Notas

[1] Entrevista recogida en el libro de M. Planck, Where is Science Going? (Nueva York: Norton, 1932), p. 209. <<

[2] Sir Arthur Stanley Eddington, The Nature of the Physical World (Nueva York: Macmillan, 1929). <<

[3] Sir Arthur Stanley Eddington, New Pathways in Science (Nueva York: Macmillan, 1935), pp. 307-308. <<

[4] Erwin Schrödinger, Science, Theory and Man (Nueva York: Dover, 1957), p. 204. <<

[5] Erwin Schrödinger, Nature and the Greeks (Cambridge University Press, 1954),p. 8. <<

[6] Citado por W. Heisenberg en Physics and Beyond (Nueva York: Harper and Row, 1971), pp. 82-83. <<

[7] Living Philosophies, p. 117. <<

[8] La danza de los maestros: título en castellano de la obra de Gary Zukav The Dancing Wu Li Masters, Argos-Vergara 1981. Es uno de los muchos libros que divulgan las relaciones sobre la mística oriental y la física moderna. (N. del T.) <<

[9] Niels Bohr, Atomic Physics and Human Knowledge (Nueva York: Wiley, 1958), pág. 74. <<

[10] Citado por W. Heisenberg en Physics and Beyond (Nueva York: Harper and Row, 1971), p. 88. <<

[11] Louis de Broglie, Matter and Light (Nueva York: Dover, 1946), p. 252. <<

[12] E. Schrödinger, Nature and the Greeks (Cambridge University Press, 1954), p. 15. <<

[13] N. Bohr, Atomic Theory and the Description of Nature (Cambridge University Press, 1961), p. 77. <<

[14] Sir James Jeans, Physics and Philosophy (Cambridge University Press, 1942), pp. 15-17. <<

[15] A. Eddington, The Nature of the Physical World (Cambridge University Press), p. 282. <<

[16] Ibíd. <<

[17] E. Schrödinger, Mind and Matter (Cambridge University Press, 1958). <<

[18] Sir James Jeans, The Mysterious Universe (Cambridge University Press, 1931), p. 111. <<

[19] A. Eddington, Science and the Unseen World (Nueva York: Macmillan, 1929). <<

[20] Hace referencia a la obra de Lawrence LeShan The Médium, the Mystic and the Physicist (Viking Press: Nueva York, 1974). (N. del E.) <<

[21] Ya me he ocupado de esto con mayor detalle; véase K. Wilber, Eye to Eye (Nueva York: Doubleday/Anchor, 1983). [Versión en castellano: Los tres ojos del conocimiento. Barcelona: Kairós, 1991]. <<

[22] ¿Cómo se relaciona la metáfora de la Gran Cadena con la metáfora de las sombras y la caverna? Muy sencillo: los niveles de la Gran Cadena son los niveles de los objetos-sombras de la caverna, ya que algunos de esos objetos-sombras están evidentemente más cercanos a la abertura que otros, hecho que da lugar a esa jerarquía de niveles. Los niveles de la Gran Cadena son, pues, niveles decrecientes en sombra y crecientes en luz, que culminan en la apertura al espíritu (nivel 5), por donde nos damos cuenta de que lo que únicamente y siempre existió es el espíritu, incluso en los niveles más ínfimos (aunque de esto sólo podemos darnos cuenta en los más elevados). Esto no significa que los diversos niveles de la manifestación sean pura ilusión o irrealidad, pues todos son manifestaciones del Ser y, por tanto, están bañados, aunque en diversos grados, de su gloria. Lo único que sucede es que los niveles superiores, al estar más cerca de la abertura, necesitan (como señala Bradley) ser suplementados cada vez en menor medida para poder pasar al Absoluto. El hecho de que todas las cosas sean Dios, pero que algunas lo sean más que otras, es una versión diferente del carácter paradójico del Ser. <<

