II
Inmensamente alta, eternamente noble, la mujer caminaba lentamente entre las nubes grises que se deslizaban por el firmamento. En sus gestos de pesar, movía su pesado cabello adornado con joyas oscuras; los gestos de su cabeza, los latidos de su corazón; una reina fúnebre paseando junto a un mar oscuro, plomizo. Animales salvajes encadenados se movían lentamente a sus pies; el tigre deslizándose felinamente con triste majestuosidad, el mono haciendo gestos de imitación de su triste desesperación; se arrancó los lazos de los cabellos en su agonía, y se deslizaron por el viento helado. Se agachó para desencadenar al tigre, incitándolo a aprovechar su libertad, pero la fiera pareció convertirse en olas dilatadas que flotaron con vida fantasmagórica entre las estrellas. El mono se enroscó a sus pies y la mujer dejó descansar sus largos dedos en su cabeza. El mono se había vuelto de piedra. La mujer comenzó a entonar un canto fúnebre a la vez que rompía uno a uno sus brazaletes junto al mar.
Aarón ya estaba despierto y sus ojos estaban húmedos de emoción y pena. Oyó su propia garganta haciendo un sonido que jamás había repetido desde el día en que murieron sus padres, recordó de pronto. La almohada estaba empapada. ¿Qué sucedía? Aquel maldito sueño, el tigre y el mono de Lory, pensó. ¡Fuera con todo aquello!
Se irguió y se dio cuenta de que no era por la mañana, como había pensado, sino que estaba todavía en plena noche. Mientras se humedecía la cara se dio cuenta agudamente de la existencia de una dirección a sus pies, una línea invisible que descendía hasta la nave exploradora herméticamente cerrada donde se hallaba el extraño. El extraño de Lory se hallaba allí.
De acuerdo. Enfrentémonos a ello, se dijo.
Se sentó en el catre, en la oscuridad. ¿Cree usted en poderes telepáticos extraños, doctor Kaye? ¿Es posible que ese vegetal encerrado ahí esté transmitiendo en una longitud de onda humana para expresar su desesperación?
Supongo que es posible, doctor. Casi todo es posible.
Pero las muestras de los tejidos, las fotografías… Mostraban una estructura no diferenciada, mostraban que no existía organización neuronal. Que no había cerebro. Era como una planta. Como una coliflor, como un liquen de gran tamaño, como un racimo de grandes uvas, dijo su hermana. Todo lo que hacía era utilizar su metabolismo y despedir una pequeña luminiscencia biológica. Potenciales celulares más bien discretos no pueden generar nada suficientemente complejo como para desatar emociones humanas. ¿O pueden hacerlo? No, no pueden, decidió. Ni siquiera podemos hacerlo nosotros, por amor de Dios… Y no se trata de algo físico, como por ejemplo de algo subsónico; no es posible con el vacío espacial de por medio. Por otra parte, sin embargo, si esa cosa fuera capaz de hacer eso, Lory posiblemente no hubiera podido regresar en perfecto estado de salud mental. Casi un año viviendo cerca de una cosa capaz de emitir pesadillas… No, ni siquiera Lory podía haber resistido algo así. Debe tratarse de mí, soy yo quien está proyectando.
¡De acuerdo, soy yo!
Volvió a echarse en la litera, pero se acordó de que había llegado el momento de realizar otro examen general. Debía desarrollar también la sesión de asociación libre. Era posible que hubiera también otras personas que estuvieran experimentando fenómenos de agotamiento. Esas visiones de los que creían haber visto a Tighe… La última vez que se presentaron casos semejantes pudo diagnosticar a tiempo dos casos de depresión incipientes. Y era él mismo quien debía realizar personalmente esa parte del trabajo, pues eran muchos los que no lo aceptarían de Coby. Ese pensamiento le hizo sentirse culpable y, además, era posible que no fuera cierto… La verdad es que la gente hablaba más con Coby que con él. Tal vez él también tenía algunas de esas manías de superioridad, como Lory. Hizo una mueca y apartó esos pensamientos.
… Tighe se deslizaba entre los muros enroscado en posición fetal; su saco genital era enorme. Pero se trataba de un Tighe diferente. Era verde, según pudo ver Aarón, y fofo e hinchado como una enorme coliflor o un cúmulo. No asustaba. De hecho, no era nada real, así que Aarón pudo contemplar indiferentemente cómo esa nube-cúmulo-Tighe se hinchaba. Se deslizaba flotando hasta adquirir vida fantasmagórica entre las estrellas. Una bulbosa mano de recién nacido se movía lentamente, ta… ta…
Con un sobresalto, Aarón descubrió que ya había llegado la mañana. Se levantó vacilante y sintiéndose mal. Cuando salió, Solange estaba ya sentada junto a la mesa, al otro lado de la pared de vitrex. Instantáneamente, Aarón se sintió mejor.
—¡Soli! ¿Dónde has estado metida?
—¡Hay tantos problemas, Aarón! —hizo un gesto de preocupación—. Ya lo verás cuando salgas de aquí. No voy a darte más suministros.
—Tal vez no salga —Aarón tomó su taza de bebida caliente.
—¿Qué? —reflejó duda, temor—. El capitán Yellaston dijo tres semanas; el período ha transcurrido ya y te encuentras perfectamente sano.
—La verdad es que no me encuentro bien del todo, Soli.
—¿Es que no quieres salir, Aarón?
Sus ojos negros temblaron ansiosos; sus senos amplios mostraron la opresión de las ropas que los sujetaban. Aun desde el otro lado del vitrex, Aarón sentía la calidez y la atracción de la mujer Aarón trató de devolver aquella radiación. Habían sido amantes desde hacía cinco años; él la amaba inmensamente, a su manera, con su bajo impulso sexual.
—Ya sabes que sí, Soli.
Observó a Coby que llegaba en esos momentos con los registros y gráficos de Aarón.
—¿Cómo me va, Bill? ¿Algún síntoma de la plaga extraña?
El rostro de Solange se conmovió de nuevo con una expresión de simpatía: una tierna alarma. Es como un juego, pensó Aarón. Si un brontosaurio le aplastara un pie, Soli soltaría un «¡oh!» de simpatía. Tal vez hiciera lo mismo ante la crucifixión, pero no se lo reprochaba. Pero había demasiada observación y demasiado control bioeléctrico para todo el mundo.
—A primera vista no veo nada anormal, doctor, excepto que no duerme demasiado bien.
—Ya lo sé. Malos sueños. Demasiada excitación hace que inquietudes pasadas vuelvan. Cuando salga de aquí realizaremos un nuevo reconocimiento general.
—Cuando el médico enferma reconoce a todo el mundo —dijo Coby con simpatía, lo que hizo casi desaparecer la expresión maligna que de ordinario había en su rostro. Se sentía feliz, eso estaba claro—. Hablando de otra cosa, jefe, Tighe está despierto. Acaba de hacer un pipí.
—Bien. Veré si consigo hacerle comer un poco.
Cuando entró Aarón, se encontró a Tighe que trataba de sentarse en la cama.
—¡Hola, Tighe! ¿Quieres salir y comer un poco?
Aarón le libró de los tubos, catéteres y electrodos y le ayudó a salir hasta el dispensador de víveres. Cuando Tighe vio a Solange agitó la mano con su antiguo gesto alegre y juvenil de saludo. Resultaba fantástico ver de nuevo el movimiento tantas veces practicado, tan rápido y hábil; durante unos minutos, el movimiento disimuló su incapacidad. Con aire normal tomó la bandeja y comenzó a comer, pero al cabo de unos bocados se escapó un violento sonido de su garganta y la bandeja se le cayó. Tighe se quedó mirándola con expresión trágica mientras Aarón se agachaba para recogerla.
—¡Déjalo, Aarón, ya lo haré yo! Tengo que entrar —dijo Solange mientras se ponía el traje de descontaminación.
Solange entró en la sección de cuarentena llevando el nuevo montón de cintas de registro que Aarón tenía que examinar. Aarón se dirigió con ellas al hall para estudiarlas. La sala de entrevistas servía también, normalmente, como unidad de proceso de datos. Los constructores del «Centauro» realizaron un buen trabajo, pensó mientras las bobinas giraban y el analizador daba las respuestas, normal-normal, como antes. Todo estaba previsto para la cuarentena; todo estaba previsto para toda eventualidad. Imaginar nada menos que un navío estelar… Sí, estoy aquí, en una nave, en medio de las estrellas. «Centauro» es el segundo que jamás… «Pioneer» fue el primero. Aarón estaba en el tercer curso cuando el «Pioneer» zarpó en dirección a la estrella Barnard. Estaba terminando el bachillerato cuando en la tierra se recibió la señal roja: nada.
¿Qué era lo que giraba en torno a la Barnard? ¿Una roca? ¿Una bola de gas? Jamás lo sabría, pues el «Pioneer» no logró emitir señales estructurales de vuelta a la Tierra y Aarón trabajaba como interno cuando se dio por perdido al «Pioneer». Su código regular de identidad había fallado y de su dirección sólo se recibía una débil señal de radio que ni siquiera se sabía si procedía de él ¿Qué había ocurrido? No había en qué basar ningún tipo de especulaciones El «Pioneer» era una nave espacial mucho más pequeña y menos perfecta. Los constructores del «Centauro» lo fueron modificando en su diseño de acuerdo con las informaciones recibidas del «Pioneer» mientras se iba alejando y se hallaba todavía dentro del alcance de los aparatos de comunicación verbal o escrita.
Aarón volvió a dedicar su atención a las cintas, suprimiendo de manera automática el pensamiento de qué ocurriría si, después de todo, el «Centauro» tampoco lograba encontrar nada. Todos ellos habían sido entrenados para no pensar en ello, no pensar en que la Tierra no estaba en condiciones de poder realizar otra expedición si el «Centauro» fracasaba. Pero, incluso aunque se pudiera, ¿adónde habrían de dirigirse después? Nueve años-luz hasta Sirio. Un viaje sin esperanza. La energía y los recursos necesarios para construir el «Centauro» casi habían llegado al extremo límite diez años antes. Incluso cabía la posibilidad de que ahora ya no fuera necesaria la emigración debido al canibalismo. Aarón se estremeció sólo de pensarlo. Y más todavía ante el pensamiento de que, incluso si lograban encontrar un planeta colonizable, ya podía ser demasiado tarde y nadie esperaría la señal.
Logró poner en orden su subconsciente con un esfuerzo mental y confirmó que los registros y gráficos recogidos en las cintas no indicaban nada anormal, con excepción de las curvas generadas por sus pesadillas. Los niveles de descenso de Lory eran algo más bajos, aunque estaban dentro de los límites normales. En cuanto a Tighe, había descendido un poco más desde el día anterior. ¿Por qué razón?
Ya era tiempo de prepararlo todo. Lory y Solange estaban esperando para lo que el capitán Yellaston había llamado cortésmente la «decodificación» final. Aarón se dirigió al cubículo de observación y se preparó para observar.
Frank Foy fue el primero en aparecer en su pantalla para hacer las preguntas estandardizadas. Aún estaba allí cuando entraron Yellaston y los comandantes de exploradores. De nuevo Aarón sintió odio por la escena que tenía que contemplar; tuvo que admitir, no obstante, que tanto Don como Tim tenían expresión de neutralidad e imparcialidad. Entrenamiento especial; por lo tanto, debían conocer a la perfección todo lo relacionado con la humillación corporal.
Foy terminó con las preguntas preliminares. El capitán Yellaston puso en marcha el aparato registrador sellado y el diario de a bordo.
—Doctora Kaye —comenzó Foy el interrogatorio—, tratemos de su viaje de vuelta a la nave. El módulo de carga en que usted transportaba la forma de vida extraña tenía un sistema de visualización enlazado con el módulo de mando en el cual vivía usted. Ese sistema estaba cerrado, soldado. ¿Lo hizo usted?
—Sí, fui yo.
—¿Por qué lo cerró? Por favor, responda concisamente.
—El telón de cierre no era hermético y dejaba filtrarse la luz. No quería que mi ciclo diario de luz pudiera afectar a aquella forma de vida extraña. Pensé que eso podría causarle daño, pues parecía ser extremadamente sensible a la luz. Se trata del espécimen biológico más importante que jamás conseguimos, así que pensé que debía tomar el máximo de precauciones. El módulo de carga estaba preparado para dar al espécimen un ciclo circadiano de veintidós horas con cambios graduados, exactamente igual que en el planeta. Allí hay unos largos atardeceres maravillosos, ¿no lo sabía?
Foy tosió reprobatoriamente.
—No se conformó con cerrarlo sino que lo soldó. ¿Tenía usted miedo de la forma extraña?
—¡No!
—Repito: ¿Tenía usted miedo de la forma extraña?
—No, no lo tenía… bueno, sí… Supongo que estaba un poco asustada en cierto sentido. Ya puede suponerlo. Tenía que permanecer sola durante todo ese tiempo. Estaba convencida, segura, de que aquella forma de vida era inofensiva, pero pensaba que podía crecer en exceso bajo la influencia de la luz y en dirección a ella. Incluso pensé en la posibilidad de que adquiriese movilidad Existe una mixomiceta común —un hongo— que tiene una fase móvil, la Lycogala epidendron. En fin, yo no estaba segura de lo que podía ocurrir. Y tenía miedo de que la actividad luminiscente de la forma pudiera mantenerme despierta. Yo no duermo muy bien y mi sueño es muy ligero.
—En consecuencia, ¿no creía usted que aquella forma de vida pudiera resultar peligrosa?
—No ¡Y ahora estoy segura de ello! No hizo nada en todo el viaje. Puede usted comprobarlo revisando todos los registros de datos.
—¿Puedo recordarle a usted que debe controlar su forma de hablar, doctora Kaye? Volviendo otra vez al hecho de que el comunicador visual estuviera cerrado, ¿es que tenía usted miedo de ver al extraño?
—Claro que no. ¡No!
El joven Frank es realmente un tipo excepcional, pensó Aarón; tiene más imaginación de lo que pensaba.
—Doctora Kaye, usted ha declarado que el instrumento utilizado para la soldadura fue dejado en el planeta. ¿Por qué?
—El comandante Kuh lo necesitaba.
—Y también ha desaparecido el equipo de herramientas normal de la nave exploradora. ¿Por qué?
—Ellos tenían necesidad de todo. Si en la nave ocurría alguna avería durante el regreso yo no sabría arreglarla, así que las herramientas no me servían de nada.
—Por favor, doctora Kaye. No se extienda en las respuestas.
—Lo siento.
—¿Tenía usted miedo de tener a bordo un aparato con el que podía haber soltado la forma extraña que llevaba a bordo?
—¡No!
—Repito: Doctora Kaye, ¿no tenía usted miedo de llevar a bordo un instrumento con el que podría haber abierto la puerta de acceso al módulo donde venía la forma extraña?
—¡No!
—Repito: ¿Tenía usted miedo de poseer un medio con el que abrir la puerta a esa vida extraña?
—No. Eso es una estupidez.
Foy verificó algunas de sus cintas de registro y grabaciones. El hígado de Aarón no necesitaba de aparatos de registro, pues ya estaba registrando el exagerado candor. ¡Dios mío! ¿Sobre qué, por qué, estaba mintiendo Lory?
—Repito: Doctora Kaye…
Foy iba a continuar insistiendo tozudamente en la misma pregunta, pero Yellaston alzó la mano y le interrumpió. Foy dejó a un lado las cintas que había estado comprobando.
