NUEVA BABILONIA Antonio Bordón

Cuando estoy en Marte, no percibo el paso del tiempo ni las estaciones de la misma forma que en la Tierra. Nueva Babilonia es casi una ciudad fantasma. El polvo es el mayor horror imaginable. Los módulos de la colonia penitenciaria construidos hace cincuenta años en las tierras bajas gimen su decadencia al viento. De la nada aparecen piedras como proyectiles autopropulsados. La primera vez que llegué a Nueva Babilonia, hace dos años, la Delegación de Acogimiento me llevó, en pleno jet-lag interplanetario, a un sitio llamado Sinaja. Un hombre con cara de tener mil años me recibió en la puerta, pintada de un color burdeos apagado. Allí se reunían las razas de cualquier parte del universo, incluida la de los indios mapuches de la Patagonia, desaparecida casi por completo en 2039. En Sinaja puedes conseguir de todo: una lámpara art decó, una boa constrictor o una de las balas que mataron a JFK en Dallas. La decoración transmite cierta sensación de nostalgia cansina. El ambiente es estrafalario y acogedor. Todo el mundo fuma. Todo el mundo bebe. Todo el mundo se enrolla con todo el mundo. En una de mis primeras noches ligué con un hombre de Marte, también por primera vez. Al principio me opuse. Dije que no. Por desgracia, "no" significa "si". Fue amable conmigo.

Una de las cosas que me gustan de Sinaja es que no ponen música. Parte del ruido de fondo del local son los ahogos y resuellos que salen de los

cubículos donde tienen lugar los encuentros sexuales. Sinaja es un embarcadero espacial con mucho movimiento. No hay un cliente tipo. El marciano de esta noche (¿a quien me recordaba?) está sentado junto a otro, que se parece a Andy Warhol, vestido con un forro polar. Me uno ¡i ellos, y reímos por un momento con la película que echan en uno de los televisores que tenemos enfrente, de Jeait-Luc Godard: "Al final de la escapada". El resto de la clientela ve títulos como "Sexto milenio", "Escucha", "Zombie" y "Caníbales incestuosos". El marciano me escruta a través del plexiglás ámbar de sus enormes gafas. La curva firme de su barbilla (¿Lucky Luke?) se parece a un perro en posición de caza. Yo también estoy de caza. Pedigrí. Hay que tener verdadero pedigrí para olfatear el momento de pasar a la acción. Aunque fuera me esperan seis años de trabajos forzados en las minas del monte Elisio, un plan como éste consigue alegrarme el día. Ya ni siquiera me fijo en las ventosas verdes de sus dedos en mi carne. Aprieto los dientes. Ahora, él es el macho.