[23] Esta paradoja explica justamente el por qué la mayoría de los físicos que recoge este volumen habla en ocasiones de una especie de «unidad» entre la física y la mística (o entre los reinos de la materia y el espíritu), y a menudo lo niegan completamente en la misma frase. Lo que hacen con esto, consciente o inconscientemente, es reflejar la naturaleza paradójica del espíritu-Espíritu. En cuanto espíritu (con e minúscula), es la dimensión más elevada (y por lo tanto totalmente separada de la física), pero en cuanto Espíritu (con E mayúscula), es el Fundamento común (que «subyace» por tanto también, de un modo unitario, en la física). En este sentido se manifiesta Eddington, tal como lo resume Cohen: «La tesis fundamental del profesor Eddington, en cuanto presenta concomitancias con la religión, es que existen dos mundos, en uno de los cuales tienen aplicación las “leyes” científicas, mientras que en el otro no resultan aplicables. Admite, no obstante, una especie de unidad entre el mundo material y el espiritual… pero para quienes están íntimamente familiarizados con las leyes de la física y la química (y aquí viene la paradójica negación), la idea de que el mundo espiritual pueda estar regido por leyes que tienen otro carácter relacionado (o digamos, paralelo) resulta tan injustificada como la de que una nación puede venir regida por las leyes de la gramática». Afirmaciones paradójicas de este tipo resultan frecuentes en las obras de Einstein, Eddington, Schrödinger, Bohr, Heisenberg, y en prácticamente todos los teóricos a que se refiere este volumen. Esto es, a mi juicio, tal como debe ser; los problemas surgen únicamente cuando ignoramos o nos olvidamos de ese carácter intrínsecamente paradójico. Yo estoy tratando sencillamente de explicitarlo, de hacernos conscientes de este hecho, a fin de evitar que pueda complicar una situación ya de por sí lo suficientemente difícil. <<

[24] Ésta es la razón por la cual el Zen, por ejemplo, niega rotundamente que el Espíritu sea uno, o el todo, o una unidad o identidad subyacente. Como dice D. T. Suzuki: «A los buscadores de identidad debería advertírseles que están dominados por los conceptos» (El Zen y la cultura japonesa). Si algo dice el Zen es que el Espíritu es «ni dos ni uno». <<