—Doctora Kaye, ¿quiere usted explicarnos de nuevo por qué razón no recogió los datos computados desde el principio de su llegada al planeta?
—Sí los recogimos. Gran número de datos los suministramos a la computadora, pero ésta no los almacenó porque el circuito de recepción estaba interrumpido. A nadie se le ocurrió comprobarlo; quiero decir que no se nos ocurrió que algo así pudiera ocurrir, pues no se trata de una avería normal, a mi juicio. Es una pena todo el material que perdimos. Mei-Lín y Líu hicieron un extensísimo trabajo eco-geológico de los perfiles y los lechos de los ríos, de todos los aspectos biológicos, de todo…
—Bien, doctora Kaye, ¿eliminó usted los datos de la computadora?
Lory se mordió los labios y se ruborizó. Al cabo de diez años en el espacio aún tenía pecas.
—¡No!
—Por favor, doctora Kaye. Bien, voy a tratar de refrescar su memoria sobre esta grabación supuestamente hecha por la voz del comandante Kuh.
Apretó unos botones y se oyó una voz débil que decía:
—«Muy… bien, doctora Ka-yee. Usted… irá».
Desde luego, era la voz de Kuh; Aarón conocía esos audiogramas, que no resultaban favorables para la voz humana ni agradables para los oídos.
—¿Afirma usted que el comandante Kuh estaba en buen estado de salud cuando pronunció esas palabras?
—Sí. Desde luego, estaba cansado. Lo estábamos todos.
—Por favor, doctora Kaye, limite sus respuestas. Repito: ¿Se hallaba el comandante Kuh en un estado normal de salud, aparte de su cansancio, cuando se hizo esta grabación?
—¡Sí!
Aarón cerró los ojos. Lory, ¿qué es lo que has hecho?
—Repito: ¿Se hallaba el comandante Kuh en perfecto estado de salud física y mental…?
—¡Oh, ya está bien! —Lory movió la cabeza desesperadamente—. Déjelo ya… No era eso lo que quería decir, señor —sus ojos se dirigieron hacia la pantalla, para ella apagada pero que sabía era la que utilizaba Yellaston para observarla, y suspiró profundamente—. Realmente lo que ocurrió no tenía ninguna importancia. Fue una diferencia de criterio. El segundo día en el planeta.
Yellaston levantó un dedo advirtiendo a Foy. Los dos comandantes de exploradores parecían estatuas.
—Dos de los miembros de la tripulación creyeron que era más seguro para ellos quitarse sus trajes espaciales —dijo Lory con un suspiro—. El comandante Kuh no se mostró conforme con esa idea y, sin embargo, los hombres se los quitaron. Y no querían volver al módulo de desembarco, pues pensaban que era mejor acampar fuera…
Lory levantó los ojos como si pidiera comprensión de quienes la estaban escuchando, y continuó:
—Es que el planeta es tan agradable… y nosotros llevábamos ya tanto tiempo encerrados en esta nave…
Foy vio algo sospechoso. Pensó que por ahí podía llegar a descubrir algo anormal, peligroso. Dio un golpe sobre la mesa y lanzó su pregunta como una catapulta:
—¿Quiere usted decir que el comandante Kuh se quitó el traje espacial y enfermó?
—¡Oh, no! Hubo una… digamos una pequeña discusión —dijo Lory dolorosamente—, y como consecuencia de ella sufrió una magulladura en la zona de la laringe. Ésa es la razón por la cual…
Lory se dejó caer en la silla casi llorando.
Yellaston se levantó y apartó a Foy del micrófono.
—Es muy comprensible, doctora —dijo con calma—. Me doy cuenta del enorme esfuerzo que debe representar para usted este informe, sobre todo después de la gran tensión de regresar sola a la base. Ahora creo que ya tenemos un buen informe, completo y suficiente.
Foy se levantó entre sorprendido y enojado. Él había olido algo podrido, pero era algo distinto de lo que había pensado. Aarón lo comprendió. El chino supersensible, la necesidad de evitar disensiones internas entre el cuerpo de oficiales… Implicaciones y más implicaciones. Hubo una rebelión entre la tripulación de Kuh y por esa razón alguien borró la memoria mecánica del «China Flowers».
¡Ése era el secreto de Lory! Aarón respiró hondamente, aliviado, con euforia. ¡Eso era todo!
El capitán Yellaston era un veterano en esos asuntos y sabría cómo suavizarlos.
—Supongo, doctora Kaye —dijo el capitán—, que la situación fue resuelta rápidamente por la decisión del comandante Kuh de comenzar la colonización, y su confianza en que usted nos traería su mensaje de modo conveniente para transmitirlo a la Tierra como realmente ha hecho, ¿es así?
—Sí, mi capitán —dijo Lory con agradecimiento. Aún temblaba. Todos sabían que la violencia, del tipo que fuera, sacaba de quicio a Lory—. Mire, señor, aun en el caso de que a mí me hubiera ocurrido algo serio, la nave espacial estaba bajo conducción automática después de alcanzar el punto medio de su viaje. Es decir, hubiera llegado aquí y ustedes hubieran comprendido.
Lory no mencionó que estaba inconsciente como consecuencia de la hemorragia de sus úlceras cuando las señales del «China Flowers» llegaron tras cruzar la capa electrónica de los soles de la Constelación de Centauro; Don y Tim habían tenido que trabajar todo un día para atraparla y traerla. Aarón se quedó mirándola con cariño. Mi hermana pequeña, la supermujer. ¿Hubiera podido yo hacer una cosa semejante? Mejor era no preguntárselo.
Escuchó satisfecho cómo Yellaston continuaba haciendo algunas preguntas sobre las lunas del planeta y puso la comunicación abierta en ambas direcciones para registrar una recomendación favorable para Lory. Foy seguía todavía temblando; los dos comandantes de exploradores parecían dos tigres nerviosos. ¡Oh, el nuevo planeta! Miraron a Lory con aire benevolente e incluso le dedicaron un gesto afectuoso con las cabezas. Después miraron a Yellaston como si quisieran insinuarle la necesidad de dar luz verde cuanto antes.
Yellaston preguntó a Aarón si confirmaba desde un punto de vista médico que no había necesidad de mantener la cuarentena. Aarón confirmó que no había apreciado discrepancia alguna y, así, la cuarentena fue levantada oficialmente. Solange comenzó a librar a Lory de sus sondas y cables. Cuando el grupo de mando se fue, Yellaston dirigió a Aarón esa mirada desprovista de expresión que tan bien conocía; el capitán le esperaría esa tarde en su alojamiento con lo habitual.
Aarón tomó una bebida caliente y se la llevó a su cabina para saborearla con tranquilidad. Pensó que Lory, verdaderamente, había hecho un trabajo formidable, estupendo. Fuera lo que fuera lo que ocurrió con el chino, no cabe duda de que debió causar una gran impresión en Lory. Se sentía inquieta, temerosa de que le ocurriera algo a él cuando jugaba al hockey, recordó. Pero se había hecho mayor y supo controlarse y evitar que el diario de la expedición registrara esos estúpidos y violentos sucesos. No había que echar fango sobre la misión. ¡Ese idiota de Foy…! ¡Lo has hecho muy bien, hermanita! dijo Aarón a la imagen que tenía en su mente. No sueles ser habitualmente tan considerada con nuestras imperfectas empresas.
La imagen continuaba en el fondo de su mente, inmóvil, sonriendo enigmáticamente. No fue siempre tan considerada con la sensibilidad oficial, ¿verdad que no? Aarón frunció el ceño.
Corrección: Lory jamás se había mostrado considerada con las imperfecciones del hombre. Lory jamás fue diplomática. Si yo no hubiera operado su cabeza, Lory estaría ahora en un Centro de Reajuste Mental con una quemadura en la corteza cerebral, en vez de ir en esta nave. Y Lory había sido agresiva e hiriente como una mal nacida con el pobre Jan. ¿Había bastado un año de soledad en la nave exploradora para obrar el milagro?
Aarón reflexionó profundamente; él no creía en milagros. ¿Había mentido conscientemente Lory para defender la frágil unidad del hombre? Movió la cabeza. No era muy probable. De pronto se le ocurrió un pensamiento que no le gustó: aquel relato salvaba algo. Salvaba su propia credulidad. Supongamos que, efectivamente, ocurrió aquella especie de motín entre los chinos. ¿Estaba Lory utilizando ese asunto, tratando de que Foy lo sacara de ella con esfuerzo para justificar así la falta de las grabaciones y la información de la computadora? ¿Para que ella —y alguna cosa— lograran pasar el control de Francis Xavier Foy? Lory había tenido tiempo de planearlo, demasiado tiempo.
Aarón se estremeció desde el cuello a la cintura y salió de su cabina encontrándose cara a cara con Lory, que también salía de la suya.
—¡Hola! —su hermana llevaba una sencilla bolsa pequeña. Aarón se dio cuenta de que aún estaba el micrófono y la cámara de observación sobre sus cabezas.
—¿Contenta de salir? —preguntó.
—¡Oh, no estoy disgustada! Lo comprendo perfectamente —arrugó la nariz—; se trataba de una medida de precaución racional para la protección de la nave.
—Veo que te has vuelto más… tolerante.
—Sí —ella se quedó mirándole con lo que el observador registraría como un gesto fraternal—. ¿Sabes cuándo va a examinar el capitán Yellaston al espécimen que traje conmigo?
—No, pero supongo que será pronto.
—Bien —la sonrisa que brillaba en sus ojos hizo que Aarón se sintiera furioso—. Realmente lo traje para ti, Arn. Deseaba que nosotros dos lo examináramos juntos. ¿Te acuerdas de cómo repartimos nuestros tesoros aquel verano en la isla?
Aarón murmuró algo y se encaminó vacilante hacia su cabina. Sus ojos relampagueaban como los de un hombre al que hubieran dado una patada en los testículos. Lory, pequeño demonio, ¿cómo has podido? En su mente surgió el cuerpo de su hermana a los trece años, enviando una ola de calor incontenible a la arteria peneal. Estaba marcado para siempre, temió; los pezones rosados de sus senos de niña, sus muslos desnudos. La increíble dulzura perdida para siempre. Él tenía quince años y había puesto fin a la virginidad de ambos en una isla elegante del Centro de Recreo para Oficiales de Fort Ogilvy, el año antes de la muerte de sus padres.
Aarón gruñó pensando si también habían perdido ambos sus almas al mismo tiempo que su virginidad, pero no creía en la existencia de las almas. ¡Oh, Lory…! ¿Era la pérdida de su juventud lo que ahora le hacía sentirse dolorido y afectado?
Suspiró de nuevo, y su corteza cerebral supo que estaba metida en algún asunto raro, mientras su médula cantaba sentimentalmente que la amaba a ella, solamente a ella y para siempre, como ella le amaba a él. ¡Maldito sea el equipo de selección que había considerado ese incidente insignificante e incluso beneficioso para la salud!
—¿Va a salir, jefe? —apareció la cabeza de Coby—. Voy a abrir todo esto, ¿de acuerdo? Hace falta hacer una limpieza general.
Aarón, con un esfuerzo, salió y se dirigió a inspeccionar las notas diarias de Coby. Más tarde, cuando hubiera recuperado su compostura y estuviera más tranquilo, iría a ver a Lory y le arrancaría parte de la verdad.
Cruzó el mamparo de vitrex, ahora abierto, y sintió que la libertad recuperada le daba nuevo vigor. El registro del estado de salud de la tripulación mostraba tres nuevos casos de insomnio; es decir, cuatro en total. Alice Berryman, la canadiense jefe del servicio de nutrición, sufría de constipado; Jan Ing, su colega en xenobiología, tenía anginas; la jefa de acuartelamiento, Miriamne Stein, sufría de migraña. Van Wal, el químico belga, volvía a sufrir de espasmos en la espalda. El jefe del laboratorio de fotografía, un nigeriano, tenía los ojos irritados; su ayudante, un ruso, se había roto un dedo del pie. Y los nudillos de Gomulka. Nadie sabía qué o a quién había golpeado, salvo que el dedo del pie roto de Pavel tuviera algo que ver con el asunto. Poco plausible… Se trataba de una lista excesivamente larga para el «Centauro». Pero eso también resultaba comprensible si se tenía en cuenta la excitación reinante.
Solange hizo acto de presencia llevando un montón desordenado de registros de los biomonitores de insolación.
—Tenemos mucho trabajo que hacer con esto, Aarón. Tighe deberá quedarse aquí, ¿no es así? He dejado funcionando sus registros.
Reconfortado por su presencia, Aarón la observó en su trabajo. Resultaba sorprendente la sensación de fuerza y capacidad que podían demostrar algunas mujeres pequeñas. Una persona tan seductora como pequeña. Sabía que no debía ver nada misterioso en su capacidad de manejar cualquier circuito y de descubrir el menor fallo en su funcionamiento.
—Tighe no mejora, Soli. Tal vez tú o Bill podríais tratar de darle ánimos. No lo dejéis nunca solo. Ni durante un minuto.
—Ya lo sé, Aarón —su rostro resplandeció con ternura mientras sus manos ordenaban las cajas de los sensores—. Ya lo sé. Hay gente que dice que le han visto fuera.
—Sí… Por tu parte, ¿no estás sintiendo algún síntoma de ansiedad? ¿Pesadillas o algo así?
—Mis malos sueños son cuando sueño en ti —parpadeó mientras cerraba enfáticamente un armarito, y se acercó para poner su mano en los defectuosos circuitos de la frente de Aarón. Él, agradecido, le pasó los brazos por su cintura.
—¡Oh, Soli, te he echado mucho de menos!
—Pobre Aarón. Ahora tenemos que ir abajo, a la gran reunión. A las tres, es decir, dentro de veinte minutos. Y tú tienes que ayudarme con Tighe.
—De acuerdo.
A regañadientes, dejó que se alejara su dulce consuelo.
Para las tres se hallaba en un estado de forzada estabilidad, al descender hacia el principal Anillo de los Comunes, donde la gravedad era la normal de la Tierra. Los Comunes era el principal lugar de recreo, de acuerdo con la opinión de sus diseñadores. Realmente constituía un recreo, pensó Aarón cuando pasaba junto a un olivo; y contempló el amplio espacio libre que se extendía por todas partes, fragante por las verduras de la granja. La gente de Kawabata debía haber trasladado allí un buen número de plantas frescas.
El sonido poco usual y al que no estaba acostumbrado de voces y música le intimidó ligeramente; dirigió la mirada a la variación de luces y sombras viendo que había gente por todas partes. Sólo podía ver uno de los niveles del gran anfiteatro, con su perspectiva elevada a cada extremo mostrando sólo piernas flacas y pies más allá del más alejado banco de plantas. Nunca había visto tanta gente reunida allí desde el Día de la Caída Libre, la fiesta anual, cuando la vida cotidiana del «Centauro» se detiene y se abren los portones del suelo. E incluso en los últimos escasos días en que se permitía la libre visión, la gente tenía tendencia a acudir allí por separado para disfrutar a solas del espectáculo. Ahora estaban allí todos juntos, reunidos, charlando animadamente, como si se movieran en torno a una especie de mostrador o escaparate. Aarón siguió a Miriamne Stein y se encontró contemplando un plantel de fotos magníficas, iluminadas por detrás.
El planeta de Lory.
