VI

En enero de 1906, Gaudí trabaja la idea y los primeros esbozos de la futura Casa Milà en el obrador de la Sagrada Familia, que es donde pasa la mayor parte de su tiempo. Se acerca el final de la controvertida reforma de la Casa Batlló, popular y despectivamente llamada «la casa de los huesos», y las visitas de don Pere Milà son frecuentes. En ellas, este le reitera su apoyo incondicional, a pesar de las críticas, y aprovecha la ocasión para preguntarle si ya tiene algo. El arquitecto, sin embargo, le da largas. Al menos hasta que consiga crear una imagen entera de lo que imagina y pueda capturarla.

Para inspirarse recurre a la naturaleza. Visita la cantera Morrot, junto al castillo de Montjuïc. Evoca los paisajes de su infancia, del Camp de Tarragona. Recuerda los viajes que ha hecho. Contempla la ciudad. Piensa, sueña... Hasta que, finalmente, las ideas hierven en su interior, peleando por salir. Y como no puede arriesgarse a perder ninguna, no duerme, no come y no piensa en otra cosa durante días. Se lava la cara solo para frotarse los ojos bien fuerte con agua bien fría y espabilarse.

Cuando termina todos los bosquejos y los dibujos los pasa a limpio, uno por uno. Una y otra vez. Hasta que todo encaja a la perfección.

A la mañana siguiente, a primera hora, se reúne con los futuros colaboradores del proyecto, algunos de sus asistentes habituales: el constructor José Bayó Font, su hermano Santiago, José Maria Jujol, Domènec Sugrañes, Francesc Quintana, Joan Rubió y Josep Canaleta. Siguiendo sus órdenes, en la finca de los Milà del Paseo de Gracia ya no queda casi nada del chalet del antiguo propietario, Ferrer-Vidal: solo media torre, la escalera y un par de habitaciones habilitadas como barraca de obra. Una es para Jujol, el experto en ornamentación, y, en la otra, tal como ordenó Gaudí, tiene la pizarra en blanco y el tablero a punto, con los papeles esperando convertirse en planos con la ayuda de Canaleta y Sugrañes. Solo falta una cosa para empezar la aventura: compartir su idea.

Persona de pocas palabras como es, Gaudí les muestra, para empezar, los bocetos que ha hecho a lápiz. Los hombres se quedan boquiabiertos. Las ilustraciones recuerdan una montaña abrupta, llena de madrigueras, repleta de formas desiguales y ni una sola línea recta. Por su aspecto, más propio de un hogar primitivo que de una casa señorial, recuerda una topera o un laberinto de grutas. Pero nadie dice nada; callan y escuchan. Y bajo la intrincada apariencia de la obra, poco a poco, afloran los conceptos técnicos que todos conocen, con una estructura en la que, al menos, el suelo y los pilares son rectilíneos. la construirán siguiendo un sistema de planta libre, con pilares y vigas, y que esto transformará la fachada en autoportante en lugar de convertirse en un muro de carga, permitiendo que el exterior de la casa sea una masa única, cubierta de ondulaciones y acabados tridimensionales. Les habla de anatomía; de tibias, fémures y columnas vertebrales para los ejes perpendiculares; de costillas y clavículas para los horizontales; del aspecto carnoso de la piel humana para cubrir todo el esqueleto. Y, por último, les recuerda que deben ver más allá de la escultura abstracta que imaginan y transgredir las normas aprendidas.

—Se trata de un organismo vivo, no una simple casa.

Sus ayudantes observan los dibujos detenidamente. Suspiran, convencidos de que recibirán una nueva avalancha de críticas por el carácter osado de la obra. Pero, de nuevo, guardan silencio. Solo una vez, mientras delinean, Sugrañes y Canaleta se quejan de la dificultad para trabajar el proyecto en una mesa tan grande.

—Ni las reglas ni los brazos nos llegan...

Entonces, Gaudí toma una sierra y, ante la atónita mirada de los presentes, hace un agujero en medio del tablero, de la medida justa para que uno de ellos pueda pasar. Y ya no vuelven a quejarse.

Al poco tiempo, la barraca de obra de la Casa Milà se transforma en un aula magistral en la que el maestro explica sus teorías. Y en las clases no solo asisten sus colaboradores o estudiantes de arquitectura; también otros arquitectos y curiosos que van a fisgonear se quedan a escucharlo.

—Todo sale del gran libro de la naturaleza... Hace miles de años que las moscas vuelan, pero no ha sido hasta ahora que los hombres lo hemos visto y hemos construido aeroplanos... ¡Y con todo pasa igual! Un eucalipto crece; su tronco se resuelve en ramas, ramitas y termina en hojas. En estos planos y estas líneas hay manifiesta una figura geométrica. Y lo mismo en una palmera o en un pino: se mantienen derechos y sostienen con gracia todos sus elementos. No tienen necesidad de materiales exteriores ni contrapesos. —Y añade—: La originalidad consiste en el retorno al origen.

Después de muchos días de trabajo duro, llega lo que todos esperaban: una vez hechos los planos definitivos, solo falta la firma del cliente, su aprobación. Y el 1 de febrero de 1906, el arquitecto se reúne con el matrimonio Milà-Segimon en su piso de la Rambla de los Estudios. Una cordial tirantez enrarece el ambiente de principio a fin. Doña Roser observa al arquitecto con recelo todo el tiempo. Hablan de su origen en común y poco más. Así que este pasa a mostrarles los planos.

Sobre el papel, el edificio recuerda bastante a la Casa Batlló y la Calvet, pero más grande y con más ventanas. La fachada del Paseo de Gracia mide 23 metros, 19 metros la esquina y 23 más por el lado de Provença. Tiene dos patios interiores enormes, seis de luces, dos entradas principales y multitud de escaleras de servicio. Dispone de catorce habitaciones por planta, veintidós recámaras, diez servicios, nueve salas y cuatro comedores, entre varias galerías y pasillos, la mayoría con iluminación natural. En el sótano se encuentran las caballerizas, con veintiún boxes, una estancia para almacenar las guarniciones y dos para el heno, aparte de veinticuatro bodegas, un enorme almacén y la sala de máquinas para la calefacción.

Don Pere está entusiasmado y no para de ensalzar a Gaudí ante su esposa. Hasta que esta firma los papeles; luego lo hace él.

Al día siguiente, Gaudí entrega los planos definitivos en el ayuntamiento.