[25] H. Pagels, The Cosmic Code (Nueva York: Bantam, 1982). <<

[26] Decía en el prólogo que el intento de convertir a la física moderna en una «demostración» de la mística no sólo es algo equivocado sino que de hecho resulta perjudicial para el genuino misticismo. El intento en sí es perfectamente comprensible: quienes han tenido algún atisbo directo de la mística saben de su realidad y de su profundidad. Pero es tan difícil convencer de ello a los escépticos que resulta sumamente tentadora y atractiva la posibilidad de proclamar que la física —la ciencia «real por excelencia»— constituye de hecho un argumento a favor de la mística. Yo mismo he hecho justamente eso en anteriores escritos. Pero es un error, y es perjudicial en el sentido de que a la larga acarrea más males que bienes. Y ello por las siguientes razones: 1) Confunde la verdad temporal, relativa y finita con la verdad eterna y absoluta. Fritjof Capra, según tengo entendido, ha modificado mucho sus primeras opiniones, pero en El Tao de la física, por ejemplo, ponía mucha fuerza en la teoría del bootstrap (para la cual no existen cosas irreductibles entre sí, sino sólo relaciones dotadas de consistencia propia), considerándola equivalente a la doctrina budista de la recíproca interpenetración. Pero hoy en día la práctica totalidad de los físicos creen que existen objetos irreductibles (quarks, leptones, gluones) que surgen de la rotura de simetrías. ¿Pierde Buda entonces por ello su iluminación? Repitamos con Bernstein: «Colgar una filosofía religiosa de la ciencia contemporánea es el camino más seguro para que quede obsoleta». Y eso es perjudicial. 2) Fomenta la creencia de que para alcanzar la conciencia mística de todo, lo que uno tiene que hacer es aprender una nueva forma de concebir el mundo; puesto que la física y la mística son simplemente dos maneras distintas de enfocar la misma realidad, ¿para qué ocuparse durante años en arduas meditaciones? Basta con leer El Tao de la física. Evidentemente no era ésa la intención de Capra, sino meramente uno de sus efectos imprevistos. Por cuanto sé, ninguno de los autores de los libros populares sobre las relaciones entre la física y la mística es un meditador asiduo. 3) La mayor ironía de todas es que este enfoque, en el fondo, es profundamente reduccionista. Efectivamente, afirma: puesto que todas las cosas están constituidas en último término por partículas subatómicas, y puesto que las partículas están mutua y holísticamente interrelacionadas, entonces todas las cosas son holísticamente una, tal como afirma la mística. Pero todas las cosas no están constituidas en último término por partículas subatómicas; todas las cosas, incluso las partículas subatómicas, están constituidas en último término por Dios. Y el campo de lo material, lejos de ser el más fundamental, es el menos fundamental: posee menos Ser que la vida, la que a su vez tiene menos Ser que la mente, que a su vez tiene menos Ser que el alma, la que a su vez tiene menos Ser que el espíritu. La física se limita al estudio del campo que posee menos ser. ¡Proclamar que todas las cosas están constituidas en último término por partículas subatómicas constituye, pues, la posición más reduccionista que cabe imaginar! Y decía que esto es una ironía, pues es justamente lo contrario de lo que todos esos escritores de la nueva era con su mejor intención pretenden, de modo que mientras están intentando apoyar a la mística, lo que en realidad están haciendo es destruirla. El extremado (aunque a veces sutil y escondido) reduccionismo de semejante concepción horroriza incluso a los filósofos y científicos ortodoxos. Stephen Jay Gould, por ejemplo, en el pensado y elogioso comentario que hace del libro de Capra The Turning Point, acaba temerosamente recogiendo velas: «Nótese lo peculiar de la última frase: “Las partículas subatómicas, y por tanto, en último término, todas las partes del universo…”. A fin de cuentas, el autoproclamado holista y antirreduccionista (esto es Capra) acaba preso de su propio provincianismo. Se ha ajustado a la más antigua de las estrategias reduccionistas: lo que sucede en la estructura de la física, eso es lo que debe suceder, por extrapolación, en el resto de la naturaleza. No se sale de esta trampa (reduccionista) invocando el holismo en el nivel más bajo. La misma aseveración de que ese nivel ínfimo, cualquiera que sea su naturaleza, representa la esencia de la realidad, es el postrer argumento reduccionista». Gould pasa a continuación a poner de relieve que la biología, la psicología y la sociología modernas trabajan con «entidades propias de una secuencia de niveles, cada uno de los cuales es más inclusivo que el anterior, y está dotado de principios explicativos exclusivos y únicos de su propia plataforma jerárquica. Esta perspectiva supone tomar en serio el principio de que los fenómenos propios de un nivel no pueden extrapolarse en el sentido de esperar que funcionen de igual forma en los otros niveles». Con otras palabras, ¡los modernos científicos y filósofos ortodoxos están sencillamente redescubriendo la Gran Cadena del Ser! Pero resulta embarazoso, cuando menos, para ellos el tener que señalar el patente reduccionismo de que adolecen los «antirreduccionistas» de la nueva era. Y esto es perjudicial, como he dicho, porque conduce a alejar y a extremar a los teóricos ortodoxos que, en mi opinión, estarían realmente deseosos de abrirse a un trascendentalismo jerárquico, si éste fuera presentado de un modo cauteloso, racional y no reduccionista. Pero lo que viene sucediendo hasta ahora es que la mayor parte de los enfoques de la nueva era resultan sencillamente irritantes para los partidarios de la ortodoxia, no porque esos enfoques pequen de misticismo, sino, por el contrario ¡por adolecer de un inadmisible reduccionismo! Y así, Gould, que empezaba su comentario sobre The Turning Point diciendo que «esta temática general tratada con enorme destreza merece sin duda mi aprobación», acababa por confesar: «Me he ido sintiendo cada vez más a disgusto con este libro, con sus analogías facilonas, su desconfianza de la razón, su apelación a conceptos de moda. En algunos aspectos me siento más cercano al racionalismo cartesiano (al que él desprecia) que a la especie ecológica californiana que Capra representa» (New York Review of Books, 3 de marzo de 1983). Pienso que Gould es excesivamente duro con Capra; considero a Capra uno de los más cautelosos escritores de la nueva era, si bien su reduccionismo sigue siendo suficiente como para provocar apoplejía al pobre Gould. Y los intentos continúan: Arthur Young piensa que el espíritu absoluto es el fotón. Pero aguarden: el físico francés Jean Charon acaba de demostrar en su libro The Unknown Spirit que el espíritu ¡es el electrón! (hablo en serio). Y mientras escribo esto, acaba de aparecer otro libro suyo, God and the New Physics<<

[27] Ne sutor supra crepidam: «No vayan a creer que me meto a zapatero de algo más que sandalias». Equivale a la expresión castellana «zapatero a tus zapatos». (N. del T.) <<

[28] Con otras palabras, Schrödinger reconoce que lo que la mecánica cuántica demuestra, caso de demostrar algo, es una interacción entre objetos, no entre sujeto y objeto. La razón por la cual niega esto último —y la razón por la que le parece ofrecer poca base para el pretendido influjo de la interacción cuántica sobre la filosofía y el misticismo— se explica en los párrafos siguientes. (N. del E.) [K. W.] <<

[29] Singulare tantum (en latín en el original): que sólo se da en singular, no en plural. (N. del T.) <<

[30] En la tradición filosófica germana, dentro de la cual Planck se inscribe, el término «ego» o «yo» significa «el yo» en el sentido interiorizante de «yoidad», o lo que constituye el sentido del propio yo. No tiene ninguna connotación de «egoísmo», sino más bien es indicativo de esa sensación interna, irreductible e inmediata, de tener conciencia de darse cuenta. (N. del E.) [K. W.] <<