A Aarón se le habían mostrado ya algunas fotografías de pequeño tamaño tomadas por las cámaras del «China Flowers», pero no tenían punto de comparación con éstas, que causaban un efecto abrumador. Desde la órbita de la nave exploradora, el planeta parecía una tela estampada de flores. Sus tierras parecían viejas, erosionadas y acogedoras. Las montañas y colinas estaban cubiertas de vegetación, rosales enormes, laberintos multicolores, limón, coral, esmeralda, turquesa, amarillo, lavanda, escarlata, naranja, más colores de los que uno podría nombrar. Eran los vegetales de aquel país extraño o quién sabe qué. ¡Precioso! Aarón estaba tan asombrado que no se dio cuenta de que la gente se apretujaba a su lado ansiosa por contemplar las fotografías. Aquellas plantas debían cubrir kilómetros y kilómetros.
Las fotos siguientes estaban tomadas desde la atmósfera y mostraban el horizonte y el cielo. El cielo del planeta de Lory era azul-violeta salpicado por cirrus circundados de perlas. Otra fotografía descubría estratos altos sobre la extensión de un mar o de un lago de color plata-verdoso muy claro, con reflejos de venas cobalto, lo que producía un efecto encantador. Todo reflejaba suavidad; había una vista de una inmensa y suave playa blanca acariciada por aguas suaves. Un poco más lejos una montaña de flores bajo una débil llovizna.
—¿No es maravilloso? —murmuró Alice Berryman en dirección hacia donde él se hallaba. Se ruborizó y respiró profundamente; la parte de médico que había en la mente de Aarón se dio cuenta de que su problema de constipado ya había pasado.
Todos se movían al mismo tiempo, siguiendo la exhibición que se extendía de un lado a otro a lo largo y lo ancho del salón de los Comunes y sus habitaciones más pequeñas. Aarón no podía apartar los ojos de las grandes formas vegetales, con su fantástica variación de formas y colores. Costaba trabajo apreciar su tamaño en las fotografías, y para que pudiera tenerse una idea, los encargados del laboratorio fotográfico habían situado escalas comparativas de vez en cuando, así como flechas señalando lo que debían ser frutas o grandes racimos de semillas. No había que sorprenderse del hecho de que el equipo de Akin tuviera los ojos irritados y los pies cansados, pensó Aarón dándose cuenta de que habían realizado un trabajo verdaderamente tremendo. Dio la vuelta en torno a una jaula de pájaros y se encontró con una colección de tomas nocturnas que mostraban la bioluminiscencia de las plantas. Unos raros colores boreales que parecían temblar o cambiar de manera continua. ¡Qué magnífica debía ser la noche allí! pensó Aarón, mientras miraba hacia el cielo oscuro; pudo identificar en él las dos pequeñas lunas del planeta de Lory. Debía dejar de seguir llamándolo el planeta de Lory. Ahora era el planeta de Kuh, si es que era de alguien, y sin duda alguna, oficialmente, se le daría quién sabe qué raro e inmerecido nombre. El pájaro que había en la jaula se movió, y eso le llevó a alejarse de allí y a fijar su atención en otro panel de fotografías que había en la salita dedicada normalmente al juego de ajedrez: se trataba de primeros planos de aquellos racimos de semillas, espigas o lo que quiera que fuese tomados con luz infrarroja o de alta frecuencia. Había sido uno de esos racimos lo que Lory trajo junto con muestras del suelo, del agua, etc., etc. Aarón estudió las fotos exhibidas; las frutas, a deducir por las fotos y sus imágenes en infrarrojo y alta frecuencia, debían ser algo calientes y su radiación era un poco superior al índice normal del resto de las cosas que le servían de fondo. Su luminiscencia también. No durmientes Una elección lógica, pensó Aarón, dándose cuenta por un momento de que la cosa estaba allí en línea con sus hombros. ¿Amenazador? ¿Me estás haciendo tener malos sueños, vegetal? Miró atentamente a las fotos. No, no tenían aspecto amenazador.
Al otro lado del acuario se dio de cara con las fotografías del suelo tomadas antes de que el computador fuera descargado de su información. La foto oficial del primer aterrizaje, casi de tamaño natural, mostraba a toda la tripulación con sus trajes espaciales y sus cascos junto al portón del «China Flowers». Detrás de ellos se extendía una larga playa y un mar que se perdía en el horizonte. Los rostros casi resultaban invisibles, pero Aarón pudo distinguir a Lory con su traje espacial azul. Junto a ella estaba la muchacha australiana, con su mano enguantada muy próxima a la del navegante de Kuh, cuyo nombre también era Kuh; el «pequeño» Kuh era identificable por sus dos metros de estatura. Frente al grupo, en un mástil provisional ondeaba la bandera de las Naciones Unidas. Ridículo, pensó Aarón; y sintió como si el corazón le subiera a la garganta. Ridículo. Absurdo. Sorprendente. La bandera se agitaba al viento. El planeta tenía vientos, o al menos brisas. ¡Aire en movimiento, quién podría imaginarlo!
Había estado demasiado fascinado por la lectura de los textos que ilustraban cada foto, pero ahora fue sólo la palabra «viento» lo que llamó su atención. «De diez a cuarenta nudos», leyó, «continuamente durante el período de observación». Opinamos que las formas de vida dominantes obtienen al menos una parte de su alimentación del aire continuamente en movimiento a través de su «follaje orlado» (véase análisis atmosférico). Se han examinado distintos tipos de células transportadas por el aire, semejantes a gametos o polen. Aunque las formas de vida vegetal dominantes se reproducen por emisión, esto posiblemente representa la culminación de una larga evolución. Hemos logrado identificar experimentalmente más de doscientas formas poco diferenciadas que van del tamaño de un metro a una simple célula. No hemos descubierto ningún tipo de vida auto-motriz.
Observada la foto desde más cerca, Aarón se dio cuenta de que el fondo de la parte delantera de la foto parecía estar formado por unas pequeñas vegetaciones de tipo musgoso que parecían formar un suave tapiz de hierba. Éstas eran las formas vegetales más pequeñas. Cambió de sitio y pasó a contemplar una serie de fotos que mostraban los vehículos utilizados por la expedición en el momento de salir por la puerta de carga del «China Flowers», y sin querer tropezó con un grupo de gente que estaban agrupados al otro extremo del panel.
—Mire esto —dijo alguien con voz nostálgica—. Venga; ¿qué os parece esto…?
El grupo se alejó y Aarón pudo contemplar lo que había causado aquella muestra de admirativa sorpresa. La última foto mostraba a tres de los miembros de la tripulación con sus trajes espaciales, pero sin los cascos.
Aarón abrió los ojos inmensamente y sintió que las tripas se le contraían. Allí estaba Mei-Lin, con el cabello corto agitado por el viento. Liu en-Dai, con la cabeza calva vuelta hacia la derecha observando una fila de colinas cubiertas por grandes castillos-de flores. Y el «pequeño» Kuh, el navegante, sonriendo ampliamente a la cámara. Inmediatamente detrás de ellos se veía un cerro que parecía cubierto con una frondosa vegetación de color bermellón que se mecía bajo el viento.
¡Aire, aire libre! Aarón casi podía sentir la dulzura del viento… Le hubiera gustado estar allí, que el viento se enroscara en torno suyo, cruzar los prados y ascender a las colinas. Un paraíso. ¿No era lógico que fuera después de eso cuando la tripulación se quitó sus estúpidos trajes espaciales y se negó a regresar a la nave?
¿Quién puede censurarlos por eso?, se preguntó Aarón en sus pensamientos. No él, desde luego. Dios, qué felices parecían. Costaba trabajo recordar cuándo vivimos; cuándo vivimos realmente por última vez. En un rincón de su mente surgió el recuerdo de Bruce Jang. Por suerte, no tenía que quedarse mucho rato junto a esa foto.
La multitud le había arrastrado de nuevo a la gran sala. Entró en la sección más amplia, llena de consolas individuales con asiento que servían normalmente como sala de lectura o biblioteca. Abatidos los tabiques que separaban entre sí cada uno de esos pupitres, se utilizaba aquella sala para sus raras reuniones generales. La tribuna estaba en el centro de modo que la figura del orador resultara visible para todos. Pero ese día el estrado estaba vacío. Detrás de él había una pantalla que proyectaba el campo estelar exterior; año tras año, Aarón y sus compañeros de viaje habían observado desde allí los soles de la constelación de Centauro aumentando de tamaño a medida que se aproximaban a ellos, muchas veces separándose en dobles o dobles-dobles. Ahora veíase un sol único. El gran componente luminoso de Alfa en torno al cual giraba el planeta de Lory.
Mucha gente utilizaba los intercomunicadores sónico-visuales. Aarón sentóse al lado de una espalda femenina que reconoció como la del teniente Pauli, la navegante de Tim Bron. Su cabeza estaba enterrada en el casco de sonido. El pequeño panel en la consola decía: misión gamma centauro, informe verbal de la doctora Kaye. fragmentos escogidos. Ésa sería la sesión primera, original, en la que Lory hizo su relato, pensó Aarón. Aquí no se dirá nada en absoluto sobre la «discusión».
Pauli se quitó el casco auricular. Cuando Aarón la miró a los ojos, ella sonrió soñadoramente como si pudiera atravesar su mente con la mirada. Ahlstrom estaba sentada exactamente detrás de él y, aunque parezca increíble, también le sonrió. Aarón dirigió su mirada a la hilera de rostros. Teniendo en cuenta que he permanecido tres semanas en aislamiento, pensó, se comprende que no haya sabido apreciar hasta ahora lo que ese nuevo planeta significa para ellos. ¿Para ellos? Aarón se dio cuenta de que también él tenía todos los nervios en tensión.
El capitán Yellaston se dirigió al estrado y en su camino fue detenido por algunos que parecían incapaces de contener su afán de saber qué iba a ocurrir, y le atosigaron a base de preguntas. Hacía años que Aarón no había oído tanta charla. La gran sala parecía calentarse con tanto cuerpo. No estaba acostumbrado a las aglomeraciones, ni tampoco ninguno de los otros. Y allí sólo había sesenta personas. ¡Dios mío!, pensó, ¿qué sucederá si tenemos que volver a la Tierra? El pensamiento era horrible. Recordó su primer año, cuando había otra pantalla de visualización que mostraba los astros: el sol amarillo encogiéndose, palpitando cada vez más lejano. Pronto se abolió esa idea de mostrar los astros próximos. Y ahora, ¿qué pasaría si el planeta no era apto, resultaba tóxico o cualquier otra cosa…? ¿Qué ocurriría si tuvieran que dar la vuelta y pasar de nuevo otros diez años hasta ver cómo el sol primero aparecía y después iba agrandándose al extenderse hasta ellos? Insoportable. Eso acabaría con él. Con todos ellos. Se dio cuenta de que muchos de los presentes sin duda estaban pensando lo mismo que él. Doctor, tendrás un buen problema, un gran problema si hay que volver. Pero no, no habría necesidad de ello. El planeta tenía que ser habitable, apto. Todo parecía indicarlo así. Todo parecía en orden, todo tenía un aspecto bello, encantador.
En la sala reinó el silencio, pues todos esperaban las palabras de Yellaston. Aarón pudo ver a Soli en el otro extremo de la sala. Coby estaba a su lado, con Tighe entre ellos. Y allí estaba Lory, junto al otro extremo, al lado de la pared, con Don y Tim. Ella mantenía un aspecto tímido, cortado, como la víctima de una violación ante un Tribunal de Justicia, asustada posiblemente por el hecho de saber que aún seguía vigilada y con sus reacciones controladas. Aarón se maldijo por su exceso de sentimentalismo hacia su hermana y se dio cuenta de que se había perdido las palabras con que Yellaston comenzara su discurso.
—… la esperanza que tal vez no debemos sentir —la voz de Yellaston era reticente pero cálida; un sonido poco corriente en el «Centauro», pues el capitán no era muy amigo de hacer discursos—: y que sin embargo yo debo compartir con vosotros. No cabe duda de que eso se les habrá ocurrido también a otros. Una de mis ocupaciones durante el exceso de ocio que hemos tenido en los años pasados —hizo una pausa para las sonrisas de ritual— fue la lectura de la historia de las exploraciones y emigraciones humanas en nuestro propio planeta. La mayor parte de la historia, desde luego, no está recopilada ni recogida. Pero en la historia de las nuevas colonias hay un hecho que se repite siempre: la gente sufrió siempre un buen número de reveses y bajas cuando intentaron trasladarse a un nuevo hábitat aun cuando estuviera situado en las zonas más favorables y acogedoras de nuestro planeta.
»Tomemos —continuó—, por ejemplo, los intentos de los europeos de asentarse en las costas nordorientales de América. Las primeras colonias escandinavas duraron, tal vez, escasas generaciones antes de desvanecerse por completo. La primera colonia inglesa en la fértil y templada Virginia terminó en un desastre y sus supervivientes tuvieron que volver a la metrópoli. La colonia de Plymouth tuvo éxito, por fin, pero sólo porque estuvieron recibiendo continuamente víveres y suministros desde Europa y fueron ayudados por los indios, los originales habitantes de aquellos territorios. La catástrofe que cayó sobre ellos llegó a interesarme al máximo.
»Procedían del norte de Europa, de una zona situada aproximadamente a 50 grados Norte. Allí los inviernos eran suaves porque sus costas estaban bañadas por la Corriente del Golfo, aunque en aquellos tiempos eso no fuera entendido ni conocido por nadie. Zarparon al suroeste; por lo tanto, donde llegaran debía ser un país más cálido que el suyo. En aquella época, Massachusetts estaba cubierto de espesas selvas vírgenes, como un enorme parque, si es que podemos imaginarnos una cosa así, y, desde luego, cuando llegaron se encontraron con un cálido verano. Pero cuando llegó el invierno hubieron de enfrentarse con un frío mucho más intenso que todo lo que conocieron con anterioridad, porque aquellas costas no están bañadas por ninguna corriente cálida que las caliente. Eso, para nosotros, es un simple problema, pero para ellos significaba una auténtica barrera, porque sus conocimientos técnicos no lo habían previsto ni les ofrecían recursos para enfrentarse con el problema. El efecto de ese invierno tan frío se completó desastrosamente con las enfermedades y la falta de alimentos. En consecuencia, hubo un buen número de muertes. Fijaos: de diecisiete mujeres casadas que habitaban la colonia, quince murieron en el transcurso del primer invierno.
Yellaston hizo una pausa que aprovechó para dirigir una mirada por encima de las cabezas de su auditorio. Después continuó:
—La misma desgracia sucedió a otras innumerables colonias que hubieron de enfrentarse a condiciones no previstas de calor, sequías, epidemias o depredaciones. Pienso en los colonos europeos que se establecieron en mi propio país, Nueva Zelanda, y en Australia y en los pueblos que colonizaron las islas del Pacífico. Los datos históricos y arqueológicos conocidos de la Tierra están llenos de información y más información de pueblos que llegaron a determinadas zonas y desaparecieron pocas generaciones después. Lo que me impresiona de ello es que esos desastres tuvieron lugar en sitios que en la actualidad consideramos como eminentemente favorables para el desarrollo de la vida humana. Los pueblos estaban emigrando sólo a tierras ligeramente distintas dentro de la propia Tierra, la Tierra familiar en la que se habían desarrollado, bajo el mismo sol igualmente familiar, y en nuestra misma atmósfera, gravedad y demás condiciones geofísicas. Sólo tenían que enfrentarse con diferencias muy pequeñas. Y sin embargo, esas diferencias los mataron.
Ahora miraba de frente al auditorio, con sus delicados ojos verdes y luminosos moviéndose sin prisas ni embarazo de un rostro a otro.
