), Bantam 1956, 210 pp.
Dandelion wine (Novela), Doubleday, Nueva York 1957, 281 pp.
A medicine for melancholy (Relatos), Doubleday, Nueva York 1959, 240 pp.
The day it rained forever (Relatos), Rupert Hart-Davis, Londres 1959, 254 pp.
Something wicked this way comes (Novela), Simon and Schuster, Nueva York 1962, 317 pp.
R is for rocket (Relatos, versión juvenil), Doubleday, Nueva York 1962, 233 pp.
The anthem sprinters and other antics (Piezas teatrales), Dial Press, 1963, 159 pp.
The machineries of joy (Relatos), Simon and Schuster, Nueva York 1964, 255 pp.
The vintage Bradbury (Relatos), Vintage/Random House, 1965, 330 páginas.
The autumn people (Relatos en versión dibujada por A. B. Feldstein), Ballantine Books, Nueva York 1965, 189 pp.
Tomorrow midnight (Relatos en versión dibujada por A. B. Feldstein), Ballantine Books, Nueva York 1966, 189 pp.
S is for space (Relatos, versión juvenil), Doubleday, Nueva York 1966, 239 pp.
I sing the body electric! (Relatos), Alfred A. Knopf, Nueva York 1969, 305 pp.
The wonderful ice cream suit and other plays (Piezas teatrales), Bantam Books, 1972, 162 pp.
The Halloween tree (Relato infantil), Alfred A. Knopf, Nueva York 1972, 146 pp.
Para más detalles sobre la actividad literaria de R. Bradbury, véase William F. Nolan, The Ray Bradbury companion, Gale Research, The Book Tower, Detroit, Michigan.