[31] Antes de entrar a examinar la compleja argumentación de Eddington, es preciso dejarle hablar consigo mismo acerca de lo que está exactamente tratando, y especialmente de lo que no está tratando de conseguir. Su obra maestra, The Nature of the Physical World, trata de un modo tan elocuente y convincente el tema de la física y la mística, que la conclusión a la que llega —a saber, que una y otra se refieren a temas y campos enteramente diferentes— fue rápidamente olvidada por el público (y especialmente por los teólogos) y Eddington se ganó la totalmente inmerecida reputación de defender que la nueva física ofrecía un apoyo (o incluso una demostración) de la perspectiva mística del mundo. Ello exasperaba a Eddington hasta el extremo, pues era exactamente lo contrario de lo que pensaba. Cuando Bertrand Russell, dando rienda suelta a su considerable ingenio filosófico, criticó duramente a Eddington por defender supuestamente que la mística se derivaba de la física, sir Arthur no pudo contenerse por más tiempo y, en su obra New Pathways in Science, le ofreció esta áspera respuesta. (N. del E.) [K. W.] <<

[32] Lo central para Eddington, como se verá más claramente en los capítulos siguientes, es que la física —tanto la clásica como la cuántica— no puede en medio alguno ofrecer un apoyo positivo, ni siquiera fomentar, la concepción místico-religiosa del mundo. Lo que ocurre sencillamente es que, mientras que la física clásica era teóricamente hostil frente a la religión, la física moderna es simplemente indiferente con respecto a ella —deja tantos huecos teóricos en el universo, que cada cual puede (o no) llenarlos de elementos religiosos, pero si lo hace, debe ser fundado en motivos filosóficos o religiosos—. La física no puede ayudar en esto lo más mínimo, pero al menos no opone ya obstáculo alguno a esos esfuerzos. Eso es lo que Eddington quiere decir cuando afirma: «Interpretando correctamente la situación actual, me parece que una de esas señales colocada en una de las principales vías de acceso, ha sido ahora eliminada. Pero nada importante va a suceder a menos que venga una locomotora». La física no ofrece apoyo a la mística, pero ha dejado de rechazarla, y este hecho —es lo que Eddington sentía— ha abierto una puerta filosófica al Espíritu. Pero es la mística, no la física, la que debe aportar la «locomotora».

La opinión de Eddington, que yo suscribo enteramente —esto es, la desaparición de todo obstáculo importante, por parte de la teoría física, frente a las realidades espirituales—, sería en sí realmente una espléndida novedad, de no ser por esas promesas de la luna que vienen haciendo los escritores de la nueva era, con las pretendidas «pruebas» a favor de la mística aportadas por la física moderna. Mucha gente se siente desilusionada o decepcionada por la debilidad o la molestia aparentes de las afirmaciones de Eddington, cuando la realidad es que esta opinión —sustentada por prácticamente todos los físicos teóricos que aparecen en este volumen— es probablemente la conclusión más resonante y revolucionaria que haya pronunciado «oficialmente» hasta ahora la ciencia teórica acerca de la religión. Constituye un giro monumental, de los que hacen época, en la posición de la ciencia con respecto a la religión; es sumamente improbable una vuelta atrás en este punto, ya que se trata de una conclusión de naturaleza lógica, y no empírica (a priori, no a posteriori); supone, por tanto, según toda probabilidad, el cierre final del aspecto más incordiante del debate secular entre las ciencias físicas y la religión (o ciencias del espíritu, geist-sciences). ¿Qué más podríamos pedir? (N. del E.) [K. W.] <<

[33] The House that Jack Built: poesía infantil muy popular en los Estados Unidos, que comienza con la casa que Jack construyó, a quien casó un cura, que tenía una casa, en donde se guardaba cebada, que se comió un ratón, al que mató un gato… en la casa que Jack construyó, a quien casó un cura, etc., etc. La historieta recuerda una canción, más bien infantil también, que se hizo popular en España hace algunos años: «Estaba la rana sentada cantando debajo del agua; cuando la rana se puso a cantar, vino la mosca y la hizo callar. La mosca a la rana, la rana sentada cantando debajo del agua; cuando la mosca se puso a cantar, vino la araña y la hizo callar. La araña a la mosca, la mosca a la rana, la rana que estaba…». En esta canción no se cierra el círculo, porque en la larga serie final —la suegra al hombre, el hombre al perro, el perro al gato, etc., hasta llegar a la rana— a la suegra «ni el mismo diablo la hizo callar». Si la hiciera callar la rana, tendríamos una remisión en círculo como en la poesía de The House that Jack Built. (N. del T.) <<

[34] En el original, el autor emplea conscience en el primer caso y conciousness en el segundo. (N. del T.) <<