—Creo que nosotros debemos recordar ahora esta historia, al contemplar estas fotografías del nuevo planeta tan prometedoras, tan esplendidas, que el comandante Kuh nos ha enviado. Las fotos nos muestran que se trata de algo así como un rincón de la Tierra, y no un desierto sin aire como Marte. Es el primer mundo extraño, fuera del nuestro, que tenga vida y que haya sido alcanzado por la planta del ser humano. Pero nosotros no tenemos mayor idea de su autentica naturaleza y de sus condiciones de la que los emigrantes británicos tenían del invierno norteamericano.
»El comandante Kuh y su gente se han ofrecido ellos mismos voluntarios, con un gesto valiente, para comprobar la viabilidad del desarrollo de la vida humana allí. Por estas fotos podemos ver que la vida allí parece sencilla, cómoda y desprovista de peligros. Pero debo recordarles a ustedes que ha pasado ya más de un año desde que fueron hechas esas fotos, un año durante el cual los que se han quedado allí sólo han podido contar con escasos recursos en su campamento. Nosotros confiamos y deseamos que se encuentren bien, vivos y felices todavía. Pero igualmente debemos recordar que existe la posibilidad de que hayan tenido que enfrentarse con peligros no previstos. Pueden encontrarse heridos, enfermos, fatigados. Creo conveniente que no olvidemos esto. Aquí nos encontramos bien y a salvo, en condiciones de dar ese próximo paso. Es posible que ellos ya no lo estén.
Muy bonito, pensó Aarón. Había estado observando los rostros de todos, uno aquí y otro allá, observando en todos ellos una gran tensión a medida que el capitán lanzaba su breve homilía. Él suponía que también su rostro debía tener la misma expresión. Conmovido y sereno. Él era su propio marcapasos, como de costumbre. El capitán había logrado hacer que se desvaneciera parte de su envidia hacia los tripulantes del «China Flowers». Las frases pesimistas del capitán sobre la posible suerte de los primeros habitantes del nuevo planeta. Extremo agotamiento… ¿Era posible que el comandante Kuh y los suyos hubieran llegado a esa situación? Quién podía saberlo…
Yellaston concluyó su discurso con unas palabras de elogio y felicitación para la doctora Lory Kaye. Con un sobresalto, Aarón recordó que él mismo había sentido sospechas de ella, que había sentido la convicción de que estaba ocultando algo. Y no hacía más de diez minutos él mismo había estado dispuesto a marchar de inmediato a aquel planeta, pensó con un escalofrío. Estoy perdiendo el equilibrio psíquico, tengo que impedir estas continuas vacilaciones, estos cambios de ideas y de humor. Un pensamiento sobre Kuh le había estado preocupando. Ahora surgió de nuevo a la superficie. Sus magulladuras en el cuello debían hacer que su voz fuera ronca o baja, pero la voz de Kuh, aunque débil, no había perdido su claridad. Tenía que comprobar la grabación.
La gente se estaba marchando. Aarón se fue con ellos y tuvo ocasión de ver a Lory en la rampa, rodeada por un grupo de gente. Parecía haberse sacudido la timidez, como un guerrero que sale de su coraza, y estaba respondiendo a las preguntas que se le hacían. No valía la pena tratar de hablar con ella en esos momentos. Regresó hacia los paneles expositores de las fotografías. Seguían pareciendo tentadoras, pero las palabras de Yellaston habían roto parte de su encanto, al menos para él. ¿Aquellos exploradores felices, que sonreían en las fotos, estarían ahora muertos, tumbados sobre el brillante suelo, devorados hasta quedar de ellos sólo sus esqueletos?
De pronto Aarón tuvo un sobresalto. Una voz estaba hablando en sus oídos.
—¿Doctor Kaye?
Vaya por Dios. Entre todos tenía que ser Frank Foy.
—Doctor… quiero decirle… supongo que comprenderá mi postura, mi papel en este desgraciado asunto. En ocasiones uno tiene que cumplir con su deber aunque eso le desagrade, y mi deber, en ocasiones, puede tener aspectos repugnantes. Como médico es casi seguro que usted también se haya visto en casos semejantes…
—No se preocupe. No hay ningún problema por mi parte —le respondió Aarón controlando su sorpresa (¿por qué se mostraba tan embarazado Foy?)—. Era su deber.
Foy le miró con aire emocionado.
—Me alegro mucho de que piense así. Su hermana… quiero decir la doctora Lory Kaye… una persona tan admirable. Casi parece imposible que una mujer sola pudiera realizar un viaje como ése… sola.
—Sí… Y de paso, hablando de lo increíble, Frank, yo conozco la voz de Lory perfectamente. Creo que estaba en condiciones de señalar los puntos que le estaban intrigando a usted. En realidad yo estaba inclinado a participar de sus…
—Oh, no, Aarón —le interrumpió Foy—. No es necesario que diga nada más. Me siento enteramente satisfecho. Totalmente. Su explicación aclaró todos y cada uno de los puntos de los que podía dudarse —los fue señalando con los dedos—: La pérdida de las grabaciones y los registros de la computadora y los fallos del sistema de registro, la falta del soldador y de las demás herramientas, las palabras del comandante Kuh, la cuestión de la herida o lesión —realmente estaba herido—, la emoción de vivir en el planeta. La revelación hecha por la doctora Kaye del conflicto hacía concordar perfectamente todos los puntos en discusión.
Aarón no tenía más remedio que admitir que así era. A Frank le gustaba solucionar los problemas como en una partida de ajedrez, sentía debilidad por las soluciones elegantes.
—¿Y qué hay del hecho de haber encerrado, con la puerta soldada, a aquella cosa y tener miedo de verla? Entre nosotros, eso me dio a mí también en qué pensar.
—Sí —reconoció Frank sobriamente—. Bien, creo que en ese asunto me estaba dejando llevar por mí… ¿cómo es la palabra? Xenofobia, ¿no es así? Pero no debemos dejar que nuestras ideas nos cieguen. No cabe duda de que el comandante Kuh se quedó con todo lo que pudo de la nave, Aarón. Una terrible experiencia para su hermana. Ella sola entre todos esos chinos, pobre muchacha.
Cuando las xenofobias chocan… Aarón se dio cuenta de que Foy no iba a serle de mucha ayuda, pero volvió a intentarlo de nuevo.
—Eso de que el planeta era ideal, un paraíso y demás; eso también me preocupó.
—Creo que el capitán Yellaston puso el dedo en la llaga y nos dio la respuesta justa. La excitación, la emoción. Eran factores que yo no había tenido en cuenta. Ahora que lo he hecho, lo confieso, es como si me hubiera encontrado a mí mismo.
—Sí.
Aarón suspiró. Además de la solución elegante, Frank había recibido la Palabra. El capitán Yellaston (que actuaba como Dios en el cielo) lo había explicado todo.
—Aarón, lo confieso, odio estas cosas —dijo Foy de modo inesperado.
Aarón murmuró algo ininteligible entre dientes mientras pensaba: es posible que sea así, que las odie. Por lo menos superficialmente. Con su peculiar sonrisa entre dientes, Foy continuó:
—Su hermana es una persona magnífica. Tiene la fuerza de diez porque su corazón es puro.
—Sí, bien…
De repente la llamada al turno de noche sonó y le salvó de aquella embarazosa situación. Aarón se dirigió al corredor más próximo. ¡Oh, no, oh, no, Frank Foy! Nada de sentimentalismo. Abelardo y Eloísa, tan puros… Una perfecta pareja desde luego. ¿Qué pensaría Frank Foy si le contara que él mismo y su hermana…? ¡Eh, Frank, cuando éramos críos yo me fui tirando a mi hermana por todo el Distrito del Sexto Ejército! Se pegaba como un sello y se retorcía como un sacacorchos por aquel entonces. Bien, olvídalo, se dijo Aarón en un segundo pensamiento. Sabía de sobra cuál sería la respuesta de Frank, su reacción.
—¡Oh, Aarón…! —le diría, y haría una pausa larga y grave antes de continuar—: Lo siento muchísimo, Aarón. Por usted.
Era posible que incluso le hablara en tono sacerdotal, como un cura de la familia:
—¿Le sirve de ayuda hablar de ello?
Bien, sería un caso curioso. ¿Surgiría quizás el auténtico Frank Foy? No, no se lo diría. Quizá todo aquello no impidiera que uno pudiera llegar a ser un buen matemático, quizás incluso sirviera de ayuda, por lo que sé, pensó Aarón. ¡Humanos! Un buen olor a comida en la nariz y su humor cambia. Los quimiorreceptores tienen sus propios caminos que llegan al cerebro primitivo. Por encima de ellos están las luces, las voces, la música.
Tal vez Foy tiene razón, siguió rumiando Aarón. ¿Qué había de aquello de que la historia de Lory ataba todos los cabos? ¿Es que me estoy volviendo chiflado? Fantasías sexuales sobre Sis; hacía años ya que no sentía esos problemas. Se debe a haber estado encerrado con ella… Tighe, el extraño… Un abrazo de Soli… eso es lo que necesito. Diversiones, placeres. Resuelto de todo punto a ignorar que esa cosa extraña estaba extendiéndose sobre sus cabezas fuera de su encierro, Aarón llenó una bandeja y se la llevó para sentarse al lado de Coby y de Jan Ing, el jefe de la sección de Xenobiología con el que tendría que trabajar en colaboración al día siguiente. Era el jefe de Lory, pero Lory no estaba allí.
—Una noche animada. Había mucha gente.
—Sí.
En los últimos años los tripulantes del «Centauro» cada vez habían ido haciéndose más partidarios de comer solos y a horas extrañas, llevándose la comida a sus habitaciones. Pero ahora las cosas habían cambiado y existía un gran movimiento por doquier. Aarón vio al oceanógrafo peruano que, llevando un mapa en su bandeja, se dirigía a un grupo de gente y con la boca llena les señalaba algo en el mapa. Miriamne Stein y sus dos amiguitas —amigas, se corrigió a sí mismo Aarón, pues ya eran mujeres hechas y derechas—, que normalmente solían comer a solas, gozando de su intimidad, ahora se sentaban con Bruce Jang y otros dos hombres del equipo de Don. Ahlstrom estaba un poco más allá con Akin, el jefe del laboratorio fotográfico, por si fuera poco. Toda la nave, antaño tan tranquila, parecía volver a la vida, abriendo sus ojos de tigre y despertando su cerebro de mono. Incluso el claro y limpio letrero que siempre había estado allí, en la pared, diciendo: el principal problema de nuestras vidas es la basura: por favor, limpien sus bandejas, había sido alterado. Alguien había cambiado el texto borrando la palabra basura y sustituyéndola por BELLEZA.
—Dese cuenta, jefe, de lo que nos espera —dijo Coby con la boca llena—. ¿Cómo se las habrá arreglado Alice para lograr que Kabawata suelte unos cuantos pollos? ¡Oh… oh… mirad!
Toda la habitación guardó silencio cuando llegó Alice Berryman con los postres: una fuente llena de melocotones, de auténticos melocotones.
—Medio melocotón por persona —dijo con tono grave. Ella llevaba una flor natural en el pelo.
—La gente se está excitando —observó el jefe de la sección de Xenobiología—. ¿Cómo vamos a seguir así durante dos años más?
—Y eso —le respondió Aarón— si es que se decide que vayamos a ese planeta.
—Por mi parte, se me ocurre una sugestión amoral: alguien puso un bebedizo en los tanques de agua potable.
Nadie le rió la gracia.
—Nos hemos pasado mucho tiempo sin… sin ese suplemento químico, como le llamaría Frank Foy —dijo Aarón—, así que podemos seguir pasándonos sin él.
—Sí, lo sé. Pero tal vez llegue el momento en que eso no sea así.
—Hablando de mañana —dijo Jan Ing—, creo que lo primero que tenemos que hacer es recoger los gráficos y registros del biomonitor del módulo de mando de la nave exploradora, antes de abrir el módulo de carga donde está la forma de vida extraña, ¿no es así?
—Así es como me lo han dicho.
—Inmediatamente después de abrir el módulo donde está el extraño me aseguraré de conseguir unas biopsias. Mínimas, desde luego. La doctora Kaye dice que no cree que eso le perjudique a la forma extraña. Estamos probando con sondas de extensión que podrán ser manipuladas desde fuera de la escotilla.
—Cuanto más largas mejor —dijo Aarón imaginando la existencia de tentáculos.
—Eso suponiendo que la forma de vida extraña siga viva… —el jefe de Xenobiología puso una cinta de Sibelius. Después continuó—: Bien, todo eso lo sabremos cuando pongamos las manos en los registros.
—Supongo que así será.
Aarón había estado sintiendo la cosa echada allí, más allá del bufete que estaba pegado al muro. Se dirigió a su interlocutor:
—Dime, Jan, ¿nunca tuviste la impresión de que esa cosa está… presente?
—Oh, todos nosotros somos conscientes de ello —Ing se sonrió—. El mayor acontecimiento de la historia de la Ciencia, ¿no es así? Si estuviera viva la cosa…
—¿Está teniendo malas vibraciones, jefe? ¿Las pesadillas? —preguntó Coby.
—Sí —pero Aarón no pudo continuar al ver la expresión de Coby—. Sí, por lo visto soy un xenófobo de corazón.
Se lanzaron a una discusión sobre el programa de análisis de tejidos y el tipo de bio-observadores que debían ser colocados en el interior del módulo ocupado por la cosa extraña.
—¿Qué ocurrirá si en el momento de abrir la cosa se lanza al ataque en el corredor? —intervino Coby—. ¿O si ha tenido arfas o se ha convertido en un millón de pequeñas culebritas?
—Bien, dispondremos del aerosol de descontaminante usual —respondió Jan con el ceño fruncido—. El capitán Yellaston ha subrayado el aspecto de las precauciones a tomar. Creo que él estará personalmente en el ventilador de emergencia que puede hacer el vacío en el corredor en caso de verdadera necesidad o peligro. Eso, naturalmente, implica que nosotros llevemos trajes espaciales. Un trabajo terrible.
—Bien —Aarón mordió el delicioso melocotón lleno de satisfacción al enterarse de que Yellaston estaría abajo—. Jan, quiero que algo quede en claro: ni la menor parte de esa cosa extraña deberá ser traída a la nave. Fuera del corredor, quiero decir.
—¡Oh, desde luego, estoy enteramente de acuerdo! Tendremos allí un sistema completo de satélite. Incluyendo ratones. Estará abarrotado. —Limpió su bandeja con gránulos de celulosa antes de colocarla en su sitio. Tenía el rostro contraído—. Sería impensable hacer daño al espécimen.
—Sí.
Aarón se dio cuenta de que Lory aún no había llegado. Posiblemente, después del asedio por parte de la multitud había decidido comer en su habitación. Se puso en la cola del ciclo de recuperación y se dio cuenta de que el aburrimiento habitual de la rutina cotidiana parecía haber desaparecido. Incluso Coby omitió sus chistes escatológicos. ¿Qué estarían comiendo ahora Kuh y sus compañeros?, se preguntó Aarón. ¿Filetes vegetales telepáticos?
Lory se alojaba —como era natural— en la sección dedicada a mujeres solas que se hallaba en el otro extremo de la nave. Aarón ascendió por una escalera de caracol y después por la rampa que cruzaba la nave de un lado a otro. Como siempre le ocurría, no le gustó nada el fuerte ataque de la ingravidez al llegar al centro del «Centauro». Ese núcleo central de la nave era una sección ingrávida, preferida por los tripulantes más atléticos. Aarón trató de pasar por allí con la máxima rapidez gozando del aire puro y abundante que provenía de una apertura situada en la parte superior y que comunicaba con la Granja Hidropónica y el estanque central, otros de los centros de recreo de la nave. Se conmovió ligeramente al recordar los terribles meses en que incluso allí el aire era denso y los corredores oscurecidos. Unos cinco años antes, un antibiótico procedente del conducto intestinal de alguien se había trasmutado en vez de ser eliminado por el sistema filtrador del reactor. Cuando alcanzó los bancos de plantas se comportó como un cuasi-virus que se combinaba con la clorofila, y Kawabata tuvo que destruir hasta el 75% de sus bancos vegetales originadores de oxígeno. Una época horrible en la que hubo que poner fuera de servicio todos los aparatos y mecanismos consumidores de oxígeno hasta que se logró el crecimiento de nuevas plantas libres de la enfermedad. ¡Brrr…! ¡Qué días aquellos!
Comenzó a «descender» por la rampa de salida que conducía al dormitorio de Lory dejando atrás los almacenes de carga y las zonas de servicio. A los tripulantes de la nave no se les permitía vivir en zonas de la nave en que hubiera, menos de 3/4 de la gravedad de la Tierra. Los corredores se abrían cada pocos metros conduciendo a otros dormitorios y unidades de residencia. El «Centauro» era un conjunto de corredores, de acuerdo con la intención y la idea de sus planificadores.
Llegó a la sala de estar pequeña de uso común que servía como antesala a aquel grupo de dormitorios y en seguida vio una llamarada de cabello rojo detrás de un plantel de helechos: Lory, que estaba masticando su cena, según supuso. Lo que no había esperado era encontrarse allí con la larga figura de Don Purcell sentado frente a ella y sumidos en una animada conversación.
¡Bien, bien! Sorprendido a medias, torció hacia la derecha por otro pasillo y se encaminó a su despacho, bendiciendo el esquema de construcción del «Centauro» que le permitía pasar inadvertido. Los tripulantes del «Pioneer» habían sufrido de agotamiento nervioso como consecuencia de un exceso de contactos sociales al encontrarse unos a otros de la manera más inevitable y en ocasiones indeseada; la respuesta del «Centauro» fue la construcción de caminos distintos entre los que elegir en vez de vastas salas y grandes espacios libres. Así la gente podía disfrutar de libertad para mantener su aislamiento y soledad, si lo deseaban, en sus paseos por la nave, como podrían hacerlo en un pueblo pequeño en que se puede torcer por un callejón cuando uno no quiere encontrarse con alguien que viene en dirección opuesta. Dos personas en un corredor de dos metros tienen que encontrarse inevitablemente, pero si hay dos pasillos de un metro, cada uno puede tomar uno distinto y evitar el encuentro. Ese planeamiento había dado un estupendo resultado y ahora Aarón tenía ocasión de comprobarlo personalmente. Se había dado cuenta de que cada uno de los tripulantes de la nave espacial había establecido sus propias sendas privadas para atravesar la nave. Kawabata, por ejemplo, recorría el largo camino desde la Granja hasta la sala de Oficiales por una ruta extraña y retorcida que atravesaba la fría ampolla del sensor. Él mismo, por su parte, tenía varios caminos alternativos. Hizo una mueca al darse cuenta de que su mente mostraba una falta total de indignación ante el hecho de haberse encontrado a Lory con otro hombre.
En la enfermería encontró a Bruce Jang charlando con Solange. Cuando Aarón entró, Bruce alzó la mano mostrando su cinco dedos separados con gesto significativo. Por un momento, Aarón no supo qué pensar pero en seguida recordó.
—Otras cinco personas más afirman haber visto a Tighe fuera de aquí —dijo Aarón—. ¿Es eso?
—Cinco y medio. El medio soy yo, que no lo he visto pero he oído su voz.
—¿Has oído a Tighe? ¿Qué te dijo?
—Me dio los buenos días. Yo me encuentro perfectamente bien —aclaró Bruce mostrándole sus blancos dientes.
—Bruce, entre esos cinco, ¿incluyes a Kawabata y Ahlstrom?
—Kawabata sí, Ahlstrom no. Entonces son seis.
Solange estaba registrando inquietud, sorpresa.
—¿Comprende esa gente que realmente no lo han visto?
—Kidua y Morelli definitivamente no lo aceptan. Legerski desconfía y dice que Tighe tenía un aspecto muy raro. En cuanto a Kawabata… ¿quién sabe? La fisionomía oriental es muy opaca.
—Creo que sería una buena idea hacerle venir aquí —manifestó Solange—. Así todos podrán verlo y no se preocuparán por ello.
—Sí, está bien —dijo Aarón respirando fuertemente—. Últimamente he tenido frecuentes pesadillas, si es que esto interesa. En la última de ellas también estaba Tighe. Le vi deseándome las buenas noches, también a mí.
Bruce abrió los ojos asombrado.
—¡Oh…! Usted reside en la sección Beta. Eso es malo.
—¿Malo?
—Los cinco que según sé le han visto tenían un factor común. Todos ellos estaban en la sección Gamma, verdaderamente cerca del módulo donde está la cosa. Eso resultaba bueno. Ahora usted es la excepción.
Aarón se dio cuenta de lo que Bruce quería decir. El nombre oficial de China Flowers es Gamma y la sección Gamma está sobre su amarradero. Aunque, naturalmente, la nave ahora no está atracada.
—Bruce, ¿la amarra que une a la nave a «Centauro» es rígida? Quiero decir si cuando nosotros giramos la arrastra siempre frente al mismo punto. Yo no soy ingeniero.
—No totalmente. Tiene suficiente flexibilidad. Cuando la apartaron de nosotros ya se había acoplado a nuestra rotación.
—En ese caso, la forma extraña estuvo exactamente debajo de todos los que han visto a Tighe en sus alucinaciones —contestó Aarón.
—Sí, todos menos usted. Nosotros estamos en Beta, aquí, y Alhstrom está también bastante lejos.
—Pero Tighe está aquí, en Beta, contigo —dijo Solange dirigiéndose a Aarón.
—Sí, pero mira —Aarón se retrepó en su asiento—. ¿No crees que nos estamos metiendo en el terreno de la brujería? Existen otros factores comunes. Lo primero, todos nosotros llevamos mucho tiempo en un lugar bastante incómodo. Y ahora se han producido dos grandes acontecimientos: las noticias sobre el planeta, y que cerca de nosotros hay una forma de vida del espacio exterior que hasta ahora nadie ha podido ver. Fíjate cómo está la nave; la gente está excitada, alegre como si estuviéramos en Navidad. La esperanza puede resultar peligrosa cuando se tiene miedo de que no pueda negar a realizarse. Suprime el miedo y éste surgirá a la superficie como símbolo, y el pobre Tighe es nuestro símbolo nacional del desastre, ¿no es así? Hablamos de factores comunes y me asombro de que no hayamos llegado ya a ver los fantasmas verdes del espacio.
Aarón se sintió satisfecho de ver que él era el primero en creer su propio argumento. Realmente, sonaba muy convincente. Así que añadió:
—Y por si eso fuera poco, ahora se relaciona a Tighe con esa forma extraña.
—Si así lo dice usted, doctor… —dijo Bruce con tono ligero.
—Sí, lo digo así. Digo que hay causa más que suficiente en ello para justificar el fenómeno. La mejor explicación es la que exige menos postulados en su apoyo, o algo así.
Bruce se rió brevemente.
—Realmente, lo que está citando es la Ley de Parsimonia —se puso de pie de un salto para contemplar una pieza telescópica de metal que había sobre la mesa de Solange—. Pero no olvides, Aarón, que el viejo William concluyó probando que Dios nos ama. Seguiré contando.
—Sí, sigue haciéndolo —confirmó Aarón.
Bruce se acercó a Aarón y, aparte, le dijo en voz lo bastante baja para que los demás no pudieran comprender sus palabras:
—¿Qué diría usted si le dijera que yo también he visto… a Mei-Lin?
Aarón se quedó mirándole en silencio. Bruce colocó la barra de metal diagonalmente sobre la mesa de Aarón.
—O al menos yo lo creo así —dijo secamente; y sin más, salió.
Solange se acercó para coger la barra; su rostro, automáticamente, despertó compasión en él. ¿Bruce veía a Mei-Lin en sus alucinaciones? Pero eso también se acoplaba a lo que estaba ocurriendo y no alteraba ni contradecía la teoría de Aarón.
—¿Para qué es esto, Soli?
—La extensión para la sección del cúter —le explicó tomando una posición de desafío—. Se precisan muchos cables…
—¡Oh, Soli!
Aarón logró por fin pasar sus brazos por la cintura de Solange y ambos, por fin, comenzaron a sentirse vivos de nuevo.
—Delicada y bella —dijo Aarón—, bella y delicada. No me cabe duda de que eres una persona sana, saludable. ¿Qué podría hacer yo, sin ti?
Enterró su nariz insana en la fragancia de la carne de ella.
—Harías tus visitas a domicilio —le dijo ella tiernamente con sus caderas deliciosamente bajo las manos de Aarón.
—¡Dios mío! ¿Tengo que hacerlo…? ¿Ahora?
—Sí, ahora. Piensa lo bello que será después.
A disgusto, Aarón la dejó. Observó la lista de llamadas. Al tomar su maletín recordó otro deber y metió dos pequeñas botellitas en el maletín, mientras Solange estudiaba las fichas.
—Bustamante es el número uno —dijo Solange—. Está en un estado de gran tensión, creo.
—Me gustaría muchísimo poder traerlo aquí para un electrocardiograma.
—No vendría. Tienes que hacer lo que puedas, pero allí.
Mencionó a otras dos personas más a las que Aarón debería haber visitado durante sus semanas de cuarentena. Y por fin añadió:
—Y no olvides a tu hermana, ¿eh?
—Sí.
Aarón cerró el maletín. Por enésima vez se preguntó si Solange sabía la existencia de esas dos botellas dentro del maletín. ¿Y Coby? Jesús, Coby tenía que saberlo, venía controlando el aparato de destilación desde el primer día. Probablemente guardaba ese conocimiento para algún posible chantaje; quién sabe, se dijo Aarón. ¿Podría explicarle que yo no estoy haciendo lo mismo por lo que él fue condenado? ¿O sí…?
—Lleva las fichas con cuidado, Aarón, por favor.
—Lo haré, Soli, lo haré. Por ti.
—¡Ja, ja!
Deseaba tener la fuerza suficiente para girar, para alejarse de ella de momento, temeroso de no poder hacerlo si seguía un poco más a su lado; así que salió y se dirigió al dormitorio de Lory. Lo más seguro era que Don se hubiera marchado ya de allí, pero decidió, de todos modos, pasar por la antesala antes de entrar en el dormitorio. La cabeza de Lory y… ¡Dios mío…!, Don aún seguía allí. O al menos así lo pensó, pero antes de dar la vuelta se dio cuenta de que ahora no era Don, que aquella espalda que estaba frente a él, junto a su hermana Lory, era la de Timofaev Bron.
Se sintió ridículo e indignado como el personaje de una comedia de celos y pasó por la sala común de los dormitorios dándose cuenta, vagamente, de que allí había un número abundante de parejas entre las sombras. ¿Qué demonio estaba intentando Lory, convertirse en Miss Centauro? Esos tipos no tenían derecho a molestar a Lory de esa manera, se enojó, cuando su úlcera todavía no estaba curada ni mucho menos. ¿Es que no sabían que la joven necesitaba descanso? Yo soy el médico… Pero una voz interna le decía que había algo más que la úlcera no curada en su estado de ánimo. Si Tim no se había marchado en media hora, él se presentaría igualmente y… ¿qué?
Cobardemente, tuvo que admitir que su intención era hacerle algunas preguntas que no tenían nada que ver con la úlcera, aunque por el momento no podía recordar el porqué de la urgencia del interrogatorio. Bien, de todos modos la confesión es buena para las úlceras.
El próximo corredor le dejó en la residencia de su primer paciente, un miembro del equipo de Tim Bron que había regresado al «Centauro» en un estado de gran depresión. Aarón había trabajado duramente con él y se sentía orgulloso de haber logrado que, por fin, el hombre se interesara por unas partidas de ajedrez por correspondencia que podía jugar a solas sin necesidad de salir de su cuarto, lo que hasta entonces no había hecho nunca. Pero ahora encontró la puerta sin cerrar con llave y la habitación vacía. ¿Había salido Igor a la antesala común? El libro registro de sus partidas de ajedrez tampoco estaba allí. Otra cosa que agradecer al planeta, decidió Aarón saliendo; y, preocupado, se dirigió a la habitación de André Bachi.
Bachi no estaba en la cama; su rostro era delgado, de corte latino y con expresión de cansancio y enfermedad.
—Espero que viviré para verlo —le dijo a Aarón—. Mira, ya tengo aquí el agua auténtica, Jan me la ha enviado. Agua virgen, Aarón. El agua de un nuevo mundo que nunca pasó por nuestro cuerpo, que no tuvo necesidad de ser regenerada. Tal vez me cure.
—¿Por qué no? —la intensidad de la fe del hombre era conmovedora; ¿podía vivir dos años todavía asumiendo que decidieran ir allí, al mundo de Lory? Quizás… Hasta ahora Bachi había sido el único fallo a bordo. El síndrome Merhan-Briggs, algo muy raro y un diagnóstico brillantísimo de Coby.
—Con esto puedo morir feliz, Aarón —le dijo Bachi—. ¡Dios mío, qué placer para un especialista en química orgánica experimentar con esto!
—¿Hay vida en ella? —Aarón señaló al cazo de Bachi.
—¡Oh, sí, fantástico! Tan variada… Es el trabajo de diez vidas humanas. Hasta ahora sólo llevo dos meses trabajando en ello. Soy lento.
—Tengo que dejarle ahora —dijo Aarón, que se marchó llevándose muestras de la saliva y la orina del enfermo.
Cuando salió de allí no dio la vuelta para dirigirse a la habitación de Lory, sino que en vez de ello se encaminó a la parte central de la nave, para llegar después al puente de mando. El puente de mando del «Centauro» se hallaba instalado en el módulo de proa, grande y blindado, que en caso de emergencia podía dar cabida a todos los habitantes de la nave. Teóricamente, claro. Aarón no creía que la mayor parte de sus compañeros de tripulación fueran capaces de dejarse almacenar allí simplemente para sobrevivir.
En el puente de mando se hallaban casi todos los instrumentos de control y navegación, así como las computadoras de Alhstrom, los instrumentos de astronavegación, los generadores de reserva y apoyo, los giróscopos y el sistema láser, que era su único medio de enlace con la Tierra. Yellaston, Don y Tim tenían sus alojamientos exactamente junto a la sala del puente de mando.
Aarón torció por otro corredor ante la sala de computadoras, frente a un complejo de paneles que daban acceso a la sala de circuitos del «Centauro» y se detuvo ante el ojo automático de la puerta del jefe de Comunicaciones. No había ninguna placa de llamada visible.
No pasó nada durante un rato… y después la pared que había junto a sus rodillas dejó escapar una tosecita de saludo. Aarón, sorprendido, dio un salto.
—Entre, doctor, entre —dijo la voz de bajo de Bustamante.
La puerta se deslizó hasta abrirse totalmente y Aarón entró vacilante entre un conjunto de formas lumínicas entre las cuales seis o siete negros de gran estatura y en varias perspectivas le estaban observando.
—Estoy trabajando en algo que cae dentro de su campo profesional, doctor —dijo—: Comparación de estímulos ante los sobresaltos y sustos. No lineales, los decibelios bajos producen un gran salto.
—Interesante —comentó el doctor Aarón avanzando cuidadosamente entre aquella dimensión irreal. Visitar a Ray Bustamante significaba siempre una experiencia interesante y nueva—. ¿Quién es usted?
—Por aquí —Aarón tropezó con una superficie de espejo y tuvo que girar en torno suyo hasta llegar a la normalidad comparativa. Bustamante estaba echado en su litera en una pose de relajamiento epicúreo.
—Levántese la manga, Ray. Ya sabe que esto no podemos dejar de hacerlo.
Bustamante afirmó a regañadientes. Aarón subió la manga de su paciente y admiró una vez más sus magníficos bíceps, tampoco en los tríceps había la menor muestra de grasa; posiblemente aquel hombre gigante hacía caso de sus consejos. Aarón observó los datos del diagnosticador digital, recreándose en sus sentimientos hacia Ray, en lo que él creía que era un secreto. Aquel hombre era otra rareza, algo especial, un individuo nacido para reinar El auténtico original de la vida real de la cual Yellaston era sólo una abstracción. No un jefe de equipo nato, como Don o Tim, sino el modelo arcaico, del Jefe, el «bos», el «honcho», el humano alfa masculino que vence en la lucha, que bebe más que nadie, que supera a todos en cualquier terreno, que acaba con sus enemigos, que te roba la esposa, como un auténtico bastardo, y que cuando se cuida de alguien lo hace como quien cuida de algo que le pertenece, que te dice lo que tienes que hacer y lo haces. El modelo primordial del Gran Hombre que organiza la raza y para el cual la raza apenas tiene utilidad. Diez años antes, eso no era visible, apreciable; Ray no era más que un tranquilo y reposado joven afro-norteamericano, oficial de electrónica naval con sus impecables diplomas y la habilidad de convertir un circuito Mannheim en algo tan demoledor como unos guantes de boxeo. Pero eso fue antes de que sus espaldas se redondearan y las patas de gallo comenzaran a hacer aparición en torno a sus ojos atentos y vigilantes.
—Realmente, Ray, me gustaría que vinieras a la clínica —le dijo Aarón volviendo a bajarle la manga—. Este chisme está muy lejos de ser un aparato de precisión.
—¿Qué diantre puedes hacer si no te gusta cómo sueno? ¿Me darás una de esas estúpidas píldoras?
—Es posible.
—Yo llegaré al planeta, doctor, ya lo sabes. Muerto o vivo.
—Claro que sí —Aarón se guardó sus instrumentos, admirando la solución que Ray daba a sus problemas. ¿Qué podía hacer un rey nacido en un mundo de termitas y al que se le impedía incluso sentarse en el trono de las termitas? Ray se había dado cuenta de la escena y había vislumbrado su única loca posibilidad. Y su decisión le había llevado a veinte mil millones de millas de la jefatura de los termitas, rumbo a un planeta virgen. Un planeta en el que, tal vez, aún había lugar para los reyes.
Una silueta de muchacha ondeaba entre los espejos, y de repente se materializó en Melanie, la pequeña técnico de la planta de aireación de las cobayas. Llevaba en la mano un extraño utensilio que Aarón pudo identificar como un aparato para hervir la comida.
—Estamos trabajando sobre unas cuantas formas primitivas de arte. —Bustamante hizo un guiño y preguntó a la joven—: ¿Qué será esta noche, Mela?
—Un tubérculo —dijo la joven con serenidad—. Es dulce y no contiene demasiadas proteínas, por lo que debería ser combinado con pescado o carne. Vas a engordar.
La muchacha le dedicó una sonrisa impersonal a Aarón y desapareció de nuevo tras aquel escenario de espejos.
—Es mía, ¿sabes? —Bustamante se quedó mirando fijamente a Aarón—. ¿Es el aire de ese planeta tan bueno como parece a simple vista? Pregúntale a tu hermana si huele bien. ¿Lo harás?
—Se lo preguntaré cuando vaya a visitarla esta noche.
—Últimamente tienes demasiadas visitas —dijo Bustamante, que de improviso apretó un botón interruptor animando una pantalla que Aarón no había visto anteriormente. Mostraba una vista general de la oficina de comunicaciones. La cámara de los giróscopos estaba vacía. Bustamante soltó una especie de gruñido y manipuló el botón de modo que la vista en la pantalla pasó a ser la del corredor que conducía al puente de mando. Después aparecieron otros lugares de la sección de comunicaciones que Aarón no pudo identificar. En ninguna parte había nadie visible. Aarón no consiguió evitar una exclamación de sorpresa ante la extensión de la red de vigilancia electrónica de Ray sobre todo el «Centauro», que era uno de los mitos entre los tripulantes. Aunque no tan mítica, sino real. Parecía como si para Bustamante no existieran paredes en toda la nave. Y, cosa rara, a Aarón aquello no acababa de parecerle mal.
—Tim se presentó hoy en el puente. Sólo quería un poco de conversación —dijo. Bustamante volvió a recoger una imagen de la cámara de los giróscopos y dirigió un «zoom» a la consola de los rayos láser. Aquel espectáculo tenía, indudablemente, cierto sabor de amenaza; Aarón recordó con agrado aquellos tiempos en que Frank Foy quiso colocar un ojo oculto de observación para vigilar en todo momento, secretamente, a Coby sin el consentimiento del jefe de Comunicaciones.
Como si estuviera leyendo sus pensamientos, Bustamante soltó una risita.
—Con las palabras de un antiguo campeón de boxeo de los pesos pesados, George Foreman: «Más de un millón cayeron cuando se tropezaron con el Gran George en esta vieja jungla negra». Hay que saber planear las cosas, Aarón, ¿verdad? Por ejemplo, el caso de Melanie. Es mucho más fuerte y resistente de lo que parece, pero aún le faltan músculos. La gran Daniela es mi número dos. Biología marina, entiende de peces.
Conectó otra imagen en su pantalla de observación y apareció la espalda de una mujer fuerte que, al parecer, estaba sentada en la sala de juegos del Departamento de los Comunes.
—¿Es que estás seleccionando tu futura familia? —Aarón se sentía encantado de la forma que tenía el gran hombre de aferrarse al deseo de vivir. Un rey, desde luego.
—No entra en mis planes lazos demasiado firmes, ¿sabes, Doc? —sus ojos seguían fijos en el médico—. Pienso también en la necesidad de que haya médicos. Así que la tercera en la lista es Solange. ¿No tengo razón?
—¿Soli? —Aarón se quedó mirándole y tuvo que esforzarse por conservar su serenidad—. Pero ¿por qué Soli…? Además, Ray, aun estamos a casi dos años del planeta, incluso es posible que jamás…
—No te preocupes por ello, Doc. Sólo creía que mi deber era advertirte. Puedes emplear todo ese tiempo en enseñar a Soli lo que tendrá que hacer cuando lleguen los críos.
—Crios… —Aarón pronunció esa palabra casi sólo mentalmente. Una palabra que hacía años nadie había pronunciado en el «Centauro».
—Quizá también es hora ya de que planees algo para ti. Nunca es demasiado pronto, ¿sabes?
—Una buena idea, Ray —Aarón se abrió camino a través de aquella jungla de juegos de luces confiando en que su sonrisa expresara un saludo estrictamente profesional en vez de la mueca desagradable de aquél que sabe que su compañera se ha convertido en un deseo de El Hombre. ¡Soli…! ¡Oh, Soli… mi única alegría…! Pero aún faltan años… casi dos años, se dijo. Ciertamente, en todo ese tiempo podía pensar algo para evitar la amenaza. ¿O no?
Por su mente cruzó la ridícula visión de él mismo luchando contra Ray en medio de un campo de gigantescas coliflores. Y en ese momento se dio cuenta de que la mujer por la que estaban peleando no era Solange, sino Lory.
Movió la cabeza ante las ironías de su subconsciente y se dirigió hacia el pasillo del puente de mando. Llamó en la placa visualizadora de la puerta del capitán Yellaston. De nuevo sintió aumentar su aprecio por las formas más abstractas de liderazgo.
—Entre, Aarón.
Yellaston estaba sentado frente a su panel de mando limándose las uñas. No alzó los ojos. Aarón nunca había sido capaz de cazar al capitán dirigiendo una mirada no ya ansiosa, sino siquiera curiosa a su maletín. El viejo bastardo sabía que no podía fallarle.
—Su discurso fue una excelente idea, mi capitán —dijo Aarón formalmente.
—De momento al menos —Yellaston sonrió. Una sonrisa sorprendentemente cálida, casi maternal en su rostro caucásico curtido por los años y las experiencias. Dejó a un lado su lima de uñas y continuó—: Hay un punto o dos que creo tenemos que discutir, Aarón, si es que no tiene demasiada prisa.
Aarón sentóse. Se dio cuenta de que el débil tic nervioso del maxilar inferior del capitán había aparecido de nuevo, casi imperceptiblemente. El único gesto externo que apareció en todos esos años, indicando el solitario autocombate que tenía lugar en su interior. Yellaston tenía una capacidad inhumana para funcionar normalmente pese a toda su responsabilidad y trabajo. Aarón jamás podría olvidar el día en que el «Centauro» oficialmente dejó atrás la órbita de Plutón; esa noche, Yellaston le hizo comparecer a su presencia y le dijo sin el menor preámbulo.
—Doctor, estoy habituado a tomar un promedio de ciento cincuenta gramos de alcohol cada noche. Lo he venido haciendo así durante toda mi vida. En el curso de este viaje reduciré el consumo a cien gramos. Usted deberá facilitármelos.
Sorprendido, Aarón le preguntó cómo había logrado superar los años de selección.
—Renunciando —le había contestado Yellaston mirándolo con ojos que le asustaron—. Pero ahora, si a usted le preocupa, si le importa el éxito de la misión, deberá hacer lo que le digo.
Contra todas las normas éticas profesionales de su entrenamiento y de su carrera, Aarón le había obedecido. ¿Por qué? Él mismo se lo había preguntado muchas veces sin querer darse la respuesta adecuada. Quizá porque sabía el nombre de todos los demonios que poseerían cada noche al capitán si él no le facilitaba el alcohol. Podía mencionar todos esos nombres, pero la realidad era que Aarón sospechaba que el nombre del demonio que poseía a Yellaston era distinto. Algo inherente a la propia vida, al tiempo, era un mal para el que no existía cura. Veía a Yellaston como una fortaleza complicada que se mantenía firme y sobrevivía gracias a un extraño ritual. Tal vez el demonio estaba ya muerto y la fortaleza vacía. Pero jamás había tenido el valor suficiente para arriesgarse a preguntárselo.
—Su hermana es una chica muy valiente —había un especial tono de simpatía en la voz de Yellaston.
—Sí, algo increíble.
—Deseo que tenga la seguridad de que aprecio en todo lo que vale el heroísmo de la doctora Kaye. Lo haré constar en su hoja de servicios. La he propuesto para la Legión del Espacio.
—Muchas gracias, señor —Aarón reconoció que Yellaston también era uno de los miembros del nuevo Club de Enamorados de Lory. Y de repente se preguntó si sería ése el comienzo de uno de los momentos de decaimiento de Yellaston. Sólo se habían producido muy raramente, cuando fallaron las defensas de aquel carácter férreo; pero le habían causado a Aarón graves preocupaciones.
La primera de esas crisis se presentó cuando llevaban unos dos años de viaje, y la protagonista femenina fue Alice Berryman. Yellaston comenzó a flirtear con ella y el flirteo fue ganando rápidamente en intensidad. Alice era una mujer guapa con ojos como estrellas; por lo tanto, no había nada de malo en ello, aunque resultaba sorprendente. Alice le dijo a Miriamne que el capitán le hablaba de extrañas estrategias y principios filosóficos que le costaba trabajo captar. La culminación de la crisis llegó cuando Aarón la encontró llorando antes del desayuno y la llevó a su oficina para oír su relato. La joven estaba anonadada. Nada de sexo… Algo peor… Una noche de charla incoherente, incontenible, interminable, que terminó con evocaciones de la niñez.
—¿Cómo puede ser tan, tan… estúpido?
Todas las estrellas desaparecieron de los ojos de Alice. Un disgusto traumático. ¡Papá ha muerto! Aarón trató de explicarle cómo actúa la idiosincrasia de un viejo señor de alta categoría en el mundo de los primates: no sirvió de nada. Aarón se dio por vencido en el terreno del psicoanálisis y le dio, desvergonzadamente, una droga que le alteró la memoria y le hizo creer que había sido ella la que había estado ebria. Todo por el bien de la misión… Después de eso se mantuvo siempre alerta. Y se produjeron otras tres crisis, con una periodicidad aproximada de dos años. ¡Pobre desgraciado! Su niñez, pensó Aarón, debió ser la única época de su vida en que fue libre. Antes de que comenzara la batalla por el éxito y la carrera. Pero Yellaston, de todos modos, jamás había recurrido a él en busca de descanso. Tal vez estimaba demasiado a su bodeguero como tal. O más bien, había decidido por su cuenta Aarón, todo se debía a que Yellaston era demasiado viejo. ¿Cómo podía cambiarse una cosa así?
—Su valor y su éxito serán una fuente de inspiración para todos —siguió el capitán, alabando a Lory.
De nuevo Aarón hizo un débil gesto aprobatorio.
—Deseo que sepa usted —añadió el capitán— que tengo plena confianza en el informe de su hermana.
Lo tiene encantado, pensó Aarón con cierto desánimo. ¡Oh, Lory! En seguida se dio cuenta de la tensión concentrada en aquella pausa en la conversación. ¿Adónde conducía todo aquello?
—Hay demasiadas cosas en juego, Aarón.
—Eso es cierto, señor —dijo Aarón con infinito descanso—. También yo lo creo así.
—Sin que esto signifique en absoluto restar méritos a la empresa de su hermana, opino que es un riesgo demasiado grande para aceptarlo basándose sólo en la palabra no confirmada con pruebas de nadie. No tenemos datos objetivos de lo que ha sucedido a la tripulación Gamma. Por tanto, no voy a enviar la señal verde hasta que lleguemos al planeta y confirmemos su habitabilidad. Mientras tanto continuaré transmitiendo, como hasta ahora he hecho, la señal amarilla.
—Eso está muy bien pensado —dijo Aarón, el escéptico.
Yellaston se quedó mirándole con curiosidad. Parecía que era el momento apropiado para que Aarón le hablara de los que habían visto a Tighe en sus alucinaciones y también de sus propios sueños y pesadillas; de que le confiara el temor ante los extraños vegetales telepáticos de Lory. Pero pensó que después de lo que había manifestado el capitán sobre sus planes futuros, no era necesario que lo hiciera en esos momentos. Yellaston no estaba influenciado ni encantado por los informes de Lory, sino que sabía conservar su fría capacidad de juicio y análisis. Su amabilidad para con su hermana era sólo el fruto de su extremada cortesía.
—Quiero decir —añadió— que estoy de acuerdo… Por otra parte, ¿significa esto que usted ha decidido que debemos ir al planeta antes de que hayamos examinado a fondo al espécimen?
—Sí, independientemente de lo que encontremos, puesto que no tenemos otra alternativa. Eso nos lleva a la necesidad de actuar así.
Yellaston hizo una pausa y continuó:
—Mi decisión en lo que respecta a seguir enviando señal amarilla a la Tierra, es muy posible que no resulte muy popular entre la tripulación. Pero dos años es un período de tiempo muy corto.
—Dos años es una eternidad, señor —le contradijo Aarón pensando en las apariciones, los rostros, las voces Pensó, también, en Bustamante.
—Me doy cuenta de que es posible que así se lo parezca a algunos. Me gustaría que ese tiempo pudiera ser acortado, pero «Centauro» no posee la capacidad de aceleración de las naves exploradoras. Y hay algo aún más importante, Aarón. Algunos de los miembros de la tripulación del «Centauro» puede que crean que estamos en deuda con nuestro mundo de origen y que deberíamos hacerles saber nuestro hallazgo lo antes posible La situación en la Tierra debe haber alcanzado ya cotas de extrema gravedad.
Ambos guardaron silencio durante unos momentos, como un tributo rendido a la trágica situación de la Tierra.
—Si el «Centauro» sufriera un accidente antes de nuestra llegada al planeta, esto privaría a la Tierra de todo conocimiento de la existencia de un planeta habitable, quizá para siempre. El miedo a que esta catástrofe pueda producirse no cabe duda de que pesará mucho en algunos. Claro que, por otra parte, hasta ahora no hemos tenido señal de que se vaya a producir avería alguna, pues todo funciona perfectamente, aunque esto no elimina el riesgo ni mucho menos. Estamos procediendo de acuerdo con nuestros planes. El mayor error que podríamos cometer sería enviar la señal codificada verde y descubrir, después de que las naves hayan sido lanzadas en la Tierra, que el planeta es inhabitable. Esas naves no pueden regresar a la Tierra.
Aarón se dio cuenta de que el capitán le estaba usando para ensayar algunas frases del discurso oficial anunciando su decisión definitiva. Un tabernero tiene muchos usos. Pero ¿por qué no consultaba sus planes y pedía consejo a sus consejeros naturales y lógicos, a Don y a Tim? ¡Oh, oh…! Aarón comenzó a darse cuenta de quiénes podían estar incluidos en esos «algunos» a que el capitán se había referido.
—Si ocurriera eso, condenaríamos a esos hombres a pasarse el resto de sus vidas en una nave. Y lo que es peor, eso terminaría de una vez para siempre, definitivamente, con toda esperanza de una nueva emigración espacial. Nuestro apresuramiento podría resultar criminal. La Tierra ha confiado en nosotros. No debemos correr el riesgo de traicionarlos.
Yellaston caviló durante un momento. De repente se levantó y se dirigió a la pequeña alacena que había en una de las paredes. Aarón oyó el ruido de un trago. El viejo debió haber guardado su última copa hasta la llegada del relevo.
—¡Que Dios lo maldiga! —de pronto Yellaston dejó caer la botella sobre la repisa con un golpe seco—. Jamás debimos traer mujeres en esta misión.
Aarón hizo una mueca involuntaria pensando que aquellas palabras eran fruto de una vieja idea. Pensó también en Soli y Alhstrom, entre todas las mujeres con cargos de importancia en el «Centauro», en los debates sobre los mandos femeninos que habían llevado, finalmente, a una política de innovación mínima en una misión en la que tantas cosas debían ser nuevas. Pero sabía exactamente qué quería decir Yellaston.
Yellaston dio la vuelta permitiendo que Aarón viera su vaso, un gesto poco corriente de intimidad y confianza.
—Todo va a ser muy difícil, doctor. Estos dos últimos años serán los peores con que nos hemos enfrentado. Dos años. El hecho de que nos dirigimos al planeta será suficiente para la mayoría, confío.
Volvió a hacer ese gesto nervioso de masajearse los nudillos y continuó:
—Creo que no será una mala idea por su parte mantener los ojos y los oídos bien abiertos, Aarón, durante el tiempo que nos falta para completar nuestra misión.
Implicaciones, sospechas, sospechas. Los médicos, como los bodegueros, también tienen su utilidad.
—Supongo que sé lo que quiere decir, señor.
Yellaston afirmó con la cabeza.
—Y de modo continuo —añadió con tono autoritario. Cambiaron sus miradas mutuamente, miradas en que estaban implícitos sus puntos de vista comunes sobre la importancia de Foy.
—Haré todo lo que esté en mis manos —prometió Aarón. Recordó su plan general de trabajo. Se le ocurrió que tal vez podría utilizar la sesión de convocatoria-proyectiva para descubrir si había problemas.
—Bien. Mañana examinaremos el espécimen. Me gustaría conocer sus proyectos.
Yellaston regresó a su vaso, a su consola, y Aarón le explicó por encima sus acuerdos con el jefe de Xenobiología.
—Todo el trabajo inicial tendrá lugar in situ, ¿de acuerdo? —concluyó Aarón consciente de que el in situ del extraño se hallaba en esos momentos directamente a su izquierda—. No deberá entrar en la nave.
—Exactamente.
—Desearía disponer de autoridad para poder imponer ese sistema. Y guardas en el pasillo.
—Le concedo esa autoridad. Y dispondrá de los guardas necesarios.
—Eso está bien —dijo Aarón, que se pasó una mano por el cuello y recordó lo que llevaba en su maletín—. Se han producido lo que podríamos llamar una serie de reacciones psicológicas ante la presencia de esa forma de vida extraña, que estoy estudiando. No creo que se trate de nada serio. Y ya que hablamos de eso, ¿ha notado usted tal vez una impresión de localización con respecto al extraño, quiero decir una sensación física del lugar donde esa cosa se encuentra?
Yellaston produjo un ruidito gutural.
—Pues sí, en realidad sí. Allí hacia el Norte —señaló hacia la derecha de Aarón—. ¿Tiene eso alguna importancia, doctor?
Aarón suspiró aliviado.
—Sí, la tiene para mí. Significa que mi sentido de orientación no ha mejorado nada durante todos estos años —tomó su maletín y se acercó a la alacena del capitán—. Yo pensaba que la cosa se hallaba ahí, debajo de su litera.
Con aire casual, cambió las botellas vacías por las llenas. Comprobó que, efectivamente, el trago que poco antes se había tomado Yellaston era el último de su anterior provisión.
—Transmítale a su hermana mis saludos personales, Aarón. Y no olvide lo que hemos hablado.
—Así lo haré, capitán.
Un tanto preocupado, Aarón se marchó. Sabía que tenía ante sí un trabajo serio y debía pensar seriamente en ello. Si Tim o Don deciden oponerse al capitán, ¿qué puede hacer el doctor Aarón Kaye? Pero se sentía en cierto modo eufórico. El viejo no aceptaba a ciegas el relato de Lory y no estaba dispuesto a actuar precipitadamente. Papi nos salvará de las coliflores gigantes. Lo mejor que puedo hacer es realizar algunos ejercicios físicos, pensó; y se dirigió rampas abajo hacia el centro de la nave, hacia los pasillos exteriores. Había seis de ellos que conformaban los tres muelles a los que se atracaban las tres naves exploradoras. Allí la gravedad era muy fuerte, un poco superior a la normal en la tierra y los tripulantes iban allí a practicar sus ejercicios con las grandes barras y tubos. Otro buen elemento del programa, pensó Aarón aprobatoriamente. Salió al corredor Beta, llamado así por ser el lugar de atraque de la nave exploradora de Don Purcell. Hacía tiempo ya que «Beta» era conocida como La Bestia, como la bestia-del-imperialismo-fascista, un chiste que corrió por el «Centauro» en los primeros años de viaje, cuando la «Alpha» de Tim fue igualmente bautizada El Bastardo Ateo La «Gamma», de Kuh, sólo se ganó el nombre de China Flower, es decir, Flor de China, la flor que ahora estaba en la proa del módulo con su carga críptica, enigmática.
El corredor en el que se encontraba Aarón era exactamente igual al de Gamma, donde la forma extraña debía ser examinada al día siguiente. Aarón paseó a lo largo del pasillo lentamente, saboreando el exceso de gravedad, contando los portalones de acceso que necesitarían centinelas. Eran catorce, más de lo que en un principio había creído. De todos los puntos de la nave llegaban hasta allí rampas, puesto que las naves exploradoras estaban también destinadas a servir de naves salvavidas en caso de emergencia. El pasillo era tan largo que su extremo final parecía difuminado como si estuviera en una zona de niebla. Se imaginó que sentía el frío penetrar por la suela de sus zapatos. ¡Pensar que se hallaba en una nave estelar! Una mosca caminando por la pared de una lata giratoria en el espacio cósmico. Había soles y soles bajo sus pies.
Recordó las escenas ceremoniosas que habían tenido lugar en aquellos pasillos tres años antes, cuando las naves exploradoras fueron lanzadas para reconocer el espacio de los distintos soles de la constelación del Centauro. Y el triste regreso cuando primero Don y después Tim regresaron con las desesperanzadoras noticias de que no habían encontrado nada más que metano y rocas. Bestia y Bastardo, ¿nos servirían pronto de medio de transporte para dejarnos en la superficie del planeta de Lory? Ese «pronto», naturalmente, eran dos años, y desde luego no se trataba del planeta de Lory, sino del planeta de Kuh, se corrigió Aarón. Iba tan preocupado que casi chocó con Don Purcell, que volvía de controlar el puesto de mando Beta.
—¿Qué, preparándose para desembarcarnos, Don?
Don se limitó a responder con una mueca, ese gesto tranquilo y reposado que servía para todo y que Aarón creía firmemente conservaría aun cuando estuviera a punto de ser devorado por las llamas. Debía ser duro, difícil, ocultar los propios pensamientos, hasta quizá la propia personalidad, bajo un gesto, como si realmente Don no se dejara afectar absolutamente por nada. El comandante de exploradores, desde luego, no causaba la impresión de estar preparando un motín, pensó Aarón. Costaba trabajo imaginárselo dirigiendo un ataque contra la cámara de giróscopos de Ray. Todo su aspecto era de un hombre de orden, un buen soldado disciplinado. Como Tim. Kuh también pertenecía a la misma especie, al mismo tipo de hombres. Transistorizados. El tipo genético capaz de traernos hasta aquí, el transportador de la raza en su máxima expresión.
Aarón se metió por la rampa que conducía a la residencia de Lory imaginándose a Don y a las naves exploradoras, y después los vio a todos ya en aquel planeta, aquel mundo suave y florido. Tratando de construir, de edificar una nueva Tierra. ¿Hallarían la colonia establecida por Kuh o sólo un montón de huesos secos y silenciosos? La libertad, la construcción de un nuevo mundo humano… y después la llegada de la flota espacial de la Tierra. Quince años, eso es todo lo que nos queda, pensó Aarón, eso suponiendo que la señal verde se transmitiera en el momento del desembarco. Quince años. Y transcurrido ese tiempo, las naves con los nuevos emigrantes comenzarían a llegar empezando lo que Yellaston había llamado… sí, el oleoducto. Una imagen típicamente anal. El oleoducto transportando los desperdicios, el exceso de la Tierra, a través de años-luz. Los primeros en llegar, desde luego, serían los técnicos, la maquinaria básica, la agricultura. El tipo de colono-pionero. Y poco después la gente, la gente normal y corriente, administrativos, familias, políticos, industrias completas, naciones enteras, todas sorbidas por ese oleoducto hacia el mundo virgen. Cubriéndolo, expandiéndose sobre su superficie. ¿Y qué sería entonces de Bustamante? ¿Qué de Lory y de él mismo?
Se hallaba ya junto a la puerta de Lory. La antesala estaba vacía, por fin.
Cuando su hermana le abrió la puerta, Aarón se sintió satisfecho al ver que no estaba haciendo nada extraño o enigmático, sino simplemente cepillándose el pelo; esos rizos de reflejos cobrizos en los que ya empezaban a verse las primeras canas. Un efecto realmente bello, grato. Lory siguió cepillándose, contando las veces que el cepillo alisaba el cabello, supuso Aarón.
—El capitán te envía sus saludos personales —dijo Aarón mientras tomaba asiento. De inmediato se le ocurrió la posibilidad de que Foy hubiera establecido micrófonos ocultos. Cámaras ya resultaba menos probable. Foy no lo haría.
—Gracias, Arn… setenta… ¿Tus saludos personales también?
—Sí, también los míos. Debes estar cansada Ya sé que has tenido compañía. Traté de visitarte antes.
—Setenta y cinco… Sí. Todo el mundo trata de conocer detalles, el máximo de detalles…
—Sí. Y ya que hablamos de ello, admiré el tacto que has empleado al referirte a las luchas entre los chinos. No sabía que eras capaz de mostrarte tan… digamos diplomática, o tolerante.
Se cepilló con mayor fuerza.
—No deseo que esta posibilidad se malogre. Y las disputas cesaron muy pronto allí.
Dejó el cepillo sonriendo.
—Es un planeta tan pacífico, Arn. Realmente creo que allí podremos disfrutar de un nuevo tipo de vida. Sin violencia, sin odio ni ambiciones desmedidas, sin envidias. ¡Oh, ya sé, igual que tú…! Pero ésta es la sensación que ese nuevo mundo despierta en mí.
El tono ligero de su hermana no le engañaba. Lory, la niña del paraíso perdido esforzándose en regresar a él para siempre. Aquella mirada en sus ojos que le hacía pensar en la joven Juana de Arco recordando al Delfín de la Santa Causa. Aarón siempre sintió una clara simpatía por el Delfín.
—Tan pronto como esté poblado por seres humanos surgirán problemas, Lory. De todos modos, la gente no está tan corrompida como pareces creer. Míranos aquí.
—¿Aquí? Sí, fíjate, Arn. Sesenta especímenes de la raza humana elegidos cuidadosamente en una labor que podíamos llamar de artesanía y especialmente adoctrinados. ¿Es que verdaderamente somos buenos? ¿Nos portamos siquiera amablemente los unos con los otros? Quizás en la superficie, pero puedo adivinar el salvaje que palpita por debajo y que sólo espera la oportunidad de saltar. Ayer mismo hubo una pelea aquí. ¡Aquí!
¿Cómo se había enterado su hermana de esas cosas?
—Estamos sometidos a una gran tensión, Lory. Somos seres humanos.
—Los seres humanos tienen que cambiar.
—¡Maldita sea! No, no tenemos que cambiar. Básicamente, quiero decir —pensó con cierto tono de culpabilidad. ¿Por qué le estaba haciendo esa faena? Me llevaba a defender lo que yo mismo odiaba tanto como ella. Ella, realmente, tenía razón, pero, pero…—. Debes tratar de preocuparte un poco más por la gente tal y como son sin intentar cambiarlos —terminó, enfadado consigo mismo por la untuosidad de su voz.
En su habitación había muy pocos detalles personales. Casi parecía una celda.
—¿Por qué empleamos la palabra humano para designar la parte animal que hay en nosotros? La agresión ¿es humana? Arn, la crueldad, el odio, la envidia… ¿cualidades humanas? Pero si justamente eso es lo que no es humano, Arn. Es triste, pero es así. Para ser auténticamente humano hay que dejar esas cosas detrás. ¿Por qué no podemos probar?
—Lo hacemos, Lory, lo hacemos.
—Haréis de ese nuevo mundo otro infierno semejante al de la Tierra.
No podía hacer otra cosa más que suspirar reconociendo la verdad de las palabras de su hermana, recordando también la terrible época que siguió a la muerte de sus padres, cuando Lory tenía dieciséis años… Su padre era el teniente general Kaye; ellos habían crecido y se habían educado en las excelentes escuelas de las guarniciones militares. Lory seguía su, programa biológico cuando el accidente los dejó huérfanos. De repente Lory se vio liberada y tuvo ocasión de contemplar el mundo externo, y la próxima cosa que Aarón recordaba era haber tenido que ir a sacarla de un centro de detención de Cleveland a medianoche. El puesto de mando del ghetto había reconocido su placa de identidad del Ejército.
—¡Oh, Arn! —había llorado Lory en el cóptero que los llevaba a casa—. ¡Esto no es justo, no es justo! —su rostro estaba convertido en una pústula irritado donde le había alcanzado el gas. Aarón no se atrevía a mirarla.
—Lory, esto es demasiado para ti. Ya sé que no es justo, pero no se trata de algo como levantar una perrera en la Isla de Ogilvy. ¿No te das cuenta de que pueden limitar tu cerebro quirúrgicamente?
—Eso es lo que quiero decir: están cometiendo atrocidades, hechos verdaderamente obscenos con la gente. Y eso no es justo.
—No puedes asegurarlo ni tampoco cambiarlo —le gritó sin tener en cuenta su dolor—. La política es el arte de lo posible. Lo que tú pretendes no es posible. No conseguirías sino que te mataran.
—¿Cómo sabes lo que es imposible antes de haber tratado de realizarlo?
¡Oh Dios, qué año el siguiente! El nombre de su padre les había ayudado y también la suerte en otras ocasiones. Al final, lo que la salvó fue su propia inocencia implacable. Había dado con ella después de una larga búsqueda cerca del depósito de cadáveres de un viejo barrio de Dallas, flaca, escuálida, temblando, apenas capaz de pronunciar una sola palabra.
—¡Oh, Arn…! Ellos —suspiró mientras se limpiaba el resto de vómitos que aún manchaban su barbilla—. Dave se ha negado a ayudar a Vicky… Quería que lo cogieran… de ese modo él podrá ser el líder… No permitirá que le ayudemos.
—Ésas son cosas que pasan, Lory —la tomó fuertemente por los hombros tratando de detener sus temblores—. Suele ocurrir así, la gente es humana.
—¡No! —le gritó con fiereza—. ¡Es algo terrible, terrible! Ellos… nosotros, estamos luchando unos contra otros, Arn; luchando por el poder. Dave ni siquiera es capaz de salvar a su esposa, no quiere hacerlo. Pienso que se están golpeando unos a otros. Ella era sólo un objeto de su propiedad.
Lory se tomó el resto de la sopa que su hermano le había llevado. Después añadió:
—Cuando les hablé así, cuando les dije lo que pensaba, me echaron fuera.
Aarón la sujetó sin saber qué hacer.
—Arn —continuó en un murmullo— Vicky… ha aceptado dinero. Lo sé.
—Lory, vuelve a casa. Ahora. Yo me ocuparé de todo. Podrás terminar tus exámenes si vuelves ahora.
—¡De acuerdo…!
Aarón movió la cabeza… Ahora estaba sentado en el «Centauro», a cincuenta mil millones de kilómetros de la Tierra, de aquel Dallas del pasado, pero tenía ante sí la misma cara decidida de su hermana, pequeña aunque ahora sus cabellos ya empezaban a estar mezclados con hebras de plata. Su hermana menor, a quien la suerte había convertido en su único lazo de unión con el nuevo planeta y con aquella cosa que esperaba fuera.
—Está bien, Lory —se levantó y dio la vuelta para mirarla de frente, cara a cara—. Te conozco bien. ¿Qué fue lo que sucedió en ese planeta? ¿A quién estás protegiendo? ¿Qué ocultas?
—Nada, Arn. Excepto eso que te he dicho. ¿Qué es lo que te pasa a ti?
¿Era demasiado inocente? Aarón, que desconfiaba de todo, no podía decirlo.
—Por favor, aléjate de mí.
Consciente del posible espionaje-escucha de Foy, retrocedió. Aquello sonaba como un acto de demencia.
—¿No te das cuenta de que esto no es un juego? Nuestras vidas dependen de ello. Por mucho que odies a la humanidad, la gente sigue viviendo. Creo que de ninguna manera debes jugar con sus vidas.
—No odio a la humanidad, Arn. Lo que odio es algunas de las cosas que la gente hace. No sería capaz de hacer daño a las gentes, Arn.
—Serías capaz de aniquilar al noventa por ciento de la raza para conseguir tu utopía.
—¡Qué cosa tan terrible estás diciendo!
Su rostro era alma pura, sin mezcla. Aarón sintió dolor por ella. Pero también Torquemada había tratado de ayudar a la humanidad.
—Lory, dame tu palabra de que Kuh y sus gentes están completamente bien. Tú sincera palabra.
—Lo están. Te doy mi palabra. Están perfectamente, en medio de la mayor belleza.
—¡Al diablo con la belleza! ¿Están prácticamente bien?
—Naturalmente que sí.
Sus ojos aún conservaban aquella mirada, pero a Aarón no se le ocurrió ningún otro medio de seguir interrogándola. Menos mal que Yellaston se había mostrado precavido.
Lory le tendió la mano, su mano pequeña, eléctrica, que casi le produjo una quemadura.
—Ya lo verás, Arn, es todo maravilloso. ¿No lo es aún más que estemos juntos? Esto es lo que me mantiene y me da fuerzas, como me las dio durante el viaje de regreso. Mañana será el día en que veremos a la vida extraña.
—¡Oh, no! Tú no.
—Jan Ing quiere que esté allí. Has dicho que desde un punto de vista médico me encuentro bien. No olvides que soy su jefe de botánica —sonrió maquiavélicamente.
—No creo que debas, Lory. Tus úlceras.
—Hacerme esperar lejos de allí no será mejor para ellas —dijo serenamente alzando sus brazos—. ¿El capitán Yellaston va a enviar la luz verde?
—Pregúntaselo a él personalmente. Yo sólo soy el médico de a bordo.
—¡Qué pena! Bien, él sabrá lo que se hace. Todos lo veremos dentro de poco.
—¿Qué es lo que veremos?
—Lo inofensiva que es esa forma de vida extraña, naturalmente. Escucha, Arn. Éstas son palabras de una antigua obra que el mártir Robert Kennedy citó antes de ser asesinado: «Amansar el corazón del hombre, hacer amable la vida en este mundo… ¿no es eso maravilloso?»
—Sí; lo es, Lory.
Se marchó de allí cualquier cosa menos confortado, pensando que la vida de este mundo distaba mucho de ser amable o maravillosa. No fue la amabilidad ni la gentileza lo que te hizo estar aquí, Lory. Por el contrario, fue la presión de la falta de amor, la desesperada ambición de poder del mono humano. Esa fallida humanidad que por una causa u otra no logras ver.
Se dio cuenta de que había tomado un camino que le llevaba a la Sala de reunión principal, a los Comunes. Bajo aquellas fotos expuestas se estaban jugando las partidas de bridge y-de póquer, como cada noche. Sólo había una diferencia ni Tim ni Don estaban presentes. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de los jugadores para poder oírlos, escuchó la voz del físico israelita que mencionaba algo así como la palabra isla. ¿Una isla? Se dirigió a la clínica esperando haber oído mal.
Solange le estaba esperando con el libro oficial médico. Le dictó las observaciones de su examen de Ray y de Bachi con la cabeza cerca de su cálida frente, mientras recordaba que tenía un problema más. ¡Olvídalo!, se dijo; tengo dos años todavía para ocuparme de Bustamante.
—Soli, mañana deseo que esté preparada una serie de latas de descontaminantes a lo largo de la zona donde realizaremos el examen. Con el mecanismo de acción en mi estación de trabajo. Digamos un fuerte fitocida más un fungicida de base de mercurio. ¿Qué podemos conseguir en los almacenes?
—Decon Siete es el más potente, Aarón, pero no puede ser mezclado y tendremos que colocar muchos tanques.
Su rostro mostraba temor, piedad hacia las hipotéticas plantas que tal vez habría que asesinar.
—De acuerdo, colocaremos todos los tanques necesarios, por muchos que sean. Todo lo que los trajes puedan aguantar. No me fío de esa «cosa».
Soli cayó en sus brazos apretándolo con sus manos fuertes y pequeñas. Paz, confort. Hacer amable la vida de la Humanidad. Su cuerpo la había echado de menos dolorosamente, lo cual se tradujo en una superior erección. Soli suspiró. Amorosamente la acarició y volvió a sentirse él mismo por primera vez al cabo de muchas semanas. ¿Te considero como una cosa de mi propiedad, Soli? Ciertamente no… El pensamiento del enorme cuerpo de Bustamante cubriéndola flotó por su mente y su erección se incrementó notablemente. Tal vez el hermano mayor negro se vería obligado a modificar sus planes, pensó Aarón, mientras la conducía a su confortable litera. Dos años es mucho tiempo…
Adormilado, con el cálido cuerpo de Soli a su lado, Aarón tuvo una visión neutral, cómica, casi hipnagógica: el rostro de Tighe, grande como un muro, adornado con orlas de flores y frutos. Las flores rosadas y verdes al chocar entre sí sonaban como un cuerno mitigado. Tantara… las melodías centrípetas. Ta tara ¡Tara! ¡TARA!
… de repente, esos cuernos melodiosos y suaves se cambiaron por la señal sónica de alarma médica. Soli estaba moviéndolo hasta despertarlo. La señal provenía del puente.
Saltó de la cama, se puso unos «shorts», abrió la puerta de un empujón. Sin saber cómo, el maletín estaba ya en su mano. Se encaminó a la sección de caída libre, sin tener la menor idea de la hora que podría ser. El pensamiento de que Yellaston podía haber sufrido un ataque cardíaco le causó verdadero pánico, un pánico mortal. Oh, Dios… ¿Qué podrían hacer todos ellos sin Yellaston?
Corrió a toda la velocidad de sus piernas, sujetando fuertemente su maletín en la mano y pensando en los tratamientos que podría, alternativamente, utilizar. Iba tan agitado que casi no oyó las voces que le llegaban del corredor que conducía a la Sala Común. Se dirigió al acceso al puente tan preocupado que en su principio ni siquiera pudo identificar las oscuras columnas que ocupaban la escalera que conducía a Comunicaciones. Eran las piernas de Bustamante.
Aarón saltó sobre ellas y de inmediato se sintió aliviado pese a la espantosa visión que se presentó ante sus ojos. El comandante Timofaev Bron estaba entre los brazos de Bustamante, sangrando abundantemente por el ojo izquierdo.
—¡Está bien, está bien! —murmuraba Tim. Bustamante lo estaba agitando.
—¿Qué diablo significa esta disminución de energía? —era Don Purcell que acababa de entrar inmediatamente detrás de Aarón.
—Este tipo estaba transmitiendo —gruñó Bustamante— Mierda, fui demasiado lento. Estaba transmitiendo con mi rayo láser.
Volvió a zarandear al ruso.
—Bueno, bueno, ya está hecho —repitió Tim sin expresar la menor emoción.
La sangre provenía de un corte en la región supraorbital. Aarón libró a Tim de las manos de Bustamante y le hizo sentarse con la cabeza hacia atrás para dar unos puntos a la herida. En el momento en que abría su maletín para coger el instrumental, una silueta entró por la puerta que daba al departamento de Astronavegación: el capitán Yellaston.
—Mi capitán… —Aarón todavía seguía confuso, pensando en aquella coronaria. La rigidez peculiar de Yellaston le asustó. ¡Oh Jesús, no! El capitán no estaba enfermo, pero sí borracho hasta las agallas.
Bustamante estaba abriendo rápidamente la caja de contención de los giróscopos. Toda la habitación se llenó de un zumbido continuado.
—No he estropeado el rayo —dijo Tim, que seguía bajo las manos de Aarón—. Cierto equipo se instaló cuando lo construimos; usted no lo comprobó con la suficiente atención.
—¡Hijo de perra! —dijo Don Purcell.
—¿Qué quiere decir? ¿Qué clase de equipo? —la voz de Bustamante se alzó armónicamente sobre el ronroneo de los giróscopos—. ¿Qué es lo que ha hecho usted aquí, granuja?
—No se me ha enviado aquí para esperar. El planeta está ahí.
Aarón Vio cómo los labios del capitán Yellaston se movían con gran esfuerzo y que su rostro adquiría una extraña expresión.
—Usted… Ha indicado —dijo con tono asustado—. Indicó… Ha enviado la señal verde…
Los demás se quedaron mirándole uno a uno. Aarón se sintió herido por una insoportable sensación de piedad… No se atrevía a creer que lo ocurrido fuera cierto. Era demasiado terrible para ser real.
—¡Hijo de perra! —seguía repitiendo Don Purcell.
La señal verde ha sido enviada, comprendió Aarón. A los rusos, desde luego, pero todo el mundo se enteraría y comenzarían los preparativos. Ya no hay solución, pensó; nos ha comprometido, tanto si el planeta responde a las condiciones precisas de habitabilidad como si no… ¡Oh, Dios…! Yellaston, el capitán, había visto venir una cosa así. Si hubiera sido más joven se hubiese movido con mayor rapidez… Si la mitad de su cerebro no estuviera flotando en alcohol, también. En el alcohol que yo mismo le he venido facilitando, pensé.
—El aparato estaba oculto entre la capa protectora y el casco —le dijo Tim a Bustamante—. El contacto debajo de la palanca acodillada. No tienen por qué preocuparse. Emití una sola vez.
Aarón parecía incapaz de creer que esto pudiera haber ocurrido mientras le escuchaba. Fuera estaba la teniente Pauli; seguro que ella estaba también complicada en el asunto.
—Tim, ¿cómo podías estar tan seguro de que todo iba a salir bien? ¿No sabes que podías habernos matado a todos?
El cosmonauta se quedó mirándole con su único ojo sano, que conservaba la misma expresión de calma de siempre.
—Los registros y los informes no mienten. Ya tenemos datos más que suficientes para deducir que no encontraremos ningún otro planeta. El viejo hubiera seguido esperando siempre.
Soltó una risita. El planeta soñado se reflejaba en su ojo.
Aarón volvió a salir y condujo a Yellaston a su alojamiento. Los brazos del capitán temblaban imperceptiblemente. También temblaba Aarón a causa de la piedad y el disgusto. El viejo, le había llamado Tim. Este viejo… De repente comprendió la dimensión total del desastre de esa noche.
Dos años. Al diablo con el planeta. Tal vez jamás lograrían llegar a él. Dos años en esa lata de metal con un capitán que había fallado, un viejo sin energía, sin autoridad y borracho. Nadie será capaz de mantenernos unidos como Yellaston lo había logrado durante esos diez años, durante las semanas y los meses interminables, insoportables, cuando el oxígeno escaseó y el pánico comenzaba a extenderse por todos los cerebros. ¡Se había comportado tan bien en esa ocasión! Sí, nadie podía negarlo. Ahora había dejado que su autoridad se viera burlada por la actitud de Tim y estaba perdido. Ya no estábamos unidos, no volveríamos a estarlo jamás después de lo que había sucedido Y las cosas empeorarían. ¡Dos años!
—En el… ventilador —Yellaston murmuró con trágica dignidad, dejando que Aarón le pusiera en la cama—. En el… ventilador… culpa mía.
—Por la mañana —le dijo Aarón gentilmente, tratando de apartar el terrible pensamiento— Tal vez Ray pueda pensar algún modo de corregir lo sucedido.
Sin esperanzas, Aarón se dirigió a su alojamiento. Sabía con certeza que no lograría conciliar el sueño. Dos años…